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La iglesia de los maricones, comunistas y herejes

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«… está en curso la destrucción espiritual de la Iglesia y de las almas y harán de todo por establecer lo antes posible una Única Religión Mundial» (Conchiglia – 28 de julio del 2014).

Bergoglio ha usurpado el Trono de Pedro y representa -en el gran teatro del Vaticano- funciones públicas para entretener a las masas, y así amansarlas y hechizarlas con una doctrina en que sólo busca la gloria de sí mismo.

Bergoglio habla para atraer sobre sí mismo los méritos y las glorias que no puede tener.

Bergoglio obra para complacerse a sí mismo, dando a la masa lo que le pide, lo que le agrada, lo que le hace disfrutar de la vida.

Bergoglio es un hombre sin amor, sin fe, sin humildad. Es decir, es un hombre orgulloso, que se muestra como el salvador del mundo, que se alumbra con las luces de la herejía, del cisma y de la apostasía de la fe. Y, por eso, Bergoglio se arrodilla sólo delante  de las falsas religiones. No puede arrodillarse delante de Jesucristo porque no cree en Su Divinidad. Se arrodilla ante los herejes, en vez de atraerlos a la fe católica, porque no cree en la verdad inmutable.

La idea de la masonería es reunir a todas las religiones y crear una religión universal: la religión en la que todos los hombres están de acuerdo. Es la unión de mentes, que pasa por la unión de los cuerpos.

Para llegar al matrimonio gay es preciso llegar primero a la unión gay, unión de cuerpos. Una vez legalizado esta unión, en todas las iglesias, entonces se pasa al siguiente nivel: la unión de mentes. Las mentes de los hombres se unen en un matrimonio, con una atadura para formar la sociedad ideal, la iglesia universal.

Es necesario unir los cuerpos espirituales de las diversas religiones para formar la unión mística de la iglesia del anticristo, el matrimonio místico entre las almas y el anticristo, su cuerpo místico.

Para eso es necesario atacar la doctrina católica que impide que muchos hombres puedan entrar en esta religión universal.

Es necesario cambiar la doctrina católica, borrar de la faz de la tierra el sacrificio de Cristo en la Cruz.

Se quiere suprimir a Cristo para que los hombres sigan a los hombres, den culto a sus ideas maquiavélicas.

La Iglesia está en ruinas. Y esto no lo sabe ver la mayoría de los católicos.

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Están levantando la Iglesia mundial de Satanás, en donde se enseña a todos los fieles a respetar y aprender de las enseñanzas heréticas de Martín Lutero:

«Después de cincuenta años de diálogo ecuménico, incluso para un cristiano católico se puede leer con respeto el texto de Lutero y aprovechar sus ideas» (Cardenal Reinhard Marx – Revista “Politik y Kultur”).

Sólo un hereje enseña a seguir a otro hereje. Sólo un hereje no ataca a otro hereje. Sólo un hereje destruye el camino que los santos han marcado para la salvación de las almas.

Así lo hizo Bergoglio cuando usurpó el Trono: puso como modelo la doctrina de un hereje, Kasper. Y está destruyendo todo lo santo que hay en la Iglesia.

Y así lo hacen los que lo siguen, los que obedecen a Bergoglio. Es la Jerarquía que no combate a los herejes, que no batalla por la vida espiritual, que no se dedica a salvar almas, sino que pone la herejía, el error, la mentira, como norte de la iglesia.

El error, en vez de la verdad, es el alimento de muchos católicos. Han dejado de amar la verdad, han dejado de buscar el sentido a su vida. Ahora son sólo veletas de las mentes de muchos sacerdotes y Obispos, que son falsos porque han perdido la fe en Cristo y en Su Iglesia.

Ahora es el tiempo de luchar por un prestigio social, político, económico, material, humano.

Ahora es el tiempo de la condenación de las almas en vida. Vivir sin arrepentirse de los pecados: esta es la iglesia que se busca, que se persigue.

Como «la unión con Cristo es el bien supremo del hombre, hay que unir a todos los cristianos, independientemente de su identidad» (ib): buscan el anhelo humano de tener una iglesia que no condene el pecado, que no divida por la libertad del pensamiento, que sepa reunir todas las ideas de los hombres bajo una bandera de fraternidad, de igualdad y de libertad.

«…la cooperación de las iglesias conduce a ser un testigo más creíble en la sociedad, por lo que su voz será mejor oída si se ponen de pie para el pueblo y denuncian las estructuras injustas de la sociedad, la política y la cooperación» (ib). No se quiere escuchar la voz de la Iglesia Católica porque no es la voz del pueblo. No lleva a una sociedad globalizada.

La Iglesia Católica es la voz de Cristo, que es la verdad que el hombre no quiere escuchar. Es la voz a la obediencia de la Palabra de Dios.

Pero se va a la formación de una iglesia sin verdad, con la mentira que al hombre le agrada escuchar, con la obediencia a la imposición de una idea global.

En esta iglesia de herejes, se declara mártir y beato a un sacerdote que fue víctima de la política, pero no mártir ni de Cristo ni de Su Iglesia.

«Esta muerte divide la historia de la Iglesia en antes y después. Antes de la muerte de Romero la Iglesia decía: estos cristianos mueren por razones políticas, no religiosas. Ahora (después de su muerte) está claro que Romero fue asesinado por cuestiones religiosas, aunque haya muerto no por defender los derechos de la Iglesia sino los derechos de los pobres». (Gustavo Gutiérrez – En el diario “Il Giorno”).

Romero no defendió los derechos de la Iglesia que son los derechos de Cristo. Defendió a los hombres, los derechos de los hombres. Hizo de su ministerio sacerdotal una política comunista, socialista, que sólo se centra en la conquista de un reino humano.

Por eso, todos alaban al rey Bergoglio. Es su hombre, es su papa. El papa del mundo, el papa de una sociedad globalizada, el papa amorfo que sólo sabe hablar las locuras que el mundo habla. En Bergoglio sólo se puede encontrar el lenguaje del mundo. Es el hombre que salva al pueblo salvadoreño. ¿Queréis un comunista como vuestro mártir? Yo os lo doy. Yo hago que se cumplan las palabras de Romero que si lo mataban su espíritu resucitaría en el pueblo.

El legado de este falso sacerdote está en que encarnó la voz del proletariado revolucionario salvadoreño. El pueblo encontró en este personaje, no un sacerdote que pusiera la esperanza en el más allá, sino un hombre con la firme convicción de luchar por hacer de la tierra un lugar tan agradable como un paraíso, para que así los hombres no tengan que aspirar a dejar esta vida para ser felices. Los hombres merecen ser felices, gozar de esta vida. Y, por eso, la clase trabajadora tiene que luchar en contra de la clase opresora rica, para transformar la sociedad en una igualdad humana, social. La misión es que desaparezca la pobreza en el mundo.

«El arzobispo Oscar Romero cayó sobre el altar víctima de la violencia que siempre combatió. Es un mártir» (Leonardo Boff – En el diario “Folha de S. Paulo” – 30-3-80).

Los hombres buscan sacerdotes y Obispos que sean ejemplo de denuncias y de lucha contra las injusticias sociales, para así construir la sociedad globalizada, en la que no exista la represión ni la clase alta de los ricos capitalistas. En este ideal irrealizable se hacen esfuerzos para mostrar a la gente la posibilidad de una religión que tome partido por el sufrimiento de los pobres, que su jerarquía termine sirviendo, no tanto a la causa de Cristo ni de la Iglesia, sino a sus propias concepciones religiosas personales.

Monseñor Romero es sólo un mártir del proletariado, una víctima de las ideas comunistas de los hombres. Pero no es un sacerdote de Cristo: es un hombre que olvidó que Jesús, que nació y vivió en la Palestina subyugada por la dominación romana, se dedicó sólo a una obra espiritual, sin contaminarse de las ideas políticas y sociales: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Monseñor Romero fue un hombre que olvidó que los Apóstoles misionaron en un mundo en que las injusticias socio-políticas eran mucho más graves que las actuales y los derechos civiles eran constantemente violados. Ellos sólo siguieron al Evangelio: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura». Y así conquistaron el mundo lleno de injusticias. Pusieron la Justicia de Dios en medio de un mundo sin justicia. Monseñor Romero sólo buscó el reino temporal, la promoción humana, la fama del pueblo. Y por esa gloria humana, por ser voz del pueblo, murió. No murió por cristo, murió por sus malditos pobres.

Y ahora, un maldito lo hace mártir y beato. Por supuesto, que es un falso mártir y un falso santo. Pero queda la obra de ese maldito, al que muchos llaman su papa.

«Por sus obras los conoceréis»: si no conocen por las obras que hace Bergoglio lo que es Bergoglio, es que están pervertidos en la mente como él lo está.

Si les cuesta llamar a Bergoglio por su nombre, usurpador, es que trabajan para él dentro de la Iglesia.

Después de dos largos años todavía hay católicos que dudan de Bergoglio: y hoy están con él, y mañana en contra de él. Esto sólo señala una cosa: la tibieza espiritual en que viven muchos católicos. Y a los tibios, Dios los vomita.

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En la iglesia de los herejes y de los comunistas se nombra a un conocido hereje, que apoya el matrimonio homosexual, como Consejero Pontifico para la justicia y la paz, a Timothy Radcliffe:

«Y podemos presumir que Dios continuará llamando tanto a homosexuales como a heterosexuales al sacerdocio porque la iglesia necesita los dones de ambos» Timothy Radcliffe – En “The Tablet”).

La cara de este maldito es, claramente, la de un maricón. Su alma, por tanto, le pertenece al demonio. Y vive para él, para hacer las obras de su padre.

«Si la feminización de la Iglesia continúa, los hombres buscarán el alimento de su espiritualidad fuera de las iglesias, en las falsas e inadecuadas religiones, con las consecuencias mayores del daño a la Iglesia y a la sociedad» (Leon Podles – The Church Impotent: The Feminization of Christianity).

Una Iglesia de maricones, de hombres homosexuales, aleja a los varones, los despide. Y daña a toda la sociedad, a todo el mundo.

La misión del hombre es engendrar vida, dominar la vida, dar a la vida el camino de la verdad.

En una iglesia y en una sociedad de homosexuales, la misión de esos hombres es anular la vida, ser dominados por todas las cosas de la vida, y presentar al mundo el camino de la mentira.

Jesús puso Su Iglesia en Obispos varones, no en Obispos maricones. La Iglesia es de hombres, no de maricones. La Iglesia necesita a los varones, hombres heterosexuales, que tienen lo que un hombre tiene que tener: el amor varonil a Dios y a las almas. El amor verdadero a su naturaleza humana, un amor en la ley natural.

Un maricón no conoce ni su alma ni a Su Creador. Un sacerdote maricón no puede cuidar las almas, no puede alejarlas de los muchos peligros que tiene la vida, porque vive en los mismos peligros, dominados por ellos.

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Bergoglio es un Obispo maricón que se rodea de maricones. Un Obispo sin ley divina, que ha echado por tierra la ley natural y que sólo vive  de lo que su mente, a diario, le va descubriendo.

La iglesia de Bergoglio es la iglesia de los maricones. Y esa no es la Iglesia de Cristo. Una iglesia que destruye la verdad, el matrimonio, la familia y toda la sociedad.

«Los intentos actuales, dentro de las casi todas denominaciones cristianas, para normalizar la homosexualidad, más que otra cosa, convence a los hombres heterosexuales de que la religión hay que mantenerla a gran distancia» (Ib).

¡Qué gran verdad!

La religión de Bergoglio: hay que mantenerla a gran distancia. En ella no hay varones, no hay hombres hechos y derechos. No hay hombres que amen la verdad, que luchen por la verdad, que sean testimonio de la verdad. Sólo hay mujercitas, que lloran por sus estúpidas vidas de coqueteo con los hombres y con el mundo.

Allí donde está el maricón, no está ni el sacerdocio ni la familia católica. Se destruye la jerarquía, el matrimonio y se tergiversa la función de la mujer en la Iglesia, en el matrimonio y en la sociedad.

«Las Iglesia católicas que cultivan una atmósfera gay (servicios especiales arquidiocesanos para gays y lesbianas, coros gays, charlas en las escuelas para la tolerancia gay) mantienen a los hombres heterosexuales lejos. El miedo de la afeminación es una de las motivaciones más fuertes en los hombres que, a veces, prefieren morir que aparecer afeminados» (Ib).

La agenda de los sodomitas es la agenda de Bergoglio. Y es lo que se está comenzando a enseñar desde los púlpitos. Ya hay Obispos a favor de las relaciones sodomitas, como este sujeto Radcliffe.

El Obispo Cordoba en Colombia, el cardenal Nichols en Londres ofreciendo misas para los grupos “soho LGBT catolicos”. El Cardenal Dolan en Nueva york aprobó los desfiles de sodomitas para representar la Iglesia para las fiestas de San Patricio.

En Suiza la mayoría de “catolicos” votaron para que se aprueben las uniones de homosexuales.

El lema de esta agenda diabólica es: aprobar las “uniones” homosexuales, pero no calificarlo como “matrimonio”. Todo esto bajo el manto de la “divina misericordia y una Iglesia pobre para los pobres”. Primero es la unión de cuerpos, de estilos de vida; después, la unión pervertida en la mente. Crear matrimonios para una perversidad de vida, para una sociedad de perversión absoluta. Y esos matrimonios, esa sociedad, avalados por una iglesia universal.

La Iglesia universal es la iglesia de los maricones, de los comunistas y de los herejes. Esta es la base para que entre todos los demás.

Se anula el pecado y, por lo tanto, la ley divina en todas las cosas; se anula la obra de la Redención y, en consecuencia, se vive buscando un paraíso en la tierra; se anula la verdad y así se comete la blasfemia contra el Espíritu Santo, que es el único que conduce al hombre a la plenitud de la verdad.

Los hombres acaban viviendo para sus ideas en la vida, para sus filosofías, para sus grandiosas teologías, para sus locas y perversas ideas. Consecuencia: los hombres se constituyen en veletas del pensamiento humano, se dan culto a sí mismos y sólo viven para darse gloria a sí mismos.

Bergoglio: el político que siembra la palabra de condenación

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«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39).

Este es el segundo mandamiento más grande, junto con el primero, que es amar a Dios sobre todas las cosas.

Primero hay que amarse a sí mismo; es decir, hay que dar al cuerpo la ley natural, para que se mantenga en lo propio del cuerpo, de lo carnal; al alma, la ley divina, para que la mente se sujete a la verdad de los mandamientos y la voluntad la obre; al espíritu, la ley de la gracia, para que el hombre pueda, no sólo obrar la verdad de las cosas, sino lo divino en su vida humana; y al corazón, el amor de Dios, la ley del Espíritu, con el cual el hombre alcanza esa plenitud de la verdad en su vida que sólo el Espíritu puede darle.

Si el hombre no se ama de esta forma, entonces no puede amar al prójimo en la verdad de su vida. Porque al prójimo hay que darle, a su cuerpo, la ley natural; un hombre no puede buscar otro hombre para una unión carnal; ni la mujer, otra mujer. Hay que mantener el cuerpo en lo suyo natural y obrar con él en la naturaleza de las cosas.

Al prójimo, hay que darle los mandamientos de Dios: cumplir con él lo que quiere Dios para su alma. Quien da al otro, leyes fuera de la ley divina, hace de su vida, no sólo una abominación, sino un camino para el infierno.

Al prójimo, hay que darle la ley de la gracia: usar la gracia con él para una obra divina, para un fin divino en la vida, para un camino de salvación y de santidad.

Y al prójimo, hay que darle la ley del Espíritu: caminar con él en la verdad que enseña el Espíritu, para producir la verdad que la vida espiritual exige en todo hombre.

Amar a Dios es hacer la Voluntad de Dios: con uno mismo, con Dios y con el prójimo.

¿Qué enseña Bergoglio?

«La palabra de Cristo es poderosa…Su poder es el del amor: un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos» (Napoles, 21 de marzo 2015).

Esta palabrería no es nueva en Bergoglio. Lleva dos años en la misma herejía. Y los hombres todavía no se han dado cuenta.

Habla como un protestante: «la palabra de Cristo es poderosa. Su poder es el del amor…». Para el católico, la Palabra de Cristo es la Verdad, tiene el poder de obrar la Verdad.

Habla como un hombre de herejía: «un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos».

El amor, que no tiene límites, -para Bergoglio-, es el amor que va en contra del segundo mandamiento más grande. Hay que pasar el límite de amarse a sí mismo. Ya no ames al otro como a ti mismo, sino que tienes que amarlo antes que a ti mismo.

Diciendo esto: «amar a los demás antes que a nosotros mismos», está diciendo que hay que ir en contra de toda ley. No hay que fijarse ni en la ley natural, para poner un límite al cuerpo. Por tanto, tienes que amar al homosexual antes que a tu propio cuerpo, antes que a tu propia vida, a tu propia verdad que encuentras en la ley de Dios, antes que a tu propia salvación, que la ley de la gracia te ofrece; antes que el amor de Dios, que la ley del Espíritu pone en tu corazón. No quieras ser santo en tu vida. No quieras salvarte en tu vida. No hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie. Porque Dios es amor. Cristo nos ha amado, con un sumo amor. Y ese amor poderoso basta para salvarse. No busques ni tu salvación ni tu santidad personal. Ama antes al homosexual, ama antes al ateo, ama antes al budista, ama antes al cismático, por encima de tu santidad personal, por encima de tu vida humana.

Bergoglio no cree en la ley Eterna. Sólo está en su gradualidad.

No cree, ni siquiera en la naturaleza del hombre. No cree en el hombre. Para amar al hombre antes el hombre tiene que amar otra cosa que no sea a sí mismo. Antes que amarte a ti, como hombre, como persona en tu naturaleza humana, ama al otro sin saber lo que es el otro. Ama al otro por el otro, no por una Voluntad de Dios, que es una ley siempre para el hombre. No es un amor, no es un sumo amor sentimental.

Después, Bergoglio caerá en muchos absurdos al pedir que se ame al otro porque en ellos está la cara de Dios. Si hay que amar al otro antes que a Dios, antes que a uno mismo, es imposible ver en el otro la cara de Dios. Para ver el rostro de Dios tengo que amar a Dios por encima de todas las cosas. Y sólo así se contempla a Dios en todas las cosas. Pero es una contemplación mística, no real, no panteísta, como la que predica Bergoglio en muchas de sus homilías.

¿Qué ha ido a hacer a Nápoles, Bergoglio?

Nada. Lo de siempre. Política comunista. Doctrina protestante. Religión masónica.

¡Esto es todo Bergoglio!

Para Bergoglio no existe el pecado como ofensa a Dios. Por lo tanto, Bergoglio tiene que anular la obra de Cristo.

Cristo muere para quitar el pecado, para satisfacer a Su Padre por la ofensa que el pecado le producía. El honor divino fue dañado por el pecado, por la obra de pecado que Adán introdujo en toda la naturaleza humana. La obra de Cristo compensa todo el daño de la obra del pecado. Esa obra de Cristo no es material, humana, carnal, natural, sino espiritual, mística y divina. En otras palabras, Cristo no viene a quitar los problemas sociales de los hombres, ni los económicos, ni los políticos, ni los humanos…Ni  ningún problema que se origine del pecado.

Cristo viene a quitar el pecado, del cual surgen todos los problemas entre los hombres. Hay muerte porque hay pecado. Hay enfermedades porque hay pecado. Hay crisis económicas porque hay pecado. Hay lucha de clases porque hay pecado. Hay injusticias porque hay pecado.

Sin la obra de pecado, este mundo sería de otra manera: un paraíso. Pero ya no puede ser un paraíso, porque el pecado permanecerá hasta el fin del mundo, no sólo de los tiempos.

Al anular Bergoglio, la obra de Cristo, tiene que ponerla en el amor, en el sumo amor. Es decir, en lo que se llama la redención entendida en sentido subjetivo.

El católico la entiende en sentido objetivo: Todo el género humano está en la fosa del pecado, caído, con una ofensa a Dios, de la cual se sigue la ira divina, no sólo contra el pecado, sino contra el pecador. El hombre permanece cautivo en el pecado, en su obra, en las garras del demonio. Cristo viene a satisfacer la ofensa a Dios. Es decir, la obra de Cristo es una Justicia Divina. No es un amor ni una misericordia. Objetivamente, Cristo satisface por la ofensa a Su Padre. Y esta satisfacción, aplaca a Su Padre y Éste da al género humano un camino de Misericordia, que le lleva hacia el Amor de Dios. Este camino de Misericordia es, para el hombre, un sacrificio y una liberación, que el hombre la hace unido a Cristo en Su Pasión. Es un mérito para el hombre. Cristo salva al hombre mereciéndolo el propio hombre.

Los protestantes, es decir, lo que Bergoglio constantemente está predicando, la redención es sólo el amor de Cristo al hombre. El hombre no tiene que hacer nada ni por su salvación ni por su santificación. Sólo tiene que dedicarse a resolver los muchos problemas que encuentra en su vida. Si hace el bien al otro entonces se va al cielo. Cristo nos anunció el camino de la salvación eterna, lo mostró con el ejemplo de su vida, y eso es lo que destruye en el hombre el impero del pecado. Con la muerte de Cristo se manifiesta la iniquidad de todo hombre y el amor de Dios hacia todos los hombres. Ese amor divino aniquila toda la iniquidad humana y, por eso, todos se salvan, se van al cielo.

Bergoglio está entre los modernistas, al decir que el camino de Jesús lleva a la felicidad. Está diciendo esa concepción de los griegos antiguos según la cual el Mesías era el mensajero y el mediador de la inmortalidad y de la felicidad. Con este pensamiento, Bergoglio anula el dogma de la muerte expiatoria de Cristo.

Jesús es el Mesías de la inmortalidad, de la gloria, de la vida feliz:

«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Angelus, 1 de marzo del 2015)

Jesús es sólo un icono del Padre, pero no el Hijo del Padre. Es una clara herejía.

No hay que escuchar a Jesús por ser el Hijo del Padre, sino por ser el Salvador:

«”¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior…» (Ib).

«Escuchar a Cristo es asumir una lógica»: no es crucificarse con él. No es sufrir una vida, la de Cristo. No es morir con Cristo. No es participar de la vida de Cristo en la gracia. Bergoglio está hablando de la redención tomada subjetivamente. La redención como la siente, como la quiere, como la piensa el hombre. No la redención objetiva: la que quiso el Padre en Su Hijo. Esa no aparece por ninguna parte. Es un camino subjetivo:

«ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás»: no tienes que ponerte en camino con Cristo para expiar tus pecados, y para merecer el Cielo, quitando esos pecados. Porque lo único que impide que Dios te ame, son tus malditos pecados. No; tienes que hacer de tu propia vida, no una expiación de los pecados, no una justicia divina, imitando así a Cristo en su vida, que vino para reparar el honor divino, que el pecado hizo en Su Padre,  sino que tienes que pasarte la vida entregándote a los demás. Es el subjetivismo. Se anula lo objetivo: tu vida es para hacer una justicia, quitar tus pecados, reparar la ofensa a Dios. Y se pone lo subjetivo: tu vida es para amar los demás. Y entonces se cae en la clara herejía: tienes que amar a los demás antes que a ti mismo, que es lo que ha predicado en Nápoles.

