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Bergoglio: el político que siembra la palabra de condenación

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«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39).

Este es el segundo mandamiento más grande, junto con el primero, que es amar a Dios sobre todas las cosas.

Primero hay que amarse a sí mismo; es decir, hay que dar al cuerpo la ley natural, para que se mantenga en lo propio del cuerpo, de lo carnal; al alma, la ley divina, para que la mente se sujete a la verdad de los mandamientos y la voluntad la obre; al espíritu, la ley de la gracia, para que el hombre pueda, no sólo obrar la verdad de las cosas, sino lo divino en su vida humana; y al corazón, el amor de Dios, la ley del Espíritu, con el cual el hombre alcanza esa plenitud de la verdad en su vida que sólo el Espíritu puede darle.

Si el hombre no se ama de esta forma, entonces no puede amar al prójimo en la verdad de su vida. Porque al prójimo hay que darle, a su cuerpo, la ley natural; un hombre no puede buscar otro hombre para una unión carnal; ni la mujer, otra mujer. Hay que mantener el cuerpo en lo suyo natural y obrar con él en la naturaleza de las cosas.

Al prójimo, hay que darle los mandamientos de Dios: cumplir con él lo que quiere Dios para su alma. Quien da al otro, leyes fuera de la ley divina, hace de su vida, no sólo una abominación, sino un camino para el infierno.

Al prójimo, hay que darle la ley de la gracia: usar la gracia con él para una obra divina, para un fin divino en la vida, para un camino de salvación y de santidad.

Y al prójimo, hay que darle la ley del Espíritu: caminar con él en la verdad que enseña el Espíritu, para producir la verdad que la vida espiritual exige en todo hombre.

Amar a Dios es hacer la Voluntad de Dios: con uno mismo, con Dios y con el prójimo.

¿Qué enseña Bergoglio?

«La palabra de Cristo es poderosa…Su poder es el del amor: un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos» (Napoles, 21 de marzo 2015).

Esta palabrería no es nueva en Bergoglio. Lleva dos años en la misma herejía. Y los hombres todavía no se han dado cuenta.

Habla como un protestante: «la palabra de Cristo es poderosa. Su poder es el del amor…». Para el católico, la Palabra de Cristo es la Verdad, tiene el poder de obrar la Verdad.

Habla como un hombre de herejía: «un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos».

El amor, que no tiene límites, -para Bergoglio-, es el amor que va en contra del segundo mandamiento más grande. Hay que pasar el límite de amarse a sí mismo. Ya no ames al otro como a ti mismo, sino que tienes que amarlo antes que a ti mismo.

Diciendo esto: «amar a los demás antes que a nosotros mismos», está diciendo que hay que ir en contra de toda ley. No hay que fijarse ni en la ley natural, para poner un límite al cuerpo. Por tanto, tienes que amar al homosexual antes que a tu propio cuerpo, antes que a tu propia vida, a tu propia verdad que encuentras en la ley de Dios, antes que a tu propia salvación, que la ley de la gracia te ofrece; antes que el amor de Dios, que la ley del Espíritu pone en tu corazón. No quieras ser santo en tu vida. No quieras salvarte en tu vida. No hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie. Porque Dios es amor. Cristo nos ha amado, con un sumo amor. Y ese amor poderoso basta para salvarse. No busques ni tu salvación ni tu santidad personal. Ama antes al homosexual, ama antes al ateo, ama antes al budista, ama antes al cismático, por encima de tu santidad personal, por encima de tu vida humana.

Bergoglio no cree en la ley Eterna. Sólo está en su gradualidad.

No cree, ni siquiera en la naturaleza del hombre. No cree en el hombre. Para amar al hombre antes el hombre tiene que amar otra cosa que no sea a sí mismo. Antes que amarte a ti, como hombre, como persona en tu naturaleza humana, ama al otro sin saber lo que es el otro. Ama al otro por el otro, no por una Voluntad de Dios, que es una ley siempre para el hombre. No es un amor, no es un sumo amor sentimental.

Después, Bergoglio caerá en muchos absurdos al pedir que se ame al otro porque en ellos está la cara de Dios. Si hay que amar al otro antes que a Dios, antes que a uno mismo, es imposible ver en el otro la cara de Dios. Para ver el rostro de Dios tengo que amar a Dios por encima de todas las cosas. Y sólo así se contempla a Dios en todas las cosas. Pero es una contemplación mística, no real, no panteísta, como la que predica Bergoglio en muchas de sus homilías.

¿Qué ha ido a hacer a Nápoles, Bergoglio?

Nada. Lo de siempre. Política comunista. Doctrina protestante. Religión masónica.

¡Esto es todo Bergoglio!

Para Bergoglio no existe el pecado como ofensa a Dios. Por lo tanto, Bergoglio tiene que anular la obra de Cristo.

Cristo muere para quitar el pecado, para satisfacer a Su Padre por la ofensa que el pecado le producía. El honor divino fue dañado por el pecado, por la obra de pecado que Adán introdujo en toda la naturaleza humana. La obra de Cristo compensa todo el daño de la obra del pecado. Esa obra de Cristo no es material, humana, carnal, natural, sino espiritual, mística y divina. En otras palabras, Cristo no viene a quitar los problemas sociales de los hombres, ni los económicos, ni los políticos, ni los humanos…Ni  ningún problema que se origine del pecado.

Cristo viene a quitar el pecado, del cual surgen todos los problemas entre los hombres. Hay muerte porque hay pecado. Hay enfermedades porque hay pecado. Hay crisis económicas porque hay pecado. Hay lucha de clases porque hay pecado. Hay injusticias porque hay pecado.

Sin la obra de pecado, este mundo sería de otra manera: un paraíso. Pero ya no puede ser un paraíso, porque el pecado permanecerá hasta el fin del mundo, no sólo de los tiempos.

Al anular Bergoglio, la obra de Cristo, tiene que ponerla en el amor, en el sumo amor. Es decir, en lo que se llama la redención entendida en sentido subjetivo.

El católico la entiende en sentido objetivo: Todo el género humano está en la fosa del pecado, caído, con una ofensa a Dios, de la cual se sigue la ira divina, no sólo contra el pecado, sino contra el pecador. El hombre permanece cautivo en el pecado, en su obra, en las garras del demonio. Cristo viene a satisfacer la ofensa a Dios. Es decir, la obra de Cristo es una Justicia Divina. No es un amor ni una misericordia. Objetivamente, Cristo satisface por la ofensa a Su Padre. Y esta satisfacción, aplaca a Su Padre y Éste da al género humano un camino de Misericordia, que le lleva hacia el Amor de Dios. Este camino de Misericordia es, para el hombre, un sacrificio y una liberación, que el hombre la hace unido a Cristo en Su Pasión. Es un mérito para el hombre. Cristo salva al hombre mereciéndolo el propio hombre.

Los protestantes, es decir, lo que Bergoglio constantemente está predicando, la redención es sólo el amor de Cristo al hombre. El hombre no tiene que hacer nada ni por su salvación ni por su santificación. Sólo tiene que dedicarse a resolver los muchos problemas que encuentra en su vida. Si hace el bien al otro entonces se va al cielo. Cristo nos anunció el camino de la salvación eterna, lo mostró con el ejemplo de su vida, y eso es lo que destruye en el hombre el impero del pecado. Con la muerte de Cristo se manifiesta la iniquidad de todo hombre y el amor de Dios hacia todos los hombres. Ese amor divino aniquila toda la iniquidad humana y, por eso, todos se salvan, se van al cielo.

Bergoglio está entre los modernistas, al decir que el camino de Jesús lleva a la felicidad. Está diciendo esa concepción de los griegos antiguos según la cual el Mesías era el mensajero y el mediador de la inmortalidad y de la felicidad. Con este pensamiento, Bergoglio anula el dogma de la muerte expiatoria de Cristo.

Jesús es el Mesías de la inmortalidad, de la gloria, de la vida feliz:

«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Angelus, 1 de marzo del 2015)

Jesús es sólo un icono del Padre, pero no el Hijo del Padre. Es una clara herejía.

No hay que escuchar a Jesús por ser el Hijo del Padre, sino por ser el Salvador:

«”¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior…» (Ib).

«Escuchar a Cristo es asumir una lógica»: no es crucificarse con él. No es sufrir una vida, la de Cristo. No es morir con Cristo. No es participar de la vida de Cristo en la gracia. Bergoglio está hablando de la redención tomada subjetivamente. La redención como la siente, como la quiere, como la piensa el hombre. No la redención objetiva: la que quiso el Padre en Su Hijo. Esa no aparece por ninguna parte. Es un camino subjetivo:

«ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás»: no tienes que ponerte en camino con Cristo para expiar tus pecados, y para merecer el Cielo, quitando esos pecados. Porque lo único que impide que Dios te ame, son tus malditos pecados. No; tienes que hacer de tu propia vida, no una expiación de los pecados, no una justicia divina, imitando así a Cristo en su vida, que vino para reparar el honor divino, que el pecado hizo en Su Padre,  sino que tienes que pasarte la vida entregándote a los demás. Es el subjetivismo. Se anula lo objetivo: tu vida es para hacer una justicia, quitar tus pecados, reparar la ofensa a Dios. Y se pone lo subjetivo: tu vida es para amar los demás. Y entonces se cae en la clara herejía: tienes que amar a los demás antes que a ti mismo, que es lo que ha predicado en Nápoles.

«en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior»: como la redención de Cristo es el sumo amor a nosotros, entonces el hombre tiene que ser dócil a ese sumo amor, obediente a esa voluntad de Dios, que lo ha salvado. Bergoglio es siempre un maestro en la oratoria. La dócil obediencia a la Voluntad de Dios  no es la dócil obediencia a una ley de Dios, a unos mandamientos de Dios, sino al amor de Dios que se muestra como salvador de todos los hombres. Bergoglio no entiende la Voluntad de Dios como Ley Eterna. Por eso, muchas persona se confunden con el lenguaje de Bergoglio. Creen que aquí está diciendo una verdad. Y no dice ninguna verdad, sólo explica su mentira: como Jesús te ha salvado, entonces debes prestarle obediencia a su amor. Un amor que salva, pero que no exige, con un ley, con una justicia, quitar el pecado. Y, por lo tanto, hay que estar desapegado de todas las cosas mundanas o de la mundanidad espiritual, que es su herejía favorita sobre el pecado filosófico y social.

Después de exponer su tesis, dice su clara herejía:

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos».

¡Qué pocos ven la herejía en estas palabras!

¡Muchos dirán: si Bergoglio está en lo cierto! Al final, es el cielo lo que nos espera!

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad»: el camino de Jesús nos lleva siempre a una obra buena digna de premio. Bergoglio anula el mérito en las almas que siguen a Jesús. Como Jesús te ha salvado, ya estás en el cielo, hagas lo que hagas, pienses como pienses, vivas como vivas. Es la conclusión lógica de la redención subjetiva.

«Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad»: habrá siempre problemas en la vida, pero al final te vas al cielo. Esos problemas no te merecen el cielo. Súfrelos como puedas, que al final Jesús nos lleva siempre al cielo.

Bergoglio está en el puro pelagianismo.

Hay que hacer penitencia para salvarse, para llegar a la felicidad plena. Y la penitencia no es sufrir la vida. Todo el mundo sufre en la vida, pero pocos aprovechan ese sufrimiento de la vida para expiar sus pecados. Se sufre la cruz con un fin divino. El alma se conforma con la Voluntad de Dios para hacer penitencia por sus pecados, y así merece el cielo y se va al cielo.

Bergoglio no puede hablar de la penitencia porque no cree en el pecado; no cree en la Justicia de Dios. Sólo cree en las pruebas de la vida, que sufre como todo el mundo las sufre. Pero no enseña el camino para tener la felicidad. Pone sus palabras vagas, que se acomodan a su mentira de manera magistral:

«Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos»: Jesús te ha prometido una cruz en tu vida, un dolor, un sacrificio. No te da un caramelo en la vida. Te muestra el camino que es Él Mismo. No hay caminos en Jesús. No hay que ir por sus caminos. Jesús es el Camino, el único Camino, en donde sólo se puede dar la única Vida, la de Dios, y sólo se puede obrar la única Verdad, la divina, la que da el Espíritu de la Verdad.

El camino de Jesús es la Cruz para todo hombre: se merece la salvación y la santificación sólo en la Cruz: sufriendo y muriendo con Cristo.

Todo el problema de los protestantes y de los modernistas es negar la ofensa a Dios. Se niega la Justicia, entonces sólo queda el amor de Dios. Cristo no viene a poner una Justicia, a hacer una Justicia, sino que viene a poner un Amor. Cristo padeció y murió para que se manifestase el inefable amor de Dios hacia los hombres. No padece ni muere para satisfacer el honor divino dañado por el pecado. Si se anula el pecado como ofensa a Dios, necesariamente se anula la Justicia de Dios, y se pone la obra de la Redención sólo en un sentimiento de amor, en la fe fiducial. El hombre sólo tiene que creer en Cristo. No tiene que merecer su salvación. No tiene que sufrir para salvarse. No tiene que ser santo para ir al Cielo. No tiene que quitar el pecado para poder recibir la Eucaristía. No tiene que dejar de ser homosexual para ser amado por Dios. Dios ama a todos los hombres, y así lo ha manifestado en Cristo.

Y esto lo repite Bergoglio en todos los discursos. No podía falta en Nápoles:

Una inmigrante filipina le pidió una palabra que le asegurase que eran hijos de Dios. Y Bergoglio, el llorón de la vida humana, con lágrimas en los ojos, ¿qué iba a decir? ¿Qué va a enseñar?

«…. ¿los emigrantes son seres humanos de segunda clase? Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son emigrantes como nosotros, porque todos somos emigrantes hacia otra patria, y tal vez todos llegaremos. Y nadie se puede perder por el camino. Todos somos emigrantes, hijos de Dios porque a todos nos han puesto en el mismo camino. No se puede decir: el emigrante son tal cosa…No…Todos somos emigrantes, todos estamos en el camino. Y esta palabra de que todos somos emigrantes no está escrita en un libro, sino que está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de la vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»

¡Ven, qué maestro en la oratoria!

Primero: confunde la cosa espiritual con la cosa política: «Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios».

Una cosa es ser ciudadano de un  país; otra cosa es ser hijo de Dios. Una cosa es cumplir con las leyes humanas para poder ser ciudadano; otra cosa es cumplir con las leyes divinas para ser hijo de Dios, para poder ir al Cielo.

Aquí demuestra Bergoglio que es un político, que habla como un político cuando va a dar su mitin. Bergoglio ha ido a Nápoles para hacer proselitismo: buscar adeptos para lo que está levantando en su iglesia. Él quiere comandar todo eso y, por eso, predica manifiestas herejías. ¿Por qué Bergoglio predica herejías? Porque está construyendo la nueva iglesia que sea el fundamento del nuevo orden mundial.

Segundo: anula el dogma de la muerte de Cristo: «en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»: ésta es la redención subjetiva: como Jesús te ha amado, estás salvado, eres hijo de Dios, te vas al cielo.

Bergoglio no pone a esa mujer emigrante un camino de salvación en donde merezca la salvación. No habla de leyes humanas ni de leyes divinas, ni de penitencia, porque no existe el pecado como ofensa a Dios. No existe la Justicia de Dios. Sólo existe un Dios que ama al hombre, sea como sea, obre lo que sea, viva como quiera.

Cristo no ha muerto para expiar los pecados, sino para esto:

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro» (Napoles, 21 de marzo).

Cristo ha muerto para resolver problemas sociales de la gente: no hay trabajo, no hay futuro…

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo»: Bergoglio está en la herejía de la historicidad. En el tiempo de nuestra historia está el problema de la falta de trabajo. Un signo negativo. Hay un sistema que descarta a la gente.

