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Bergoglio: el político que siembra la palabra de condenación

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«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39).

Este es el segundo mandamiento más grande, junto con el primero, que es amar a Dios sobre todas las cosas.

Primero hay que amarse a sí mismo; es decir, hay que dar al cuerpo la ley natural, para que se mantenga en lo propio del cuerpo, de lo carnal; al alma, la ley divina, para que la mente se sujete a la verdad de los mandamientos y la voluntad la obre; al espíritu, la ley de la gracia, para que el hombre pueda, no sólo obrar la verdad de las cosas, sino lo divino en su vida humana; y al corazón, el amor de Dios, la ley del Espíritu, con el cual el hombre alcanza esa plenitud de la verdad en su vida que sólo el Espíritu puede darle.

Si el hombre no se ama de esta forma, entonces no puede amar al prójimo en la verdad de su vida. Porque al prójimo hay que darle, a su cuerpo, la ley natural; un hombre no puede buscar otro hombre para una unión carnal; ni la mujer, otra mujer. Hay que mantener el cuerpo en lo suyo natural y obrar con él en la naturaleza de las cosas.

Al prójimo, hay que darle los mandamientos de Dios: cumplir con él lo que quiere Dios para su alma. Quien da al otro, leyes fuera de la ley divina, hace de su vida, no sólo una abominación, sino un camino para el infierno.

Al prójimo, hay que darle la ley de la gracia: usar la gracia con él para una obra divina, para un fin divino en la vida, para un camino de salvación y de santidad.

Y al prójimo, hay que darle la ley del Espíritu: caminar con él en la verdad que enseña el Espíritu, para producir la verdad que la vida espiritual exige en todo hombre.

Amar a Dios es hacer la Voluntad de Dios: con uno mismo, con Dios y con el prójimo.

¿Qué enseña Bergoglio?

«La palabra de Cristo es poderosa…Su poder es el del amor: un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos» (Napoles, 21 de marzo 2015).

Esta palabrería no es nueva en Bergoglio. Lleva dos años en la misma herejía. Y los hombres todavía no se han dado cuenta.

Habla como un protestante: «la palabra de Cristo es poderosa. Su poder es el del amor…». Para el católico, la Palabra de Cristo es la Verdad, tiene el poder de obrar la Verdad.

Habla como un hombre de herejía: «un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos».

El amor, que no tiene límites, -para Bergoglio-, es el amor que va en contra del segundo mandamiento más grande. Hay que pasar el límite de amarse a sí mismo. Ya no ames al otro como a ti mismo, sino que tienes que amarlo antes que a ti mismo.

Diciendo esto: «amar a los demás antes que a nosotros mismos», está diciendo que hay que ir en contra de toda ley. No hay que fijarse ni en la ley natural, para poner un límite al cuerpo. Por tanto, tienes que amar al homosexual antes que a tu propio cuerpo, antes que a tu propia vida, a tu propia verdad que encuentras en la ley de Dios, antes que a tu propia salvación, que la ley de la gracia te ofrece; antes que el amor de Dios, que la ley del Espíritu pone en tu corazón. No quieras ser santo en tu vida. No quieras salvarte en tu vida. No hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie. Porque Dios es amor. Cristo nos ha amado, con un sumo amor. Y ese amor poderoso basta para salvarse. No busques ni tu salvación ni tu santidad personal. Ama antes al homosexual, ama antes al ateo, ama antes al budista, ama antes al cismático, por encima de tu santidad personal, por encima de tu vida humana.

Bergoglio no cree en la ley Eterna. Sólo está en su gradualidad.

No cree, ni siquiera en la naturaleza del hombre. No cree en el hombre. Para amar al hombre antes el hombre tiene que amar otra cosa que no sea a sí mismo. Antes que amarte a ti, como hombre, como persona en tu naturaleza humana, ama al otro sin saber lo que es el otro. Ama al otro por el otro, no por una Voluntad de Dios, que es una ley siempre para el hombre. No es un amor, no es un sumo amor sentimental.

Después, Bergoglio caerá en muchos absurdos al pedir que se ame al otro porque en ellos está la cara de Dios. Si hay que amar al otro antes que a Dios, antes que a uno mismo, es imposible ver en el otro la cara de Dios. Para ver el rostro de Dios tengo que amar a Dios por encima de todas las cosas. Y sólo así se contempla a Dios en todas las cosas. Pero es una contemplación mística, no real, no panteísta, como la que predica Bergoglio en muchas de sus homilías.

¿Qué ha ido a hacer a Nápoles, Bergoglio?

Nada. Lo de siempre. Política comunista. Doctrina protestante. Religión masónica.

¡Esto es todo Bergoglio!

Para Bergoglio no existe el pecado como ofensa a Dios. Por lo tanto, Bergoglio tiene que anular la obra de Cristo.

Cristo muere para quitar el pecado, para satisfacer a Su Padre por la ofensa que el pecado le producía. El honor divino fue dañado por el pecado, por la obra de pecado que Adán introdujo en toda la naturaleza humana. La obra de Cristo compensa todo el daño de la obra del pecado. Esa obra de Cristo no es material, humana, carnal, natural, sino espiritual, mística y divina. En otras palabras, Cristo no viene a quitar los problemas sociales de los hombres, ni los económicos, ni los políticos, ni los humanos…Ni  ningún problema que se origine del pecado.

Cristo viene a quitar el pecado, del cual surgen todos los problemas entre los hombres. Hay muerte porque hay pecado. Hay enfermedades porque hay pecado. Hay crisis económicas porque hay pecado. Hay lucha de clases porque hay pecado. Hay injusticias porque hay pecado.

Sin la obra de pecado, este mundo sería de otra manera: un paraíso. Pero ya no puede ser un paraíso, porque el pecado permanecerá hasta el fin del mundo, no sólo de los tiempos.

Al anular Bergoglio, la obra de Cristo, tiene que ponerla en el amor, en el sumo amor. Es decir, en lo que se llama la redención entendida en sentido subjetivo.

El católico la entiende en sentido objetivo: Todo el género humano está en la fosa del pecado, caído, con una ofensa a Dios, de la cual se sigue la ira divina, no sólo contra el pecado, sino contra el pecador. El hombre permanece cautivo en el pecado, en su obra, en las garras del demonio. Cristo viene a satisfacer la ofensa a Dios. Es decir, la obra de Cristo es una Justicia Divina. No es un amor ni una misericordia. Objetivamente, Cristo satisface por la ofensa a Su Padre. Y esta satisfacción, aplaca a Su Padre y Éste da al género humano un camino de Misericordia, que le lleva hacia el Amor de Dios. Este camino de Misericordia es, para el hombre, un sacrificio y una liberación, que el hombre la hace unido a Cristo en Su Pasión. Es un mérito para el hombre. Cristo salva al hombre mereciéndolo el propio hombre.

Los protestantes, es decir, lo que Bergoglio constantemente está predicando, la redención es sólo el amor de Cristo al hombre. El hombre no tiene que hacer nada ni por su salvación ni por su santificación. Sólo tiene que dedicarse a resolver los muchos problemas que encuentra en su vida. Si hace el bien al otro entonces se va al cielo. Cristo nos anunció el camino de la salvación eterna, lo mostró con el ejemplo de su vida, y eso es lo que destruye en el hombre el impero del pecado. Con la muerte de Cristo se manifiesta la iniquidad de todo hombre y el amor de Dios hacia todos los hombres. Ese amor divino aniquila toda la iniquidad humana y, por eso, todos se salvan, se van al cielo.

Bergoglio está entre los modernistas, al decir que el camino de Jesús lleva a la felicidad. Está diciendo esa concepción de los griegos antiguos según la cual el Mesías era el mensajero y el mediador de la inmortalidad y de la felicidad. Con este pensamiento, Bergoglio anula el dogma de la muerte expiatoria de Cristo.

Jesús es el Mesías de la inmortalidad, de la gloria, de la vida feliz:

«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Angelus, 1 de marzo del 2015)

Jesús es sólo un icono del Padre, pero no el Hijo del Padre. Es una clara herejía.

No hay que escuchar a Jesús por ser el Hijo del Padre, sino por ser el Salvador:

«”¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior…» (Ib).

«Escuchar a Cristo es asumir una lógica»: no es crucificarse con él. No es sufrir una vida, la de Cristo. No es morir con Cristo. No es participar de la vida de Cristo en la gracia. Bergoglio está hablando de la redención tomada subjetivamente. La redención como la siente, como la quiere, como la piensa el hombre. No la redención objetiva: la que quiso el Padre en Su Hijo. Esa no aparece por ninguna parte. Es un camino subjetivo:

«ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás»: no tienes que ponerte en camino con Cristo para expiar tus pecados, y para merecer el Cielo, quitando esos pecados. Porque lo único que impide que Dios te ame, son tus malditos pecados. No; tienes que hacer de tu propia vida, no una expiación de los pecados, no una justicia divina, imitando así a Cristo en su vida, que vino para reparar el honor divino, que el pecado hizo en Su Padre,  sino que tienes que pasarte la vida entregándote a los demás. Es el subjetivismo. Se anula lo objetivo: tu vida es para hacer una justicia, quitar tus pecados, reparar la ofensa a Dios. Y se pone lo subjetivo: tu vida es para amar los demás. Y entonces se cae en la clara herejía: tienes que amar a los demás antes que a ti mismo, que es lo que ha predicado en Nápoles.

«en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior»: como la redención de Cristo es el sumo amor a nosotros, entonces el hombre tiene que ser dócil a ese sumo amor, obediente a esa voluntad de Dios, que lo ha salvado. Bergoglio es siempre un maestro en la oratoria. La dócil obediencia a la Voluntad de Dios  no es la dócil obediencia a una ley de Dios, a unos mandamientos de Dios, sino al amor de Dios que se muestra como salvador de todos los hombres. Bergoglio no entiende la Voluntad de Dios como Ley Eterna. Por eso, muchas persona se confunden con el lenguaje de Bergoglio. Creen que aquí está diciendo una verdad. Y no dice ninguna verdad, sólo explica su mentira: como Jesús te ha salvado, entonces debes prestarle obediencia a su amor. Un amor que salva, pero que no exige, con un ley, con una justicia, quitar el pecado. Y, por lo tanto, hay que estar desapegado de todas las cosas mundanas o de la mundanidad espiritual, que es su herejía favorita sobre el pecado filosófico y social.

Después de exponer su tesis, dice su clara herejía:

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos».

¡Qué pocos ven la herejía en estas palabras!

¡Muchos dirán: si Bergoglio está en lo cierto! Al final, es el cielo lo que nos espera!

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad»: el camino de Jesús nos lleva siempre a una obra buena digna de premio. Bergoglio anula el mérito en las almas que siguen a Jesús. Como Jesús te ha salvado, ya estás en el cielo, hagas lo que hagas, pienses como pienses, vivas como vivas. Es la conclusión lógica de la redención subjetiva.

«Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad»: habrá siempre problemas en la vida, pero al final te vas al cielo. Esos problemas no te merecen el cielo. Súfrelos como puedas, que al final Jesús nos lleva siempre al cielo.

Bergoglio está en el puro pelagianismo.

Hay que hacer penitencia para salvarse, para llegar a la felicidad plena. Y la penitencia no es sufrir la vida. Todo el mundo sufre en la vida, pero pocos aprovechan ese sufrimiento de la vida para expiar sus pecados. Se sufre la cruz con un fin divino. El alma se conforma con la Voluntad de Dios para hacer penitencia por sus pecados, y así merece el cielo y se va al cielo.

Bergoglio no puede hablar de la penitencia porque no cree en el pecado; no cree en la Justicia de Dios. Sólo cree en las pruebas de la vida, que sufre como todo el mundo las sufre. Pero no enseña el camino para tener la felicidad. Pone sus palabras vagas, que se acomodan a su mentira de manera magistral:

«Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos»: Jesús te ha prometido una cruz en tu vida, un dolor, un sacrificio. No te da un caramelo en la vida. Te muestra el camino que es Él Mismo. No hay caminos en Jesús. No hay que ir por sus caminos. Jesús es el Camino, el único Camino, en donde sólo se puede dar la única Vida, la de Dios, y sólo se puede obrar la única Verdad, la divina, la que da el Espíritu de la Verdad.

El camino de Jesús es la Cruz para todo hombre: se merece la salvación y la santificación sólo en la Cruz: sufriendo y muriendo con Cristo.

Todo el problema de los protestantes y de los modernistas es negar la ofensa a Dios. Se niega la Justicia, entonces sólo queda el amor de Dios. Cristo no viene a poner una Justicia, a hacer una Justicia, sino que viene a poner un Amor. Cristo padeció y murió para que se manifestase el inefable amor de Dios hacia los hombres. No padece ni muere para satisfacer el honor divino dañado por el pecado. Si se anula el pecado como ofensa a Dios, necesariamente se anula la Justicia de Dios, y se pone la obra de la Redención sólo en un sentimiento de amor, en la fe fiducial. El hombre sólo tiene que creer en Cristo. No tiene que merecer su salvación. No tiene que sufrir para salvarse. No tiene que ser santo para ir al Cielo. No tiene que quitar el pecado para poder recibir la Eucaristía. No tiene que dejar de ser homosexual para ser amado por Dios. Dios ama a todos los hombres, y así lo ha manifestado en Cristo.

Y esto lo repite Bergoglio en todos los discursos. No podía falta en Nápoles:

Una inmigrante filipina le pidió una palabra que le asegurase que eran hijos de Dios. Y Bergoglio, el llorón de la vida humana, con lágrimas en los ojos, ¿qué iba a decir? ¿Qué va a enseñar?

«…. ¿los emigrantes son seres humanos de segunda clase? Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son emigrantes como nosotros, porque todos somos emigrantes hacia otra patria, y tal vez todos llegaremos. Y nadie se puede perder por el camino. Todos somos emigrantes, hijos de Dios porque a todos nos han puesto en el mismo camino. No se puede decir: el emigrante son tal cosa…No…Todos somos emigrantes, todos estamos en el camino. Y esta palabra de que todos somos emigrantes no está escrita en un libro, sino que está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de la vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»

¡Ven, qué maestro en la oratoria!

Primero: confunde la cosa espiritual con la cosa política: «Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios».

Una cosa es ser ciudadano de un  país; otra cosa es ser hijo de Dios. Una cosa es cumplir con las leyes humanas para poder ser ciudadano; otra cosa es cumplir con las leyes divinas para ser hijo de Dios, para poder ir al Cielo.

Aquí demuestra Bergoglio que es un político, que habla como un político cuando va a dar su mitin. Bergoglio ha ido a Nápoles para hacer proselitismo: buscar adeptos para lo que está levantando en su iglesia. Él quiere comandar todo eso y, por eso, predica manifiestas herejías. ¿Por qué Bergoglio predica herejías? Porque está construyendo la nueva iglesia que sea el fundamento del nuevo orden mundial.

Segundo: anula el dogma de la muerte de Cristo: «en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»: ésta es la redención subjetiva: como Jesús te ha amado, estás salvado, eres hijo de Dios, te vas al cielo.

Bergoglio no pone a esa mujer emigrante un camino de salvación en donde merezca la salvación. No habla de leyes humanas ni de leyes divinas, ni de penitencia, porque no existe el pecado como ofensa a Dios. No existe la Justicia de Dios. Sólo existe un Dios que ama al hombre, sea como sea, obre lo que sea, viva como quiera.

Cristo no ha muerto para expiar los pecados, sino para esto:

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro» (Napoles, 21 de marzo).

Cristo ha muerto para resolver problemas sociales de la gente: no hay trabajo, no hay futuro…

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo»: Bergoglio está en la herejía de la historicidad. En el tiempo de nuestra historia está el problema de la falta de trabajo. Un signo negativo. Hay un sistema que descarta a la gente.

Si se anula el pecado como ofensa a Dios, ¿qué es lo que queda? El mal como un problema social y de las sociedades, de las estructuras externas, de los grupos, de las clases sociales…Y se está diciendo una abominación: el mal se pone, no en la persona física, sino en la persona moral, en la sociedad, en el estado, en la Iglesia, es un grupo, en una comunidad. De aquí surge, en Bergoglio, su comunismo, que es clarísimo en Nápoles. «Tienes que luchar por tu dignidad»:

«¿Qué hace un joven sin empleo? ¿Cuál es el futuro? ¿Qué forma de vida elige? ¡Esta es una responsabilidad no sólo de la ciudad, sino del país, del mundo! ¿Por qué? Porque hay un sistema económico, que descarta a la gente y ahora le toca el turno a los jóvenes que son desechados, que están sin empleos. Y esto es grave. Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer… Pero el problema no está en comer, sino que el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a la casa, de ganarlo. Y cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombres, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

¿No ven al político Bergoglio en estas palabras? ¿No ven su claro comunismo? ¿No ven que no habla como sacerdote, ni como Obispo ni como Papa? ¿No ven que no pertenece a la Iglesia, que no es de la Iglesia Católica?

¿Qué hace un joven sin empleo?: ¿Qué hace un joven sin Cristo, sin el Pan de la Vida que Cristo da a toda alma que cree en Su Palabra?

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que nace de la boca de Dios».

Bergoglio: el político insensato.

Está destruyendo las obras de caridad: «Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer…».

«Pobres siempre tendréis»: aprovechad los pobres para merecer el cielo. Hagan obras de misericordia, de caridad, dando de comer a los pobres…así se hace penitencia de los pecados. Así se salva el alma.

Pero Bergoglio va a su idea política, a vender su idea, a hacer proselitismo: el problema no está en comer, sino en que no hay trabajo, no hay dinero, hay un sistema económico que impide el futuro del joven.

«…cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombre, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

Comunismo, comunismo, comunismo. Cuando un Obispo se mete en política, defendiendo los derechos sociales de la gente, es que, sencillamente, ha perdido la fe en Cristo y su sacerdocio. Está en el sacerdocio para buscar un reino humano, material, haciendo creer a la gente que ése es el camino que Dios quiere para la Iglesia. Y se dedica a hacer sus mitines políticos, buscando gente para su negocio en la Iglesia.

Defiende tus derechos humanos. Defiéndete como hombre. Ya estás salvado, ya estás en el cielo. Pero: no hay derecho. Tengo que ganar el pan para ser hombre, para tener dignidad humana.

Y el hombre sólo tiene dignidad humana cuando quita sus malditos pecados. La pierde en el pecado:

«…el hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ello decae en su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es naturalmente libre y existente por sí mismo; y se hunde, en cierto modo, en la esclavitud de las bestias…» (Suma Teologica, II-II, q. 64, art. 2, ad 3).

Bergoglio no lucha para sacar al hombre de su estado de bestia, por su pecado, sino que lucha por hacerlo más bestia, más abominable a los ojos de los hombres y de Dios.

¡Cómo destruye este hombre con su palabra!

¡A cuántos engaña!

¡Y a cuántos seguirá engañando!

La Iglesia abandonada a la perversión de la mente de los hombres

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«La Iglesia abandonada estará sin su suprema Cabeza, que la gobierna y dirige. Por un tiempo bastante largo, la Iglesia será privada de todas las oraciones y de todas las funciones; desterrada de Dios y de los Santos. Ellos intentarán remover todos los Crucifijos y estatuas de los Santos de todos los sepulcros y los arrojarán en un lugar profano para destrozarlos con alegría» (Marie Julie Jahenny  – 29 de marzo de 1879).

El tiempo para que las profecías se cumplan está a la mano.

La Profecía no es una Palabra de Dios inútil, sin ningún valor, a la cual no hay que creer.

La Profecía es la Palabra de Dios, la Mente Divina.

Dios nunca calla, nunca está en silencio. Dios es Revelación: es una Palabra que manifiesta la Verdad al hombre.

Y, por eso, ninguna profecía puede ser echada a un lado, ignorada, anulada, sometida a la interpretación de las mentes humanas.

Todos tienen la obligación moral de conocer a los profetas de Dios, de creer en ellos y de seguir sus profecías. Todos: Jerarquía y fieles de la Iglesia Católica.

