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Del gobierno de Bergoglio saldrá la monstruosidad del cisma

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«No hay paz sin justicia y no hay justicia sin verdad. Y la verdad es que el hombre inicuo, el vicario del anticristo está sentado en el Trono de Pedro. El Innominado no tiene ninguna autoridad ni para decir ni para hacer porque no es vicario de Jesucristo» (10 de mayo de 2015).

La verdad es que… el vicario del anticristo está sentado en el Trono de Pedro: esta verdad sólo se puede comprender en otra verdad.

«Ahora se han levantado en el mundo muchos seductores, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Este es el seductor y el Anticristo. Guardaos, no vayáis a perder lo que habéis trabajado, sino haced por recibir un galardón cumplido» (2 Jn 7-8).

Bergoglio está sentado en el Trono de Pedro con la misión de seducir, de llevar al abismo a toda la Iglesia.

¿Qué hay que hacer? Guardarse de él. Resistidlo, atacadlo, huid de su doctrina.

«Todo el que se extravía y no permanece en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios» (Ib, 9a)

Bergoglio no tiene a Dios en su corazón porque sigue una doctrina contraria a la verdad. Bergoglio no es de Dios, sino del demonio.

«El que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre y al Hijo» (Ib, 9b).

¡Cuánta Jerarquía en la Iglesia que no permanece en la doctrina de Cristo, sino que está extraviada en doctrina de demonios! ¡No son de la Iglesia! ¡No son de Cristo!

¿Por qué Dios ha permitido que un seductor se sentara en el Trono de Pedro?

«Tocó el séptimo ángel… Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: “Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos”» (Ap 11, 15).

La Segunda Venida de Cristo está ya a las puertas. Son pocos los que creen en esto.

Bergoglio está usurpando el Trono de Pedro porque Cristo viene en gloria para reinar por mil años en un cielo nuevo y en una tierra nueva.

«…vivieron y reinaron con Cristo mil años» (Ap 20, 4): nadie cree en el milenio. Luego, nadie cree que un usurpador esté en el Trono de Pedro. Nadie atiende al peligro que viene del gobierno humano de Bergoglio.

Todos tienen ante sus narices ese peligro y nadie lo quiere ver.

Bergoglio no es papa, luego hay que echarlo de la Iglesia por su herejía y por su atrevimiento en sentarse en la Silla que no le corresponde.

Esto es lo que se debe hacer, pero esto es lo que nadie va a hacer.

Esta es la única verdad que a nadie le interesa conocer y cumplir.

El tiempo de atacar a ese hombre ya pasó. Ahora, es el tiempo de echarlo, de hacerlo renunciar. Si no se hace esto, todos -fieles y Jerarquía- van a quedar atrapados en las leyes inicuas que van a salir del Sínodo, que es la obra del Anticristo en la Iglesia.

¡Qué pocos saben lo que es Bergoglio! ¡Qué pocos han sabido atacar a Bergoglio! ¡Qué pocos ven que las almas van camino de condenación eterna!

Bergoglio está llevando a las almas hacia el infierno. Pero, a nadie le interesa esta verdad.

Y eso quiere decir que todos viven caminando hacia el infierno. Todos se creen salvos y justos, pendientes de un hombre sin verdad, que está destruyendo la Iglesia, más interesados en limpiarle las babas a ese hombre cuando habla, que en poner distancias con él, con toda la jerarquía que lo obedece y con todos los fieles tibios en su vida espiritual, que no les interesa -para nada- la verdad de lo que está sucediendo en la Iglesia.

La verdad es que el hombre sin ley –el hombre inicuo- está sentado en la Silla de Pedro. Y cuando falta la ley eterna, se hace ley el pecado. Se obliga a pecar a todo el mundo.

Cuando no se juzga ni al pecador ni al pecado, entonces se condena a todo el mundo por su pensamiento.

El que no juzga impone a los demás su idea humana. Es un tirano, un dictador de mentiras. Saca de su propia mente humana el concepto del bien y del mal. Y, con ese concepto, se hace juez de todo el mundo: se pone por encima de toda verdad, tanto divina como humana.

Jesús no fue juzgado, sino condenado en un falso juicio. Hicieron un juicio no para resolver una situación, sino para buscar una razón que condenara a un hombre.

Esto es lo que ha hecho Bergoglio con el Sínodo: allí no se van a resolver los problemas de la familia. Allí se va a buscar una razón para condenar a toda la Iglesia Católica, a todos los católicos que siguen la verdad del magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, a todas las familias que cumplen con la ley de Dios.

Quien no juzga, condena por imposición de su mismo pensamiento humano. Es el imperativo categórico-moral que está en toda la Jerarquía que gobierna en la Iglesia. Es lo que tienen en sus mentes y que, aunque sea una herejía, un error, lo tienen que poner en ley, en práctica, en una obra. Es una necesidad absoluta para ellos. No pueden escapar de esta necesidad porque son incapaces de cumplir con la ley eterna de Dios. Sólo cumplen con sus leyes, con sus pensamientos humanos hechos ley en ellos mismos. Son esclavos de sus mentes humanas.

«Y me viene a la mente decir algo que puede ser una insensatez, o quizás una herejía, no sé» (Web vaticana)

Me viene a la mente: imperativo moral. Esclavitud al pecado de soberbia.

No juzgo –antes de hablar- si ese pensamiento es bueno o malo. No sé si lo que voy a decir es una insensatez o una herejía. Y, a pesar de que tengo duda, lo digo. Y no importa que sea una insensatez o una herejía. Eso no interesa. No me interesa si lo que voy a decir es una verdad o una mentira; una locura o un error.

Lo que me importa, lo que me interesa es lo que voy a decir: atiendan a mis palabras. Céntrense en mis palabras, en mi lenguaje, en mi pensamiento. Y sigan lo que yo digo porque yo lo digo.

Me viene a la mente: es un imperativo categórico-moral. No lo puedo callar. No puedo pararme a pensar si lo que voy a decir está bien o está mal. Tengo que decir lo que me viene a la mente, aunque sea una locura, aunque sea una herejía. Es una necesidad; es una esclavitud en mi mente. Tengo que decirlo y a todo el mundo. Que todo el mundo lo oiga: lo digo yo, y eso basta para agachar la cabeza y aceptar mi palabra porque es mi palabra.

¡Esta es la audacia, la osadía, el atrevimiento de un hombre que habla sin fundamento: no sabe lo que habla! Habla con la duda. Habla sin certeza. Habla una locura. ¡Habla una herejía! ¡Y la quiere hablar! ¡Quiere escandalizar a todos! ¡Quiere enseñar la herejía a todos!

Bergoglio se declara –él mismo- hereje: «…algo que puede ser… una herejía».

«Aborrece mi alma tres suertes de gentes, cuya vida me da en rostro: pobre soberbio, rico embustero y anciano adúltero y necio» (Ecle 25, 3-4).

Bergoglio: anciano adúltero de la Palabra de Dios y necio en el conocimiento de Dios. Ha llegado a su vejez y no ha acumulado sabiduría divina en su alma. No sabe lo que es al amor de Dios. No sabe amar a los hombres. Sólo sabe perseguir su necedad de vida.

¡Bergoglio es un hombre excesivamente imprudente en el hablar, temerario, que arrastra al peligro, que conduce a las almas hacia la perdición eterna con su diaria verborrea barata y blasfema! ¡Y no le pesa en su conciencia hacer esto! ¡Duerme a pierna suelta después de mostrar a las almas -cada día- el camino para irse al infierno!

¡La desfachatez con que habla, la burla que Bergoglio hace de todos los católicos por medio de sus nefastas palabras!

El gobierno de este loco es para los católicos idiotizados. Esos católicos –falsos en su fe, tibios en su vida espiritual, caducos en la vida de la gracia- que no saben llamar a un hereje por su nombre. No saben enfrentarse a los hombres, a sus mentes, a sus obras dentro de la Iglesia.

Hay que ser idiota para tener a Bergoglio como papa.

Hay que ser idiota para obedecer la mente de Bergoglio, que es la mente de un orgulloso, de uno que habla sin autoridad. Él mismo se pone por encima de la Autoridad divina para decir su mente a los hombres. Decir una locura y una herejía, y que todo el mundo aplauda ese dicho, esté atento a esa idiotez.

Bergoglio, no sólo es un hereje manifiesto: sus herejías son claras, patentes, todos las pueden leer. Sino que es un hereje pertinaz: este hombre está anclado en su forma de pensar, en su manera de ver la vida, y la impone a los demás. Vive constantemente para comunicar a todos, para publicar -por todos los medios- su falso y perverso pensamiento.

Este hombre se desvive dando entrevistas a todo el mundo. Le gusta salir en la televisión para expresar su maldito pensamiento. Le gusta echarse flores, constantemente, para que lo tengan como humilde, como pobre, como santo, como justo en sus palabras y en sus obras.

¡Qué vergüenza es -para toda la Iglesia- este sujeto!

¡No sabemos cómo a los Cardenales, a los Obispos, a los sacerdotes, no se les cae la cara de vergüenza cuando habla este personaje!

¡No entendemos cómo no saltan de indignación, cómo no les hierve la sangre viendo cómo este personaje está destruyendo la Iglesia, y cómo lleva almas al infierno!

¡Han dejado de creer en su sacerdocio!

El sacerdocio es para salvar almas de las garras del demonio. Y ellos están dando almas a Satanás en la persona de Bergoglio.

La Jerarquía que obedece a un hereje como su papa es enemiga de Cristo y de la Iglesia. Son enemigos, a los cuales no se les puede obedecer, seguir, escuchar en la Iglesia. Ningún fiel puede obedecer a la Jerarquía que se somete a un hereje como su papa.

Bergoglio no tiene autoridad ni para decir ni para hacer porque no es vicario de Jesucristo. No es Papa. No tiene Autoridad Divina en la Iglesia. El Espíritu Santo no puede elegir a un hereje como Papa de la Iglesia.

Si Bergoglio está sentado en la Silla de Pedro, no es por el Espíritu Santo, sino por los hombres, que lo han elegido para una obra satánica en la Iglesia.

¡Qué pocos se atreven a decir esto! ¡Obra de Satanás es el gobierno de Bergoglio!

¡Cuántos están en lo políticamente correcto! Y, por eso, no han atacado a Bergoglio y no son capaces de hacerle renunciar.

Para obrar el derecho canónico es necesario primero atacar al hereje, enfrentarse cara  a cara con el hereje. Y ningún Obispo ha dicho esta boca es mía. Todos sometidos a la mente de ese hereje. Todos culpables de herejía, como Bergoglio. Porque quien obedece a un hereje, sigue necesariamente su pensamiento herético: acaba perdiendo la fe.

Es lo que se ve en todas las parroquias: sacerdotes y fieles dando culto a los hombres. Abajándose a la doctrina protestante, comunista y masónica de ese hereje. Todos han perdido el norte de la verdad. Están dejando a Cristo por un plato de lentejas. Prefieren seguir comiendo y teniendo un trabajo que hablar con la verdad en la boca.

No hay justicia sin verdad: las obras de todos los sacerdotes y fieles que tienen a Bergoglio como su papa son injustas, son una clara rebeldía a la Voluntad de Dios.

Sólo en la verdad se hace una obra justa. En la mentira, todo es una injusticia.

«Quien declara la verdad, descubre la justicia; el testigo mentiroso, la falsedad» (Prov 12, 17).

Bergoglio siempre está hablando la duda, el error, la mentira, la oscuridad. Habla y no sabe lo que habla: «Quien habla sin tino hiere como espada» (Prov 12, 18a). Las palabras de Bergoglio hacen daño a toda la Iglesia, a todas las almas. Enferman más a las almas, porque sólo «la lengua de los sabios, cura» (ib, 18b).

Todo lo que se está levantando en la Iglesia con Bergoglio es una injusticia. Todas las parroquias están llenas de obras injustas, obras sin verdad, obras sin fe. Es el inicio de la gran apostasía de la fe. Todos se alejan de la justicia de Dios porque se creen justos en sus mentiras, en sus falsedades, en sus errores. Justos porque tienen a Bergoglio como su papa.

Todos viven en el camino de la condenación eterna porque se han justificado a sí mismos con sus pensamientos humanos.

Condenarse es llamar a Bergoglio como papa, es tenerlo como papa, es obedecerlo como papa.

Muchos dicen: como los Obispos lo mantienen en el Papado, a pesar de sus herejías, como no han aplicado el derecho canónico, entonces hay que tener a Bergoglio como papa. Esto es pecar, hacer pecar y vivir en el pecado. Mantenerse en este pecado. No arrepentirse de este pecado porque no se ve como pecado.

El silencio culpable de los Obispos hace que los fieles obren un imperativo moral: hay que tener a Bergoglio como papa de la Iglesia Católica. Cuando la ley de Dios dice lo contrario: Bergoglio no es papa porque es hereje.

La Iglesia: ¿es el cumplimiento de una ley canónica o el de una ley divina? Si nadie cumple con la ley canónica eso no quiere decir que no estén sujetos a la ley divina, que no haya que cumplir con la ley divina. Todos pecan por ponerse por encima de la ley divina al no cumplir con la ley canónica. Todos pecan por cumplir con la palabra oficial en la Iglesia, palabra de hombre que no puede salvar ni santificar; que no puede justificar el mal en el gobierno de la Iglesia.

Ese silencio culpable condena a muchas almas al infierno. Un silencio culpable que obra el pecado en muchas almas, que hace pecar, que justifica a un hereje en la Iglesia.

¿Para qué son Obispos de la Iglesia? Para hacer pecar a los demás.

¡Han dejado de creer en su sacerdocio!

Mayor pecado que el de Adán es lo que se ve en toda la Jerarquía actual de la Iglesia.

La misión de Adán era sembrar su semilla para formar la humanidad que Dios quería.

La misión de todo sacerdote es sembrar la Palabra de Dios en las almas para que se puedan salvar y santificar.

Adán rehusó a esa misión y engendró una humanidad para el demonio. Pero esa humanidad todavía podía salvarse por la gracia.

Los sacerdotes y Obispos rehúsan a su misión y hacen que las almas ya no puedan salvarse por la gracia. Hacen hombres sin capacidad de salvar su alma. Porque les presentan, siembran en sus almas la palabra de la condenación. Les dan falsos sacramentos. Levantan para esas almas una iglesia maldita en sus orígenes.

Toda esa Jerarquía que obedece a un hereje está creando el cisma dentro de la Iglesia Católica. Y van a perseguir y excomulgar a todos los verdaderos católicos que no pueden obedecer a un hereje como papa.

Del gobierno de Bergoglio va a salir una monstruosidad: una iglesia modernista dirigida por un falso papa, que es el falso profeta que combatirá a la iglesia remanente, que defiende la tradición y el magisterio. Iglesia que será clandestina y perseguida.

El fruto del gobierno de Bergoglio: el gran cisma en el interior de la Iglesia.

«Yo os traje a la tierra fértil…»: a la Iglesia Católica;

«…para que comierais sus ricos frutos. Y en cuanto en Ella entrasteis contaminasteis Mi Tierra e hicisteis abominable Mi Heredad»: pocos entienden que ha sido la misma Jerarquía la que ha obrado esta abominación que vemos en el Vaticano. Ellos han hecho abominable la Iglesia en Pedro. Lo han contaminado todo. La han destrozado. La Iglesia Católica está en ruinas.

«Tampoco los sacerdotes se preguntaron: ¿Dónde está el Señor?»: ¿está Cristo en Bergoglio? ¿Tiene Bergoglio el Espíritu de Pedro? ¿El Espíritu Santo puede poner a un hereje como Papa?

La Jerarquía de la Iglesia vive sin Dios dentro de Ella: vive sin buscar la Voluntad de Dios. No les interesa ser Santos en la Iglesia. Sólo quieren que los demás los alaben y los tomen por santos y por justos en sus decisiones.

«Siendo ellos los maestros de la Ley, Me desconocieron, y los que eran pastores Me fueron infieles» (Jer 2, 7-8).

Dios les ha dado la vocación a muchos sacerdotes y Obispos, los ha traído a la Iglesia Católica, y ellos están levantando una nueva iglesia porque desconocen la riqueza espiritual de su sacerdocio. Son infieles a la gracia que han recibido en sus sacerdocios. Son sólo fieles a las mentes de los hombres, al lenguaje que todos ellos emplean para mostrar al mundo su gran soberbia y su orgullo demoledor.

Es tiempo de persecución. Cuando no se hace caso al clamor de la verdad, se persigue al que la clama para que no moleste en la obra de abominación que se ha levantado en Roma. Necesitan una iglesia en la que todos estén de acuerdo en la maldad. Los que no quieran esa maldad, tienen que desaparecer del mapa. Ya lo están haciendo a escondidas, ocultamente, sin que nadie se entere. Pero viene el tiempo de hacerlo público, porque esa maldita iglesia de los modernistas tiene que ser visible para todos, universal, mundial, tiene que apoyar el nuevo orden mundial.

No hay paz sin justicia: sólo la guerra, las persecuciones se suceden por la obra de la injusticia de la falsa iglesia en Roma. La infidelidad a la gracia trae consigo la pérdida de la paz, tanto en el mundo como en la Iglesia.

El infierno quedó vacío con Bergoglio

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«Pero si uno piensa que la vida moral sea solamente »hacer esto’‘ y »no hacer aquello’‘? no es cristiano. Eso es una filosofía moral, pero no, no es cristiano. Cristiano es el amor de Jesús que es el primero en amarnos. La moralidad cristiana es ésta: ¿Has caído? Levántate enseguida y continúa. Este es el camino. Pero siempre con Jesús» (ver)

Palabras de un insensato, de un hombre sin norma de moralidad, que ha anulado la ley de Dios, y sólo se dedica a cosechar aplausos de la gente, contándole fábulas de viejas.

La vida moral son dos cosas: hacer la Voluntad de Dios; no hacer lo que Dios prohíbe.

Esto es todo en la vida moral. La vida moral es hacer esto y no hacer aquello. Y esto es lo que tienes que pensar, que tener dentro de tu mente y de tu corazón, no sólo para ser cristiano, sino para ser católico.

Si quieres pertenecer a la iglesia de Bergoglio, sigue su necedad. Quita de tu mente y de tu corazón la Palabra de Dios, que te enseña:

«Si me amáis, guardaréis Mis Mandamientos» (Jn 14, 15).

Para el que tiene dos dedos de frente, amar a Jesús significa cumplir con la ley de Dios.

Para el que no tiene dos dedos de frente, coge esta frase del evangelio, y dice: Jesús nunca se refirió a la ley de Moisés. Jesús se refiere a los dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. Y, por lo tanto, la vida moral es el amor de Jesús, el amor que enseña Jesús, que es –claro- el primero en amarnos. ¡Cuánto nos ama Jesús! ¡Vamos a llorar un poco hasta que entendamos que Jesús nos ama tanto!

La moral cristiana no es la verdad ni la falsedad. Es la misericordia.: has caído. Te doy un beso, un abrazo, te lleno el estómago de buena comida; te doy un puesto de trabajo, te curo tus enfermedades… Y la vida continúa. ¡Qué bella es la vida! ¡Vive y deja vivir! Pero no vengas con moralinas de mandamientos divinos. Eso quedó en el pasado. Jesús es amor. Dios es amor. Sé libre para amar.