Si se anula el pecado como ofensa a Dios, ¿qué es lo que queda? El mal como un problema social y de las sociedades, de las estructuras externas, de los grupos, de las clases sociales…Y se está diciendo una abominación: el mal se pone, no en la persona física, sino en la persona moral, en la sociedad, en el estado, en la Iglesia, es un grupo, en una comunidad. De aquí surge, en Bergoglio, su comunismo, que es clarísimo en Nápoles. «Tienes que luchar por tu dignidad»:

«¿Qué hace un joven sin empleo? ¿Cuál es el futuro? ¿Qué forma de vida elige? ¡Esta es una responsabilidad no sólo de la ciudad, sino del país, del mundo! ¿Por qué? Porque hay un sistema económico, que descarta a la gente y ahora le toca el turno a los jóvenes que son desechados, que están sin empleos. Y esto es grave. Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer… Pero el problema no está en comer, sino que el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a la casa, de ganarlo. Y cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombres, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

¿No ven al político Bergoglio en estas palabras? ¿No ven su claro comunismo? ¿No ven que no habla como sacerdote, ni como Obispo ni como Papa? ¿No ven que no pertenece a la Iglesia, que no es de la Iglesia Católica?

¿Qué hace un joven sin empleo?: ¿Qué hace un joven sin Cristo, sin el Pan de la Vida que Cristo da a toda alma que cree en Su Palabra?

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que nace de la boca de Dios».

Bergoglio: el político insensato.

Está destruyendo las obras de caridad: «Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer…».

«Pobres siempre tendréis»: aprovechad los pobres para merecer el cielo. Hagan obras de misericordia, de caridad, dando de comer a los pobres…así se hace penitencia de los pecados. Así se salva el alma.

Pero Bergoglio va a su idea política, a vender su idea, a hacer proselitismo: el problema no está en comer, sino en que no hay trabajo, no hay dinero, hay un sistema económico que impide el futuro del joven.

«…cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombre, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

Comunismo, comunismo, comunismo. Cuando un Obispo se mete en política, defendiendo los derechos sociales de la gente, es que, sencillamente, ha perdido la fe en Cristo y su sacerdocio. Está en el sacerdocio para buscar un reino humano, material, haciendo creer a la gente que ése es el camino que Dios quiere para la Iglesia. Y se dedica a hacer sus mitines políticos, buscando gente para su negocio en la Iglesia.

Defiende tus derechos humanos. Defiéndete como hombre. Ya estás salvado, ya estás en el cielo. Pero: no hay derecho. Tengo que ganar el pan para ser hombre, para tener dignidad humana.

Y el hombre sólo tiene dignidad humana cuando quita sus malditos pecados. La pierde en el pecado:

«…el hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ello decae en su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es naturalmente libre y existente por sí mismo; y se hunde, en cierto modo, en la esclavitud de las bestias…» (Suma Teologica, II-II, q. 64, art. 2, ad 3).

Bergoglio no lucha para sacar al hombre de su estado de bestia, por su pecado, sino que lucha por hacerlo más bestia, más abominable a los ojos de los hombres y de Dios.

¡Cómo destruye este hombre con su palabra!

¡A cuántos engaña!

¡Y a cuántos seguirá engañando!

Francisco es el neo-fascista de Roma

Francisco líder del nuevo fascismo que busca un nuevo orden mundial

Francisco líder del nuevo fascismo que busca un nuevo orden mundial

Paul Vallely escribe en su obra, “Pope Francis: Untying the Knots” (Papa Francisco: Desatando los nudos), lo que le confió un superior jesuita de América Latina:

«Sí, lo sé Bergoglio. Es una persona que ha causado muchos problemas en la sociedad y es muy controvertido en su propio país. Además de haber sido acusado de haber permitido la detención de dos jesuitas durante la época de la dictadura argentina, como provincial generó lealtades divididas: algunos grupos casi le adoraban, mientras que otros no tuvieron nada que ver con él, y él casi no hablaba de ellos. Era una situación absurda. Él está bien entrenado y muy capaz, pero está rodeado de este culto a la personalidad que es extremadamente divisivo. Él tiene un aura de espiritualidad que utiliza para obtener poder. Será una catástrofe para la Iglesia tener a alguien como él en la Sede Apostólica. Dejó la Compañía de Jesús en Argentina destruida, con los jesuitas divididos y las instituciones destruidas, y financieramente quebrados. Hemos pasado dos décadas tratando de solucionar el caos que ese hombre nos dejó».

«Será una catástrofe para la Iglesia tener a alguien como él en la Sede Apostólica»: una gran verdad que todos pueden ver y comprobar. Después de un año, en que parecía que había una nueva primavera en la Iglesia, se constata una gran división y un gran cisma.

Cuenta Vallely que la gran amargura envolvió a Bergoglio durante su tiempo como Superior Provincial. Bajo su liderazgo, la provincia se dividió en dos: Bergogliano y anti-Bergogliano. Exactamente, como ha ocurrido en este año de su falso Pontificado: una Iglesia dividida en dos: los que están con Francisco, los que se oponen a Francisco.

Y escribe Vallely que esa división se produjo por dos fuerzas polarizantes: el Vaticano II y el peronismo.

Observa Vallely que «el movimiento de resistencia a las reformas del Vaticano II era conducido, entre el orden intelectual más importante en Argentina, por Jorge Mario Bergoglio». Y, por otra parte, el mismo Bergoglio se convirtió en el líder espiritual de la Guardia de Hierro argentino. Valleyl retrata la organización como un «manojo extraño, que funcionaba como una orden secreta, que se caracteriza por la obediencia, el rigor intelectual y la disciplina ascética, pero cuya influencia intelectual eran un batiburrillo de Lenin, el filósofo rumano Mircea Eliade y Mattero Ricci, místico y misionero jesuita del siglo XVI».

«Lenin proveía el modelo de organización de una elite revolucionaria fuertemente controlada, mientras Eliade abogó por una forma anti-liberal, anti-democrático y anti-moderna del neofascismo. Por encima de todo, él promovió la Guardia de Hierro como vanguardia de una forma de nacionalismo espiritualizada, capaz de liderar una revolución cristiana y reconciliar a la nación con Dios. El grupo argentino también estaba comprometido con el enfoque corporativista, Tercera Vía, que se encontraba en el centro del peronismo y, particularmente, Bergoglio era atraído hacia él como alternativa al capitalismo y al comunismo».

Bergoglio se oponía, por una parte a la Teología de la Liberación; pero por otro camino, se metía de lleno en esa Teología. Una auténtica contradicción en su gobierno: para unos era conservador, tradicional; para otros, comunista, marxista, protestante. Daba dos caras distintas en su gobierno.

Francisco, desde el inicio de su gobierno en la Iglesia ha mostrado su solidaridad con los ideales de la Teología de la Liberación. Él ha pedido, de forma explícita, «una iglesia pobre para los pobres»; en su homilía de la Jornada Mundial de la Juventud, en julio del 2013, evoca temas de la teología de la liberación, llama a los jóvenes a invocar el «poder de Dios para arrancar y derribar el mal y la violencia, para destruir y derribar las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio, con el fin de construir un mundo nuevo». Este es el lenguaje propio un activista comunista, que se centra en las “estructuras de pecado”, que concibe el pecado como un hecho social, que nace de las sociedades capitalistas y que llevan a todos a una culpa, donde se explota y se oprime a la clase más pobre. Es la opresión económica que hacen los ricos sobre los pobres.

Francisco ha rehabilitado la Teología de la Liberación escribiendo el prefacio del libro de Muller, “Del lado de los pobres: Teología de la Liberación”, en el que Gutiérrez escribió dos capítulos; y éste fue recibido como un héroe por Francisco en el Vaticano. El Papa Benedicto XVI batalló contra la Teología de la Liberación y disciplinó a sus defensores, porque habían malinterpretado la preferencia de Jesús por los pobres y la habían convertido en un llamado marxista a la rebelión armada.

Muler dice que «La Teología de la liberación está para mí unida al rostro de Gustavo Gutérrez… Con el seminario dirigido por Gustavo Gutiérrez se produjo en mí un giro de la reflexión académica sobre una nueva concepción teológica hacia la experiencia con los hombres, para los que había sido desarrollada esa teología» («Mis experiencias con la teología de la liberación»). Muller se desvió de la Verdad estudiando al cismático Gustavo. Y se ha hecho otro hereje y cismático, como él y Francisco. Y ha sido puesto como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe; es decir, como aquel que va a romper el dogma en la Iglesia. Porque si no ha sido capaz de guardar su fe en Cristo, menos es capaz de guardar la Fe en la Iglesia.

Los pasos de Francisco son claros para el que tenga ojos. Francisco ha contactado a Leonardo Boff, quien antes era uno de los teólogos de la liberación más vilipendiados por Roma, y que había sido condenado al silencio obsequioso, y suspendido de sus deberes religiosos por la CDF en 1985, por el Cardenal Ratzinger, por sus inclinaciones marxistas y su posición radical teológica, expresada en su obra, “Iglesia: carisma y poder” (1985). Francisco lo ha llamado para ocuparse de una nueva encíclica sobre la eco-teología, un subgénero de la Teología de la Liberación, que busca liberar de la presencia opresiva de los seres humanos y su tecnología. En esa eco-teología se condena «el vasto aparato científico, tecnológico, sobre el que basa nuestra civilización» (Boff – Sólo un Dios puede salvarnos – 2012).

Y Boff ha dicho del nombre de Francisco: «Este nombre es programático: Francisco de Asís simboliza una iglesia de los pobres y oprimidos que tiene la responsabilidad por el medio ambiente, y evita el lujo y la ostentación… Francis va a sorprender a muchos al frente de un movimiento radical en la iglesia» (Entrevista en Der Spiegel – marzo 2013). Abaja la santidad a su concepción humanista y pordiosera de la sociedad. Es un insulto para Francisco de Asís estas palabras de Boff. No ha comprendido la espiritualidad de San Francisco de Asís. Y Bergoglio ha tomado este nombre sólo por su concepción ecologista de la vida humana. No tiene ni idea de lo que representa en la Iglesia San Francisco de Asís. Instrumentaliza a este santo para su fin comunista y marxista.

Francisco presenta dos caras: una tradicional. Y, por tanto, da la de cal a la Iglesia: habla del amor de Dios, habla para que los tradicionalistas le escuchen y estén contentos con un Papa que habla su mismo lenguaje.

Y la de arena: habla comunismo y marxismo en todas sus homilías, discursos, y lo obra con llamadas telefónicas, con órdenes orgullosas para bautizar hijos de lesbianas. Por debajo, sin que nadie se entere, da el golpe fascista en la Iglesia.

Francisco es un dictador. Actúa como tal en la Iglesia. Es el nuevo fascismo, que está reventando de integralismo, con grandes dosis de utopismo, que le conducen al liberalismo. Por eso, a Francisco lo adoran los grupos feministas, gays, lesbianas, racistas, discapacitados, que buscan unir la práctica espiritual con un análisis de su situación social considerada como opresión económica, injusticia social, falta de derechos humanos. Son gente que se hace pasar por víctimas de la sociedad, por oprimidos por las estructuras de pecado, que caracterizan la sociedad. Por eso, Francisco predica que no tengan miedo a la ternura. Francisco se encarga de hacer un llamado a los sentimientos de los hombres para que pongan sus ojos en estas personas, que son víctimas de la sociedad. Son gente que quiere reclamar su propia forma específica de la espiritualidad a través de su lucha colectiva, su praxis social en contra de esta opresión. ¡Una aberración!

Francisco trabaja para esto en la Iglesia, para esta abominación, y sólo para esto. Esta es su lucha de todos los días. Por eso, él tiene que alejarse de los dogmas y debe dejar de hablar del universo moral, para centrarse en la cultura de consumo. Por eso, no hay que juzgar al homosexual. Y, de esta manera, contempla el aborto, no ya como algo moral, no para juzgarlo con una pena de excomunión, no como un pecado gravísimo ante Dios, sino como el fruto de esa cultura de consumo de usar y tirar, que acepta la eliminación del no nacido. Hay que luchar contra esa opresión social; pero no contra ese pecado. La Iglesia se ha centrado en las cuestiones morales y ha dejado asuntos más importantes en la vida de los hombres: pobreza material, desempleo, atrocidades en masa, falta de atención médica, etc. Entonces, Francisco tiene que negar el dogma para poner por encima de Dios los valores, las leyes, los pensamientos de los hombres, la vida que cada uno lleva en la sociedad.

Si el hombre quita su pecado, el hombre no cae en ninguna de las desgracias que Francisco lucha. Pero Francisco se pone a luchar con esos grupos, que quieren hacer una amalgama entre la vida espiritual y su pecado, y tiene, necesariamente, que destruir la Iglesia y la vida de salvación y de santificación de muchas almas. Quiere meterse a resolver los problemas de los hombres por el camino equivocado. El camino que nunca usó el Señor. Porque los pecados de la sociedad vienen por los pecados particulares de los miembros de esa sociedad, que cometen contra Dios. Si no se quita la raíz del pecado, menos se va a quitar los pecados sociales que, por otra parte, no existen como pecados, sino como males, frutos del pecado personal.

Francisco lanzó un ataque contra el sistema económico mundial, declarando que la economía no podía basarse en un «dios llamado dinero». La falta de trabajo «es consecuencia de un sistema globalizado en el cual el dinero es el ídolo y el único que manda» (Cagliari, 21-09-203). Francisco nunca va a predicar sobre el pecado de avaricia y de usura; sino que siempre va a arremeter contra el sistema, contra la opresión económica que hacen los ricos sobre los pobres. Francisco, en Cagliari, hizo que la multitud coreara lo que él llamó una oración por el «trabajo, trabajo, trabajo», y la gente lo aplaudía cada vez que hablaba de los derechos de los trabajadores y la devastación personal que causa el desempleo. Y en la Misa dijo: «No queremos este sistema económico globalizado que nos hace tanto daño. Los hombres y las mujeres tienen que estar en el centro de un sistema económico como Dios quiere, no el dinero». Y, por supuesto, tuvo que dar su sentimentalismo preferido: «A los jóvenes desempleados, a los que tienen un trabajo precario, a los empresarios y comerciantes con problemas para seguir adelante, les expreso mi solidaridad».

Todo esto es puro comunismo, pura teología de la liberación, pero no enseñanza espiritual; no es la doctrina de Cristo. No es lo que enseña la Iglesia.

Francisco predica lo que Jesús no predicó; admite en la Iglesia lo que Jesús no admitió por sus Papas legítimos; frecuenta reuniones de paganos que ningún Papa ha frecuentado, no sabe discernir entre los paganos abiertos a la Palabra de Dios, que buscan la sincera conversión en sus vidas, y los paganos, que por sus herejías, cismas, pecados, no quieren convertirse a la verdadera fe, porque ya se creen estar en la verdad. Por eso, Francisco unifica en el error lo que ningún Papa se ha atrevido a hacer en la Iglesia: está perdonando a individuos que la Iglesia ha condenado y condena por sus Papas.

Francisco es el apóstata, el falsario, que ha abusado de la autoridad que tiene por ser Obispo; autoridad que le viene del Papa verdadero, Benedicto XVI; pero que la ha anulado al establecer su gobierno de herejes, compuesto de hombres herejes y cismáticos, que no creen ni en Cristo ni en Su Iglesia.

Y, por eso, Francisco está deshonrando el Papado y al verdadero Papa, que todavía existe y que carga sobre sus hombres el peso de esta desgracia de Iglesia.

Francisco deshonra los mandamientos de Dios, el Evangelio de Jesucristo, el Magisterio auténtico de la Iglesia, la Voz de todos los Profetas auténticos, que enseñan a las almas de la Iglesia lo que ninguna Jerarquía se atreve a decir: que Francisco no es Papa. Es siempre el Cielo el que primero guía a las almas, es siempre Dios el que guía a Su Pueblo, el que pone el Camino de la Verdad. Los hombres, ni siquiera la Jerarquía auténtica sabe hacer esto desde el principio. «Serán todos enseñados por Dios» (Jn 6, 45).

Francisco es el Vicario del Anticristo, que domina a la Iglesia, a toda la Jerarquía. Y la Jerarquía verdadera tiene que tener el coraje de levantarse y predicar a todos los vientos que: Francisco es un apóstata, un falsario, al cual no se le puede dar la obediencia, cuya autoridad termina donde inicia la Autoridad Divina; y la obediencia de los fieles de la Iglesia a los Sacerdotes y Obispos comienza cuando ellos -Sacerdotes y Obispos- obedecen a Cristo, a las leyes que Dios ha puesto en Su Iglesia, a su precepto de amor, que no puede estar en cualquier parte y que nadie puede cambiar según su idea humana. Y, por tanto, no hay obediencia a una Jerarquía que no se somete a Cristo, a la Mente de Cristo en la Iglesia.