«en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior»: como la redención de Cristo es el sumo amor a nosotros, entonces el hombre tiene que ser dócil a ese sumo amor, obediente a esa voluntad de Dios, que lo ha salvado. Bergoglio es siempre un maestro en la oratoria. La dócil obediencia a la Voluntad de Dios  no es la dócil obediencia a una ley de Dios, a unos mandamientos de Dios, sino al amor de Dios que se muestra como salvador de todos los hombres. Bergoglio no entiende la Voluntad de Dios como Ley Eterna. Por eso, muchas persona se confunden con el lenguaje de Bergoglio. Creen que aquí está diciendo una verdad. Y no dice ninguna verdad, sólo explica su mentira: como Jesús te ha salvado, entonces debes prestarle obediencia a su amor. Un amor que salva, pero que no exige, con un ley, con una justicia, quitar el pecado. Y, por lo tanto, hay que estar desapegado de todas las cosas mundanas o de la mundanidad espiritual, que es su herejía favorita sobre el pecado filosófico y social.

Después de exponer su tesis, dice su clara herejía:

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos».

¡Qué pocos ven la herejía en estas palabras!

¡Muchos dirán: si Bergoglio está en lo cierto! Al final, es el cielo lo que nos espera!

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad»: el camino de Jesús nos lleva siempre a una obra buena digna de premio. Bergoglio anula el mérito en las almas que siguen a Jesús. Como Jesús te ha salvado, ya estás en el cielo, hagas lo que hagas, pienses como pienses, vivas como vivas. Es la conclusión lógica de la redención subjetiva.

«Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad»: habrá siempre problemas en la vida, pero al final te vas al cielo. Esos problemas no te merecen el cielo. Súfrelos como puedas, que al final Jesús nos lleva siempre al cielo.

Bergoglio está en el puro pelagianismo.

Hay que hacer penitencia para salvarse, para llegar a la felicidad plena. Y la penitencia no es sufrir la vida. Todo el mundo sufre en la vida, pero pocos aprovechan ese sufrimiento de la vida para expiar sus pecados. Se sufre la cruz con un fin divino. El alma se conforma con la Voluntad de Dios para hacer penitencia por sus pecados, y así merece el cielo y se va al cielo.

Bergoglio no puede hablar de la penitencia porque no cree en el pecado; no cree en la Justicia de Dios. Sólo cree en las pruebas de la vida, que sufre como todo el mundo las sufre. Pero no enseña el camino para tener la felicidad. Pone sus palabras vagas, que se acomodan a su mentira de manera magistral:

«Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos»: Jesús te ha prometido una cruz en tu vida, un dolor, un sacrificio. No te da un caramelo en la vida. Te muestra el camino que es Él Mismo. No hay caminos en Jesús. No hay que ir por sus caminos. Jesús es el Camino, el único Camino, en donde sólo se puede dar la única Vida, la de Dios, y sólo se puede obrar la única Verdad, la divina, la que da el Espíritu de la Verdad.

El camino de Jesús es la Cruz para todo hombre: se merece la salvación y la santificación sólo en la Cruz: sufriendo y muriendo con Cristo.

Todo el problema de los protestantes y de los modernistas es negar la ofensa a Dios. Se niega la Justicia, entonces sólo queda el amor de Dios. Cristo no viene a poner una Justicia, a hacer una Justicia, sino que viene a poner un Amor. Cristo padeció y murió para que se manifestase el inefable amor de Dios hacia los hombres. No padece ni muere para satisfacer el honor divino dañado por el pecado. Si se anula el pecado como ofensa a Dios, necesariamente se anula la Justicia de Dios, y se pone la obra de la Redención sólo en un sentimiento de amor, en la fe fiducial. El hombre sólo tiene que creer en Cristo. No tiene que merecer su salvación. No tiene que sufrir para salvarse. No tiene que ser santo para ir al Cielo. No tiene que quitar el pecado para poder recibir la Eucaristía. No tiene que dejar de ser homosexual para ser amado por Dios. Dios ama a todos los hombres, y así lo ha manifestado en Cristo.

Y esto lo repite Bergoglio en todos los discursos. No podía falta en Nápoles:

Una inmigrante filipina le pidió una palabra que le asegurase que eran hijos de Dios. Y Bergoglio, el llorón de la vida humana, con lágrimas en los ojos, ¿qué iba a decir? ¿Qué va a enseñar?

«…. ¿los emigrantes son seres humanos de segunda clase? Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son emigrantes como nosotros, porque todos somos emigrantes hacia otra patria, y tal vez todos llegaremos. Y nadie se puede perder por el camino. Todos somos emigrantes, hijos de Dios porque a todos nos han puesto en el mismo camino. No se puede decir: el emigrante son tal cosa…No…Todos somos emigrantes, todos estamos en el camino. Y esta palabra de que todos somos emigrantes no está escrita en un libro, sino que está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de la vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»

¡Ven, qué maestro en la oratoria!

Primero: confunde la cosa espiritual con la cosa política: «Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios».

Una cosa es ser ciudadano de un  país; otra cosa es ser hijo de Dios. Una cosa es cumplir con las leyes humanas para poder ser ciudadano; otra cosa es cumplir con las leyes divinas para ser hijo de Dios, para poder ir al Cielo.

Aquí demuestra Bergoglio que es un político, que habla como un político cuando va a dar su mitin. Bergoglio ha ido a Nápoles para hacer proselitismo: buscar adeptos para lo que está levantando en su iglesia. Él quiere comandar todo eso y, por eso, predica manifiestas herejías. ¿Por qué Bergoglio predica herejías? Porque está construyendo la nueva iglesia que sea el fundamento del nuevo orden mundial.

Segundo: anula el dogma de la muerte de Cristo: «en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»: ésta es la redención subjetiva: como Jesús te ha amado, estás salvado, eres hijo de Dios, te vas al cielo.

Bergoglio no pone a esa mujer emigrante un camino de salvación en donde merezca la salvación. No habla de leyes humanas ni de leyes divinas, ni de penitencia, porque no existe el pecado como ofensa a Dios. No existe la Justicia de Dios. Sólo existe un Dios que ama al hombre, sea como sea, obre lo que sea, viva como quiera.

Cristo no ha muerto para expiar los pecados, sino para esto:

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro» (Napoles, 21 de marzo).

Cristo ha muerto para resolver problemas sociales de la gente: no hay trabajo, no hay futuro…

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo»: Bergoglio está en la herejía de la historicidad. En el tiempo de nuestra historia está el problema de la falta de trabajo. Un signo negativo. Hay un sistema que descarta a la gente.

Si se anula el pecado como ofensa a Dios, ¿qué es lo que queda? El mal como un problema social y de las sociedades, de las estructuras externas, de los grupos, de las clases sociales…Y se está diciendo una abominación: el mal se pone, no en la persona física, sino en la persona moral, en la sociedad, en el estado, en la Iglesia, es un grupo, en una comunidad. De aquí surge, en Bergoglio, su comunismo, que es clarísimo en Nápoles. «Tienes que luchar por tu dignidad»:

«¿Qué hace un joven sin empleo? ¿Cuál es el futuro? ¿Qué forma de vida elige? ¡Esta es una responsabilidad no sólo de la ciudad, sino del país, del mundo! ¿Por qué? Porque hay un sistema económico, que descarta a la gente y ahora le toca el turno a los jóvenes que son desechados, que están sin empleos. Y esto es grave. Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer… Pero el problema no está en comer, sino que el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a la casa, de ganarlo. Y cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombres, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

¿No ven al político Bergoglio en estas palabras? ¿No ven su claro comunismo? ¿No ven que no habla como sacerdote, ni como Obispo ni como Papa? ¿No ven que no pertenece a la Iglesia, que no es de la Iglesia Católica?

¿Qué hace un joven sin empleo?: ¿Qué hace un joven sin Cristo, sin el Pan de la Vida que Cristo da a toda alma que cree en Su Palabra?

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que nace de la boca de Dios».

Bergoglio: el político insensato.

Está destruyendo las obras de caridad: «Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer…».

«Pobres siempre tendréis»: aprovechad los pobres para merecer el cielo. Hagan obras de misericordia, de caridad, dando de comer a los pobres…así se hace penitencia de los pecados. Así se salva el alma.

Pero Bergoglio va a su idea política, a vender su idea, a hacer proselitismo: el problema no está en comer, sino en que no hay trabajo, no hay dinero, hay un sistema económico que impide el futuro del joven.

«…cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombre, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

Comunismo, comunismo, comunismo. Cuando un Obispo se mete en política, defendiendo los derechos sociales de la gente, es que, sencillamente, ha perdido la fe en Cristo y su sacerdocio. Está en el sacerdocio para buscar un reino humano, material, haciendo creer a la gente que ése es el camino que Dios quiere para la Iglesia. Y se dedica a hacer sus mitines políticos, buscando gente para su negocio en la Iglesia.

Defiende tus derechos humanos. Defiéndete como hombre. Ya estás salvado, ya estás en el cielo. Pero: no hay derecho. Tengo que ganar el pan para ser hombre, para tener dignidad humana.

Y el hombre sólo tiene dignidad humana cuando quita sus malditos pecados. La pierde en el pecado:

«…el hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ello decae en su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es naturalmente libre y existente por sí mismo; y se hunde, en cierto modo, en la esclavitud de las bestias…» (Suma Teologica, II-II, q. 64, art. 2, ad 3).

Bergoglio no lucha para sacar al hombre de su estado de bestia, por su pecado, sino que lucha por hacerlo más bestia, más abominable a los ojos de los hombres y de Dios.

¡Cómo destruye este hombre con su palabra!

¡A cuántos engaña!

¡Y a cuántos seguirá engañando!

La Iglesia Católica condena para siempre

ISIS

«El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre» (Bergoglio, 15 de febrero del 2015).

La Iglesia está sin pastor, sin cabeza. Una cabeza que no condena para siempre no es cabeza de la Iglesia, no es la voz de Cristo:

«Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt 25, 41).

Esta es la Palabra de Dios que condena para siempre.

Se condena para siempre el pecado, el error, la herejía, el cisma, toda obra en contra de la Voluntad de Dios.

Hay un fuego eterno, hay una condenación para siempre. Decir otra cosa es enmendar la Palabra de Dios. Es llamarle a Jesús: mentiroso.

La Iglesia, que es el Cuerpo Místico de cristo, condena, como lo hace Su Cabeza. Pero ya la Iglesia no cree en sí misma, sino en lo que los hombres dicen.

Hay que condenar a ISIS. Pero eso no lo puede hacer un hombre que habla así en la Iglesia. Un hombre que no juzga a nadie no es un hombre de Iglesia.

La herejía es condenar el error para siempre. Y, por tanto, se condena al que acepta una herejía en su mente, para obrarla en su vida. Se condena a la persona por su herejía.

La herejía es lo contrario a la fe. Quien comete herejía carece de fe divina. Y no pertenece a la Iglesia.

Lo que una vez fue condenable, ya no lo es. Éste es el sentido de las palabras de Bergoglio. Frase que esconde un pensamiento perverso. Lo oculta, porque no se atreve a darlo a conocer abiertamente.

Para Bergoglio no existe ni el infierno ni el purgatorio. Y tampoco existe el alma como ser inmortal.

Si todos se salvan, entonces ¿cómo explicar lo que hizo Hitler, cómo explicar las almas de los que han decapitado a esos católicos coptos? ¿Se salvan o se condenan? En el pensamiento de Bergoglio: se aniquilan.

Estos hombres no pueden entender a un Dios que castiga. Ellos creen que Dios acepta todo lo que es misericordioso. Y, por eso, todo el mundo se salva, se va al cielo, por el solo hecho de su buena voluntad:

«difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero» (Ib).

¿Qué pasa con aquellas almas que no piden la misericordia con corazón sincero? ¿Se condenan para siempre? No; porque la Iglesia no condena para siempre. ¿Entonces, qué ocurre? El alma tiene que aniquilarse: cuando muere su cuerpo, deja de existir el alma. Pero el alma también se va al cielo.

«En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie se acabe no se apagará la luz de Dios, que en ese momento invadirá todas las almas y todo será en todos» (RepubblicaEdición Osservatore).

La luz de Dios invadirá todas las almas y todo será en todos: no puede darse ni el infierno ni el purgatorio. Si acaso se dan es sólo temporal o están vacíos. Como el fuego eterno fue preparado por Dios para el diablo y sus ángeles, entonces está vacío de hombres. Sólo está el demonio, si existe como tal.

También las almas, que se aniquilan, las invadirá la luz de Dios, aunque no hayan alcanzado la buena voluntad en esta vida. Vuelven a la nada, es decir, vuelven a la luz de Dios, de la cual fueron creadas. La luz de Dios no se aniquila.

Para estos hombres pervertidos en su inteligencia humana, la creación de las almas, como la del universo, no es de la nada, sino de la esencia de Dios (es el panteísmo y el panenteísmo). Y, por lo tanto, el alma que se aniquila vuelve a la esencia de la cual fue creada: Dios. Vuelve a ser luz de Dios. Por eso, dice Bergoglio: «la luz de Dios invadirá todas las almas y todo será en todos».

Por eso, este hombre no puede fustigar a toda esa basura islámica que ha hecho esta matanza. No puede juzgar al alma que mata, porque se va a morir y va a volver a Dios, va a ser Dios.

Tengan en cuenta que Bergoglio pone la luz de Dios – la gracia-  en el alma, no en el corazón:

«La gracia no es parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no de sabiduría ni de razón»: una vez que muere el alma, esa luz vuelve a Dios.

La gracia es una cantidad de luz: algo medible, algo finito, algo que puede dejar de ser.

El alma es una cantidad de luz: cuando el hombre hace su trabajo de amar a los demás, más que a sí mismo, entonces tiene el cielo. Pero si el hombre no hace ese trabajo, esa luz de Dios va despareciendo hasta que el alma encuentra la muerte. Ya no tiene la cantidad de luz y muere Y muere antes que la muerte del cuerpo. Y esa alma, que se aniquila, no puede condenarse, sino que vuelve a su origen, Dios. Como la misericordia de Dios es infinita, entonces esa luz invade esa alma y se reencuentra en el cielo con las demás almas. La memoria que hizo esa alma no se pierde. Se vuelve a encontrar, pero de otra manera, más sublime.

Por eso, para Bergoglio no existe el dogma, lo absoluto, lo incondicional.

Todo es un relativismo. Él está en el relativismo universal de la verdad. Todo es del color como los hombres se lo inventen con sus pensamientos humanos. Es el culto a la mente del hombre. Es la perversión de la verdad: todo se trastoca, todo se reinterpreta, todo tiene el nombre de humanismo.

No se puede condenar a ISIS porque están haciendo un buen trabajo: el ecumenismo de sangre.

«Recordando a estos hermanos que han sido muertos por el solo hecho de confesar a Cristo, pido que nos animemos mutuamente a seguir adelante con este ecumenismo que nos está alentando, el ecumenismo de la sangre» ( (ver texto) : estamos todos unidos en la sangre. Ecumenismo.

«La sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que grita. Sean católicos, ortodoxos, coptos, luteranos, no interesa: son cristianos. Y la sangre es la misma, la sangre confiesa a Cristo».

La sangre que confiesa a Cristo: vean la clarísima herejía.

Es esa nueva iglesia universal, en la que todos se reúnen, es la que confiesa, con su sangre, a Cristo.

¡Que ISIS siga matando!: está obrando el ecumenismo de sangre: la nueva iglesia de los católicos, de los ortodoxos, de los coptos, de los luteranos, de los cristianos…

¡Qué gran obra la de ISIS! Ninguna condena por parte de este hombre. Sólo su llanto:

«Me permito recurrir a mi lengua materna para expresar un hondo y triste sentimiento»: deja ya de llorar, Bergoglio, por tus hombres. Deja tu sentimiento a un lado y vete a un monasterio a llorar tu triste vida. No te necesitamos en la Iglesia Católica. A un hombre que llora por los hombres no hay ninguna necesidad de él. Queremos un Papa, como Benedicto XVI, que fustigue a ISIS.

Los coptos son católicos, no cristianos. ¿No conoces a tu gente, Bergoglio? No eres católico. ¡Es normal que no conozca lo que es la Iglesia Católica! Ya a nadie le sorprende eso. Eres del mundo, y hablas como habla un político del mundo: instrumentalizando esa matanza para tu idea política de una iglesia universal, de un ecumenismo de sangre.

Bergoglio es todo del hombre y todo para el hombre.

Por eso, al explicar Bergoglio la ley de Moisés sobre los leprosos, tiene que caer en su idea humana del pecado:

«la finalidad de esa norma era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado» (15 de octubre 2015).

¡Qué poco ha entendido este hombre lo que es el Antiguo Testamento, es decir, la Palabra de Dios revelada!

No ha leído a Santo Tomás:

«Todos estos ritos tenían sus causas racionales, según que se ordenaban al culto de Dios para aquel tiempo; y las tenían figurativas, en cuanto se ordenaban a figurar a Cristo» (Sto. Tomás – Prima secundae q.102 a.5). Causas racionales y causas figurativas.

Y, por lo tanto, «las purificaciones de la ley antigua se ordenaban a remover los impedimentos del culto divino» (Ib resp. 4): esta es la primera causa racional.

Los pecados son los impedimentos para dar culto espiritual de Dios. Hay que apartar del culto exterior a los hombres que tenían ciertas inmundicias corporales, como la lepra, el flujo de semen o el flujo de sangre en las mujeres, etc…

«Todas estas impurezas tenían razón literal y figurativa. La literal, por la revelación de cuanto pertenece al culto divino, ya porque los hombres no suelen tocar las cosas preciosas cuando están manchados, ya porque la dificultad de acercarse a las cosas sagradas hacía a éstas más venerables…Había otra razón literal: que los hombres, por asco de algunos enfermos y temor del contagio, por ejemplo de los leprosos, temiesen acercarse al culto divino» (Ib. resp. 4).

La finalidad de esta norma era dar culto a Dios en Espíritu y en Verdad. Los leprosos, por su enfermedad, no pueden tocar lo sagrado, no pueden estar en un sitio sagrado. Y su enfermedad podía impedir que otros viniesen a dar culto a Dios. No se les marginaba, sino que se les ponía en su lugar.

Bergoglio está en su sentimentalismo perdido:

«Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados» (15 de octubre 2015).

No comprende, Bergoglio, que para llegar a ver a Dios hay que pasar una gran purificación, una gran expiación. Dios exige la purificación del alma y del cuerpo para su culto divino.

Por eso, las Misas que se celebran sin esta purificación del alma y del cuerpo no son agradables a Dios. Hay que ayunar antes de comulgar. El cuerpo tiene que estar dispuesto para tocar a Dios, para estar en la presencia de Dios, para recibir la Hostia Santa. Disposición corporal y espiritual.

Bergoglio pone el grito en el cielo con esta marginación de los leprosos. No ha entendido, ni el sentido racional, literal, ni el sentido figurativo de la ley mosaica1:

«La razón figurativa de estas impurezas es ésta: que por ellas se significaban diversos pecados… La impureza de la lepra es la impureza de la doctrina heretical, ya porque la herejía es contagiosa como la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina hay que no lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo del leproso aparecen manchas de lepra en medio de la carne sana…».

En la lepra, Moisés figuraba la herejía. Cada enfermedad es de acuerdo a su pecado. La lepra en el cuerpo señala la lepra en la mente: el pecado de herejía, que aparta al alma del pueblo, de la Iglesia. La excomulga, hasta que no haya curado de su lepra, de su herejía. El apartamiento era la expiación de su pecado: era un bien para su alma. Encontraba en ese castigo la paz para su corazón.

La impureza que se originaba de la corrupción, ya sea de la mente, ya del cuerpo, tenía que ser expiada. Había que hacer sacrificios por el pecado. Por eso, el leproso tenía que irse fuera del poblado: no era por marginación social, no era por abandono de sus propios familiares, no era por exclusión de los sanos…Era para expiar el pecado.

Esto es lo que, hoy día, nadie entiende. Nos parecen las leyes del AT muy fuertes, muy exigentes, muy radicales. Pero ellos se ponían en la verdad: en el pecado como ofensa a Dios.

Bergoglio se pone en la mentira: en el pecado como ofensa a la sociedad. Entonces, tiene que predicar su vómito comunista, su bien común social. Estamos en una iglesia con una mentalidad llena de prejuicios. Hay que revolucionar las conciencias sociales. Hay que mirar la Iglesia de otra manera.

A la no condenación para siempre de Bergoglio, se opone el Papa Gelasio I2:

«¿Acaso Nos es a nosotros lícito desatar lo que fue condenado por los venerables Padres y volver a tratar los criminales dogmas por ellos arrancados? ¿Qué sentido tiene, pues, que tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por nuestros mayores conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en restablecerlo?»

Lo que una vez fue condenado no es lícito desatarlo. Se condenó para siempre.

Lo que una vez fue rechazado como herejía no hay que examinarlo de nuevo como si no fuera herejía. Se rechazó para siempre.

Bergoglio se empeña en restablecer a todos los herejes, los cismáticos y apóstatas de la fe. Ponerlos dentro de la Iglesia, cuando tenían que estar fuera de ella. Es su nueva iglesia mundial.

«¿Acaso somos más sabios que ellos o podremos mantenernos en sólida estabilidad, si echamos por tierra lo que por ellos fue constituido?…»: ¿la Iglesia del siglo XXI es más sabia que la de los primeros siglos Jerusalén para echar por tierra todos los anatemas que se hicieron?

No; no es más sabia. Es más pecadora.

La Iglesia ha compuesto, durante siglos, la regla de la fe católica contra todas las herejías. Los Papas y los Concilios comenzaron a explicitar las verdades de la fe para refutar, condenar y corregir las herejías.

¡La Iglesia condena para siempre!

Hay una regla de fe que todo católico tiene que saber. Son los principios del catolicismo.

Todas las condenas de la Iglesia, para Bergoglio, no son condenas. Son sólo formas de hablar que en el tiempo de la condena se hacía. Ahora, en estos tiempos nuevos, hay que hablar de otra manera, restableciendo al que una vez se le condenó.

Es su mente pervertida: «la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables» (15 de octubre 2015). Lo que es incurable en el pensamiento de Dios, es curable en el lenguaje de los hombres. El hombre ha anulado a Dios.