Y, por eso, este gran necio, que se llama a sí mismo, papa…

(¿qué clase de papa es que no sabe enseñar la verdad? ¿para qué se llama papa? ¿por qué no se dedica a ser un pastor protestante?)

… este hombre, que es un demente espiritual (tiene atado su mente humana a la mente del demonio; y por eso habla como habla: como un demonio), dice:

«…el infierno era querer alejarse de Dios porque no se desea su amor. »Pero  si tu fueras un pecador tremendo, con todos los pecados del mundo a cuestas, y además te condenasen a la pena de muerte y cuando estás para morir blasfemas, insultas y todo lo demás… Y en ese momento, miras al Cielo y dices: ¡Señor! ¿Dónde vas, al Cielo o al infierno? ¡Al Cielo!… Va al infierno solamente el que dice a Dios: »No te necesito, me las arreglo solo”, como hizo el diablo que es el único del que estamos seguros que está en el infierno».

«el infierno era querer alejarse de Dios porque no se desea su amor»: ninguno va al infierno porque no desee el amor de Dios. Ninguno. Todos van al infierno porque desprecian el amor de Dios.

No desear el amor de Dios lo hacen todos los hombres: sean santos o sean pecadores. No se puede vivir deseando constantemente el amor de Dios. Para eso, se necesita una gracia divina, que sólo Dios da al que se la merece.

¡Cuántos pasan la noche oscura del alma y no desean el amor de Dios! ¡Viven sin deseo de nada!. Y eso no es pecado cuando el alma está en su purificación. El que no desea el amor de Dios es por muchas razones. Y no todas llevan al infierno. Y muchas llevan al purgatorio. Y unas cuantas son necesarias para conquistar el cielo. Desear el amor de Dios es un merecimiento del alma, no es un don de Dios. Y Dios no exige el desear su amor para ir al cielo.

El infierno es querer alejarse de Dios porque no se cumplen sus mandamientos. Punto y final. ¡Es todo tan sencillo!

Pero –para Bergoglio- para ese hombre que no tiene ni idea del Magisterio de la Iglesia, la vida moral es un sentimiento hacia Jesús. Y, claro, viene su discurso, su fábula de viejas:

Eres un gran pecador, con todos los pecados del mundo a cuestas, y además recibes la justicia de los hombres…. Y cuando estás para morir, te dedicas a hacer lo que hizo el mal ladrón: insultar, blasfemar… y ¡cuántas cosas más! Y he aquí, que por arte de magia, miras al cielo. ¡Oh, qué bello! ¡Qué frase tan tierna!… ¡Seamos tiernos con los hombres! ¡Los hombres necesitan no temer a la ternura de Dios!… Estás blasfemando contra Dios, estás echando demonios por tu boca, y miras al Cielo….No te arrepientes de tus pecados….No; eso no…No dejas de blasfemar…No; eso no… Miras al Cielo…y dices, en medio de tus blasfemias: Señor…

¡Increíble! ¿Cómo uno que va a morir, y está blasfemando contra Dios, va a poder decir: Señor?

¿Han captado la demencia de Bergoglio? ¿Captan su fábula de viejas? ¿Su cuento chino?

Y como dices: Señor….Sólo por eso…Sólo por el deseo sentimentaloide de decir la palabra: Señor… Estás lleno de irá contra el Señor, y una sola mirada al Cielo te hace decir una palabra de ternura al Señor???????

¿Quién se cree esta fábula?

Muchos. Muchos católicos.

Sólo por tu sentimiento, ¿dónde vas, al cielo o al infierno? ¡Al Cielo!

Peca fuertemente. Peca fuertemente. Blasfema antes de morir, insulta al Señor antes de morir. Pero acuérdate de mirar al cielo, y decir: Señor. Porque te vas al Cielo de cabeza, sin pasar por el purgatorio.

Y a este hombre, ¿lo llaman Papa?

¿Dónde compró el título de papa? ¿Cuánto pagó para estar sentado en esa Silla de Pedro y hablar demencias cada día?

No he visto tan gran loco como Obispo en toda mi vida.

¡Qué demencia de predicación!

Y, claro, tiene que terminar con su herejía favorita, que es de cuño protestante: el infierno existe, pero está vacío:

«Va al infierno solamente el que dice a Dios: »No te necesito, me las arreglo solo”, como hizo el diablo que es el único del que estamos seguros que está en el infierno».

Sólo el diablo está en el infierno. Y como es espiritual, no se ve. El infierno está vacío porque todos dicen a Dios, antes de morir: te necesito. ¡Qué tierno! ¡Qué bello! ¡Qué hombre tan amoroso con los hombres!

Y este subnormal se va a poner a confesar el 13 de marzo:

«La Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice informa hoy de que el Santo Padre presidirá el Rito para la reconciliación de penitentes, con la confesión y la absolución individual, el próximo viernes 13 de marzo, en la basílica de San Pedro a las 17.00 horas».

Si no cree en el infierno, si no cree en el pecado, si no cree en la norma de moralidad, si no juzga a nadie porque nadie comete pecado, ¿de qué va a confesar? ¿qué charla psiquiátrica va a tener con la gente que vaya allí?

No te confieses con este demente: cometerías un gran pecado. Y saldrías sin la absolución de tus pecados.

¡Cómo está el Vaticano! Bailando al son de un hombre sin verdad.

Concilio XVI de Cartago (D 102, not.4): «Como quiera que el Señor dice: Quien no naciere del agua y del Espíritu Santo, no entrará en el reino de los cielos, qué católico puede dudar que será partícipe del diablo aquél que no ha merecido ser coheredero de Cristo? Pues quien no está en la parte derecha, sin duda caerá en la parte izquierda».

Hay que merecer ser coheredero con Cristo para entrar en el Cielo. No sólo hay que bautizarse, sino que hay que trabajar para ganarse el Cielo, con el sudor de la frente.

El cielo no es un regalo de Dios a nadie. No se da porque se desee o no se desee. Se da el cielo porque se merece el cielo. El alma ha luchado, en su vida terrestre, para irse al cielo. Ha luchado para cumplir con la ley de Dios. Ha luchado para permanecer en la gracia. Ha luchado para quitar todos sus vicios y pecados. Ha luchado para permanecer en la verdad.

¡Es increíble que los católicos prefieran las palabras baratas de este hombre a luchar por Cristo, a luchar para merecer ser amados por Cristo!

El que Cristo te ame es un merecimiento de tu alma, no es un regalo para tu alma. Cristo, cuando te ama, te da una Cruz. Y tienes que llevarla hasta el final. Y quien permanezca en esa Cruz, entonces se salva y se santifica.

Es la Cruz la verdad del camino. Es la sabiduría de la Cruz lo que te lleva a la Vida Divina.

Pero, nadie quiere Cruz. A nadie le interesa la Verdad.

Todos siguen a un hombre que tiene en su mente la posesión del demonio.

«…sin misericordia, se corre el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología. Comprender la teología es comprender a Dios, que es Amor».

Bergoglio ha puesto la misericordia, su falso concepto de  misericordia, por encima de la verdad. Por eso, resbala siempre cuando habla.

Es la verdad el objeto de la teología. No es el amor de Dios. La vida espiritual y mística trata del amor de Dios. La vida teologal trata de la verdad divina.

Sin verdad, -no sin misericordia-, se cae en la burocracia y en la ideología. Cuando los hombres viven en sus mentiras, viven para el papeleo; viven para sus ideas, para sus mentes, para sus filosofías de la vida.

Es la verdad la que lleva al alma hacia el amor de Dios. Sin verdad, sin conocer la verdad, tenemos lo que es Bergoglio: un sentimental perdido del hombre, que sólo vive para los hombres, tengan la mente que tengan. Lo que importa es esto:

«.. también los buenos teólogos, como los buenos pastores huelen a pueblo y a calle»: tienes que oler a mundo para ser un buen teólogo. ¡Qué gran locura!

Y los teólogos que le escuchaban, ¿cómo no saltaron para degollarlo ahí mismo por esta blasfemia?

¡Todos se conforman con la charlatanería de este hombre! ¡Cómo gusta su palabras barata y blasfema!

Hipócrita es Bergoglio, hombre de dos caras. Un hombre que no sabe entrar en su corazón. Que sólo mira su mente, después mira al hombre, y con su boca le dice al hombre lo que éste quiere escuchar.

Eso es la hipocresía perfecta de este hombre. Pone la cara que el hombre, el pueblo, quiere. Nunca se le ve lo que piensa. Siempre esconde su verdadera intención a los demás. Y, por eso, habla siempre para engañar, para decir otra cosa de la que realmente piensa.

Así es todo poseso del demonio.

«Aquí tenemos, según el evangelista Juan, el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, en la resurrección se convertirá en el lugar del encuentro universal entre Dios y los hombres».

¡Gravísima herejía la que expone este hombre!

Para dar a entender lo que significa la expulsión de los vendedores del templo y su palabra final: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré»; dice que su cuerpo fue destruido en la cruz.

Bergoglio no ha leído el Evangelio: «…uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado….para que se cumpliese la Escritura: “No romperéis ni uno de sus huesos”» (Jn 19, 34.36).

Su cuerpo no fue destruido, roto. Ni siquiera por la violencia del pecado. Jesús cargó con el pecado de todos y no fue destruido por esa montaña de pecado. Jesús murió por la fuerza de su amor, no por la carga del pecado. Es más fuerte el amor que la muerte. Jesús venció el pecado, cargando con él. Venció al mundo cargando con el pecado de todo el mundo. Y ni el mundo ni el pecado destrozó su humanidad.

Y en la resurrección, su cuerpo no se convierte en el lugar del encuentro entre Dios y los hombres. ¡Esta es la gran blasfemia contra el Espíritu Santo!

El Cuerpo de Jesús no es un lugar. Es el Templo del Verbo Encarnado. Su Cuerpo físico es Su Cuerpo Glorioso: el Templo del Hijo de Dios.

Su Cuerpo Místico es Su Iglesia: el Reino de Dios, que es un lugar y un estado. Un lugar que abarca las almas en la tierra, las almas en el purgatorio, y las almas en el Cielo. Es un lugar que son muchos lugares. Jesús resucitó para prepararnos un lugar: abrir el Cielo, llevar al Cielo las almas del Purgatorio; poner en la tierra el camino para salvarse y santificarse.

Y es un estado: lo místico son estados del alma. Y cada alma crece y se desarrolla en esos estados.

Y en esos lugares no existe el encuentro universal entre Dios y los hombres. Es su idea favorita: el ecumenismo.

En cada estado del alma y en cada lugar que el alma esté, se produce un encuentro entre el alma y Dios. Lo demás, no interesa, porque nadie sabe ni lo que es el purgatorio ni lo que es el Cielo.

Pero, este hombre –Bergoglio- habla por hablar: para tener a la clientela entretenida, sin aportar ninguna verdad, porque no hay verdad en él. No puede haberla. Su mente está tejida sólo por el demonio. Y vive del demonio, se acuesta con el demonio, se levanta con el demonio y todo lo obra con el demonio.

Bergoglio: el falso papa de los sodomitas, ateos, herejes, cismáticos, apóstatas de la fe

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«´Hermanos´ y ´hermanas´ son palabras que el cristianismo quiere mucho» (Audiencia general, 18 de febrero del 2015).

Se cae en la herejía, no sólo diciendo el error como una verdad que hay que seguir, sino también por hacer uso inadecuado de las palabras. Esto es constante en Bergoglio. Un hombre, que no tiene  cautela y modestia en el hablar, se expresa con un lenguaje de herejía, con sabor a herejía. Hay que saber, cuando se habla, emplear los términos, las palabras adecuadas y evitar todo aquello que produzca confusión en el hablar.

Bergoglio es siempre confusión, cuando habla, cuando escribe: dice tantas cosas, en su lenguaje, que son una mentira, pero que se transmiten como una verdad, como algo cierto. Y la mente del hombre no suele captarlo al momento. Sólo los que están muy despiertos en la vida espiritual, ven la herejía en el lenguaje bello de Bergoglio. Los demás, se la tragan como si este hombre hablase una verdad.

Ante esta primera frase de Bergoglio, la gente suele tomarla como buena, como verdad. Pero la gente no ve la herejía, porque no está acostumbrada a discernir las palabras.

Para discernir el discurso de un hombre, hay que fijarse en sus palabras, en sus términos, en sus giros. Sólo así se ve la mente de ese hombre, lo que piensa, lo que está revelando.

El verdadero católico no ama la palabra ´hermano´ ni la palabra ´hermana´. No se aman palabras o ideas humanas o una filosofía o un lenguaje de la vida. El católico verdadero ama a Cristo, ama a una persona, pero no una idea de Cristo ni una idea de una persona.

En el corazón está la ley del Señor: «dentro de mi corazón está tu ley» (Sal 39, 9). Y la ley del Señor es la ley del Amor, que son dos preceptos:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tus fuerzas. Éste es el más grande y el primer mancamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la ley y los profetas» (Mt 22, 37-40).

Se ama a Dios o al prójimo en la Ley del Señor: en una regla divina, en una norma de moralidad, en una ley de la gracia.

Por tanto, nadie ama la palabra hermano: no tiene sentido amar esta palabra.

De esta manera predican los falsos sacerdotes y Obispos: predican dando ideas a la mente del hombre. Predican un lenguaje humano, que es bello: la palabra hermano el cristiano la quiere mucho. Es un lenguaje bonito, agradable, pero cargado, con sabor a herejía.

Quien ha discernido a Bergoglio, ante esta primera frase, ya sabe de qué va a ir el discurso. Y no tiene que leer más. Lo tira al cubo de la basura y no pierde el tiempo con este hombre.

Pero hay muchos católicos, que siguen atentos a las palabras y a las obras de Bergoglio, y que todavía no saben discernir lo que es Bergoglio. Todavía esperan algo de ese hombre. Son católicos ciegos, como Bergoglio. Buscan al hombre en Bergoglio; pero no la verdad en el hombre, en Bergoglio.

Quien no busca la verdad en los hombres, se queda con los hombres, con sus ideas, con sus obras, y desprecia la verdad.

En la Iglesia se ama la Verdad. Y la Verdad es una Persona Divina: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»

La verdad no es una idea sobre Cristo o sobre el amor de Cristo. La Verdad es Cristo, una Persona Divina, Dios y Hombre verdadero. Por tanto, amar la verdad no es amar la idea de hermano, sino que es imitar con el hermano lo que hizo Cristo con los hombres.

Amar a Cristo es imitarlo: hablar sus mismas palabras y obrar sus mismas obras.

Gran parte de la Jerarquía predica la idea de Cristo y obra lo que ellos quieren. No predican el Evangelio, la Palabra de Dios; ni hacen las mismas obras de Cristo. Cogen la idea: Jesús, Cristo; cogen una frase del Evangelio y dan su interpretación: su lenguaje, su filosofía, su idea de lo que es Cristo o de lo que es esa obra.

Esto ha sido constante en toda la historia de la Iglesia. Y seguirá siempre lo mismo. Al hombre le cuesta tener la mente de Cristo y, por tanto, le cuesta hacer las mismas obras de Cristo. Es muy fácil dar una interpretación del Evangelio de turno y obrar lo que a uno le parezca que es bueno.

Hay muy pocos católicos que sepan discernir a una Jerarquía por sus palabras. Cuando llegue el Anticristo, esos católicos lo van a pasar muy mal. Si no pueden descifrar el lenguaje baboso de Bergoglio, menos van a poder descifrar el lenguaje científico y filosófico que traerá el Anticristo.

Si muchos católicos caen como moscas antes las idioteces de un Bergoglio, ¿cuántos no se van a perder por el lenguaje brillante de un Anticristo, que se las sabe todas para engañar a los más afamados teólogos de la Iglesia?

«El vínculo fraterno tiene un sitio especial en la historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en la vivacidad de la experiencia humana».

El vínculo fraterno recibe su revelación en la experiencia del hombre: gravísima herejía que nadie contempla. Pero que está ahí: en este lenguaje bello, pero oscuro.

El vínculo fraterno: la unidad entre hermanos. ¿Dónde se revela? En la experiencia de la vida del hombre.

¡Gran falsedad!

Lo que se revela en la experiencia humana son las obras de lo que se piensa: obras de fe, obras de impiedad. Obras de virtud, obras de pecado, de vicios.

Lo que vemos en la historia de los hombres son obras: buenas o malas.

¿Dónde está el vínculo entre hermanos? Hay que buscarlo, no en la experiencia del hombre, sino en la Revelación de Dios:

«¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quien quiera que hiciere la voluntad e Mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12, 48- 50).

El vínculo entre hermanos es siempre una atadura espiritual, no de sangre, no de carne, no de raza humana. Ser hijos de Dios son aquellos «que creen en su Nombre, que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos» (Jn 1, 12-13).

Es el Espíritu de Dios el que une a los hombres como hermanos, como hijos de Dios. Y los une en la medida en que cada hombre tiene fe en la Palabra de Dios. Si el hombre  no tiene fe, es decir, si el hombre no obedece la Voluntad de Dios, no pone su mente humana en el suelo para aceptar los mandamientos de Dios, entonces el Espíritu no puede unir entre los hombres, no puede hacer un vínculo fraterno.

Para el vínculo fraterno, se necesita que los hombres obren la Voluntad del Padre. Entonces, serán uno en Cristo.

Bergoglio habla aquí de su falso ecumenismo: el de la historia, el del hombre, el que viene de la revelación de la experiencia humana. Por eso, habla una herejía oponiéndose a la Palabra de Dios. Pero los hombres, los católicos, como no saben pensar la verdad, toman este lenguaje de Bergoglio como algo bello, algo sin error, sin mentira. Y se tragan la herejía sin saberlo. Pero es una ignorancia culpable: son católicos cómodos en la vida espiritual. No luchan por la Verdad, no luchan por Cristo, sino que están sólo interesados por la obra de Bergoglio, de un hombre, en la Iglesia.

«Jesucristo llevó a su plenitud incluso esta experiencia humana de ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potenciándola de tal modo que vaya mucho más allá de los vínculos del parentesco y pueda superar todo muro de extrañeza»: otra gravísima herejía que los hombres no ven.

Jesús coge la experiencia humana de ser hermanos y la asume en el amor trinitario: esto es anular la Encarnación, el dogma del Verbo Encarnado. Esto se llama: panenteísmo: Dios en todas las cosas. Todo en Dios. Jesús que vive en todas las experiencias humanas. Jesús que supera todo muro de extrañeza humana. Todas las experiencias de los hombres están en Dios.

Este lenguaje humano de Bergoglio está cargado de herejías: no sólo tiene el sabor de la herejía, sino que habla con la herejía.

Jesús, en Su Encarnación, asume una naturaleza humana: un alma y un cuerpo humano.

Jesús, por lo tanto, no asume ninguna experiencia humana: no asume en su amor trinitario la experiencia humana de ser hermanos y hermanas. Decir esto, como lo dice este hombre, es decir la herejía del panenteísmo: Jesús, al asumir la naturaleza humana, asume a todos los hombres, sus vidas, sus obras, sus mentes. Y, por lo tanto, Jesús está en todos los hombres. Todos en Jesús. Eso es el panenteísmo: Dios en todo; todo en Dios. Consecuencia: Jesús lleva la vida, las obras, las mentes de los hombres, sus experiencias de ser hermanos, sus vínculos fraternos, a otra dimensión: a otra potencia, en la cual no hay un muro de extrañeza, de exclusión.