La gran soberbia de la Jerarquía es combatir a los profetas de Dios. Y por eso, Dios castiga al sacerdote o al Obispo que no cree en los profetas. Tienen luz para discernir una profecía, y no lo hacen, sólo por su maldita soberbia. Y no por otra cosa.

Cada sacerdote, cada Obispo es un profeta. Pero, ¡qué mal uso se hace – entre la Jerarquía- de la gracia de la Profecía! Se convierten, entonces, en falsos profetas.

Una Iglesia sin Cabeza. Eso comenzó ya con la subida de Bergoglio al poder. Este hombre es sólo un político, que pertenece al bando de los comunistas:

«Yo anuncio un terrible castigo por aquellos que se han vestido con vestiduras sagradas y han sido colmados de gracia…Ellos persiguen Mi Iglesia…Ellos son muy culpables, no todos de ellos, pero muchos, un gran número… Conozco sus intenciones, conozco sus pensamientos… Veo la debilidad tomando cuerpo de mis sacerdotes para extenderse de manera espantosa…, la gran parte no está en el camino monárquico, ellos son de aquellos que plantan en este pobre país la bandera que es el color de la sangre y el terror…» (Marie Julie Jahenny  – 25 de octubre 1881).

Terrible castigo es Bergoglio para toda la Iglesia. Fue colmado de gracia y ha respondido -a esa plenitud de gracia- con la plenitud de su maldad.

¡Bergoglio: perseguidor de la Iglesia de Cristo!

¡Bergoglio de la bandera de color de sangre y terror! ¡Bandera comunista!

«La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado» (15 de febrero del 2015): esto es pura teología de la liberación. Puro marxismo. Puro comunismo. Es la enseñanza de este falso papa a sus falsos cardenales.

Reintegrar al marginado: hay que meter en la Iglesia al marginado homosexual, al marginado divorciado, a la marginada mujer, etc… Jesús salva almas, no reintegra en la sociedad. Jesús lleva almas al Cielo, no abre una sucursal del pecado en la tierra.

Integración, liberación, socialización: «la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración» (Ib).

Esta homilía es el vómito comunista de Bergoglio.

¡Y cuántos se lo comen, se alimentan de esta basura ideológica!

Este hombre ha cogido la ley de Moisés y la ha torcido: el resultado lo que ha predicado, su evangelio de la marginación.

«El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre» (Ib): no condenes, no juzgues. Lo dice Bergoglio. No hay Justicia de Dios para Bergoglio. Sólo hay pura misericordia. Y pura significa: que todos se salvan. No hay ninguno que se condene.

Es una misericordia basada en una caridad masónica:

«La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo…» (Ib): que la inteligencia del hombre no vaya en busca de la verdad absoluta. ¡No existe! Que la inteligencia del hombre se pervierta buscando el lenguaje que gusta a todo hombre: la bandeja de plata, la palabra melosa, la idea brillante, creativa. Hay que escoger la palabra para dirigirse al hombre….La Verdad ya no vale para enseñar, para gobernar, para salvar. Ya lo que Jesús ha predicado es inservible para alimentar a las almas. Ahora hay que darle a la gente melodía mental, lenguaje programático, ideas masónicas, obras protestantes, negocio comunista.

La caridad es creativa: ¿en qué lugar de la Sagrada Escritura se enseña eso? ¡En ningún lugar! Eso se enseña en el evangelio de la marginación del falso Papa Bergoglio. Falso evangelio para una falsa iglesia. Un hombre sin mente: un loco de atar es Bergoglio.

¡Cómo huele a marxismo!: «Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias y el exilio…». La Virgen María no es la que sufrió por los pecados de los hombres, sino la que sufrió la injustica social de las calumnias y del exilio. ¡Qué vomito de comunismo!

Este hombre ha iniciado, hace ya dos años, la ocultación de la Verdad en toda la Iglesia: habla como un maldito, comiendo su error en cada palabra que predica, que escribe.

Y otro lo va a continuar, porque él no sabe gobernar la iglesia de los masones. Él está con sus malditos pobres. Él es sólo el llorón de la vida de los hombres. Él levanta la iglesia de la reintegración social.

«os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial»: ¿quién puede seguir esta exhortación sin crucificar de nuevo a Cristo? ¿Quién puede hacer caso a este imberbe de la gracia, sin poner en riesgo la salvación de su propia alma?

¡Huyan de Bergoglio como de la peste!

Sólo tiene inteligencia para vivir su pecado y hacer que otros lo vivan: «edificados por nuestro testimonio»  ¡Maldito testimonio el que da Bergoglio a toda la Iglesia! ¡Maldito seas, Bergoglio!

Tu testimonio, como Obispo que eres, tiene que ser el de Cristo, la Mente de Cristo, la Mente de la Verdad. Y sólo das testimonio de la perversidad de tu mente humana ¡Maldita sea tu mente, hecha a la medida de tu padre, Satanás!

«No tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados»: sé un homosexual con los homosexuales; aborta con los que abortan; peca con los que quieren pecar… No margines con tus ideas dogmáticas, con tus tradiciones:

«Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios… abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios…Para Jesús lo que cuenta… es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos».

Escandalizado está Bergoglio con aquellos que aman la Verdad Absoluta, que les hace excluir, marginar de la Iglesia a muchos hombres, a sus malditos pobres. No los puede ni ver.

¡Cómo les gusta a los modernistas las palabras: revolucionario, libertad, reintegración!

¡Están en su salsa! El bien común. Atender el cuerpo de las personas, pero no sus almas.

Para Jesús lo que cuenta son las almas: salvar las almas. Y eso es todo.

Para Bergoglio, que ataca a Jesús, lo que cuenta es la gloria del hombre, el aplauso, la fama: que le digan: qué bien que predicaste.

«No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado»: si no amas al homosexual, eres un pervertido para este hombre.

«…sobre el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra credibilidad»: eres creíble como Iglesia si eres comunista, si eres del pueblo, si das un gusto a la gente, si les hablas bien, si les das un beso y un abrazo, si les dices que Dios ama a todo el mundo…No quites tus mentiras de tu mente: Dios te ama porque eres un gran mentiroso, porque obras una gran mentira, porque predicas la mentira como verdad….

La Iglesia ha sido abandonada a la mente y a las obras de un comunista, de uno que predica para agradar a los hombres, para darles un gusto, un entretenimiento en sus vidas.

Abandonada está toda la Iglesia: todo el Rebaño disperso, sin un norte, sin una luz, sin un camino, sin una vida, sin una verdad.

Todo es muerte alrededor del Vaticano. Muerte. Muerte de la gracia, muerte del Espíritu. Muerte de la verdad: la Iglesia, en Bergoglio, se halla privada de la Verdad: de la oración que salva; de la penitencia que purifica el corazón, del poder del amor que obra la verdad en la vida.

Hay que desterrar a la Iglesia de todo lo santo, de todo lo sagrado, y hay que meterla en el sepulcro:

«San Miguel dijo que Satanás tomará posesión de todo por algún tiempo, y que reinará completamente sobre todas las cosas; que toda la bondad, la Fe, la Religión serán enterradas en el sepulcro… Satanás y los suyos triunfarán con alegría, pero después de este triunfo, el Señor volverá a coger su propio pueblo, y reinará y triunfará sobre el demonio, y levantará desde la tumba la Iglesia enterrada, y la postrada Cruz…» (Marie Julie Jahenny  – 19 de Marzo de 1878).

¡Qué pocos creen en estas profecías!

¡Qué pocos siguen creyendo a pesar de ver lo que ven en el Vaticano!

¡Qué pocos son los que buscan la verdad con sus inteligencias!

¡Muchos son los que viven una fe muerta: la fe oficial del Vaticano!

«…Ellos han hecho poco caso de lo que Yo he revelado… ¡Ellos no han querido la luz!… He sufrido mucho por todo esto. El dolor oprime Mi Corazón en este momento… cuando recuerdo la dura recepción de Mis Palabrasno hicieron caso…»1.

Esta es una Madre en el Dolor de Su Corazón. Los hombres de la Iglesia, sus sacerdotes, sus Obispos, no hacen caso de las palabas de Su Madre, como si estas no tuvieran ninguna importancia para la Iglesia; como si la Iglesia se hiciera sólo con el pensamiento de los hombres, con su palabra humana.

La Iglesia es Divina y, por tanto, necesita de la Palabra Divina: la Palabra de la Virgen y la Palabra de Jesús, que siguen hablando a sus almas, aunque les pese a la mayoría de la Jerarquía y de los fieles.

La Jerarquía actual de la Iglesia habla que el hombre está marginado, y lo único que hace es –con eso- marginar ellos a toda la Iglesia, a toda la verdad en la Iglesia. A todas las almas que siguen la Verdad en la Iglesia. Y eso trae un castigo del cielo.

Porque se rechaza la palabra de los profetas, de los verdaderos católicos, por eso, viene el castigo para toda la Iglesia:

«Mi Hijo Divino… que vio el desprecio de Mis Promesas, ha hecho los preparativos en el Cielo para dar una medida de severidad a todos aquellos que se negaron a dar a conocer Mi Palabra a mis hijos, como una  luz brillante, verdadera y justa…»2.

La Iglesia no ha creído ni en La Salette ni en Fátima. Ha dado sólo su burda interpretación de esas profecías, y las ha dejado en el olvido.

Esa Jerarquía, que tiene la plenitud del sacerdocio, y no es capaz de discernir una profecía. No es capaz de penetrar en la verdad absoluta que allí se manifiesta, y no es capaz de enseñar al Rebaño el camino que Dios quiere de Su Iglesia.

¿Qué enseñan? El falso evangelio de la marginación.

El camino de la Iglesia no lo hacen los Jerarcas; no lo hace Bergoglio, sino Cristo con Su Cruz. El camino es siempre Cristo, no los hombres. Nunca los hombres. Ya ellos, los que gobiernan en la Iglesia, no son humildes:

«El sacerdote ya no es más humilde; no es más respetuoso; él es frívolo y frío en el servicio sagrado. Piensa en la fortaleza de su cuerpo cuando permite que las almas giman sin consolación…»3.

La Jerarquía sólo vive para una vida humana, una vida en el cuerpo, y poco o nada le interesa la vida del Espíritu: alimentar a  las almas con el Pan del Cielo. Sólo se les da el alimento comunista, protestante. Y, por eso, se observan ya en muchas parroquias, en muchas capillas, la abominación de la desolación.

Sacerdotes que quieren que la Iglesia sea de otra manera, más acorde al pensamiento de la época. Son ya otros Judas. No tienen vergüenza de hablar de sus pecados y de sus herejías. Y enseñan al Rebaño a pensar como ellos, a vivir como ellos: en el pecado, en el error, en la mentira.

«¡Para salvar la vida de su cuerpo, muchos perderán sus almas!». Esto es lo que ya está pasando en toda la Iglesia.

Para seguir comiendo: no me opongo a Bergoglio.

Para seguir teniendo un trabajo: no me opongo a Bergoglio.

¡Fariseos, hipócritas!¡Hombres de fe muerta!

«…falsos apóstoles, que bajo la apariencia de las palabras melosas y falsas promesas, dicen mentiras prostituyendo a mis queridos hijos, para salvar sus vidas de la tormenta y el peligro de sangre…»4.

No se quiere la Cruz, el sufrimiento, el desprecio de los hombres. Se quiere su abrazo, su interés, su negocio: hay que «ir a buscar a los lejanos en las periferias esenciales de la existencia» (15 de febrero del 2015). ¡Este es el negocio redondo en el Vaticano!

«… ¡huid de la sombra misma de estos hombres que no son otros que los Enemigos de mi Hijo Divino!».

¡Huyan de la sombra de Bergoglio y de todo su clan!

Toda la Jerarquía que gobierna, en la actualidad la Iglesia, es Enemiga de Cristo. Y hay que huir de ellos: huir de Roma. Refugiarse, porque de Roma viene el gran castigo para todo el mundo.

De esos sacerdotes y Obispos que ya no son de Cristo, porque han puesto sus oídos en la mentira, en las palabras mentirosas de los hombres del mundo:

«¡Cuando veo a los enemigos presentando sus promesas…. a muchos de aquellos que son sacerdotes de mi Divino Hijo! Cuando veo aquellas almas dejándose descender hasta el fondo del abismo… ».

¿Qué ha sido este discurso para los nuevos Cardenales? Gente que se ha dejado descender hasta el fondo del abismo.

¿Qué se creen que es toda esa Jerarquía llamada el gobierno horizontal de la Iglesia? Gente que desciende al infierno. Y no es otra cosa. Y, por tanto, arrastran consigo multitud de almas. Muchísimas.

El Rebaño siempre sigue a la Jerarquía. Siempre. Donde va la cabeza, va el cuerpo.

«Dentro de 100 años el cielo cosechará su grano… incluso antes de que acaben los 100 años. Por lo tanto, no está muy lejano…Todos los pecadores, los masones, quieren unir las fuerzas para vengarse ellos mismos en Mi Templo Santo. La corrupción y el veneno propagarán sus hedores y Mi Iglesia Santa experimentará escándalos que hará llorar al cielo y a la tierra…Poco después ellos subirán al poder en todo, y será la liberación del demonio… El sagrado sacerdocio será cubierto de vergüenza… Una queja secreta reina en los corazones de muchos sacerdotes en contra del vínculo de la Fe…Y perpetrarán horribles escándalos y clavarán la espada en el corazón de la Iglesia. La protesta furiosa nunca fue tan grande… Y Satanás añadió: Yo atacaré a la Iglesia. Y derribaré la Cruz, yo diezmaré al pueblo, y pondré una gran debilidad de Fe en los corazones. Durante un tiempo seré el maestro de todas las cosas, todo está bajo mi control, incluso Tu Templo y todos Tus fieles» (Marie Julie Jahenny  – 19 de Marzo de 1878).

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1 «Hoy Mis Ojos todavía tienen un rastro de las lágrimas que derramé el día, cuando Yo quería llevar a mis hijos las buenas noticias si se convertían, pero tristes noticias si continuaban con sus iniquidades… Ellos han hecho poco caso de lo que Yo he revelado… Ahora es el tiempo que esas grandes promesas serán cumplidas, las cuales las Autoridades de la Iglesia han despreciado… ¡Ellos no han querido la luz!He sufrido mucho por todo esto. El dolor oprime Mi Corazón en este momento…. La espada más dolorosa es ver ahora mismo las disposiciones que han tomado y las que están en vías de plantearse… Es ver a los pastores separándose del Vínculo Sagrado que dirige y gobierna la Santa Iglesia… Mis hijos, cuando recuerdo el día que traje Mis Avisos a la Montaña Santa, al mundo amenazado; cuando recuerdo la dura recepción de Mis Palabras… no por todos, pero por muchos. Y aquellos que deberían haber dado a conocerlas a las almas, a los corazones y a los espíritus de los niños con una gran seguridad, con una penetración profunda; no hicieron caso. Ellos los despreciaron y la mayoría de ellos les negaron su confianza» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1901 – Aniversario de la Aparición de La Salette).

2 «Mi Hijo Divino, que lo ve todo en las profundidades de la conciencia … que vio el desprecio de Mis Promesas, ha hecho los preparativos en el Cielo para dar una medida de severidad a todos aquellos que se negaron a dar a conocer Mi Palabra a mis hijos, como una  luz brillante, verdadera y justa… Cuando veo lo que le espera a la tierra, Mis Lágrimas fluyen de nuevo…» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1901 – Aniversario de la Aparición de La Salette).

3 «El sacerdote ya no es más humilde; no es más respetuoso; él es frívolo y frío en el servicio sagrado. Piensa en la fortaleza de su cuerpo cuando permite que las almas giman sin consolación… Las fiestas mundanas serán pagadas terriblemente en la eternidad…En el Día de mi gran sacudida de Mi Ira: muchos negarán al Rey que han servido. Los sacerdotes infieles no tendrán miedo de negar a Su Padre y poner en evidencia su sacerdocio por toda la eternidad, como Judas. Veremos la traición que tendrá lugar el día en que el Terror será generalizado…. ¡Para salvar la vida de su cuerpo, muchos perderán sus almas!» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1896).

4 «…falsos apóstoles, que bajo la apariencia de las palabras melosas y falsas promesas, y mienten prostituyendo a Mis queridos hijos, para salvar sus vidas de la tormenta y el peligro de sangre… Os aseguro: ¡huid de la sombra misma de estos hombres que no son otros que los Enemigos de mi Hijo Divino! Una vez más remito, de nuevo, a esta inmensa tristeza: Veo algunos pastores a la cabeza de la Iglesia Santa… cuando veo este atropello irreparable, el ejemplo mortal de quienes serán un desastre para Mi querido pueblo, cuando veo esta ruptura de vínculos… Mi Dolor es inmenso y el Cielo está grandemente irritado… Oren por aquellos pastores cuya debilidad causará la pérdida de una multitud de almas. ¡Cuando veo a los enemigos presentando sus promesas…. a muchos de aquellos que son sacerdotes de Mi Divino Hijo! Cuando veo aquellas almas dejándose descender hasta el fondo del abismo, te digo esto: Me sorprende, como Madre de Dios Todopoderoso, que Mi Hijo no abra inmediatamente los Cielos para derramar los golpes de su Ira sobre sus enemigos, que insultan y le indignan…» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1901 – Aniversario de la Aparición de La Salette).

Ser tibios para nunca salir de la tibieza

caputnigrum

Francisco es tres cosas: masón, comunista y protestante.

Masón, porque no posee el Primado de Jurisdicción, sino que está en el gobierno de la Iglesia con un poder humano. El poder divino no puede actuar en él porque Francisco es un hombre que pertenece a la masonería y, por tanto, está excomulgado de la Iglesia automáticamente. Su poder divino, que viene del Papa legítimo, Benedicto XVI, es nulo al ponerse como usurpador del Trono de Pedro.

Con este poder masónico, Francisco predica la tolerancia con los demás hombres, la unidad en la diversidad entre todas las religiones, y se convierte en un nuevo inquisidor, un dictador, un jefe político para una nueva sociedad en el Vaticano.

Su gobierno horizontal es el cisma en Roma. Ese gobierno, si se consolida en las demás diócesis, se convertirá en un gobierno mundial, desde Roma. Es un pulpo con muchos brazos, que tiene una cabeza escondida, que sólo saldrá a la luz con la aparición del Anticristo.

El problema, para muchos, es que tienen a Francisco como Papa legítimo y no ven este poder humano, Al no discernir entre ley de la Gracia y ley canónica, ciegamente señalan la legitimidad de Francisco y la pérdida del Poder Divino en Benedicto XVI.

Este no discernimiento viene por no considerar el dogma del Papado, que es un carisma en la Iglesia, no sólo una Gracia. Y, como carisma, es un bien común para toda la Iglesia; un bien que puede ser obrado en el pecado de la persona. Un bien que abarca no sólo a la vida del Papa, sino a la vida de toda la Iglesia.

Una Iglesia es infalible porque lo es el Papa. Una Iglesia es falible porque así lo es su cabeza. Para ser infalible en la Iglesia es necesario obedecer al Papa legítimo. Para ser falible, sólo se necesita la desobediencia al Papa legítimo.

En estas circunstancias que vive la Iglesia, quien obedece a Francisco es falible de manera absoluta, no sólo relativa: es decir, no puede poseer toda la Verdad, porque está obedeciendo la mente de un hombre, que no es Papa, que no es infalible, que no posee el carisma del Papado.

El que está con Francisco se pone en la mentira y pertenece a la nueva sociedad, que este hombre ha creado con su gobierno de muchas cabezas. No pertenece a la Iglesia Católica, aunque exteriormente esté en Ella y trabaje en Ella. Para pertenecer, en la realidad, en la práctica, a la Iglesia Católica es necesario que se tenga el bautismo y que se profese la fe verdadera. Quien no la profese, no es católico, no está dentro de la Iglesia.

Porque ser católico no es un nombre, una etiqueta, un lenguaje humano: es perseverar en la Gracia. Es ser fiel a la Gracia. Es vivir y obrar con la Gracia.