El camino que Dios ha puesto para curar el pecado en los hombres, que es la purificación, la penitencia, la expiación del pecado, ya no sirve para la nueva y falsa Jerarquía.

Si el hombre no sigue ese camino divino, es incurable en su pecado. Está en su vida de pecado. Y quien no quiere salir de esa vida de pecado, no puede ser curado con fórmulas humanas. Porque todo pecado tiene una raíz espiritual. Y hay que quitarla para ser curado.

Pero el problema de toda esta Jerarquía es que ha puesto el pecado en la raíz humana o social. Ha hecho del pecado una cuestión filosófica o social.

Por eso, Bergoglio no es quién para juzgar: no puede condenar a nadie para siempre. No ha condenado a Isis. No puede. Todo vuelve a Dios. Incluso aquella alma que ha hecho un gran mal en su vida. Es la aberración que lleva su pensamiento. Por eso, Bergoglio es un vómito cuando habla.

Las herejías antiguas –según Bergoglio- son verdaderas ahora, en este tiempo histórico, para el hombre. No son condenables. Porque todo el problema está en el pensamiento del hombre, en su filosofía de la vida, en su visión del mundo y del hombre.

San Pablo le enseña a Bergoglio:

«Al hombre herético, después de una y segunda corrección, evítalo, sabiendo que el tal se ha pervertido y peca, condenándose por su propia sentencia» (Tit 3, 10).

La Iglesia condena para siempre porque ellos se condenan para siempre por su propia sentencia.

Norma sabia para todo aquel que quiera discernir la Jerarquía de la Iglesia. Son los sordos lo que no quieren oír la Verdad y enseñan su mentira, su corrupción de doctrina, su perversión en su mente y su lenguaje ambiguo en su boca.

Lo que sale de la boca de este hombre no es ni sano ni intachable, sino todo lo contrario. La palabra de Bergoglio mata a las almas: es enfermedad para la mente y el corazón del hombre. Y, además, está provista de una espada de doble filo: mete el puñal de la mentira con el puñal de la palabra melosa, agradable, sentimental, cargada sólo de humanismo.

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1 «La razón figurativa de estas impurezas es ésta: que por ellas se significaban diversos pecados. En efecto, la impureza de los cadáveres significa la del pecado, que es muerte del alma. La impureza de la lepra es la impureza de la doctrina heretical, ya porque la herejía es contagiosa como la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina hay que no lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo del leproso aparecen manchas de lepra en medio de la carne sana. Por la impureza de la mujer que padece flujo de sangre, se significa la impureza de la idolatría, a causa de la sangre de las víctimas. La impureza del varón por el derrame del semen designa la impureza de la vana parlería, porque semilla es la palabra de Dios (Lc 8,11). La impureza del coito y de la mujer parturienta significa la impureza del pecado original. La impureza de la menstruación es la impureza de la mente muelle por los placeres. En general, la impureza que proviene del contacto con una cosa impura significa la impureza del consentimiento en el pecado ajeno, según 2 Cor 5,17: Salid de en medio de ellas y apartaos y no toquéis cosa inmunda» (Sto. Tomás – Prima secundae q.102 a.5 resp.4).

2 « ¿Acaso Nos es a nosotros lícito desatar lo que fue condenado por los venerables Padres y volver a tratar los criminales dogmas por ellos arrancados? ¿Qué sentido tiene, pues, que tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por nuestros mayores conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en restablecerlo? ¿No es así como nosotros mismos – lo que Dios no quiera y lo que jamás sufrirá la Iglesia – proponemos a todos los enemigos de la verdad el ejemplo para que se levanten contra nosotros? ¿Dónde está lo que está escrito: No traspases los términos de tus padres [Prov. 22, 28] y: pregunta a tus padres y te lo anunciarán, a tus ancianos y te lo contarán [Deut. 32, 7]? ¿Por qué, pues, vamos más allá de lo definido por los mayores o por qué no nos bastan? Si, por ignorarlo, deseamos saber sobre algún punto, cómo fue mandada cada cosa por los padres ortodoxos y por los antiguos, ora para evitarla, ora para adaptarla a la verdad católica; ¿por qué no se aprueba haberse decretado para esos fines? ¿Acaso somos más sabios que ellos o podremos mantenernos en sólida estabilidad, si echamos por tierra lo que por ellos fue constituido?…» (PL 59, 31 A – De la Carta Licet inter varias, a Honorio, obispo de Dalmacia, de 28 de julio de 493).

La Iglesia abandonada a la perversión de la mente de los hombres

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«La Iglesia abandonada estará sin su suprema Cabeza, que la gobierna y dirige. Por un tiempo bastante largo, la Iglesia será privada de todas las oraciones y de todas las funciones; desterrada de Dios y de los Santos. Ellos intentarán remover todos los Crucifijos y estatuas de los Santos de todos los sepulcros y los arrojarán en un lugar profano para destrozarlos con alegría» (Marie Julie Jahenny  – 29 de marzo de 1879).

El tiempo para que las profecías se cumplan está a la mano.

La Profecía no es una Palabra de Dios inútil, sin ningún valor, a la cual no hay que creer.

La Profecía es la Palabra de Dios, la Mente Divina.

Dios nunca calla, nunca está en silencio. Dios es Revelación: es una Palabra que manifiesta la Verdad al hombre.

Y, por eso, ninguna profecía puede ser echada a un lado, ignorada, anulada, sometida a la interpretación de las mentes humanas.

Todos tienen la obligación moral de conocer a los profetas de Dios, de creer en ellos y de seguir sus profecías. Todos: Jerarquía y fieles de la Iglesia Católica.

La gran soberbia de la Jerarquía es combatir a los profetas de Dios. Y por eso, Dios castiga al sacerdote o al Obispo que no cree en los profetas. Tienen luz para discernir una profecía, y no lo hacen, sólo por su maldita soberbia. Y no por otra cosa.

Cada sacerdote, cada Obispo es un profeta. Pero, ¡qué mal uso se hace – entre la Jerarquía- de la gracia de la Profecía! Se convierten, entonces, en falsos profetas.

Una Iglesia sin Cabeza. Eso comenzó ya con la subida de Bergoglio al poder. Este hombre es sólo un político, que pertenece al bando de los comunistas:

«Yo anuncio un terrible castigo por aquellos que se han vestido con vestiduras sagradas y han sido colmados de gracia…Ellos persiguen Mi Iglesia…Ellos son muy culpables, no todos de ellos, pero muchos, un gran número… Conozco sus intenciones, conozco sus pensamientos… Veo la debilidad tomando cuerpo de mis sacerdotes para extenderse de manera espantosa…, la gran parte no está en el camino monárquico, ellos son de aquellos que plantan en este pobre país la bandera que es el color de la sangre y el terror…» (Marie Julie Jahenny  – 25 de octubre 1881).

Terrible castigo es Bergoglio para toda la Iglesia. Fue colmado de gracia y ha respondido -a esa plenitud de gracia- con la plenitud de su maldad.

¡Bergoglio: perseguidor de la Iglesia de Cristo!

¡Bergoglio de la bandera de color de sangre y terror! ¡Bandera comunista!

«La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado» (15 de febrero del 2015): esto es pura teología de la liberación. Puro marxismo. Puro comunismo. Es la enseñanza de este falso papa a sus falsos cardenales.

Reintegrar al marginado: hay que meter en la Iglesia al marginado homosexual, al marginado divorciado, a la marginada mujer, etc… Jesús salva almas, no reintegra en la sociedad. Jesús lleva almas al Cielo, no abre una sucursal del pecado en la tierra.

Integración, liberación, socialización: «la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración» (Ib).

Esta homilía es el vómito comunista de Bergoglio.

¡Y cuántos se lo comen, se alimentan de esta basura ideológica!

Este hombre ha cogido la ley de Moisés y la ha torcido: el resultado lo que ha predicado, su evangelio de la marginación.

«El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre» (Ib): no condenes, no juzgues. Lo dice Bergoglio. No hay Justicia de Dios para Bergoglio. Sólo hay pura misericordia. Y pura significa: que todos se salvan. No hay ninguno que se condene.

Es una misericordia basada en una caridad masónica:

«La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo…» (Ib): que la inteligencia del hombre no vaya en busca de la verdad absoluta. ¡No existe! Que la inteligencia del hombre se pervierta buscando el lenguaje que gusta a todo hombre: la bandeja de plata, la palabra melosa, la idea brillante, creativa. Hay que escoger la palabra para dirigirse al hombre….La Verdad ya no vale para enseñar, para gobernar, para salvar. Ya lo que Jesús ha predicado es inservible para alimentar a las almas. Ahora hay que darle a la gente melodía mental, lenguaje programático, ideas masónicas, obras protestantes, negocio comunista.

La caridad es creativa: ¿en qué lugar de la Sagrada Escritura se enseña eso? ¡En ningún lugar! Eso se enseña en el evangelio de la marginación del falso Papa Bergoglio. Falso evangelio para una falsa iglesia. Un hombre sin mente: un loco de atar es Bergoglio.

¡Cómo huele a marxismo!: «Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias y el exilio…». La Virgen María no es la que sufrió por los pecados de los hombres, sino la que sufrió la injustica social de las calumnias y del exilio. ¡Qué vomito de comunismo!

Este hombre ha iniciado, hace ya dos años, la ocultación de la Verdad en toda la Iglesia: habla como un maldito, comiendo su error en cada palabra que predica, que escribe.

Y otro lo va a continuar, porque él no sabe gobernar la iglesia de los masones. Él está con sus malditos pobres. Él es sólo el llorón de la vida de los hombres. Él levanta la iglesia de la reintegración social.

«os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial»: ¿quién puede seguir esta exhortación sin crucificar de nuevo a Cristo? ¿Quién puede hacer caso a este imberbe de la gracia, sin poner en riesgo la salvación de su propia alma?

¡Huyan de Bergoglio como de la peste!

Sólo tiene inteligencia para vivir su pecado y hacer que otros lo vivan: «edificados por nuestro testimonio»  ¡Maldito testimonio el que da Bergoglio a toda la Iglesia! ¡Maldito seas, Bergoglio!

Tu testimonio, como Obispo que eres, tiene que ser el de Cristo, la Mente de Cristo, la Mente de la Verdad. Y sólo das testimonio de la perversidad de tu mente humana ¡Maldita sea tu mente, hecha a la medida de tu padre, Satanás!

«No tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados»: sé un homosexual con los homosexuales; aborta con los que abortan; peca con los que quieren pecar… No margines con tus ideas dogmáticas, con tus tradiciones:

«Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios… abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios…Para Jesús lo que cuenta… es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos».

Escandalizado está Bergoglio con aquellos que aman la Verdad Absoluta, que les hace excluir, marginar de la Iglesia a muchos hombres, a sus malditos pobres. No los puede ni ver.

¡Cómo les gusta a los modernistas las palabras: revolucionario, libertad, reintegración!

¡Están en su salsa! El bien común. Atender el cuerpo de las personas, pero no sus almas.

Para Jesús lo que cuenta son las almas: salvar las almas. Y eso es todo.

Para Bergoglio, que ataca a Jesús, lo que cuenta es la gloria del hombre, el aplauso, la fama: que le digan: qué bien que predicaste.

«No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado»: si no amas al homosexual, eres un pervertido para este hombre.

«…sobre el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra credibilidad»: eres creíble como Iglesia si eres comunista, si eres del pueblo, si das un gusto a la gente, si les hablas bien, si les das un beso y un abrazo, si les dices que Dios ama a todo el mundo…No quites tus mentiras de tu mente: Dios te ama porque eres un gran mentiroso, porque obras una gran mentira, porque predicas la mentira como verdad….

La Iglesia ha sido abandonada a la mente y a las obras de un comunista, de uno que predica para agradar a los hombres, para darles un gusto, un entretenimiento en sus vidas.

Abandonada está toda la Iglesia: todo el Rebaño disperso, sin un norte, sin una luz, sin un camino, sin una vida, sin una verdad.

Todo es muerte alrededor del Vaticano. Muerte. Muerte de la gracia, muerte del Espíritu. Muerte de la verdad: la Iglesia, en Bergoglio, se halla privada de la Verdad: de la oración que salva; de la penitencia que purifica el corazón, del poder del amor que obra la verdad en la vida.

Hay que desterrar a la Iglesia de todo lo santo, de todo lo sagrado, y hay que meterla en el sepulcro:

«San Miguel dijo que Satanás tomará posesión de todo por algún tiempo, y que reinará completamente sobre todas las cosas; que toda la bondad, la Fe, la Religión serán enterradas en el sepulcro… Satanás y los suyos triunfarán con alegría, pero después de este triunfo, el Señor volverá a coger su propio pueblo, y reinará y triunfará sobre el demonio, y levantará desde la tumba la Iglesia enterrada, y la postrada Cruz…» (Marie Julie Jahenny  – 19 de Marzo de 1878).

¡Qué pocos creen en estas profecías!

¡Qué pocos siguen creyendo a pesar de ver lo que ven en el Vaticano!

¡Qué pocos son los que buscan la verdad con sus inteligencias!

¡Muchos son los que viven una fe muerta: la fe oficial del Vaticano!

«…Ellos han hecho poco caso de lo que Yo he revelado… ¡Ellos no han querido la luz!… He sufrido mucho por todo esto. El dolor oprime Mi Corazón en este momento… cuando recuerdo la dura recepción de Mis Palabrasno hicieron caso…»1.

Esta es una Madre en el Dolor de Su Corazón. Los hombres de la Iglesia, sus sacerdotes, sus Obispos, no hacen caso de las palabas de Su Madre, como si estas no tuvieran ninguna importancia para la Iglesia; como si la Iglesia se hiciera sólo con el pensamiento de los hombres, con su palabra humana.

La Iglesia es Divina y, por tanto, necesita de la Palabra Divina: la Palabra de la Virgen y la Palabra de Jesús, que siguen hablando a sus almas, aunque les pese a la mayoría de la Jerarquía y de los fieles.

La Jerarquía actual de la Iglesia habla que el hombre está marginado, y lo único que hace es –con eso- marginar ellos a toda la Iglesia, a toda la verdad en la Iglesia. A todas las almas que siguen la Verdad en la Iglesia. Y eso trae un castigo del cielo.

Porque se rechaza la palabra de los profetas, de los verdaderos católicos, por eso, viene el castigo para toda la Iglesia:

«Mi Hijo Divino… que vio el desprecio de Mis Promesas, ha hecho los preparativos en el Cielo para dar una medida de severidad a todos aquellos que se negaron a dar a conocer Mi Palabra a mis hijos, como una  luz brillante, verdadera y justa…»2.

La Iglesia no ha creído ni en La Salette ni en Fátima. Ha dado sólo su burda interpretación de esas profecías, y las ha dejado en el olvido.

Esa Jerarquía, que tiene la plenitud del sacerdocio, y no es capaz de discernir una profecía. No es capaz de penetrar en la verdad absoluta que allí se manifiesta, y no es capaz de enseñar al Rebaño el camino que Dios quiere de Su Iglesia.

¿Qué enseñan? El falso evangelio de la marginación.

El camino de la Iglesia no lo hacen los Jerarcas; no lo hace Bergoglio, sino Cristo con Su Cruz. El camino es siempre Cristo, no los hombres. Nunca los hombres. Ya ellos, los que gobiernan en la Iglesia, no son humildes:

«El sacerdote ya no es más humilde; no es más respetuoso; él es frívolo y frío en el servicio sagrado. Piensa en la fortaleza de su cuerpo cuando permite que las almas giman sin consolación…»3.

La Jerarquía sólo vive para una vida humana, una vida en el cuerpo, y poco o nada le interesa la vida del Espíritu: alimentar a  las almas con el Pan del Cielo. Sólo se les da el alimento comunista, protestante. Y, por eso, se observan ya en muchas parroquias, en muchas capillas, la abominación de la desolación.

Sacerdotes que quieren que la Iglesia sea de otra manera, más acorde al pensamiento de la época. Son ya otros Judas. No tienen vergüenza de hablar de sus pecados y de sus herejías. Y enseñan al Rebaño a pensar como ellos, a vivir como ellos: en el pecado, en el error, en la mentira.

«¡Para salvar la vida de su cuerpo, muchos perderán sus almas!». Esto es lo que ya está pasando en toda la Iglesia.

Para seguir comiendo: no me opongo a Bergoglio.

Para seguir teniendo un trabajo: no me opongo a Bergoglio.

¡Fariseos, hipócritas!¡Hombres de fe muerta!

«…falsos apóstoles, que bajo la apariencia de las palabras melosas y falsas promesas, dicen mentiras prostituyendo a mis queridos hijos, para salvar sus vidas de la tormenta y el peligro de sangre…»4.

No se quiere la Cruz, el sufrimiento, el desprecio de los hombres. Se quiere su abrazo, su interés, su negocio: hay que «ir a buscar a los lejanos en las periferias esenciales de la existencia» (15 de febrero del 2015). ¡Este es el negocio redondo en el Vaticano!

«… ¡huid de la sombra misma de estos hombres que no son otros que los Enemigos de mi Hijo Divino!».

¡Huyan de la sombra de Bergoglio y de todo su clan!

Toda la Jerarquía que gobierna, en la actualidad la Iglesia, es Enemiga de Cristo. Y hay que huir de ellos: huir de Roma. Refugiarse, porque de Roma viene el gran castigo para todo el mundo.

De esos sacerdotes y Obispos que ya no son de Cristo, porque han puesto sus oídos en la mentira, en las palabras mentirosas de los hombres del mundo:

«¡Cuando veo a los enemigos presentando sus promesas…. a muchos de aquellos que son sacerdotes de mi Divino Hijo! Cuando veo aquellas almas dejándose descender hasta el fondo del abismo… ».

¿Qué ha sido este discurso para los nuevos Cardenales? Gente que se ha dejado descender hasta el fondo del abismo.

¿Qué se creen que es toda esa Jerarquía llamada el gobierno horizontal de la Iglesia? Gente que desciende al infierno. Y no es otra cosa. Y, por tanto, arrastran consigo multitud de almas. Muchísimas.

El Rebaño siempre sigue a la Jerarquía. Siempre. Donde va la cabeza, va el cuerpo.

«Dentro de 100 años el cielo cosechará su grano… incluso antes de que acaben los 100 años. Por lo tanto, no está muy lejano…Todos los pecadores, los masones, quieren unir las fuerzas para vengarse ellos mismos en Mi Templo Santo. La corrupción y el veneno propagarán sus hedores y Mi Iglesia Santa experimentará escándalos que hará llorar al cielo y a la tierra…Poco después ellos subirán al poder en todo, y será la liberación del demonio… El sagrado sacerdocio será cubierto de vergüenza… Una queja secreta reina en los corazones de muchos sacerdotes en contra del vínculo de la Fe…Y perpetrarán horribles escándalos y clavarán la espada en el corazón de la Iglesia. La protesta furiosa nunca fue tan grande… Y Satanás añadió: Yo atacaré a la Iglesia. Y derribaré la Cruz, yo diezmaré al pueblo, y pondré una gran debilidad de Fe en los corazones. Durante un tiempo seré el maestro de todas las cosas, todo está bajo mi control, incluso Tu Templo y todos Tus fieles» (Marie Julie Jahenny  – 19 de Marzo de 1878).

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1 «Hoy Mis Ojos todavía tienen un rastro de las lágrimas que derramé el día, cuando Yo quería llevar a mis hijos las buenas noticias si se convertían, pero tristes noticias si continuaban con sus iniquidades… Ellos han hecho poco caso de lo que Yo he revelado… Ahora es el tiempo que esas grandes promesas serán cumplidas, las cuales las Autoridades de la Iglesia han despreciado… ¡Ellos no han querido la luz!He sufrido mucho por todo esto. El dolor oprime Mi Corazón en este momento…. La espada más dolorosa es ver ahora mismo las disposiciones que han tomado y las que están en vías de plantearse… Es ver a los pastores separándose del Vínculo Sagrado que dirige y gobierna la Santa Iglesia… Mis hijos, cuando recuerdo el día que traje Mis Avisos a la Montaña Santa, al mundo amenazado; cuando recuerdo la dura recepción de Mis Palabras… no por todos, pero por muchos. Y aquellos que deberían haber dado a conocerlas a las almas, a los corazones y a los espíritus de los niños con una gran seguridad, con una penetración profunda; no hicieron caso. Ellos los despreciaron y la mayoría de ellos les negaron su confianza» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1901 – Aniversario de la Aparición de La Salette).

2 «Mi Hijo Divino, que lo ve todo en las profundidades de la conciencia … que vio el desprecio de Mis Promesas, ha hecho los preparativos en el Cielo para dar una medida de severidad a todos aquellos que se negaron a dar a conocer Mi Palabra a mis hijos, como una  luz brillante, verdadera y justa… Cuando veo lo que le espera a la tierra, Mis Lágrimas fluyen de nuevo…» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1901 – Aniversario de la Aparición de La Salette).

3 «El sacerdote ya no es más humilde; no es más respetuoso; él es frívolo y frío en el servicio sagrado. Piensa en la fortaleza de su cuerpo cuando permite que las almas giman sin consolación… Las fiestas mundanas serán pagadas terriblemente en la eternidad…En el Día de mi gran sacudida de Mi Ira: muchos negarán al Rey que han servido. Los sacerdotes infieles no tendrán miedo de negar a Su Padre y poner en evidencia su sacerdocio por toda la eternidad, como Judas. Veremos la traición que tendrá lugar el día en que el Terror será generalizado…. ¡Para salvar la vida de su cuerpo, muchos perderán sus almas!» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1896).

4 «…falsos apóstoles, que bajo la apariencia de las palabras melosas y falsas promesas, y mienten prostituyendo a Mis queridos hijos, para salvar sus vidas de la tormenta y el peligro de sangre… Os aseguro: ¡huid de la sombra misma de estos hombres que no son otros que los Enemigos de mi Hijo Divino! Una vez más remito, de nuevo, a esta inmensa tristeza: Veo algunos pastores a la cabeza de la Iglesia Santa… cuando veo este atropello irreparable, el ejemplo mortal de quienes serán un desastre para Mi querido pueblo, cuando veo esta ruptura de vínculos… Mi Dolor es inmenso y el Cielo está grandemente irritado… Oren por aquellos pastores cuya debilidad causará la pérdida de una multitud de almas. ¡Cuando veo a los enemigos presentando sus promesas…. a muchos de aquellos que son sacerdotes de Mi Divino Hijo! Cuando veo aquellas almas dejándose descender hasta el fondo del abismo, te digo esto: Me sorprende, como Madre de Dios Todopoderoso, que Mi Hijo no abra inmediatamente los Cielos para derramar los golpes de su Ira sobre sus enemigos, que insultan y le indignan…» (Marie Julie Jahenny – 19 de septiembre 1901 – Aniversario de la Aparición de La Salette).