Por eso, Bergoglio es el falso papa de los sodomitas. Los sodomitas no son extraños a Jesús. Jesús ha dado a esa experiencia sodomítica una potencialidad nueva.

Bergoglio, en su lenguaje rastrero, sabe muy bien lo que está diciendo: sabe la herejía que piensa y que obra en su vida.

Los católicos, muchos católicos, siguen dormidos, atentos a Bergoglio, sin discernir nada ni de su persona, ni de su mente, ni de sus obras. Les gusta el lenguaje baboso de este hombre, porque eso es lo que viven en sus vidas espirituales: una tibieza que les ciega para ver la verdad, para discernir la verdad de la mentira.

«Sabemos que cuando la relación fraterna se daña, cuando se arruina la relación entre hermanos, se abre el camino hacia experiencias dolorosas de conflicto, de traición, de odio»: este hombre comienza, ahora, a faltar contra el segundo mandamiento: coge la Palabra de Dios, coge el nombre de Dios y lo usa en vano: interpreta como le da la gana esa Palabra Divina.

Una vez que ha mostrado su herejía: el panenteísmo; tiene que exponerla.

Se rompe una relación entre hermanos, queda un dolor. Este hombre sólo se queda en el dolor: en lo sentimental. Pero no distingue el dolor.

En la vida de cada hombre se tiene la experiencia de que hay que cortar con los hombres: ya sean hermanos, parientes, amigos, desconocidos, etc… Y eso es siempre un dolor. Pero eso no es la vida.

No se vive ni para amar a un hermano ni para odiar a un hermano. Se vive para hacer la Voluntad de Dios, aunque se corten relaciones entre hermanos o entre hombres.

Como Bergoglio no puede fijarse en la Voluntad de Dios, que exige al alma cortar con un hombre por amor a Dios, aunque se produzca un dolor, entonces este hombre vive en la angustia existencia del dolor:

«Después del asesinato de Abel, Dios pregunta a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?» (Gen 4, 9a). Es una pregunta que el Señor sigue repitiendo en cada generación. Y lamentablemente, en cada generación, no cesa de repetirse también la dramática respuesta de Caín: «No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano? » (Gen 4, 9b)». Esta angustia existencial es lo propio de todos los modernistas.

Como han anulado la Justicia de Dios, el pecado, no pueden comprender las consecuencias del pecado entre los hombres. Y lanzan a la humanidad hacia la angustia vital: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Es una pregunta que el Señor sigue repitiendo en cada generación».

Dios no pregunta eso a ninguna generación. Eso se lo preguntó a Caín. Punto y final. Bergoglio coge el Nombre de Dios, es decir, Su Palabra Revelada, y la usa en vano: en su angustia vital, en su herejía del panenteísmo, anulando así la Palabra de Dios. Y, por lo tanto, enseñando una nueva y falsa doctrina: la fraternidad universal.

Cada generación de hombres vive una angustia vital: «Y lamentablemente, en cada generación, no cesa de repetirse también la dramática respuesta de Caín: «No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?»: esto es poner el pecado como un ser filosófico y social.

El pecado ya no es la ofensa que cada hombre hace a Dios, sino la ofensa que una generación hace a los hombres. El pecado de una estructura social o de una estructura religiosa. Hay que levantar una nueva estructura de iglesia en donde se incluyan a todos los hombres, sean ateos, sodomitas, etc…

Y, claro, Bergoglio descansa en su sentimentalismo: esto es algo feo, algo que hay que quitar:

«La ruptura del vínculo entre hermanos es algo feo y malo para la humanidad. Incluso en la familia, cuántos hermanos riñen por pequeñas cosas, o por una herencia, y luego no se hablan más, no se saludan más. ¡Esto es feo! La fraternidad es algo grande, cuando se piensa que todos los hermanos vivieron en el seno de la misma mamá durante nueve meses, vienen de la carne de la mamá. Y no se puede romper la hermandad».

La unidad está en la sangre: «todos los hermanos vivieron en el seno de la misma mamá durante nueve meses, vienen de la carne de la mamá. Y no se puede romper la hermandad». Este es el grito típico de este hombre: su ecumenismo de sangre, que viene de su herejía del panenteísmo.

Porque una mujer os ha engendrado, entonces no se puede romper la hermandad.

¿Quién es mi hermano? ¿El que nace en la mujer? ¿El que está en el seno de una misma mujer? No; el que hace la Voluntad de Mi Padre, que está en los cielos, no en la tierra.

Bergoglio come tierra y eso es lo que ofrece a todas las almas: una iglesia de carne, de sangre, de mentes humanas, de obras humanas, de vidas humanas. Se quiere hacer una iglesia universal sin muros de extrañeza, sin exclusiones de ningún tipo.

¡Cuánto cuesta a los católicos ver esto en el lenguaje de Bergoglio! Siempre este hombre anda dando vueltas a su herejía panenteista. Y la dice de muchas maneras y siempre acaba en lo mismo: llorando por sus hombres. Llora por sus sodomitas, por sus ateos, por sus luteranos, por sus budistas…. Es la perversión de su mente humana, que ya no es capaz de ver la Verdad. Bergoglio no puede ver a Cristo como Verdad: lo ve como una idea que ha concebido en su mente humana.

«La fraternidad no se debe romper y cuando se rompe sucede lo que pasó con Caín y Abel»: la fraternidad hay que romperla siempre por un bien mayor y más perfecto: la ley del Señor, que obliga a romper con los hombres que no hacen Su Voluntad Divina.

Se ama al prójimo rompiendo con él cuando muestra un pecado, una herejía, un error en su vida, en sus obras, en sus palabras.

La única forma que tiene toda la Iglesia de amar a Bergoglio es rompiendo con él como Papa. Es la única manera de amarlo. Y esto es lo que muchos católicos no acaban de comprender, porque ponen el amor de Dios en un sentimiento, en una idea, en un lenguaje humano.

El amor de Dios en el alma es siempre una cruz entre los hombres, en la relación con los hombres. No se puede levantar una estructura religiosa o social sin la Cruz, sin poner diferencia, sin poner muros, sin excluir.

Por eso, hay que poner un muro de división, hay que excluir de la vida de la Iglesia a Bergoglio. Si no se hace esto, Bergoglio es la causa de que muchos se condenen dentro de la Iglesia. Y esto es una obra abominable.

Y los católicos que permiten esto, que no luchan contra el error y la herejía dentro de la Iglesia, se suman a esta obra abominable y a través de ellos se condenan muchos más.

Aquel que, después de dos años, siga viendo a Bergoglio como bueno para la Iglesia, ya está haciendo una obra abominable dentro de la Iglesia y se une a la obra de Bergoglio en la Iglesia.

Aquel que obedece a un hereje, comete el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo. Y no puede salvarse por más que comulgue y se confiese todos los días.

Bergoglio no es cualquier cosa en la Iglesia: ha sido puesto como falso papa, para que la Iglesia le dé obediencia. Esto es abominable. Y no discernir lo que es Bergoglio es caer en esta abominación.

¡Cuántos católicos y sacerdotes y Obispos ya son abominables en la Iglesia! Por obedecer a Bergoglio como Papa han caído en este pecado.

¡Cuántos católicos hay que no comprenden este punto! Creen que ser Iglesia es una asunto social o filosófico o teológico.

Y ser Iglesia es cuestión de obediencia. Si el alma obedece la Verdad, que está en Cristo y que está en la Jerarquía fiel a Cristo, entonces se salva y se santifica. Pero si el alma obedece la mentira, que no está en Cristo, pero sí en la Jerarquía infiel a Cristo, entonces se condena por la fuerza de esa obediencia.

¿Quiénes son mis hermanos? Los que obedecen la Verdad, que es la Voluntad de Mi Padre.

La verdad es una Voluntad Divina: una obra divina. El Padre revela Su Voluntad, Su Obra, en Su Hijo, en Su Palabra. Por eso, Jesús es la verdad revelada, la verdad, que está en el Padre, pero revelada, manifestada en la obra de Su Hijo. Y el Hijo la dio a conocer en la Cruz: es una Verdad Divina que lleva a todo hombre a amar la Cruz. La verdad es algo que está en la Mente de Dios y que necesita el sometimiento de la mente del hombre para poder ser obrada como Dios quiere. Y para que el hombre conozca la verdad, Dios tiene que manifestar su Mente. Por eso, dio a Su Hijo para que el hombre lo escuche y aprenda a obrar la Verdad.

Los hombres ya no quieren escuchar a Cristo. Sólo escuchan a los hombres y se quedan con el lenguaje de ellos. Prefieren las palabras baratas y blasfemas de Bergoglio a la verdad del Evangelio.

«El vínculo de fraternidad que se forma en la familia entre los hijos, si se da en un clima de educación abierto a los demás, es la gran escuela de libertad y de paz».

Esto es su frase necia: «Si la educación de un chico se la dan los católicos, los protestantes, los ortodoxos o los judíos, a mí no me interesa. A mí me interesa que lo eduquen y que le quiten el hambre. En eso tenemos que ponernos de acuerdo» (29 de julio del 2013).

El vínculo de sangre, de fraternidad, que no se puede romper, tiene que ser mantenido con una educación abierta a todos los demás, buscando ¿qué cosa? La libertad y la paz. Hay que enseñar a los hombres a ser libres. Es la idea de la masonería. Fraternidad en las familias, libertad en la educación e igualdad en la idea religiosa para obrar: el amor, la libertad y la paz.

Son los tres ejes de la masonería, que vienen de una herejía: el panenteísmo. Dios está en todas las cosas porque todas las cosas han sido creadas de la esencia de Dios. Cada hombre es una idea divina. Por eso, no se puede romper con la fraternidad de sangre. Es algo feo, para Bergoglio.

«En la familia, entre hermanos se aprende la convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Tal vez no siempre somos conscientes de ello, pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo»: otra gravísima herejía que nadie ha captado.

¿Qué es la familia? Aquella en la que no se rompe la fraternidad. Ya no se llama padre, madre, hermanos, a los que hacen la Voluntad de Dios, sino a los que viven en sus mentiras, en sus errores, en sus pecados, en sus abominaciones debajo de un mismo techo. Los padres ya no tienen que corregir, castigar a sus hijos; ni los hijos tienen que dar la obediencia a sus papás. Sino que todo es fraternidad de sangre: como todos han nacido en un mismo seno, hay que vivir el sentimentalismo, que es el ecumenismo de sangre.

Consecuencia, las sociedades tienen que levantarse, tienen que construirse de la misma manera: es la familia la que introduce la fraternidad en el mundo.

Las familias católicas, ¿cómo es que no se levantan contra esta frase de Bergoglio? ¿Van a esperar al Sínodo de octubre para comprobar cómo se destruye la familia y para lamentarse de no haber visto a tiempo esta desgracia?

Bergoglio está siendo claro: está dando a conocer lo que quiere obrar. Y esto es desde siempre, desde que lo pusieron como falso papa. En el Sínodo pasado, no le dejaron. No pudo. Pero ya se siente fuerte, ya ha puesto a sus cardenales, a sus obispos, a sus sacerdotes en los sitios claves, porque quiere poner en ley lo que predica.

Y ninguna familia católica se levanta contra lo que esté predicando este hombre. Y sólo se lamenta la gente de que este hombre se está abriendo a los sodomitas y quiere cosas que la Iglesia no quiere. Pero no son capaces de llamar a Bergoglio como lo que es. Lo tienen como su papa.

Después, no os lamentéis de lo que va a suceder en Octubre.

Es claro lo que va a pasar. Bergoglio ya lo está diciendo en sus homilías, en sus discursos, en sus mensajes. ¿Cómo es que no lo veis?

Porque ya no sois católicos, como ese hombre no lo es. Y queréis a ese hombre porque queréis lo humano para la Iglesia: queréis soluciones humanas para la Iglesia.

Una familia que no busca la Verdad, la ley de Dios, que no castiga a sus hijos, que no ama a sus hijos dándoles la Voluntad de Dios, que no los educa para conquistar el cielo, sino sólo para que sean hombres en la sociedad, buenos, pero auténticos demonios, quiere una sociedad donde se refleje eso mismo: lo humano, lo natural, lo carnal, lo material, la sangre y la carne. Y, por lo tanto, se va en busca de un poder temporal globalizante, que lo abarque todo y que sea un paraíso en la tierra.

Es la gran herejía que predica este hombre:

«La bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre este vínculo de fraternidad lo dilata de un modo inimaginable, haciéndolo capaz de ir más allá de toda diferencia de nación, de lengua, de cultura e incluso de religión»: gobierno mundial, iglesia universal. Más allá de toda diferencia; más allá de toda idea religiosa. Bergoglio siempre está en su idea panenteista: Dios en todas las cosas. Dios se refleja en todos los hombres, en todas las culturas, en todas las religiones…

Por eso, sigue llorando por los hombres: «Pensad lo que llega a ser la relación entre los hombres, incluso siendo muy distintos entre ellos, cuando pueden decir de otro: «Este es precisamente como un hermano, esta es precisamente como una hermana para mí». ¡Esto es hermoso!».

Para terminar diciendo su blasfemia masónica:

«La historia, por lo demás, ha mostrado suficientemente que incluso la libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden llenarse de individualismo y de conformismo, incluso de interés personal».

Las tres ideas maravillosas de la masonería: libertad, igualdad y fraternidad. No se es libre sin el amor de la sangre y de la carne. Todo aquel que quiere ser libre tiene que aceptar la sangre y la carne: tiene que ver al otro, sea lo sea, como un hermano. No importa su mal, su pecado, su error, su mentira…Eso no interesa. El sodomita es tu hermano. Si tú quieres ser libre, acepta al sodomita como lo que es: es tu hermano de sangre y de carne. No lo juzgues. No rompas el vínculo de la fraternidad. Qué feo que es eso.

Si quieres ser libre en tu religión sé igual con todas las religiones. No hagas proselitismo. No busques convertir a nadie. Son tus hermanos de sangre. Es el ecumenismo de sangre.

Esto es Bergoglio. Y no es otra cosa. La gente se queda en lo superficial de Bergoglio, pero no va a su mente.

Bergoglio es tres cosas: una persona que vive en el orgullo de su vida; un hombre sin la gracia, que vive en la muerte de su pecado; un corazón cerrado al Amor de Dios, que pone, con sus obras, el odio a Dios y a todos los hombres.

Orgullo, muerte y odio: este es el ser de Bergoglio.

Y Bergoglio muestra su ser revelando su mente. Si quieren conocer lo que es este hombre, acudan a su mente: a su palabra, a su idea. No se queden en su lenguaje florido, bonito, rastrero, vulgar.

Bergoglio es el falso papa de los ateos, de los sodomitas, de los herejes, de los cismáticos, de los apóstatas de la fe. El falso papa de una falsa iglesia, que ya se está viendo por todas partes.

Y deben combatirlo como falso papa -no como Papa- y, por tanto, deben combatir su falsa iglesia, con su falso cristo, su falsa misericordia, su falsa doctrina, su falsa jerarquía.

Si no lo hacen cada uno tendrá su culpa, su pecado. Y el demonio podrá con ustedes una vez que cambie el papado.

Con Bergoglio se ha iniciado un nuevo y falso papado. Todos aquellos que están en ese falso papado, que den su obediencia a Bergoglio como Papa, estarán bajo el reino del demonio. Atados. Y no podrán salir de esa falsa iglesia. Si salen, será con una grave dolencia espiritual, que los marcará para toda su vida.

Muchos sacerdotes, Obispos, que son teólogos, no se van salvar aunque tengan una gran teología. Nadie tiene excusa por estar viendo a un hereje y no combatir con las armas del Espíritu a ese hereje. No hay excusa ante Dios. Ante los hombres, se ponen muchas excusas, pero no sirven ante la Voluntad de Dios.

La Iglesia Católica condena para siempre

ISIS

«El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre» (Bergoglio, 15 de febrero del 2015).

La Iglesia está sin pastor, sin cabeza. Una cabeza que no condena para siempre no es cabeza de la Iglesia, no es la voz de Cristo:

«Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt 25, 41).

Esta es la Palabra de Dios que condena para siempre.

Se condena para siempre el pecado, el error, la herejía, el cisma, toda obra en contra de la Voluntad de Dios.

Hay un fuego eterno, hay una condenación para siempre. Decir otra cosa es enmendar la Palabra de Dios. Es llamarle a Jesús: mentiroso.

La Iglesia, que es el Cuerpo Místico de cristo, condena, como lo hace Su Cabeza. Pero ya la Iglesia no cree en sí misma, sino en lo que los hombres dicen.

Hay que condenar a ISIS. Pero eso no lo puede hacer un hombre que habla así en la Iglesia. Un hombre que no juzga a nadie no es un hombre de Iglesia.

La herejía es condenar el error para siempre. Y, por tanto, se condena al que acepta una herejía en su mente, para obrarla en su vida. Se condena a la persona por su herejía.

La herejía es lo contrario a la fe. Quien comete herejía carece de fe divina. Y no pertenece a la Iglesia.

Lo que una vez fue condenable, ya no lo es. Éste es el sentido de las palabras de Bergoglio. Frase que esconde un pensamiento perverso. Lo oculta, porque no se atreve a darlo a conocer abiertamente.

Para Bergoglio no existe ni el infierno ni el purgatorio. Y tampoco existe el alma como ser inmortal.

Si todos se salvan, entonces ¿cómo explicar lo que hizo Hitler, cómo explicar las almas de los que han decapitado a esos católicos coptos? ¿Se salvan o se condenan? En el pensamiento de Bergoglio: se aniquilan.

Estos hombres no pueden entender a un Dios que castiga. Ellos creen que Dios acepta todo lo que es misericordioso. Y, por eso, todo el mundo se salva, se va al cielo, por el solo hecho de su buena voluntad:

«difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero» (Ib).

¿Qué pasa con aquellas almas que no piden la misericordia con corazón sincero? ¿Se condenan para siempre? No; porque la Iglesia no condena para siempre. ¿Entonces, qué ocurre? El alma tiene que aniquilarse: cuando muere su cuerpo, deja de existir el alma. Pero el alma también se va al cielo.

«En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie se acabe no se apagará la luz de Dios, que en ese momento invadirá todas las almas y todo será en todos» (RepubblicaEdición Osservatore).

La luz de Dios invadirá todas las almas y todo será en todos: no puede darse ni el infierno ni el purgatorio. Si acaso se dan es sólo temporal o están vacíos. Como el fuego eterno fue preparado por Dios para el diablo y sus ángeles, entonces está vacío de hombres. Sólo está el demonio, si existe como tal.

También las almas, que se aniquilan, las invadirá la luz de Dios, aunque no hayan alcanzado la buena voluntad en esta vida. Vuelven a la nada, es decir, vuelven a la luz de Dios, de la cual fueron creadas. La luz de Dios no se aniquila.

Para estos hombres pervertidos en su inteligencia humana, la creación de las almas, como la del universo, no es de la nada, sino de la esencia de Dios (es el panteísmo y el panenteísmo). Y, por lo tanto, el alma que se aniquila vuelve a la esencia de la cual fue creada: Dios. Vuelve a ser luz de Dios. Por eso, dice Bergoglio: «la luz de Dios invadirá todas las almas y todo será en todos».