Muchos están en la Iglesia y no se confiesan: no son católicos practicantes. Son sólo gente que vive su pecado en la Iglesia y, por tanto, almas que crucifican a Cristo todo el día.

El Señor ha puesto el Sacramento de la confesión para algo: para que el alma permanezca en la Gracia. Y quien permanece en la Gracia, permanece en el Amor de Dios. Y quien es amado por Dios es Iglesia, hace la Iglesia, construye la Verdad de la Iglesia.

Pero quien se deja en su pecado, quien vive en su pecado, por más que vaya a misa todos los días y no comulgue, no es católico, no es Iglesia, no construye la Iglesia.

El alma que no desea salir de su pecado, que no lucha por poner un camino para alejarse de su pecado, que no espere salvarse. Porque Dios salva al que quiere salvarse: al que ve su pecado, al que lucha contra su pecado. Pero aquella alma que no mira lo que hay de negro en su corazón, Dios no la salva.

La salvación comienza por entender el alma que sólo posee en ella la maldad. No hay un solo justo. Todos somos pecadores, hacemos lo que no queremos y no hacemos lo que deseamos. El hombre se encuentra dividido desde que nace. Y, aunque reciba el bautismo, sigue dividido en su interior, porque el Bautismo no puede quitar la división que produce el pecado original en las tres vertientes del hombre: alma, espíritu y carne.

La oscuridad de la mente, el orgullo de la persona y la debilidad de la carne hay que soportarla hasta la muerte. Es el misterio del pecado original.

Por eso, son tres pecados los que los hombres obran constantemente en sus vidas: soberbia, orgullo y lujuria.

Por la soberbia, el hombre enseña la mentira. Por el orgullo, el hombre se impone con poder. Por la lujuria, el hombre es un vividor.

El Poder Divino, en la Iglesia, produce que el Papa y los Obispos que le obedecen, enseñen la Verdad, guíen a las almas hacia la salvación y la santificación y obren lo divino en lo humano.
Pope Francisd

Al no poseer este Poder Divino, Francisco, en su calidad de Obispo, tiene tres vertientes: poder humano, enseñanza comunista y obra protestante. Por el poder humano, se dedica a todo lo humano y con un fin humano en su nueva sociedad. No hay nada divino. Todo cuanto hace es nulo a los ojos de Dios.

Por su magisterio marxista, Francisco hace de la Iglesia un conjunto de hombres, que se dedican a resolver los muchos asuntos humanos, materiales, naturales, políticos, económicos, de su nueva sociedad. Están abocados a los derechos humanos y a las justicias sociales. Nada les importa el camino de cruz para salvar el alma.

Por su protestantismo, Francisco se declara un vividor y lo predica así a toda la Iglesia. Como todo el mundo es santo, no hay pecado, entonces todos se salvan por lo que viven en sus vidas humanas. No importa lo que vivan. Dios es tan misericordioso que siempre hay un camino para salvarse, a pesar de que nuca se quite el pecado, de que nunca se luche contra el demonio.

Estas tres cosas son propias de este hombre. Nada más hay que mirar sus obras en la Iglesia y sus predicaciones.

Pero, para muchas personas, Francisco es un santo. Es decir, no ven la maldad de este hombre. Y no pueden verla. No pueden discernirla. Y si mañana Francisco dice que la Virgen María no es Inmaculada, estas personas se lo creen sin más. Así de ciegos están muchos católicos.

Francisco ya ha dicho sus herejías. Y muy claras. Y la gente lo sigue aplaudiendo. Y va a Roma para verlo y escucharlo. Entonces, ¿cuál es el problema de toda esta gente? Sólo uno: su tibieza.
comunista

Por la tibieza, las almas dicen que Francisco ha logrado que en su corto pontificado, la gente vuelva sus ojos a la Iglesia y se acerque a ella. Esto lo proclama gente muy importante, muy influyente en la Iglesia. Y son gente de una vida espiritual tibia, es decir, son ciegos para la Verdad, astutos para decir la mentira.

El tibio no puede ver la Verdad, no la puede discernir, no sabe caminar en la vida buscando la Verdad. San Agustín, en su etapa de pecador, no era tibio, sino que estaba atento a buscar la verdad que sabía que no tenía. El tibio no sabe que no posee la Verdad, sino que se encuentra seguro en sí mismo de que la posee. El tibio sólo ve su mentira y la pone como verdad. El tibio constantemente está dando vueltas a su tibieza.

La tibieza es un estado del alma en que ésta se queda quieta en una cosa; está agarrada a algo; está fija en algo, que suele ser un pecado o un apego a la vida o a las criaturas. Y ese pecado o apego, le impide levantar el vuelo hacia Dios. Hace que su alma esté girando, valorando lo que posee, sin darse cuenta de que eso que posee es una mentira, un engaño, una falacia.

Muchos, en su tibieza, son fieles al Magisterio de la Iglesia, y no pueden entender que los Cardenales puedan elegir a un usurpador del Trono de Dios. Se apegan tanto a las formas exteriores, a la historia, que no pueden discernir la Verdad. Como un Papa renunció y los Cardenales eligieron a otro, entonces Francisco es Papa. En su tibieza, se convierten en fanáticos del Papa. Idolatran al Papa de turno.

La tibieza hace muchos estragos en las almas porque ataca los tres pecados del alma: la soberbia, el orgullo y la lujuria. Hace que la soberbia se agrande. El alma crece en sus pensamientos propios: valora sólo su pensar, su idea de la vida, su plan en la vida. Si la tibieza se enraíza en una idea soberbia, si el alma, en su tibieza, se apega a una idea, entonces el soberbio se vuelve iracundo, impaciente, colérico, violento. Y lucha por esa idea, que es caldo de cultivo de su tibieza.

La tibieza hace que la persona se eleve en su rango, se crea más justa o más sabia o más importante que los demás. Eleva el orgullo de la persona y la mueve a buscar la gloria del mundo, el aplauso de los demás, su reconocimiento. Si la tibieza se enraíza en la persona, entonces ésta se convierte en un dictador, en una autoridad sin control, que todo lo quiere tener bajo su dominio, visión, conocimiento.

La tibieza hace que la vida de las personas se mueva sólo para los placeres, para lo mundano, para lo temporal, para lo que siempre tiene un final, algo caduco. A la gente tibia le gusta lo que caduca. No quiere estar en una cosa siempre. Nunca el tibio busca lo eterno, lo que permanece. Y, por eso, el tibio no soporta las Verdades Absolutas, siempre anda buscando los cambios, las modas, los momentos de placer, los tiempos para su egoísmo, los fenómenos que más le ayudan a vivir su vida como su tibieza se lo pide.

Por eso, ante un Francisco, enseguida salen los tibios por todos los lados. Son como hormigas, cucarachas, que no se sabe por dónde salieron, pero que se ven.

Ahora, en toda la Iglesia se ven los tibios: gente que no tiene ni idea de la vida espiritual y que se pone a opinar de todo. Gente que defiende a la Iglesia, defendiendo a Francisco. Es el absurdo de estas personas. Pero no son capaces de ver su absurdo. Su tibieza les impide ver la maldad como maldad.

Los tibios no son ni fríos ni calientes. Se quedan siempre entre dos aguas. Es decir, no son personas que se atrevan a dar testimonio ni de la verdad ni de la mentira. Son masa. Y se encuentran bien siendo masa. Luchan por la masa, luchan por una comunidad, por un grupo de personas. Pero luchan sin dar la cara, sin poner la otra mejilla, sin pringarse los dedos. Son gente relajada en la vida espiritual. Tienen la ley del más mínimo esfuerzo. No buscan luchar, sino siempre descansar, siempre dedicarse a su vida, siempre buscar un pensamiento positivo de la vida. No les gusta que le hablen de cosas negativas o que se les turbe en su tibieza. No saben sufrir, no saben crucificarse, no saben amar saliendo de sí. Aman exigiendo del otro un bien.

Muchos tibios hay en la vida de la Iglesia. Mucha gente que no ha comprendido su propia vida de tibieza y que quiere enmendar la plana a los demás. Son los que se rasgan las vestiduras porque se critica a su Papa Francisco. No quieren que nadie lo critique. Sólo desean que todo el mundo hable bien de él.

Esta masa de ignorantes de la vida de la Iglesia es la que conforma el gobierno horizontal de Francisco. Los hombres herejes son los primeros tibios en la Iglesia: se apegan a su idea tibia y viven atados a esa tibieza. Viven creyendo que tienen vida espiritual y fervorosa. Viven creyéndose santos en la Iglesia. Viven santificando a pecadores en la Iglesia. El ejemplo más notorio de tibieza es el de Francisco, que puso como modelo de santidad al hereje Kasper. Y esto debe ser una señal para todos.

Francisco no busca santidad en la Iglesia, sino pecadores. Almas que vivan en sus pecados y que no los quieran quitar. Y, por eso, es un hombre para el mundo y del mundo. Es un hombre que no ha comprendido lo que es Cristo ni Su Iglesia. Es un hombre que peca y exalta su pecado, lo justifica y se pone como modelo para muchos.

Por eso, se comprenden que el demonio haya querido hacer la jugada de matarlo para ponerlo como un mártir. Así lo ve la gente. Y, en esta inopia de la vida espiritual, que es la tibieza, no se puede salir sin una gracia muy especial del Señor.

El tibio es tibio porque quiere, no porque lo entienda. Es su vida de tibieza lo que persigue. No busca una razón para cambiar de vida. Sólo busca asentarse más en su tibieza para creerse el más santo de todos.
apsotasia

Los delirios de Francisco

fulton

Cuatro cosas promulga Francisco para hacer una sociedad ideal: comunismo, protestantismo, masonismo y panteísmo. Cuatro ideas, una más revolucionaria que la otra, para acabar con Dios y con su ley Eterna

Tiempo superior al espacio

a. «Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite» (EG – n. 222): El tiempo es la plenitud: tener la historia toda: el hombre es el alfa y la omega de su historia: es el inicio y su fin. El hombre nació en el Paraíso y ha ido desarrollando una historia hasta alcanzar un momento en el tiempo, que es el actual. Y es necesario, en este momento, un giro en el intelecto del hombre para seguir avanzando hacia el final del tiempo, en que se da la plenitud.

b. El espacio está constituido de momentos de tiempo: son momentos limitados, no es la plenitud. Es el límite. Hay una tensión entre lo que no se tiene y lo que se tiene, entre lo que se quiere poseer y lo que se posee. El hombre lo quiere poseer todo, quiere llegar a la plenitud. Quiere alcanzar el tiempo. Vive en sus espacios, en sus límites.

1. Con esto, se niega que el hombre, en un momento determinado de su vida, pueda poseer la plenitud de la Verdad.

2. Con esto, se niega que el hombre no pueda conocer toda la verdad en el espacio de su vida. Para conocer la Verdad hay que ir al tiempo, a la plenitud. Y, por tanto, como los hombres mueren, ningún hombre conoce la Verdad. Y, por eso, es necesario construir una sociedad que una los espacios de todos los hombres y que los transforme en algo nuevo, sin retorno. Coja la vida de todos los hombres y les dé otro sentido en la historia, para poder alcanzar la plenitud: «El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno» (EG – n. 223).

3. Está haciendo el misticismo del fin de los tiempos: se llega al fin de los tiempos, no por Revelación Divina, sino por el esfuerzo del hombre para generar actos o procesos que consigan ese bien común para todos los hombres.

c. El tiempo rige los espacios: no es Dios quien rige la vida de los hombres, sus tiempos, sus momentos, su vida presente. Es el tiempo abstracto, es el tiempo histórico, es el tiempo de la cultura, de los hombres.

d. El tiempo los ilumina: no es la Luz de Dios la que ilumina la vida de los hombres, es el tiempo de la historia, es la historia misma de cada hombre lo que ilumina a todos los hombres. Es meterlo todo en uno en la historia para llegar a la plenitud, a la posesión de todo.

e. El tiempo los transforma en eslabones de una cadena en crecimiento constante, sin camino de retorno: cada vida de los hombres está unida a la de los demás en esa sociedad. Y cada vida de los hombres aporta algo nuevo a todos los demás hombres. El tiempo tiene la capacidad de transformar lo malo que tienen los hombres en algo bueno.

f. «Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos» (EG – n 223): Generar procesos: generar dinamismos para que produzcan un importante acontecimiento histórico. El esfuerzo humano para obrar el bien en la historia de los hombres. Puro pelagianismo. Pura herejía de un hombre que no sabe lo que es el tiempo, ni el espacio, ni la historia, ni el Universo.

g. «A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana» (EG – n. 224).El pueblo, que busca Francisco, se constituye por gentes que generen procesos, no por gentes que obtengan resultados inmediatos. Gentes que den trabajos a los demás, que enriquezcan a los demás, que se sacrifiquen por las vidas humanas de los otros. Se anula la Obra de la Redención del hombre, para poner la obra de la liberación de las estructuras del hombre. Esos que buscan un rédito fácil, efímero, no sirven para este pueblo. No hay que vivir para ganar dinero, sino para dar dinero a los demás.

h. Se quiere llegar a una plenitud humana cuando los hombres no busquen sus frutos privados, sus obras privadas, sus trabajos privados. Sino que todos trabajen para todos, para que todos tengan un bien común. El bien privado debe caer. Todo es para un bien común, un bien universal, un bien para todos los hombres, sin excluir a nadie.

i. El hombre que posee espacios es el hombre que trabaja por un bien particular, privado, egoísta.

j. El hombre que inicia procesos es el hombre que mira al bien común. Procesos que construyan el pueblo, la comunidad, la gente, lo humano. Es el populismo, el comunismo, el marxismo.

k. Quien persigue los espacios de poder persigue una actividad para acaparar lo suyo propio: vive para sí mismo. No hace comunidad.

l. Quien persigue los tiempos de procesos, entonces vive generando oportunidades para todos, vive esperando que todos tengan lo suyo. No vive para sí mismo, sino para los demás.

En este primer punto, se ve que Francisco sólo está preocupado del dinero: a ver quién trabaja más para producir dinero para todos. En esta ceguera de este hombre está puesta su obsesión: el dinero. Su tan cacareada pobreza es sólo una pantalla exterior para impresionar a los hombres, para meterles esta blasfemia contra el Espíritu Santo. Porque todo esto que escribe revela su blasfemia. Francisco es un hombre condenado en vida.

Resulta chistoso cómo interpreta la acción del demonio: «La parábola del trigo y la cizaña grafica un aspecto importante de evangelización que consiste en mostrar cómo el enemigo puede ocupar espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo» (EG n. 225). ¡Qué burda interpretación de la Palabra de Dios! ¡Qué insensatez! El demonio ocupa los espacios del Reino, pero lo buenos cristianos lo vencen en el tiempo. ¡Es para reír! ¡Es para reírse de Francisco! ¡Es para que, a partir de ahora, se le llame: payaso, bufón, cuentachistes, pero no Obispo! ¡Qué majadero es Francisco! ¡Cuánta inutilidad hay en este señor que se sienta en la Silla de Pedro! Pero, ¿cómo pueden tener por santo a uno que no sabe cómo se mueve el demonio entre los hombres? El Espíritu no ocupa espacios. Esto lo sabe cualquier teólogo, cualquier hombre con dos dedos de frente. La acción del demonio en la Iglesia es espiritual: es decir, fuera del tiempo y del espacio. Y para vencer al demonio, es necesario una obra espiritual, fuera del tiempo y del espacio. ¡Que se vaya Francisco a contar fábulas a sus nietos (si los tiene), a sus sobrinos, a quien quiera! Pero que renuncie a la Silla de Pedro. ¡Este idiota no tiene ningún seso!

El hombre no vive de tiempos ni de espacios, sino de Gracia y de Espíritu. El hombre, en su naturaleza humana, no vive de estructuras mentales del tiempo y del espacio, sino que vive de una razón, que es espiritual, vive de una voluntad, que es espiritual. La razón y la voluntad están por encima del tiempo y del espacio. El hombre no es un animal, no es un ser de carne y hueso. El hombre tiene alma y espíritu. Y el alma no ocupa lugar, no ocupa los espacios, no se mueve entre los tiempos. ¡Gran idiotez la de este hombre!

Unidad prevalece sobre el conflicto

a. «El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad» (EG n. 226): Asumir el conflicto, no ignorarlo, no disimularlo. Asumir el mal, el pecado, el error. Entonces, se acepta el mal. No sólo se permite. Hay que comulgar con el mal, con el conflicto. Ya no hay que poner un camino para resolver el mal, ya no hay que legislar para que no se produzcan otros males o para hacer justicia a los que hacen el mal. No hay que batallar contra el mal, sino aceptarlo como es. Protestantismo: no existe el pecado. El pecado es bueno, sirve para santificar al alma.

b. La realidad es también el conflicto: no hay que detenerse en el conflicto para no perder el sentido de la realidad. Esa realidad es la unidad. La unidad acoge el mal sin combatirlo, sino asumiéndolo, aceptándolo como es. Hay que aprender del mal para vivir en la realidad.

c. «Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (EG n. 227). El conflicto hay que sufrirlo, resolverlo y transformarlo en un eslabón de una nueva acción, de un nuevo proceso: hay que sacar de ese mal un bien para el hombre. Pero es el hombre el que hace esa transformación. No es Dios quien perdona el pecado y el hombre el que expía su pecado. La vida de penitencia ha acabado. La Cruz ya no existe. No hay que sufrir para expiar un pecado y así salvar el alma. Hay que sufrir para comprender la vida de los demás hombres y aceptarlos como son en sus conflictos, para descubrir un nuevo camino a todos los hombres. Es el hombre el que coge el mal y pone un camino para resolverlo. Pero el mal no se quita, sino que se transforma en otra cosa, en un bien para las personas: los malcasados pueden comulgar. Ese mal de no poder recibir la comunión se transforma en un bien: hagamos una ley para eso. Ese mal de estar malcasados es un bien, porque ya no se puede resolver por los caminos de siempre. Hay que poner otro eslabón en ese caminar y hay que ver a los malcasados como algo bueno, una perfección en el camino.

d. «De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad» (EG n. 228): Es necesario buscar la unidad. Y, como no existe el pecado como ofensa a Dios, sino sólo el mal que cada uno en su cabeza obra, entonces resolvamos esos males estructurales, poniendo otras estructuras, creando nuevos procesos.

e. Hay que hacer un pueblo en las diferencias. Hay que valorar las diferencias, los pensamientos de todos los hombres, aunque sean malos, aunque tengan errores, porque lo que importa es la dignidad de la persona humana.

f. «La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida» (EG n. 228)).Es necesario construir la amistad social, el amor fraterno entre todos los hombres. Ser solidarios. Ser tolerantes. Luego, no nos quedemos en las inteligencias, en las ideas, en los dogmas. No juzguemos las ideas de los demás. ¡Que no haya conflictos, tensiones, discusiones!. Para quitar diferencias no hay que practicar ninguna virtud cristiana: hay que ser solidarios, la idea masónica de la fraternidad. Cada uno se hace su moral, su vida virtuosa, atendiendo a respetar la idea del otro.

g. «La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural, que haga emerger una diversidad reconciliada» (EG n. 230). El que juzga a los demás divide. Hay que reconciliarse con las ideas de los demás. El que discierne pensamientos de los hombres, divide. Hay que pactar con las ideas de los demás, unirse a ellas, llegar a un acuerdo mutuo. El que hace crítica de la filosofía, de la teología, divide. Todo pensamiento del hombre es verdadero. Ninguno de ellos se puede despreciar. Por eso, respetemos los pensamientos de los demás porque nos pueden enseñar una verdad. Y así se llega a una diversidad reconciliada. Consecuencia: la Revelación de Dios queda suprimida. No existe la Verdad Absoluta. Existe el pacto entre los hombres para estar contentos unos con otros en el lenguaje humano. Porque, claro:

h. Hay que conseguir la paz entre los hombres, la alegría, la amistad, el cariño, la felicidad. Lo demás, no interesa. Los dogmas dividen la realidad.