Francisco es el nuevo fascista, que trata de poner su idea de la unidad en lo social, en la historia del hombre, en su economía, en su cultura. Es una idea espiritualizada, que quiere acoger a todos para una misión histórica, buscando un bien común, un destino común, cogiendo elementos de todos los lados: cristianos, católicos, marxistas, protestantes, etc… Y aquí está la fuerza de ese nuevo fascismo.

Francisco proclama una fe que no es de derechas, que no aspira a conservarlo todo, que no está centrada en los dogmas; pero que tampoco es de izquierdas, que en el fondo aspira a destruirlo todo, como es el puro marxismo.

Francisco predica una fe colectiva, integradora, universal, que tiene un poco de todo y no tiene ninguna Verdad. Por eso, Francisco es un dictador que quiere imponer su idea de la unidad a toda la Iglesia. Y, claro, encuentra mucha oposición.

Francisco trabaja con las masas, pero no con los hombres, no con la inteligencia de los hombres. Todo fascismo es un movimiento de masas, y los que gobiernan emplean una cantidad de demagogia para mover las masas. Por eso, Francisco, cuando habla es oscuro en todo. Da mil vueltas para no decir claramente lo que quiere. Obra a escondidas lo que él piensa. Pero nunca lo obra públicamente.

El fascismo es una obra, no es sólo una ideología, no es sólo la idea de la unidad social. Pero es una obra monopolizada por una clase escogida, por unos pocos, que lo quieren controlarlo todo: la Jerarquía masónica, infiltrada en la Iglesia. Esa Jerarquía que ha puesto a Francisco como líder en la Iglesia y que lo controla todo, lo domina todo en el Vaticano. El fascismo en la Iglesia es el control del poder del vaticano por un grupo reducido de Cardenales y de Obispos, que están amparados por un sector financiero, por una clase burguesa, que es desconocida para todos. Porque la base de todo fascismo es siempre una auténtica burguesía, que mueve todos los hilos de la economía, del dinero, que es lo que los hombres necesitan para estar en el poder.

Francisco predica el dios dinero, pero es sólo es demagogia. Él tiene los bolsillos llenos de dinero, por ser un fascista.

Francisco quiere incorporar a muchos sectores de la sociedad a una lucha de clases, para alcanzar un objetivo social, en el que no haya personas que opriman a los demás. Y, por eso, tiene que predicar la tolerancia, la ternura, el respeto a las ideas de los hombres, para conseguir esto. En el fondo, es su idea masónica del culto a Dios.

Cuando Francisco comience a poner excomuniones, entonces se habrá iniciado la dictadura terrorista. Se querrá excomulgar a personas que digan la Verdad; se dirá que el Evangelio es un herejía y que no se puede seguir; que la verdad esta con ellos. Por eso, todo conduce a la mayor herejía de la historia: proclamar que la Palabra de Dios es herética y que, por tanto, la Iglesia que fundó Cristo en Pedro es herética.

Francisco es el mayor engaño de todos

Primer anticristo

«Yo lloré cuando vi en los media la noticia de “cristianos crucificados en cierto país no cristiano» (Francisco, 2 de mayo 2014).

Estas son las lágrimas políticas de Francisco. Después de hacer una homilía política, comunista, en la que se descubre su odio a la Verdad del Evangelio, para poner su ideología de los pobres, termina dando su sentimentalismo herético sólo para lanzar su política, para hacer propaganda de sus lágrimas.

Si no saben distinguir entre un personaje político y otro religioso en la Iglesia, entonces no saben ver la mentira que muchos sacerdotes predican todos los días desde el púlpito.

La Jerarquía verdadera llora por los pecados de todos los hombres: «Mi alma está triste hasta la muerte». La Jerarquía infiltrada y falsa coge un mal que pasa en el mundo y hace su propaganda política en la Iglesia. Hace un negocio de los males de los hombres. Es lo que todos los políticos hacen.

Desde hace 50 años hay una política en la Iglesia: acabar con el Papado. Y, para ello, hay que hacer que todo el mundo opine sobre las acciones, las palabras, los gestos, de los Papas. De esa manera, se tumba la Verdad, para colocar la verdad de cada hombre, la opinión de cada hombre. Y así se hacen bandos en contra del Papado.

Desde hace 50 años la obediencia a los Papas ha desaparecido. Y ¿ahora quieren exigir la obediencia a un Papa político, a un Pedro con una ideología política? Todos hablan que hay que estar bajo Pedro; pero ¿bajó qué Pedro? ¿Bajo un hombre que ha hecho del Papado una ideología comunista y protestante, como es la obra de Francisco? Es imposible la obediencia a Francisco; es imposible comulgar con sus ideas en la Iglesia; es imposible hacer comunidad con Francisco, porque él es sólo un hombre político, un jefe político, que ha se inventado un Pedro político.

En la Iglesia no se siguen las ideas de un político como Francisco. No se sigue a un Papa político, porque Francisco no es Papa y porque su política anula la doctrina de Cristo y el Magisterio de la Iglesia.

Francisco representa una idea política en la Iglesia; pero es incapaz de representar a Cristo en medio de Su Iglesia.

Francisco es incapaz de dar testimonio de la Verdad; constantemente, por su mala boca, salen herejías y cismas en la Iglesia.

Francisco es el inicio de la nueva iglesia universal donde entran todos los que se quieren condenar. Y tiene la misión de atrapar a las almas con su palabra barata y blasfema, y dárselas al demonio. Para eso está sentado donde no tiene que estar. El Trono de Pedro no pertenece a Francisco. Ha sido usurpado y entregado al demonio por los Cardenales; que son los que rigen ahora los destinos del Vaticano, no de la Iglesia.

El Vaticano se ha hecho una ciudad política; ya no es el centro de la Verdad. Ya lucha sólo por sus ideas políticas, humanas, materiales, sociales, económicas. Y, para seguir siendo Iglesia, hay que combatir a la Roma política, al Vaticano comunista, a los centros de poder que están en San Pedro, a las nuevas estructuras que se levantan en Roma.

Todo es un negocio político y económico desde el Vaticano. Todo es hacer propaganda a un Pedro político, a un falso Papa, a un impostor, a un usurpador del Papado.

Tienen que hacer propaganda porque no pueden pedir la obediencia; porque ya nadie obedece nada. Ha llegado el momento de la gran anarquía. Si antes en la Iglesia se ha dejado hacer a los malos; ahora es cuando todo se permite y aprueba en el Vaticano.

Para pedir obediencia a Francisco tienen que cambiar todas las leyes. Porque si piden obediencia, primero tienen que excomulgar a Francisco. Si no hacen eso, vana es la obediencia, vana es la excomunión. Que nadie meta miedo con excomuniones. Si no se excomulga al culpable de todo lo que está pasando en la Iglesia, que es Francisco y su cuadrilla de herejes, la obediencia que se pida es sólo para meter miedo a la gente.

Francisco es el gran engaño.

«Él habla, predica, ama, acompaña, recorre el camino con la gente, mansa y humilde» (Ibidem). Jesús predica a gente pecadora; Jesús viene a por los orgullosos, iracundos, soberbios, lujuriosos. Y, por tanto, se rodea de gente que no sabe lo que es la mansedumbre ni la humildad. Ésta es su primera idea política de Francisco, es decir, su primera mentira: presenta a un pueblo manso y humilde. Jesús no es el manso y humilde de corazón. Son los hombres, el pueblo, los que son mansos. Jesús se rodea de gente mansa y humilde. Jesús no se rodea de gente pecadora. Francisco se rodea de gente muy humilde a su pensamiento humano, que no discute su idea política en la Iglesia. Francisco se auto-retrata cuando predica.

«¡No toleraban (las autoridades religiosas) que la gente fuera detrás de Jesús! ¡No lo toleraban! Tenían celos» (Ibidem). ¿Celos de Jesús? ¿Por qué no lees, simplemente el Evangelio para decir la verdad con sencillez? Porque no te interesa la Verdad, sino el negocio de tus pobres en la Iglesia, tú política.

«Si le dejamos así, todos creerán en Él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación» (Jn 11, 48). Las autoridades religiosas temen que Jesús los comprometa ante los romanos. Lo ven a Jesús como un líder político, pero no religioso. Un líder que hace milagros y, por eso, atrae a la gente hacia su reino político. Así es como se veía a Jesús; y así es como lo ve Francisco. Pero Francisco no sabe hacer los milagros que el Anticristo hará.

Para Francisco, Jesús representa una ideología política, una idea que tiene que ser realizada en concreto con los pobres, con los que no tienen dinero, con los que pasan hambre, con los que no tienen trabajo, con los que no pueden sanar sus enfermedades por carecer de recursos económicos.

«Esta gente sabía bien quién era Jesús: ¡lo sabía! ¡Esta gente era la misma que había pagado a la guardia para decir que los apóstoles habían robado el cuerpo de Jesús!» (Ibidem): Francisco no sabe lo que es Jesús; sólo conoce la idea que tiene él de Jesús. De igual manera, las autoridades religiosas no conocían a Jesús; sólo veían lo externo que hacía Jesús y, por no tener fe, entonces sacan sus juicios totalmente errados sobre Jesús. Esa gente había pagado porque no tenía fe en Jesús. Sólo lo veían como un político y, por tanto, veían a los Apóstoles como gente política, que se habían unido para robar el cuerpo de Jesús. Veían un peligro político; gente que alzaba al pueblo contra ellos.

Para Francisco, Jesús es un líder político que «habla con autoridad, es decir, con la fuerza del amor» (Ibidem). La autoridad no es la fuerza del amor. Porque diciendo esto, entonces viene la confusión. ¿De qué amor habla Francisco? ¿Amor humano? ¿Amor a los pobres? ¿Amor carnal? ¿Amor al hombre? ¿Amor al demonio? ¿Amor al mundo? ¿Amor a las ideas de los hombres? Jesús habla con la Autoridad de Su Padre. Jesús habla con la fuerza del Espíritu de Dios. Jesús habla con la virtud de la Palabra Divina. Jesús habla con la Justicia de Su Padre. Jesús habla con la Misericordia de Su Padre. Jesús habla con la Verdad en su boca. Jesús da testimonio de la Verdad y lo matan sólo por eso. ¿Cuál es ese amor que lleva a la muerte? El divino. ¿Cuál es esa fuerza del amor que persigue sólo dar testimonio de la verdad ante hombres, que no creen en la verdad? La fuerza del Amor Divino, que nunca se abaja a los caprichos de los hombres en sus vidas.

Francisco hace su política cuando predica: «Éstos, con sus maniobras políticas, con sus maniobras eclesiásticas para seguir dominando al pueblo… Y así, hacen venir a los apóstoles, después de que habló este hombre sabio, llamaron a los apóstoles y los hicieron flagelar y les ordenaron que no hablaran en nombre de Jesús. Por tanto, los pusieron en libertad. ‘Pero, algo debemos hacer: ¡les daremos un buen bastonazo y después a su casa!’. Injusto, pero lo hicieron. Ellos eran los dueños de las conciencias, y sentían que tenían el poder de hacerlo. Dueños de las conciencias… También hoy, en el mundo, hay tantos» (Ibidem).

Francisco no enseña la vida espiritual. El castigo de los Apóstoles por el Sanedrín nace de estas palabras de Pedro: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hech 5, 29). Oyendo el testimonio de la verdad de San Pedro, «rabiaban de ira y trataban de quitarles de en medio» (v. 33).

San Pedro no hizo política con el Sanedrín, sino que les dijo la Verdad: no podemos obedecer al sanedrín, no podemos tolerar al sanedrín, no podemos hacer caso al sanedrín. Y esto enfureció a la Jerarquía religiosa, que ya no tenía ningún poder sobre lo religioso. El sanedrín estaba escuchando la voz de la Nueva Jerarquía de la Iglesia, que está en Pedro. Y Pedro, con el Poder del Espíritu, se enfrenta a esa autoridad religiosa que ya no vale para nada, que sólo tiene un poder humano en lo que hace.

Esto, Francisco no lo puede enseñar, porque no le interesa la Verdad del Evangelio. Francisco va a lo suyo. Francisco, cuando habla, crea malestar en el ambiente porque dice cosas incorrectas y las dice como si fuera una verdad, un dogma: «los toleraban porque tenían autoridad: la autoridad del culto, la autoridad de la disciplina eclesiástica de aquel tiempo, la autoridad sobre el pueblo… y la gente seguía» (Ibidem). Francisco no ha comprendido lo que pasó con la autoridad eclesiástica del tiempo de Jesús.

El sanedrín, una vez mató a Jesús, perdió su autoridad religiosa que poseía de Dios. Y se quedó con un poder humano. Y el Poder Divino pasó a los Apóstoles. El sanedrín sólo era ya un poder político. Que es lo que actualmente es el Vaticano: un poder político. En el Vaticano ya no existe el Poder Divino. Ese Poder sólo descansa en el Papa Benedicto XVI. Sólo en él. Y no está en nadie más, porque nadie se une al Papa, nadie le obedece, nadie atiende a sus enseñanzas, nadie se pone de su lado como Papa. El Papa Benedicto XVI renunció y, entonces, su Poder no sirve para nada. No se manifiesta al mundo, a los hombres. No brilla, no ilumina las mentes de los hombres.

Por eso, la necesidad de ser una Iglesia remanente. Una Iglesia en la que se viva sólo de la Verdad. Una Iglesia que ya no siga a nadie del Vaticano. Una Iglesia que cuestione a cualquier sacerdote, a cualquier Obispo que apoye la idea política de Francisco, de todo aquel que suceda a Francisco en el gobierno.

El Vaticano ya no tiene poder religioso en nada. Los cardenales mataron la Verdad en el Papa. Lo quitaron de en medio. Y pusieron el mayor engaño de todos: un inútil, un tarado, que sólo habla sus babosidades, y que sólo por eso, le sigue la gente. Sólo por ser un charlatán de feria, puesto como Papa –como falso Papa-, la gente lo sigue. Sólo porque le dicen Papa, la Jerarquía le obedece. Sólo por eso. La Jerarquía reconoce sus herejías y las calla, pero le siguen obedeciendo. ¿Qué mayor engaño no es éste?

Francisco es el engaño del siglo XXI. El mayor engaño: oculta su mentira tras la verdad, con la careta de la Verdad, con la careta de un poder religioso que no posee.

El Sanedrín quería meter miedo a la nueva Jerarquía: «Solamente os hemos enseñado que no enseñéis sobre este nombre, y habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre» (Hch 5, 25). El sanedrín no se acuerda de que fueron ellos mismos –el pueblo- los que habían pedido que cayese sobre ellos y sobre sus hijos la sangre de Cristo: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» (Mt 27, 25). Es la maldición que el pueblo lanza sobre sí mismo. Es la maldición que el sanedrín lanza sobre sí mismo. Es la maldición que hizo llorar a Jesús: «al ver la ciudad, lloró sobre ella» (Lc 19, 41). Jesús lloró por lo pecados de todo el pueblo. Jesús no lloró por los males sociales de la gente.

El sanedrín recrimina que los Apóstoles quieren echar sobre el pueblo la responsabilidad de la sangre de Jesús. ¡Y es el pueblo el responsable de esa sangre!. Ante esa calumnia del Sanedrín, San Pedro lo enfrenta con todas las consecuencias. Ante la calumnia, la verdad clara y sencilla: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero» (Hch 5, 30).

San Pedro les dijo con claridad al Sanedrín, a todos los sacerdotes que estaban ahí, al Pontífice, que ellos mataron a Jesús. Se enfrentaron a ellos con la Verdad. Y, por eso, querían matarlos: por la verdad que no querían oír.

No son los celos: «No toleraban que la gente fuera detrás de Jesús! ¡No lo toleraban! Tenían celos» (Ibidem). No has comprendido nada, inútil Francisco. No sabes de lo que estás hablando. Eres un tarado en la vida espiritual. Eres un necio apoyado por miles de necios, que hacen oídos sordos a la verdad del Evangelio, que abren sus bocas -y las dejan abiertas- ante la estupidez de la palabra de un hombre, que no sabe lo que está diciendo, que no sabe descubrir la verdad en el Evangelio. Tienes que recurrir siempre a tu mente para destacar tu opinión y ponerla por encima de la verdad.