Por eso, este hombre no puede fustigar a toda esa basura islámica que ha hecho esta matanza. No puede juzgar al alma que mata, porque se va a morir y va a volver a Dios, va a ser Dios.

Tengan en cuenta que Bergoglio pone la luz de Dios – la gracia-  en el alma, no en el corazón:

«La gracia no es parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no de sabiduría ni de razón»: una vez que muere el alma, esa luz vuelve a Dios.

La gracia es una cantidad de luz: algo medible, algo finito, algo que puede dejar de ser.

El alma es una cantidad de luz: cuando el hombre hace su trabajo de amar a los demás, más que a sí mismo, entonces tiene el cielo. Pero si el hombre no hace ese trabajo, esa luz de Dios va despareciendo hasta que el alma encuentra la muerte. Ya no tiene la cantidad de luz y muere Y muere antes que la muerte del cuerpo. Y esa alma, que se aniquila, no puede condenarse, sino que vuelve a su origen, Dios. Como la misericordia de Dios es infinita, entonces esa luz invade esa alma y se reencuentra en el cielo con las demás almas. La memoria que hizo esa alma no se pierde. Se vuelve a encontrar, pero de otra manera, más sublime.

Por eso, para Bergoglio no existe el dogma, lo absoluto, lo incondicional.

Todo es un relativismo. Él está en el relativismo universal de la verdad. Todo es del color como los hombres se lo inventen con sus pensamientos humanos. Es el culto a la mente del hombre. Es la perversión de la verdad: todo se trastoca, todo se reinterpreta, todo tiene el nombre de humanismo.

No se puede condenar a ISIS porque están haciendo un buen trabajo: el ecumenismo de sangre.

«Recordando a estos hermanos que han sido muertos por el solo hecho de confesar a Cristo, pido que nos animemos mutuamente a seguir adelante con este ecumenismo que nos está alentando, el ecumenismo de la sangre» ( (ver texto) : estamos todos unidos en la sangre. Ecumenismo.

«La sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que grita. Sean católicos, ortodoxos, coptos, luteranos, no interesa: son cristianos. Y la sangre es la misma, la sangre confiesa a Cristo».

La sangre que confiesa a Cristo: vean la clarísima herejía.

Es esa nueva iglesia universal, en la que todos se reúnen, es la que confiesa, con su sangre, a Cristo.

¡Que ISIS siga matando!: está obrando el ecumenismo de sangre: la nueva iglesia de los católicos, de los ortodoxos, de los coptos, de los luteranos, de los cristianos…

¡Qué gran obra la de ISIS! Ninguna condena por parte de este hombre. Sólo su llanto:

«Me permito recurrir a mi lengua materna para expresar un hondo y triste sentimiento»: deja ya de llorar, Bergoglio, por tus hombres. Deja tu sentimiento a un lado y vete a un monasterio a llorar tu triste vida. No te necesitamos en la Iglesia Católica. A un hombre que llora por los hombres no hay ninguna necesidad de él. Queremos un Papa, como Benedicto XVI, que fustigue a ISIS.

Los coptos son católicos, no cristianos. ¿No conoces a tu gente, Bergoglio? No eres católico. ¡Es normal que no conozca lo que es la Iglesia Católica! Ya a nadie le sorprende eso. Eres del mundo, y hablas como habla un político del mundo: instrumentalizando esa matanza para tu idea política de una iglesia universal, de un ecumenismo de sangre.

Bergoglio es todo del hombre y todo para el hombre.

Por eso, al explicar Bergoglio la ley de Moisés sobre los leprosos, tiene que caer en su idea humana del pecado:

«la finalidad de esa norma era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado» (15 de octubre 2015).

¡Qué poco ha entendido este hombre lo que es el Antiguo Testamento, es decir, la Palabra de Dios revelada!

No ha leído a Santo Tomás:

«Todos estos ritos tenían sus causas racionales, según que se ordenaban al culto de Dios para aquel tiempo; y las tenían figurativas, en cuanto se ordenaban a figurar a Cristo» (Sto. Tomás – Prima secundae q.102 a.5). Causas racionales y causas figurativas.

Y, por lo tanto, «las purificaciones de la ley antigua se ordenaban a remover los impedimentos del culto divino» (Ib resp. 4): esta es la primera causa racional.

Los pecados son los impedimentos para dar culto espiritual de Dios. Hay que apartar del culto exterior a los hombres que tenían ciertas inmundicias corporales, como la lepra, el flujo de semen o el flujo de sangre en las mujeres, etc…

«Todas estas impurezas tenían razón literal y figurativa. La literal, por la revelación de cuanto pertenece al culto divino, ya porque los hombres no suelen tocar las cosas preciosas cuando están manchados, ya porque la dificultad de acercarse a las cosas sagradas hacía a éstas más venerables…Había otra razón literal: que los hombres, por asco de algunos enfermos y temor del contagio, por ejemplo de los leprosos, temiesen acercarse al culto divino» (Ib. resp. 4).

La finalidad de esta norma era dar culto a Dios en Espíritu y en Verdad. Los leprosos, por su enfermedad, no pueden tocar lo sagrado, no pueden estar en un sitio sagrado. Y su enfermedad podía impedir que otros viniesen a dar culto a Dios. No se les marginaba, sino que se les ponía en su lugar.

Bergoglio está en su sentimentalismo perdido:

«Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados» (15 de octubre 2015).

No comprende, Bergoglio, que para llegar a ver a Dios hay que pasar una gran purificación, una gran expiación. Dios exige la purificación del alma y del cuerpo para su culto divino.

Por eso, las Misas que se celebran sin esta purificación del alma y del cuerpo no son agradables a Dios. Hay que ayunar antes de comulgar. El cuerpo tiene que estar dispuesto para tocar a Dios, para estar en la presencia de Dios, para recibir la Hostia Santa. Disposición corporal y espiritual.

Bergoglio pone el grito en el cielo con esta marginación de los leprosos. No ha entendido, ni el sentido racional, literal, ni el sentido figurativo de la ley mosaica1:

«La razón figurativa de estas impurezas es ésta: que por ellas se significaban diversos pecados… La impureza de la lepra es la impureza de la doctrina heretical, ya porque la herejía es contagiosa como la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina hay que no lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo del leproso aparecen manchas de lepra en medio de la carne sana…».

En la lepra, Moisés figuraba la herejía. Cada enfermedad es de acuerdo a su pecado. La lepra en el cuerpo señala la lepra en la mente: el pecado de herejía, que aparta al alma del pueblo, de la Iglesia. La excomulga, hasta que no haya curado de su lepra, de su herejía. El apartamiento era la expiación de su pecado: era un bien para su alma. Encontraba en ese castigo la paz para su corazón.

La impureza que se originaba de la corrupción, ya sea de la mente, ya del cuerpo, tenía que ser expiada. Había que hacer sacrificios por el pecado. Por eso, el leproso tenía que irse fuera del poblado: no era por marginación social, no era por abandono de sus propios familiares, no era por exclusión de los sanos…Era para expiar el pecado.

Esto es lo que, hoy día, nadie entiende. Nos parecen las leyes del AT muy fuertes, muy exigentes, muy radicales. Pero ellos se ponían en la verdad: en el pecado como ofensa a Dios.

Bergoglio se pone en la mentira: en el pecado como ofensa a la sociedad. Entonces, tiene que predicar su vómito comunista, su bien común social. Estamos en una iglesia con una mentalidad llena de prejuicios. Hay que revolucionar las conciencias sociales. Hay que mirar la Iglesia de otra manera.

A la no condenación para siempre de Bergoglio, se opone el Papa Gelasio I2:

«¿Acaso Nos es a nosotros lícito desatar lo que fue condenado por los venerables Padres y volver a tratar los criminales dogmas por ellos arrancados? ¿Qué sentido tiene, pues, que tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por nuestros mayores conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en restablecerlo?»

Lo que una vez fue condenado no es lícito desatarlo. Se condenó para siempre.

Lo que una vez fue rechazado como herejía no hay que examinarlo de nuevo como si no fuera herejía. Se rechazó para siempre.

Bergoglio se empeña en restablecer a todos los herejes, los cismáticos y apóstatas de la fe. Ponerlos dentro de la Iglesia, cuando tenían que estar fuera de ella. Es su nueva iglesia mundial.

«¿Acaso somos más sabios que ellos o podremos mantenernos en sólida estabilidad, si echamos por tierra lo que por ellos fue constituido?…»: ¿la Iglesia del siglo XXI es más sabia que la de los primeros siglos Jerusalén para echar por tierra todos los anatemas que se hicieron?

No; no es más sabia. Es más pecadora.

La Iglesia ha compuesto, durante siglos, la regla de la fe católica contra todas las herejías. Los Papas y los Concilios comenzaron a explicitar las verdades de la fe para refutar, condenar y corregir las herejías.

¡La Iglesia condena para siempre!

Hay una regla de fe que todo católico tiene que saber. Son los principios del catolicismo.

Todas las condenas de la Iglesia, para Bergoglio, no son condenas. Son sólo formas de hablar que en el tiempo de la condena se hacía. Ahora, en estos tiempos nuevos, hay que hablar de otra manera, restableciendo al que una vez se le condenó.

Es su mente pervertida: «la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables» (15 de octubre 2015). Lo que es incurable en el pensamiento de Dios, es curable en el lenguaje de los hombres. El hombre ha anulado a Dios.

El camino que Dios ha puesto para curar el pecado en los hombres, que es la purificación, la penitencia, la expiación del pecado, ya no sirve para la nueva y falsa Jerarquía.

Si el hombre no sigue ese camino divino, es incurable en su pecado. Está en su vida de pecado. Y quien no quiere salir de esa vida de pecado, no puede ser curado con fórmulas humanas. Porque todo pecado tiene una raíz espiritual. Y hay que quitarla para ser curado.

Pero el problema de toda esta Jerarquía es que ha puesto el pecado en la raíz humana o social. Ha hecho del pecado una cuestión filosófica o social.

Por eso, Bergoglio no es quién para juzgar: no puede condenar a nadie para siempre. No ha condenado a Isis. No puede. Todo vuelve a Dios. Incluso aquella alma que ha hecho un gran mal en su vida. Es la aberración que lleva su pensamiento. Por eso, Bergoglio es un vómito cuando habla.

Las herejías antiguas –según Bergoglio- son verdaderas ahora, en este tiempo histórico, para el hombre. No son condenables. Porque todo el problema está en el pensamiento del hombre, en su filosofía de la vida, en su visión del mundo y del hombre.

San Pablo le enseña a Bergoglio:

«Al hombre herético, después de una y segunda corrección, evítalo, sabiendo que el tal se ha pervertido y peca, condenándose por su propia sentencia» (Tit 3, 10).

La Iglesia condena para siempre porque ellos se condenan para siempre por su propia sentencia.

Norma sabia para todo aquel que quiera discernir la Jerarquía de la Iglesia. Son los sordos lo que no quieren oír la Verdad y enseñan su mentira, su corrupción de doctrina, su perversión en su mente y su lenguaje ambiguo en su boca.

Lo que sale de la boca de este hombre no es ni sano ni intachable, sino todo lo contrario. La palabra de Bergoglio mata a las almas: es enfermedad para la mente y el corazón del hombre. Y, además, está provista de una espada de doble filo: mete el puñal de la mentira con el puñal de la palabra melosa, agradable, sentimental, cargada sólo de humanismo.

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1 «La razón figurativa de estas impurezas es ésta: que por ellas se significaban diversos pecados. En efecto, la impureza de los cadáveres significa la del pecado, que es muerte del alma. La impureza de la lepra es la impureza de la doctrina heretical, ya porque la herejía es contagiosa como la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina hay que no lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo del leproso aparecen manchas de lepra en medio de la carne sana. Por la impureza de la mujer que padece flujo de sangre, se significa la impureza de la idolatría, a causa de la sangre de las víctimas. La impureza del varón por el derrame del semen designa la impureza de la vana parlería, porque semilla es la palabra de Dios (Lc 8,11). La impureza del coito y de la mujer parturienta significa la impureza del pecado original. La impureza de la menstruación es la impureza de la mente muelle por los placeres. En general, la impureza que proviene del contacto con una cosa impura significa la impureza del consentimiento en el pecado ajeno, según 2 Cor 5,17: Salid de en medio de ellas y apartaos y no toquéis cosa inmunda» (Sto. Tomás – Prima secundae q.102 a.5 resp.4).

2 « ¿Acaso Nos es a nosotros lícito desatar lo que fue condenado por los venerables Padres y volver a tratar los criminales dogmas por ellos arrancados? ¿Qué sentido tiene, pues, que tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por nuestros mayores conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en restablecerlo? ¿No es así como nosotros mismos – lo que Dios no quiera y lo que jamás sufrirá la Iglesia – proponemos a todos los enemigos de la verdad el ejemplo para que se levanten contra nosotros? ¿Dónde está lo que está escrito: No traspases los términos de tus padres [Prov. 22, 28] y: pregunta a tus padres y te lo anunciarán, a tus ancianos y te lo contarán [Deut. 32, 7]? ¿Por qué, pues, vamos más allá de lo definido por los mayores o por qué no nos bastan? Si, por ignorarlo, deseamos saber sobre algún punto, cómo fue mandada cada cosa por los padres ortodoxos y por los antiguos, ora para evitarla, ora para adaptarla a la verdad católica; ¿por qué no se aprueba haberse decretado para esos fines? ¿Acaso somos más sabios que ellos o podremos mantenernos en sólida estabilidad, si echamos por tierra lo que por ellos fue constituido?…» (PL 59, 31 A – De la Carta Licet inter varias, a Honorio, obispo de Dalmacia, de 28 de julio de 493).

La mundanidad espiritual: la falsa norma de moralidad

sanjusti

«¿Quién será el bienaventurado que entonces sufrirá piadosamente el martirio por Cristo? Pues yo diría que los mártires de esa época estarán por encima de todos los mártires. Porque los mártires de tiempos anteriores sólo han luchado con hombres. Pero quienes vivan en la época del Anticris-to saldrán a la lucha con el mismo Satanás en persona» (San Cirilo de Jerusalén)

La vida humana es esencialmente mundana, es decir, cada hombre se hace su mundo, vive en una estructura concreta de vida: y esto es lo que se llama la mundanidad.

La mundanidad es algo circunstancial: el hombre es mundano de este mundo. El hombre está en el mundo, vive en el mundo, pero también vive en su mundo.

La mundanidad se presenta en formas estructurales: en el trabajo, en la familia, en lo que es presente, en lo que es ausente, en lo patente, en lo latente. Es un ámbito en donde están las cosas y está el hombre: el hombre se instala en su mundo, vive en su mundo. Es algo más que estar en un espacio físico en donde están las cosas.

Hay una estructura mundana de la vida, hay un mundo exterior y un mundo interior. Y toda la vida se traza en el ámbito de esta mundanidad.

Estar en el mundo es, para todo hombre, estar haciendo el mundo, estar mundificando. El hombre hace su mundo, pero es siempre un hacer circunstancial.

Cuando el hombre asume la circunstancia, entonces el hombre pone su obra en el mundo, proyecta su vida, su mente, su fe, su pecado, su virtud.

Ya no sólo está localmente en el mundo, sino que se encuentra en el mundo: está haciendo algo para sí mismo o para la sociedad. Y esto no es ya algo circunstancial, sino existencial.

El hombre vive la realidad de estar en el mundo: es sensible a todas las cosas y a todas las personas con las que se encuentra.

Este ser sensible no es un sensualismo o un idealismo: no es algo que viene por los sentidos del hombre, que son siempre instintivos, oscuros, pasivos. El hombre siempre se confunde por los sentidos, es engañado por ellos. Y, tampoco, es algo abstracto, una idea que aparece en la mente al ver la realidad de la vida.

El hombre, cuando asume lo circunstancial de su vida, vive para sí mismo y para los demás. Y lo hace de acuerdo a su fe, a su idea religiosa. Nunca lo hace por una idea en la mente o por un deseo humano o por las apariencias externas.

El hombre siempre, en su mundo, lleva en sí mismo una visión intelectual y moral de la vida, de ese estar en el mundo.

El hombre, en su mundanidad, no se desprende de su moralidad: vive su moral. Vive como santo o como pecador: proyecta en su mundo su moralidad.

Cuando se habla de mundanidad espiritual, se cae en un absurdo.

Todo hombre está en su mundo interior, pero ese mundo es moral: pensamientos y deseos, obras de acuerdo a ese pensamiento, una vida que proyecta lo que se piensa, lo que se desea.

Es un mundo moral y, por tanto, un mundo espiritual: el hombre está en su mundo moral. Pero es una mundanidad propia del hombre, debida a él, que nace de él mismo.

Ya no es una mundanidad que viene de fuera, circunstancial. Cuando se habla de mundanidad, se habla de una estructura de vida circunstancial al hombre: el hombre se instala en esa estructura, que no es suya, que está fuera de él. Y, en esa estructura, el hombre hace su vida.

Y este hacer su vida es distinto a la mundanidad. El hombre, proyecta en esa mundanidad, en esa estructura, su vida moral, su mundo moral. Y este mundo moral ya no puede llamarse mundanidad moral, porque implica algo existencial que la mundanidad no posee.

El hombre, en las circunstancias en que vive, es sensible a todo lo que ve y pone su moralidad: su vida de pecado o su vida de santidad.

Por eso, no se puede hablar de mundanidad espiritual, porque no es algo circunstancial a la persona. Lo espiritual está dentro del hombre, no fuera de él. Lo espiritual no es una circunstancia, sino la misma vida del hombre: el hombre tiene un espíritu en su naturaleza humana. El mundo no tiene un espíritu en su esencia: es sólo material, corporal.

Bergoglio habla de esta mundanidad espiritual:

«La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal» (EG, n. 93).

O con otras palabras: «La mundanidad espiritual como paganismo disfrazado eclesiásticamente» (Corrupción y pecado, 8 de diciembre del 2005).

Una cosa es el paganismo, otra cosa es la corrupción, una es el pecado de fariseísmo (de apariencias de religiosidad, doble vida), otra el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo.

Bergoglio no distingue estas cosas y llama a una estructura social o religiosa como mundanidad espiritual. Este es su grave error.

Este error le viene de hombres, como De Lubac, que han torcido la antropología, haciendo una teología totalmente contraria al Evangelio:

«La mundanidad espiritual no es otra cosa que una actitud radicalmente antropocéntrica. Esta actitud sería imperdonable en el caso —que vamos a suponer posible- de un hombre que estuviera dotado de todas las perfecciones espirituales, pero que no lo condujeran a Dios. Si esta mundanidad espiritual invadiera la Iglesia y trabajara para corromperla atacándola en su mismo principio, sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral» (H. De Lubac, Méditation sur l’Église, Paris 1968, 231).

La mundanidad espiritual no es otra cosa que una actitud radicalmente antropocéntrica: la vida humana es esencialmente mundana. Pero la vida moral, la vida espiritual no es esencialmente mundana. La vida moral es esencialmente humana. Hombre y mundo son dos realidades totalmente diferentes, que convergen, pero que no se mezclan.

No existe una mundanidad espiritual, como no existe una mundanidad moral. Existe la mundanidad. Y eso es una actitud radicalmente antropocéntrico. Eso está en todo hombre, en su esencia. Y existe la moralidad, que es el acto de poner en el mundo el objeto de la fe en esa persona.