Las blasfemias de Bergoglio en su herético mensaje para la jornada de la paz

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«del deseo de una vida plena… forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer» (1 de enero del 2014).

Aquí, Bergoglio, está desarrollando la idea herética de la ecología, que nace de la concepción errada que tiene de la fe en Dios creador; una concepción desde la “horizontalidad”, no desde la verticalidad: como todos somos hijos de Dios, entonces todos somos hermanos entre sí; todos habitamos en la misma casa del Padre, en la creación, en el universo. Consecuencia: se da una gran intimidad, una gran cercanía con todas las cosas.

Es decir, que el hombre es un ser en el mundo con todas las cosas. Y, por lo tanto, el hombre se une, se casa, hace un matrimonio con todo el universo, está en relación, interactúa, dialoga con todos los seres vivientes, con todo lo que existe, aunque no sea un ser viviente. Todos se convierten en hermanos, no sólo de sangre, sino de alma, de mente, de espíritu.

Adán y Eva «concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, porque vienen del mismo vientre, y por lo tanto tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios» (8 de diciembre del 2014).

Bergoglio no puede entender el pecado de Adán y, por lo tanto, concibe lo que sucedió en el Paraíso desde la fraternidad, no desde el pecado, no desde el mal, no desde la verdad revelada: concibieron la primera fraternidad. No puede hablar de que Adán y Eva concibieron el primer hijo en pecado. Anula esta verdad para poner su mentira, su fraternidad.

El mal, para Bergoglio, va a estar en el hombre, no en la acción del demonio en el hombre. El mal no tiene una raíz espiritual en Bergoglio y, por eso, dice: «el pecado no es una mancha en el alma que tengo que quitar». No es algo que el demonio ha puesto en mí; sino algo que ha hecho el hombre y que se resuelve sólo por caminos humanos, por su falso misticismo: la fraternidad.

«El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos. Su historia pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros» (1 de enero del 2014). El mal de Caín es un problema humano, fraternal, no espiritual. Bergoglio ha puesto la vocación a ser hermanos como la misión de todo hombre cuando nace. Ése es su mayúsculo error en su enseñanza.

Dios crea al hombre para ser hijo de Dios: le da una vocación divina. No le ofrece una fraternidad, sino la participación en el ser divino: el hombre es Dios por participación. Esta es la vocación sublime de todo hombre, que Bergoglio se carga de manera absoluta.

Y porque el hombre es hijo de Dios, por eso, el demonio le acecha para poner en la naturaleza humana su obra demoníaca, que es lo que hizo con Adán. Y, por tanto, Adán engendró a un demonio: Caín. Y el pecado de Caín es la obra del demonio en Caín: es una obra espiritual. Caín mata a Abel porque éste tiene el sello de Dios, del cual carecía Caín. No lo mata porque rechaza la vocación de hermano. Caín carecía de esta vocación.

Pero Bergoglio está a lo suyo: en su clara herejía, en su nefasta apostasía de la fe.

Por eso, dice: Caín y Abel creados a imagen y semejanza de Dios. Bergoglio no comprende que al pecar Adán, la gracia, la vida sobrenatural, la semejanza con Dios se pierde. No lo comprende porque ha anulado el concepto de pecado, como dogma, como verdad revelada.  Ni Caín ni Abel fueron engendrados en la semejanza de Dios, porque no hay gracia. Caín y Abel fueron engendrados en el pecado original. Tienen un mismo padre, pero diferente madre. Esto Bergoglio no lo puede enseñar porque no cree en el Paraíso, en las palabras reveladas, sino que las interpreta a su manera. Para él, el génesis es un cuento de hadas, no la realidad de la vida sobrenatural.

Bergoglio sólo está en su idea ecológica: la fraternidad.

El hombre existe en un universo y, por tanto, coexiste con todo lo demás, se une a todo lo demás, se relaciona con todo lo demás, con una necesidad absoluta, como algo inscrito en su ser, que está por encima, incluso de su libertad como hombre: es como un imperativo de ser del universo, de encajar en el universo, de relacionarse con todo el universo, de ser hermano de todos. Es el falso misticismo propio de Bergoglio: quiere abarcar en su mente la totalidad de las cosas, unidas entre sí de una manera mágica, cósmica, universal, fraternal.

Por eso, habla de que la vida plena necesita de un anhelo indeleble de fraternidad: es el amor al hombre puesto por encima del amor a Dios.

La plenitud de la vida sólo es posible en el anhelo infinito de Dios: si el alma no desea lo divino, de una manera indeleble, no puede amar al hombre, al prójimo, a la creación.

Pero Bergoglio dice: «Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social» (8 de diciembre del 2014). Lo que funda la vida familiar y social es el amor fraterno, no el amor de Dios, no la ley eterna, no la ley natural. Por eso, habla de una conversión totalmente contraria a la que enseña san Pablo en su carta a los Corintios. Habla de que la persona se convierte para una fraternidad: regenera la fraternidad. Es su idea herética de la ecología: como todos somos hijos de Dios, entonces todos somos hermanos. Anula la conversión para ser hijo de Dios. Quien se convierte a Cristo, recibe la gracia que le regenera en un hombre nuevo: el ser hijo de Dios. Bergoglio se carga la gracia, anula el amor de Dios, y se pone por encima de toda ley natural, divina y de la gracia.

Bergoglio tuerce el concepto de hermano que san Francisco utiliza en sus obras. Para San Francisco de Asís todo hombre es hermano porque tiene una naturaleza humana. Somos hermanos porque poseemos una naturaleza humana: ése es el sentido del amor al prójimo, que enseña Jesús en Su Evangelio: ama al prójimo como a ti mismo. Se ama al otro porque cada hombre ama su naturaleza humana. Es la ley natural. Amo al otro porque amo su naturaleza humana, que es también la mía, aunque en otro cuerpo, con otra alma, guiada por otra persona.

Por ley natural, los hombres se aman a sí mismos y, por tanto, aman a todo hombre que tenga una naturaleza humana como se tiene en sí mismo. Esto, tan sencillo, lo tuerce Bergoglio.

Hay que amar al otro porque no encontramos enemigos, contrincantes: «en los que encontramos no enemigos o contrincantes». Y esto es una gran mentira. Hay que amar al otro porque es hombre, porque tiene una naturaleza humana. Pero en el otro, no se puede amar lo que nos hace enemigos: su pecado. Se ama al pecador, pero se odia su pecado, se aleja uno de su pecado, se pone un muro entre su pecado y la vida de uno.

El hombre, para amar en la verdad a sus semejantes, tiene que juzgar el pecado del otro y darle al otro lo que se merece, lo que el otro busca en su misma vida de hombre: una justicia para su pecado. Esto es lo que anula Bergoglio, por estar en su idea ecológica, que es un falso misticismo, es un panenteísmo y es la concepción masónica de la vida del hombre: la falsa tolerancia.

No se puede acoger el pecado, el error del prójimo, que es lo que quiere Bergoglio: «hermanos a los que acoger y querer». No se puede querer la herejía, el pecado, la mentira, el error de una persona. No se puede tolerar que las personas vivan sus vidas engañando con sus mentes a los demás, como hace Bergoglio. No es digno de un Obispo ser mentiroso. No hay respeto a un Obispo que miente cada día en la Iglesia. No hay obediencia a la mente de un Obispo que se ha pervertido por estar fornicando con la mente de todos los hombres, que viven en el error de sus vidas.

Esto es lo que muchos católicos todavía no han comprendido de Bergoglio: le siguen obedeciendo. Pero, ¿a qué le obedecen? ¿A su sonrisa? ¿A su cara bonita?

La obediencia en la Iglesia es a la Jerarquía que da, que enseña, que guía, en la Verdad. Bergoglio no da, ni enseña ni guía en la verdad. Entonces, ¿por qué los católicos viven un disparate en la Iglesia al someterse a un hombre que no vale para nada en la vida eclesial, que no es camino para salvar el alma ni para santificarla? ¿Por qué?

Porque los católicos, que obedecen a Bergoglio y a toda la Jerarquía que se somete a ese charlatán, son como Bergoglio: no tienen fe católica, no son de la Iglesia Católica, no sirven para ser Iglesia, para obrar en la Iglesia la verdad de la doctrina de Cristo.

«En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en la cultura de la esclavitud (cf. Gn 9, 25-27), con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad» (8 de diciembre del 2014).

Fíjense el disparate que dice este hombre, este necio que cuando habla da la verdad de lo que es: un demonio.

Bergoglio no comprende la maldición de Noé y llama a todo eso: cultura de la esclavitud. Ha anulado la obra de expiación del pecado que esa maldición conlleva, pero que Bergoglio no puede verla, como no ve la maldición que hace Dios de la creación cuando Adán peca.

El problema del hombre actual, lo que se ha transmitido de generación en generación es esa cultura de la esclavitud. Anula el pecado en la generación del hombre. Todo hombre –para Bergoglio-  nace santo; es la vida, las circunstancias, esa tara de esa cultura de la esclavitud que arrastra la sociedad, el mal en el hombre y en el mundo.

¿Han captado el disparate? El pecado no es un dogma, no es una verdad revelada en el Paraíso, que tiene una raíz espiritual y, por lo tanto, unas consecuencia espirituales para todo hombre, que se transmite de generación en generación, sino que es un asunto humano, de culturas: es la cultura de la esclavitud. Y sobre esta base herética, totalmente contraria a la verdad que Dios ha revelado, construye su mensaje de la paz diciendo que todos somos hermanos y que nadie es esclavo.

¿Ven la estupidez de este hombre? ¿Todavía no la ven?

Así está la Iglesia: llena de estúpidos como Bergoglio.

Un hombre estúpido es el que dice esto: «El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús «hermano y hermana, y madre» (Mt 12, 50)» (Ib.).

¡Pero qué estúpido que es Bergoglio que pone la cita y da una idiotez de interpretación! ¡No seas estúpido! ¡No cites el Evangelio para después dar tu mentira! ¡Bergoglio mismo se condena en sus mismas palabras!

¿Qué dice Mt 12, 50? «He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo aquel que hiciere la Voluntad de mi Padre, que está en los Cielos, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre». Hay que hacer la Voluntad del Padre para ser hermano de Cristo. No hay que escuchar el Evangelio. Hay tantos hombres que escuchan la Palabra de Dios y después hacen sus propias voluntades humanas, que no pueden ser hermanos de Cristo, aunque crean en Cristo.

Hay que cumplir con la Voluntad de Dios, no hay que responder a la llamada de la conversión. Dios llama a las almas a convertirse, a salir de su vida de pecado.  Pero una vez que el hombre sale, se convierte, tiene que aprender a hacer la Voluntad de Dios. Y si no aprende eso, vuelve a su pecado.

Bergoglio nunca habla de la Voluntad de Dios. Ya lo ven cuando cita este pasaje. No declara el pasaje como es, no puede hablar de la Voluntad del Padre, porque no cree en Dios Padre. Bergoglio cree en su concepto de Dios, en su concepto de Dios creador, en su concepto de Dios Padre. Pero Bergoglio no cree en el Padre como el que engendra a Su Hijo en Su Voluntad. Esto no le entra en cabeza; él no puede entrar en el Misterio de la Santísima Trinidad porque no cree en ese dogma: «No creo en un Dios Católico». Entonces, ¿qué haces en la Iglesia Católica? ¿Para qué estás sentado en la Silla de Pedro? Para destruir la Iglesia Católica, la fe católica en las almas con su palabra barata, rastrera y blasfema, que es lo que hace cada día. Y muchos católicos, muchos teólogos ni se han enterado –todavía- de esta destrucción.

Al torcer el Evangelio de Mateo, le sale otra herejía, que es una clara blasfemia contra el Espíritu Santo:

«No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2, 38)» (Ib.).

El imperativo de la conversión: esto es Hegel.

Eres hijo de Dios por el imperativo de la conversión. No eres hijo de Dios por gracia y por libertad. Este Misterio, el de la gracia y la libertad, queda anulado en Bergoglio.

Bergoglio no comprende la conversión del hombre: El hombre se convierte por una gracia divina, que le toca en su corazón y que le abre para responder a esa gracia. El hombre, en su libertad, responde o no responde a esa gracia. Esa gracia es un don de Dios, que el hombre no se merece. Esa gracia no es una exigencia de Dios, no es una disposición autoritativa de Dios, porque Dios no impone nada. Dios lo regala todo.

El hombre, en su libertad, responde o no a Dios, a ese regalo divino. Y responde libremente, no por imperativo. En la libertad, el hombre no está coaccionado: es libre. Nada ni nadie le impera. La conversión no le impera para convertirse, para elegir. El hombre elige sin imperativo, sin coacción. Si hay imperativo, si la conversión es un imperativo, entonces el hombre no es libre.

Es lo que está diciendo Bergoglio: se es hijo de Dios por imperativo de la conversión. Es decir, no eres libre en tu conversión. Esto es el imperativo de la razón de Hegel: el hombre hace las cosas por imperativo de su razón, con la coacción de su razón. No puede quitarse la razón para ejercer su libertad. Es una libertad impuesta por la razón, que no es libertad. Esto es una gran blasfemia contra el Espíritu Santo, porque Dios ha creado a todos los hombres libres. Y en su conversión, los hombres siguen siendo libres. No existe el imperativo de la conversión.

En este planteamiento de su falso misticismo, de su falsa fraternidad, de cargarse todo el dogma, tiene que decir otra herejía:

«Todo esto demuestra cómo la Buena Nueva de Jesucristo… también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15)».

Jesús ha redimido la esclavitud, la cultura de la esclavitud, las relaciones entre un esclavo y su amo. ¡Tamaña barbaridad! ¡Necio discurso de un hombre sediento de la gloria humana! ¡Estúpida cabeza de un loco que se cree superior a todos porque se sienta, en su orgullo, en la Silla de Pedro!

El evangelio, la Buena Nueva, no redime las relaciones entre los hombres. La Palabra de Dios redime las almas de los hombres: las salva del pecado, purifica sus corazones y transforma al alma en otro Cristo. Si el alma imita a Cristo en su vida, si el alma se asimila a Cristo en su vida, si el alma se niega a sí misma en su vida, entonces salva y santifica a los demás hombres, irradia la verdad, el amor de Cristo: obra la santidad en la familia, en el matrimonio, en lo social, en el estado, en la Iglesia.

Los hombres no tienen en común ni la filiación adoptiva ni el vínculo de la fraternidad. Esta es la idea ecológica. Esto es lo principal en la ecología: como somos hijos de Dios, entonces todos somos hermanos. Este es el eje central de toda la herejía de Bergoglio. Y esta idea está en todas sus homilías y escritos. Y esta idea la va a reflejar en ese documento blasfemo que va a sacar, próximamente, sobre la ecología.

Bergoglio, en su blasfemia contra el Espíritu Santo, está construyendo una nueva iglesia, con una nueva doctrina, con un falso cristo, con un falso evangelio, con un falso magisterio. Y los católicos como imbéciles, detrás de este blasfemo. ¡No tienen vergüenza!

El grave problema de la ecología es torcer la Palabra de Dios para expresar el negocio de los hombres. Se apoyan en todos los santos, en el magisterio de la Iglesia, en la Sagrada Escritura, para poner de relieve una grave blasfemia: el hombre, el culto al hombre en la creación.

Para el ecologista no se puede hablar de esclavitud, del dominio de la naturaleza humana, que Dios revela en Su Palabra: «Procread y multiplicaos; y henchid la tierra; sometedla y dominad…» (Gn 1, 28). Este domino, esta esclavitud va en contra de la fraternidad para el que sigue la herejía del ecologismo.

Para el ecologista, el hombre no está por encima de la naturaleza, no la domina, sino que está dentro de la naturaleza: es el panenteísmo: el ser humano está en el mundo y con todas las cosas: la libertad del hombres se realiza en el interior del mundo, no sobre el mundo, no dominando al mundo, sino siendo uno con todas las cosas del mundo.  El mundo, la creación le impera al hombre para obrar con libertad.

Lo que tiene valor es la creación, no el hombre. Es el panenteísmo: Dios crea la creación de sí mismo, no de la nada. Por tanto, toda la creación es divina, sagrada. El hombre es parte de esa creación sagrada, divina, y no puede dominarla, esclavizarla. El hombre es sagrado y, por eso, Bergoglio, predica que la persona humana es sagrada. El hombre, al ser sagrado, se une a la creación, que también es sagrada. No tiene que dominarla, sino establecer relaciones para no dañarla, para no esclavizarla. En esta herejía, que es una blasfemia, del panenteísmo, cabalga toda la ecología.

Y Bergoglio pone, en su blasfemo discurso, una sarta de ejemplos que no tienen nada que ver con la esclavitud, con ninguna cultura de la esclavitud, sino con el pecado de los hombres, en los diferentes países. Para Bergoglio todo es esclavitud: las prostitutas, los emigrantes, los que trabajan de manera ilegal, etc… Pone una serie de ejemplos que sólo muestran una cosa: su comunismo:

«Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos».

La raíz de la esclavitud está en el concepto de la persona humana: Hegel.Todo el problema de los hombres está en la idea, en la mente, dentro de la racionalidad. El culto a la razón del hombre, al lenguaje humano, a la palabra barata y blasfema.

Y, además, es un concepto de la persona en el que se admite el ser tratada como objeto: no existe ese concepto de la persona humana. Ni en teología ni en la filosofía ni en la metafísica. Es un invento de la mente de Bergoglio para destacar una cosa: el bien común.

La raíz de la esclavitud está en el pecado de la persona humana: no está en no ver al otro como hombre, en su dignidad humana. No; está en pecar contra el otro al tratarlo como objeto y, a pesar de que se vea su dignidad humana. No se pierde la visión de la dignidad humana al pecar. Se peca por una maldad, no porque se tenga presente o no el concepto de dignidad humana.

Bergoglio apela a su comunismo: «hermanos y hermanas en la humanidad»: el bien común. Como no buscas el bien común de ser hombre, de tener una naturaleza humana, de respetar al otro porque es una persona humana, porque tiene dignidad, entonces caes en la esclavitud.

Bergoglio niega la propiedad privada, el bien privado de la libertad de cada hombre. El hombre, en su bien privado, en su libertad, elige hacer daño al otro, tratarlo como un objeto, aunque sepa que sea hombre. Siempre la persona comunista ve el bien privado, la propiedad privada, la libertad del hombre como una función social: si quieres ser hombre tienes que hacer un bien común a todos los hombres en la sociedad, en el estado, en la iglesia. Es el comunismo que está fundamentado en el panenteísmo: hay que hacer el bien común porque el hombre, para ser hombre, para ejercer su libertad humana, tiene que estar en el mundo, dialogar con el mundo, ser del mundo, unirse a todo hombre, porque es su hermano, su sagrado hermano.

Y se podría seguir diciendo las herejías que Bergoglio expone en este mensaje para la próxima jornada de la paz, que escribió el día de la Inmaculada. Pero no merece la pena. A nadie le interesa mostrarse ante Bergoglio como enemigo. Todos están tan contentos con este subnormal, que se les cae la baba. Y Bergoglio no es nada en la Iglesia Católica. Nada. Y quien lo tenga por algo, sencillamente escribe, con letras de oro, su misma condenación.

Dejen a Bergoglio en su gran blasfemia, y dedíquense a discernir el camino de la Iglesia, que no está en Roma ni en las Parroquias. No lo tiene la Jerarquía de la Iglesia. Ellos van a salir escaldados de esa falsa iglesia en busca de los católicos verdaderos, que se han dedicado a permanecer en la Verdad, batallando contra todos los hombres, contra todos sus pensamientos y obras en la Iglesia, para seguir siendo Iglesia.

El que es de Cristo no necesita a Bergoglio como Papa. Lo que necesita es dar testimonio de la Verdad a todo aquel que se atreva a dar publicidad a las herejías de un charlatán, que sólo vive para alimentarse de la gloria, del dinero y del poder de los hombres.

Escupan la mente de Bergoglio, porque dentro de ella está toda la blasfemia del demonio para la Iglesia.

¡Ay de aquel que no se atreva a dar una patada a Bergoglio por el falso respeto y la falsa obediencia a un hombre que no se merece ni los buenos días!

¡Es una vergüenza lo que hacen muchos católicos que ven la herejía de Bergoglio y que por un falso amor al hombre lo siguen sosteniendo porque así creen que no hacen mal a la Iglesia! ¡Son ellos los que destruyen la Iglesia sosteniendo, obedeciendo a un hereje como Papa! ¡Ningún Papa es hereje ni puede serlo! ¡Cuántos católicos, y renombrados católicos, desconocen esta verdad! ¡Qué infierno van a tener por estar dando buena y mala publicidad a un hereje!

Bergoglio: papagayo del comunismo

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«Por favor, sigan con la lucha por la dignidad de la familia rural, por el agua, por la vida y para que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra». (ver texto)

Este es el discurso de un líder político anticapitalista, que pone en tela de juicio la doctrina social de la Iglesia, y que hace de la obra de Cristo su comunismo, la iniciación de la maldad en Roma.

¡Cosas nunca vistas que un hombre, con una boca de dragón, diga en la Iglesia, sentado en el Trono que no le corresponde!

¡Cosas nunca vistas que nadie, entre la Jerarquía de la Iglesia, se levante para callar a este impostor!

«Procurad, venerables hermanos, con sumo cuidado que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente malo, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en pagar el castigo de su error; y cuanto más antigua y luminosa es la civilización creada por el cristianismo en las naciones en que el comunismo logre penetrar, tanto mayor será la devastación que en ellas ejercerá el odio del ateísmo comunista» (Pío XI – Carta encíclica Divini Redemptoris – sobre el comunismo ateo, n. 60)..

No te dejes engañar por el discurso de este hombre, que dice que «todos los pueblos de la tierra, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, tenemos que alzar la voz en defensa de estos dos preciosos dones: la paz y la naturaleza».

No te dejes engañar porque este discurso es intrínsecamente malo. Si Bergoglio quiere salvar la ruina de la civilización cristiana, ahí tiene todo el maravilloso tesoro de la doctrina social de la Iglesia, que él ni nombra en este discurso.

Sólo habla de una paz mundial: « Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin la participación protagónica de las grandes mayorías y ese protagonismo excede los procedimientos lógicos de la democracia formal. La perspectiva de un mundo de paz y justicia duraderas nos reclama superar el asistencialismo paternalista, nos exige crear nuevas formas de participación que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común.» Palabras vacías de la Verdad del Evangelio; palabras que son imposible de realizar, porque las grandes mayorías son nada para Dios. La masa, lo que piensa la masa, lo que obra la mayoría de la gente es basura para Dios y para la Iglesia.