No son las envidias: «Esta gente no tolera la mansedumbre de Jesús, no tolera la mansedumbre del Evangelio, no tolera el amor. Y paga por envidia, por odio» (Ibidem). Sigues sin comprender -necio hombre de estúpida sonrisa- que lo que mueve al Sanedrín no son las envidias, no son los odios, no son los celos. Ellos no saben de lo que representan los Apóstoles. No saben lo que es esa nueva doctrina. Ellos oyen la Verdad y la combaten. Los Apóstoles predican que ese sanedrín ha matado a Jesús, y eso es lo que no le gusta a ese sanedrín.

La predicación de los Apóstoles se centraba en la Verdad. Jesús es el Mesías, que ha fundado una nueva Iglesia y que, por lo tanto, la vieja, la antigua, los ritos que hasta ahora servían, ya no sirven más. Y, por lo tanto, no hay obediencia al Sanedrín. Esto es lo que predicaban. Y esto es lo que no gusta. Y, por eso, San Pablo tuvo que apelar a Roma. Hay que enfrentarse a una jerarquía que se ha hecho política. Hay que enfrentarse a un Vaticano que vive de política en todos sus miembros. Hay que enfrentarse a una Iglesia que no quiere escuchar que Francisco no es Papa. Que le resulta muy difícil comprender el gran engaño que representa Francisco sentado en la Silla de Pedro.

Los Apóstoles no predican una doctrina para después dejar que los hombres se fueran con el sanedrín. No predicaban cuentos bonitos, palabras entretenidas, cosas que gustaban a todo el mundo. Predicaban una doctrina que los llevaba al martirio, a la muerte, que se oponía a toda fuerza humana, política, mundana, cultural entre los hombres. Esto es lo que nunca puede predicar Francisco. Nunca este hombre predica algo que le ponga en contra del mundo, de los hombres. Nunca. Cuando predica algo, él se pone en contra de la Verdad, de la Tradición, para ganarse al público, al hombre del mundo, para estar en los periódicos y que le diga: mira, lloró por esas personas que murieron. ¡Que buen Papa tenemos! ¡Qué santo! ¡Pero qué humilde que es ese tipo!

Francisco derrama sus lágrimas de lagarto sobre el mal del mundo. Sus lágrimas políticas: «Yo lloré cuando vi en los media la noticia de “cristianos crucificados en cierto país no cristiano». ¡Que alguien le de un pañuelo para que recoja sus mocos de la Santidad de la Iglesia!. Esto es lo que no se puede tolerar de un Obispo: que no sepa discernir a los cristianos. Y que a todo el que lleve un rosario en la mano y una pistola en la otra, diga que son buenas personas, santas personas, que luchan por su ideal de vida. A todo el que muere crucificado, lo ponga como modelo de persona santa y justa.

¡Cuánta gente hay en el mundo que, en sus bocas está Cristo, pero que viven y mueren por la mentira que tienen en sus mentes!

San Pedro dio al sanedrín la verdad y estaba dispuesto a morir por esa Verdad. Esos cristianos de pacotilla, con una biblia en sus manos, con un rosario en sus manos, ¿predican la verdad ante las autoridades políticas; o sólo mueren por su idea política?

Para ser como los Apóstoles, hay que enfrentarse a todo el mundo y, especialmente, a la Jerarquía de la Iglesia, al Vaticano. Si eso no hacen, vana es la predicación y la muerte de esos cristianos.

Si un Obispo empieza a llorar por cristianos que han muerto crucificados y los pone como mártires, como ejemplo de fe, entonces hay que temer por ese Obispo. Hay que preguntarse: ¿qué hay detrás de este Obispo que no es capaz de ver la verdad y que lanza a todo el mundo su propaganda: he llorado por esa gente que ha muerto crucificada? Llora por unos hombres que no quisieron decir la shahada. No han sido hombres que hayan dado testimonio de Cristo. Ellos creían en Jesús, pero en ¿qué Jesús? Han muerto por su idea política. Han luchado por una idea política. No han luchado por la Verdad, que es Cristo. Y, entonces, ¿por qué lloras Francisco? ¿Por qué te impresiona la forma de morir de esos hombres? ¿Qué te importa la muerte de esos hombres si no miras cómo está el alma de cada una de esas personas que han muerto? ¿Para qué abres tu boca en la Iglesia si no enseñas la Verdad de esas muertes? ¿Para qué tan vano llanto si no obras la Voluntad de Dios con tus lágrimas de muerto?.

Cristo lloró por los pecados de todo el pueblo. Y tú, Francisco, ¿lloras por una gente, lloras por hombres, lloras por ideas humanas, lloras por tu loca vida humana? ¿Y no eres capaz de llorar por tus malditos pecados -que tampoco los ves-, porque te crees santo y justo, te crees un modelo de Papa y eres el mayor engaño como Papa?

De Francisco, en cada una de sus palabras, está el demonio. Cuestionen cada palabra de ese idiota. No se crean nada de lo que dice. Tienen que combatirlo si quieren ser de la Iglesia remanente. Si quieren poner una vela al demonio, entonces besen el trasero de ese idiota.

Francisco ya ha comenzado su falsa iglesia, al comenzar con el cisma. Su llamada telefónica es el cisma, no ya encubierto, sino a las claras. Después, los que rodean a Francisco dicen que aquí no pasa nada. Todo es política en el Vaticano. Y no hay que atacar a Francisco como un líder religioso, sino como un jefe político.

La Iglesia está que revienta ante las barbaridades que dice ese hombre. La gente está muy descontenta, pero no le han enseñado a luchar contra la mentira de una Jerarquía que se pasa por verdadera, pero que es, a las claras, del demonio. La gente no sabe oponerse a Francisco, porque tampoco no sabe oponerse a la Jerarquía infiltrada, que enseña a seguir a Francisco. Empiezan a criticarlo todo, y sólo destruyen más la Iglesia.

Ahora es el momento de permanecer en toda la Verdad. Los Papas hasta Benedicto XVI han sido Papas verdaderos. No se pueden criticar ni opinar sobre ellos. Los falsos Papas que vienen ahora a la Iglesia son sólo eso: hombres de política. Y no más. Y estarán guiando su iglesia, la que ellos se han inventado. Y hay que salir de todos ellos, de ese Vaticano que sólo se mira al ombligo y que proyecta quitar toda la verdad para dejar sólo la mentira que les conviene.

Francisco es el mayor engaño de todos: se pone como Papa para destruir la Iglesia con la infalibilidad de ser Papa. Nunca un hombre ha cometido el mayor error en su vida, como lo ha hecho Francisco: aceptar ser Papa sabiendo que no podía ser Papa. Por eso, se convierte en el mayor engaño que una Jerarquía da a la misma Iglesia. Es la mayor abominación de todas. Es el fruto de la desobediencia al Papado desde hace 50 años, que la Jerarquía ha dado en la Iglesia.

Una iglesia sin norma de moralidad

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“desde los primeros tiempos de la Iglesia existe la tentación de entender la doctrina en sentido ideológico o de reducirla a un conjunto de teorías abstractas y cristalizadas cuando en realidad la doctrina tiene como único objetivo servir a la vida del Pueblo de Dios y asegurar a la fe un fundamento cierto, porque efectivamente, es grande la tentación de apropiarnos de los dones de la salvación que procede de Dios para domesticarlos -incluso con buena intención- a los puntos de vista y al espíritu del mundo” (Francisco, 31 de enero).

Esto es hacer política en la Iglesia. Hablar como un hombre que pone su ideología en la Iglesia y que quiere que todo el mundo le haga caso en lo que dice.

Dice una mentira y nadie de los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe se ha levantado para hacerle callar. ¡Nadie!

Francisco olvida que la doctrina de Cristo es una norma de moralidad. Y, por tanto, es una doctrina que no tiene la función de servir al hombre, no tiene “como único objetivo servir a la vida del Pueblo de Dios”, sino la de darle al hombre el camino moral, donde se salva y se santifica.

El fin de la doctrina de Cristo es un fin moral: es hacer que el hombre practique la ley divina, la ley moral.

El hombre no sólo hace actos humanos, sino que está regido, en su naturaleza humana, por una ley divina, que le impele a obrar actos morales.

Y la doctrina de Cristo es una ley moral, no son leyes humanas, obras humanas, actos humanos, vidas humanas. Cristo enseña su Palabra para que el hombre obre moralmente, no para que el hombre obre humanamente.

Esto es lo que niega Francisco. Por eso, él no juzga a ningún hombre. No puede. Porque ha anulado la ley divina, la ley moral, el acto moral de cada hombre. Y los judíos viven bien, porque obran actos humanos buenos; y los homosexuales viven bien, porque obran actos humanos buenos; y todo el paganismo obra bien porque obran actos humanos buenos. Este es el absurdo en que cae ese hereje.

Así piensa Francisco porque anula dos cosas:

1. que existan Verdades absolutas;

2. que exista una norma de moralidad, una ley divina, unos mandamientos que el hombre tiene que cumplir si quiere salvarse.

Estas dos cosas brillan por su ausencia en todo el magisterio de este hereje. Por eso, él tiene que hablar como un político, y como un político comunista, marxista. Habla para los hombres para resolverles sus problemas humanos. Para eso está sentado en la Silla de Pedro.

Es una vergüenza tener a Francisco dirigiendo la Iglesia. ¡Una vergüenza! Un político que enseña su mentira en la Iglesia, que es la Verdad y que sólo en Ella se tiene que hablar la verdad.

Cuando se niegan las Verdades absolutas, se niega todo lo demás. Y se pone la vida en las verdades relativas: hay que dar de comer a los pobres, hay que asistir a los enfermos, a los ancianos, hay que cuidar muchas cosas de la vida humana de la gente.

Francisco es un comunista que sólo quiere su comunismo en la Iglesia. ¡Sólo quiere eso! La doctrina de Cristo le interesa bien poco, porque no tiene ni idea de lo que enseña Cristo en Su Evangelio. ¡Ni idea!

Por eso, él enseña su evangelio de la fraternidad, donde no hay norma de moralidad. Todos los hombres se salvan y hay que amar al prójimo porque es nuestro prójimo. Punto y final. Eso es todo el negocio de este hereje. Y, para eso, coge verdades disfrazadas de sus mentiras: embellece la Iglesia con sus verdades a medias, que son grandes herejías. Por eso, Francisco se dedica a decir en la Iglesia su verborrea barata, que ya no convence a nadie, y que está llena de blasfemias por todos los lados.

¿Quién se atreverá a decirle a Francisco: calla ya tu bocazas en la Iglesia? Nadie se atreve.

Cristo ha puesto Sus Verdades Absolutas. Si hay alguien en la Iglesia que no se somete a esas verdades absolutas, eso se llama pecado de soberbia. Luego, no se puede tolerar esta frase: “desde los primeros tiempos de la Iglesia existe la tentación de entender la doctrina en sentido ideológico o de reducirla a un conjunto de teorías abstractas y cristalizadas”. Esto es hablar política, hablar confusión. Esto es decir que aquí está Francisco para dar la interpretación de lo que tiene que ser la doctrina de Cristo en la Iglesia. Esta es la salvajada que todos callan.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia existe el pecado de la soberbia, que significa que el hombre no acepta la Verdad de la doctrina de Cristo. No acepta la norma de la moralidad que exige esa verdad absoluta. Y, por tanto, siempre en la Iglesia han habido sacerdotes y Obispos que han querido poner su mente a todo, que se han separado de la doctrina de Cristo, como lo hace Francisco.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia existen las Verdades absolutas. Esto es lo que no dice Francisco. Y una verdad absoluta significa el deber de la persona de vivir y de obrar esa verdad para poder salvarse en la Iglesia.

Esa Verdad absoluta exige cumplir una norma de moralidad. Y, por tanto, no se puede amar a Dios sin una norma moral; no se puede amar al prójimo sin una norma moral; no se puede amarse uno a sí mismo sin una norma moral. Esto es lo que niega Francisco en todo su discurso a los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Un discurso político, para las mentes de los hombres, que cierra el corazón a la verdad.

Francisco inicia su discurso enfrentando a los hombres: como desde el principio de la Iglesia han habido hombres que han impuesto su ideología en la doctrina de la Iglesia, entonces todo lo que se ha hecho durante 20 siglos en la Iglesia no vale. Esta es la política de Francisco. Así habla un político. Esta es su basura ideológica, que todos aplauden, que todos callan, como si hubiera dicho una verdad.

Francisco no puede enseñar que desde los primeros tiempos de la Iglesia existe el pecado de soberbia porque no cree en la norma de moralidad, no cree en la ley divina. Por eso, no puede enseñar nunca la verdad cuando habla con su boca de dragón, sino que produce la confusión, una gran confusión.

Y sólo habla así para meter lo que le conviene: “la doctrina tiene como único objetivo servir a la vida del Pueblo de Dios y asegurar a la fe un fundamento cierto”. Esta frase es la mayor estupidez en la boca de ese idiota. No sabe lo que está diciendo. Habla por hablar, para llenar una cuartilla, para simular que habla correctamente.

La doctrina de Cristo tiene como único objetivo salvar el alma, no servir a la vida del Pueblo de Dios. ¡He aquí su comunismo!

Cristo no da Su Verdad para que los hombres sigan en sus vidas humanas. Cristo da su verdad para que los hombres salgan de su vida humana: «Cambiad de mentalidad». El hombre tiene que ponerse en su corazón la ley divina, la norma moral, para ver la vida con la Mente de Dios.

Dios da el don de la Fe al hombre. La fe es sólo abrir el corazón a la Verdad que revela Dios. ¡Abrir el corazón! Por tanto, si la persona no abre su corazón a Dios que revela, entonces no puede vivir la doctrina de Cristo, no puede vivir la Verdad. En consecuencia, decir que la doctrina tiene como único objetivo “asegurar a la fe un fundamento cierto”, es decir una palabrería barata y blasfema.

Sin la apertura del corazón, sin la fe divina, no se puede obrar moralmente lo que Dios quiere, sino que se obra en contra de lo moral: se obra un pecado, que va en contra de la ley divina. No es la doctrina la que asegura a la fe; es la fe la que da valor a la doctrina. Sin fe no hay Verdad.

Sin fe, la persona no puede aceptar la Verdad absoluta. Luego, no puede vivir la doctrina de Cristo; es decir, no puede salvarse; se condena.

¡Politica! ¡Politica! y ¡Politica!: esa es la verborrea de Francisco. Nunca enseña una Verdad. No puede. Y es triste que los que lo escuchan no se rebelen contra ese idiota de una vez por todas.

Francisco es un energúmeno: no tiene ni idea de la vida espiritual en la Iglesia. No sabe lo que es eso. Él sólo busca el bien común, la comunidad de hombres, que todos los hombres estén contentos en sus pensamientos, pero que nadie viva la norma de moralidad.

Por eso, Francisco enseña el amor al prójimo sin moralidad: enseña a pecar. Es el culto al hombre. Es la iglesia de los hombres, es la iglesia del mundo, en que todo vale porque así a los hombres les parece bien en sus grandes inteligencias humanas.

No se puede amar al prójimo sin practicar una virtud, sin poner en obra una ley moral, una ley divina. ¡Es imposible! Siempre se peca cuando se quiere hacer un bien al otro sin una norma moral. ¡Siempre! Aunque se haga un bien humano, se hace un acto en contra de lo moral. Cuando los hombres se olvidan de que existen las leyes divinas, sus actos humanos son siempre pecado. Esto es lo que muchos hombres no comprenden.

El hombre puede hacer actos humanos y actos morales. El acto humano no es un acto moral. Comer es un acto humano. Pero si se come sin una ley divina, esa comida es siempre pecado. Ese acto humano va en contra de una norma de moralidad. Entonces, se comete un pecado; ese acto humano de comer, porque no está guiado por una norma moral, es un pecado.

Esto es lo que la gente olvida. La doctrina de Cristo enseña una norma de moralidad. No enseña a hacer actos humanos, obras humanas. Enseña a hacer una obra divina, guiada por una ley divina.