Una persona con una fe humana, proyecta en el mundo un humanismo; una persona, con una fe divina, proyecta en todo lo que vive la ley de Dios, lo divino, lo celestial, lo eterno.

Estos pensadores no tienen claro la vida moral del hombre porque han negado el pecado como ofensa a Dios, como obediencia del hombre a la ley de Dios. Y ponen el pecado como ofensa al hombre o a la sociedad. Y entonces tiene que nacer, en ellos, la mundanidad espiritual, un paganismo como una estructura personal y social, como un estado – no como un acto- en que el hombre vive inmerso en él y que no hace nada por quitarlo:

«Es una cultura de pigmeización por cuanto convoca prosélitos para abajarlos al nivel de la complicidad admitida (…) es el culto a los buenos modales que encubren las malas costumbres. Y esta cultura se impone en el laissez faire (“dejar hacer”) del triunfalismo cotidiano (…) El alma se habitúa al mal olor de la corrupción (…) uno está satisfecho con el estado en que está y no quiere tener más problemas (…) el alma comienza a satisfacerse de los productos que le ofrece el supermercado del consumismo religioso».

Y, por eso, Bergoglio habla de la corrupción como un estado, no como un acto:

«La corrupción no es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir».

El hombre, como ser humano, se instala en el mundo: eso es la mundanidad. La instalación mundana coincide con la condición humana misma: el hombre está en el mundo de acuerdo a su materialidad, a su corporeidad.

Pero el hombre tiene un alma y un espíritu. Con su cuerpo está en el mundo: vive la mundanidad. Pero con su alma y con su espíritu vive la moralidad. Y esa moralidad, que es su mundo interior, nace en él mismo, es de él mismo, no es del mundo, no es de las estructuras sociales o políticas o económicas o religiosas.

El hombre puede meterse, en el mundo, en un auténtico infierno y salir sin pecado de él. El hombre puede trabajar con hombres corruptos, ya en la política, ya en la economía, ya en la cultura, y él no corromperse.

Porque la corrupción no es la obra de una estructura social o religiosa: no es imperada por una complicidad o por unas malas costumbres o por un dejar hacer. La corrupción es la obra de una mente soberbia, que maquina una maldad, en su orgullo y con una vida de lujuria, en todos los sentidos. Y esa corrupción se transmite, como todo pecado, en el lugar en que el corrupto vive, produciendo obras malas, pecaminosas, que pueden arrastrar o no a las personas, dependiendo, nada más, de la voluntad de ellas.

Como hoy se niega el pecado como una obra en contra de la Voluntad de Dios, entonces se quiere poner el pecado en una estructura social, que está dañada porque hay hombres ya corruptos, que viven su pecado, con una inteligencia corrupta, perversa.

Por eso, si un hombre entra en una estructura social de corrupción, sólo peca si asume el pecado que se da en esa corrupción. No peca por pigmeización. La tentación siempre está ahí: el hombre sólo tiene que rechazarla con su voluntad libre. Es lo que Bergoglio niega en todo su escrito.

No se puede llamar corruptos a todos los hombres porque haya un gobierno que sea corrupto, o porque existan prostíbulos, o porque se den economías que favorezcan el pecado de usura, o porque en la iglesia haya obispos o sacerdotes que maquinan el mal. No existe una estructura social corrupta. Hablar así es meterse en la ley de la gradualidad: se quiere quitar una estructura corrupta con leyes humanas, injustas, en contra de la ley de Dios.

Cada hombre peca personalmente: y unos alcanzarán el pecado de corrupción; otros irán a la blasfemia contra el Espíritu Santo, otros sólo pecarán por diversión, por placer, por debilidad, por malicia.

Pero no existe una estructura social o religiosa corrupta. Eso sería poner el pecado en la sociedad o hacer del pecado algo filosófico, algo mental, que es lo que se hace hoy día.

Y entonces se ataca esa estructura social o filosófica, y no se ataca al hombre que peca, que vive su pecado, que hace de su pecado una inteligencia para el mal. Y viene la lucha de clases, y el vivir para cambiar las estructuras internas de la sociedad o de la iglesia o de la economía, etc… Y nada se hace, en la realidad de la vida, porque no se ataca la raíz espiritual de todo pecado.

¿Qué necesita la Iglesia?

¿Un cambio de estructuras? No.

Un cambio de personas:

«Al comienzo del pontificado del Papa Benedicto XVI, le escribí una carta en la que le rogaba designar obispos santos» (Carta abierta de Monseñor Jan Pawel Lenga).

¡Obispos santos!

Esta gran verdad es la que se desprecia  en toda la Iglesia.

En el Vaticano está lo que se llama el pecado de corrupción:

«Desgraciadamente, en nuestros días, la evidencia creciente de que el Vaticano, a través de la Secretaría de Estado, ha adoptado el camino de la corrección política está creciendo. Algunos nuncios han sido propagadores del liberalismo y del modernismo. Ellos han adquirido un hábil manejo del principio llamado “sub secreto Pontiificio”, por el cual se puede manipular y callar a los obispos. Y esto que el Nuncio dice a los obispos se les presenta como si fuese el deseo del Papa».

El pecado de corrupción no pertenece a una estructura religiosa o social, sino que es el pecado de una persona que obra con su inteligencia el error. Nuncios, Obispos, Cardenales, que haciendo uso de su cargo en la Iglesia la atacan desde dentro.

Es el pecado de soberbia: es la mente del hombre que maquina un mal: «Ellos han adquirido un hábil manejo del principio llamado “sub secreto Pontiificio”, por el cual se puede manipular y callar a los obispos».

El demonio sabe poner en las alturas del gobierno de la Iglesia a su gente, de una manera genial: es la corrupción de la mente del hombre, en el pecado de soberbia. Todo corrupto es soberbio en su inteligencia: es perverso. Maquina la maldad.

Este es el pecado de corrupción en la mente: es una perfección de la inteligencia del hombre que busca, con una idea, con una norma, con una ley, una obra mala. Cuando la mente se corrompe, entonces se obra –con la voluntad-  el pecado de orgullo y de lujuria: se manipulan y se hacen callar a los obispos para obrar el liberalismo y el modernismo en la Iglesia. Y así se divide la cabeza de la Iglesia. Así comienza el enfrentamiento en la cabeza: obispos contra obispos, sacerdotes contra sacerdotes.

Ya no hay un Espíritu único, el de Cristo, sino que es el espíritu del mundo el que alimenta a los pastores, que es la gran crisis de toda la Iglesia:

«Se puede observar en todos los niveles de la Iglesia un decrecimiento obvio del “sacrum”. El “espíritu del mundo” alimenta a los pastores. Los pecadores dan instrucciones a la Iglesia para que Ella los sirva. En su confusión, los Pastores se mantienen en silencio sobre los problemas que la afectan y abandonan a las ovejas en tanto se apacientan a sí mismos».

Los pecadores son los que mandan en la Iglesia: la Jerarquía sirve al pueblo con la mentira. Se le da al pueblo lo que quiere escuchar y obrar.

Esta carta, que muchos no quieren ni leerla porque pone en duda la renuncia del Papa Benedicto XVI y, por lo tanto, plantea de una manera directa la ilegitimidad de Bergoglio como Papa, da en el clavo sobre la situación de la Iglesia. Muchos acusan a este Obispo de irresponsabilidad absoluta en esta carta, porque están siguiendo al hombre en la Iglesia, obedecen al hombre en la Iglesia, pero han perdido la sujeción a Dios, el sometimiento de sus mentes a la Verdad Revelada, que ya en la Iglesia no es posible dar. Se llama irresponsable al que combate al hombre, al Obispo que lucha en la Iglesia contra el pensamiento del hombre. Así está el patio de la Iglesia: nadie quiere escuchar la Verdad. Se rechaza de plano.

Lo dice el mismo Obispo:

«Me veo forzado a recurrir a los medios públicos de expresión porque temo que cualquier otro método encontrará un muro de piedra de silencio y desprecio».

Este Obispo conoce, perfectamente, cómo es la estructura interna de toda la Jerarquía. Y estas palabras, contenidas en esta carta, se quedan en el vacío, en el silencio y en el desprecio en esta estructura. Nadie quiere escuchar la Verdad dentro de la estructura interna jerárquica. Nadie. Por eso, hay que emplear medios, como esta carta, como un blog. No hay otra manera para ser claros y para que la gente entienda lo que pasa en la Iglesia. Y, aún así, la gente no quiere entender. Es lo que dice San Pablo:

«Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira» (2 Tes 2, 11).

¡Cuántos católicos ya no creen en la Verdad. Y no tienen excusa. Prefieren a un mentiroso, como Bergoglio, que al Cristo verdadero. No buscan, en sus vidas –como católicos, la palabra de la verdad, la Jerarquía que les dé la verdad. Se contentan con cualquier lenguaje humano bello que un hombre, sin verdad, les predica.

«la voz de la conciencia no me permite permanecer en silencio, mientras que el trabajo de Dios está siendo calumniado».

Hay que dar gloria a Dios, no a los hombres. Hay que trabajar por Dios, no por los hombres. Y eso es lo que no se quiere en el Vaticano.

En el Vaticano sólo se trabaja por los hombres, pero no por Dios, no por Cristo. Aunque se llene la boca todo el día mencionando a Jesús. Es un Jesús sin verdad, sin ley, sin vida.

Para que la Iglesia salga a flote sólo hace falta una cosa: Obispos santos. No hacen falta cambiar las estructuras internas de la Iglesia.

¿Qué es lo que ha hecho Bergoglio?

Ha cambiado la estructura de gobierno: ha puesto una horizontalidad.

Y ¿qué clase de Obispos ha puesto en esa estructura? ¿Santos? No. Todos ellos son herejes, cismáticos y apostatas de la fe.

¿Hacia dónde va la Iglesia con semejantes sujetos? Hacia su autodestrucción.

¿Qué se hace con los buenos obispos? Se les persigue y se los entierra:

«En no pocas Conferencias Episcopales los mejores obispos son “persona non grata”».

Se ha puesto el pecado de corrupción en una estructura social, pero no en la persona que peca con la maldad de su inteligencia humana. Aquí está todo el problema de la Iglesia: la falta de fe. Han perdido el norte de la Verdad. Todos siguiendo el lenguaje humano de la mentira.

Al ser la corrupción un estado social, en el cual la gente se acostumbra al ambiente que le rodea, se quiere sanear ese ambiente como hacían los fariseos, y que Jesús fustigó:

«Atan cargas pesadas e insoportable y las ponen sobre las espaldas de la gente, pero ellos mismo ni con el dedo quieren moverlas» (Mt 23, 4).

Se pretende hacer desaparecer la corrupción, que se ve en todas partes, no llevando a cumplir la ley de Dios, sino imponiendo nuevas leyes, nuevos reglamentos, nuevas doctrinas. Y, por eso, aparecen muchas personas, llamadas por la sociedad, corruptas, y no lo son en la realidad.

El hombre carga con sus leyes a los demás y, entonces, los hombres que no obedecen a esas leyes injustas, son llamados corruptos: se les mete en la cárcel, no por no cumplir con la ley de Dios, sino por no cumplir con las leyes de los hombres, que son siempre gravosas para los hombres, porque no miden la verdad de lo que es un hombre.

Queriendo quitar la corrupción se hace el hombre más corrupto, porque no va a la raíz del problema: no se va a quitar el pecado; sino que se pone una ley, que es una carga económica, social, política, humana…., para la persona, que la persona no puede llevar. Es el afán de controlarlo todo, ya sea por el Estado, ya sea por la Iglesia. Ese afán de control es el orgullo, que refleja una mente corrupta, perversa. Son leyes que ponen personas ya corruptas, ya perversas, en sus inteligencias humanas.

Mentes perversas son las que manejan el mundo y la Iglesia. Ellas son las más corruptas de todas, pero hacia fuera, hacia lo exterior, parecen santos, justos:

«Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres» (Mt 23, 5): hacen multitud de obras sociales, de obras que gustan a los hombres, para que los hombres los llamen como buenos, como misericordiosos.

Bergoglio da de comer a los pobres, y todo el mundo: qué santo es ese hombre. Este hombre no puede ser un anticristo. Y nadie recuerda lo que dijo: «La corte es la lepra del Papado».

Si la corte es la lepra del Papado, ¿por qué no pones Obispos Santos en el Papado? Porque no crees en la santidad de la Iglesia, sino que estás en esa Silla para fustigar, para destrozar toda la Iglesia, con tu palabra barata y blasfema, con tu ley de la gradualidad.

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis doblemente más hijo de la gehena que vosotros» (Mt 23, 15).

Esta es la misión de Bergoglio en sus viajes, en la Iglesia y en toda su vida de sacerdote y Obispo: hacer prosélitos para su causa comunista, masónica y protestante. Bergoglio no trabaja para Dios en la Iglesia, sino para el mismo demonio. ¡Y qué pocos quieren entender esta verdad! ¡Cómo se les atraganta esta frase!

¡Cuántos callan esta verdad!

«¿Dónde están los apologistas de nuestros días, que anuncien a los hombres, de un modo claro y comprensible, la amenaza y el riesgo de perder la fe y la salvación? En nuestros días, la voz de la mayoría de los obispos más bien se asemeja al silencio de corderos frente a los lobos furiosos; los fieles son abandonados como ovejas indefensas».

¿Dónde están los apologistas?

Bergoglio no los quiere:

«Muchas controversias entre los cristianos, heredadas del pasado, pueden superarse dejando de lado cualquier actitud polémica o apologética,  y tratando de comprender juntos en profundidad lo que nos une» (24 de enero del 2015).

La APOLOGÉTICA es primordial en tiempos de confusión.

Sin hombres que luchen por la Verdad, la Iglesia acaba adaptándose a la cultura moderna, que es toda ella perversión intelectual.

Bergoglio llora por sus hombres, pero no por sus pecados:

«Debemos reconocer que, para llegar a las profundidades del misterio de Dios, nos necesitamos unos a otros, necesitamos encontrarnos y confrontarnos bajo la guía del Espíritu Santo, que armoniza la diversidad y supera los conflictos, reconcilia las diversidades».

No necesitamos a los hombres para estar unidos en Cristo. Necesitamos la VERDAD, que Bergoglio niega a cada instante. No necesitamos dar un abrazo a los hombres, sino ponerlos en la verdad de la vida: o te salvas o te condenas; o quitas tu pecado o vives para condenarte en tu pecado.

Necesitamos Obispos Santos que prediquen la Verdad y que imiten las obras de Cristo en Su Iglesia.

No necesitamos mentes corruptas, como las de Bergoglio, que sólo anuncian su falso ecumenismo:

«En este momento de oración por la unidad, quisiera recordar a nuestros mártires de hoy. Ellos dan testimonio de Jesucristo y son perseguidos y ejecutados por ser cristianos, sin que los persecutores hagan distinción entre las confesiones a las que pertenecen. Son cristianos, y por eso perseguidos. Esto es, hermanos y hermanas, el ecumenismo de la sangre».

No dice Jesús: «la carne no sirve para nada» (Jn 6, 63b). ¿Qué importa que los hombres que, con su boca, se llamen cristianos, sean matados? La carne de toda esa gente no sirve para nada. «Es el Espíritu el que da vida» (Jn 6, 63a): si no tienen la fe divina, que es la que da vida al alma y al espíritu del hombre, la fe común los condena al fuego del infierno, porque no dan ni testimonio de la Verdad ni son testigos de Cristo. Dan testimonio de su verdad y son sólo testigos de su falso cristo.

¿Dónde están los apologetas de hoy día que combatan el ecumenismo de sangre de este hombre? No están.

¿Quién se opondrá a Bergoglio? NADIE.

¡Toda la Jerarquía callada ante el lobo Bergoglio! ¡TODA!

La razón: muchos son de Bergoglio, piensan y obran como él:

«En mi opinión la voz débil de muchos obispos es la consecuencia del hecho de que, en el proceso de elección de los obispos, los candidatos no son examinados suficientemente sobre una firmeza indudable y una valentía en la defensa de la fe, sobre su fidelidad a las tradiciones multiseculares de la Iglesia, sobre su piedad personal. En el asunto de la designación de los obispos, e inclusive de los cardenales, es cada vez más notable que algunos prefieren a los que comparten una ideología particular o pertenencia a determinados grupos que son ajenos a la Iglesia, y que han influido en la designación de algún candidato en particular».

Son Obispos sin fe, sin vida espiritual.

A los Papas se les ha impuesto Obispos sin ninguna vida espiritual: hombres con un espíritu del mundo, hombres de política, que viven para una empresa económica, para un ideal cultural, para un progreso científico o técnico, pero que les trae sin cuidado el Espíritu de Cristo en el sacerdocio. Y estos hombres son los que hablan, en muchas ocasiones, de la corrupción en todas partes, pero no mueven un dedo para quitar sus malditos pecados ni para expiar los pecados de los demás. Son sus pecados los motivos de mayor corrupción, tanto en el mundo como en la Iglesia.

Y esta imposición ha durado cincuenta años. La consecuencia es clara: quien gobierna en todas las diócesis de la Iglesia son Obispos perversos, corruptos, herejes, cismáticos y apóstatas de la fe. ¿Qué hay que esperar de ellos? El silencio sepulcral.

«Es una pena que el Papa no participe personalmente de la designación de los obispos»: esto indica el grado de corrupción de la Jerarquía que ha rodeado a todos  los Papas. Corrupción en la mente, que se ve reflejada, después, en las obras de orgullo, con la desobediencia al Papa, en muchas formas, y con las obras de la lujuria, haciendo de la liturgia un festival mundano.

Toda la Jerarquía que rodeaba al Papa Benedicto XVI lo sepultaron:

«El papa Benedicto XVI era la cabeza de la Iglesia; su entorno, sin embargo, apenas sí traducía sus enseñanzas en una forma de vida, silenciaba o bien obstruía sus iniciativas de una reforma auténtica de la Iglesia, de la liturgia y de la manera de administrar la Sagrada Comunión».

¡Esto es defender al Papa! Lo que nadie se atreve a hacer en la Iglesia.

Todos defendiendo a los hombres y, por lo tanto, viendo como buena la renuncia del Papa Benedicto XVI.

¡Nadie apoyó el Pontificado de Benedicto XVI!

Hay que hablar claro: hubo una conspiración en la cabeza de la Iglesia:

«En vista del gran secretismo que domina en el Vaticano, para muchos obispos era realmente imposible ayudar al papa en su deber como cabeza y jefe de la Iglesia toda».

Cuando se habla de secretismos, se habla de conspiración. Se habla de ataque a la Iglesia, no por los hombres de fuera, sino por la misma Jerarquía que rodeaba al Papa.

Ya no hablamos del Papado, sino del Papa: todos han ido a anular al Papa en la Iglesia, con el solo fin de poner una nueva estructura, un nuevo y falso papado, que es la destrucción de toda la Iglesia. Lleva hacia eso. Y es lo que vemos en todas partes.

«Es obvio que en el Vaticano hay una tendencia a ceder, más y más, al ruido de los medios masivos. No es infrecuente que en nombre de una incomprensible tranquilidad y calma, los mejores hijos y servidores sean sacrificados para apaciguar a los medios masivos».

Todos los medios aplaudiendo las herejías de Bergoglio. TODOS. Roma ha perdido la fe. Y, por eso, se persigue a los verdaderos sacerdotes y Obispos: es el fruto de la perversión de la mente.