Y, entonces, resulta una verguenza su interpretación de la unidad en Cristo: «Este criterio evangélico nos recuerda que Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo es nuestra paz» (EG n. 229). Como Cristo todo lo ha unificado, entonces todo vale entre los hombres. Busquemos la paz por caminos humanos.

Un hombre que no predica la unidad en la Verdad, sino que predica la Unidad en la diversidad, es un demonio. ¡Pobre aquel que comulgue con este demonio en su pensamiento! Francisco lleva condenación en sus palabras. Francisco tiene la boca de Satanás. Francisco es el constructor de la mentira y del engaño.

Realidad más importante que la idea

a. «La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad» (EG n. 231) .La realidad es; la idea se elabora. Luego, Francisco promulga el panteísmo. Dios es el que es, el hombre es el que no es, la realidad es la que no es. Francisco dice que el hombre es el que es. La idea es la elaboración de la realidad.

b. Entre la realidad, que es, y la idea, que se elabora, es necesario el diálogo. El hombre no puede estar en sus ideas: «Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma» (EG n. 231). Esto es anular la razón del hombre. Esto es decirle al hombre que es peligroso pensar. No pienses, es malo. El hombre tiene que estar en la realidad. No tiene que pensar, no tiene que dedicarse a hacer filosofías ni teologías. No tiene que vivir de dogmas. No tiene que hacer nada con su pensamiento. Sólo tiene que pensar la realidad: «La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan» (EG n. 232). Francisco anula lo que es el proceso de la idea en el hombre y pone la idea en la realidad. El hombre piensa, no porque tiene un juicio interior, sino porque hay una realidad exterior. Es una aberración filosófica: «Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento» (EG n. 232). El hombre tiene que expresar con su mente lo que ve en la realidad. No puede expresar sus juicios internos. Y, por eso, Francisco no juzga, sino que expresa una realidad: el homosexual es bueno, porque busca a Dios. El ateo es bueno, porque busca a Dios. El judío es bueno porque cree en su dios, etc. Se destruye la Verdad Revelada y queda sólo la realidad de las cosas. Queda un todo que es dios.

c. Esto le lleva a un aberración teológica: «El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización». Esta gran herejía define la mente de Francisco.

1. Sólo el Verbo se ha encarnado: sólo la Palabra del Pensamiento del Padre: no es una Palabra encarnada, es la Palabra del Verbo, que se Encarna.

2. Esa Encarnación no se repite. Es una vez y para siempre: no busca siempre encarnarse en ningún alma, en ningún hombre, en ninguna historia.

3. El Verbo se Encarna para salvar a los hombres, no para que los hombres se encarnen en sus vidas humanas: no se predica el Evangelio para encarnar la Palabra, para hacer una cultura de la Palabra. Se predica el Evangelio para imitar la Palabra, vivir la Palabra, obrar con la Palabra.

4. El Verbo Encarnado es el que es; lo demás no es nada: es el vacío. No hay realidad fuera del Verbo Encarnado.

Este panteísmo claro y salvaje de Francisco le pone en un resbaladero en su alma: todo lo ve divino. Todo lo ve bueno y que tiende siempre a lo bueno. Todo es para lo bueno. No hay cosa mala. No hay idea mala. No ha pensamiento malo, sino que la mente del hombre es su dios. Lo que concibe el hombre con su mente, la palabra humana, es lo que se encarna en la vida de los hombres. Puro panteísmo.

Todo es superior a la parte

1. «Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra» (EG n. 234). Lo global, lo mundial, lo de todos es para que la atención del hombre se fije: vamos a ver qué hacen los hombres en el mundo. Eso es lo que importa: los hombres y sus vidas humanas, mundanas, profanas, materiales, naturales, carnales.

2. Hay que mirar, también, lo local, para tener los pies sobre la tierra.

3. Estas dos cosas si se unen entonces se vive correctamente. Si el hombre no presta atención al mundo, entonces vive algo abstracto, su mundo, pero no lo que pasa realmente en el mundo. Son los ermitaños, los que no comprenden al mundo, los que no viven la belleza del mundo. Los contemplativo, las monjas de clausura, tiene que abrirse al mundo, salir al mundo, ser del mundo. Y si el hombre no presta atención a lo local, entonces va buscando una gloria efímera, una gloria que se diluye en el tiempo, algo pasajero, algo que no tiene importancia.

4. «El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares» (EG n. 235). El todo es lo global; la parte es lo local. Y, por tanto, como el todo es más que la parte, entonces no hay que estar pendientes de cosas particulares, limitadas, que no llevan al todo. No hay que estar en los bienes particulares. Hay que ir a los bienes mayores, para todos, comunes, universales, globales. El bien del mundo es más importante que el bien particular de cada hombre. Y, por tanto, hay que trabajar para un bien global, con perspectivas de grandes hombres que resuelven grandes problemas de la humanidad. Hay que crear empresas grandes, con fines globales, con proyectos mundiales.

5. «Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todo» (EG n. 235). Una persona se desarrolla porque se hace para el mundo, para el todo, para lo global. Y, por tanto, una persona se tiene que abrir a todo el mundo: a todas las experiencias del mundo, a todas las filosofías del mundo, a todas las religiones del mundo, a todas las sectas del mundo. Hay que comulgar con todo el mundo para ser una gran persona.

6. «El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él se conservan su originalidad» (EG n. 236). En esa sociedad globalizante entran todos: ricos, pobres, herejes, cismáticos, terroristas, sádicos, homosexuales, judíos, musulmanes, mafiosos, etc. Todos con sus originalidades: «Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse» (Ibidem): el homosexual te puede enseñar la castidad; el musulmán te puede enseñar a morir en nombre de Dios, por amor a Dios; el judío te puede enseñar la humildad de corazón: reniega de Cristo para ser humilde entre los hombres, para no objetar a los hombres, para no juzgarlos.

7. «Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos» (EG – n. 236). ¡Qué gran ceguera la de este hombre! ¡Qué bárbaro! ¡Qué olor, no sólo a mundano, sino a demoniaco rezuman sus palabras! ¡Cuánta inmundicia intelectual hay en estas palabras! ¡Qué personaje más grosero, más imbécil, más contradictorio!

Esta promulgando el gobierno mundial: la totalidad de las personas, un bien común, un fin común a todos. Es la utopía de su lenguaje humano. Es el imposible para el hombre. Es el no creer en el Evangelio, sino hacer de Él su negocio en la Iglesia.

8. «A los cristianos, este principio nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos. La mística popular acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna en expresiones de oración, de fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta» (EG – n. 237). Todos los hombres somos unos santos. Todos los hombres somos buenísimos. Todos los hombres nos merecemos el cielo. Vivan todos los hombres. Vivan los pecadores que no necesitan confesar sus pecados, porque hay un Padre que ya se los ha perdonado. Vivan todos los demonios en el infierno, que salen de él porque Cristo los ha salvado con su sangre. Viva todo el mundo, porque lo dice Francisco.

Después de leer estos auténticos delirios de la mente de este hombre, sólo queda decir:

¡Maldito Francisco por escribir el Evangelium Gaudium! Es la tristeza de la palabra de un hombre sin Verdad. Un hombre condenado en vida.

¡Abominación es Francisco en la Iglesia Católica!

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«La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de una integralidad armoniosa que no reduzca la alegría, estímulo, vitalidad, y la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas» (EG – n 165). En este pensamiento está su idea masónica del amor fraterno, su idea protestante de la misericordia y su idea comunista de la salvación.

1. que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa: ¡qué gran herejía la de este señor que no tiene ni idea de lo que es el amor, la salvación, lo moral y lo religioso! ¡Qué palabras tan desatinadas y tan alucinantes! ¡Qué barbaridad la de la Jerarquía de la Iglesia que hace la pelota a la mente loca de Francisco, y no tiene agallas de levantarse y decirle a ese idiota que tenga la dignidad de renunciar al gobierno de la Iglesia!

2. No existe un amor salvífico previo a la obligación moral y religiosa: si el amor salva, el amor obliga a cumplir una norma moral y una vida religiosa. El amor salva imponiendo una ley divina, exigiendo al hombre que quite su negro pecado, poniendo al hombre un camino y, si no lo escoge, entonces lo condena.

3. Cuando Dios ama, Dios lo da todo al hombre; pero cuando el hombre renuncia al amor de Dios, Dios se cruza de brazos y deja que el hombre se condene por su propia libertad, con su voluntad para hacer el mal, con el impulso de su soberbia mente, que le ayuda a condenarse.

4. Cuando Dios tiene misericordia, entonces da al hombre una mano para que se pueda salvar; pero la misericordia no es estar salvado, no es estar justificado, no es llegar a la plenitud de la verdad. La Misericordia es un camino para que el hombre aprenda a cambiar de mentalidad y viva el Evangelio sin poner su idea humana de la vida.

5. Un amor que salva pero que no condena es el protestantismo. Un amor que salva previo a la obligación moral y religiosa es lo masónico. Un amor que salva y que todo lo perdona es el comunismo. Para el protestante, todo es Misericordia, porque el pecado es un bien con el cual se consigue la salvación. Para el masón, el hombre se salva porque él mismo hace su moral y su religión. Dios lo ama como es. Para el comunista, el pecado es un mal social y, por lo tanto, no impide salvarse, no impide recibir el amor de Dios. Se vive en la gracia, cada uno, con sus males en la vida. No existe el pecado, sino la mala estructuración del hombre en su vida. Hay que salvar las estructuras, no las almas. Los hombres ya están salvados.

6. ¡Gran desatino el de Francisco, que afirma que la predicación no debe imponer la Verdad, sino que debe apelar a la libertad!: es más importante la libertad que la Verdad, yendo en contra de la misma Palabra de Dios: «Y la Verdad os hará libres». Es la verdad Revelada la que libra. Es la Verdad Revelada la que pone al hombre en la libertad. Si el hombre no conoce la Verdad Revelada, si no se somete a esa Verdad, si no abaja su inteligencia humana a esa Verdad, entonces es esclavo de su mentira, de su mente, de su idea, de su filosofía. Si el hombre persigue la libertad, el hombre se esclaviza a su idea de la libertad y, por tanto, vive una mentira. Francisco anula la Verdad Absoluta, el dogma revelado, lo que Dios habla en Su Palabra, para dejar al hombre en sus verdades, en sus libertades, en sus vidas, en sus obras. Es una auténtica aberración de la vida: sé libre, pero no seas verdadero. Sé libre y sé una abominación para todos con tus pecados. Exalta a los cuatro vientos tus vergüenzas y recibe el aplauso de todos los idiotas que exaltan sus pecados en todo el orbe. Por eso, Francisco no juzga a nadie, si sigue este pensamiento, pero juzga al que no siga este pensamiento. Es la consecuencia de anular la Verdad Absoluta. Es el fariseísmo: apela a la libertad del pensamiento para anular la libertad del ser. Sé libre para pensar lo que quieras, pero sé esclavo de tu pecado, de tu vida moral pecaminosa. Y la libertad nace cuando el hombre deja de pecar, cuando el hombre convierte su vida para una obra de amor divino. Se es libre para hacer la Voluntad de Dios. No se es libre para pensar lo que a uno le da la gana. El que se hace dios en su mente, siempre apela a la libertad del pensamiento y combate la norma de la moralidad. No quiere cumplir con las leyes divinas, con las leyes que Dios da. Sino que él mismo se hace ley e impone su ley a los demás.

7. ¡Qué estupidez el pensamiento de Francisco! ¡Cómo se palpa que vive en sus vicios, en sus obras plebeyas, en su vida de lujuria! ¡Cómo se comprende que no tiene ni idea de lo que es la virtud teologal y moral! Para él, la predicación debe tener unos valores humanos que lleven a la alegría, a la confianza, a la vida humana. Y, por tanto, no se pueden aceptar filosofías que impongan una cruz, una renuncia, un desprendimiento de lo humano. Hay que predicar para tener contentos a la gente, para darles un gusto en sus vidas humanas, para que escuchen aquello que quieren y esperan escuchar. No se les puede predicar para atormentar las conciencias con el pecado, con el infierno, con las penitencias, etc. Hay que meter a los hombres en el gozo de la vida humana y mundana. ¡Mundo, mundo y mundo! Esto se llama pelagianismo: el esfuerzo humano para ser feliz en la vida diaria, para conseguir la paz por caminos humanos, para hablar de lo humano y exaltar al hombre por encima de Dios.

Este pensamiento de Francisco está en toda su doctrina en la nueva iglesia, que ya emerge en el Vaticano.

Es muy sencillo ver que Francisco no es Papa. Pero los hombres, desde hace mucho tiempo, han perdido el norte de la fe y ya no saben discernir los espíritus. No saben ver a un hombre en su pensamiento de hombre; no saben ponerlo en entredicho; no saben llevarlo a las cuerdas y analizar su idea, para encontrar a Dios en él o al demonio en él.

Esto, los hombres, ya no lo saben hacer. Y, por eso, siguen muchos con la venda en los ojos, viendo lo que sucede en la Iglesia como algo normal. Algo de los tiempos. Y no son capaces de discernir nada, ni siquiera han podido discernir lo que ha sucedido desde el Concilio Vaticano II.

Quien no ponga el pensamiento de Francisco entre las cuerdas, quien no lo triture y lo desprecie, entonces se vuelve como él, en su vida y en su pensamiento. Se vuelve un hombre que piensa la vida en forma protestante y comunista. Se vuelve un hombre que vive la vida en forma masónica. La idea protestante y comunista lleva a una vida masónica y, por tanto, lleva a realizar unas obras abominables para Dios y para la sociedad.

¡Abominación es Francisco en la Iglesia Católica!

Francisco te va a llevar a renunciar a tu fe católica. Francisco te va a impedir creer en Dios. Francisco te va a obligar a pensar como él piensa.

Francisco es un dictador. Y no tiene otro nombre. Y, como dictador, está haciendo la obra propia de un hombre que impone su mente a los demás. La impone con bonitas palabras, con un lenguaje que al hombre le gusta, con unas palabras que engañan a todos.

¡Qué pocos hay que han medido a Francisco como lo que es: idiota! Todos le respetan porque está sentado en una Silla. Y temen criticarlo. Es el temor al hombre, a la idea del hombre. Es el falso respeto al hombre. Es la falsa tolerancia con el hombre, con el pecado de un hombre.

Una persona inteligente, que sabe pensar la vida, enseguida ve la idiotez de ese señor. Hombres que viven en pecado, y que tienen dos dedos de frente, porque saben ver que lo que dice Francisco no tiene que decirlo un Papa. Son hombres pecadores, pero abiertos a la Verdad.

¡Y cuánta gente que se dice católica, y que no sabe ver que Francisco no puede decir lo que está diciendo! Enseguida buscan una razón para excusar el pecado de Francisco. Son hombres pecadores, que se creen santos porque están en la Iglesia Católica, pero que no saben discernir la verdad de la mentira, al pecador del santo.

¡Es triste ver la cantidad de idiotas que tiene la Iglesia Católica! ¡Gente que ya no sabe pensar su fe católica! ¡Gente que le da igual la doctrina de Cristo! ¡Gente que ha perdido la fe, la sencillez de la fe de un niño, y que sólo sabe buscar a sacerdotes que le cuenten fábulas, cuentos chinos, para estar contentos en sus vidas!

«Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta» (EG- n. 49).

1. Hay que salvar las estructuras. Si estás en una estructura que no sirve para dar de comer, entonces, sal de ella.

2. El temor de Dios se anula por el temor a los hombres. Si pecas contra Dios, no importa. Pero si no das de comer a un hambriento, por esta encerrado en tus dogmas, eso es condenable.

3. El bien humano, material, natural, está por encima del bien sobrenatural. Es decir, el hombre no tiene que vivir para salvar su alma, sino que tiene que vivir para solucionar problemas humanos.

4. Y esto supone la anulación de la sociedad como institución divina. La sociedad sólo está compuesta de hombres que solucionan problemas de hombres, pero que no viven la ley Eterna. Por eso, es necesario promulgar leyes acordes a los hombres, a sus culturas, a sus ideologías, a sus vidas humanas, políticas. Todo pecado es bien visto en la sociedad. No combatas el pecado, combate a los hombres que no ayudan a otros hombres a ser hombres.

5. Y, en consecuencia, los errores se admiten, no sólo se permiten. Los males se obran como bienes. Y lo bienes son males que hay que rechazar.

6. Esto es lo que propone Francisco en este solo pensamiento, que es su idea comunista del Estado: se vive para un bien común humano, limitado, finito. Y quien no trabaje para ese fin caduco no puede salvarse.

Tienen que aprender a dinamitar el pensamiento de Francisco si quieren salvarse, porque toda la Iglesia tiene la cara vuelta a Francisco, dando la espalda a Cristo, a la doctrina que Cristo ha enseñado, y que no puede cambiar porque un idiota se siente en la Silla de Pedro y se haga llamar Papa sin serlo.

«Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». (EG – n. 53).

1. Para Francisco, todo es cultura. Nada es pecado. Son los males de la cultura del descarte. No son los pecados de los hombres que llevan a estos males. Los males, que se suceden en una sociedad, hacen que ciertas personas queden excluidas de esa sociedad. Son males sociales, no son pecados. Males de una cultura, que viene de un pensamiento errado de los hombres. El hombre, con su idea, descarta a otros hombres, y produce una cultura del descarte, pero no produce un pecado. Concebir la cultura del descarte es el error de Francisco. Y este error sólo procede de su negación de la sociedad cono institución divina.

2. Si la sociedad es algo humano, entonces los hombres se rigen por sus leyes, por sus normas, sus ideas, que los llevan a este tipo de cultura. El hombre, con su poder humano, descarta a los hombres. Se niega el pecado, para poner de relieve el mal del hombre. Se niega que el hombre tenga en la sociedad un fin divino, una norma moral, una ley divina. Lo que importan son las culturas, y hay que quitar aquellas culturas que no sirven, que dañan la imagen de una sociedad fraterna, humana, mundana, pagana. Sólo se hace incapié en el fin humano de la vida social, que ya no está subordinado a un bien sobrenatural. Es el pecado el que lleva a los hombres, no sólo a explotar a otros hombres, sino a dejarlos a un lado. Pero, como Francisco está en su amor fraterno, en su fin humano de la sociedad, anulando el amor de Dios, la ley divina, entonces se queja de la cultura del descarte. Y cae en una aberración:

3. lucha para que esos, que son unos desechos, vuelvan a la sociedad. Lucha por una injusticia social. Pero no lucha por un bien sobrenatural, por una justicia divina, tanto a los hombres que pecan y excluyen a otros hombres, como a los propios excluidos, que también tendrán su parte de culpa. No lucha para salvar a un alma. Lucha para que un hombre tenga parte en la sociedad humana, mundana, pagana. Francisco deja a un lado la vida del cielo, para luchar por la vida de los hombres, por los derechos de los hombres, los derechos del mundo, los derechos que no son los de Dios.

«No conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites, tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates del secularismo actual. Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida» (EG – n. 69).

1. No existe una cultura marcada por la fe, porque el valor de la fe es diferente al valor de la cultura. El que vive la fe obra lo divino en lo humano. Pero el que no vive la fe sólo obra lo humano, o lo social, o lo económico, o lo cultural sin lo divino. ¡Cuántas culturas hay que no tienen a Dios porque los hombres no viven la fe en Cristo! No hay que meter la fe en una cultura. Hay que enseñar a cada hombre a vivir de fe, a creer en lo que Dios ha revelado. Las culturas que los hombres tienen reflejan sus vidas de fe o de ateísmo. Reflejan si creen o no creen en el verdadero Dios. Reflejan si están o no están en la verdadera Iglesia, la Católica. El problema es el hombre, no la cultura. Si el hombre no está sellado con la fe, entonces tampoco la cultura, ni la sociedad, ni la política, ni nada de lo que haga o viva el hombre. Hay que sellarse con el Sello de Dios. No hay que sellar las culturas con los pensamientos de los hombres, que es el sello del demonio.