Cristo viene a por el alma, a buscar cada alma en particular. Cristo no viene a por la mayoría. La paz mundial se establece porque cada alma está en la paz que da Cristo: está en gracia y es fiel a esa gracia. Y quien vive de gracia no puede pecar, porque la gracia es amor de Dios.

Pero Bergoglio no puede comprender las palabras del Papa Pío XI, porque es un comunista, que vive para su comunismo. Y, porque está cooperando con el comunismo en Roma, en su nueva iglesia, va a ser el primero en pagar el error de su mente humana.

Todo este escrito es de su mente humana: no es enseñanza ni de Cristo ni del Magisterio de la Iglesia. ¡Es una vergüenza este escrito! ¡Una auténtica vergüenza! ¡Cómo desvaría este hombre!

«Solidaridad es (…) pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia y todas esas realidades que muchos de ustedes sufren y que todos estamos llamados a transformar. La solidaridad, entendida, en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares».

Esto es la solidaridad para un comunista, para un ateo, para un masón, para uno que no sabe lo que es Cristo ni la Iglesia Católica.

¿Qué es la solidaridad para un católico?

La solidaridad es central en la doctrina de San Pablo: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos Justicia de Dios» (2 Cor 5, 21).

El hombre, unido a Cristo, es Justicia Divina, por la solidaridad de Cristo con el hombre pecador.

El hombre que no se une a Cristo, es una injustica toda su vida: obra la injustica con sus palabras y con sus obras humanas. Eso es Bergoglio.

Cristo se hizo pecado por el hombre: esto es la solidaridad. Él llevó nuestros pecados y, por esta solidaridad, fue hecho pecador y pecado, a pesar de que no podía pecar, de que Cristo es impecable.

Cristo «no conoció el pecado», es impecable: «¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?» (Jn 8, 46). Cristo no tiene relación con el diablo: «viene el príncipe del mundo, que en mí no tiene nada» (Jn 14, 30).

Pero se hizo pecado, cargó con el pecado: se hizo semejante al hombre pecador para quitar el pecado: «… y así no trayendo ningún pecado de origen… sin embargo, por la semejanza de la carne de pecado en que había venido fue llamado El mismo pecado, que ha de ser sacrificado para borrar los pecados» (S. Agustín – R 1916)

Por esta solidaridad, Cristo padece y muere para expiar los pecados de todos los hombres: «Cristo nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición, pues escrito está: “Maldito todo el que es colgado del madero”» (Gal 3, 13).

Cristo se hizo maldición: esta es la solidaridad de Cristo con los hombres.

Bergoglio, ¿acaso, en su sacerdocio, se ha hecho maldición? No; lo aclaman los pervertidos en sus pecados como un santo. ¿Qué tendrá Bergoglio en su corazón que arrastra al infierno a todos los pecadores? No los llama a la salvación de su alma, sino a seguir viviendo en sus pecados por toda la eternidad.

¿Cuál tiene que ser la solidaridad de los hombres con Cristo?

«Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, por cuya gracia habéis sido salvados, y con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef 2,4-6).

  1. Vivir la misma vida de Cristo: «nos vivificó juntamente con Cristo»;
  2. Fidelidad a la gracia que Cristo nos mereció: «por cuya gracia habéis sido salvados»;
  3. Buscar las cosas de arriba, para llevar el alma a la salvación y santificación: «con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los Cielos en Cristo Jesús».

Por tanto, decir que la solidaridad es «pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos»; significa la clara lucha de clases que el comunismo predica.

Pensar como piensa la masa: esto es abominable, porque la masa ni tiene inteligencia ni tiene voluntad.

Es lo que enseña el Papa Pío XI:

«Sólo el hombre, la persona humana y no las sociedades, sean las que sean, está dotado de razón y de voluntad moralmente libre» (Pío XI – Carta encíclica Divini Redemptoris – sobre el comunismo ateo, n. 29).

Y, por tanto, sólo el hombre puede pecar, no las sociedades. Y para quitar los efectos del pecado en las sociedades, hay que decirle al hombre, a cada hombre: «no peques más».

Bergoglio, en su comunismo, se dedica a resolver los efectos del pecado de una manera estúpida: pensar y obrar en términos de comunidad. El bien común sin el bien privado. Comunismo puro. No son las comunidades, los barrios, las ciudades las causas de que todo esté mal. Es el pecado de cada hombre.

La solidaridad, Cristo la hizo con el hombre, en su pecado, en el pecado de cada hombre. Cristo no hizo la solidaridad en un pecado global de un barrio, de una comunidad, de una sociedad, de una familia. Cristo se une a cada hombre, en su pecado. Y el pecado es la ofensa personal de la criatura a Dios. La solidaridad, Cristo no la hizo, con los problemas múltiples de los hombres, que son siempre los efectos del pecado. Cristo no vino a quitar los efectos del pecado. Cristo vino a quitar el pecado. Y el pecado de cada alma.

Si el hombre no piensa y actúa como Cristo: haciéndose pecado, cargando con el pecado de los demás, entonces el hombre es un comunista, que se dedica a las cosas sociales, a resolver los efectos del pecado, sin quitar el pecado; y así se enfrenta con los demás por un motivo de dinero: «la apropiación de los bienes por parte de algunos».

Tú, que eres rico, te has apropiado de los bienes que me pertenecen, a mí que soy de clase social baja.

Este es siempre el lenguaje de un comunista: bien común, opción social, comunidad, apropiación de bienes, derechos humanos, injusticias sociales, grito de la paz, cultura del encuentro, tolerancia con las ideas de los hombres, dios dinero…

Judas siempre estaba preocupado por la bolsa del dinero. Así Bergoglio: está obsesionado porque en el mundo muchos tienen riquezas. Y eso le molesta. Y para esto se ha hecho sacerdote y Obispo: para tener la bolsa del dinero, con el cual comprar a muchos para su gran negocio en su nueva iglesia.: buscar un nuevo orden mundial, en el que él sea parte fundamental.

La identidad de Cristo y los hombres es en el pecado. Y sólo en el pecado. Cristo no vino ni para los ricos ni para los pobres. Cristo vino para hacerse pecado, para identificarse con el hombre pecador, con el hombre que peca. Identificarse sin pecar con el pecado que tiene el hombre. Este es el Misterio de la Redención. Misterio que a Bergoglio le trae sin cuidado.

«También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales». Cristo no luchó contra las causas estructurales de la pobreza; a Cristo le traía sin cuidado las desigualdades sociales entre los hombres; a Cristo le importó nada la falta de trabajo, de tierra, de vivienda: «Él no tenía dónde reclinar su cabeza». Nunca luchó por una vivienda. Nunca le importó dormir bajo las estrellas del cielo. Cristo no vivió para tener dinero y así poseer riquezas materiales y distribuirlas de manera equitativa. Cristo vivió para obrar la Voluntad de Su Padre: morir maldito en una Cruz. Esto es lo que es incapaz de hacer Bergoglio: morir en una Cruz para salvar un alma del infierno. Bergoglio quiere morir entre los aplausos de los hombres, diciendo herejías cada minuto de su vida.

Para Cristo no existen los derechos sociales ni laborales. Para Cristo sólo existen los derechos eternos de Su Padre sobre el hombre que Él ha creado. Y esos derechos eternos exigían la Justicia Vindicativa: «hay que dar a cada uno su derecho» (S.To. 2.2 q.58 a.1 a 1).

La Justicia vindicativa tiene por objeto el castigo de los que han pecado. El hombre pecó, en Adán; el hombre, tiene que ser castigado adecuadamente, según su pecado. Y, por eso, para Cristo no tiene ningún sentido todo este párrafo que Bergoglio dice sobre la solidaridad. Cristo se encarna para hacer Justicia: hay que expiar el pecado de todos los hombres; es decir, hay que cargar con cada pecado de cada hombre. Y, de esta manera, se satisface al Padre, que ha sido ofendido por el pecado del hombre.

Que en la vida existen injusticias sociales: eso es bueno. Que hay gente que pasa hambre: eso es bueno; que hay pobres y ricos: eso es bueno; que hay personas que destruyen la naturaleza: eso es bueno.

Es la Justicia Vindicativa: Dios da a cada uno su derecho, lo que se merece. Dios castiga todo pecado en el hombre. Por eso, Dios permite muchos males, muchos efectos de un pecado; efectos que se dan en la sociedades, en las familias, en los barrios, en las ciudades; y que no hay que trabajar para quitarlos, porque no se pueden quitar. Es la Justicia Vindicativa, que el comunista Bergoglio no entiende ni puede entender.

Bergoglio no ha comprendido el Evangelio: «Nunca hay que olvidarse que Jesús nació en un establo porque en el hospedaje no había lugar, que su familia tuvo que abandonar su hogar y escapar a Egipto, perseguida por Herodes. Hoy hay tantas familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien porque la han perdido por diferentes motivos». Cristo nació pobre porque era la Voluntad de Su Padre. Cristo fue perseguido porque era la Voluntad de Su Padre. Justicia Vindicativa.

Bergoglio anula a Cristo en su nacimiento: como Cristo nació en un establo, entonces no os olvidéis que eso fue por la opción social de los hombres, que no dieron a la Virgen María una habitación para parir a Cristo. Fue culpa del sistema social, económico, político de ese tiempo por el cual Cristo nació en un establo. Y, por tanto, lloremos porque «hoy hay tantas familias sin vivienda» por culpa de gente que tiene su dinero, su bien privado, que vive en las ciudades y que no se ocupa del bien comunitario: no piensan ni obran para una comunidad.

Cristo pensó y obró para Su Padre: le tenía sin cuidado lo que los hombres pensaran y obraran.

Para Bergoglio hay que estar preocupados por la salud material, humana, económica… de los otros, de los pobres, de los sin techo, de los hambrientos de pan material. Y ataca a los que se han acostumbrado a no hacer nada por el bien común, a los que viven de su dios dinero, a los que han hecho de la indiferencia algo global:

«Hablamos de la tierra, de trabajo, de techo… hablamos de trabajar por la paz y cuidar la naturaleza… Pero ¿por qué en vez de eso nos acostumbramos a ver como se destruye el trabajo digno, se desahucia a tantas familias, se expulsa a los campesinos, se hace la guerra y se abusa de la naturaleza? Porque en este sistema se ha sacado al hombre, a la persona humana, del centro y se lo ha reemplazado por otra cosa. Porque se rinde un culto idolátrico al dinero. Porque se ha globalizado la indiferencia! Se ha globalizado la indiferencia: a mí ¿qué me importa lo que les pasa a otros mientras yo defienda lo mío? Porque el mundo se ha olvidado de Dios, que es Padre; se ha vuelto huérfano porque dejó a Dios de lado».

Bergoglio es un hombre que habla para la masa; no puede hablar para el alma. No sabe llegar a un alma y, por tanto, no sabe cómo se salva ni se santifica un alma en la Iglesia.

Bergolgio es el hombre que da culto al hombre: «en este sistema se ha sacado al hombre». En el mundo en que vivimos, se ha sacado a Dios del centro; y se ha puesto el hombre en el centro. Lo que le pasa a Bergoglio es que ese centro no está ocupado por su comunismo, sino por los sistemas capitalistas, que detesta a rabiar.

He aquí al hombre Bergoglio que, con sus ideas fabulosas sobre el bien común, la paz, la ecología, quiere poner al hombre comunista en el centro: «Tenemos que cambiarlo, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos».

El comunismo es la alternativa social que necesitamos para el nuevo orden mundial.

Pero, ¡qué hombre tan clarividente!: hay que llevar la dignidad humana al centro; y sobre esa dignidad levantar su comunismo.

Y este hombre, tan maravilloso, da un programa de acción basado en el Evangelio, algo que él llama revolucionario:

«Los cristianos tenemos algo muy lindo, una guía de acción, un programa, podríamos decir, revolucionario. Les recomiendo vivamente que lo lean, que lean las bienaventuranzas que están en el capítulo 5 de San Mateo y 6 de San Lucas, (cfr. Mt 5, 3 y Lc 6, 20) y que lean el pasaje de Mateo 25. Se los dije a los jóvenes en Río de Janeiro, con esas dos cosas tienen el programa de acción».

Con las bienaventuranzas y con las parábolas de las diez vírgenes, de los talentos y el juicio final, está todo dicho para crear un comunismo en Roma.

¿Quién puede hacer caso de este hombre? ¿Quién no se da cuenta de su desvarío mental? Vete de la Iglesia y vístete como un marxista; pero no estés en la Iglesia, vestido de Obispo, clamando un comunismo inaceptable. Sé consecuente con tu idea comunista de la vida. Porque no eres consecuente, estás desvariando en la Iglesia.

¿Cómo es que los católicos no pueden ver esto, no pueden discernir esto? ¡Y siguen llamando Papa a un comunista! ¡No entendemos a qué se dedican los católicos en la Iglesia!

A uno se le cae la cara de vergüenza al leer este discurso, que sólo es una charlatanería comunista. Bergoglio es un papagayo del comunismo.

No pone la doctrina social de la Iglesia. No menciona a ningún Papa. Sólo su escrito comunista: «Estoy repitiendo cosas que he dicho y que están en la Evangelii Gaudium». ¡Apaga y vámonos! Quien haya leído esa basura se habrá dado cuenta de los disparates que este hombre escribe.

Bergoglio anula la vida de Cristo, a Cristo como Rey del Universo, como el centro del hombre, como el que tiene la solución a todos los problemas de los hombres; y cuenta sus fábulas: las fábulas de un comunista en la Iglesia.

Cristo, cuando mandó a sus discípulos a predicar, les dijo que no se rompieran la cabeza con lo material: «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino» (Lc 10, 4).

Pero, Bergoglio dice que la solidaridad:

«Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia y todas esas realidades que muchos de ustedes sufren y que todos estamos llamados a transformar»: ¡Bergoglio: comunista, comunista y comunista!

«Todos estamos llamados a transformar»: ¿Qué cosa hay que transformar? ¿Qué los ricos den dinero a los pobres? ¿Qué los pobres ya no sean pobres, sino ricos? ¿Qué no exista la guerra, ni la violencia, ni las emigraciones, ni la droga? Pero, ¿de qué estupideces está diciendo este hombre? Por Justicia hay que sufrir muchos efectos de muchos pecados de muchos hombres. Por Justicia vindicativa. Pero, Bergoglio se refiere a esto:

Hay que transformar los efectos del pecado, pero no hay que cargar con el pecado. No hay que hacerse pecador, no hay que expiar el pecado, no hay que hacer penitencia, sino que hay dar mi dinero al que no lo tiene, hay que buscar el bien de una comunidad, no los bienes privados de gente egoísta y sin escrúpulos..

Esto es todo en la predicación de este hombre: dame dinero porque hay pobres, hay gente sin viviendas, hay hambre en muchas partes del mundo, porque tú, que eres católico, eres un fariseo, un hipócrita:

«Qué triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la pasividad, se lo niega o peor, se esconden negocios y ambiciones personales: Jesús les diría hipócritas. Qué lindo es en cambio cuando vemos en movimiento a pueblos, sobre todo, a sus miembros más pobres y a los jóvenes. Entonces sí se siente el viento de promesa que aviva la ilusión de un mundo mejor. Que ese viento se transforme en vendaval de esperanza. Ese es mi deseo».

Bergoglio vive de un sueño, de una ilusión: tener un mundo mejor. Pero, ¿no estás en la Iglesia, que es la sociedad perfecta, donde se vive la vida perfecta, donde se hacen las obras perfectas, donde se da el amor perfecto? ¿Por qué sueñas con un mundo mejor si en la Iglesia Católica se posee el mundo divino, el mundo mejor, el mundo perfecto?

La vida es un sueño para este hombre: un sueño comunista.

¡Que los pueblos se muevan para reivindicar sus derechos sociales, sus justicias ante los hombres! ¡Que lo pobres luchen por las injusticias sociales!

¡Qué triste es que la gente tenga a este idiota como Papa! ¡Qué tristeza!

¿Qué enseña un verdadero Papa?

«Todos los cristianos, ricos y pobres, deben tener siempre fija su mirada era el cielo, recordando que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura (Heb 13,14). Los ricos no deben poner su felicidad en las riquezas de la tierra ni enderezar sus mejores esfuerzos a conseguirlas, sino que, considerándose como simples administradores de las riquezas, que han de dar estrecha cuenta de ellas al supremo dueño, deben usar de ellas cono de preciosos medios que Dios les otorgó para ejercer la virtud, y no dejar de distribuir a los pobres los bienes superfluos, según el precepto evangélico (cf. Lc 11,41)» (Pío XI – Carta encíclica Divini Redemptoris – sobre el comunismo ateo, n. 44).

Ricos y pobres: la mirada en el cielo, no en los problemas de la tierra. Los ricos, que se desprendan de sus apegos a la riqueza. Y ¿los pobres?:

«Los pobres, por su parte, en medio de sus esfuerzos, guiados por las leyes de la caridad y de la justicia, para proveerse de lo necesario y para mejorar su condición social, deben también ellos permanecer siempre pobres de espíritu (Mt 5,3), estimando más los bienes espirituales que los goces terrenos». (Ib, n. 45)

Los que tienen hambre de pan, que sean pobres de espíritu; los que no tienen una vivienda, que sean pobres de espíritu; los trabajadores de la tierra, los campesinos, que sean pobres de espíritu. Porque es más importante el bien espiritual que el goce de la tierra. Es antes tener a Dios en el corazón, que pan en el vientre.

Y, además, enseña el Papa:

«Tengan además siempre presente que nunca se conseguirá hacer desaparecer del mundo las miserias, los dolores y las tribulaciones, a los que están sujetos también los que exteriormente aparecen como más afortunados. La paciencia es, pues, necesaria para todos; esa paciencia que mantiene firme el espíritu, confiado en las divinas promesas de una eterna felicidad. “Tened, pues, paciencia, hermanos -os decimos también con el apóstol Santiago-, hasta la venida del Señor. Ved cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías. Aguardad también vosotros con paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cercana” (St 5,7-8). Sólo así se cumplirá la consoladora promesa del Señor: Bienaventurados los pobres».(Ib, n. 45)

¿Para qué lucháis por los efectos del pecado si nunca van a desaparecer? ¡NUNCA!

¿Qué enseña un falso Papa, uno que no es Papa, que lo llaman Papa porque hay que darle un nombre a un necio?

«¡Los pobres no sólo padecen la injusticia sino que también luchan contra ella!».

¡Profunda oscuridad en Roma!

Los pobres que luchen por ser pobres de espíritu. Esta es la lucha de todo hombre en la Iglesia: luchar por salvar su alma, no luchar para llenarse los bolsillos de dinero y de placeres en la vida. No luchar por un futuro que no existe. No luchar por una idea absurda sobre el bien común.

Todo hombre tiene que luchar por su alma. Y si no lucha por su propia alma, la lucha que se hace por otras almas es inútil, inservible, y es trazar un camino de desastre a toda la humanidad.

«Tierra, techo y trabajo, eso por lo que ustedes luchan, son derechos sagrados».

¡Ignorancia supina sobre qué son los derechos divinos!

Jesús vino a salvar almas, no a dar a los hombres ni una tierra, ni un techo ni un trabajo.

Para Bergoglio, todo es combatir los efectos del dinero, los efectos del pecado de avaricia, que tienen todos los hombres: ricos y pobres. Todo es crear una comunidad, una sociedad, que produzca bienes materiales para todos, para que todos disfruten esos bienes de la tierra en un paraíso utópico. Y a esto lo llama “derechos sagrados”.

Bergoglio busca una clase de humanidad en el utopismo de una sociedad sin diferencia alguna de clases.

Y ¿a este hombre lo llaman Papa cuando no es capaz de dar el magisterio de un Papa? ¿Por qué le siguen llamando Papa? Llámenlo comunista, masón, protestante, idiota, pero no Papa.

Llámenlo por su nombre, el que se merece: hombre del demonio. Hombre con una mente demoníaca. Hombre sin dos dedos de frente. Hombre necio entre los necios.

Y dedíquense a combatirlo en todos los frentes, porque mucho mal viene a toda la Iglesia con el hecho de que Bergoglio abra su boca de herejía, cada día, e infeste a muchos con su lenguaje barato y blasfemo.

Escupan las palabras de este hombre como vómito. No confíen en ninguna sonrisa que haga con su rostro. No miren su rostro para contemplar a Cristo. Miren su rostro para luchar contra el demonio que está en él.

Cristo ha huido de Roma y sólo se le puede encontrar en aquellos que se atreven a llamar a Bergoglio como demonio encarnado.

Bergoglio es modernista, ateo y agnóstico

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«Y nuestra oración debe ser así, trinitaria. Tantas veces: ‘¿Pero usted cree?’: ‘¡Sí! ¡Sí!’; ¿En qué cree?’; ‘¡En Dios!’; ‘¿Pero qué es Dios para usted?’; ‘¡Dios, Dios!’. Pero Dios no existe: ¡no se escandalicen! ¡Dios así no existe! Existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: son personas, no son una idea en el aire… ¡Este Dios spray non existe! ¡Existen las personas!» (ver texto)

«¡Este Dios spray non existe!»: no existe Dios como Uno. No existe la Esencia Divina. No hay un conocimiento natural de Dios. ¡Ateísmo!

«Dios no es una presencia impalpable, una esencia en la niebla que se extiende alrededor sin saber realmente lo que es» (ver texto). No es una presencia impalpable; no es una esencia extendida. ¿Ven la clara herejía?

Dios no existe como Ser Espiritual. Dios no es Espíritu. Su Esencia, que no puede verse, no puede tampoco existir. Esta es la herejía de este hombre.

Este Dios Spray, esa cierta representación profana o abstracta de la divinidad, no puede existir. No puede darse esa representación en la mente del hombre. Sólo se da un Dios personal, porque es objeto de un conocimiento religioso (= existencialismo). El conocimiento natural de Dios no se da.

Para Bergoglio, sólo existe el conocimiento religioso de Dios:

«¡Existen las personas!»: solo existe Dios como tres personas. Sólo hay que concebir a Dios como persona, pero no como esencia. ¡Modernismo!

«Dios es «Persona» concreta, es un Padre, y por lo tanto la fe en Él nace de un encuentro vivo, de una experiencia tangible» (Ib).

Y la fe nace de la experiencia con esa “Persona”. No se puede llegar a la fe a través de una realidad divina, porque no existe. Es decir, los que dice que Dios es Uno, los que creen que existe la esencia de Dios, no tienen fe, se equivocan.

Bergoglio se inventa su fe, su conocimiento religioso sobre Dios. No es una fe católica. Es su fe masónica, puramente del demonio. Que es lo que declaró en su entrevista con Eugenio Scalfari:

«Yo creo en Dios, no en un Dios católico. No existe un Dios católico. Existe Dios, y creo en Jesús, su encarnación. Jesús es mi maestro y mi pastor; pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este es mi ser» (1 de octubre 2013).