Hay que cambiar las estructuras sociales, y eso conlleva quitar a los corruptos: los que sirven a la Verdad que no cambia. Esos son los corruptos. Por ellos, el mundo está como está. Por defender la verdad inmutable, todos los gobiernos en la corrupción. Hay que aflojar para tener un orden que sea modelo para todos, un orden que incluya a todos los hombres, no que excluya a unos hombres.

Por eso, en la Iglesia se observa la corrupción de lo mejor:

«Los enemigos de la Iglesia, sin embargo, no entregan a sus fieles servidores, inclusive cuando sus acciones son evidentemente malas».

La misma Iglesia condena y juzga a los buenos y santos sacerdotes y Obispos. No los defiende del mundo, de las personas, de los gobiernos. Los Obispos no defienden a sus sacerdotes, sino al pueblo. Están con los hombres, pero no con Cristo en sus sacerdotes. A los sacerdotes se les obliga a pensar como piensa el mundo, y  a dar a los hombres predicaciones buenistas, llenas de barato humanismo, para contentarlos en sus vidas humanas. Y, por eso, en la Iglesia no hay lugar para un sacerdote santo. NO HAY CAMINO. Los mismos Obispos se encargan de quitarlos de en medio.

¡Esta es la verdadera corrupción en la Iglesia, que nadie atiende, por estar atentos a un ignorante de la verdad, como Bergoglio!

«Cuando deseamos permanecer fieles a Cristo de palabra y de hecho»: fieles a Cristo, no a los hombres. Obedientes al Espíritu de Cristo, no al espíritu del mundo que está en toda esa Jerarquía que gobierna en la actualidad la Iglesia.

Este Obispo es valiente en esta carta, pero es velado. No puede hablar claramente: no puede decir que Bergoglio no es Papa, porque si lo dice, se le acaba todo en la Iglesia. Él lo sabe y, por eso, no puede enseñar esta verdad.

Pero da un testimonio claro y valiente a todos los católicos.

Pero los católicos, ¿quieren aprender de un Pastor en la Iglesia? No. Van a seguir siguiendo a los lobos.

La muerte del pecador es porque se lo merece por sus pecados

masacre

«Tomó Cristo los pecados en Su Cuerpo sobre el leño, para que nosotros, por Su Muerte, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la Justicia» (S. Cirilo de Jerusalén – R 831).

Dios, por el pecado original de Adán, estuvo justamente ofendido contra toda la humanidad. Y, por eso, dijo: «Maldita, Adán, la tierra a causa tuya» (Gn 3, 17). Una maldición divina que sólo se puede quitar con una bendición divina.

Los hombres no pueden solucionar el problema del pecado, que Adán obró en toda la Creación:

«Si alguno afirma que este pecado de Adán (…) se quita por las fuerzas de la naturaleza o por otro remedio que por el mérito del solo Mediador, Nuestro Señor Jesucristo, que nos reconcilió con Dios con Su Sangre (…) sea anatema» (D 790).

No por las obras humanas, científicas, técnicas; no por el progreso del hombre, no por la evolución de los seres vivos se quita el mal en el mundo.

Sólo Cristo sabe el camino para quitar esa maldición. El camino es el de la Cruz, por el cual todo hombre, si quiere salvarse, tiene que caminar. Pero es necesario creer en Cristo.

Bergoglio, antes de usurpar el trono de Pedro, negaba que Cristo fuera el Salvador:

«es bueno que le preguntemos a Jesús: ¿Sois Vos, Señor, nuestro único Salvador o debemos esperar a otros? Lo que pasa es que vivimos situaciones de pobreza, de falta de trabajo…, o estas enfermedades que nos afectan masivamente, la gripe, el dengue…, y que pegan más duro por la falta de justicia. Todo esto nos lleva a que le preguntemos al Señor: “Señor, ¿estás de verdad en medio de tu pueblo? ¿Es verdad que caminas con tu pueblo?» (Buenos Aires, 7 de agosto de 2009).

Bergoglio niega el dogma de la Redención, por el cual la maldición de Dios sobre la creación sólo se arregla con la muerte de Cristo. Bergoglio pone el esfuerzo humano para arreglar esa maldición.

Y, claro, tiene que preguntarse si Jesús es el Salvador o no, porque hay gente que muere de hambre, que no tiene trabajo, etc… Su duda es, claramente, su falta de fe en Jesús, en la doctrina de Cristo.

Bergoglio está en la Iglesia para hacer su comunismo, torciendo todo el Evangelio. Jesús hace milagros para que la gente vea que Él es el Mesías. Bergoglio, como no cree en los milagros, tergiversa las palabras del Evangelio y pone su atención en los hombres. ¿Quién es Jesús? ¿El que hace milagros? No; el que está en la gente.

Él pone la salvación en los mismos hombres, en sus obras, que es su falso misticismo, es decir, su panteísmo y su panenteísmo:

«En el rostro de esa gente ya se vislumbra la respuesta a la pregunta de ¿quién es Jesús? “A Jesús lo vemos en el rostro de la gente que lo quiere y que da testimonio de que Él es el que la ha confortado y salvado”. A Jesús “lo encontramos de un modo especial” en el rostro de “los pobres, afligidos y enfermos (…), de nuestros hermanos queridos que nos dan testimonio de fe, de paciencia en el sufrimiento y de constante lucha para seguir viviendo (…) Cuando nos animamos a mirar bien a fondo el rostro de los que sufren se produce un milagro: aparece el Rostro de Jesús. (…) pero los rostros hay que verlos de cerca, estando con los otros» (Ib).

A Jesús lo vemos en los demás, no lo vemos en Él mismo, porque todos están en Jesús: esto es el panenteísmo.

Para ver a Jesús, hay que ver los rostros de los demás, pero hay que encontrarse con ellos, correr hacia ellos, porque en ellos está Jesús: esto es el panteísmo. Todo es Jesús, todo es Dios, todo significa, lleva lo divino y hacia lo divino.

Su falso misticismo, que son estas dos ideas, está en todas sus homilías y escritos. De aquí le nace su falsa misericordia hacia los hombres y su falsa compasión hacia las vidas y los sufrimientos de todos los hombres.

Bergoglio sólo está vendiendo su idea: su falso cristo con su falsa iglesia. Y, por tanto, él se esfuerza en dar una doctrina que no tiene nada que ver con la fe católica. Siempre mira a una fe común: la que incluya a todas las religiones y a todas las mentes de los hombres:

«Espero que la cooperación interreligiosa y ecuménica demuestre que los hombres y las mujeres no tienen que renunciar a su identidad, ya sea étnica o religiosa, para vivir en armonía con sus hermanos y hermanas» (Encuentro interreligioso y ecuménico – 13 de enero del 2015).

Bergoglio no quiere convertir a nadie porque no existe la Verdad absoluta. Y, por tanto, no existe la religión verdadera ni la Iglesia que posee la Verdad Absoluta.

Todos con su identidad religiosa para vivir en armonía con los hombres: no tienen que renunciar a su identidad = quédate en tus pecados y vive pecando, que así te salvarás, irás al cielo.

Esta armonía es su unidad en la diversidad. Hacer un uno con muchas mentes humanas, con muchas ideas distintas, encontradas, diversas. Es la concepción de la evolución, de la gradualidad del pensamiento humano, de las ideas humanas.

Pero hay que saber hacer ese uno en la diversidad, porque hay ideas que destrozan esa armonía. Hay ideas que los hombres tienen que quitarlas para entrar en la armonía de la gradualidad. Hay que elaborar una nueva doctrina y un nuevo credo, leyes y reglas para que la gente vaya evolucionando en sus ideas y no se queden atascados en lo que impide la fraternidad, en sus religiones, dogmatismos y fundamentalismos.

«Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino a dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más bien en un adversario, en un súbdito al que dominar. Esa es la mentalidad que genera la cultura del descarte que no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo». (Discurso a los miembros del colegio diplomático – 12 de enero del 2015)

Bergoglio anula el pecado original. Por lo tanto, tiene que buscar una idea, en su mente, para resolver el problema de la creación. Esa idea es la fraternidad: el amor al prójimo. El otro es siempre un hermano. Al no ver al otro como a un hermano, viene la cultura del descarte, y que hace que toda la creación sea lo que vemos: no hay respeto por nadie, ni siquiera por los animales.

Si no tienes la idea de que el otro es un hermano para ti, entonces lo conviertes en tu adversario.

Bergoglio está anulando la ley de Dios en la naturaleza humana, anula el pecado, que todo hombre tiene que dominar:

«¿No es verdad que si obraras bien, andarías erguido, mientras que si, no obras bien, estará el pecado a la puerta? Cesa, que él siente apego a ti, y tú debes dominarle a él» (Gn 4, 7).

Para no dominar al hombre, para no esclavizar a los hombres, para no ser un dictador, para gobernar en la Voluntad de Dios, para no hacer la guerra, el hombre tiene que dominar su pecado. No tiene que tener la idea de la fraternidad.

Bergoglio está hablando de su ley de la gradualidad.

Está la idea primera: todos somos hermanos. No existe la maldición del pecado original. Todos somos hijos de Dios.

Como hay personas que rechazan esta idea, entonces se construye una sociedad de rechazo al hombre, en el que el otro es considerado un adversario.

Los que conciben su vida desde la fe católica, desde un dogma, desde una Revelación Divina, desde una Ley Eterna, entonces están rechazando a los hombres que pecan contra Dios. Ya no tienen la idea primera: la hermandad. Siguen la ley de Dios.

Si blasfemas contra Dios, no puedes ser mi hermano. Si vives pecando, no puede ser mi hermano. Si tu idea de la vida es ser homosexual, entonces no puedes ser mi hermano. Si tu fe es ser judío o musulmán o budista u ortodoxo, entonces no puedes ser mi hermano. Tengo que separarte, tengo que dividir.

Jesús viene a poner una espada: la verdad revelada divide a los hombres, nunca los une, porque los hombres están divididos, en su naturaleza humana, a casusa del pecado original. El Bautismo quita el pecado original, pero no la división que produce en la naturaleza humana ese pecado. Y que ahí queda hasta la muerte del cuerpo.

«No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mt 10, 34-35).

Si los enemigos del hombre son sus propios hermanos carnales y su propia familia, entonces en la sociedad no pueden existir hermanos, amigos, fraternidades por una idea humana. ¡Es imposible! La verdad divina siempre divide.

Pero Bergoglio está en su idea de la fraternidad:

«a la dimensión personal del rechazo, se une inevitablemente la dimensión social: una cultura que rechaza al otro, que destruye los vínculos más íntimos y auténticos, acaba por deshacer y disgregar toda la sociedad y generar violencia y muerte. Lo podemos comprobar lamentablemente en numerosos acontecimientos diarios, entre los cuales la trágica masacre que ha tenido lugar en París estos últimos días. Los otros «ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos». Y el ser humano libre se convierte en esclavo, ya sea de las modas, del poder, del dinero, incluso a veces de formas tergiversadas de religión» (Discurso a los miembros del colegio diplomático – 12 de enero del 2015).

¿Es el asesinato de doce personas en la oficina de redacción de la revista «Charlie Hebdo», cometido por dos musulmanes, una masacre?

No; no lo es.

Es una Justicia Divina:

«El que guarda la Ley, a sí mismo se guarda; el que menosprecia sus caminos morirá» (Prov 19, 16).

Es la Palabra de Dios, que nunca miente y que siempre da la verdad de lo que pasa en el mundo.

Toda esa gente de Charlie Hebdo son blasfemos de la ley divina: trabajan en contra de los mandamientos de la ley de Dios. Blasfeman contra Dios, vomitan, calumnian al prójimo y sólo se obedecen a sí mismos. Están menospreciando los caminos de salvación para el alma, que Dios ha puesto en Su Ley. ¡Tienen que morir!

Esa gente que murió fue por sus pecados. Asesinada por sus pecados. Y no por otra cosa. ¡Qué difícil de entender es esto, aun para los mismos católicos!

«Muchos caen al filo de la espada, pero muchos más cayeron por la lengua» (Ecl 28, 22). El pecado de toda esa gente es de lengua. Y, con ella, blasfeman contra Dios y contra todo el mundo. Tienen conforme a su pecado: la blasfemia de morir a manos de unos blasfemos.

Vives obrando tu pecado, tu ofensa a Dios todo el santo día, entonces tienes sobre tu cabeza la espada de la Justicia Divina: «el impío morirá por su iniquidad» (Ez 33, 8).

«No os engañéis; de Dios nadie se burla. Lo que el hombre sembrare, eso cosechará.  Quien sembrare en su carne, de la carne cosechará la corrupción; pero quien siembre en el espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna» (Gal 6,7).

Los de Charlie Hebdo viven sembrando en su carne: sus pensamientos humanos les llevan a obrar una blasfemia constante contra Dios. Siembran los vientos de sus blasfemias; tienen que recoger tempestades, guerras, muertes:

«Porque sembraron viento, y torbellino segarán» (Os 8, 7).

Ante el pecado de toda esta gente, el Señor manda tremendos castigos.

Un castigo son los musulmanes: una religión que fue creada para matar a los hombres:

«Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba» (texto del emperador Manuel II citado por el Papa Benedicto XVI)

El Papa traía este texto para poner de relieve la relación que existe entre fe y razón y, por tanto, «la convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios» (Ib). No se puede convertir a las personas a través de la violencia, de la muerte. Eso es algo irracional.

Pero, «para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad» (Ib). Y, por lo tanto, «si (Dios) quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría» (Ib).

Los dos musulmanes, que mataron a toda esa gente, lo hicieron movidos por su pecado. No por una idea fundamentalista; no por una idea rigorista que les ciega para ver al otro como hermano.

Los musulmanes matan por su fe, que es contraria a la Palabra de Dios. Es una idea en contra de la Verdad Divina. Ellos no dominan el pecado que les acecha, sino que lo han puesto como ley en su fe musulmana. Tienen que cumplir esa ley para ser musulmanes. Ellos caen en la irracionalidad, pero eso a ellos les trae sin cuidado.

Cuando el pecado de soberbia oscurece totalmente a la persona, entonces ésta, en su orgullo, obra esa soberbia y tiene que matar a los infieles. Y esto no es ser fundamentalista, sino un hombre pecador que sigue su pecado, que obra su pecado de soberbia en su orgullo. Y que lo quiere obrar.

De nada se hace, como quiere Bergoglio, que los hombres quiten estas ideas fundamentalistas para vivir en armonía:

«Ante esta injusta agresión, que afecta también a los cristianos y a otros grupos étnicos de la Región –los yazidíes, por ejemplo–, es necesaria una respuesta unánime que, en el marco del derecho internacional, impida que se propague la violencia, reestablezca la concordia y sane las profundas heridas que han provocado los incesantes conflictos» (Discurso a los miembros del colegio diplomático – 12 de enero del 2015).

Esto es una utopía en Bergoglio.

Es imposible que la violencia no se propague, porque existe el pecado en todos los hombres. Caines hay muchos. Y no se puede matar a Caín:

«Si alguien matare a Caín, será éste siete veces vengado» (Gn 4, 15).

Querer construir una cultura del encuentro en donde no exista la cultura del descarte es una somera tontería de este personaje y de aquellos que lo siguen.

Existe Caín, existen los musulmanes que matan, existen hombres que matan porque no dominan el pecado que les acecha. ¡Y eso es todo!

No se trata de poner unas leyes, ni unas reglas, ni hacer declaraciones ni salir a la calle para unirse a las víctimas del atropello y así crear un ambiente de armonía en que todos quieren la paz y la concordia.

¡Todo eso es perder el tiempo!

¡Todo está en que cada hombre luche por quitar su pecado! Pero como los gobernantes se pasan su gobierno poniendo leyes en contra de la ley de Dios, entonces ahora se quiere, con palabras bellas, con declaraciones en contra de los fundamentalistas, resolver lo que no se puede resolver con obras ni con ideas humanas.

Hay que luchar en contra del pecado, que es lo que nadie hace: ni en la Iglesia ni en el mundo. Nadie cree en el pecado. Nadie.

Es Cristo el que quita el pecado del mundo, no las leyes de los hombres.

Tuvo que venir Cristo para, con Su Pasión, satisfacer verdaderamente a Su Padre.

Cristo es el que quita los pecados del mundo, la maldición que tiene toda la Creación:

«He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29).

Cristo es el que justifica al hombre, con Su Gracia:

«Con mayor razón, pues, justificados ahora por Su Sangre, seremos por Él salvos de la Ira» (Rom 5, 9).

Jesús nos salva de la Ira del Padre, de la maldición en la cual toda la Creación permanece actualmente:

«Pues sabemos que la Creación entera gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza es como hemos sido salvados» (Rom 8, 23-24a).

Pero nos salva en esperanza; es decir, que Jesús, con Su Sangre, con la Gracia que da en el Bautismo, no salva a todos los hombres, no lleva a todos los hombres al cielo.

Cada hombre tiene que esperar en Dios para salvarse. Cada hombre tiene que merecer su salvación. Cada hombre tiene que luchar por quitar su pecado, tiene que dominarlo.

Practicar la virtud de la esperanza significa vivir deseando lo divino, lo celestial. Vivir buscando el Reino de Dios. Y quien no haga eso, no puede salvarse, porque la salvación es en esperanza: en fe, esperanza y caridad.

Hay que creer en la doctrina que Jesús enseñó a Sus Apóstoles; es decir, hay que poseer la fe católica, no una fe común, no una fe universal. Hay que pertenecer a la Iglesia Católica, a la verdadera, no a otra iglesia o religión o un sucedáneo de iglesia católica.

Hay que esperar en la gracia de Dios para poder obrar, en la vida humana, lo divino, es decir, la Voluntad de Dios.

Hay amar con el fuego del Espíritu, para realizar aquella verdad que libera al hombre de toda esclavitud.

Si se niega el pecado original, entonces hay que negar la Justicia de Dios. Y, por lo tanto, la obra de la Redención que Cristo hizo para satisfacer la ofensa que el pecado hizo a Dios.

Y, entonces, quedan tres cosas:

Una doctrina masónica: la fraternidad;

Una doctrina protestante: Dios no imputa el pecado: la fe fiducial; la falsa misericordia en la que todo el mundo se va al cielo;

Una doctrina comunista: el hombre se hace salvador de vidas humanas, de proyectos sociales, de obras de globalización mundial.

Como tú, en tu vida privada, rechazas al otro, entonces se levanta una cultura en que se rechaza, en que se destruye los vínculos más íntimos y auténticos: los del hombre.

Y nadie ha comprendido que el que peca destruye los vínculos más íntimos entre Dios y el hombre: la Ley Eterna. Esa destrucción es una ofensa a Dios que exige Justicia, no ternuritas.

Nadie comprende, ni siquiera los católicos, que si vives en tu pecado, tienes una justicia de Dios. Y que esa justicia, Dios la obra a través del demonio. Y el demonio está en las almas que viven para pecar, que no dominan sus pecados, y que las usa para hacer daño a los demás hombres y matarlos, para llevarlos al infierno.

Por tanto, ¿qué es Bergoglio? Un castigo divino para toda la Iglesia.