El gran problema de Francisco es que no cree en el pecado. Entonces, tiene que anular toda verdad y poner los actos humanos como buenos sin más. Como el hombre hace un bien humano en su vida, entonces se salva. Esta es la esencia de la doctrina de Francisco, de su evangelio de la fraternidad. Por eso, a él sólo le interesa dar dinero a los pobres. Sólo eso. El alma de los pobres no le interesa. Para Francisco, hay que salvar el cuerpo del pobre, no su alma. Y esto es lo más contrario a la doctrina de Cristo.

Dios quiere los pobres porque así se salvan: siendo pobres, que pasen hambre. No se salva el alma de un pobre porque se le dé dinero en la vida. Se salva el alma de un pobre porque se le deja en su pobreza material. Si al pobre se le enseña a tener dinero, ya no se salva. Si al rico se le enseña a dar su dinero ya no se salva.

Cristo no enseña a dar dinero, sino a salvar almas, ya sean de los ricos, ya de los pobres. Ni los ricos tienen que dar dinero para salvarse, ni los pobres tienen que recibir dinero para salvarse.

La doctrina de Cristo no es para hacer obras humanas, actos humanos, sino para hacer acto morales, obras divinas. Este es el punto que Francisco nunca va a enseñar, porque es el típico comunista, marxista, que nada más vela por lo humano, por el bien común, pero sin norma moral, sin ética divina, sin ley de moralidad. Cuando alguien da dinero a otro es por un bien moral, no por un bien humano. Se da dinero para expiar el pecado: ese es el bien moral. No se da dinero para hacerle al otro un buen humano. Esto nunca lo enseña Cristo en Su Evangelio. Esto lo enseña Francisco en su magisterio herético.

Entonces, el desastre es lo que vemos en la Iglesia. Un hombre que sólo quiere esto: “En ese sentido se estudia la posibilidad de incorporar a vuestro dicasterio la Comisión específica para la protección de los niños que he instituido y que quisiera fuera ejemplar para todos los que quieren promover el bien de los niños”.

A Francisco le importa un carajo salvar las almas de los niños. Sólo quiere protegerlos de forma humana. Sólo busca su publicidad entre los grandes del mundo. Si Francisco se interesara por el bien moral, entonces su predicación tendría valor. Pero como sólo se interesa por el bien humano, entonces su predicación no vale nada en la Iglesia. Es la verborrea de un maldito que se da propaganda a sí mismo en la Iglesia.

Francisco ha anulada la Verdad Absoluta: entonces, ¿de qué quiere proteger a los niños? ¿de qué estupidez está hablando? Hay que proteger el alma de los niños del pecado. ¿Por qué no enseña a no pecar a los papás? ¿Por qué no enseña a los papás a engendrar a sus hijos en la Gracia, no en el pecado? ¿Por qué no enseña a los sacerdotes a vivir una vida moral para no caer en el pecado de lujuria? Esto es lo que todo sacerdote y Obispo tiene que enseñar: la Verdad moral, no las verdades humanas, como lo hace ese hereje. Y la Verdad moral es algo absoluto, que no se puede cambiar al gusto de los hombres, que va en contra de toda política, de todo pensamiento humano.

La Verdad, guiada por una norma moral, eso es lo que salva a las almas y eso es lo que produce en la almas y en toda la Iglesia la vida espiritual auténtica.

Pero Francisco sólo se dedica a decir sus discursos políticos en toda la Iglesia. ¿Qué hace de la Iglesia? Una cueva de ladrones. Una jauría de gentes que sólo se dedican a ganar dinero y a tener fama entre los hombres.

¡Maldita la iglesia que ha fundado Francisco en Roma!

Francisco no es un santo sino un político comunista en la Iglesia

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«La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad “no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!» (Evangelii gaudium, 205).

Estas palabras del hereje Francisco son la clave de su comunismo.

La política –dice Francisco- es una de las formas más preciosas de la caridad: esto es una auténtica herejía. Es una frase muy bella y muy herética. Son palabras baratas para ganarse al mundo. Y son palabras blasfemas que van en contra de la Verdad.

La política no pertenece a la Iglesia, sino al mundo. Cristo nunca hizo política ni enseñó a hacer política, porque la política no proviene de la Verdad, sino de la mentira.

Todas las políticas hacen aguas, fallan, porque, aunque tengan una base moral y ética, no poseen la Verdad. Es el juego del lenguaje humano: eso es sólo la política. Es ver, con el pensamiento de los hombres, los caminos para resolver todos sus asuntos. Es lo más contrario al dogma y a la moralidad, porque la política no se basa en algo absoluto, sino relativo, condicionado a muchas cosas.

Dios nunca da una vocación para ser político. No puede darla. Dios ayuda a los hombres, que viven en Gracia, y que se dedican a ese negocio mentiroso para que pongan leyes de acuerdo a la verdad, a las normas de la moralidad, a la ley divina. ¡Que pongan leyes correctas, pero que no busquen solucionar cosas, porque no se puede en política!

La caridad no lleva a hacer política, sino a ir en contra de toda política. Porque la caridad es totalmente desinteresada. No le interesa las formas económicas, las leyes de los hombres, los reglamentos en las sociedades, porque la caridad se basta a sí misma. Nunca un político hace caridad. ¡Nunca! Siempre la Caridad se da sin la política.

Jesús ni se preocupó por el dinero, ni por los sistemas políticos de su época, porque sabe lo que es el hombre: mentiroso.

Dios puso a Su Pueblo los Profetas. Y, cuando el Pueblo, se cansó de los Profetas, empezó a poner Reyes, que Dios no quería, pero que permitió por la dureza de los corazones de los hombres. Y, por los Reyes, vino toda la decadencia al Pueblo Elegido. Los Profetas eran perseguidos porque eran los únicos que decían la verdad al Pueblo y a todos los Reyes.

La política no sirve para solucionar el mundo. No sirve. Porque no está en el plan de Dios. Dios quiere Reyes Católicos, entregados a la Gracia, pero esto es imposible en estas condiciones. Hasta que no se consolide el Reino Glorioso, todos los reyes del mundo, al final acaban perdiéndose en las cosas del mundo. Esto es un hecho, una realidad, algo que todos pueden ver a lo largo de toda la historia de los hombres.

Los gobiernos humanos son un conjunto de problemas sin solución alguna. Todos son así, porque el hombre no vive en la Gracia para obrar la verdad en todo el actuar social de los hombres. Vive en su pecado y obra su pecado. Luego, todos son problemas sin resolver.

Francisco sólo entiende de su comunismo, porque eso es lo que a él le interesa: su maldito comunismo. Él vive para obrar en la Iglesia sus ideas comunistas, su teología de la liberación, de los pobres. Eso es claro en Francisco. Desde joven, una mujer le enseñó el comunismo. No aprendió a santificarse leyendo a los santos, sino aprendió a condenarse y llevar a las almas al infierno con el manifiesto comunista.

Y, ahora, quiere meter a Dios en el comunismo. Y no se puede tolerar tamaña desfachatez. Él pide al Señor que envíe políticos que les duela la vida de los pobres. Esto es el comunismo.

Ningún santo se atrevería a hacer esta oración, porque no es la Voluntad de Dios. No la escucha Dios. Es imposible que la escuche. Y ¿por qué? Porque «pobres siempre tendréis». No me pidáis que quite a los pobres, a los machacados, a los que no tienen alimento o dinero, porque eso no salva a los pobres.

Los pobres están para que los hombres hagan penitencia por sus pecados. Para eso están los pobres: para recordar al hombre que es un maldito pecador. Y si hay pobres, no es porque haya problemas políticos ni económicos, sino porque hay pecado de avaricia, de usura, de ambición de poder, de envidias personales, de culto al dinero, de culto a la magia negra, que es lo que mueve las economías: el demonio es el que mueve todos los sistemas económicos: liberales, capitalista, sociales, comunista, etc. Y quien hace que el demonio se mueva en todos los mercados del mundo bursátil: la masonería.

Francisco no va a la raíz del problema en su comunismo, porque es masón. Y habla como un masón y obra como ellos.

“Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil” (Evangelii gaudium, 53): este es el lenguaje del masón. Ellos buscan la fraternidad universal. Por tanto, no pueden aceptar que el poderoso se coma al más débil. Todos somos hermanos, todos tenemos que disfrutar de los bienes de todo el mundo. No tiene que haber desigualdad entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Así habla un marxista de talante humanista, como es Francisco. Así habla el masón. El masón no permite la competitividad, la ley del más fuerte, la ley privada, porque eso va en contra de la fraternidad.

“Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida” (Evangelii gaudium, 53). ¿Quiénes son los culpables de que no haya trabajo, no haya dinero, de que haya cantidad de problemas en el mundo? La gente que tiene dinero, la gente capitalista, la gente con una empresa privada, la gente que hace competencia en su negocio. Éste es el lenguaje de un masón.

Pero así no habla un Santo. Así no habla Jesús en Su Evangelio cuando está con los políticos, con los jefes de la Iglesia, del mundo, del gobierno.

«Id y decid a esa zorra: Yo expulso demonios y hago curaciones hoy, y las haré mañana, y al día tercero consumaré Mi Obra. Pues he de andar hoy, y mañana, y el día siguiente, porque no puede ser que un Profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13, 32-33).

Nunca Francisco diría a Obama: zorra; o a Giorgio Napolitano, babosa roja; o a Vladímir Putin, dragón infernal. Porque es como ellos: una zorra, un comunista, un anticristo.

Jesús combate a todos los políticos. Francisco no combate a nadie, sino que suelta su doctrina comunista para ejercer él el poder en el mundo, para que sus ideas las tomen en cuenta la gente del mundo.

Francisco, en su evangelii gaudium, sólo hace política, el juego político, que consiste en decir muchas cosas y en poner a los hombres en contra, para que la idea prevalezca. Y, por eso, arremete contra el capitalismo, porque le interesa ese juego para hacer su negocio en la Iglesia. No importa haber creado malestar entre los capitalistas. Lo que importa es lanzar la idea política, que es dada en la bandeja de la caridad, del amor hacia los pobres, del amor fraterno.

Esta es la idea del anticristo: la fraternidad. Y hay que predicar eso a todo el mundo del demonio. Y eso lo tiene que predicar el que se sienta en la Silla de Pedro, porque él es un anticristo.

El Anticristo quiere crear un malestar mundial en la economía, porque tiene que aparecer él cuando las cosas estén mal por un conflicto mundial. Hay que enfrentar a los capitalistas con una doctrina comunista, pero lanzada desde la Iglesia. Y es necesario hacer eso para que entren en la Iglesia los poderes del mundo: ya sean los capitalistas, ya los comunistas. Los primeros en entrar son los comunistas en la Iglesia, por debajo de las faldas del que se sienta en la Silla de Pedro.

Francisco arropa el comunismo en Roma. Francisco quiere la idea comunista en Roma. Francisco está decidido a hacer comunismo en su gobierno horizontal. Por eso, habla con su humanismo, con su preocupación por la vida de los pobres, de la gente sin recursos. Y, por eso, enfrenta a los hombres: pone la lucha de clases: ricos – pobres; poderosos – débiles; etc.
Es el lenguaje de un marxista humanista, es decir, de un masón.

«¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia» (Evangelii Gaudium, 203): ésta es su palabrería barata. Así habla un político para tratar de convencer a los demás de que su idea es la correcta, de que ellos están equivocados. Y mete a Dios en su blasfemia.

«¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema!»: palabras, palabras, palabras. Lenguaje humano, razones que se dan para nada. Porque el sistema capitalista le trae sin cuidado la ética, la solidaridad mundial, la distribución de los bienes, el trabajo, la dignidad de los débiles, que Dios exija justicia. Todo esto son palabras baratas de Francisco para no decir nada. Si el capitalismo no funciona es porque hay gente que vive en pecado y que obra ese capitalismo. Y la gente que vive en pecado no le interesa esas palabras de Francisco. El capitalismo mueve dinero en lo privado. Ahí está todo su negocio: mover dinero privadamente. Lo demás: si hay trabajo, si hay bien común, si hay justicia, eso no le toca al capitalismo, sino a los hombres, con sus leyes. Y como las leyes son inicuas, entonces hay mucho pecado en todas partes.

Francisco nunca va a decir: «¡Cuánto pecado hay en este sistema!» Porque sólo habla como un político, no como un santo que enseña la vida espiritual, las normas morales, las normas éticas a los economistas, Nunca Francisco habla así: enseñando la verdad. Francisco habla para hacer política, su política, su lenguaje barato.

Estamos ante un hombre que, sentado en la Silla de Pedro, está gobernando la Iglesia con su doctrina comunista, que es un marxismo humanista, su teología de los pobres. Lleva un año con la misma doctrina del demonio. Siempre hablando de lo mismo. Todo es dar vueltas a lo mismo: ¿cómo salvar cuerpos? ¿cómo quitar la hambruna del mundo?

¡Y todavía hay gente en la Iglesia que dice que Francisco es un santo! ¡Esto sí que es absurdo! Porque el que Francisco se dedique a esto, es normal, ya que es un hereje por los cuatro costados: un comunista que sólo vive para su idea del bien y del mal, para su dios, que es el maldito dinero. Su obsesión le marca desde que se sentó en la Silla de Pedro. Es un loco obsesivo que siempre está en su misma idea: los pobres, los pobres, los pobres. Y de ahí no sale. ¿Por qué? Por su avaricia descontrolada. Su apego al dinero.

Jesús nunca habló de los pobres, ni de los problemas del mundo, ni de los hombres, ni de los políticos, porque no estaba apegado ni al dinero, ni al pensamiento de los hombres, ni a sus políticas, etc.

Jesús vino a echar demonios, a curar enfermedades, a obrar la Voluntad de Dios. No vino a hacer política. Y cuando le tocó hablar a los políticos, les dijo: zorra sois.

Francisco es lo más contrario a Cristo porque está apegado al dinero, a la mente de los hombres, a sus políticas, a sus culturas, a sus ideas en la vida. Francisco nunca puede imitar a Cristo. Francisco siempre imita a los hombres del mundo, porque es como ellos.

Y hay gente en la Iglesia que, a estas alturas, no ha comprendido lo que es ese hombre, ese hereje, ese anticristo. Esto es lo que no se comprende. Porque Francisco ha sido claro en sus palabras: son las de un hombre que no cree en nada. ¡Es clarísimo! Y hay gente en la Iglesia que vive en un mundo ilusorio, creyéndose que Francisco tiene la sartén por el mango, que sabe lo que está haciendo, que se opone a la gente del mundo para decirles cómo tienen que vivir.

La Iglesia está llena de gente estúpida como Francisco. Gente que no sabe discernir nada, que no entiende la vida espiritual, que cree que la Iglesia es la de los bautizados en Cristo. Y ahí se paran. Gente llena de una ignorancia de la doctrina de Cristo supina. No saben ni las bases de esa doctrina. No se saben -ni siquiera- los diez mandamientos. No saben lo que Dios les pide en la Iglesia, para sus almas. Sino que viven en la Iglesia como viven en el mundo: un negocio social.

Están para reunirse en sociedad y ver los problemas de todos y dar soluciones a todos, menos a sus almas.

Esto es lo que hace Francisco diariamente: se dedica a charlar de muchas cosas, a creerse importante por lo que dice, y a imprimir en los hombres su comunismo. A Francisco sólo le interesan las almas para condenarlas. ¡Sólo para eso!

Y hay gente que no sabe ver esto tan claro, porque es como Francisco, vive como Francisco, obra como Francisco.

Francisco ha abierto las puertas de la Iglesia al mundo: su nueva iglesia es la iglesia del mundo. Y no es otra cosa. Sólo se ve mundo por todas partes en la Iglesia. Sólo se ve interés por las cosas del mundo en la Iglesia. Sólo se analizan las cosas del mundo en la Iglesia. Sólo se convive con la gente del mundo en la Iglesia. Es un signo de que todo va mal en la Iglesia, de que esta no es la Iglesia de Cristo. Esta es la Iglesia del Anticristo.

Y queda muy poco tiempo ya. Hay que salir de Roma. Roma: ramera. Roma: maniatada por el demonio. Roma: usurpadora de la Verdad. Pone la mentira como una verdad.