«No existe el Dios católico»: el Dios Uno; la esencia divina. No hay un conocimiento natural ni científico de Dios.

«Existe Dios»: las personas. Sólo hay un conocimiento religioso de Dios.

Esas personas, ese conocimiento religioso, son distintas a lo que el dogma católico entiende por la Trinidad, porque Bergoglio no cree en el dogma de la Santísima Trinidad. Sólo cree en tres personas:

1. Jesús, que no es Dios, que no es un Espíritu, sino que es una persona humana, un hombre: «¿Pero Jesús es un espíritu? ¡Jesús no es un espíritu! Jesús es una persona, un hombre, con carne como la nuestra, pero en la gloria» (ver texto);

es su maestro, su gurú, que es la encarnación de este dios, que es «persona concreta, es un padre»; es la encarnación de este conocimiento religioso sobre el Padre. El Hijo es un gurú para Bergoglio.

2. El Padre es la luz y el Creador.

3. Y el Espíritu Santo es un extra, como en las películas: «el Espíritu Santo que es el don, es ese extra que da el Padre» (ver texto)

«‘¿Pero usted cree?’: ‘¡Sí! ¡Sí!’; ¿En qué cree?’; ‘¡En Dios!’; ‘¿Pero qué es Dios para usted?’; ‘¡Dios, Dios!’. Pero Dios no existe: ¡no se escandalicen! ¡Dios así no existe!».

¿Ven la barbaridad?

Se niega el conocimiento de Dios y su existencia: no se conoce la esencia de Dios ni su existencia. Sólo se conoce a Dios como Persona, pero no como naturaleza divina. Es decir, que Dios es el invento de la mente del hombre, que para hablar en un mundo de fe, tiene que poner tres personas, pero tampoco se cree en Ellas, sino sólo en la interpretación que la mente da de Dios como persona.

Esto se llama la filosofía del existencialismo, que en la Encíclica Humani generis Pío XII describe:

«el cual no haciendo caso de las esencias inmutables ‘de las cosas, solamente se preocupa de la existencia individual de los seres; y el cual con ninguna corrección o complemento puede ser compatible con el dogma católico, bien profese el ateísmo, según es evidente, bien al menos sea contrario al valor del raciocinio metafísico».

Bergoglio no hace caso de la esencia divina: no mira a Dios como Uno en su Esencia.

Sino que sólo se fija en la existencia individual de cada persona. Y esto es negar totalmente a Dios. Esto no puede ser compatible con el dogma católico, que dice que Dios es Uno en Su Esencia y Trino en las Personas. Uno y Trino.

Bergoglio anula lo Uno y se queda con lo Trino: está redefiniendo con su mente humana, su dios, su tipo de dios, su idea de dios, su idea de la trinidad, totalmente contraria al dogma. Ese dios trino no tiene nada que ver con la Trinidad. Es sólo la mente de ese hombre que se inventa cada persona.

No sólo Bergoglio dice que no puede conocerse la esencia inmutable de Dios, sino que va más allá y dice que Dios, como Uno, no existe: «¡Dios, Dios!’. Pero Dios no existe: ¡no se escandalicen! ¡Dios así no existe!»

Kant admitía la existencia de Dios – y la admitía absolutamente-, pero no podía admitir el conocimiento de Dios. Con su razón negaba que podía alcanzar un conocimiento natural, pero sí demostrar su existencia.

¿No es esto una gran locura?

• Está negando que el conocimiento de Dios brote en el hombre naturalmente, de un modo espontáneo por la consideración de las cosas naturales. Y que, por tanto, sólo el hombre puede conocer a Dios de una manera sentimental, existencial, pragmática. Es un conocimiento religioso, pero no natural. Sólo conoce la persona, pero no su esencia: Dios no existe.

• Está negando que la existencia de Dios puede demostrarse de manera científica e intelectual: Dios no existe.

• Está negando que pueda salvarse el que sólo conozca a Dios por la luz de la razón.

• Está diciendo que los que creen en la existencia de Dios como Uno están equivocados: todo el dogma católico está errado con Bergoglio.

¿Qué dice la Sagrada Escritura?

«Porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las creaturas. De manera que son inexcusables…»: lo invisible de Dios, esa presencia impalpable, esa esencia que se extiende en la niebla, es conocido mediante la luz de la razón, por las creaturas. No hay excusa para Bergoglio (Rom 1, 20).

Y, por tanto, ¿quién es Bergoglio?

«Vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es la fuente de ellos…» (Sab 13, 1-9).

¿Qué dice la doctrina de la Iglesia?

1. «El razonamiento puede probar con certeza la existencia de Dios y las perfecciones infinitas de El» (D 1622).

2. «El razonamiento puede probar con certeza la existencia de Dios, la espiritualidad del alma, la libertad del hombre» (D 1650).

3. el Juramento en contra de los modernistas: «Confieso que puede conocerse con certeza, y que incluso puede demostrarse también, como se conoce y se demuestra la causa por los efectos, la existencia de Dios, principio y fin de todas las cosas, mediante la luz natural de la razón a través de lo que ha sido hecho, esto es, por las obras visibles de la creación» (D 2145); el cual juramento antimodernista Pío XI lo proclamó en la Encíclica Studiorum Ducem, que interpretó de forma preclara el dogma definido solemnemente por el Concilio Vaticano I.

¿Qué dicen los Santos Padres?

«Al ver que el mundo y todo lo que hay en él se mueve necesariamente, hay que conocer a aquél por el que todo se mueve y es conservado, a saber a Dios» (Aristides – R. 110).

«Así la razón, que proviene de Dios y está inserta en todas las personas y la ley primera grabada en nuestros corazones y vinculada íntimamente a todos los hombres, nos condujo de las cosas que percibimos con la vista a Dios» (S. Gregorio Nacianceno – R 987).

«¿Cuántas veces la gente dice que cree en Dios? ¿Pero en qué tipo de Dios creen?

Frente a un ‘dios difuso´, un «dios-spray», que está un poco en todas partes, pero que no se sabe lo que es, nosotros creemos en Dios que es Padre, que es Hijo, que es Espíritu Santo. Creemos en las Personas, y cuando hablamos con Dios hablamos con Personas: o hablamos con el Padre, con el Hijo o hablamos con el Espíritu Santo. Y ésta es la fe» (ver texto)

Bergoglio dice: frente a un dios que no se sabe lo que es, tenemos tres personas. ¡Agnosticismo!

Bergoglio ha perdido la cordura, los dos dedos de frente, la lógica natural que tiene todo hombre: Dios existe. Tiene que existir un Dios, al margen que sea Trino o no. La Trinidad es un dato de la Revelación: sólo se sabe por la fe, por la verdad revelada. Pero la Unidad es un dato al alcance de toda mente humana.

Bergoglio es un loco: no tiene mente humana. No sabe pensar adecuadamente, como lo hace un niño. Es todo confusión, oscuridad, un caos en la doctrina, un galimatías.

El existencialismo es una teoría pragmática y sentimental, que es lo propio de la mente de este hombre: un llorón de sus sentimientos humanos, de la vida humana.

Bergoglio es un modernista, ateo y agnóstico. Sólo cree en el conocimiento religioso de Dios, que no procede de la fe católica, sino de su fe masónica. Es un conocimiento inventado por su mente, no sacado de la Revelación. Usa la revelación para apoyar su conocimiento.

Bergoglio sólo cree en su idea de Dios; sólo cree en su mente. Su dios es su mente, lo que su razón concibe sobre Dios. No puede llegar al conocimiento natural de la existencia de Dios y, por tanto, concibe la existencia de Dios como algo mental, ideal, pero pragmático.

Bergoglio es un existencialista: un vividor de su idea. Pone en práctica lo que concibe en su mente. No se queda en el idealismo puro. Y, por eso, no le interesa ni la filosofía ni la teología. No le interesa la moral. Sólo le interesa lo que él puede obrar con la idea que ha concebido, que ha adquirido en su mente.

Bergoglio sólo mira su mente y, por tanto, no puede escuchar la verdad fuera de su mente. No sabe escuchar al otro. No sabe obedecer ni a Dios ni a los hombres. Sólo le interesa el otro para su obra pragmática. Si ese otro le sirve, entonces lo usa, pero no es capaz de amarlo. Si no le sirve, lo combate, lo persigue, pero no lo hace él mismo, sino a través de otros.

Bergoglio, al no tener fuerza intelectual, sino sólo existencial, pragmática, no es capaz de enfrentarse a los intelectuales. Los escucha, pero no es apologeta. Se enfrenta a ellos de manera indirecta.

A Bergoglio sólo le interesa su propia vida, no la de los demás. No sabe estar en el otro. Por consiguiente, no sabe ser líder, gobernante. Quiere el mando para su provecho propio, pero no para otra cosa. Cuando ve que el poder le ayuda para su plan, entonces lo acepta. Pero cuando ve que el poder se opone a su plan, entonces o no lo acepta o renuncia a él.

Su comunismo en la Iglesia es su obra pragmática: es poner en práctica esa idea de Dios, que tiene metida en su mente. Él sólo busca lo social, el pueblo, lo cultural, el bien común, los derechos de los hombres, las justicias humanas, las políticas de todos los gobiernos. Pero los busca para su plan, no para hacer un bien a los demás. Bergoglio sólo se mira a sí mismo. Por tanto, busca en el pueblo su gloria, la alabanza, el aplauso, el reconocimiento de los demás. Está ávido de que los demás hablen bien de él. No soporta a los que hablan mal de él.

Su masonismo le ayuda a perfeccionarse en su idea de Dios. Para el masón, el concepto de Dios es una perfección que debe evolucionar. Cada hombre tiene que llegar a un grado de perfección en la idea de Dios. Bergoglio, con su fraternidad, se abre a todas las religiones y acepta todos los dioses, todos los cultos, porque cada uno de ellos es un grado de perfección. Hay que aceptar las ideas que tienen los demás sobre Dios para alcanzar su grado de perfección. Hay que tolerar a los demás en sus cultos, en sus ritos, en sus adoraciones. Hay que admitirlos como buenos, como santos, como perfectos.

Su protestantismo le lleva a la perfección de la obra del pecado. El pecado, para este hombre, es un ser social, no es un estado del alma. Es algo que nace por la convivencia entre los hombres y se queda ahí, con sus frutos, con sus obras, que otros hombres, haciendo lo correcto, quitan. Para Bergoglio, la perfección del hombre es la sociedad, la comunidad, el Estado. No existe la perfección individual, sino la de una comunidad, la de un pueblo. Su idea de la iglesia es sólo social. Y, por tanto, las leyes de esa iglesia nacen de lo social. No son leyes para el alma, para la vida de cada persona. Son leyes para un estado social, una vida comunitaria. Por tanto, el pecado no existe; sólo se dan los distintos males entre los hombres que viven en sociedad, en familia, en un trabajo, en un sindicato, etc. No le interesan las almas, la vida espiritual. Sólo le interesa el hombre como comunidad, como un ser social.

Esto es Bergoglio.

¿Cómo es que todavía le obedecen como Papa?

No tiene ningún sentido.

¿Cómo pueden esperar algo del Sínodo teniendo a un ateo y a un agnóstico dirigiendo el negocio de los negocios: su falsa iglesia?

No comprendemos a tantos católicos, que se dicen intelectuales, y que acaban sometiendo su mente a un loco. No lo comprendemos.

¿Qué es la obediencia para toda esta gente? Si es someterse a un hombre, entonces tienen que obrar ese sometimiento. Tienen que ser ateos y agnósticos como este hombre. Si no hacen esto, entonces, ¿para qué están obedeciendo a este hombre? No entendemos, tampoco, esta obediencia.

¿Lo obedecen sólo porque se sienta en la Silla de Pedro? ¡Qué absurda obediencia!

No se obedece, en la Iglesia, a aquel que no enseñe la Verdad. Si esto no lo tienen claro, entonces ¿qué hacen en la Iglesia? La Iglesia no es como el Estado, en que hay que obedecer al gobernante, así sea ateo y agnóstico. En la Iglesia no puede darse esta obediencia nunca. Los católicos no saben lo que es la Iglesia.

No entendemos que la gente pierda el tiempo esperando, ilusionándose de que Bergoglio algún día deje de decir estas herejías y se comporte como un Papa verdadero.

Si Bergoglio no es Papa, entonces el Sínodo es nulo. Saquen las consecuencias: dejen de mirar a Bergoglio. Dejen de mirar a Roma. Dejen de mirar a toda la Jerarquía de la Iglesia. Dejen de ser estúpidos en la Iglesia. Dedíquense a vivir su fe católica, escupiendo todo lo que venga de Roma.

La Iglesia remanente no tiene cabeza visible, porque es la que permanece sólo obedeciendo a Cristo, como Cabeza Invisible. Y hasta que Él no ponga Su Papa, de manera extraordinaria, sin el concurso de ningún Cónclave, no se obedece a nadie en la Iglesia. Esto es lo que cuesta entender a tantos católicos que se han hecho ignorantes con tanta teología y filosofía que les oscurece la mente humana.

Profesen su fe católica, la que Cristo enseñó a Sus Apóstoles, al margen de todo lo que venga de Roma, porque ellos ya levantan su falsa iglesia, con su falso cristo y con su falso evangelio. Y, por tanto, con su falsa jerarquía.

La conciencia social comunista

«Yo diría que, en el fondo, es un problema de pecado. Desde hace unos cuantos años, la Argentina vive una situación de pecado, porque no se hace cargo de la gente que no tiene pan, ni trabajo. La responsabilidad es de todos. Es mía, como obispo. Es de todos los cristianos. Es de quienes gastan el dinero sin una clara conciencia social» (El Jesuita – pag 105). Así habla un comunista en la Iglesia.

Gastar el dinero sin una clara conciencia social: Ya no existe el pecado de avaricia, de codicia, de usura, de egoísmo, de idolatría del dinero, sino sólo hay que ver la conciencia social: vives para los problemas de la gente o vives sólo para tus problemas.

No existe el pecado, sino los problemas. Y, entonces, claro, los países viven una situación de pecado, porque no toman conciencia social.

La Jerarquía del demonio siempre habla como Francisco: lleva a la calle, al mundo; pone al hombre como el centro de todo.

«Creo en el hombre. No digo que es bueno o malo, sino que creo en él, en la dignidad y la grandeza de la persona» (El Jesuita – pag 160). Creo en el hombre, pero no en Dios.

Y, por eso, continúa: «hay gente que pasa hambre. Esto revela una falta de conciencia social. Cuanto mucho unas pocas veces damos una limosna, incluso, sin mirar a los ojos a los pobres, como una forma de lavar culpas» (El Jesuita – pag 106).

Está atacando directamente la doctrina católica sobre la limosna, que expía los pecados. Ataca a la Palabra de Dios: «Buena es la oración con el ayuno, y mejor la limosna que acumular tesoros de oro; porque la limosna libra de la muerte, y es ella que borra pecados y hace hallar misericordia y vida eterna» (Tb 12, 8-9)

No laves tus culpas haciendo limosnas de vez en cuando, tienes que tener una conciencia social. Déjate del pecado, de su expiación, de la salvación del alma. Llena el estómago de una gente que pasa hambre y te vas cielo directamente:

«es un deber compartir la alimentación, el vestido, la salud, la educación con nuestros hermanos. Algunos podrán aseverar: “¡Qué cura comunista éste!”. No, lo que digo es Evangelio puro. Porque, ojo, vamos a ser juzgados por esto. Cuando Jesús venga a juzgarnos le va a decir a algunos: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me visitaste.” Y, entonces, se le preguntará al Señor: “¿Cuándo hice esto porque no me acuerdo? Y el responderá: “Cada vez que lo hiciste con un pobre lo hiciste conmigo.” Pero también le va a decir a otros: “Váyanse de acá, porque tuve hambre y no me dieron de comer.” Y, también, nos reprochará el pecado de haber vivido echándole la culpa por la pobreza a los gobernantes, cuando la responsabilidad, en la medida de nuestras posibilidades, es de todos» (El Jesuita – pag 107).

Así interpreta este hombre el pasaje sobre el Juicio Final: en clave comunista: has dado de comer, al cielo. No has dado de comer, al infierno.

¡Si el juicio final fuera así de sencillo, entonces no habría ese juicio, porque todos se iban a salvar. ¿Quién no ha dado una comida a un pobre? Cualquier hombre ha hecho eso. Pero la cuestión no está en dar la comida o en no darla. La salvación está en dar de comer como lo hizo Cristo. Y la condenación está en dar de comer como lo hacen los hombres. Cristo, para dar algo material, primero enseña y da lo espiritual: «Buscad primero el Reino de Dios y los demás por añadidura». En este pasaje el Señor enseña la caridad del prójimo por amor a Él. Francisco enseña la caridad del prójimo por amor al prójimo. Enseña su comunismo: la conciencia social.

«Si bien en la doctrina del marxismo, tal como es concretamente vivido, pueden distinguirse estos diversos aspectos, que se plantean como interrogantes a los cristianos para la reflexión y para la acción, es sin duda ilusorio y peligroso olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente, el aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, omitiendo el percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este proceso» (Pablo VI).

No see puede ser marxista sin amar su ideología; no se puede predicar la teología de los pobres y no ser marxista en la ideología. Quien ama el comunismo quiere una sociedad y una Iglesia totalitaria y violenta.

Francisco quiere una Iglesia comunista:

—«¿Usted quiere decir que no hubo una condena en bloque como suele pensarse popularmente?»

—«Claro. Tampoco hablaría de una condena en el sentido legal de ciertos aspectos, sino de una denuncia. La opción preferencial por los pobres es un mensaje fuerte del post concilio. No es que no haya sido proclamado antes, pero el post concilio lo enfatizó. La mayor preocupación por los pobres que irrumpió en el catolicismo en los años sesenta constituía un caldo de cultivo para que se metiera cualquier ideología. Esto podría llevar a que se desvirtuara algo que la Iglesia pidió en el Concilio Vaticano II y viene repitiendo desde entonces: abrazar el camino justo para responder a una exigencia evangélica absolutamente insoslayable, central, como la preocupación por los pobres, lo que a mi juicio aparece maduro en la conferencia de obispos de Aparecida» (El Jesuita – pag. 82-83).

La Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Nuntius, condenó los desvíos de la teología de la liberación:

«La presente Instrucción tiene un fin más preciso y limitado: atraer la atención de los pastores, de los teólogos y de todos los fieles, sobre las desviaciones y los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y para la vida cristiana, que implican ciertas formas de teología de la liberación que recurren, de modo insuficientemente crítico, a conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista (…)obedece a la certeza de que las graves desviaciones ideológicas que señala conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres» (Declaracion).

Se pone la atención sobre aspectos ruinosos para la fe y la vida cristiana. No es sólo una denuncia de algo que está mal; es una condena de la teología de la liberación que sigue la ideología marxista. Porque hay una teología católica de la liberación, que no tiene nada que ver con lo que propone esta teología de los pobres, que «está enraizada en la Palabra de Dios, debidamente interpretada» (Ibidem).

El Concilio Vaticano II no dio ningún mensaje fuerte sobre la opción por los pobres, porque en la Iglesia no existe esta opción. En la Iglesia ni se opta por los pobres ni por los ricos. La opción por los pobres es el lenguaje propio del marxismo, de la ideología marxista. No es el lenguaje propio de un católico. El católico en la Iglesia sólo mira a Cristo y sólo elige a Cristo. Lo demás, es marxismo.

«El presente documento sólo tratará de las producciones de la corriente del pensamiento que, bajo el nombre de «teología de la liberación» proponen una interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de la Iglesia, aún más, que constituye la negación práctica de la misma» (Ibidem). Es claro que es una condena de esta teología: lo que se aparta gravemente de la de la Iglesia es para ser condenado, no para hablar de ello, no para ser denunciado de alguna manera.

«Préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo son la raíz de la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial en favor de los pobres» (Ibidem). La teología de la liberación se apoya en una filosófica condenada por la Iglesia (el Racionalismo), que corrompe el significado de los pobres en la Iglesia por basarse sólo en la idea racional del pobre, anulando la idea evangélica que Cristo predicó.

El Papa Bendicto XVI recordando esta condena, dijo que «en ella se subrayaba el peligro que implicaba la aceptación acrítica, por parte de algunos teólogos, de tesis y metodologías provenientes del marxismo. Sus consecuencias más o menos visibles, hechas de rebelión, división, disenso, ofensa y anarquía, todavía se dejan sentir, creando en vuestras comunidades diocesanas un gran sufrimiento y una grave pérdida de fuerzas vivas». (Documento)

—«Entonces ¿considera que hubo teólogos de la liberación que equivocaron el camino?»

—«Desviaciones hubo. Pero también hubo miles de agentes pastorales, sean sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos jóvenes, maduros y viejos, que se comprometieron como lo quiere la Iglesia y constituyen el honor de nuestra obra, son fuente de nuestro gozo. El peligro de una infiltración ideológica fue desapareciendo en la medida en que fue creciendo la conciencia sobre una riqueza muy grande de nuestro pueblo: la piedad popular. Para mí lo mejor que se escribió sobre religiosidad popular está en la exhortación apostólica de Paulo VI Evangelii Nuntiandi y lo repite el documento de Aparecida en lo que es para mí su página más bella. En la medida, pues, en que los agentes pastorales descubren más la piedad popular la ideología va cayendo, porque se acercan a la gente y su problemática con una hermenéutica real, sacada del mismo pueblo» (El Jesuita – pag. 82-83).

Desviaciones hubo, pero no equivocaron el camino. Hubo cantidad de gente que se comprometieron con el marxismo: son fuente de nuestro gozo. La ideología marxista decreció porque existió la conciencia de la piedad popular. ¡Terrible herejía la que manifiesta este hombre! El error sólo se combate con la verdad. Si la teología de la liberación ha decaído es porque se ha dicho la Verdad, no porque se dé una conciencia que no existe.

La conciencia de la piedad popular es el creacionismo o evolucionismo, que es puro comunismo: «En la medida, pues, en que los agentes pastorales descubren más la piedad popular la ideología va cayendo, porque se acercan a la gente y su problemática con una hermenéutica real, sacada del mismo pueblo». Esto se llama populismo, que es una vertiente del marxismo. La fe está en el pueblo, no en la Jerarquía. Hay que interpretar el Evangelio según la sabiduría popular, no según la sabiduría divina, que es dada a la Jerarquía, que la tienen los Obispos y sacerdotes en el Poder Divino que se les confiere en la ordenación: guiar, enseñar y santificar. El pueblo no sabe nada, no enseña nada, no es guía de nada. Es la Jerarquía la que tiene la sabiduría, el poder, el camino para santificar.