2. Existe una sociedad religiosa, un estado religioso, una cultura religiosa, porque los hombres viven la verdadera religión, dan culto al verdadero Dios. Pero no existe una cultura, una sociedad, un país marcado por la fe. Si la fe no se pone en la verdadera religión, en la Iglesia Católica, entonces se cae en la inculturación de una fe humana en las distintas sociedades y países, que es el pensamiento de Francisco. Y, entonces, viene la abominación:

3. Para Francisco, los judíos, los musulmanes, los budistas, son personas que viven una verdadera fe. Y, por tanto, sus costumbres, sus ritos, sus culturas, sus políticas, son una verdad que hay que implantar en las demás naciones o sociedades de hombres.

4. Por eso, él se opone a esos creyentes que luchan contra el secularismo actual. Para él los creyentes verdaderos son los que tienen una cultura popular evangelizada: el pueblo con sus sabidurías populares, carnales, materiales, naturales: el pueblo está lleno de santos, de mártires, de gente sabia. Es el populismo. Ya no es la sociedad, los estados con una ley divina, con una autoridad divina. Es la sabiduría peculiar de los pueblos, de los hombres, de sus pensamientos humanos, de su lenguaje florido, lo que da la verdad a los hombres. Es el Creacionismo: hagamos una creación con un Dios que ama a todos los hombres y con un gobierno mundial en la que todos nos dediquemos a conservar lo creado, a amar lo creado, a ser buenas personas con todo el mundo.

Quien no sepa leer a Francisco se va a perder, porque hoy día nadie instruye en la Verdad. Todos hacen la pelota a los mentirosos como Francisco.

Es imposible buscar un bien común mundial

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La Verdad nadie la quiere escuchar porque asusta: «Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel» (Ap 10, 10).

La Verdad, es dulce predicarla, pero es amarga para la vida, porque nadie apoya al que dice la Verdad. Todos le dejan a un lado, porque la Verdad mete miedo a la razón del hombre. La Verdad descoloca la mente de los hombres de sus medidas, de sus planteamientos, de sus seguridades, al ponerles un camino oscuro de fe; un camino que sólo se puede conocer siguiendo al Espíritu de la Verdad; un camino que el hombre nunca puede pensar, nunca puede adivinarlo, nunca puede abarcarlo con su intelecto humano.

Por eso, cuando no se cree en la Verdad, que es Cristo, se dice esta herejía: «La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad» (EG, n. 40). Este pensamiento es fruto de la respuesta que Francisco, en su búsqueda de la conexión entre la fe y la verdad, da: «la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro « yo » pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común» (LF, n. 26).

La Verdad no es, para Francisco, la adecuación de la mente a la realidad, sino una cuestión de memoria. Es decir, la verdad está en cada mente humana, en las ideas de cada hombre. Esas ideas pueden ser, más o menos perfectas, buenas, malas; pero son la verdad. Por eso, él dice que la Iglesia tiene que creer en su interpretación de la Palabra, en su memoria, en su discurso intelectual, en sus estudios, en sus filosofías, en sus teologías. Pero no puede decir que la Iglesia necesita creer en la Palabra Revelada. Se cree a Dios que revela, que habla. Pero no se cree al hombre que interpreta o a la Iglesia que interpreta.

Se cree a la Iglesia que enseña la misma Palabra de Dios sin cambiarla nada. Por eso, hay un magisterio infalible en la Iglesia: hay unos dogmas que no se pueden tocar. Y esos dogmas no son una interpretación de la Palabra de Dios, sino que son la misma Palabra de Dios. Es la misma enseñanza divina, que no tiene tiempo, que es siempre la misma para todos los hombres y para cualquier circunstancia de la vida de los hombres. Es una Verdad que nunca pasa y que sólo puede ser creída, no pensada. No se llega a ella pensando, no es cierta por un pensamiento teológico, sino que se llega a ella creyéndole a Dios que la dice sin más, sin dar argumentos al hombre, sin explicarla, para que el hombre viva de fe, no de razones, no de memoria, no de una acto intelectual.

Por eso, cuesta decir la verdad, hablar con la verdad y creer a la verdad. Es muy fácil hablar nuestras verdades (las que nos gustan, las que nos hacen sentir bien, las que nos producen un acercamiento a los hombres), creer en nuestros sagaces pensamientos; es muy fácil medirlo todo con nuestros inútiles pensamientos; es muy fácil hacer del Misterio de Dios una filosofía para el hombre, un lenguaje para el mundo, un gobierno para los hombres.

Al hablar así, Francisco tiene que anular toda Verdad y buscar las verdades que le interesan para hacer su iglesia, su evangelio, su estilo de vida como sacerdote.

Por eso, en su evangelium gaudium anula el Misterio de la Cruz, la Obra Redentora que Cristo vino a hacer en este mundo, que está maldito por el pecado de Adán. Lo anula para poner su idea de los pobres y del amor fraterno.

1. «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (EG, n. 187). Francisco está haciendo su progresismo en la Iglesia, su populismo, su comunismo, su protestantismo. Porque no comprende la obra social de la Iglesia. Y no puede llegar a comprenderla porque ha anulado la esencia de la fe en Cristo.

Cristo sufre y muere para salvar y santificar cada alma. Eso es el Misterio de la Cruz. Cristo no sufre ni muere para llenar estómagos en Su Iglesia, que es a lo que se dedica este hombre: «El mal más grave que afecta al mundo en estos años es el paro juvenil y la soledad de los ancianos. Los mayores necesitan atención y compañía, los jóvenes trabajo y esperanza, pero no tienen ni el uno ni la otra; lo peor: que ya no los buscan más. Les han aplastado el presente. Dígame usted : ¿se puede vivir aplastado en el presente? ¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un futuro, una familia? ¿Es posible continuar así? Este, en mi opinión, es el problema más urgente que la Iglesia tiene que enfrentar» (Entrevista a Scalfarri).

Si Francisco tuviera un poco de vida espiritual diría: El mal más grave que afecta al mundo en estos años es la falta de fe en los mandamientos divinos, en lo que Dios ha revelado. Como la gente no cree en la ley divina, como la gente no tiene vida moral, no sigue una norma de moralidad y, por tanto, no practica las virtudes morales, entonces tiene lo que se merece: paro juvenil, soledad en los ancianos, etc. Porque, al no cumplir con los mandamientos de Dios, no se puede amar a Dios ni al prójimo y, por tanto, los hombres se aplastan unos a otros, los hombres hacen guerras entre sí.

Pero, como a Francisco le es imposible creer en Cristo, en su obra, tiene que decir: «¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un futuro, una familia?». Es un hombre que si no hace un acto de memoria no puede vivir. Francisco no vive para hacer un acto de fe: no sabe tener fe. Sólo vive para encontrar el pensamiento que más le guste en su vida miserable de hombre.

No se vive para una memoria, no se hace una familia para un bien humano, para un bienestar humano, para un futuro diseñado por los hombres. No hay que buscar el bien común humano, sino el bien común divino, el que Dios pone a una familia, a una sociedad, a un mundo que cumple con la ley eterna.

En la Iglesia se está para diseñar la ciudad católica, el Reino de Dios, que no tiene nada que ver con los reinos y ciudades humanas, sociales, culturales económicos, de los hombres. Porque «Mi Reino no es de este mundo». Pero Francisco no cree en esta Palabra Divina, y por eso busca el Reino de Dios en este mundo, humanizando lo divino, abajando lo sagrado a la mente del hombre.

Por eso, Francisco se dedica a poner en los hombres el Evangelio: «Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio» (EG, n. 69). El Evangelio de Cristo es para el alma, no para las culturas. Pero como Francisco cree que el alma no puede creer por sí misma, por eso dice esta frase. Hay que creer en masa, en la cultura de cada hombre, en una comunidad. Hay que hace grupos de hombres y allí inculturar el Evangelio, hacer cultura del Evangelio, hacer una ideología, un proselitismo, porque la Iglesia -dirá ese hereje- crece por atracción de ideas: busquemos la idea que más atraiga. Busquemos la moda; busquemos lo que al hombre le gusta. Esto es, sencillamente, destruir la Palabra de Dios con las culturas, con las ciencias, con las filosofías de los hombres.

El hombre, para creer en Cristo, tiene que salir de sus culturas, de su sabiduría humana. Si no hace esto, entonces el hombre, sencillamente, se inventa su evangelio en su cultura, en su ciencia, en su progreso técnico. Y, por supuesto, se inventa su iglesia para el evangelio de su cultura. Por eso, a Francisco le gusta hablar del evangelio de los pobres, del evangelio de las familias, del evangelio de todo el mundo. Pero no habla del Evangelio de Cristo.

2. «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema» (EG, n. 202). Esto es querer construir una casa por el tejado.

¿Qué enseña la Iglesia?: «es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas según una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común» (Catecismo, 2425).

Una cosa es la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano, en que se basa el liberalismo económico, y que es algo inmoral; y otra cosa es la autonomía de los mercados. No se puede suprimir la libertad humana y, por tanto, no se puede quitar la autonomía de las obras de esa libertad en el mercado. El hombre, en su libertad, tiene que practicar las virtudes morales para que el mercado no produzca ninguna injusticia, no rebaje a la persona, no la lleve a una visión materialista, consumista de la vida.

Francisco quiere cargarse la libertad del mercado. Esto es propio del comunismo. Hay que regular, según normas morales, naturales, divinas, el mercado. Y, entonces, la especulación financiera será recta.

Pero Francisco se olvida del pecado de avaricia y de usura: «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres». Es siempre su error, su constante error. Mientras no se resuelven radicalmente el pecado de los ricos y de los pobres: su avaricia, su codicia, su usura; entonces no se resuelven los problemas económicos.

Este fallo de visión es fruto de su negación del Misterio de la Cruz: si se niega que Cristo vino a sufrir y a morir, y se pone por encima la idea de que Cristo viene a remediar, a liberar, la vida de los pobres de su pobreza material, entonces tiene que caer en una grave herejía.

3. «La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad porque busca el bien común» (EG, n. 205). Esto, no es sólo un pensamiento necio, sino el más estúpido de todos .

El hombre es un ser social y político por naturaleza. En el hombre está la vocación al amor, a obrar lo divino en lo humano. Y, por tanto, toda política que no refleje lo que es el hombre, que vaya en contra de lo que es el hombre, no sirve para nada. Ni la política, ni la filosofía, ni la ciencia, ni la sabiduría humana, son vocaciones, sino que son instrumentos, recursos que el hombre tiene para dar su vocación divina, para ser lo que es en su naturaleza humana.

La política es lo más contrario a la caridad. Si el corazón del hombre no practica la virtud de la caridad, por más política que haga, no se ve en lo social ninguna caridad, ningún amor a Dios ni al prójimo.

Es el hombre el que busca el bien común, no la política. Los sistemas políticos buscan sus intereses en el mundo, pero no el bien común. El bien no es algo de la masa, de la comunidad, sino del hombre. Hay un bien particular que todo hombre busca en su vida y un bien común, que debe ser realizado en la voluntad de Dios. El hombre tiene que saber discernir los distintos bienes comunes, porque no todos son apropiados ni para un sistema político ni económico.

«Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!»: Francisco siempre se olvida de que los políticos tienen que tener vida moral, práctica de virtudes para hacer un bien común en la política. Un bien común sin injusticas. Y esto es lo más difícil sin vida espiritual. Y muchos políticos de Dios no quieren saber nada. Hay que pedir al Señor que los políticos sientan dolor de sus propios pecados, se arrepientan de ellos, hagan penitencia por ellos y, entonces, van a resolver la vida de los pobres. No hay que pedir a Dios que los políticos se acuerden de los pobres, sino de sus pecados personales.

4. «La economía, como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero» (EG, n 206).

La economía, como la misma palabra indica es, en griego, οἰκονομία [oikonomía], de οἶκος [oikos], ‘casa’, y νόμος [nomos], ‘ley’; es decir, la ley de la casa. Y el mundo entero, no es la casa de los hombres. Y una sociedad no es la casa de los hombres. Y una familia no es la casa de los hombres. Ni el propio hombre es casa para sí mismo.

La economía es regular, mediante normas divinas, los asuntos de los hombres: en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo humano. Se dan normas. No es un arte, no es una ciencia humana. Son normas para alcanzar un bien común, distinto del bien particular. Y, por tanto, hay bienes comunes diferentes, de acuerdo a lo que viva cada hombre. Hay un bien común para la familia, otro para el matrimonio, otro para el trabajo, otro para la sociedad, etc. Y, por tanto, según el bien común buscado, existirá una economía para la familia, otra para el matrimonio, otra para el trabajo, etc. Son diferentes economías; son diferentes reglas, leyes, porque son diferentes bienes comunes a alcanzar.

Y, por tanto, no se puede hablar de una economía mundial. Eso es una aberración, una abominación. Por eso, en aquellos países en los que se da una moneda para todos, caen en esta aberración. Cada país es distinto en su economía como país, porque los hombres son diferentes en sus vidas y en sus obras particulares, familiares, etc. Hay hombres más emprendedores y otros menos en el trabajo. Hay trabajos más delicados, que necesitan de una economía más flexible, y otros con otra diferente economía. No se puede regular un bien común mundial. El bien común es para cada acto de la vida del hombre. Depende de lo que el hombre viva y obre. Depende del fin que ponga el hombre a su vida. Querer regular un bien común mundial es querer poner un fin mundial, terrenal, a la vida de todos los hombres. Y eso es una aberración moral.

5. «Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos» (EG, n 207). Esto se llama perder la cabeza y publicar que se ha vuelto loco. Aquí está plasmada su idea masónica sobre el nuevo orden mundial. Aquí está, no sólo la estupidez de un hombre, que no sabe lo que es la doctrina social de la Iglesia, sino la locura de una mente que sólo tiene una idea: el amor a los hombres. En ese amor, que es una idolatría en Francisco, dice una blasfemia contra el Espíritu Santo: cualquier comunidad de la Iglesia que no se ocupe de los pobres e incluya a todos, se disolverá, será mundana, profana, vacía de Dios. En otras palabras, sólo Francisco tiene el Espíritu Santo en la Iglesia, y sólo su idea de los pobres es lo que hace a la Iglesia Santa, Universal, Romana, Católica, Una.

En esta palabras se ve, con gran evidencia, que Francisco se ha alejado del Evangelio de Cristo y sólo le interesa el evangelio de sus pobres, de la fraternidad, del bien común mundial. Se cree el más inteligente de todos con esta basura intelectual, que ha destilado en su evangelium gaudium. Si la Iglesia no trabaja por lo pobres y para unir a todos los hombres, entonces es mundana, entonces se disuelve. ¡Gran locura de la mente de Francisco!

¿Y se atreverá alguien a exigir obediencia a la mente de un loco en la Iglesia? Después de leer estas babosidades, ¿alguien en la Jerarquía tendrá la estupidez de decir que la doctrina de Francisco es católica, es muy hermosa?

Después de ver la ruina a la cual Francisco ha llevado a la Iglesia, desde que se sentó en el Trono, que no le pertenece, sino que se lo ha robado al legítimo Papa, Benedicto XVI, ¿a alguien le cabe alguna duda de que en el Sínodo la Iglesia va a comenzar su cisma abiertamente?¿Es que no ven que la doctrina de Francisco separa a la Iglesia de la doctrina de Cristo? ¿Es que no ven que Francisco nunca predica de la expiación, del sufrimiento, del pecado, de la penitencia, de la cruz, del infierno, del purgatorio, sino que sólo está en sus pobres y en cómo besar el trasero de todos los hombres?

Mayor estupidez y locura no puede estar sentada en el trono de Pedro.

Si esto es Magisterio de la Iglesia, entonces ¿qué son los escritos de Marx y de Lutero? Sigan lo que pensaron esos personajes y tendrán la mente de Francisco al dedillo.

Es triste comprobar cómo la Jerarquía se ha acomodado al engaño y ha dado la espalda a Cristo en la Iglesia. Está mirando lo que un dictador de mentiras está publicando en la Iglesia. Está observando como un hombre sin fe habla de lo que no sabe. Aplaude la mente de un loco en la Iglesia y ha abandonado a sus ovejas por hacer la pelota a un idiota.

Cuando Francisco abre su bocazas es para vomitar su demonio: el demonio que le lleva a la condenación en vida. Si no cambia, muy pronto veremos señales de su condenación en la Iglesia.

El lenguaje comunista de Francisco en su enseñanza social

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A.- «La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces » (Evangelium gaudium – n 189).

1. «La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada»: Una es la propiedad privada y otra es la propiedad social. La propiedad privada mira el individuo; la social mira al bien común.

La propiedad privada ha sido dada por Dios mismo al hombre, en su naturaleza humana. Y, por tanto, es la primera en el orden. No es antes la propiedad social, sino la individual, por Creación.

Y ésta ha sido dada por Dios para que cada hombre provea sus necesidades y a las de su familia.

Una cosa es el derecho a la propiedad privada y otra cosa es el uso de los bienes privados. Y, por tanto, la justicia manda respetar la división de los bienes y no invadir el derecho ajeno. Hay que cuidar la propiedad privada de cada uno. Esto por justicia conmutativa. Pero el uso de los bienes no es por justicia, sino por la práctica de las virtudes. Y la solidaridad no es algo espontáneo, ni intuitivo, sino que es una virtud que debe ser practicada en la verdad.

Para ser solidarios hay que practicar la virtud de la prudencia. Sto. Tomás enseña que existe la prudencia económica, que se ordena al bien común de la casa o de la familia (economía familiar); la prudencia política, que se ordena al bien común o a la economía de la ciudad, del Estado, de una comunidad.

Enseña que para regir una multitud, es necesario la prudencia según la clase de multitud. Y así se da una prudencia personal, otra familiar, otra gubernativa o legislativa, otra política y otra militar. Porque los bienes sociales son distintos según la multitud, según el grupo de personas: “las partes de la prudencia, tomadas propiamente, son la prudencia por la cual alguien se rige a sí mismo, y la prudencia por la cual alguien rige la multitud…: y así, la prudencia que rige a la multitud se divide en diversas especies según las diversas especies de multitud. Existe cierta multitud congregada en orden a algún negocio especial, como el ejército reunido para luchar: de la cual la prudencia que rige es la militar. Otra es la multitud reunida para toda la vida: como la multitud de una casa o familia, de la cual la prudencia que rige es la económica. Y la multitud de una ciudad o reino, de la cual es directiva en el príncipe la prudencia real, en los súbditos la prudencia política simplemente dicha” (Summa Theologiae, II-II ps., q. 48, a. 1, co).

Entonces, la solidaridad no es algo espontáneo de quien reconoce la propiedad social como algo anterior a la propiedad privada. Tres cosas está diciendo Francisco: tres errores.

a. La solidaridad es algo espontáneo, no es el ejercicio de la virtud de la prudencia;

b. La propiedad social es anterior a la propiedad privada. Y, por derecho de Creación, es antes la propiedad privada;

c. Se pone la propiedad social por encima de la libertad del hombre: el hombre es esclavo de lo social, dependiente de la sociedad. Está obligado a un bien común sin la virtud de la prudencia, movido sólo por el pensamiento de los hombres o sus necesidades materiales o humanas.

2. «La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde».

a. La propiedad privada se justifica por sí misma. Es por justicia conmutativa el derecho a la propiedad privada, es la que justifica esta propiedad.

b. El uso de la propiedad privada no es por justicia conmutativa, sino por gracia y por virtud. Es la gracia la que enseña cómo usar los bienes privados para el bien común. Y ese bien común son muchas cosas y distintas, según los hombres se unan.

c. Por tanto, una cosa son los pobres, otra cosa es el bien común en la sociedad, en lo política, en lo legislativo, en lo militar. Y a los pobres hay que darles ese bien común según el Evangelio. Y el Evangelio no enseña a devolverle al pobre lo que le corresponde, sino a hacer obras de penitencia con los bienes privados.

d. Devolverle al pobre lo que le corresponde es ir en contra de la propiedad privada. El cumplimiento del bien común hacia los pobres no se puede reclamar por justicia, por una acción legal, por unas leyes económicas. La propiedad privada y el uso honesto de ellas no se encierran en un mismo límite. Son órdenes diferentes; tienen fines diferentes. La propiedad privada la pone Dios en cada hombre para un fin humano, natural, de supervivencia en el mundo. El uso de esa propiedad privada es para un fin espiritual y, por tanto, de salvación del alma. Luego, ningún hombre está obligado a dar nada a otro hombre, sea pobre, tenga las necesidades materiales o humanas que tenga, por justicia, por acción legal, ni siquiera por un bien humano. Se obliga a hacer limosnas por un fin espiritual: para salvar el alma.