Francisco enseña la política en la Iglesia

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“Cuando falta la profecía en la Iglesia, falta la vida misma de Dios y predomina el clericalismo” (Francisco, 16 de diciembre 2013): Esto se llama hacer política en la Iglesia. Esta predicación del hereje Francisco incita a construir en la Iglesia partidos políticos, a ver la Iglesia con un fin político. No enseña Francisco la verdad sobre la Profecía.

Cuando falta la profecía en la Iglesia no sólo falta la Verdad, la Vida y el Amor de Dios, sino que no existe la Iglesia.

Porque la Iglesia nació en una Profecía, que el Señor dio a Abraham: “Sal de tu tierra. hacia la Tierra Prometida que Yo te mostraré.” (Gn 12, 1)

La Profecía es la Palabra de Dios al alma para mostrarle una Vida Divina, un camino divino, una obra divina. Se quita la Palabra de Dios, no queda nada. No hay ni clericalismo, ni anticlericalismo, ni nada de nada.

Cuando falta la profecía en la Iglesia, entonces viene el pecado en la Iglesia. Esta es la verdad que no dice Francisco.

Hay profetas, ahora, en la Iglesia. Luego, no falta la Profecía. Hay profetas que dicen que Francisco no es Papa, es un impostor. Y, cuando no se sigue la Profecía, cuando no se discierne la Profecía, entonces viene el pecado en la Iglesia.

La Iglesia no aceptó la Profecía de Fátima, la cambió, quitó lo que no le interesaba, entonces Ella misma se introdujo en el pecado contra la Palabra de Dios, e hizo de esa Palabra Divina una burla, un engaño, una falsedad. La misma Jerarquía de la Iglesia engañó al Cuerpo Místico de la Iglesia. Los que gobiernan la Iglesia dicen mentiras al Cuerpo Místico de la Iglesia. Y, cuando los sacerdotes y los Obispos se dedican a mentir en el gobierno de la Iglesia, entonces viene la política en la Iglesia, viene la lucha de bandos, viene la división en la Iglesia.

Sólo la Profecía da un camino de verdad a los hombres. Y sacerdotes y Obispos que niegan las profecías, que no saben discernir ninguna profecía, hacen de la Iglesia un culto a su mente humana, todo regido por sus leyes humanas, todo visto según interpretaciones de la sabiduría humana. Y, entonces, se cae en la mentira y en el error continuamente.

“El profeta es el que escucha las palabras de Dios, sabe ver el momento y proyectarse en el futuro. “Tiene dentro de sí estos tres momentos”: el pasado, el presente y el futuro”: Francisco no enseña la verdad de la profecía, porque no cree en los profetas. Sólo cree en su pensamiento humano.

“El Profeta escucha las palabras de Dios”: Hasta aquí la verdad. Siempre Francisco da una verdad. Pero, enseguida, mete su mentira: “sabe ver el momento y proyectarse en el futuro”. Quien haya recibido profecías ve que lo que dice Francisco es un gran error.

El Profeta no ve nada. Sólo recibe la Palabra de Dios. Y, esa Palabra Divina, tiene que meditarla en su corazón y discernirla. Esa Palabra de Dios ni se refiere al momento presente, ni al pasado, ni al futuro, porque en la Palabra de Dios no hay tiempo ni espacio. Dios, cuando habla al Profeta, enseña una verdad para su corazón, para su alma, para su vida, para la Iglesia. Dios no enseña tiempos, no habla ni del pasado, ni del presente, ni del futuro. Dios habla una Vida que debe ser puesta por el profeta en su vida humana.

El Profeta no tiene en él tres momentos, sino que tiene una Vida Divina. Y, poner en obra esa Vida Divina, sólo se hace cuando Dios quiere.

Abraham tuvo la profecía de la Iglesia, pero hasta que no vino Jesús, Dios no obró esa Profecía, y dirigió a Su Pueblo por un camino, de mucho tiempo, de muchas tierras, de muchos hombres, pero no dio a Abraham ni a sus descendientes la Obra de esa Profecía.

Francisco, con su pensamiento errado, con su visión limitada de la vida de los hombres, sólo va a lo que le interesa resaltar, que es siempre su mismo error: el humanismo de hacer que todos los hombres tengan la verdad en ellos mismos, que los hombres se miren a sí mismos y descubran que hacen algo por ellos mismos. Es dar culto al hombre, a su pensamiento, a sus obras humanas. Francisco siempre habla del hombre para el hombre, nunca habla de Dios para el hombre. Siempre rebaja las cosas divinas para acomodarlas al hombre, a la vida de los hombres, a las obras de los hombres.

“(el profeta) mira a su pueblo y siente la fuerza del Espíritu para decirle una palabra que lo ayude a levantarse, a continuar el camino hacia el futuro”: Esto es lo que nunca hace un profeta. El profeta no dice palabras que ayuden a levantarse al pueblo. El Profeta sólo dice la Palabra de Dios, la Verdad que Dios quiere manifestar, en ese momento al Pueblo. El profeta no dice sus palabras humanas nunca al pueblo. Sólo habla lo que el Espíritu quiere que se hable. Y si el Espíritu quiere condenar al pueblo, el Profeta dice esas palabras. No calla esas palabras para decir palabras hermosas a la gente. Dios, en Si Profecía, no habla nunca palabras que gustan a los hombres, sino que siempre dice lo que el hombre no quiere escuchar.

Francisco, en su humanismo, va a lo que le interesa: el amor al hombre, decir que Dios habla bonito a los hombres y los ayuda en sus vidas. Eso es todo en Francisco. Ése es su sentimentalismo barato en la Iglesia desde que inició su reinado. Así habla y, hasta que no se vaya de la Iglesia, siempre caerá en su sentimentalismo ciego: Dios es amor, Dios es ternura, Dios nos ama, Dios nos ayuda, Dios sale al encuentro del pobre, etc. Nunca va a decir Francisco: Dios castiga al hombre. Nunca.

Dios dirige a la Iglesia con sus profetas. Y la dirige por un camino que sólo lo conoce Dios, no la Iglesia, no los profetas. Los profetas sólo dan la Palabra de Dios. Y esa Palabra Divina es el camino para la Iglesia. Por tanto, no existe el camino hacia el futuro, porque nadie sabe el futuro. El camino es la Palabra de Dios, que es la Verdad. Quien acoge esa Palabra, entonces camina sin problemas en la Iglesia. Quien rechaza esa Palabra, entonces él se vuelve un problema en la Iglesia y no camina ni hace caminar a la Iglesia.

Francisco no acoge las profecías en la Iglesia y, entonces, se ha vuelto un problema para la Iglesia. Y él mismo, en su vida espiritual, tiene un grave dilema: si sigue así se condena. Su falta de fe es notoria. Y, por esa falta de fe, cae en el pecado continuamente. Llena de pecado la Iglesia. Hace que las almas vivan para el pecado. Muestra a la Iglesia su pecado. Gravísimo lo que hace este hombre en la Iglesia. Pero, lo más grave, es que él mismo no ve su pecado. Otros lo ven, pero él no es capaz de discernir su pecado. Y, entonces, permanece en la Iglesia dando sus herejías y se cree santo, justo, inmaculado en todo lo que dice. Pero, lo que es peor, que los que lo rodean aplauden sus herejías. Eso es lo peor. ¡Menuda Iglesia la que hay en Roma!

“El Señor siempre ha custodiado a su pueblo, con los profetas, en los momentos difíciles, en los momentos en los que el Pueblo se desanimaba o era destruido”: Sigue sin entender que la Profecía es un camino divino y, por tanto, sólo Dios conoce todas las dificultades en ese camino. Y Dios lleva siempre a Su Iglesia por medio de dificultades. Dios no custodia a la Iglesia en los momentos difíciles. Dios guía a la Iglesia en cualquier momento: en los buenos y en los malos. La Profecía no es una custodia, es una guía del Señor. Dios dirige a las almas, sin quitar sus libertades. Y, por tanto, Dios conduce a las almas hacia Su Voluntad, pero Dios no preserva a nadie que no acoja Su Profecía, su Verdad en la Iglesia. Este es lo que no enseña Francisco: sólo le interesa recalcar que todos en la Iglesia están protegidos por Dios.

Dios custodia Su Palabra, Su Verdad, no a los hombres, no al Pueblo. Dios es Providencia con los hombres cuando éstos acogen Su Palabra de Verdad.

La experiencia profética es otra cosa muy distinta que una custodia del Señor sobre Su Pueblo. ¡Cuántos en el Pueblo, con Moisés, murieron porque no creyeron en la Profecía! El problema de los Profetas es sólo la falta de fe en el Pueblo, en la Iglesia. Dios da Su Palabra y siempre hay hombres que no creen, que rechazan la Palabra de Dios y, después, hacen lo que Francisco: guían la Iglesia por caminos equivocados, caminos del demonio, caminos para destruir la Iglesia.

“Es lo que sucedió en el corazón de la Virgen cuando estaba a los pies de la Cruz”: Francisco no entendió la Obra de la Corredención de la Virgen a los pies de la Cruz. Para Francisco, la Virgen duda, no entiende por qué Su Hijo muere en la Cruz: ‘¡Pero Señor tú nos hiciste esa promesa! ¿Ahora qué pasa?’. Esta enseñanza de este hereje demuestre que no tiene la Verdad de la Iglesia en su corazón.

Esto basta para decir que Francisco no pertenece a la Iglesia. Porque la Iglesia ha nacido en la muerte de Cristo. Y la Virgen, al pie de la Cruz, vio nacer la Iglesia, cuando el soldado atravesó a Su Hijo con la lanza. Ella, al pie de la Cruz, en su dolor místico, en su unión mística con el alma de Jesús, dio a luz a la Iglesia en el Calvario. La Virgen es la Madre de la Iglesia, la Madre de la Obra de Su Hijo. Así como la Virgen da a luz a Su hijo en el abandono de todos los hombres, en el silencio de la noche, en el rechazo de los hombres, en el pecado de los hombres, así da a luz a la Iglesia en el mismo pecado, en el mismo silencio, en el mismo rechazo de los hombres. La Virgen María comprendió perfectamente lo que pasaba en el Calvario. Francisco no tiene ni idea de lo que es la Virgen María al pie de la Cruz. Y, por tanto, destruye la Verdad con su negro pensamiento, con su diabólico pensamiento. Leer a Francisco es leer la mente del demonio.

“Cuando no hay profecía la fuerza cae en la legalidad, predomina el legalismo”: Esta es la política de Francisco. Cuando no está la Palabra de Dios, entonces están las leyes de los hombres. Esto es hacer política y decir que ninguna ley de los hombres vale.

Una cosa es la legalidad, la leyes, que pueden ser buenas o malas. Otra cosa es que falta la Profecía. Y , otra cosa, es que se acepte o no se acepte la Profecía.

La Profecía nunca falta, porque Dios siempre está hablando Su Palabra. El problema es siempre la falta de fe en los hombres. Este es el único problema. El legalismo no es problema, porque quien acepta la profecía, sabe moverse entre las leyes de la Iglesia. ¡El que tiene fe, después, de la debacle de 50 años de renovación litúrgica, sabe moverse entre tantas leyes inútiles para seguir dando a la Iglesia lo sagrado, lo santo, lo divino, y no hacer caso de leyes injustas!

Siempre el problema de la Iglesia es que no acoge la Palabra de Dios y, por tanto, sólo se fija en las leyes, pero se fija mal: es decir, comienzan a nacer a crearse otras leyes en la Iglesia que van en contra de la verdad. Pero Francisco no enseña esto. Sólo le interesa el motivo de la autoridad.

Francisco dice estas palabras porque los sumos sacerdotes, siendo la autoridad en la Iglesia, preguntaron a Jesús: ¿con qué autoridad haces eso? Y, Francisco, para explicar esta Palabra, se inventa todo este discurso de la profecía. Y no viene a cuento. Está de más. Sobra explicar la Profecía en este Evangelio.

En este Evangelio sólo hay que explicar que Jesús niega su Palabra a aquellos que no creen, que no aceptan Su Palabra. Jesús calla ante los hombres soberbios. Jesús se da a los hombres humildes. Y, por tanto, Jesús obra una Justicia con esos sumos sacerdotes. Jesús no obra el amor con esas almas. Les niega la luz, el conocimiento, la bendición, el don de la fe. Jesús no habla para nada de la Profecía. No hace falta, porque quiere enseñar la Verdad de lo que tiene que ser la Autoridad en la Iglesia: tiene que estar llena de la Verdad de la Palabra para poder guiar a las almas hacia la Vida Divina.

Pero estas cosas no las enseña Francisco. Enseña su demagogia: “Señor, libera a tu pueblo del espíritu del clericalismo y ayúdalo con el espíritu de profecía’”

Hay que pedirle al Señor que nos libre de un hombre que no sabe ver la Verdad y que guía a la Iglesia hacia la condenación. Que el Señor ilumine las conciencias de muchos para que vean lo que es este hereje y se opongan a él.

Ambición de poder en Roma

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“Apacienta Mis Corderos…Pastorea Mis Ovejas” (Jn 21, 15.17).

El Primado de Pedro es confirmar en la fe a toda la Iglesia. Confirmar en la fe significa enseñar, santificar y gobernar las almas de la Iglesia en la Verdad, que es Jesús.

Y, por tanto, ésta es sola la misión para Pedro, no para los Apóstoles. Para los Apóstoles: “La potestad y la autoridad de los obispos tienen el carácter de diaconía, según el ejemplo del mismo Cristo, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45)” (Pastor Bonus, n. 2). Los Obispos sirven a la Iglesia y ejercen el Primado de Pedro sujetos a Pedro, obedeciendo a Pedro, bajo Pedro.

En la Obediencia a Pedro, los Obispos sirven a la Iglesia y ejercen el servicio de la enseñanza, del gobierno y de la santificación. Es un servicio, pero no una confirmación.

Sólo Pedro confirma en la fe. Los demás hacen el servicio de esa confirmación.

Los demás, en la obediencia a Pedro, dan lo mismo que da Pedro en su Primado. Pero si no hay obediencia, los Obispos dan, en su servicio, otra cosa muy distinta a la Iglesia.

Benedicto XVI renunció a ser Pedro: luego, no hay en la Iglesia nadie que confirme en la Fe. Nadie que apaciente los corderos y pastoree las ovejas.

Eso es claro desde la renuncia de Benedicto XVI. Muy claro para el que vive de fe. Para los demás, todo sigue igual, como antes, como siempre. Es sólo otro hombre más que se dedica a hacer otras cosas, con otros fines, con otros intereses, pero que hace el papel de Pedro.

La gente no discierne nada en la Iglesia. No quiere discernir. Y, por eso, pasa lo que vemos en toda la Iglesia.

Un conjunto de hombres que están inventándose una nueva iglesia en Roma. Y sólo es eso. Y, por supuesto, cogen del Evangelio, del Magisterio de la Iglesia, de la Tradición aquello que les interesa resaltar en su nueva iglesia.

Lo cambian todo para poner su mentira y llamar a esa mentira verdad que todos deben seguir.

Ese fue el juego de los Cardenales que eligieron a Francisco: tienen que seguir a ese necio como Papa, a ese mentiroso como Papa.

Y este es el juego que hace Francisco en la Iglesia: tienen que seguir lo que yo pienso de la Iglesia.

Y no hay otra cosa en la Iglesia: la mente de un necio en Roma, al que todos hacen el juego. Todos bailan a su alrededor para obtener de ese necio un puesto en su gobierno y un fajo de billetes en su bolsillo.

Así se hace ahora la nueva iglesia en Roma: poder y dinero.

Ya no interesa ni enseñar la verdad, ni poner el camino de la santificación, ni gobernar con la Verdad en el corazón.

Esto no interesa: es la enseñanza de Francisco en su panfleto comunista Evangelii gaudium. Hay que vivir alegres porque Jesús es alegría. Jesús nos ha salvado. Y todos contentos por eso. Y no dice de qué cosa nos ha salvado Jesús, ni dice el camino para obtener esa salvación, ni dice los peligros que acechan a las almas en ese camino, ni dice las normas ni las leyes que hay que aplicar para mantenerse a salvo de los peligros. Sólo dice que hay que estar contentos y felices en la vida porque todo es bello.