Este hombre vive en sus pecados, ha hecho vida su fe masónica, su fe protestante y su fe comunista. Y es lo que obra usurpando la Silla de Pedro. Guía a los que le obedecen a un nuevo concepto de cristo y de la iglesia, que es el mismo que el mundo construye y quiere: un nuevo gobierno mundial en que no haya ideas dogmáticas ni fundamentalistas, porque eso va en contra de la ley de la gradualidad: hay que evolucionar en el pensamiento humano. No hay que quedarse en ideas fijas, en dogmas, en ideas irracionales, fundamentalistas. Hay que ir hacia la idea de la fraternidad, que es una idea armónica en la que todo el mundo vive y deja vivir.

Esta es la idea base de la nueva iglesia mundial. Este es el principio. Y sobre este eje, todo lo demás: la cultura del encuentro, el diálogo, las leyes que impidan vivir el dogma y los fundamentalismos; las leyes que vayan en contra de la ley natural, de la ley divina, de la ley de la gracia, porque todo eso es no comprender la idea base: la hermandad de todos los hombres.

Nadie ha comprendido que las muertes de «Charlie Hebdo» son porque se lo merecían en sus pecados. Esa es la justicia: dar a cada uno lo que se merece. Ese es el orden divino, la armonía divina en toda la creación, que Adán suprimió.

No es un atentado contra la libertad de pensamiento. Es la obra de la Justicia de Dios, porque unos y otros han atentado contra los mandamientos de Dios.

Ahora se busca una armonía para gente estúpida e idiota; es decir, para personas que han hecho del pecado de soberbia y del orgullo su gobierno, su enseñanza, el camino para que los demás lo recorran.

Y la gente apoya toda esa estupidez; y no tiene la valentía de dar testimonio de la Verdad, porque a nadie le interesa la verdad. Todos viven en las locuras de sus ideas humanas, dando culto a sus obras y vidas humanas.

Es pecado mortal obedecer a Bergoglio

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Nos dice Jesucristo de Sí Mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). En tanto se camina por Él en cuanto se observa con exactitud su Santísima Ley.

El Evangelio es Ley Eterna; no es un conjunto de ideas, más o menos bien puestas; no es una doctrina de hombres, inventada e interpretada por cada mente humana.

El Evangelio, para ser obrado, necesita que el hombre ponga en el suelo su cabeza; es decir, que escupa de sí mismo toda idea, por más buena y perfecta que al hombre le parezca, y se someta a la Mente de Dios.

El Evangelio es la Palabra de Dios, no es la palabra del hombre. Es la Palabra que nace de la Boca de Dios: es el Verbo que habla la Mente de Su Padre.

Jesús es el Verbo Encarnado; es decir es el Hijo del Padre, que ha asumido una naturaleza humana. Y, en ella, no existe la persona humana. Sólo existe la Persona Divina del Verbo.

Jesús es Dios hecho Hombre; pero Jesús no es una persona humana. Y esto significa que Jesús no es sólo un hombre: no se le puede mirar como un hombre cualquiera; ni su vida es como la de un hombre. Su vida es la vida del Verbo, la de una Persona Divina. Su vida humana es divina: no tiene una idea humana, un sentimiento humano, una visión humana de la vida. Jesús todo lo ve, en su vida humana, con los ojos divinos, con los ojos de Su Persona Divina. Nada ve con los ojos humanos. No entiende la vida como los hombres, sino como Dios.

Por eso, a Jesús le trae sin cuidado la vida humana, porque vive su propia vida divina en una carne humana. Y, por tanto, lleva esa naturaleza humana hacia lo que Su Padre quiere. Duerme, come,…, pero no es como los hombres: no duerme, no come, no vive como ellos…. Es el Verbo, que no puede dormir, el que hace dormir a la naturaleza humana…. Es el Verbo el que rige toda la vida humana de Jesús.

Jesús vive en su humanidad la Ley Divina. Y, por tanto, lleva toda esa humanidad al cumplimiento perfecto de la ley natural, de la ley divina y de la ley de la gracia.

Jesús es el Nuevo Adán: lo que Adán tenía que haber hecho, lo obró Jesús sin más, con su Persona Divina. Adán necesitaba la gracia para obrar lo divino en lo humano, para ser hijo de Dios por adopción. Pero Jesús sólo con Su Persona Divina mueve toda su humanidad hacia donde Él quiere, porque es el mismo Hijo de Dios. No necesita la gracia, aunque la posee, por ser Hombre Verdadero, Hombre que nace de una Mujer llena de Gracia. No la necesita, pero tiene toda la Gracia, la Plenitud de Ella, está en Él, en su naturaleza humana. Pero es el Verbo –no la Gracia- , el que sostiene a toda su naturaleza humana, el que la rige, el que decide lo que le conviene a esa naturaleza humana.

Este es el dogma de la Divinidad de Jesucristo, que muy pocos conocen y siguen. Todos pintan a un Jesús muy humano, cercano a los hombres, que camina con ellos, que vive como ellos, que ama a todo el mundo y que perdona a todos. Y este pensamiento es una falacia más de la Jerarquía modernista, que todo lo entiende con su cabeza humana. No es capaz de poner su orgullo en el suelo, ni de pisar su entendimiento humano, para poder ser otro Cristo en la tierra.

Jesús siempre ha señalado el camino a toda alma que quiera seguirle: «no peques más». Este es el eje del Evangelio: la lucha contra todo pecado.

El pecado es una ofensa a Dios: es un acto voluntario, libre, contra la ley de Dios Eterna. Esta Ley se manifiesta en la ley natural, en la ley divina, en la ley humana y en la ley de la gracia:

a. quien roba, mata, se masturba, es gay…,va contra la ley natural;

b. quien cae en herejía, quien provoca cisma, quien invoca a los muertos…, va en contra de la ley Divina positiva, contra los mandamientos revelados por Dios;

c. quien falta a misa los domingos y fiestas, o no cumple alguna ley civil válida…, se opone a la ley humano-eclesiástica o civil-política;

d. quien comulga en pecado mortal, quien se casa por lo civil teniendo ya el sacramento del matrimonio, quien casa a un homosexual, quien bautiza a hijos de lesbianas, quien usurpa el Trono de Pedro…, va en contra de la ley de la gracia.

En la vida, ningún hombre está exento de pecar. Todos caen, en uno u otro pecado. Hoy nadie atiende al pecado, nadie sabe lo que es, a nadie le interesa el pecado. Y, por supuesto, nadie sabe discernir los diferentes pecados que se dan, porque los hombres se han olvidado de lo que es Jesús.

Quien niega el pecado, quien dice que el pecado no existe o que es otra cosa, niega, necesariamente, la Divinidad de Jesucristo. Y, por tanto, comienza a inventarse su cristo, su salvador, su iglesia.

Jesús vino a liquidar el pecado. Sólo a eso. Lo demás, no le interesa.

Todo pecado produce en el alma una mancha que es necesario limpiar, purificar, con cuatro cosas: oración, ayuno, penitencia y sacrificio. Y no se puede quitar esta mancha de otra manera.

Quien confiesa una vez al mes, va a Misa todos los domingos, reza el Rosario ocasionalmente, no tiene los actos de penitencia necesarios para limpiar todas las manchas del pecado. Es pobre en la purificación de su alma. No sabe expiar, reparar el pecado de su alma.

Quien añade no comer carne los viernes, ayunar la Cuaresma, hacer obras de Misericordia, rezar el Via-Crucis, practicar las virtudes, ir a Misa todos los días y comulgar, rezar las cuatro partes del Rosario, ha avanzado un poco más en su purificación, pero todavía le falta mucho Purgatorio.

Es necesario trabajar para expiar los pecados: «no peques más». Para no pecar más, hay que sudar sangre; hay que oponerse a muchas cosas buenas, que en apariencia parecen divinas, espirituales, pero que llevan una malicia, que hace caer al hombre en el pecado.

Hay que empezar hoy mismo a quitar el Purgatorio. Y no hay que dedicarse a lo de siempre. Nunca hagan rutinas de la vida espiritual. Nunca la rutina de la oración, de la penitencia, del ayuno, del sacrificio. Que la obra que se haga no sea con rutina, no sea lo de siempre. Es necesario hacer esa obra con amor, con el fuego de la caridad divina. Y entonces se va limpiando el alma.

Muchos pueden hacer un día de ayuno riguroso, a pan y a agua, pero de manera rutinaria: es viernes, toca ayunar, hay que aguantar el ayuno. No sirve eso para limpiar el alma.

Es más provechoso hacer medio día de ayuno riguroso, pero ardientemente, con el fuego del amor divino, aprovechando cada minuto para expiar el pecado y salvar almas. El que hace la penitencia tiene que estar en la penitencia, en la reparación del pecado. No puede estar en otra cosa: estoy trabajando y estoy ayunando. Es estar en dos cosas.

Quien pueda estar atento a las dos cosas, sin perder la Presencia de Dios, ni en el ayuno ni en el trabajo, entonces eso le vale. Pero quien sólo está atento a su trabajo y le está mortificando el ayuno que hace, entonces es mejor que deje el ayuno, porque no le sirve.

Cuando se hace penitencia, Dios quiere algo del alma en esa penitencia. Y si el alma no está atenta a la Voluntad de Dios, por estar en otro negocio, entonces de nada le vale su penitencia.

Sólo Dios sabe cómo se repara un pecado para que el Purgatorio desparezca por completo. Pero el alma, cuando se pone en oración y en penitencia por sus pecados, debe atender a Dios. No debe estar atenta a otras cosas.

Por eso, son pocos los que quitan de verdad el Purgatorio aquí en vida, y son pocos los que luchan en contra del pecado hasta quitarlo.

Hay un pecado que muchos cometen en la actualidad: seguir, obedecer a un hereje. Mata el alma seguir a Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica. ¡Mata el alma! Es un pecado mortal someter el entendimiento a la mente de ese hombre.

Esto, muchos católicos, no saben discernirlo. Y pecan por ignorancia culpable. Tienen muchos medios a su alcance para ver si ese hombre es realmente lo que dice ser. Y, de manera culpable, se quedan en su ignorancia. 18 meses para discernir lo que es Bergoglio y muchos están como al principio: embobados, alucinando con un pobre idiota.

Otros les nacen muchas dudas, pero son culpables porque son almas acostumbradas a consentir con el pecado: son de conciencia ancha. Les cuesta entender que una cosa es pecado y se conforman grandemente con ese pecado. Corren hacia el pecado, con dudas, pero corren: aceptan a ese hombre porque hace, más o menos, un bien o dice palabras, más o menos, correctas.

El que se acomoda a la vida humana, a lo que otros han puesto en la Iglesia, a lo que los Cardenales han dicho o han elegido, son siempre almas de pecado, que en caso de duda, no tienen una conciencia timorata, que les impide pecar; sino ancha. Ancha es castilla: tenemos un nuevo Papa. ¡Qué alegría! Y, a pesar de que ven cosas raras en esa persona, siguen dudando. Siempre hay en eso, malicia en la voluntad, error en el entendimiento, atadura en la vida espiritual.

Quien obedezca a Bergoglio peca mortalmente.

Bergoglio es un hereje y, por tanto, ha cometido muchos pecados contra la ley divina. Su magisterio es herético y perjudicial para la mente de cualquier hombre. Por la mente se llega al pecado. Por la idea herética se pierde la fe, la obra divina. Y, por tanto, se comienza a obrar en contra de la fe, según esa idea herética: obras de pecado, de maldad.

Esto es lo que está pasando en muchos fieles y en casi toda la Jerarquía de la Iglesia. Están aceptando la idea herética de ese hombre: están perdiendo la fe. Esto trae, como consecuencia, el inicio de la apostasía de la fe.

Pero Bergoglio, no sólo es herético, sino que es cismático. Va en contra de la ley de la gracia. Al ponerse como Papa, él se sitúa fuera del Papa legítimo. Está haciendo un cisma, encubierto, pero es un cisma.

Por tanto, no se le puede obedecer en su cargo, porque no tiene el oficio papal. Está sentado en el Trono de Pedro, pero no es Papa. En la Iglesia Católica sólo se puede dar obediencia al Papa legítimo. No cabe otra obediencia. No existe en la Iglesia Católica una obediencia humana, que se da por un poder humano. La obediencia humana en la Iglesia es siempre por un poder divino, no humano.

El cargo de Papa no es como el gobernante en el mundo que, aunque sea un hereje, es necesario darle la obediencia allí donde no hay pecado, porque toda autoridad viene de Dios.

En la Iglesia esto no puede suceder. En la Iglesia es Dios mismo quien pone su Cabeza, su gobernante. En consecuencia, aquel que usurpa el gobierno de la Iglesia carece del poder divino: no es autoridad ni divina, ni espiritual, ni moral.

Bergoglio, para la Iglesia Católica, es un don nadie, es un cero a la izquierda porque no posee el Primado de Jurisdicción. Y, al no tenerlo, no tiene ninguna otra autoridad. Sólo posee la que los hombres le han dado: un poder humano, que es un poder masónico. Y a este poder humano no es posible la obediencia. Porque en la Iglesia se obedece a un hombre que tiene el Poder Divino, el Primado de Jurisdicción. Aquel que sólo tenga un poder humano, que no está sometido al Poder Divino, como en Bergoglio, no manda nada en la Iglesia.

A Bergoglio no hay que obedecerle en nada, aunque mande cosas buenas, que no son pecado, que son propias del derecho canónico o de la liturgia. Si manda que en el canon se puede recitar a San José, no se le obedece. Si manda una jornada de oración y de ayuno, no hay obediencia. Porque él lo manda con un poder humano. No hay sometimiento a ese poder humano en la Iglesia. Sólo se obedece al Papa legítimo. Y, por tanto, sólo se obedece a la Jerarquía que se somete al Papa legítimo. No es posible la obediencia a la Jerarquía que se somete a un hereje, como Bergoglio. Si se da esa obediencia a esa Jerarquía, se peca mortalmente.

Es muy importante tener las cosas claras con este hombre en la Iglesia, que es lo que muchos no la tienen, y siguen en sus dudas, en sus ambigüedades, en sus acomodos a las circunstancias de la vida de la Iglesia.

Por eso, la Jerarquía, que sabe todo esto, es la que más peca. Están guardando las formas exteriores con ese hombre, el status quo, para hacer el juego que todos quieren. Y eso es una gran maldad, un gran pecado que toda la Jerarquía lo tiene que pagar caro.

Quien escuche una misa de Bergoglio comete un pecado mortal. Son misas de herejías, de cisma, de apostasía de la fe. No son misas en que el alma reciba una verdad. Son misas para condenar a las almas. En esas misas no está Cristo en el Altar. Se comulga una galleta.

El que asista a un acto de Bergoglio (conferencia, ángelus, charla,…) peca mortalmente. Porque no es un hombre que lleve a la santidad cuando habla. No es un hombre que haga caminar hacia el bien divino, sino que pone la puerta hacia el pecado: invita a pecar y a seguir en la vida de pecado. No es como Jesús: no peques más. Bergoglio dice: quiero una iglesia de pecadores. Para ese hombre el pecado no es un mancha en su alma, sino otra cosa, lo que su mente diabólica se ha inventado. Es un Obispo que engaña con su palabra a todo el mundo. ¿Por qué pierden el tiempo escuchando a ese hombre que no da una palabra de verdad? ¿Qué hacen contemplando sus obras? ¿Qué les importa sus viajes?

Bergoglio ya hay que ponerlo a un lado, porque ahora se hacen fuertes los demás: los que lo apoyan, que son muchos, y en muchos frentes.

Bergoglio ha sido el entretenimiento para toda la Iglesia; pero ya se le acaba la cuerda. Muchos han visto su negrura; y muchos la aceptan, la quieren para sus vidas; y sólo están esperando que ese hombre comience a destrozarlo todo en la Iglesia. Y muchos se impacientan porque ven que ese hombre tiene mucha labia, pero ninguna obra.

Bergoglio es, como todos, pero en lo malo. Todos hablan muchas cosas, pero unos son buenos, otros son unos demonios. Y cada uno tiene sus impedimentos para obrar. Así los Papas anteriores no pudieron hacer el bien que Dios les pedía, por la rebeldía de muchos Cardenales y Obispos; así Bergoglio tiene a muchos que tampoco lo quieren en su maldad. No puede hacer lo que él quiere y no deja hacer a los otros en el mal. Los tiene enfrentados.

Bergoglio ha sido orgulloso desde el principio: él ha querido poner su camino. Y ha encontrado oposición en la cima del gobierno, que es la masonería. Y ésta le ha dejado hacer, mientras convenía. Pero ya Bergoglio no conviene a la masonería, porque hay que dar un paso más: hay que empezar a romper y se necesita una cabeza pensante.

Bergoglio es sólo un vividor. Y no más que eso. Vive su vida y deja que los demás la vivan. No por eso, deja de ser un dictador. Ahí lo tienen con el golpe de estado a Mons. Rogelio Livieres. Es el acto propio de una sabandija en el gobierno: quiere que todos obedezcan a su mente diabólica, a su planteamiento de lo que debe ser la iglesia sin cristo, para el pueblo, para el comunismo, para la fraternidad, para los pobres… Y si encuentra oposición, hace lo que ha hecho. Y Bergoglio se queda tan tranquilo, porque no tiene arrepentimiento de su pecado. No ve su pecado: ve a los otros que van en contra de él. Y eso le molesta mucho, pero pone cara de idiota y de niño bueno.

En la Iglesia se habla mucho de amor fraternal, de misericordia, de humildad, de que hay que estar en la verdad, pero todo eso son palabras en mucha Jerarquía. Es sólo el lenguaje humano. A la hora de la verdad, si no te sometes a la mente de tu Obispo te quedas en la calle pidiendo limosna. Y encima te levanta una calumnia el mismo Obispo.

Esto es una realidad y está pasando en la Iglesia. Y la gente anda embobada con un necio, un estúpido y un idiota, como es Bergoglio. Y no ve lo que pasa en la Jerarquía de su parroquia. No ve los lobos que hay en su parroquia. Y, entonces, no puede ver al lobo principal, que está sentado en la Silla que no le pertenece.

La Iglesia está en el pecado habitual: colaborando con un hereje, ocultando sus herejías, dándole publicidad, y haciendo que los demás se sometan a la mente de ese hombre sólo porque está en la Silla de Pedro: sólo por una cuestión externa, para guardar las apariencias con todo el mundo y decirse a sí mismos: en la Iglesia Católica estamos todos unidos con el Papa. Todos a una con un imbécil.

Gran pecado es éste el de la Jerarquía. Muchas almas sacerdotales están muertas por su obediencia a un hereje. Y les va a ser casi imposible salir de ese pecado. Porque son los que más conocen: luego son los que más pecan. Pecan con perfección; no con ignorancia, no con dudas… Son almas con una vida sacerdotal tan mísera, tan rastrera, que no les importa someter su mente a la mente de un hereje. No les importa. Beben su pecado como si fuera un vaso de agua.

Jesús es el Verbo Encarnado, el cual ha desparecido de muchas misas, de muchas almas sacerdotales, porque la Iglesia que está en el Vaticano ya no es la Iglesia de Cristo. Ya no son sus sacerdotes: son lobos que llevan a las almas a lo más profundo del infierno. Y las almas las siguen como borregas que son.

El pecado es un acto de desobediencia a Dios

Clavado-en-cruz.

El pecado es un acto humano, es una obra de la voluntad libre de cada persona, es algo que todo hombre puede realizar sin coacción, sin impedimento de ningún tipo, sin estar sujetos a algún pensamiento o a alguna estructura de la vida.