No es por un motivo de solidaridad, sino de la virtud, y de tres virtudes, cómo los hombres deben usar sus bienes privados: «Tampoco se dejan al omnimodo arbitrio del hombre sus rentas libres; aquéllas, se entiende que no necesita para sustentar conveniente y decorosamente su vida; antes bien, la Sagrada Escritura y los Santos Padres de la Iglesia con palabras clarísimas declaran a cada paso que los ricos están gravísimamente obligados a ejercitar la limosna, la beneficencia y la magnificencia» ( PIO XI – Del dominio o derecho de propiedad [De la Encíclica Quadragesimo anno, de 15 de mayo de 1931]). Limosna, beneficencia y magnificencia.

i. La limosna, para expiar el pecado;

ii. la beneficiencia, es el acto de caridad «que inclina a los seres superiores a proveer a las necesidades de los inferiores» (Sto Tomás II-II q. 31 a.2 – De la beneficencia) . Pero no de forma absoluta, sino según las circunstancias, ya morales ya humanas: «Se debe pues socorrer al pecador en cuanto al sostenimiento de su naturaleza; mas no respecto al fomento de la culpa, pues esto no sería hacer bien, sino mal» (Ibidem). Por tanto, no se puede dar dinero a los pobres, como enseña Francisco, para devolverles lo que les corresponde. Este es su marxismo, su teología de los pobres, descarnada de la verdad.

iii. La magnificencia es lo que aspira a lo grande, que requiere la práctica de otras virtudes y, por tanto, de gran vida espiritual: magnanimidad, confianza, seguridad, humildad, constancia, tolerancia y firmeza. Y en ninguna de ellas se manda dar a los pobres lo que ellos necesitan.

3. «Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces»: esta es la conclusión de Francisco. Por poner la solidaridad en algo vacío, en algo espontáneo, en una amistad hacia los hombres, en un amor a los hombres sin la práctica de las virtudes, cuando se pone el amor al prójimo por encima del amor a Dios, cuando se hace carne esto, entonces comienza el derrumbe de las estructuras de la Verdad, se quita el edificio de la Verdad para poner la mentira, para levantar esas estructuras con las bases del error del marxismo y del comunismo. Y, entonces, se llama corrupto a lo anterior, a las estructuras nacidas de la verdad.

Este es el lenguaje humano de Francisco. En un solo párrafo, tiene muchos errores cuando quiere hablar de la inclusión social de los pobres. No ha comprendido ni lo que son los pobres ni lo que es la propiedad social, ni del uso -en la gracia- que se debe hacer de los bienes privados. No sabe nada de nada. Sólo habla su lenguaje humano, que es donde se encuentra su herejía y su cisma, que es clarísimo para el que quiera verla.

Pero si se quiere entender lo que dice Francisco para sacar una verdad para la Iglesia, entonces es cuando el hombre se ciega y no sabe ver lo que es Francisco.

B.«Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». (Evangelium gaudium – n 53).

Decía León XIII «que las riquezas de los Estados, no de otra parte nacen, sino del trabajo de los obreros» (León XIII, Encicl. Rerum Novarum, 15-5-1891). Y, por tanto, no se va de la pobreza a la riqueza sino por medio del trabajo de las personas. Por tanto, ni el trabajo es malo ni la pobreza es mala ni la riqueza es mala. El problema está en el uso de estas tres cosas: trabajo, dinero y las leyes divinas.

«No puede existir el capital sin trabajo, ni trabajo sin capital» (Ibidem). La riqueza o la pobreza de las sociedades es por causa de la eficaz colaboración de ambas cosas: capital y trabajo. Se trabaja y se tiene riqueza. No se trabaja y se posee pobreza. Pero es necesario la ley de Dios, la ley natural, para usar el trabajo y el capital para una obra divina en la sociedad.

a. «Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». El quinto mandamiento prohíbe no matar porque es una ofensa a Dios. Pero el quinto mandamiento no asegura la vida humana, porque Dios es el dueño de toda vida humana. Dios decide la vida y la muerte del hombre. Dios, con un castigo, puede hacer desaparecer toda la humanidad. El hombre no tiene dignidad humana porque nace, sino porque es creado por Dios. El quinto mandamiento sólo asegura no pecar. Quien lo cumple no peca contra Dios, pero no da seguridad de que esa persona que no se mata sea digna de vivir. Es digna de vivir porque Dios ha creado su alma y le da un camino de prueba en su vida para salvarse y santificarse. Pero no es digna porque vive una vida humana. Si vive en su pecado, es mejor morir: «Mejor le fuera, si una muela de un molino de asno le fuera puesta al cuello, y le lanzasen en el mar, que escandalizar a uno de estos pequeñitos» (Lc 17, 2). Hay un orden moral por encima de la dignidad del hombre en su vida. El quinto mandamiento prohíbe hacer una obra de pecado. Pero Dios puede mandar un castigo en que los hombres mueran, a causa de sus pecados. Luego, el quinto mandamiento no asegura el valor de la vida humana, sino que asegura el valor de la ley divina, los derechos de Dios; no los derechos del hombre a vivir su vida humana.

b. Una economía de exclusión y de inequidad es porque los hombres, cada persona en particular, usan mal el trabajo, el capital y la ley de Dios. No se puede decir no a na economía de exclusión sin poner la causa de esa mal económico: el pecado de avaricia, de usura, de orgullo. Y los Estados, las economías, las hacen los pecados o las virtudes de cada persona. Las riquezas de los Estados son del trabajo de cada una de las personas que integran ese Estado. Si se trabaja mal, sin buscar la voluntad de Dios, entonces el Estado excluye muchas cosas, y se da la desigualdad en muchas cosas. Pero el origen: el pecado de cada uno. No el pecado o mal social, no el conjunto de leyes o de obras o de circunstancias que producen una inequidad o una discriminación social. Francisco habla su lenguaje propio comunista, de luchas de clases, de jerarquía de pensamientos humanos.

c. «Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad». La caída en la bolsa no excluye la muerte de un anciano por el frío. Son dos cosas totalmente diferentes: una pertenece al orden económico, a un bien legislativo o político; otra al orden personal o familiar. Son dos bienes comunes distintos, que no se excluyen, sino que se complementan. Y el problema en el orden económico incide en ese bien común, pero no el otro bien común de la persona. El mal uso del dinero en el Estado, en un orden legislativo o político trae consecuencias en ese orden, pero eso no es causa de que la gente se muera de frío o pase hambre o tenga otras necesidades. Habrá muchas causas para que la gente se muera de frío, pero no necesariamente por la economía. El modo de hablar de Francisco – no es noticia-, hace que su lenguaje sea ambiguo y lleno de confusión. Está hablando para una cosa: poner su idea marxista de la economía. Pero no le interesa ni los pobres, ni los ancianos que se mueren de frío. Si hubiera interés verdadero, no hablaría así. Usa esas imágenes para lo que le importa: su teología de los pobres, su comunismo.

d. «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida».

i. Entre el capital y el trabajo es necesario la competitividad. Una persona amorfa, que no trabaje por virtud, por ser más en la vida, por una calidad en la vida, por un honor en la vida, no trabaja. El trabajo es con el sudor de la frente, es un sacrificio, es una responsabilidad, es una disciplina en la persona. Y eso conlleva el ser competitivo. El alcanzar una metas que otras personas, porque no trabajan bien, no llegan, no pueden tener. Y, como siempre, todo está en el uso del trabajo y del capital. Si hay derecho natural para tener una propiedad privada y, por tanto, para trabajar con esa propiedad privada, el problema de que haya pobres no sólo es porque se usa mal la propiedad privada, sino porque la gente no quiere trabajar buscando una sana competitividad. Hay mucha gente que no le gusta trabajar, sino que va al trabajo más cómodo. Y, después, quieren tener de todo en la vida. Y eso es a lo que hay que combatir, no a la sana competitividad. Y, en esas reglas del juego, unos se imponen sobre los otros, pero no por malicia, sino por la calidad de su trabajo. Y si existen leyes humanas que oprimen a los hombres, no son por el trabajo, sino por el pecado de las personas. Que el poderoso se coma al más débil eso es sólo comunismo, pero no la realidad.

ii. «La tierra no deja de servir a la utilidad de todos, por diversa que sea la forma en que esté distribuida entre los particulares» (León XIII, Encicl. Rerum Novarum, 15-5-1891 ). Es claro, que no sirve cualquier distribución de bienes y riquezas entre los hombres para obrar la propiedad social. Hay una utilidad de todos, hay una justicia social que prohíbe que una clase excluya a otra de la participación de los beneficios. Los ricos violan esta ley, pero por su pecado de avaricia. Pero también violan esta ley los pobres, que reclaman el único derecho que reconocen: el suyo. Y lo hacen también por avaricia, no por virtud, no por justicia. Si alguien quiere sobresalir en la sociedad humana, que trabaje, y que compita en su trabajo, porque «si alguno no quiere trabajar, tampoco coma», tampoco tenga capital, tampoco tenga derecho a una economía que ve injusta porque no trabaja con dignidad, porque quiere abolir el derecho natural a tener una riqueza y no compartirla por Voluntad de Dios. Por eso, no se puede decir que los poderosos se comen a los pobres. La gente que trabaja con dignidad, cumpliendo con la Voluntad de Dios, y, por tanto, con una riqueza por su trabajo, no se está comiendo a los pobres, a los débiles. Esta forma de hablar de Francisco produce mucho daño entre los hombres y en la Iglesia.

e. «Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»». Esto es no tener las ideas claras sobre la propiedad privada y la propiedad social. Porque Francisco pone la propiedad social antes que la propiedad privada, entonces tiene que hablar así. Como los hombres, en sus negocios, por su pecado de avaricia, no se ocupan de los demás y, además, los oprimen con sus leyes económicas injustas, entonces esos pobres, esos débiles sociales son desechos de la sociedad. Hasta aquí llega la incultura de este hombre, su suma ignorancia de la doctrina social de la Iglesia. Si hay desechos en la sociedad es por el mismo juego: capital, trabajo, ley divina. Si los hombres no saben usar bien esto, entonces habrá muchos males, pero por el pecado de cada uno en la sociedad.

Es claro, que no se puede seguir el lenguaje de un hombre que no da la Verdad en lo que habla. Miente y sólo miente para su negocio comunista en la Iglesia.

La idolatría del hombre en Belén

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«De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño» (Homilía de la Misa en la Plaza del Pesebre, en Belén (Palestina)).

Esta es la idolatría de la humanidad en Francisco. Este es el pensamiento clave para comprender la idea herética de este hombre, sus pasos en el gobierno de la Iglesia.

«Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…». ¿Dónde encontramos al Niño Dios, a Jesús? No en Jesús como Dios; no en la Obra que Jesús ha hecho para salvar al hombre del pecado; no en la doctrina de Jesús, que es el Camino para encontrar la Verdad de todo hombre; no en la Gracia que Jesús ha merecido para todo hombre en la Cruz, y que es la Vida Divina que todo hombre tiene que vivir si quiere entender la Voluntad de Dios; no en la Iglesia que Jesús ha fundado en Pedro, y que es la única que salva al hombre y le da la paz para su corazón. No; esto ya no sirve. Esto ya no hay que predicarlo. Francisco no predica el Evangelio que salva, el Evangelio que despierta las conciencias dormidas por el pecado, el Evangelio que es la Palabra de Dios, viva y eficaz, que tiene la solución a todos los problemas de los hombres. Ya esto no es necesario recordarlo a los hombres, sino que hay que hacer una homilía política, económica, cultural, que se centre en los problemas reales del hombre y que obligue al hombre a buscar caminos humanos a su vida humana.

«En nuestro mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo».

Y, después de esta parrafada, es cuando se dice: «De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño».

En la Iglesia Católica, nos avergonzamos de que un Obispo, sentado en la Silla de Pedro, que se hace pasar por Papa, pero que no habla como Papa (porque no es Papa), sino como un ignorante de las Escrituras, esté hablando, en nombre de Cristo y de la Iglesia, sus mentiras y sus idolatrías, sin que nadie haga nada para callarle la boca.

Quien se avergüenza del sufrimiento humano, se avergüenza de Cristo y de la Iglesia. No ha sabido comprender la importancia que tiene el dolor para salvarse en la vida. Y no sabe predicarlo, de manera conveniente, para que los demás tengan inteligencia sobre el significado del dolor, el por qué del dolor, la raíz del dolor.

¿Por qué hay niños que viven en condiciones deshumanas? Porque el hombre quiere pecar y, por tanto, el fruto: el dolor de esos niños, sus vidas destrozadas.

¿Por qué hay niños que viven al margen de la sociedad? Por el pecado de los hombres, que sólo viven para su negocio y para conquistar un poder entre los hombres.

¿Por qué hay niños que son maltratados, esclavizados, usados como mercancía de los hombres? Por el pecado de muchos hombres que hacen de la humanidad el negocio de sus mentes soberbias y el comercio de sus lujurias.

¿Por qué hay niños refugiados, que huyen de muchas partes, donde es imposible vivir? Por el pecado de los hombres, que se han hecho dueños del mundo por su orgullo, su ambición de poder, sus miras egoístas.

El problema del hombre: su pecado. El problema de los países: el pecado de los hombres, que son los que componen esos países. El problema de Israel: el pecado de los judíos, de los musulmanes, de todos los hombres que no viven cumpliendo los mandamientos de Dios.

Esto es lo que no se atreve a predicar Francisco delante del Presidente Mahmoud Abbas, del Patriarca Fouad Twal, y demás autoridades. No tiene agallas de decir las cosas por su nombre. Al pan, pan; y al vino, vino. Y, por eso, hace su homilía, totalmente herética.

No pone a Jesús como el centro y, por tanto, el único Camino para resolver el problema de los hombres: sus pecados.

Sino que pone en el centro: lo que él considera su vergüenza. Francisco se avergüenza de todo eso, del sufrimiento de los niños. Y, porque cae en esta idolatría, entonces no sabe dar solución a este problema. Sólo grita como un político. Sólo da discursos para la mente del hombre, para captar una idea en el hombre, para que el hombre piense y vea la vida como la ve él. Y, entonces, vienen sus preguntas:

« Y nos preguntamos: ¿Quiénes somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quiénes somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de «perder tiempo» con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?».

Sus preguntas son juicios y condenas a los hombres. Te condeno porque no cuidas a los niños como lo hace María y José. Te condeno porque tienes deseos de eliminarlos, como lo hizo Herodes. Te condeno porque no adoras a los niños y les das ofrendas, como hicieron los pastores, sino que eres indiferente, egoísta. Te condeno porque ves la imagen de un niño, ves a un niño que sufre, que pasa hambre, y prefieres tu oración, tu piedad, tus liturgias, tus dogmas, que te impiden estar en las necesidades de los demás. Te condeno porque pierdes el tiempo de tu vida en tantas cosas y no estás atendiendo a lo principal: cuidar un niño. Te condeno porque descuidas a los niños por estar cuidando tu vida.

«Y nos preguntamos: ¿Quiénes somos nosotros ante Jesús Niño?». Respuesta: somos pecadores, soberbios, orgullosos, avariciosos, lujuriosos, demonios, gente sin alma. Somos una nada ante el Niño Dios. Somos los más inútiles ante el Niño Dios. Somos ignorantes ante el Niño Dios. Somos un esperpento ante el Niño Dios. Eso es lo que somos: somos los que no somos. El Niño Dios es el que Es.

«¿Quiénes somos ante los niños de hoy?». Respuesta: y como somos nada ante Dios, ante los hombres también somos nada. Si fuéramos algo ante Dios, también los seríamos ante los demás. Pero quien no se pone en su nada en la Presencia de Dios, tampoco sabe ponerse en su nada cuando está ante los hombres. El hombre que olvida ser nada, se hace idolatra de todas las criaturas. Es lo que está enseñando Francisco en esta homilía: adora a los niños pobres porque ellos son el Niño Dios. Como eres algo ante Dios, lo eres todo ante los hombres.

«¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno?» Respuesta: recibimos al Niño Dios en nuestro corazón porque creemos en Su Palabra. Y, por esa fe, el amor hacia el Niño Dios no es ni materno ni paterno, sino que es el mismo amor que la Virgen María y san José tuvieron en sus corazones para estar al lado del Niño Dios. Amamos a Jesús con su mismo Amor. No amamos a Jesús con un amor humano. Y, por tanto, no amamos a los hombres con el amor del hombre, sino con el amor de Dios, que exige cumplir la ley divina para dar algo a los hombres. María y José no amaron a Jesús con un amor materno ni paterno. Porque Jesús es Dios, es el Hijo del Padre, que se ha encarnado en la Virgen María. Y, por tanto, es el Hijo de la Madre. Y la Virgen María ama a Su Hijo por ser Dios en Ella. Y San José ama a Jesús porque es Hijo de la Madre y del Padre. Luego, no seas herético –hombre del demonio, que es lo que eres Francisco- y no enseñes a amar a Jesús con un amor humano. Y menos enseñes a idolatrar a los niños con ese amor humano.

«¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo?». Respuesta: Tu pregunta –Francisco- es humillante para la inteligencia de todo hombre. Porque los hombres ven el pecado de Herodes. Y los hombres, cuando entienden que otro hombre ha hecho un mal, tienen compasión de ese hombre y rezan por él. Esto lo hacen los hombres, estén con Dios o no estén con Dios. Todo hombre, al ser bueno por naturaleza, sabe los límites entre el bien y el mal. El hombre, porque es malo por su pecado, porque nace en el pecado, entonces hace obras malas dignas de compasión, de misericordia, por otros hombres. Porque nadie tiene derecho a juzgar las obras de los hombres: su vida moral. El pecado de Herodes, que es una obra moral, la juzga Dios. Y, por tanto, todo hombre que ve el pecado de Herodes, no lo juzga, como tú lo estás haciendo, Francisco, sino que comprende ese mal y da un camino al hombre para que no realice lo mismo. Tú, Francisco, juzgas el pecado de Herodes y juzgas a todo hombre que mata a los niños, porque hacen lo mismo que Herodes. Pero, tú, Francisco, no sabes enseñar la verdad del pecado de Herodes y no sabes enseñar la verdad de los hombres que matan a los niños. Como no sabes juzgar lo espiritual de las obras de los hombres, entonces caes en el juicio moral y en la condenación moral de los demás. Y te haces culpable de lo que juzgas. Cometes el mismo pecado de quien juzgas.

Herodes pecó por su pecado de avaricia, de ambición de poder, porque veía en Cristo un Mesías político, que iba a poner en jaque su gobierno de entonces. Herodes no pecó porque despreció a los niños, sino por odio a Cristo. Y los hombres que matan a los niños, no tienen el mismo pecado de Herodes. Los matarán por muchas razones: políticas, económicas, lujuriosas, etc. Pero no por la razón que estaba en la mente de Herodes. Y, por eso, tu pregunta es una condena a los hombres que matan, a los hombres que pecan. Tiras la piedra y escondes la mano. Y no sabes hablar al hombre que mata a los niños, no sabes hablar al pecador, no sabes ponerle un camino de salvación, porque los juzgas en tu mente, ya que eres un inútil para discernir los espíritus que están en los hombres. Tu pregunta da la dimensión de tu inteligencia humana: la tienes podrida por tu pecado de idolatría hacia los hombres.

«¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes?». Respuesta: Los pastores ofrecen al Niño Dios su corazón. Los pastores creyeron la Palabra de Dios y, por eso, fueron a adorar al Niño Dios. Su fe en Cristo es su Adoración a Cristo. Se da culto a Dios porque se cree en Su Palabra. Pero quien no cree en la Palabra de Dios, entonces da culto a muchos dioses. Quien adora a Dios, no tiene que adorar a los hombres. Quien da culto a Dios, tiene que dar a los hombres la Voluntad de Dios. Y, por eso, tiene que discernir esa Voluntad. Quien ora a Dios es para encontrar la obra que tiene que hacer con los hombres: entenderla y realizarla. Y, por eso, la vida del hombre que tiene fe en Cristo no consiste en ayudar a los hombres en sus necesidades materiales, sino en darles, en cada momento, lo que Dios quiere que se dé. Y, de esa manera, no se cae en el comunismo, que tú promueves –Francisco- con tu doctrina del humanismo. Tú amas a los hombres por encima de Dios. Tú prefieres dar a los hombres lo que a ti te parece que es bueno, pero no sabes preguntar a Dios qué cosa buena hay que dar a los hombres.

«¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos?». Respuesta: Francisco idolatras a los niños pobres. Ellos no son imágenes. Ellos no son el cuerpo de Cristo. Ellos no son Cristo. Ellos son niños pobres, que sufren por el pecado de los demás, o por su pecado propio. No condenes a la gente que hace su oración, que da culto a Dios y después no socorre a los niños pobres porque así lo han comprendido en Dios. ¿Por qué juzgas la vida espiritual de los que hacen oración? ¿Por qué juzgas a los hombres que siguen unos dogmas, unas verdades, una tradición, que significa la Voluntad de Dios, y que hay que seguirla para saber dar lo que el niño pobre necesita. Esta es tu mente comunista, Francisco. Y en la Iglesia Católica, despreciamos a los comunistas como tú. Y más cuando te sientas en la Silla de Pedro para lanzar tu ideología del marxismo, de la fraternidad masónica y del amor ecológico a los hombres. ¿Quién eres tú para juzgar a los hombres si no sabes juzgar lo que Dios juzga?

Y porque no sabes hablar con propiedad del pecado, por eso, caes en tu sentimentalismo barato. Se te caen las lágrimas ante los niños que sufren: «Tal vez aquel niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado: deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas».

Lloras, Francisco, por el hombre; pero no sabes llorar por los pecados de los hombres. No sabes cargar con ellos. No sabes hacer penitencia por tantos males que los hombres hacen en el mundo. No sabes coger una cruz y levantarla para sacar el demonio de los niños y de tantos hombres, endemoniados por sus pecados. Sólo sabes hacer tu política, tu negocio en la Iglesia. Sólo sabes llenarte la boca de tus estupideces, de tus sensiblerías. Y ahí te quedas: en el vacío de tus lágrimas. Y la gente, como tú, coge el pañuelo y se pone a llorar, y a decir qué bien que habló este hombre. Es un hombre de Dios porque entiende las necesidades de los hombres, entiende sus lágrimas. Gran mal hacen tus palabras en la Iglesia, hipócrita y fariseo: te llenas de lágrimas por la vida social de los hombres, y no has aprendido a meter tu corazón en la llagas de Cristo. Besas las llagas de los hombres idolatrando a los hombres. Pero no sabes besar a Cristo para que el corazón vea su pecado y se arrepienta de él. Besas a Cristo como Judas lo besó: para traicionarlo en su misma Iglesia.

Esto es Francisco: un hombre que idolatra al hombre y que persigue un ideal en la vida: destruir la Iglesia de Cristo, levantando sobre su orgullo la blasfemia a Cristo: el culto a la mentira que sale de los pensamientos de los hombres.

Desde la Iglesia, Francisco y los suyos, meten la confusión al convertir la mentira en verdad, y la verdad en mentira. Y de esto nace un océano de ideas, que llevan al paganismo y a la incredulidad. Que llevan a los hombres a trabajar por un ideal humano en la Iglesia; que hacen de la Iglesia una institución humana más en la vida de los hombres, perdiendo la Verdad, la Catolicidad. La Iglesia se convierte en cristiana, en una más entre tantas, porque se habla de Cristo, pero no se habla de Su Palabra, sino que se la desvirtúa, como hace Francisco en esta y en todas sus homilías. Coge una Palabra de Dios y, después pone lo que le da la gana. Nunca enseña la Verdad de esa Palabra Divina: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Sino que da su magisterio, que no es el de Cristo, que no pertenece a la Iglesia de Cristo, sino que es para hacer su falso ecumenismo.

Es necesario atraer a las demás religiones, a los demás hombres, ¿cómo? Desvirtuando los sacramentos, ocultando los dogmas y manipulando la Palabra revelada. Hay que dar a los hombres lo que ellos quieren escuchar: lágrimas, desastres, problemas. Un hombre que les hable de esto. Un hombre para el mundo.

El falso ecumenismo empieza con una falsa predicación, con un concepto errado de la verdad, con unas ideas engañosas y un deseo de notoriedad egoísta y vanidoso, que es lo que hace Francisco todos los días. Y lo hace porque está hinchado de orgullo.

El falso ecumenismo acaba destruyendo la verdad, socavando los cimientos de la fe, desfigurando el Evangelio y ahogando la piedad.

No esperen nada de Francisco: sólo dolor en la Iglesia porque ya es tiempo de destruirla.

Francisco es el neo-fascista de Roma

Francisco líder del nuevo fascismo que busca un nuevo orden mundial

Francisco líder del nuevo fascismo que busca un nuevo orden mundial

Paul Vallely escribe en su obra, “Pope Francis: Untying the Knots” (Papa Francisco: Desatando los nudos), lo que le confió un superior jesuita de América Latina:

«Sí, lo sé Bergoglio. Es una persona que ha causado muchos problemas en la sociedad y es muy controvertido en su propio país. Además de haber sido acusado de haber permitido la detención de dos jesuitas durante la época de la dictadura argentina, como provincial generó lealtades divididas: algunos grupos casi le adoraban, mientras que otros no tuvieron nada que ver con él, y él casi no hablaba de ellos. Era una situación absurda. Él está bien entrenado y muy capaz, pero está rodeado de este culto a la personalidad que es extremadamente divisivo. Él tiene un aura de espiritualidad que utiliza para obtener poder. Será una catástrofe para la Iglesia tener a alguien como él en la Sede Apostólica. Dejó la Compañía de Jesús en Argentina destruida, con los jesuitas divididos y las instituciones destruidas, y financieramente quebrados. Hemos pasado dos décadas tratando de solucionar el caos que ese hombre nos dejó».

«Será una catástrofe para la Iglesia tener a alguien como él en la Sede Apostólica»: una gran verdad que todos pueden ver y comprobar. Después de un año, en que parecía que había una nueva primavera en la Iglesia, se constata una gran división y un gran cisma.

Cuenta Vallely que la gran amargura envolvió a Bergoglio durante su tiempo como Superior Provincial. Bajo su liderazgo, la provincia se dividió en dos: Bergogliano y anti-Bergogliano. Exactamente, como ha ocurrido en este año de su falso Pontificado: una Iglesia dividida en dos: los que están con Francisco, los que se oponen a Francisco.

Y escribe Vallely que esa división se produjo por dos fuerzas polarizantes: el Vaticano II y el peronismo.

Observa Vallely que «el movimiento de resistencia a las reformas del Vaticano II era conducido, entre el orden intelectual más importante en Argentina, por Jorge Mario Bergoglio». Y, por otra parte, el mismo Bergoglio se convirtió en el líder espiritual de la Guardia de Hierro argentino. Valleyl retrata la organización como un «manojo extraño, que funcionaba como una orden secreta, que se caracteriza por la obediencia, el rigor intelectual y la disciplina ascética, pero cuya influencia intelectual eran un batiburrillo de Lenin, el filósofo rumano Mircea Eliade y Mattero Ricci, místico y misionero jesuita del siglo XVI».

«Lenin proveía el modelo de organización de una elite revolucionaria fuertemente controlada, mientras Eliade abogó por una forma anti-liberal, anti-democrático y anti-moderna del neofascismo. Por encima de todo, él promovió la Guardia de Hierro como vanguardia de una forma de nacionalismo espiritualizada, capaz de liderar una revolución cristiana y reconciliar a la nación con Dios. El grupo argentino también estaba comprometido con el enfoque corporativista, Tercera Vía, que se encontraba en el centro del peronismo y, particularmente, Bergoglio era atraído hacia él como alternativa al capitalismo y al comunismo».

Bergoglio se oponía, por una parte a la Teología de la Liberación; pero por otro camino, se metía de lleno en esa Teología. Una auténtica contradicción en su gobierno: para unos era conservador, tradicional; para otros, comunista, marxista, protestante. Daba dos caras distintas en su gobierno.

Francisco, desde el inicio de su gobierno en la Iglesia ha mostrado su solidaridad con los ideales de la Teología de la Liberación. Él ha pedido, de forma explícita, «una iglesia pobre para los pobres»; en su homilía de la Jornada Mundial de la Juventud, en julio del 2013, evoca temas de la teología de la liberación, llama a los jóvenes a invocar el «poder de Dios para arrancar y derribar el mal y la violencia, para destruir y derribar las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio, con el fin de construir un mundo nuevo». Este es el lenguaje propio un activista comunista, que se centra en las “estructuras de pecado”, que concibe el pecado como un hecho social, que nace de las sociedades capitalistas y que llevan a todos a una culpa, donde se explota y se oprime a la clase más pobre. Es la opresión económica que hacen los ricos sobre los pobres.

Francisco ha rehabilitado la Teología de la Liberación escribiendo el prefacio del libro de Muller, “Del lado de los pobres: Teología de la Liberación”, en el que Gutiérrez escribió dos capítulos; y éste fue recibido como un héroe por Francisco en el Vaticano. El Papa Benedicto XVI batalló contra la Teología de la Liberación y disciplinó a sus defensores, porque habían malinterpretado la preferencia de Jesús por los pobres y la habían convertido en un llamado marxista a la rebelión armada.

Muler dice que «La Teología de la liberación está para mí unida al rostro de Gustavo Gutérrez… Con el seminario dirigido por Gustavo Gutiérrez se produjo en mí un giro de la reflexión académica sobre una nueva concepción teológica hacia la experiencia con los hombres, para los que había sido desarrollada esa teología» («Mis experiencias con la teología de la liberación»). Muller se desvió de la Verdad estudiando al cismático Gustavo. Y se ha hecho otro hereje y cismático, como él y Francisco. Y ha sido puesto como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe; es decir, como aquel que va a romper el dogma en la Iglesia. Porque si no ha sido capaz de guardar su fe en Cristo, menos es capaz de guardar la Fe en la Iglesia.

Los pasos de Francisco son claros para el que tenga ojos. Francisco ha contactado a Leonardo Boff, quien antes era uno de los teólogos de la liberación más vilipendiados por Roma, y que había sido condenado al silencio obsequioso, y suspendido de sus deberes religiosos por la CDF en 1985, por el Cardenal Ratzinger, por sus inclinaciones marxistas y su posición radical teológica, expresada en su obra, “Iglesia: carisma y poder” (1985). Francisco lo ha llamado para ocuparse de una nueva encíclica sobre la eco-teología, un subgénero de la Teología de la Liberación, que busca liberar de la presencia opresiva de los seres humanos y su tecnología. En esa eco-teología se condena «el vasto aparato científico, tecnológico, sobre el que basa nuestra civilización» (Boff – Sólo un Dios puede salvarnos – 2012).

Y Boff ha dicho del nombre de Francisco: «Este nombre es programático: Francisco de Asís simboliza una iglesia de los pobres y oprimidos que tiene la responsabilidad por el medio ambiente, y evita el lujo y la ostentación… Francis va a sorprender a muchos al frente de un movimiento radical en la iglesia» (Entrevista en Der Spiegel – marzo 2013). Abaja la santidad a su concepción humanista y pordiosera de la sociedad. Es un insulto para Francisco de Asís estas palabras de Boff. No ha comprendido la espiritualidad de San Francisco de Asís. Y Bergoglio ha tomado este nombre sólo por su concepción ecologista de la vida humana. No tiene ni idea de lo que representa en la Iglesia San Francisco de Asís. Instrumentaliza a este santo para su fin comunista y marxista.

Francisco presenta dos caras: una tradicional. Y, por tanto, da la de cal a la Iglesia: habla del amor de Dios, habla para que los tradicionalistas le escuchen y estén contentos con un Papa que habla su mismo lenguaje.

Y la de arena: habla comunismo y marxismo en todas sus homilías, discursos, y lo obra con llamadas telefónicas, con órdenes orgullosas para bautizar hijos de lesbianas. Por debajo, sin que nadie se entere, da el golpe fascista en la Iglesia.

Francisco es un dictador. Actúa como tal en la Iglesia. Es el nuevo fascismo, que está reventando de integralismo, con grandes dosis de utopismo, que le conducen al liberalismo. Por eso, a Francisco lo adoran los grupos feministas, gays, lesbianas, racistas, discapacitados, que buscan unir la práctica espiritual con un análisis de su situación social considerada como opresión económica, injusticia social, falta de derechos humanos. Son gente que se hace pasar por víctimas de la sociedad, por oprimidos por las estructuras de pecado, que caracterizan la sociedad. Por eso, Francisco predica que no tengan miedo a la ternura. Francisco se encarga de hacer un llamado a los sentimientos de los hombres para que pongan sus ojos en estas personas, que son víctimas de la sociedad. Son gente que quiere reclamar su propia forma específica de la espiritualidad a través de su lucha colectiva, su praxis social en contra de esta opresión. ¡Una aberración!

Francisco trabaja para esto en la Iglesia, para esta abominación, y sólo para esto. Esta es su lucha de todos los días. Por eso, él tiene que alejarse de los dogmas y debe dejar de hablar del universo moral, para centrarse en la cultura de consumo. Por eso, no hay que juzgar al homosexual. Y, de esta manera, contempla el aborto, no ya como algo moral, no para juzgarlo con una pena de excomunión, no como un pecado gravísimo ante Dios, sino como el fruto de esa cultura de consumo de usar y tirar, que acepta la eliminación del no nacido. Hay que luchar contra esa opresión social; pero no contra ese pecado. La Iglesia se ha centrado en las cuestiones morales y ha dejado asuntos más importantes en la vida de los hombres: pobreza material, desempleo, atrocidades en masa, falta de atención médica, etc. Entonces, Francisco tiene que negar el dogma para poner por encima de Dios los valores, las leyes, los pensamientos de los hombres, la vida que cada uno lleva en la sociedad.

Si el hombre quita su pecado, el hombre no cae en ninguna de las desgracias que Francisco lucha. Pero Francisco se pone a luchar con esos grupos, que quieren hacer una amalgama entre la vida espiritual y su pecado, y tiene, necesariamente, que destruir la Iglesia y la vida de salvación y de santificación de muchas almas. Quiere meterse a resolver los problemas de los hombres por el camino equivocado. El camino que nunca usó el Señor. Porque los pecados de la sociedad vienen por los pecados particulares de los miembros de esa sociedad, que cometen contra Dios. Si no se quita la raíz del pecado, menos se va a quitar los pecados sociales que, por otra parte, no existen como pecados, sino como males, frutos del pecado personal.

Francisco lanzó un ataque contra el sistema económico mundial, declarando que la economía no podía basarse en un «dios llamado dinero». La falta de trabajo «es consecuencia de un sistema globalizado en el cual el dinero es el ídolo y el único que manda» (Cagliari, 21-09-203). Francisco nunca va a predicar sobre el pecado de avaricia y de usura; sino que siempre va a arremeter contra el sistema, contra la opresión económica que hacen los ricos sobre los pobres. Francisco, en Cagliari, hizo que la multitud coreara lo que él llamó una oración por el «trabajo, trabajo, trabajo», y la gente lo aplaudía cada vez que hablaba de los derechos de los trabajadores y la devastación personal que causa el desempleo. Y en la Misa dijo: «No queremos este sistema económico globalizado que nos hace tanto daño. Los hombres y las mujeres tienen que estar en el centro de un sistema económico como Dios quiere, no el dinero». Y, por supuesto, tuvo que dar su sentimentalismo preferido: «A los jóvenes desempleados, a los que tienen un trabajo precario, a los empresarios y comerciantes con problemas para seguir adelante, les expreso mi solidaridad».

Todo esto es puro comunismo, pura teología de la liberación, pero no enseñanza espiritual; no es la doctrina de Cristo. No es lo que enseña la Iglesia.

Francisco predica lo que Jesús no predicó; admite en la Iglesia lo que Jesús no admitió por sus Papas legítimos; frecuenta reuniones de paganos que ningún Papa ha frecuentado, no sabe discernir entre los paganos abiertos a la Palabra de Dios, que buscan la sincera conversión en sus vidas, y los paganos, que por sus herejías, cismas, pecados, no quieren convertirse a la verdadera fe, porque ya se creen estar en la verdad. Por eso, Francisco unifica en el error lo que ningún Papa se ha atrevido a hacer en la Iglesia: está perdonando a individuos que la Iglesia ha condenado y condena por sus Papas.

Francisco es el apóstata, el falsario, que ha abusado de la autoridad que tiene por ser Obispo; autoridad que le viene del Papa verdadero, Benedicto XVI; pero que la ha anulado al establecer su gobierno de herejes, compuesto de hombres herejes y cismáticos, que no creen ni en Cristo ni en Su Iglesia.

Y, por eso, Francisco está deshonrando el Papado y al verdadero Papa, que todavía existe y que carga sobre sus hombres el peso de esta desgracia de Iglesia.

Francisco deshonra los mandamientos de Dios, el Evangelio de Jesucristo, el Magisterio auténtico de la Iglesia, la Voz de todos los Profetas auténticos, que enseñan a las almas de la Iglesia lo que ninguna Jerarquía se atreve a decir: que Francisco no es Papa. Es siempre el Cielo el que primero guía a las almas, es siempre Dios el que guía a Su Pueblo, el que pone el Camino de la Verdad. Los hombres, ni siquiera la Jerarquía auténtica sabe hacer esto desde el principio. «Serán todos enseñados por Dios» (Jn 6, 45).

Francisco es el Vicario del Anticristo, que domina a la Iglesia, a toda la Jerarquía. Y la Jerarquía verdadera tiene que tener el coraje de levantarse y predicar a todos los vientos que: Francisco es un apóstata, un falsario, al cual no se le puede dar la obediencia, cuya autoridad termina donde inicia la Autoridad Divina; y la obediencia de los fieles de la Iglesia a los Sacerdotes y Obispos comienza cuando ellos -Sacerdotes y Obispos- obedecen a Cristo, a las leyes que Dios ha puesto en Su Iglesia, a su precepto de amor, que no puede estar en cualquier parte y que nadie puede cambiar según su idea humana. Y, por tanto, no hay obediencia a una Jerarquía que no se somete a Cristo, a la Mente de Cristo en la Iglesia.

Francisco es el nuevo fascista, que trata de poner su idea de la unidad en lo social, en la historia del hombre, en su economía, en su cultura. Es una idea espiritualizada, que quiere acoger a todos para una misión histórica, buscando un bien común, un destino común, cogiendo elementos de todos los lados: cristianos, católicos, marxistas, protestantes, etc… Y aquí está la fuerza de ese nuevo fascismo.

Francisco proclama una fe que no es de derechas, que no aspira a conservarlo todo, que no está centrada en los dogmas; pero que tampoco es de izquierdas, que en el fondo aspira a destruirlo todo, como es el puro marxismo.

Francisco predica una fe colectiva, integradora, universal, que tiene un poco de todo y no tiene ninguna Verdad. Por eso, Francisco es un dictador que quiere imponer su idea de la unidad a toda la Iglesia. Y, claro, encuentra mucha oposición.