Quien lea esta basura de Francisco ve lo que es Francisco. Y no puede no verlo. Ya no se puede decir que Francisco ha dicho otra cosa, que hay que entender sus palabras en su contexto. Francisco ha sido claro. Y esto es lo que le perjudica ahora.

Porque no se puede poner en práctica esa basura sin destruir la Iglesia.

A Francisco, ahora, todos lo miran para ver cuál es su jugada. Y esto es lo que no le gusta a Francisco: que le critiquen, que le juzguen, que le estén mirando para tumbarlo.

Él quiere que la gente lo mire para aplaudirlo y alabarlo. Para eso se ha puesto como jefe de la Iglesia. Sólo para eso. No le interesa confirmar a nadie en la fe. Él nunca quiso ser Papa. Él siempre quiso estar arriba para recibir la ovación de todo el mundo.

Es su orgullo. Él vive de su orgullo. Él no vive de la Verdad. No puede. No sabe lo que es la Verdad. Sólo hay que leer su panfleto y uno se da cuenta que no ha entendido ni lo que es la vida de la Iglesia, ni lo que es la vida espiritual del alma en la Iglesia. Para el que tenga un poco de espíritu, ve la necedad de Francisco. Ve el camino por el que anda Francisco. Y ve hacia dónde va la Iglesia en ese camino.

Para el que no le interesa la vida espiritual, Francisco es como cualquier gobernante en el mundo. Hay que seguirlo porque toca seguirlo, por una mayoría que lo votó.

Los Cardenales hicieron ese juego con Francisco y lo impusieron a toda la Iglesia como un auténtico Papa. Esa fue la malicia de esos lobos vestidos de piel de oveja en el Cónclave.

Todos actuaron con malicia. Nadie se salvó de ese pecado de elegir a un hombre sin la Voluntad de Dios. No preguntaron a Dios si había que elegir a alguien. Nadie se preocupó de este importantísimo punto, porque ninguno tiene fe.

Se obra así porque se carece de fe. Quien tiene fe, dice: no elijo a nadie porque hay un Papa vivo.

Pero a nadie le interesa la Verdad del Papado. A nadie. A todos les interesa ponerse en la cabeza del gobierno de la Iglesia para mandar sus caprichos en la Iglesia: poder, dominio de poder, ambición de poder, lucha por el poder. Eso fue el Cónclave en que es elegido Francisco. Los hombres pensando en gobernar la Iglesia, pero nadie pensando en obrar la Voluntad de Dios en la Iglesia.

Este juego de los Cardenales viene de atrás, dos años antes, en que se prepara el golpe de estado en la Iglesia: hay que echar a Benedicto XVI porque se quiere el poder en la Iglesia. La lucha por el poder viene de antes y se concluye en el Cónclave. Y sale un ganador: Francisco. El que más luchó por estar arriba.

Y los hombres en la Iglesia siguen sin entender este punto, sin discernirlo en la Verdad.

Claro, las leyes de la Iglesia dan capacidad para elegir a un Papa cuando otro renuncia. Y ya está. Ahí se acabó todo el discernimiento de muchos en la Iglesia.

Nadie discierne nada, nadie ve la Verdad en la Iglesia.

Discernir no es juzgar con la mente. Discernir es ver el Pensamiento de Dios y aplicarlo en la Iglesia y en la vida de cada uno.

Y el Pensamiento de Dios no es el pensamiento de ningún hombre en la Iglesia: “Mis Pensamientos no son vuestros pensamientos”. Antes de dar un paso en la Iglesia hay que mirar a Dios, hay que elevar el alma a Dios, hay que despojarse de cualquier idea humana, de cualquier ley humana para poder entender lo que Dios quiere en ese momento.

Esto es lo que nadie hizo y, por supuesto, esto es lo que nadie va a hacer, ahora, en Roma.

Ahora todos siguen el mismo juego. Ahora todos van tras la pelota: el poder. Todos. Incluso los que no quieren a Francisco como Papa, pero quieren que otro se ponga a resolver este dilema que tiene la Iglesia ahora.

Es que, por más que se ponga una cabeza diferente a Francisco en la Iglesia, no se va a resolver los problemas de la Iglesia.

El único que puede resolverlos es Benedicto XVI. El único. Pero como sigue en su pecado, no hay cabeza que ponga una solución a la Iglesia.

Y no se puede esperar que Benedicto XVI haga algo como Papa. Puede hacer algo como Obispo, pero no le van a dejar actuar como Papa. Es una ilusión pensar que Benedicto XVI tiene el camino abierto para ser de nuevo Pedro en la Iglesia. No. Se le han cerrado todos los caminos y vive confinado, preso, sin poder hacer nada, por la maldad de muchos en la Iglesia, muchos entorno a él.

Hay que rezar por él, pero sin hacerse ilusiones de algo más. Quien va discerniendo todo lo que pasa en la Iglesia, sólo ve una cosa: tarde o temprano hay que irse de Roma. Y no ve más, no puede comprender otra cosa.

Los hombres en Roma siguen en lo suyo: todo va viento en popa en la Iglesia. No pasa nada. Todos con Francisco, que es el nuevo Papa, renovador de la Iglesia. Y no hay otra predicación ni en el mundo ni en la Iglesia. Se calla todo lo demás.

Y, ante esto, es lógico que comiencen las persecuciones a aquellos que no se ponen con Francisco o con quien esté en el gobierno de la Iglesia. Es normal. Así obran los que dejan ver en sus caras su ambición de poder: persiguen a los que se oponen a su poder.

No se puede estar con Francisco. Eso es el abc de la vida espiritual: quien engaña merece el desprecio. Y quien sigue engañando, sin quitar su pecado, merece el odio santo. Y quien se atreve a proclamar en la Iglesia su engaño como una verdad, entonces merece enfrentarse a él, oponerse a él, para estar en la Verdad.

No se puede estar al lado de un mentiroso. En la Iglesia hay que estar en la Roca de la Verdad, que es Jesús. Y quien no se pone en esa Verdad, no es Iglesia y no hace Iglesia.

Massimo Introvigne: maestro de la ley

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“El malestar no debe ser confundido con el rechazo del Magisterio ordinario, ya esta actitud sí lleva al cisma” (Massimo Introvigne (publicado en il Foglio, 11 octubre 2013, p. 4)).

Este analista da una visión equivocada de lo que pasa en la Iglesia, porque no se pone en la Verdad.

La única Verdad que hay que seguir para entender la situación de la Iglesia actualmente es ésta: Nadie puede elegir un nuevo Papa estando vivo el anterior.

Esta Verdad, que está en el Evangelio, nadie la sigue. Y no se sigue porque no se cree en la Palabra de Dios, sino que se cree en las razones de los hombres para elegir un nuevo Papa.

Si la Iglesia no se pone en esta verdad, la Iglesia camina escuchando a mentirosos como Introvigne, que tienen el atrevimiento de decir lo siguiente: “Es posible que el Papa Francisco realice otras reformas en la Iglesia que el fiel católico deberá acoger con docilidad y sin buscar leerlas como contrarias a las enseñanzas de los pontífices precedentes sino teniéndolas en cuenta.”

Cuando el alma no está en la Verdad, entonces su boca proclama mentiras.

El malestar por las declaraciones de Francisco significa un rechazo a Francisco y no a la Iglesia. Un rechazo porque Francisco no es el Papa, es un Anti-Papa.

Si no se comienza así, entonces todo el artículo de este hombre es una solemne tontería.

La Iglesia está molesta con Francisco porque ha dicho cosas que no las dice un verdadero Papa, ni siquiera en su magisterio privado con los fieles, que es siempre falible, porque no habla en nombre de la Iglesia, públicamente, sino que lo hace en habitaciones privadas sin que a nadie le interese lo que se diga ahí.

Pero Francisco ha hablado como Jefe de la Iglesia, y eso no hay quien lo cambie buscando pretextos, razones, para acallar el malestar por la bocazas de Francisco, por las imprudencias de Francisco, por el pecado de Francisco.

Como Francisco es un Anti-Papa, entonces se le puede criticar, se le puede juzgar, se le puede condenar y eso no produce ningún cisma. Porque el cisma se produce sólo en la desobediencia al Papa. Es así que Francisco no es Papa. Luego, no hay cisma. Esto es el sentido común.

Como este analista no se pone en la Verdad, sino que sigue su verdad (=Francisco es Papa), entonces mete miedo con una verdad. Y hace un mal enorme a toda la Iglesia, porque quiere enseñar con una verdad su mentira.

Todo su artículo es el propio de una mente que no ha comprendido nada de lo que es el Papado y la obediencia al Papa en la Iglesia. Es un ignorante de la vida espiritual de la Iglesia. Está versado en la vida política de la Iglesia y, por eso, limpia las babas a Francisco, para que todo el mundo en la Iglesia haga lo que él hace: justificar el pecado gravísimo de Francisco.

Y cuando se justifica un pecado en la Iglesia, entonces el pecado es un dogma en la Iglesia y, por eso, dice que hay que acoger con docilidad cualquier cosa que Francisco quiera imponer en la Iglesia, aunque Francisco destruya los dogmas, las verdades reveladas.

Y hay gente en la Iglesia que sigue a este analista como oráculo divino, como el que da la Voluntad de Dios, como el sabio entre los sabios en la Iglesia. Así está la Iglesia: «¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!» (Lc. 11,47-54)

Massimo Introvigne es sólo un maestro de la ley que se ha quedado con la llave del saber. La llave del saber es su vasta inteligencia humana. Y en esa vasta inteligencia escudriña los conocimientos de todos los hombres y anuncia a toda la Iglesia la verdad que ha encontrado en vasta inteligencia. Y así él no entra en la Verdad ni deja entrar a los demás en la Verdad. Como él hay tantos en la Iglesia, que se han acaudalado en sus conocimientos de la verdad y lo imponen a los demás porque tienen una autoridad en la Iglesia. Necios y sólo necios de pensamiento cuyo error es su pecado de soberbia. Acarician su soberbia y demuestran su soberbia en medio del mundo para que todo el mundo la lea y la siga.

La Fe en la Iglesia no la da el sociólogo Massimo Introvigne, sino que la da la Palabra de Dios. O se cree en la Palabra de Dios que dice no elegir Papa mientras sigue vivo el anterior, o se cree a tantos en la Iglesia que quieren poner su razón para seguir en la mentira de unos Cardenales que pecaron al elegir un nuevo Papa.

Francisco es el fruto del pecado de los Cardenales que obraron en la Iglesia sin Fe en la palabra de Dios. Obraron su pecado porque tienen la fe puesta en los pensamientos de cada uno, en las filosofías de cada uno, en las políticas de cada uno. Y, de esta manera, se peca.

El pecado es, siempre, por la falta de fe. Nunca el pecado es por tener fe. Cuando el alma se aparta de la Verdad, que es Jesús, para seguir sus verdades, que son sus múltiples ideas sobre Jesús y sobre la Iglesia, entonces tenemos lo que tenemos: la glorificación del pecado en la Iglesia. El pecado ya es una cosa divina en la nueva iglesia que Francisco ha fundado con se memoria fundante. En esa nueva iglesia los que quieran estar tiene que pecar y eso les llevará al cielo.

Y, porque hay mucha gente en la Iglesia que vive buscando una razón en los hombres para tener fe, por eso, siguen dormidos en la Fe, siguen aplastados en sus pecados, viendo a la Iglesia como algo que les da un interés en la vida, pero no la Verdad de sus vidas.

El cisma lo ha provocado Francisco, no sólo con sus declaraciones, sino con su gobierno horizontal. Es él el que se ha apartado de la Obediencia de Cristo y ha puesto su orgullo en medio de la Iglesia. Y, ahora, no vengan hombres sin sentido religioso, como este sociólogo Massimo Introvigne, necio en su pensamiento, a decir que hay que obedecer a todos los cambios que haga Francisco, porque es el Papa y al Papa no se le puede criticar.

Que los que deseen esa nueva iglesia obedezcan a su dictador francisco y a su gobierno de marionetas, que son los ocho prepotentes de Roma. Pero que no manden a la Iglesia obedecer a un Anti-Cristo, porque ahí se ve su falta de fe y su negocio con Francisco.

Ahora se quiere, de muchas maneras, tapar las barbaridades que Francisco ha dicho. Pero ya no es posible.

O se está con la Iglesia o se está con la nueva iglesia de Francisco. Que cada uno elija, pero que no digan lo que hay que hacer en la Iglesia, cuando ellos ya no son Iglesia por su cisma que han provocado en la misma Iglesia. Cisma encubierto, pero cisma verdadero. Cisma en silencio, pero que lo oyen las almas que viven de la Fe en la Verdad, que es Jesús.

El que habla la Verdad nunca provoca ningún Cisma, pero el que se atreve a levantar su pecado en medio de todos como la verdad, entonces es ése el que provoca el Cisma en la Iglesia.

Por sus obras los conoceréis

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Muchas personas todavía no han comprendido lo que está pasando en la Iglesia.

No captan la gravedad de los acontecimientos que han surgido desde la renuncia del Papa Benedicto XVI.

Se ha presentado esa renuncia como un derecho del Papa. Y eso es una mentira. Y el propio Papa Benedicto XVI ha tenido que mentir a toda la Iglesia, y no ha podido decir la verdad porque hay un poder en la Iglesia por encima del Papa. Un poder dictatorial, distinto del Poder que tiene el Papa, recibido de Dios.

Un poder de los hombres, escondido en la Iglesia desde siempre, pero que actúa en contra del Poder del Papa.

Y ante esta verdad, no se puede decirla como es, porque ese poder mata, aniquila, destruye. No es un poder benigno que lucha en la Iglesia para poner una idea. Es un poder maligno que se alimenta de odio contra la Iglesia y que busca todos los caminos para impedir que la Iglesia sea lo que Jesús quiere.

Y, por eso, hay que leer la historia de la Iglesia bajo esta perspectiva de la existencia de un poder humano, dictatorial en Ella.

Este poder humano es el castigo del Padre a la Iglesia por haber matado a Su Hijo.

Fue el poder político de entonces el que juzgó a Jesús y lo condenó. Y la Iglesia, los Apóstoles y los discípulos, fueron los que abandonaron a Jesús a merced de este poder humano.

El poder humano no tiene derecho a juzgar a la Iglesia, ni las cosas divinas que están en la Iglesia. Y no tiene derecho porque el poder humano nace de la razón humana. Y la Iglesia no se rige por la razón humana, sino por la Mente Divina: el Pensamiento del Padre, la Palabra del Hijo, el Amor del Espíritu Santo. Esos tres forman la Mente Divina.

Porque el hombre, con su razón, juzgó a Jesús ,y nadie le dio un refugio, nadie le defendió, nadie le importó su muerte, entonces la Justicia Divina pone en la Iglesia, que es Su Iglesia, la que estableció Jesús en la Roca de la Verdad, este poder humano, movido por el demonio, para purificar a la Iglesia de su pecado en contra de Jesús, que es Su Cabeza.

El pecado de Pedro, la negación de Pedro, trae este castigo a toda la Iglesia. Si Pedro no hubiese negado al Señor, entonces lo habría defendido y la Iglesia sería otra cosa distinta a lo que hemos visto en 20 siglos de Iglesia.

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Pero Pedro negó a Su Maestro, se arrepintió de su pecado, pero queda expiarlo. Y se expía de la forma que el Señor quiere. Por ser el pecado del Vicario de Cristo, de la Cabeza Visible de la Iglesia, la Iglesia tiene que soportar la presencia de otro poder que guerrea continuamente contra el Vicario de Cristo. Por eso, hay que leer la historia de la Iglesia mirando también este poder humano, que no se muestra, que está oculto, pero que lo mueve todo para impedir que las almas vivan la Fe de la Iglesia, que es la Fe en Cristo Jesús.

Por tanto, cuando un Papa renuncia a su cargo, hay que ver la razón de esa renuncia, la razón que da el Papa a toda la Iglesia. Y una vez que se da esa razón entonces se juzga el acto del Papa.