Se peca no porque hay problemas en la vida o porque alguien u otro nos lleva al pecado, nos empuja, o nos seduce. Se peca porque la persona quiere pecar.

El pecado no es un conflicto interno, no es algo que pasa en nuestro interior y que, después, se trasluce en una obra. El pecado es obrar un pensamiento que no es de Dios, que no proviene de la Verdad, que va en contra de la Voluntad de Dios.

Todo pecado es una desobediencia a Dios. Aun el más mínimo, el más leve. El pecado no es una obra mala humana o un error que se comete o una ignorancia que se dice.

Siempre el pecado es una obra en contra de lo que Dios quiere para la vida. Es ir en contra de una ley divina. Y, por tanto, no hay que fijarse en la obra del pecado, sino en aquella ley divina que transgrede.

Si no se tiene esto claro, se pone el pecado en muchas cosas que no son el pecado.

No es pecado no dar dinero a los pobres, porque no hay una ley divina que obligue a dar dinero a los pobres.

Es pecado comulgar en la mano, porque hay una ley divina que exige adorar a Dios en Espíritu y en Verdad; entre Dios y la criatura hay dependencia absoluta. Dios está arriba, el hombre abajo. El hombre tiene que someterse a Dios en todo; tiene que estar en la presencia de Dios abajado, con el rostro en el suelo, sin osar levantar sus ojos a Dios. Y, por eso, Dios se muestra en los accidentes del pan y del vino, para que la criatura pueda abrir su boca y dejar que Dios entre en ella. Pero no se puede tocar a Dios porque nadie está en la misma altura que Dios. Dios tiene que elevar al hombre para que lo pueda tocar; por eso, consagra las manos de sus sacerdotes para este fin.

No es pecado desobedecer una cabeza que Dios no ha puesto como Papa, no elegida por Dios, como por ejemplo, a Francisco. Pero es pecado desobedecer a un Papa elegido por Dios, como Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI. Quien se oponga a estos Papas está pecando, pero quien se oponga a Francisco, no peca. Porque Cristo ha puesto su ley en la Iglesia a través de una Cabeza elegida por Él. Y todos tienen que seguir a esa cabeza si quieren cumplir con la ley divina.

Es pecado no seguir un dogma en la Iglesia. Por ejemplo, decir que Jesús no hizo milagros, es un pecado que va contra una Verdad Divina: Jesús es el Verbo Encarnado. Predicar que Jesús no es un Espíritu, es un pecado, porque va contra la Divinidad del Verbo. Predicar que el pecado es un conflicto entre los hombres, es un pecado, porque va contra la ley de Dios sobre el Amor Divino: quien va en contra del Amor Divino comete pecado. Es pecado apoyar a los homosexuales, bautizarles sus hijos, enseñarles que deben estar en la Iglesia, porque los homosexuales van contra el sexto mandamiento de la ley de Dios. Quien ensalza un pecado ya se ha hecho pecado en eso que ensalza.

Hoy día, hay en la Iglesia muchas personas que no ven el pecado, y que, después, llaman pecado a lo que no es. Y eso ocurre sólo porque no creen en el pecado. Esta es la única razón. Y no hay otra.

Cuando el hombre sólo se fija en sus problemas de la vida, ya no mira su pecado. Cuando el hombre sólo vive para solucionar problemas, ya no mira su pecado. Cuando el hombre vive su vida para conquistar algo humano, ya no mira el pecado. Cuando el hombre ensalza al hombre, ya no se fija en el pecado.

El pecado no está fuera del hombre: es una elección del mismo hombre. Y una elección libre, independientemente de todo los demás. Lo demás, puede o no puede condicionar, limitar, la visión del hombre en su vida, pero se peca igual, ya si se viva o no se viva bajo esas condiciones.

Sólo algo grave, algo impuesto y que anula la libertad de la persona, quita el pecado. Queda la obra mala, pero no se hace el pecado.

El hombre tiene capacidad para pecar y para no pecar. Y esa capacidad es total, al cien por cien. Por eso, nunca hay que ver las circunstancias de la vida para juzgar un pecado, sino sólo hay que ver la libertad de la persona: en qué medida ha sido libre para pecar.

Como hoy no se enseña el pecado en la Iglesia, por eso, se enseña una espiritualidad amorfa, amanerada, ofuscada, mentirosa, que engaña a los hombres, porque pone el pecado en algo interior del hombre, pero no en su voluntad libre. Se pone el pecado en la conciencia del hombre, y eso es un error.

Porque la conciencia no es la voluntad libre. Por la conciencia, el hombre conoce que ha pecado, ya que la conciencia da una noticia del mal, del error, del pecado.

Si se dice que el pecado es algo de la conciencia, algo interior, entonces se está diciendo que el hombre crea su pecado, lo inventa, pero que también él mismo se juzga y se quita su mismo pecado.

Quien dice que el bien y el mal es una cosa del hombre, de su interior, de su pensamiento, está expresando esta doctrina. Francisco lo dice: “Cada uno de nosotros tiene una visión del Bien y del Mal (…)Cada uno…debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe”. Para Francisco el pecado nace en el interior de cada uno porque cada hombre tiene una visión del bien y del mal. Es una visión distinta en cada hombre y, por tanto, según sea el pensamiento de cada hombre sobre el bien y el mal, así será el pecado.

Luego, ya no existe el pecado, sino la visión que el hombre tiene del mal. El mal va cambiando según lo que piense el hombre, según el hombre evolucione en su pensamiento. Por eso, no es igual el pecado en cada época de la historia. Y, por eso, ya no hay pecados como los de hace 2000 años, porque el hombre ha progresado en su pensamiento. Y ya, como consecuencia, no existe la verdad, sino la visión que cada hombre tiene del bien y de la verdad. Todo es relativo, todo es como lo vea el hombre en relación a muchas cosas. Ya no hay nada fijo, no hay dogmas, no hay nada que permanezca, sino que todo cambia.

Y, según esta visión que tenga el hombre del bien y del mal, viene el conflicto: “El hombre entra en conflicto consigo mismo (..) se cierra en su propio egoísmo” (7 de septiembre). Así explica Francisco el pasaje del Génesis cuando Adán peca, cuando Caín peca: Existe la armonía en toda la Creación (ya no existe Dios, sino la armonía), pero el hombre deja de ver esa armonía (ya el hombre no ve a Dios, no peca contra Dios, sino contra la armonía) para fijarse en su pensamiento. Y ahí nace el conflicto. En esa visión del mal que tiene el hombre, viene el desorden en la creación. Y, por eso, Adán acusa a su mujer; Caín mata a Abel. El hombre tiene que volver a la armonía corrigiendo en su interior esa visión del bien y del mal. Él mismo hombre se juzga y se auto- absuelve. Su misma conciencia lo hace todo. El hombre diviniza su conciencia, su yo interior.

En consecuencia, no existe el pecado, sólo existen los conflictos entre los hombres porque, en su interior, no ven bien las cosas. Y, por eso, el diálogo es fundamental para resolver los problemas. Las guerras es sólo cuestión de ponerse de acuerdo los hombres, de dejar sus conflictos, sus visiones erradas del bien y del mal.

Por eso, hay que acoger a todos los hombres de todas las religiones, porque no se da el pecado de desobediencia a Dios, sino sólo las malas interpretaciones, los lenguajes humanos que se emplean y que no producen un acuerdo, una unidad entre los hombres.

Por eso, Francisco no juzga al pecador ni absuelve su pecado, porque no existe el pecado. La homosexualidad no es pecado. Es la visión que cada uno tiene de la lujuria, de su propio sexo. “Si el homosexual cree en Dios, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. No importa que el homosexual tenga un problema, lo que importa es ponerle un camino para que viva su problema y alcance a Dios, corrigiendo su visión de la lujuria que tiene. Ya Dios le mostrará qué es su vida, porque Dios lo perdona todo, Dios no se cansa de perdonar, Dios es Misericordioso. Hay que vivir en la confianza de un Dios que todo lo perdona. No hay que mostrarle el infierno para que salga de su vida. No hay que atemorizar a la gente, porque hay que amar a Dios sin temor, sin miedos.

Todo el problema sólo está en una cosa: el pecado es siempre una desobediencia a Dios. Y esto es lo que no se acepta.

El homosexual desobedece a Dios. Y, por tanto, hay que juzgar su persona y su pecado. Dios lo juzga, Dios lo castiga, Dios corrige al que peca. Y el sacerdote, en la Iglesia, actúa en nombre de Cristo, en su Persona, para juzgar, para condenar, para castigar al pecador y su pecado. Los demás, tienen que ver el pecado y tratar a esa persona como la trata Dios. Dios pone un abismo con el homosexual, porque su pecado es abominación. Luego, no es cualquier pecado. No es una mentira piadosa, sino un pecado que exige un estilo de vida totalmente contrario a la verdad. Luego, no se puede dar esperanzas en la Iglesia al homosexual. Hay que dejarlo en su vida de pecado hasta que no corrija su pecado. No se puede abrazar al homosexual porque no tiene derecho a pecar, no tiene derecho a exigir vivir su pecado ante Dios ni ante los hombres. No tiene derecho a exigir que los demás acepten su pecado, su estilo de vida, porque Dios no lo acepta. Su estilo de vida es una desobediencia a Dios. Y, por sólo esto, hay que condenar al homosexual, hay que anatematizarlo, hay que alejarlo de la Iglesia. Y eso es ponerle un camino para que vea lo que es su pecado y, si quiere, que lo quite.

Pero si no se hace esto, entonces el homosexual nunca va a quitar su pecado, porque ya todos acogen su pecado como algo bueno para los hombres y para Dios.

Vivimos en la Iglesia precisamente esto: no existe el pecado. Luego, todos al Cielo, todos somos santos con nuestros pecados. Ya no hay que luchar por quitar el pecado, sino sólo por dar de comer a los pobres, por aceptar a los homosexuales, etc.

Hay que compartir con el pecado de los hombres para ser fraternos, para ser hermanos. Éste es el evangelio de la fraternidad de Francisco: justifiquen el pecado de su hermano, aprúebenlo, apláudanlo, y así amarán a sus hermanos. Todos nos besamos y nos abrazamos y nos vamos al cielo felices de amarnos unos a otros.

Cuando el hombre ya no llama al pecado con el nombre de pecado, es que dejó de creer en el pecado. Y quien no cree en el pecado, tampoco cree en el Amor de Dios. Porque todo pecado es lo opuesto al Amor de Dios. Y quien no cree ni en el pecado ni en el amor de Dios, sólo cree en su pensamiento humano. Yo me lo guiso, yo me lo como, yo soy el rey palomo.

El misterio de iniquidad en la Iglesia

SatanascontraJesus

Mateo 24, 15: “Por tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue dicha por el Profeta Daniel, está en el lugar santo, -el que lee entienda-”.

Mateo 24, 24-25: “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos Profetas, y harán grandes maravillas y prodigios; de manera que aún los escogidos, si fuera posible, caerían en error: ya veis que os lo he predicho”.

2 Tes. 2, 3-5: “No os dejéis seducir de nadie en ninguna manera; porque no vendrá este día sin que primero haya acontecido la apostasía, y aparecido el hombre del pecado, hijo de la perdición, el cual se opondrá, y se alzará contra todo lo que se llama Dios, o que es adorado, de manera que se sentará en el templo de Dios, dando a entender que es Dios. ¿No os acordáis, que cuando estaba todavía entre vosotros, os decía estas cosas?”.

El misterio de iniquidad es el que está obrando en la Iglesia.

Misterio que ha puesto en el Papado su poder. Un poder demoniáco. Quien rige al impostor, no es el Poder de Dios, sin el poder del demonio.

Y hay que saber qué puede hacer el demonio en los hombres para entender este poder.

El demonio posee a los hombres cuando los hombres viven en el pecado. Si los hombres no están en gracia, si los hombres tardan en confesar sus pecados, si los hombres se dedican a vivir su vida humana sin atender a nada espiritual, haciendo las cosas de Dios por rutina, entonces se da la posesión del demonio.

El demonio posee las mentes de los hombres y sus cuerpos. El demonio no posee la voluntad de los hombres, pero puede influir en ellas.

Para entender lo que pasa en la Iglesia, para comprender por qué el Concilio Vaticano II fue un desastre para la Iglesia, porque con él vino la remodelación de toda la Iglesia que la ha llevado a esta situación, hay que meterse en este misterio de iniquidad.

Lo que vivimos, ese impostor, nace del Concilio Vaticano II. Es la lenta obra del demonio en los hombres, en los sacerdotes, en los Obispos, en los religiosos, en los fieles de la Iglesia.

Lenta, pero eficaz, obra del demonio.

La Virgen, en La Salette, ya hablaba que el Anticristo iba a nacer de una virgen consagrada, dada al demonio, y de un Obispo.

El Anticristo necesita la consagración del sacerdocio para ser Anticristo. Necesita, vía sexo, lo que un Obispo, cuando se une a una mujer, que también es religiosa, -pero que ha hecho de su vocación un instrumento del demonio, una bruja, una experta en artes demoniácas-, le da en el espíritu.

El hijo que nace de esa unión, -que se hace con un rito satánico, utilizando lo propio del sacerdocio: una Hostia Consagrada, una Cruz, la Palabra de Dios- es un hijo que tiene lo que posee el Obispo en su consagración: el espíritu del sacerdocio. El espíritu del sacerdocio, no la consagración al sacerdocio, que pasa al hijo cuando se hace ese rito demoniáco.

Este poder del demonio es verdadero. El demonio se puede posesionar del espíritu del sacerdocio de un sacerdote, de un Obispo, cuando se hace ese acto bajo unas condiciones que pone el demonio.

Por eso, lo que dice la Virgen es muy grave para la Iglesia. Si un Obispo se une a una mujer religiosa para dar al Anticristo, entonces se debe entender la condición de ese Obispo.

Ese Obispo, que se une a la mujer, debe estar poseído por el demonio. Sin esta posesión, no puede darse ese rito.

Esa posesión de ese Obispo supone una vida de pecado en ese Obispo. Es decir, que ese Obispo no quite su pecado, no se arrepienta de su pecado, viva en su pecado. Eso produce la posesión demoniáca.

No hay que entender la posesión demoniáca sólo cuando el cuerpo se retuerce y la persona hace cosas que no tienen sentido.

El demonio posee las inteligencias de los hombres. Por eso, hoy día, se da tanta locura entre los hombres. Y los hombres, por no tener fe, dicen que están locos, que tienen una enfermedad mental, y es sólo el demonio, la posesión del demonio, que se hace porque esa persona vive en su pecado y se ha acostumbrado a su pecado. El mundo está lleno de demonios, por esta posesión. Y ningún psiquiatra, ni ninguna medicina quita esta posesión.

El pecado no es cualquier cosa en la vida de los hombres. Es la obra del demonio. El demonio hace pecar para llevar al alma hacia lo que quiere, que es poseerla, y así hacer que esa alma obre lo que el demonio quiere en la vida. Una cosa es el pecado de la persona, otra cosa es la posesión de la persona por el demonio. Si la persona no quita su pecado, no se confiesa al momento, sino que lo va dejando, que es lo que hace la mayoría de la gente, eso va produciendo que la obra del demonio, que es el pecado, se desarrolle hasta llegar a poseer a la persona. Un pecado llama a otro pecado. Y así el demonio va tejiendo su posesión, su ciudadela en la persona. Esta obra de posesión siempre es en la inteligencia de la persona. No hace falta que se dé en el cuerpo de la persona. Por eso, aparecen en muchos hombres la locura. El demonio, al poseer la inteligencia del hombre, hace un daño a la mente, que se traduce en una locura. Los hombres ven la locura y creen que han perdido la cabeza, y no es así. Es la locura que nace del demonio para poseer a ese alma. Y mientras esté la posesión del entendimiento, está la locura. Y, por eso, no hay medicina que cure eso. Sólo lo cura el poder de un sacerdote que crea. Pero los sacerdotes ya han dejado de creer y también ellos ven eso como un estado mental, como una enfermedad, y no como lo que es. Y lo ven por su falta de fe, porque el sacerdote tiene inteligencia para entender todas las obras del demonio. Pero como no creen en el demonio, entonces no ayudan a las almas a liberarse de esa posesión real que incide en sus vidas realmente y que destroza vidas.

Hay muchos hombres poseídos por Satanás hoy día, por su pecado. Y, aunque, después lo intenten quitar, confesarse, queda la posesión.

Cuando los Obipos de la Iglesia, cuando los sacerdotes de la Iglesia han dejado su vida espiritual, su vida de oración, su vida de penitencia, y se conducen en la Iglesia como almas en el pecado: pecan y no confiesan ese pecado; y viven con ese pecado, y obran todas las cosas del sacerdocio con ese pecado, entonces viene la posesión del demonio en ese sacerdote.

Y, por eso, el Concilio Vaticano II da esos frutos a la Iglesia. ¡Cuántos sacerdotes poseídos por Satanás, infestados por la obra del demonio, que es el pecado! Y se ponen a practicar un Concilio en esas condiciones de sus almas. Entonces, el desastre es lo que hemos visto.

No se puede entender lo que pasó con Pablo VI sin recurrir al misterio de iniquidad. Y, por eso, con Pablo VI se dieron muchas cosas sin sentido. Se han querido explicar de muchas maneras: que lo drogaron, que lo maniataron, que le pusieron un doble, que falsificaron sus documentos, etc. No importa la manera humana de obrar un pecado, un mal. Lo que importa es quién está detrás del pecado y cómo puede obrar ese pecado.

Lo que hicieron con Pablo VI fue la obra de la posesión del demonio en sacerdotes, Obispos, fieles. La muerte de Juan Pablo I fue por una persona consagrada a Dios, pero poseída por el demonio. Lo que sufrió Juan Pablo II en todo su Pontificado es por los consagrados en la Iglesia que, viviendo en su pecado, llegan a la posesión de sus almas por el demonio y, por tanto, obstaculizan la misión de un Papa y le ponen toda clase de impedimentos para que el Papa no haga lo que Dios le pide.

Benedicto XVI subió al Poder en su pecado. Y su renuncia es por su pecado, es por no quitar su pecado. Y su alma queda en la profundidad del pecado, donde sólo el demonio reina y hace su obra.

El misterio de iniquidad no es cualquier cosa. Y hoy, como no se cree en el demonio, como no se cree en el pecado, entonces no se entienden tantas cosas como los hombres hacen en la Iglesia.

Francisco es un ejemplo de eso. Francisco no es ningún santo. Habla como el demonio, no habla como un ángel, como un serafín. Hace las obras del demonio. Y las almas les cuesta percibir estas obras, porque no tienen fe. La fe es a Cristo, a Su Palabra, que es la Verdad. No al pensamiento de ningún hombre en la Iglesia. Una cosa es el depósito de la fe, que está en la Iglesia. Otra cosa es la Fe, que sólo se puede dar a Cristo, a la Palabra de la Verdad, al Espíritu de la Verdad, al Pensamiento del Padre. La fe no se puede dar a ningún hombre, así sea Papa, Obispo, Cardenal, sacerdote, fiel de la Iglesia. Y, menos, cuando es un impostor

Y este es el error de muchos que todavía quieren defender a Francisco, porque han puesto la fe en un hombre y no saben ver lo que ese hombre está haciendo con el depósito de la fe en la Iglesia.