Los problemas de la gente no son los problemas de la Iglesia, no son los problemas de Cristo. Cristo viene a salvar al hombre, no viene a resolver problemas de la gente. Y, por eso, Cristo pone a sus sacerdotes para llevar a las almas al Reino de Dios, que no pertenece al pueblo, no es de este mundo, no está mirando, no está abocado a resolver los asuntos de los hombres, que es lo que busca la teología de la liberación. Del pueblo no se saca nada. Es del Corazón de Cristo donde se saca la Verdad, la Vida y la Gracia para el pueblo, para los hombres.

• Francisco es un revolucionario comunista, que aprendió el comunismo de una mujer:

«Allí tuve una jefa extraordinaria, Esther Balestrino de Careaga, una paraguaya simpatizante del comunismo (…) Me enseñaba la seriedad del trabajo. Realmente, le debo mucho a esa gran mujer» (El Jesuita – pag 34). «Tanto me enseñó de política» (pág. 147-148).

Una mujer (vida) que luchó por una idea revolucionaria toda su vida (tempranamente comenzó a militar en el febrerismo, movimiento de fuerte tinte socialista, con un programa antiimperialista, de liberación nacional) y que, cuando se encontró con el dolor en su vida (el 13 de septiembre de 1976 fue secuestrado su yerno, Manuel Carlos Cuevas, marido de su hija Mabel. Otro 13, esta vez de junio del 77, fue secuestrada su hija menor, Ana María, en ese entonces de apenas 16 años y embarazada de tres meses), decidió transformar ese dolor en odio hacia la verdad. No supo aceptar ese sufrimiento por amor a Dios, sino que fundó un movimiento que habría de convertirse en un símbolo mundial de lucha y resistencia: las Madres de Plaza de Mayo (texto).

Esta mujer, que desapareció y finalmente fue asesinada por la dictadura del General Videla, «Actualmente, está enterrada en la iglesia de Santa Cruz. La quería mucho» (El Jesuita – pag 34).

¿Qué hace una terrorista enterrada en una Iglesia Católica? ¿No hay cementerios comunes para esta clase de personas?

«Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento:

1. a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos;

2. a los que pidieron la cremación de su cadáver por razones contrarias a la fe cristiana;

3. a los demás pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles» (CIC 1184).

Esta mujer, ¿mostró alguna señal de arrepentimiento? ¿Dejó sus ideas marxistas, revolucionarias, para solo luchar por Cristo? Ciertamente que no. Y, entonces, Francisco cometió un grave sacrilegio y una profanación del lugar sagrado. E hizo este pecado sólo por su amor al comunismo, que le ciega para ver la Verdad.

Francisco cuenta la profanación como un logro y una fiesta. Francisco lloró (noticia) cuando el cuerpo de esta mujer fue encontrado e hizo todas las diligencias para que fuese enterrada en el jardín de la Iglesia Santa Cruz (noticia), junto a María Ponce de Bianco, una de las tres madres secuestradas con ella. Con posterioridad también fueron sepultadas allí la Hermana Léonie Duquet y la activista Ángela Auad (activista social argentina del Partido Comunista Marxista Leninista, que actuaba con la asociación de las Madres de Plaza de Mayo).

Su hija la recuerda de esta manera: “Gracias por la ideología que no abandonaste en los momentos aún más difíciles. Gracias por el anhelo de justicia e igualdad social que supiste transmitirnos. …además de una revolucionaria con mayúsculas, fuiste una gran madre” (noticia)

Francisco le debió mucho a esta mujer, a esa ideología marxista que le enseñó y que nunca más abandonó Francisco; y, por eso, la enterró en una Iglesia. Quien ama el pecado obra el pecado. Quien ama la idea comunista, obra como tal. Ya no sabe discernir lo que es bueno y lo que es malo. Sólo vive para los hombres y mujeres comunistas, pero no para los demás.

Y ¿en qué se basa Francisco para obrar así? En su teología de la liberación. Para esta teología el compromiso de Jesús con los oprimidos de su tiempo provocó un enfrentamiento con los poderes religiosos-políticos y económicos que lo llevó a la muerte. Jesús es un hombre revolucionario que trabaja por la idea del hombre, la idea de los pobres, oprimidos por el hombre, esclavos de los hombres.

Y, entonces, Cristo muere porque los hombres se oponen a esta idea. Cristo trajo una idea revolucionaria al hombre y murió por esa idea. Para la teología de la liberación, María se convirtió en hija de su hijo; es decir, que María, una vez que fue asesinado su hijo en la cruz, tomó conciencia y se comprometió en la idea revolucionaria de su hijo: hay que luchar por los oprimidos, por los desaparecidos, por los perseguidos por la justicia de los hombres. Y, por eso, se reúne con los Apóstoles para iniciar la iglesia de la revolución. Por eso, las Madres de Plaza de Mayo están haciendo lo mismo que hizo María: luchando por sus hijos y, de esa manera, están obrando el Reino de Dios, es decir, creando una sociedad igualitaria, justa y fraterna.

Y, entonces, se entierra a las madres comunistas, revolucionarias, en la Iglesia porque han trabajado por el Reino de Dios, por una sociedad de amigos comunistas. Grave profanación de la Iglesia Católica a manos de un Obispo comunista.

«Hay también quienes ven actitudes de revanchismo. ¿Cree que el papel, por caso, de la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, ayuda a la búsqueda de la reconciliación?» (El Jesuita – pag 139). La pregunta que le hacen a Francisco es ¿si esta mujer, que es un monumento al odio, sirve para la reconciliación del mundo? Es una pregunta con malicia. Es una pregunta para que se descubra el verdadero pensamiento de Francisco.

Hebe de Bonafini ha apoyado a figuras como el Che Guevara, Augusto Sandino, Yasir Arafat, Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. También ha manifestado apoyo a los aborígenes americanos. Se ha manifestado en contra del neoliberalismo y del FMI, vistos por ella como la «corporación del poder». Ha manifestado su apoyo a las FARC en Colombia (noticia) . Ha manifestado su apoyo a las madres de los presos etarras. En el año 2000 publicó una carta abierta en la página web de la asociación que preside, en la cual expresaba que de los más de 650 presos vascos, muchos están presos simplemente por lo que piensan, o por lo que escriben, o por «conocer a alguien que conoce a alguien» (noticia) .

Sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001 declaró (noticia) :

«Cuántas veces nos dijeron qué era el capitalismo, qué era la represión, qué era Estados Unidos, cómo se formaban los militares para torturar. […] Por eso cuando pasó lo del atentado y yo estaba en Cuba visitando a mi hija, sentí alegría. Y me puse contenta, por qué no. A algunos les parecerá mal. Cada uno evaluará y pensará. Yo no voy a ser falsa. Brindé por mis hijos, brindé por tantos muertos, contra el bloqueo, por todo lo que se me venía a la cabeza. Brindé por los valientes. Brindé por los hombres que hicieron una declaración de guerra con el cuerpo. Una declaración de guerra inesperada para todos. Pero una declaración de guerra para algo que EE.UU no puede atacar porque no sabe a quién, ni cómo, ni dónde llegar(…)No voy a ser hipócrita, no me dolió para nada. No me dolió para nada, porque siempre digo en mis discursos, decimos las madres, que nuestros hijos serán vengados el día que el pueblo, algún pueblo sea feliz. […] Yo sentí que la sangre de tantos en ese momento era vengada. […] En ese atentado no murieron pobres, poblaciones, no murieron niños, no murieron viejos».

Esta mujer, que brinda por la muerte, por la guerra, por el odio, por la venganza, ¿ayuda a la reconciliación? Y contesta:

“Hay que ponerse en el lugar de una madre a la que le secuestraron sus hijos y nunca más supo de ellos, que eran carne de su carne; ni supo cuánto tiempo estuvieron encarcelados, ni cuántas picaneadas, cuántos latigazos con frío soportaron hasta que los mataron, ni cómo los mataron. Me imagino a esas mujeres, que buscaban desesperadamente a sus hijos, y se topaban con el cinismo de autoridades que las basureaban y las tenían de aquí para allá. ¿Cómo no comprender lo que sienten?” (pág. 139).

Pongámonos en los sentimientos humanos: de una madre a la que le secuestraron sus hijos y nunca más supo de ellos. Hay que comprender lo que sienten. Y, por tanto, lo que hace es para la reconciliación. Esta mujer se topó con el cinismo de gobiernos que la basureaban. Ellos son los malos de la película, que odian y no permiten la paz. Esta mujer es una santa porque lucha por una idea santa: su hijos.

Esta mujer es una víctima de la sociedad que no comprende su sufrimiento. Esta mujer es la buena; enemiga de todo lo bueno y amiga de todos los malos. A esta mujer hay que dedicarle una palabra de comprensión y de consuelo. A las demás mujeres, católicas, que también han perdido sus hijos, a las mujeres a quienes los seguidores de Bonafini asesinaron a mansalva, nada de nada.

Los buenos, para Francisco son Angelelli, Mugica, los palotinos, las monjas francesas, los curas tercermundistas con el Padre Pepe Di Paola a la cabeza (pág. 106), los grandes heresiarcas “Hesayne, Novak y De Nevares” (pág. 140), los “teólogos de la liberación” que “se comprometieron como lo quiere la Iglesia y constituyen el honor de nuestra obra” (pág. 82), los redactores de “Nuestra Palabra y Propósitos”, publicaciones ambas del Partido Comunista (pág. 48), y hasta el mismísimo Casaroli, a quien insensatamente pone de ejemplo (pág. 78), omitiendo que fue el artífice de aquella siniestra y ruinosa felonía denominada Ostpolitik. Para el Cardenal Mindszenty Casaroli era la imagen negra y enlodada de la “Iglesia de los Sordos”, negociadora ruin de la sangre mártir. Para Bergoglio, Casaroli es un modelo de la “Iglesia Misionera” (pág. 78), iglesia comunista que va en busca de la destrucción de toda idea religiosa.

Francisco encomia a los peores lobos, todos rojos, y reduce a la nada a quienes debería tener por arquetipos.

A esta mujer, que odia a todo el mundo, que se moviliza para protestar, la gloria de la Iglesia, pero a los católicos que hacen una marcha en contra del preservativo los fustiga:

«Dejamos de lado una catequesis riquísima, con los misterios de la fe, el credo y terminamos centrándonos en si hacemos o no una marcha contra un proyecto de ley que permite el uso del preservativo» (El Jesuita – pag 89). Predica el Evangelio, da de comer, pero no te metas con el sexo. Que cada uno haga lo que quiera en el campo sexual:

«Y dentro de la moral —aunque no tanto en las homilías como en otras ocasiones— se prefiere hablar de la moral sexual, de todo lo que tenga algún vínculo con el sexo. Que si esto se puede, que si aquello no se puede. Que si se es culpable, que si no se es culpable. Y entonces, relegamos el tesoro de Jesucristo vivo, el tesoro del Espíritu Santo en nuestros corazones, el tesoro de un proyecto de vida cristiana que tiene muchas otras implicancias más allá de las cuestiones sexuales» (Ibidem).

El Evangelio que predica Francisco no es el de Cristo: es uno sin moral. Jesús no predicó una moral ni para el alma ni para el cuerpo. Jesús predicó una idea política y eso es lo que importa. Lo moral, si esto se puede o no se puede, eso es un dolor de cabeza. Déjate de moralidades, de leyes, de teologías sexuales. Si quieres usar el preservativo, úsalo. Eso no interesa. Lo que interesa es tu conciencia social: acuéstate con un homosexual para hacerle feliz.

“Con ocasión de la llamada Ley de Salud Reproductiva, algunos grupos de élites ilustradas de cierta tendencia querían ir a los colegios para convocar a los alumnos a una manifestación contra la norma porque consideraban, ante todo, que iba contra el amor […] Pero el Arzobispado de Buenos Aires se opuso a que los chicos participaran por entender que no están para eso. Para mí es más sagrado un chico que una coyuntura legislativa […] De todas maneras, aparecieron algunos colectivos con alumnos de colegios del Gran Buenos Aires. ¿Por qué esta obsesión? Esos chicos se encontraron con lo que nunca habían visto: travestis en una actitud agresiva, feministas cantando cosas fuertes. En otras palabras, los mayores trajeron a los chicos a ver cosas muy desagradables” (El Jesuita – pag 90).

Los grupos de élite ilustrada son los católicos pro vida, que querían movilizarse con sus familias para hacer frente a esa embestida legal contra la Ley natural que Ginés González García, Ministro de Salud de Néstor Kirchner quería coronar. Monseñor Baseotto, fue difamado, calumniado y perseguido por haber osado recordarle a este señor las prescripciones evangélicas pertinentes.

Esta embestida legal es para Francisco una coyuntura legislativa, no es una acción pecaminosa, deleznable, ruinosa de la sociedad. Y, por ser eso, entonces no vale la pena movilizar a la juventud. No hay que combatir el error. Es más sagrado el chico que la coyuntura legislativa. Esta es la contradicción. Si no se lucha contra el error, contra la maldad, los chicos se abortan, viven del sexo desenfrenado, viven fuera de lo sagrado. Y, entonces, los malos ya no son los gobernantes, los que ponen esa ley antinatural, sino que los malos son esos grupos de élite ilustrada que permitieron que sus hijos vieran cosas desagradables: travestís, feministas…

¿Es que hay algo más desagradable que pudiera ver un joven, que la ruina de su patria y del lugar santo, sin intentar siquiera una reacción vigorosa y entusiasta? ¿Es que la culpa de la desagradable visión no la tienen los degenerados que arman el espectáculo indecente de su impudicia, sino los que instan a concurrir a todos en defensa del Bien?

Así piensa un comunista: es la conciencia social, no es el pecado. Es lo bueno y lo malo que cada uno ve con su mente humana y en la sociedad. Es inventarse una moral, sin moral, sin ley divina y sin ley natural. Una moral para una sociedad degenerada, que sólo vive de acuerdo a su filosofía de la vida, mirando al hombre, pero sin acordarse, para nada, de Dios.

Quien no ofrenda su vida por Cristo, la hace por el hombre. Y se convierte en una persona totalitaria y violenta, como Francisco. Tuvo su maestro en una mujer violenta, marxista, revolucionaria, que odiaba la verdad en el hombre, que convirtió la vida del hombre en un pasaje oscuro y tenebroso en su mente humana. De tal palo, tal astilla. Así es Francisco: el oscuro comunista que lleva a las almas al fondo del precipicio de donde nadie puede salir.

Los delirios de Francisco

fulton

Cuatro cosas promulga Francisco para hacer una sociedad ideal: comunismo, protestantismo, masonismo y panteísmo. Cuatro ideas, una más revolucionaria que la otra, para acabar con Dios y con su ley Eterna

Tiempo superior al espacio

a. «Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite» (EG – n. 222): El tiempo es la plenitud: tener la historia toda: el hombre es el alfa y la omega de su historia: es el inicio y su fin. El hombre nació en el Paraíso y ha ido desarrollando una historia hasta alcanzar un momento en el tiempo, que es el actual. Y es necesario, en este momento, un giro en el intelecto del hombre para seguir avanzando hacia el final del tiempo, en que se da la plenitud.

b. El espacio está constituido de momentos de tiempo: son momentos limitados, no es la plenitud. Es el límite. Hay una tensión entre lo que no se tiene y lo que se tiene, entre lo que se quiere poseer y lo que se posee. El hombre lo quiere poseer todo, quiere llegar a la plenitud. Quiere alcanzar el tiempo. Vive en sus espacios, en sus límites.

1. Con esto, se niega que el hombre, en un momento determinado de su vida, pueda poseer la plenitud de la Verdad.

2. Con esto, se niega que el hombre no pueda conocer toda la verdad en el espacio de su vida. Para conocer la Verdad hay que ir al tiempo, a la plenitud. Y, por tanto, como los hombres mueren, ningún hombre conoce la Verdad. Y, por eso, es necesario construir una sociedad que una los espacios de todos los hombres y que los transforme en algo nuevo, sin retorno. Coja la vida de todos los hombres y les dé otro sentido en la historia, para poder alcanzar la plenitud: «El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno» (EG – n. 223).

3. Está haciendo el misticismo del fin de los tiempos: se llega al fin de los tiempos, no por Revelación Divina, sino por el esfuerzo del hombre para generar actos o procesos que consigan ese bien común para todos los hombres.

c. El tiempo rige los espacios: no es Dios quien rige la vida de los hombres, sus tiempos, sus momentos, su vida presente. Es el tiempo abstracto, es el tiempo histórico, es el tiempo de la cultura, de los hombres.

d. El tiempo los ilumina: no es la Luz de Dios la que ilumina la vida de los hombres, es el tiempo de la historia, es la historia misma de cada hombre lo que ilumina a todos los hombres. Es meterlo todo en uno en la historia para llegar a la plenitud, a la posesión de todo.

e. El tiempo los transforma en eslabones de una cadena en crecimiento constante, sin camino de retorno: cada vida de los hombres está unida a la de los demás en esa sociedad. Y cada vida de los hombres aporta algo nuevo a todos los demás hombres. El tiempo tiene la capacidad de transformar lo malo que tienen los hombres en algo bueno.

f. «Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos» (EG – n 223): Generar procesos: generar dinamismos para que produzcan un importante acontecimiento histórico. El esfuerzo humano para obrar el bien en la historia de los hombres. Puro pelagianismo. Pura herejía de un hombre que no sabe lo que es el tiempo, ni el espacio, ni la historia, ni el Universo.

g. «A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana» (EG – n. 224).El pueblo, que busca Francisco, se constituye por gentes que generen procesos, no por gentes que obtengan resultados inmediatos. Gentes que den trabajos a los demás, que enriquezcan a los demás, que se sacrifiquen por las vidas humanas de los otros. Se anula la Obra de la Redención del hombre, para poner la obra de la liberación de las estructuras del hombre. Esos que buscan un rédito fácil, efímero, no sirven para este pueblo. No hay que vivir para ganar dinero, sino para dar dinero a los demás.

h. Se quiere llegar a una plenitud humana cuando los hombres no busquen sus frutos privados, sus obras privadas, sus trabajos privados. Sino que todos trabajen para todos, para que todos tengan un bien común. El bien privado debe caer. Todo es para un bien común, un bien universal, un bien para todos los hombres, sin excluir a nadie.

i. El hombre que posee espacios es el hombre que trabaja por un bien particular, privado, egoísta.

j. El hombre que inicia procesos es el hombre que mira al bien común. Procesos que construyan el pueblo, la comunidad, la gente, lo humano. Es el populismo, el comunismo, el marxismo.

k. Quien persigue los espacios de poder persigue una actividad para acaparar lo suyo propio: vive para sí mismo. No hace comunidad.

l. Quien persigue los tiempos de procesos, entonces vive generando oportunidades para todos, vive esperando que todos tengan lo suyo. No vive para sí mismo, sino para los demás.

En este primer punto, se ve que Francisco sólo está preocupado del dinero: a ver quién trabaja más para producir dinero para todos. En esta ceguera de este hombre está puesta su obsesión: el dinero. Su tan cacareada pobreza es sólo una pantalla exterior para impresionar a los hombres, para meterles esta blasfemia contra el Espíritu Santo. Porque todo esto que escribe revela su blasfemia. Francisco es un hombre condenado en vida.

Resulta chistoso cómo interpreta la acción del demonio: «La parábola del trigo y la cizaña grafica un aspecto importante de evangelización que consiste en mostrar cómo el enemigo puede ocupar espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo» (EG n. 225). ¡Qué burda interpretación de la Palabra de Dios! ¡Qué insensatez! El demonio ocupa los espacios del Reino, pero lo buenos cristianos lo vencen en el tiempo. ¡Es para reír! ¡Es para reírse de Francisco! ¡Es para que, a partir de ahora, se le llame: payaso, bufón, cuentachistes, pero no Obispo! ¡Qué majadero es Francisco! ¡Cuánta inutilidad hay en este señor que se sienta en la Silla de Pedro! Pero, ¿cómo pueden tener por santo a uno que no sabe cómo se mueve el demonio entre los hombres? El Espíritu no ocupa espacios. Esto lo sabe cualquier teólogo, cualquier hombre con dos dedos de frente. La acción del demonio en la Iglesia es espiritual: es decir, fuera del tiempo y del espacio. Y para vencer al demonio, es necesario una obra espiritual, fuera del tiempo y del espacio. ¡Que se vaya Francisco a contar fábulas a sus nietos (si los tiene), a sus sobrinos, a quien quiera! Pero que renuncie a la Silla de Pedro. ¡Este idiota no tiene ningún seso!

El hombre no vive de tiempos ni de espacios, sino de Gracia y de Espíritu. El hombre, en su naturaleza humana, no vive de estructuras mentales del tiempo y del espacio, sino que vive de una razón, que es espiritual, vive de una voluntad, que es espiritual. La razón y la voluntad están por encima del tiempo y del espacio. El hombre no es un animal, no es un ser de carne y hueso. El hombre tiene alma y espíritu. Y el alma no ocupa lugar, no ocupa los espacios, no se mueve entre los tiempos. ¡Gran idiotez la de este hombre!