El Papa Benedicto XVI sólo da una razón material, humana, carnal: su salud. Esa razón no sirve para renunciar a la Elección de Dios sobre él. Y, entonces, viene el juicio: el Papa sigue siendo Papa, porque no ha dado una razón divina.

Sólo Dios quita un Papa. Nadie más. Sólo Dios une en el sacramento del matrimonio. Hasta la muerte están casados. No vale el divorcio, no vale la separación. Lo que Dios ha unido nadie lo separa, nadie lo quita. No hay razón humana para dejar el matrimonio. No hay excusa. E igual vale para el sacerdocio y para el Papado.

Dios llamó a Benedicto XVI a ser Papa. Esa elección divina es hasta la muerte. Y ya el hombre puede decir lo que quiera del Papa, puede presionar lo que quiera al Papa, puede matarlo o lo que quiera hacer, Dios elige a un Papa hasta la muerte. Y si Dios quiere quitarlo, el Papa tiene que dar la razón divina de eso. Y Dios no dio ningún razón al Papa para irse. El Papa puso su mentira y nada más. El Papa está obligado a dar esa razón divina. Y si no puede darla, tiene que hacer lo que hizo Gregorio XII, cuando se le pedía renunciar al Papado: huir y que otro leyera la renuncia. Y, entonces, el Papa no peca.

Ese poder humano en la Iglesia es ahora cuando se ha destapado y se le ve a las claras. Y es lo que las personas no acaban de ver.

Toda la Iglesia se ha movido para poner un Papa mientras vive el anterior. Y lo ha hecho bajo el dominio de ese poder político. No lo ha hecho por Voluntad de Dios, porque la Fe dice: mientras el Papa vive, no se puede elegir otro Papa. Si se elige, ese Papa es un Anti-Papa. Ahí tienen la historia de la Iglesia con los Anti-Papas.

Nunca un Anti-Papa sale de la elección divina. Un Anti-Papa sale de la elección de los hombres.

Y aquí está el engaño en que ha caído toda la Iglesia: todos han montado el número de un nuevo cónclave, poniendo cantidad de razones para elegir un nuevo Papa, mientras el anterior sigue vivo. Este es el teatro de la Jerarquía de la Iglesia. En ese teatro, en es cónclave, no estaba el Espíritu Santo, porque el Espíritu no llamó a la elección de un nuevo Papa. Fueron los hombres, impulsados por ese poder político, los que entraron en ese cónclave y pusieron su Anti-Papa.

Ese Anti-Papa, -que es ahora Francisco-, es sólo la figura del Papa, la imagen del Papa, lo exterior del Papa, lo material del Papa, pero sin lo espiritual: no tiene el Poder recibido de Dios. Tiene el poder político, que en la Iglesia siempre ha estado escondido, y que ahora se revela a las claras al mundo.

Y es lo que hace Francisco en su reinado: mostrar este poder político, este poder humano. Y nadie se ha dado cuenta de ello. Un Papa verdadero no hace lo que hace Francisco. Un Papa verdadero es prudentísimo en el hablar. Y ¿dónde está la prudencia en Francisco? En ninguna parte. Un Papa verdadero obra en la Iglesia como la Iglesia ha enseñado desde siempre. Y ahí están sus obras en la Iglesia, que no son las obras de un Papa, sino de uno que se viste como Papa. Y no hay más.

Y Francisco es el primero entre muchos reyes. El sólo tiene que poner lo que ha puesto en la Iglesia: el gobierno horizontal. Una mesa redonda donde se discuten de muchas cosas, pero no se hace nada para la Iglesia. Se hace todo para el poder político ya constituido en la Iglesia y que va a obrar en consecuencia. Ya no va a obrar ocultamente, como en 20 siglos de Iglesia. Ahora es a las claras. Y, por eso, viene lo peor.

Mientra Francisco sigue en su juego dando discursos bellos a la gente y haciendo que la gente no caiga en la cuenta de su gran error, la mesa redonda hace sus planes para ir desbaratando todo lo divino en la Iglesia. Y se va a empezar por las cosas pequeñas, pero que duelen a la Iglesia. Y de las pequeñas se va a llegar hasta suprimir el Sacrificio de la Misa. Porque todos siguen la concepción de la fe en Francisco.

La fe para Francisco es sólo una memoria, un recuerdo, un pensar sobre lo que pasó en el pasado, para sacar ideas y entender lo que se hizo en el pasado, y así formar un futuro, con esas ideas, con ese entendimiento del pasado. Esto va en contra de la Fe Divina. Francisco es sólo un hombre sin fe, que se ha inventado la fe y la forma de estar en la Iglesia haciendo lo que hace, pero sólo da lo material en lo que hace, no lo espiritual.

Está como Papa, pero sólo da lo material del Papado, no enseña la vida espiritual a las almas y a la Iglesia porque no tiene fe, no vive la Fe en Jesús, vive sólo su recuerdo, su inteligencia, su pensamiento de lo que hizo Jesús. Por eso, él no consagra, no bendice, no hace nada espiritual en la Iglesia. Habla de Dios, de la Virgen, de Jesús, de la Iglesia, de muchas cosas, y no da el Espíritu de esa Palabra. Sólo enseña su forma de entender todo eso. Una forma que le viene de su falta de Fe absoluta. No es que tenga un poquito de Fe. Es que no tiene nada.

«Por sus obras los conoceréis» (Mt 7, 25), no por sus palabras. Por las obras de su corazón. Y Francisco tiene un corazón para el hombre, para el mundo, para el demonio, pero no para Dios.

Francisco: líder político

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Francisco se ha convertido en un líder político, un rey político, un jefe de un estado laico.

El Papa sólo tiene validez en un gobierno vertical, que es el que siempre ha estado en la Iglesia desde su fundación. El Papa sólo es Papa en un gobierno vertical. Jesús fundó Su Iglesia sobre Pedro -y sólo sobre Pedro-, no sobre los Apóstoles. Jesús, en Pedro, forma el gobierno vertical, donde Pedro tiene todo el Poder en el gobierno. Poder que no lo comparte con nadie, con ningún otro Apóstol u Obispo. Poder que no necesita a los hombres para que se obre.

Si se coloca un gobierno horizontal, automáticamente se suprime el gobierno vertical, porque el Papa no necesita de nadie para gobernar la Iglesia.

Colocar un gobierno horizontal no es ir hacia un gobierno de muchos e ir dejando el gobierno de una cabeza en la Iglesia. No significa un gobierno in fieri, un gobierno que se va haciendo, que se va constituyendo y que, poco a poco, se va desprendiendo del antiguo gobierno para hacer el nuevo.

El gobierno horizontal es un gobierno in facto esse, ya constituido como gobierno, ya hecho como gobierno. Y, por eso, ese gobierno horizontal anula completamente el gobierno vertical. Y, por más que se diga que ese gobierno horizontal, de muchas cabezas, es sólo una ayuda para el Papa, en la realidad de la Iglesia, ante Dios, se ha anulado el gobierno vertical, se ha anulado al Papa, se ha anulado el Poder Divino en el Papa, se ha ido en contra de la Autoridad Divina en la Iglesia, y lo que queda es sólo la figura del Papa, es decir, un hombre vestido de sotana blanca, sin Poder Divino, sin tener ya la potestad de atar y desatar en la Iglesia, que sólo se hace llamar Papa, pero que es un jefe político, como otro cualquiera en el mundo.

Esta verdad sólo la ven los humildes de corazón. Los demás no ven nada. Y si lo ven, callan.

Francisco ha puesto en su gobierno horizontal personas imbuidas de sus misma doctrina comunista, marxista, socialista que hace gala en sus predicaciones.

Las ocho cabezas que forman ese gobierno son almas sin vida espiritual, sin sentido espiritual, que están sólo en la Iglesia para seguir el pensamiento de Francisco, no para seguir el Evangelio.

La Iglesia no tiene que meterse en la política, en la vida política, que es lo que quiere Francisco. Un claro ejemplo es lo que predica Francisco a las monjas de clausura: «Las monjas de clausura están llamadas a tener una gran humanidad, una humanidad como la de la Madre Iglesia; humanas, entender todas las cosas de la vida, ser personas que entienden los problemas de la gente, que saben perdonar y rezar al Señor por las personas» (A las clarisas, 5 de octubre).

Estas son las palabras de un jefe político que coge las palabras del Evangelio y las utiliza para dar su panfleto a las almas, su doctrina comunista a la Iglesia.

Las monjas de clausura están llamadas a tener una gran vida contemplativa, vida sólo para el Señor, vida dedicada sólo al Señor. No tienen que estar pendientes de nada humano, porque así lo enseña la Palabra Divina: «Marta, Marta, estás en las muchas cosas de la vida. Y sólo una es la importante. La que ha escogido María. Y nadie se la quita.» (cf. Lc 10, 38).

Sólo un líder político habla así a unas monjas de clausura. Ningún Papa, ningún líder religioso dice a las monjas que debe preocuparse por los problemas de la gente, por conocerlos, porque no es la misión de las monjas de clausura.

La Iglesia no está para hacer política, para resolver los problemas de las personas, para dar solución a los problemas económicos, sino para dar el Evangelio. Y no para otra cosa.

Cuando los sacerdotes se meten en la política, entonces dejan de ser sacerdotes y cogen la mente de los hombres, la mente de los políticos y todo lo ven con esa mente.

La Iglesia tiene que enseñar a los políticos la vida espiritual, la vida moral, la ética en el gobierno. Y trazar las normas del Evangelio para que los hombres gobiernen bien en el mundo. Pero la Iglesia no tiene que hacer política, como la está haciendo Francisco.

Francisco

Francisco, con su gobierno horizontal, ha iniciado una nueva iglesia para obrar en esa iglesia la doctrina contraria al Evangelio de Jesús. Una doctrina basada en los conocimientos de los hombres, imbuida de todo el anaquel comunista, y representada por los hombres de la masonería, uno de ellos es el propio Francisco.

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Francisco era miembro honorario del Rotary Club de Buenos Aires desde 1999, que es un grupo masónico. Era una persona relevante en esa comunidad, como se puede apreciar en los documentos adjuntos y se puede ver en la página de esa comunidad.

Francisco es apoyado por la masonería argentina y, oficialmente, por el “Gran Oriente de Italia”, la masonería italiana.

El “Gran Maestro Raffi” declaró que “nada quedará como está” con Francisco. “Nuestro deseo es que el pontificado de Francisco… pueda marcar el retorno a la Iglesia-Palabra en vez de la Iglesia-Institución, promoviendo un diálogo abierto con el mundo contemporáneo, con creyentes y no creyentes, siguiendo la primavera del Vaticano II”. Declaraciones que revelan la política de Francisco en su reinado.

Francisco, siendo Cardenal, oficio una verdadera LITURGIA DE CONMEMORACIÓN, creada por la Comisión de Diálogo Interconfesional de la B’nai B’rith, para dar culto al holocausto judio por los nazis. Una misa masónica para entronizar la mentira sobre los nazis. Misa para poner de relieve la verdad de los hombres por encima de la Verdad de Dios. Son los fariseos de la verdad que no saben encontrar la Voluntad de Dios en sus vidas. Judíos que no han aceptado el pecado de sus padres cuando negaron la Mesianidad de Jesús y, por eso, tienen que expiar ese pecado hasta que la Justicia de Dios se cumpla sobre ellos.

Masones felicitan al Papa

Francisco está en la Silla de Pedro sólo por los masones que lo eligieron en el Cónclave. y, por tanto, desde su inicio ha procurado tapar todo lo religioso, todo lo divino, todo lo santo en la Iglesia, para hacer resplandecer la mente masónica en la Iglesia.

Francisco no es un hombre tonto, que no sabe lo que dice. Sabe muy bien cómo desenvolverse en el Vaticano y sabe muy bien las cosas que hay que decir y las que hay que obrar en cada momento para conseguir su objetivo: poner en el gobierno de la Iglesia al hombre que va a acabar con la Iglesia.

El gobierno horizontal de Francisco es sólo una pantalla para que no se vea lo que en realidad está sucediendo en la Iglesia.

Ese gobierno horizontal tiene la tarea de cambiar las diferentes constituciones, normas que la Iglesia tiene actualmente, para poner los nuevos estatutos de la nueva iglesia.

Esos nuevos estatutos son documentos firmados por Francisco para dar a la iglesia el carácter de sociedad estatal, civil, mundana, profana. Es decir, Francisco tiene que conseguir acabar con la mentalidad religiosa en la Iglesia, en la que no se permite la política, hacer política, obrar la política, porque Cristo tiene su doctrina, que es contraria a cualquier doctrina del mundo y de los políticos.

La tares de Francisco y de ese gobierno es lavar la cara a la Iglesia. Presentarla como un modelo a seguir para todos los estados civiles en el mundo.

La lucha en la Iglesia, durante estos años, ha sido una lucha entre la Fe y la Masonería, entre el pensamiento de los hombres que viven la Fe de la Iglesia y el pensamiento de los hombres que no tienen fe y que quieren hacer de la Iglesia otra cosa diferente.

Benedicto XVI fue empujado por los masones a renunciar al Pontificado. Benedicto XVI no era un Papa modelo en la vida espiritual. Era un Papa miedoso de los hombres y que no sabía lidiar contra los masones en la Iglesia.

Su renuncia no tiene nada que ver con su salud, sino con la presión a muerte de los masones, es decir, de Obispos que quieren el poder en la Iglesia y que desean que la Iglesia sea un estado laical, no un estado religioso.

Por eso, el gobierno horizontal de Francisco impulsa a los laicos en la Iglesia, impulsa la subida al poder de las mujeres, como ya se va a dar en España, donde una mujer va a ser Secretaria de la Conferencia Episcopal. Ser secretario en la Conferencia no es para tomar apuntes de lo que dicen otros, es para gobernar. El secretario de una Conferencia Episcopal tiene funciones de gobierno en la Iglesia.

El gobierno de Francisco, su gobierno de ocho cabezas, es sólo para dar a la Iglesia la síntesis de una empresa para el mundo. Una empresa que sea beneficiosa para el mundo y que, con ella, se puedan resolver los diferentes problemas del mundo. Por eso, Francisco insiste tanto en el dinero con los pobres, en el trabajo para lo jóvenes, en la atención con los ancianos. Está creando su negocio en la Iglesia, su empresa política y económica en la Iglesia. No es otra cosa su predicación, su falso amor por los hombres, su inútil enseñanza del Evangelio.

Francisco ya no tiene ningún poder en la Iglesia de Jesús, porque se ha apartado de la Autoridad Divina poniendo el gobierno horizontal. Y, por tanto, no hay que hacerle ningún caso, no hay que seguirle en ningún documento que saque a partir de ahora. Porque la voz de Francisco ya no es la Voz de la Iglesia. Es la voz de su iglesia nueva, que no comulga con el Evangelio de Cristo, sino que re-escribe el Evangelio de Cristo. Y todo aquel que predique un Evangelio distinto al de Jesús sea anatema.

Muchas almas en la Iglesia no se han dado cuenta del pecado de Francisco al poner el gobierno horizontal, porque no tienen vida espiritual, no saben hacer Iglesia. Están en la Iglesia como están en su casa, sin ningún interés por los asuntos de la Iglesia, sólo interesadas en sus asuntos humanos, en sus problemas humanos. Y, de esta manera, no se puede hacer Iglesia.

Hay que estar en la Iglesia sin los asuntos de la vida común, buscando los intereses de Dios, no nuestros intereses personales; luchando por la Verdad, que es Jesús, no luchando por nuestras verdades; obrando la Verdad, que es Jesús, no obrando nuestras buenas obras humanas, que no sirven ni para salvarnos ni para santificarnos.

Muchas almas siguen aplaudiendo a Francisco y siguen escuchando sus discursos y piensan que algo bueno se va a hacer con Francisco en la Iglesia. Todavía guardan cierta esperanza después de las horribles declaraciones de ese necio.

Y no quieren ver la Verdad: Francisco es el juguete del demonio, que se viste de ángel de luz, para asombrar a los hombres que sólo buscan el bienestar en sus vidas y en la Iglesia. Y, por eso, lo adulan , lo aplauden, y temen verlo como es, como su alma está en la Presencia de Dios. Un alma oscurecida por su pecado que no sabe amar a nadie, sólo ama a su pecado. Y su pecado es su nueva iglesia.