Francisco trabaja con las masas, pero no con los hombres, no con la inteligencia de los hombres. Todo fascismo es un movimiento de masas, y los que gobiernan emplean una cantidad de demagogia para mover las masas. Por eso, Francisco, cuando habla es oscuro en todo. Da mil vueltas para no decir claramente lo que quiere. Obra a escondidas lo que él piensa. Pero nunca lo obra públicamente.

El fascismo es una obra, no es sólo una ideología, no es sólo la idea de la unidad social. Pero es una obra monopolizada por una clase escogida, por unos pocos, que lo quieren controlarlo todo: la Jerarquía masónica, infiltrada en la Iglesia. Esa Jerarquía que ha puesto a Francisco como líder en la Iglesia y que lo controla todo, lo domina todo en el Vaticano. El fascismo en la Iglesia es el control del poder del vaticano por un grupo reducido de Cardenales y de Obispos, que están amparados por un sector financiero, por una clase burguesa, que es desconocida para todos. Porque la base de todo fascismo es siempre una auténtica burguesía, que mueve todos los hilos de la economía, del dinero, que es lo que los hombres necesitan para estar en el poder.

Francisco predica el dios dinero, pero es sólo es demagogia. Él tiene los bolsillos llenos de dinero, por ser un fascista.

Francisco quiere incorporar a muchos sectores de la sociedad a una lucha de clases, para alcanzar un objetivo social, en el que no haya personas que opriman a los demás. Y, por eso, tiene que predicar la tolerancia, la ternura, el respeto a las ideas de los hombres, para conseguir esto. En el fondo, es su idea masónica del culto a Dios.

Cuando Francisco comience a poner excomuniones, entonces se habrá iniciado la dictadura terrorista. Se querrá excomulgar a personas que digan la Verdad; se dirá que el Evangelio es un herejía y que no se puede seguir; que la verdad esta con ellos. Por eso, todo conduce a la mayor herejía de la historia: proclamar que la Palabra de Dios es herética y que, por tanto, la Iglesia que fundó Cristo en Pedro es herética.

Francisco destruye la Verdad en la Iglesia con su comunismo

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“Hay que recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual, en que cada individuo se convierte en doctor y legislador. No, venerables hermanos, no se edificará la ciudad de un modo distinto a como Dios la ha edificado; no se levantará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe; es la Civilización Cristiana. Es la Ciudad Católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar sobre los fundamentos naturales y divinos de los ataques siempre nuevos de la utopía moderna, de la Revolución y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo (San Pío X, Notre Charge Apostolique, del 25 de agosto de 1910)

La Ciudad Católica es algo distinto y separable absolutamente de la Iglesia y del cristianismo.

No se da la Ciudad Católica sin la Iglesia, pero la Iglesia siempre se da sin la Ciudad Católica.

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo que da la presencia de Cristo en las almas. Cada alma en Gracia es Cristo, -su vida, sus obras-, en esa alma. Y eso está por encima, eso trasciende la sociedad, las culturas, la historia de los hombres.

La Iglesia tiene una estructura externa, una organización externa de magisterio, de gobierno, de culto, que es necesaria para obrar la Verdad, que es Cristo. Pero la Iglesia se puede difundir entre civilizaciones hostiles sin apoyarse en ninguna de ellas, sin informar ninguna de ellas, porque la Iglesia está en las almas. Pero es siempre necesario una sociedad que avale la vida de la Iglesia, porque si todas fueran hostiles a la Iglesia, entonces sólo la Iglesia viviría en algunas almas privilegiadas, en algunas almas que responden a Cristo en ese mundo totalmente rebelde, pero no podría obrar la misión que tiene: la de ser camino de salvación y santificación en el mundo.

En el tiempo del Anticristo, la Iglesia vivirá una gran desolación en la que unos pocos fieles continúen viviendo de la Fe, en medio de un gobierno mundial hostil totalmente a la Verdad. Y, por eso, en ese tiempo, nadie se salvará. No habrá Misericordia, sólo la Justicia Divina. Y si ese tiempo no fuera abreviado, incluso los elegidos, incluso esas almas privilegiadas que continúan viviendo su fe, no podrían salvarse.

La Ciudad Católica significa que la Iglesia misma informa la vida de los pueblos, la vida temporal de todos los hombres. Es decir, los hombres viven en la sociedad pero sometiéndose a la vida de Cristo, sometiéndose a unas leyes naturales y divinas y, en consecuencia, haciendo de esa historia humana algo divino, un camino para el mismo hombre en esas sociedades.

Pero, cuando las sociedades, los Estados, se olvidan de someterse a las leyes divinas, entonces se ponen en contra de esa Ciudad Católica y comienza a formar sus ciudades, sus países, sus mundos, que no son otra cosa que un reflejo del pensamiento del demonio en los hombres.

“Hubo un tiempo en que la filosofía del evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el Imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades” (León XIII, en su Inmortale Dei).

Ese tiempo fue un momento de plenitud histórica en el siglo XIII, cuando la sabiduría culminó con Santo Tomás de Aquino, cuando la prudencia política logró una forma maravillosa con San Luis, rey de Francia. Pero, después, vino la decadencia de los pueblos y hemos llegado al culmen de esa decadencia: el comunismo.

El comunismo tiene una raíz cristiana. No es un movimiento puramente pagano, sino que es una herejía del cristianismo hecha obra, hecha modelo de amor fraterno para la sociedad. Es, en consecuencia, un poder destructivo de la Verdad Evangélica y de la Verdad de la Ciudad Católica.

El comunismo socava la Iglesia, la hunde. Sólo unas almas privilegiadas pueden seguir siendo Iglesia en un régimen comunista. El comunismo quiere realizar el hombre total, es decir, la humanidad perfecta sin Cristo, sin Verdad, sin la Vida que da la Gracia. Y a ese comunismo hay que enfrentarlo con el Cristo total, el Cristo del Evangelio, el Cristo que no se sometió a ningún poder humano ni eclesiástico.

Y cuando ese comunismo ha penetrado la Iglesia con la teología de la liberación, con la de los pobres, con las comunidades de base, con la doctrina de la fraternidad de Francisco, entonces hay que decir: ésa no es la Iglesia de Cristo. Esa que está en Roma es la iglesia del Anticristo, que va a producir que todos los Estados del mundo se opongan a la Iglesia. Y la verdadera Iglesia quede sola en las almas privilegiadas, que viven su fe en la Palabra de Dios. Una Iglesia sin estructuras externas, porque no será posible obrar externamente la verdad, sino sólo en las catacumbas, encerrados, viviendo la fe sin poder transmitirla a los demás de una manera pública, social, política, económica, etc.

Por eso, el mal de Francisco es inmenso. Todas las herejías han sido revolucionarias en un sentido total, porque no sólo se intenta reformar las creencias religiosas, sino también la vida espiritual de las almas: darle a las almas un sucedáneo del espíritu. Eso es sólo la Nueva Era: un conglomerado de cosas espirituales que no sirve para nada, sólo para confundir a las almas en el camino espiritual y hacer que crean que obran algo bueno para Dios.

Desde el siglo XIII, el hombre ha puesto su comunismo en todas las cosas, pero se enfrentó a sociedades fuertemente estructuradas en la ley divina y en la ley natural. Y no pudieron socavar esas sociedades de un solo golpe, sino poco a poco. Y, por eso, se llegó al siglo XVIII en que la Revolución Francesa quiso conquistar el mundo y la Iglesia. Napoleón quiso ser Papa, pero Dios tenía otros planes. Y, desde ese momento, hasta nuestros días, el hombre ha avanzado en el proyecto de este gobierno mundial. Por eso, un Hitler es la consecuencia de la Revolución.

La Iglesia, en los Papas, se ha opuesto de forma enérgica al planteamiento del comunismo. Y se ha opuesto en las mismas estructuras sociales y políticas, porque todavía existían hombres en el mundo sin el espíritu del mundo, llenos de la Verdad del Espíritu de Cristo. Por eso, Napoleón fracasó y, también, Hitler. Y ha sido tarea del mismo comunismo socavar esas estructuras para que el hombre viviera un sistema de desorden que le alejara del camino de la salvación y de la santificación. Por eso, el comunismo ha conseguido que los Estados tengan leyes totalmente contrarias a las leyes divinas y naturales, aceptadas por todos.

Con el comunismo el hombre no afirma nada, sino que se vuelve hacia el mismo hombre y lo destruye. Destruye la religión, el Estado, la propiedad, la familia, la Verdad.

El humanismo afirmaba al hombre; el racionalismo, la razón del hombre; el naturalismo, la vida natural de los hombres; el absolutismo, el poder absoluto del hombre sin dependencia a nada: el orgullo del hombre; el capitalismo, afirma el capital, la propiedad privada; la democracia, afirma la soberanía del pueblo; el liberalismo afirma la libertad del hombre; pero el comunismo destruye al hombre, porque es una cultura que se rebela contra lo burgués, que oprime al rico para expandir lo material. Y esto es un absurdo: porque si los ricos no dan dinero, ¿de dónde viene el dinero para los pobres? Si al rico se le oprime, entonces ¿cómo se expande lo material, cómo los pobres tienen lo material? Se crea un círculo vicioso. Y eso es una destrucción de todo.

El comunismo promulga el bien común, el bien colectivo, el bien de todos y, en consecuencia, tiene que destruir al hombre individual, al hombre hijo de Dios, al hombre que domina la naturaleza con su razón para servir sólo a lo social, a lo común. El hombre, para el comunismo es sólo algo útil, que se usa o se tira según lo común, según una conveniencia social, cultural, artística, económica, política; según una maquinaria colectiva así sirve o no sirve el hombre.

Juan Pablo II combatió al comunismo, pero no lo venció, sino que se ocultó. Porque ninguna herejía es vencida totalmente, sino que todas cambian de color, cambian su rostro, cambian su forma de presentarse a los hombres. El protestantismo sigue vigente, pero se presenta de otras maneras a los hombres. El comunismo sigue ahí, pero de otra manera.

La Ciudad Católica está formada por pueblos sometidos a la Iglesia Católica, que se desarrollan en su historia de cada día. Pero, ¿dónde está la Ciudad Católica cuando la Iglesia pierde la Verdad de lo que es? Tiene que desparecer. Este es el problema en el mundo y en la Iglesia actualmente. La iglesia en Roma es una estructura que se somete al mundo, no a la Verdad.

En la Iglesia pervive el comunismo en la teología de la liberación y de los pobres. Esa teología ha sido combatida por la misma Iglesia. Juan Pablo II es modelo de ese combate. Pero el problema es que el comunismo se introdujo en la Iglesia, que no tenía que haberlo hecho, y eso es el fin de la Iglesia.

El comunismo lo destruye todo, porque así ha sido concebido: una herejía que tiene por objetivo destrozar al hombre entero. El comunismo ha arrasado en todo el mundo, pero no en la Iglesia. La Iglesia se ha mantenido firme hasta que entró la teología de la liberación en ella. Esa entrada fue diabólica: fue la sugestión del demonio en muchos Obispos que ya vivían ese comunismo en la vida práctica de sus ministerios sacerdotales.

El comunismo no tenía que haber entrado en la Iglesia como una teología. Pero se produjo y eso señala la decadencia de la propia teología eclesial, que ya no es una ciencia divina, sino demoniaca. Los Sacerdotes tienen que estudiar teología para ser sacerdotes. Y, por eso, hoy día salen sacerdotes del demonio, porque estudian una teología que ha perdido la Verdad, el norte de la verdad divina, y ha impuesto el norte de la verdad humana. En la teología se estudian tantas cosas, tantas corrientes filosóficas modernas que no ayudan para entender la Verdad del Evangelio, sino que ponen un obstáculo para obrar la Verdad.

Muchos sacerdotes y Obispos están influidos por la teología protestante en sus ministerios y, por eso, predican auténticas herejías, como lo hace Francisco.

La teología de la liberación tiene su origen en Lutero, en las reforma de Lutero. Y, poco a poco, se ha ido imponiendo, primero en el mundo, y, después, en la Iglesia.

El problema de la Iglesia, en estos momentos, es tener un líder comunista. Ésta es la gravedad. Ese líder está para destruir la Iglesia con su teología de los pobres, con su iglesia para el pobre, del pobre, con su evangelio de la fraternidad.

El amor fraterno destruye el amor divino, la gracia. El comunismo se basa en el humanismo, en el progreso de toda la humanidad, en el bien común de todos, es decir, en un amor común, en un amor colectivo, en un amor universal: el amor fraterno.

Por eso, Francisco busca a todos los hombres del mundo, por este amor universal, colectivo, por este querer hacer un bien común a todos los hombres.

Este amor colectivo, fraterno, no mira el orden moral, sino sólo el bien de todos los hombres, sólo se fija en que todos los hombres tengan lo necesario para ser hombres, para vivir como hombres, para obrar como hombres. Pero no pone el dedo en la llaga en la norma de moralidad, en la ética, en la ley divina y en la ley natural. Porque este amor colectivo ha destrozado lo moral. Lo moral tiene que estar sujeto al bien colectivo. Primero es el hombre y su bien, su ciencia, su progreso, su bienestar, su cultura; después, lo demás. Y, por eso, se hacen leyes para anular las leyes divinas y las leyes naturales, y así se anula la norma de moralidad, la ley moral, la ley que Dios ha inscrito en cada corazón.

Este amor colectivo tiene que ser para todo el mundo, no sólo para los miembros de la Iglesia, no sólo para unos pocos. Por eso, Francisco predica que la iglesia es para todos los hombres, no sólo para los que están en unos dogmas, en una verdades. Por eso, hay que abrazar a los herejes, a los cismáticos, porque ellos también son hombres y tienen cosas que enseñarnos. A pesar de vivir en su pecado, también viven en la verdad, en la verdad de cada uno, en una verdad relativa a la vida de cada hombre. Se destroza la gracia; se anula la Verdad del Evangelio, las verdades absolutas, y se comienza a vivir la mentira que cada uno vive en su vida particular. Esa mentira acaba siendo un bien colectivo, un amor colectivo, una obra universal.

Un mundo y una Iglesia que ha apostatado de la Verdad y de la Gracia corre pendiente abajo hacia la propia destrucción. Hoy la Iglesia no combate el comunismo; luego, la Iglesia se destruye a sí misma por el mismo comunismo. Y todos los pueblos de la tierra han quedado desarmados porque la Iglesia se ha hecho comunista. No es posible, hoy día, encontrar la Ciudad Católica. No es posible que pueda darse en estos momentos, porque hay un hombre en la Iglesia, como líder de la Iglesia, un líder impío, un falso líder, que es Francisco, que predica el comunismo y que hace vivir a todos ese comunismo. Predica la muerte de la Verdad; predica la muerte de la Vida Eterna; predica la muerte del camino de la salvación y de la santificación personal, individual. Para poner una verdad colectiva, relativa; una vida para todos los hombres; y un camino en el que se trabaja sólo para el bien humano, natural, de todos los hombres. Se anulan los medios sobrenaturales, para dedicarse a los medios naturales.

El comunismo en la Iglesia avanza porque hay hombres, como Francisco, -que son sacerdotes y Obispos-, que trabajan para que penetre la ideología comunista. Y, además, hay hombres, como Francisco que desarman la Iglesia, que quitan obstáculos para que pueda entrar sin problemas esa ideología.

Francisco quitó la verticalidad en la Iglesia: camino abierto hacia el comunismo. Muchos en su gobierno horizontal han anulado los dogmas, y así lo predican a sus rebaños y así lo viven. Eso es abrir caminos al comunismo; no sólo trabajar por un ideal comunista.

Hasta el Papa Benedicto XVI, en la Iglesia no había caminos para el comunismo. Puertas cerradas. Sólo habían sacerdotes y Obispos que trabajaban -ocultamente- para hacer penetrar el comunismo. Con Francisco, las puertas abiertas a la destrucción de toda la Verdad en la Iglesia.

Francisco predica un cristianismo diluido, un humanismo cristiano, un socialismo universal, un liberalismo fraterno, una encarnación del orgullo demoniaco.

¿Qué está haciendo Francisco en la Iglesia? Lo propio del comunismo: que todos trabajen, febrilmente, para producir bienes económicos para todo el mundo. ¡Hay que quitar la hambruna del mundo! Es necesario erigir una poderosa colectividad entregada a esto. Por eso, predica que Cristo se ha hecho pobre para cubrir las necesidades de los pobres. Y que la Iglesia tiene que ser pobre y tiene que vivir para los pobres, tiene que servir a los pobres. Está abriendo caminos para su objetivo comunista, para su nueva iglesia marxista, comunista, masónica, fraternal.

Y esto produce un caos en lo espiritual. Ya la Iglesia verdadera no tiene el apoyo de ningún gobierno del mundo. Todos miran la iglesia que Francisco quiere construir, una iglesia del mundo y para el mundo, donde se resuelvan los problemas de todos los hombres.

Por eso, la Iglesia verdadera tiene que irse al desierto, fuera de Roma, porque Roma es la destrucción de la Verdad, la aniquilación de la ley divina, el desmoronamiento de todo lo sagrado, de todo lo divino, de todo lo santo.

Francisco sólo quiere servir a los hombres, pero no a Dios. Y su nueva iglesia es sólo para los hombres mundanos, profanos, incultos, desarraigados de la bondad divina para poder obrar sólo las bondades humanas, naturales, sociales, económicas, culturales de los hombres.

El hombre comunista, el hombre fraternal, el hombre que predica Francisco es ateo porque quiere ser completamente hombre.

Francisco, para conseguir que los hombres lleguen a su felicidad tiene que darles de comer, tiene que servirles en todo lo humano, tiene que quitarles todos los problemas que tienen en sus vidas humanas. Es decir, tiene que ateizarlos. Un hombre sin dios es un hombre que se dedica a trabajar por el bien colectivo, por el bien universal, por el bien fraternal de todos los hombres. Y la razón: porque Dios no lo hace. Dios ha dejado al hombre que trabaje para que sea feliz. Francisco, para poder explicar el mal, para poder dar una explicación de por qué Dios no quita el mal, tiene que negar a Dios, tiene que presentar a un dios colectivo, un dios que ama a todos los hombres porque los ha creado, un dios amor, misericordioso, que todo lo perdona porque tiene poder para ello. Y, como Dios ha dejado al hombre el trabajo de quitar el mal, es tarea de los hombres hacer el bien en sus vidas humanas y así todos se salvan.

Para Francisco, Dios es sólo un concepto, una idea filosófica, teológica, pero no un ser real. Para Francisco, el hombre es dios, pero un dios práctico. Francisco no va a la filosofía para negar a dios, para decir que Dios no existe o para afirmar que el hombre es dios. Francisco no es inteligente, sino sabio en su voluntad de pecar. Él ya vive sin Dios en su corazón. Y no le interesa dar una filosofía de eso, sino que lo pone en práctica. Francisco no es un teólogo, que está en un escritorio, en una biblioteca y que da sus investigaciones a los demás. Francisco da lo que vive a la Iglesia. Él vive el comunismo, el bien colectivo, el bien fraternal. Y eso es lo que enseña cada día en sus homilías. Y eso es lo que obra cada día en la Iglesia.

Por eso, el gravísimo mal que ha hecho Francisco en este año en toda la Iglesia. No sólo por su verborrea barata y blasfema, sino por sus obras. Se ha dedicado a obrar el comunismo, el protestantismo. Y esas obras son la destrucción de la Verdad en la Iglesia. No son cualquier obra. No es sólo dar un dinero a los pobres, es anular la verdad de las almas para que vivan la mentira en la Iglesia.

La Iglesia se deshace y se corrompe siempre por arriba, por su clase dirigente, por su Jerarquía. Los pueblos del mundo se corrompen porque existen sacerdotes y Obispos corrompidos. Y ya no puede darse la Ciudad Católica. Lo que sucede en la Iglesia se verifica en el mundo, pasa al mundo. Si la sal se corrompe, entonces ¿qué será del mundo?

Por eso, no vivimos cualquier cosa en la Iglesia. Estamos viendo cómo un hereje destruye lo más sagrado de la Iglesia: la Verdad, que es Cristo.