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El mensaje de La Salette

El mensaje

La Dama desconocida les habló entonces a los niños. Ellos, según confesaron luego, bebieron palabra por palabra, mientras María derramaba lágrima tras lágrima mientras hablaba. Ella les dijo:

“Si mi pueblo no quiere someterse, me veré obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo; es ya tan fuerte y tan pesado, que no puedo contenerlo más. ¡Hace tanto tiempo que sufro por vosotros!. Para que mi Hijo no os abandone, es preciso que le ruegue incesantemente. Y ustedes, ustedes no toman esto como una verdadera advertencia. No importa cuanto recen, no importa lo que hagan, nunca podrán recompensar los dolores que he tomado por todos vosotros”.

“Seis días concede Dios a la gente para trabajar, y se reserva El el séptimo día. Pero la gente no quiere hacerle caso y trabaja el domingo. Esto es lo que hace que el brazo de mi Hijo sea tan pesado. Aquellos que conducen las carretas no pueden jurar sin introducir el nombre de mi Hijo. Estas son las dos cosas que hacen el brazo de mi Hijo tan pesado”.

“Si la cosecha se arruina, es por vuestra culpa. Yo los he alertado el año anterior con la cosecha de papas, pero no tomaron mi advertencia. Todo lo contrario, cuando encontraron que la cosecha de papas se había arruinado blasfemaron y tomaron el nombre de mi Hijo en vano. Se van a seguir arruinando de tal manera que para las Navidades no quedará ninguna”.

“Oh mi pequeña, ¿no comprendes lo que te digo?. Bueno, espera, te lo diré de otro modo. Si tienes semilla de trigo, no es buena para que la siembres. Todo lo que siembres será comido por los insectos, y lo que crezca se transformará en polvo cuando ustedes traten de desgranar las espigas. Vendrá una gran hambruna. Pero antes de que llegue la hambruna, los niños de menos de siete años serán atacados por temblores y morirán en los brazos de quienes los sostienen. Los demás harán penitencia por la hambruna. Las nueces vendrán malas y las uvas se pudrirán”.

En este momento de la aparición la Dama se dirigió a los niños por separado, confiándole a cada uno de ellos un secreto. Le habló primero a Maximin, y si bien él no notó ningún cambio en la voz de María, a su lado Melanie no podía escuchar las palabras que salían de los labios que se seguían moviendo como antes. Luego fue Melanie la que escuchó la voz de la Virgen dándole su secreto. Ambos secretos fueron dados en idioma francés, mientras buena parte del diálogo de la Dama había sido recibido por los niños en el dialecto local, el patois.

María entonces volvió a hablarles a ambos en su idioma familiar:

“Si se convierten, las piedras y las rocas se transformarán en montañas de trigo, y las papas crecerán solas en la tierra”.

“¿Dicen correctamente sus oraciones, mis pequeños?.

Ambos contestaron con abierta franqueza: “no demasiado bien, mi Señora”.

“Ah, mis pequeños, ustedes deben asegurarse de orar bien cada mañana y cada tarde. Cuando no lo puedan hacer mejor, digan al menos un Padre Nuestro y un Ave María. Cuando tengan tiempo, digan más oraciones. Ya nadie asiste a Misa excepto por unas pocas ancianas. El resto trabaja el domingo, todo el verano. Luego, cuando llega el invierno, cuando no saben qué hacer van a Misa a burlarse de la religión. Luego, durante Cuaresma, van al mercado a comprar alimentos, como si fuesen perros”.

“¿Han visto alguna vez trigo arruinado?”.

“No Señora”, ellos respondieron.

“Pero tú, mi pequeño, tu seguramente lo has visto cuando estuviste en la granja de Coin con tu padre. El dueño del campo le dijo a tu padre que vaya y vea el trigo arruinado. Ustedes fueron juntos. Tú tomaste dos o tres espigas de trigo en tus manos y las frotaste, y se transformaron en polvo. Luego fueron a casa. Cuando estaban a una distancia de media hora de Corps, tu padre te dio una hogaza de pan y te dijo: aquí, mi hijo, come al menos algo de pan en este año. No sé quien comerá algo el año próximo, si el trigo continúa de este modo”.

Cuando escuchó tan precisos detalles, Maximin rápidamente replicó: “Oh si, mi Señora, ahora recuerdo. Es que no lo lograba recordar”.
En ese momento la Dama les volvió a hablar en francés, como al comienzo de la aparición y como cuando les dio los secretos, y les dijo:

“Bueno, mis pequeños, ustedes harán saber esto a toda mi gente”.

Estas fueron sus últimas palabras.

Mientras tanto los dos pequeños testigos estaban parados totalmente inmovilizados en el lugar donde la conversación se había desarrollado, cuando repentinamente se dieron cuenta que su visitante Celestial estaba a varios pasos de distancia de ellos. En su desesperación por estar junta a María nuevamente, corrieron por la cañada y rápidamente la alcanzaron. Entonces, en la compañía de Maximin y Melanie, la Dama se movió deslizándose por sobre la hierba, sin tocarla, hasta que llegó a la cima de la colina donde los niños, después de su siesta, habían ido a buscar su ganado. Melanie la precedía algunos pasos mientras Maximin estaba a su derecha. Al llegar a la cima, la Dama se detuvo por unos segundos, y entonces se elevó lentamente a una altura de un metro y medio. Permaneció suspendida en el aire por un momento, elevó sus ojos al Cielo, y dio una mirada hacia el sudeste. En ese momento Melanie se puso enfrente de Ella para verla mejor. Recién en ese instante se dio cuenta que la Visitante Celestial había dejado de llorar (aunque su expresión seguía siendo triste), ya que las lágrimas no habían cesado de caer de sus ojos durante la totalidad de la aparición. La radiante visión empezó entonces a desaparecer. Dijeron los niños:

“Primero dejamos de ver su cabeza, luego el resto del cuerpo. Pareció haberse disuelto en el aire. En el lugar permaneció una gran luminosidad, así como las rosas que estaban a sus pies. Cuando traté de tomar una de las rosas, estas desaparecieron. Nos quedamos mirando por un largo rato, a ver si podíamos verla nuevamente, pero la Hermosa Dama había desaparecido para siempre. Pensamos que podía haber sido una gran Santa. Si hubiéramos sabido que era una gran Santa -dijo Maximin- le hubiéramos pedido que nos lleve con Ella”.