Unidad prevalece sobre el conflicto

a. «El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad» (EG n. 226): Asumir el conflicto, no ignorarlo, no disimularlo. Asumir el mal, el pecado, el error. Entonces, se acepta el mal. No sólo se permite. Hay que comulgar con el mal, con el conflicto. Ya no hay que poner un camino para resolver el mal, ya no hay que legislar para que no se produzcan otros males o para hacer justicia a los que hacen el mal. No hay que batallar contra el mal, sino aceptarlo como es. Protestantismo: no existe el pecado. El pecado es bueno, sirve para santificar al alma.

b. La realidad es también el conflicto: no hay que detenerse en el conflicto para no perder el sentido de la realidad. Esa realidad es la unidad. La unidad acoge el mal sin combatirlo, sino asumiéndolo, aceptándolo como es. Hay que aprender del mal para vivir en la realidad.

c. «Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (EG n. 227). El conflicto hay que sufrirlo, resolverlo y transformarlo en un eslabón de una nueva acción, de un nuevo proceso: hay que sacar de ese mal un bien para el hombre. Pero es el hombre el que hace esa transformación. No es Dios quien perdona el pecado y el hombre el que expía su pecado. La vida de penitencia ha acabado. La Cruz ya no existe. No hay que sufrir para expiar un pecado y así salvar el alma. Hay que sufrir para comprender la vida de los demás hombres y aceptarlos como son en sus conflictos, para descubrir un nuevo camino a todos los hombres. Es el hombre el que coge el mal y pone un camino para resolverlo. Pero el mal no se quita, sino que se transforma en otra cosa, en un bien para las personas: los malcasados pueden comulgar. Ese mal de no poder recibir la comunión se transforma en un bien: hagamos una ley para eso. Ese mal de estar malcasados es un bien, porque ya no se puede resolver por los caminos de siempre. Hay que poner otro eslabón en ese caminar y hay que ver a los malcasados como algo bueno, una perfección en el camino.

d. «De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad» (EG n. 228): Es necesario buscar la unidad. Y, como no existe el pecado como ofensa a Dios, sino sólo el mal que cada uno en su cabeza obra, entonces resolvamos esos males estructurales, poniendo otras estructuras, creando nuevos procesos.

e. Hay que hacer un pueblo en las diferencias. Hay que valorar las diferencias, los pensamientos de todos los hombres, aunque sean malos, aunque tengan errores, porque lo que importa es la dignidad de la persona humana.

f. «La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida» (EG n. 228)).Es necesario construir la amistad social, el amor fraterno entre todos los hombres. Ser solidarios. Ser tolerantes. Luego, no nos quedemos en las inteligencias, en las ideas, en los dogmas. No juzguemos las ideas de los demás. ¡Que no haya conflictos, tensiones, discusiones!. Para quitar diferencias no hay que practicar ninguna virtud cristiana: hay que ser solidarios, la idea masónica de la fraternidad. Cada uno se hace su moral, su vida virtuosa, atendiendo a respetar la idea del otro.

g. «La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural, que haga emerger una diversidad reconciliada» (EG n. 230). El que juzga a los demás divide. Hay que reconciliarse con las ideas de los demás. El que discierne pensamientos de los hombres, divide. Hay que pactar con las ideas de los demás, unirse a ellas, llegar a un acuerdo mutuo. El que hace crítica de la filosofía, de la teología, divide. Todo pensamiento del hombre es verdadero. Ninguno de ellos se puede despreciar. Por eso, respetemos los pensamientos de los demás porque nos pueden enseñar una verdad. Y así se llega a una diversidad reconciliada. Consecuencia: la Revelación de Dios queda suprimida. No existe la Verdad Absoluta. Existe el pacto entre los hombres para estar contentos unos con otros en el lenguaje humano. Porque, claro:

h. Hay que conseguir la paz entre los hombres, la alegría, la amistad, el cariño, la felicidad. Lo demás, no interesa. Los dogmas dividen la realidad.

Y, entonces, resulta una verguenza su interpretación de la unidad en Cristo: «Este criterio evangélico nos recuerda que Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo es nuestra paz» (EG n. 229). Como Cristo todo lo ha unificado, entonces todo vale entre los hombres. Busquemos la paz por caminos humanos.

Un hombre que no predica la unidad en la Verdad, sino que predica la Unidad en la diversidad, es un demonio. ¡Pobre aquel que comulgue con este demonio en su pensamiento! Francisco lleva condenación en sus palabras. Francisco tiene la boca de Satanás. Francisco es el constructor de la mentira y del engaño.

Realidad más importante que la idea

a. «La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad» (EG n. 231) .La realidad es; la idea se elabora. Luego, Francisco promulga el panteísmo. Dios es el que es, el hombre es el que no es, la realidad es la que no es. Francisco dice que el hombre es el que es. La idea es la elaboración de la realidad.

b. Entre la realidad, que es, y la idea, que se elabora, es necesario el diálogo. El hombre no puede estar en sus ideas: «Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma» (EG n. 231). Esto es anular la razón del hombre. Esto es decirle al hombre que es peligroso pensar. No pienses, es malo. El hombre tiene que estar en la realidad. No tiene que pensar, no tiene que dedicarse a hacer filosofías ni teologías. No tiene que vivir de dogmas. No tiene que hacer nada con su pensamiento. Sólo tiene que pensar la realidad: «La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan» (EG n. 232). Francisco anula lo que es el proceso de la idea en el hombre y pone la idea en la realidad. El hombre piensa, no porque tiene un juicio interior, sino porque hay una realidad exterior. Es una aberración filosófica: «Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento» (EG n. 232). El hombre tiene que expresar con su mente lo que ve en la realidad. No puede expresar sus juicios internos. Y, por eso, Francisco no juzga, sino que expresa una realidad: el homosexual es bueno, porque busca a Dios. El ateo es bueno, porque busca a Dios. El judío es bueno porque cree en su dios, etc. Se destruye la Verdad Revelada y queda sólo la realidad de las cosas. Queda un todo que es dios.

c. Esto le lleva a un aberración teológica: «El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización». Esta gran herejía define la mente de Francisco.

1. Sólo el Verbo se ha encarnado: sólo la Palabra del Pensamiento del Padre: no es una Palabra encarnada, es la Palabra del Verbo, que se Encarna.

2. Esa Encarnación no se repite. Es una vez y para siempre: no busca siempre encarnarse en ningún alma, en ningún hombre, en ninguna historia.

3. El Verbo se Encarna para salvar a los hombres, no para que los hombres se encarnen en sus vidas humanas: no se predica el Evangelio para encarnar la Palabra, para hacer una cultura de la Palabra. Se predica el Evangelio para imitar la Palabra, vivir la Palabra, obrar con la Palabra.

4. El Verbo Encarnado es el que es; lo demás no es nada: es el vacío. No hay realidad fuera del Verbo Encarnado.

Este panteísmo claro y salvaje de Francisco le pone en un resbaladero en su alma: todo lo ve divino. Todo lo ve bueno y que tiende siempre a lo bueno. Todo es para lo bueno. No hay cosa mala. No hay idea mala. No ha pensamiento malo, sino que la mente del hombre es su dios. Lo que concibe el hombre con su mente, la palabra humana, es lo que se encarna en la vida de los hombres. Puro panteísmo.

Todo es superior a la parte

1. «Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra» (EG n. 234). Lo global, lo mundial, lo de todos es para que la atención del hombre se fije: vamos a ver qué hacen los hombres en el mundo. Eso es lo que importa: los hombres y sus vidas humanas, mundanas, profanas, materiales, naturales, carnales.

2. Hay que mirar, también, lo local, para tener los pies sobre la tierra.

3. Estas dos cosas si se unen entonces se vive correctamente. Si el hombre no presta atención al mundo, entonces vive algo abstracto, su mundo, pero no lo que pasa realmente en el mundo. Son los ermitaños, los que no comprenden al mundo, los que no viven la belleza del mundo. Los contemplativo, las monjas de clausura, tiene que abrirse al mundo, salir al mundo, ser del mundo. Y si el hombre no presta atención a lo local, entonces va buscando una gloria efímera, una gloria que se diluye en el tiempo, algo pasajero, algo que no tiene importancia.

4. «El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares» (EG n. 235). El todo es lo global; la parte es lo local. Y, por tanto, como el todo es más que la parte, entonces no hay que estar pendientes de cosas particulares, limitadas, que no llevan al todo. No hay que estar en los bienes particulares. Hay que ir a los bienes mayores, para todos, comunes, universales, globales. El bien del mundo es más importante que el bien particular de cada hombre. Y, por tanto, hay que trabajar para un bien global, con perspectivas de grandes hombres que resuelven grandes problemas de la humanidad. Hay que crear empresas grandes, con fines globales, con proyectos mundiales.

5. «Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todo» (EG n. 235). Una persona se desarrolla porque se hace para el mundo, para el todo, para lo global. Y, por tanto, una persona se tiene que abrir a todo el mundo: a todas las experiencias del mundo, a todas las filosofías del mundo, a todas las religiones del mundo, a todas las sectas del mundo. Hay que comulgar con todo el mundo para ser una gran persona.

6. «El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él se conservan su originalidad» (EG n. 236). En esa sociedad globalizante entran todos: ricos, pobres, herejes, cismáticos, terroristas, sádicos, homosexuales, judíos, musulmanes, mafiosos, etc. Todos con sus originalidades: «Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse» (Ibidem): el homosexual te puede enseñar la castidad; el musulmán te puede enseñar a morir en nombre de Dios, por amor a Dios; el judío te puede enseñar la humildad de corazón: reniega de Cristo para ser humilde entre los hombres, para no objetar a los hombres, para no juzgarlos.

7. «Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos» (EG – n. 236). ¡Qué gran ceguera la de este hombre! ¡Qué bárbaro! ¡Qué olor, no sólo a mundano, sino a demoniaco rezuman sus palabras! ¡Cuánta inmundicia intelectual hay en estas palabras! ¡Qué personaje más grosero, más imbécil, más contradictorio!

Esta promulgando el gobierno mundial: la totalidad de las personas, un bien común, un fin común a todos. Es la utopía de su lenguaje humano. Es el imposible para el hombre. Es el no creer en el Evangelio, sino hacer de Él su negocio en la Iglesia.

8. «A los cristianos, este principio nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos. La mística popular acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna en expresiones de oración, de fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta» (EG – n. 237). Todos los hombres somos unos santos. Todos los hombres somos buenísimos. Todos los hombres nos merecemos el cielo. Vivan todos los hombres. Vivan los pecadores que no necesitan confesar sus pecados, porque hay un Padre que ya se los ha perdonado. Vivan todos los demonios en el infierno, que salen de él porque Cristo los ha salvado con su sangre. Viva todo el mundo, porque lo dice Francisco.

Después de leer estos auténticos delirios de la mente de este hombre, sólo queda decir:

¡Maldito Francisco por escribir el Evangelium Gaudium! Es la tristeza de la palabra de un hombre sin Verdad. Un hombre condenado en vida.

Es imposible buscar un bien común mundial

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La Verdad nadie la quiere escuchar porque asusta: «Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel» (Ap 10, 10).

La Verdad, es dulce predicarla, pero es amarga para la vida, porque nadie apoya al que dice la Verdad. Todos le dejan a un lado, porque la Verdad mete miedo a la razón del hombre. La Verdad descoloca la mente de los hombres de sus medidas, de sus planteamientos, de sus seguridades, al ponerles un camino oscuro de fe; un camino que sólo se puede conocer siguiendo al Espíritu de la Verdad; un camino que el hombre nunca puede pensar, nunca puede adivinarlo, nunca puede abarcarlo con su intelecto humano.

Por eso, cuando no se cree en la Verdad, que es Cristo, se dice esta herejía: «La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad» (EG, n. 40). Este pensamiento es fruto de la respuesta que Francisco, en su búsqueda de la conexión entre la fe y la verdad, da: «la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro « yo » pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común» (LF, n. 26).

La Verdad no es, para Francisco, la adecuación de la mente a la realidad, sino una cuestión de memoria. Es decir, la verdad está en cada mente humana, en las ideas de cada hombre. Esas ideas pueden ser, más o menos perfectas, buenas, malas; pero son la verdad. Por eso, él dice que la Iglesia tiene que creer en su interpretación de la Palabra, en su memoria, en su discurso intelectual, en sus estudios, en sus filosofías, en sus teologías. Pero no puede decir que la Iglesia necesita creer en la Palabra Revelada. Se cree a Dios que revela, que habla. Pero no se cree al hombre que interpreta o a la Iglesia que interpreta.

Se cree a la Iglesia que enseña la misma Palabra de Dios sin cambiarla nada. Por eso, hay un magisterio infalible en la Iglesia: hay unos dogmas que no se pueden tocar. Y esos dogmas no son una interpretación de la Palabra de Dios, sino que son la misma Palabra de Dios. Es la misma enseñanza divina, que no tiene tiempo, que es siempre la misma para todos los hombres y para cualquier circunstancia de la vida de los hombres. Es una Verdad que nunca pasa y que sólo puede ser creída, no pensada. No se llega a ella pensando, no es cierta por un pensamiento teológico, sino que se llega a ella creyéndole a Dios que la dice sin más, sin dar argumentos al hombre, sin explicarla, para que el hombre viva de fe, no de razones, no de memoria, no de una acto intelectual.

Por eso, cuesta decir la verdad, hablar con la verdad y creer a la verdad. Es muy fácil hablar nuestras verdades (las que nos gustan, las que nos hacen sentir bien, las que nos producen un acercamiento a los hombres), creer en nuestros sagaces pensamientos; es muy fácil medirlo todo con nuestros inútiles pensamientos; es muy fácil hacer del Misterio de Dios una filosofía para el hombre, un lenguaje para el mundo, un gobierno para los hombres.

Al hablar así, Francisco tiene que anular toda Verdad y buscar las verdades que le interesan para hacer su iglesia, su evangelio, su estilo de vida como sacerdote.

Por eso, en su evangelium gaudium anula el Misterio de la Cruz, la Obra Redentora que Cristo vino a hacer en este mundo, que está maldito por el pecado de Adán. Lo anula para poner su idea de los pobres y del amor fraterno.

1. «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (EG, n. 187). Francisco está haciendo su progresismo en la Iglesia, su populismo, su comunismo, su protestantismo. Porque no comprende la obra social de la Iglesia. Y no puede llegar a comprenderla porque ha anulado la esencia de la fe en Cristo.

Cristo sufre y muere para salvar y santificar cada alma. Eso es el Misterio de la Cruz. Cristo no sufre ni muere para llenar estómagos en Su Iglesia, que es a lo que se dedica este hombre: «El mal más grave que afecta al mundo en estos años es el paro juvenil y la soledad de los ancianos. Los mayores necesitan atención y compañía, los jóvenes trabajo y esperanza, pero no tienen ni el uno ni la otra; lo peor: que ya no los buscan más. Les han aplastado el presente. Dígame usted : ¿se puede vivir aplastado en el presente? ¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un futuro, una familia? ¿Es posible continuar así? Este, en mi opinión, es el problema más urgente que la Iglesia tiene que enfrentar» (Entrevista a Scalfarri).

Si Francisco tuviera un poco de vida espiritual diría: El mal más grave que afecta al mundo en estos años es la falta de fe en los mandamientos divinos, en lo que Dios ha revelado. Como la gente no cree en la ley divina, como la gente no tiene vida moral, no sigue una norma de moralidad y, por tanto, no practica las virtudes morales, entonces tiene lo que se merece: paro juvenil, soledad en los ancianos, etc. Porque, al no cumplir con los mandamientos de Dios, no se puede amar a Dios ni al prójimo y, por tanto, los hombres se aplastan unos a otros, los hombres hacen guerras entre sí.

Pero, como a Francisco le es imposible creer en Cristo, en su obra, tiene que decir: «¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un futuro, una familia?». Es un hombre que si no hace un acto de memoria no puede vivir. Francisco no vive para hacer un acto de fe: no sabe tener fe. Sólo vive para encontrar el pensamiento que más le guste en su vida miserable de hombre.

No se vive para una memoria, no se hace una familia para un bien humano, para un bienestar humano, para un futuro diseñado por los hombres. No hay que buscar el bien común humano, sino el bien común divino, el que Dios pone a una familia, a una sociedad, a un mundo que cumple con la ley eterna.

En la Iglesia se está para diseñar la ciudad católica, el Reino de Dios, que no tiene nada que ver con los reinos y ciudades humanas, sociales, culturales económicos, de los hombres. Porque «Mi Reino no es de este mundo». Pero Francisco no cree en esta Palabra Divina, y por eso busca el Reino de Dios en este mundo, humanizando lo divino, abajando lo sagrado a la mente del hombre.

Por eso, Francisco se dedica a poner en los hombres el Evangelio: «Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio» (EG, n. 69). El Evangelio de Cristo es para el alma, no para las culturas. Pero como Francisco cree que el alma no puede creer por sí misma, por eso dice esta frase. Hay que creer en masa, en la cultura de cada hombre, en una comunidad. Hay que hace grupos de hombres y allí inculturar el Evangelio, hacer cultura del Evangelio, hacer una ideología, un proselitismo, porque la Iglesia -dirá ese hereje- crece por atracción de ideas: busquemos la idea que más atraiga. Busquemos la moda; busquemos lo que al hombre le gusta. Esto es, sencillamente, destruir la Palabra de Dios con las culturas, con las ciencias, con las filosofías de los hombres.

El hombre, para creer en Cristo, tiene que salir de sus culturas, de su sabiduría humana. Si no hace esto, entonces el hombre, sencillamente, se inventa su evangelio en su cultura, en su ciencia, en su progreso técnico. Y, por supuesto, se inventa su iglesia para el evangelio de su cultura. Por eso, a Francisco le gusta hablar del evangelio de los pobres, del evangelio de las familias, del evangelio de todo el mundo. Pero no habla del Evangelio de Cristo.

2. «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema» (EG, n. 202). Esto es querer construir una casa por el tejado.

¿Qué enseña la Iglesia?: «es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas según una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común» (Catecismo, 2425).

Una cosa es la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano, en que se basa el liberalismo económico, y que es algo inmoral; y otra cosa es la autonomía de los mercados. No se puede suprimir la libertad humana y, por tanto, no se puede quitar la autonomía de las obras de esa libertad en el mercado. El hombre, en su libertad, tiene que practicar las virtudes morales para que el mercado no produzca ninguna injusticia, no rebaje a la persona, no la lleve a una visión materialista, consumista de la vida.

Francisco quiere cargarse la libertad del mercado. Esto es propio del comunismo. Hay que regular, según normas morales, naturales, divinas, el mercado. Y, entonces, la especulación financiera será recta.

Pero Francisco se olvida del pecado de avaricia y de usura: «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres». Es siempre su error, su constante error. Mientras no se resuelven radicalmente el pecado de los ricos y de los pobres: su avaricia, su codicia, su usura; entonces no se resuelven los problemas económicos.

Este fallo de visión es fruto de su negación del Misterio de la Cruz: si se niega que Cristo vino a sufrir y a morir, y se pone por encima la idea de que Cristo viene a remediar, a liberar, la vida de los pobres de su pobreza material, entonces tiene que caer en una grave herejía.

3. «La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad porque busca el bien común» (EG, n. 205). Esto, no es sólo un pensamiento necio, sino el más estúpido de todos .

El hombre es un ser social y político por naturaleza. En el hombre está la vocación al amor, a obrar lo divino en lo humano. Y, por tanto, toda política que no refleje lo que es el hombre, que vaya en contra de lo que es el hombre, no sirve para nada. Ni la política, ni la filosofía, ni la ciencia, ni la sabiduría humana, son vocaciones, sino que son instrumentos, recursos que el hombre tiene para dar su vocación divina, para ser lo que es en su naturaleza humana.

La política es lo más contrario a la caridad. Si el corazón del hombre no practica la virtud de la caridad, por más política que haga, no se ve en lo social ninguna caridad, ningún amor a Dios ni al prójimo.

Es el hombre el que busca el bien común, no la política. Los sistemas políticos buscan sus intereses en el mundo, pero no el bien común. El bien no es algo de la masa, de la comunidad, sino del hombre. Hay un bien particular que todo hombre busca en su vida y un bien común, que debe ser realizado en la voluntad de Dios. El hombre tiene que saber discernir los distintos bienes comunes, porque no todos son apropiados ni para un sistema político ni económico.

«Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!»: Francisco siempre se olvida de que los políticos tienen que tener vida moral, práctica de virtudes para hacer un bien común en la política. Un bien común sin injusticas. Y esto es lo más difícil sin vida espiritual. Y muchos políticos de Dios no quieren saber nada. Hay que pedir al Señor que los políticos sientan dolor de sus propios pecados, se arrepientan de ellos, hagan penitencia por ellos y, entonces, van a resolver la vida de los pobres. No hay que pedir a Dios que los políticos se acuerden de los pobres, sino de sus pecados personales.

4. «La economía, como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero» (EG, n 206).

La economía, como la misma palabra indica es, en griego, οἰκονομία [oikonomía], de οἶκος [oikos], ‘casa’, y νόμος [nomos], ‘ley’; es decir, la ley de la casa. Y el mundo entero, no es la casa de los hombres. Y una sociedad no es la casa de los hombres. Y una familia no es la casa de los hombres. Ni el propio hombre es casa para sí mismo.

La economía es regular, mediante normas divinas, los asuntos de los hombres: en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo humano. Se dan normas. No es un arte, no es una ciencia humana. Son normas para alcanzar un bien común, distinto del bien particular. Y, por tanto, hay bienes comunes diferentes, de acuerdo a lo que viva cada hombre. Hay un bien común para la familia, otro para el matrimonio, otro para el trabajo, otro para la sociedad, etc. Y, por tanto, según el bien común buscado, existirá una economía para la familia, otra para el matrimonio, otra para el trabajo, etc. Son diferentes economías; son diferentes reglas, leyes, porque son diferentes bienes comunes a alcanzar.

Y, por tanto, no se puede hablar de una economía mundial. Eso es una aberración, una abominación. Por eso, en aquellos países en los que se da una moneda para todos, caen en esta aberración. Cada país es distinto en su economía como país, porque los hombres son diferentes en sus vidas y en sus obras particulares, familiares, etc. Hay hombres más emprendedores y otros menos en el trabajo. Hay trabajos más delicados, que necesitan de una economía más flexible, y otros con otra diferente economía. No se puede regular un bien común mundial. El bien común es para cada acto de la vida del hombre. Depende de lo que el hombre viva y obre. Depende del fin que ponga el hombre a su vida. Querer regular un bien común mundial es querer poner un fin mundial, terrenal, a la vida de todos los hombres. Y eso es una aberración moral.

5. «Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos» (EG, n 207). Esto se llama perder la cabeza y publicar que se ha vuelto loco. Aquí está plasmada su idea masónica sobre el nuevo orden mundial. Aquí está, no sólo la estupidez de un hombre, que no sabe lo que es la doctrina social de la Iglesia, sino la locura de una mente que sólo tiene una idea: el amor a los hombres. En ese amor, que es una idolatría en Francisco, dice una blasfemia contra el Espíritu Santo: cualquier comunidad de la Iglesia que no se ocupe de los pobres e incluya a todos, se disolverá, será mundana, profana, vacía de Dios. En otras palabras, sólo Francisco tiene el Espíritu Santo en la Iglesia, y sólo su idea de los pobres es lo que hace a la Iglesia Santa, Universal, Romana, Católica, Una.

En esta palabras se ve, con gran evidencia, que Francisco se ha alejado del Evangelio de Cristo y sólo le interesa el evangelio de sus pobres, de la fraternidad, del bien común mundial. Se cree el más inteligente de todos con esta basura intelectual, que ha destilado en su evangelium gaudium. Si la Iglesia no trabaja por lo pobres y para unir a todos los hombres, entonces es mundana, entonces se disuelve. ¡Gran locura de la mente de Francisco!

¿Y se atreverá alguien a exigir obediencia a la mente de un loco en la Iglesia? Después de leer estas babosidades, ¿alguien en la Jerarquía tendrá la estupidez de decir que la doctrina de Francisco es católica, es muy hermosa?

Después de ver la ruina a la cual Francisco ha llevado a la Iglesia, desde que se sentó en el Trono, que no le pertenece, sino que se lo ha robado al legítimo Papa, Benedicto XVI, ¿a alguien le cabe alguna duda de que en el Sínodo la Iglesia va a comenzar su cisma abiertamente?¿Es que no ven que la doctrina de Francisco separa a la Iglesia de la doctrina de Cristo? ¿Es que no ven que Francisco nunca predica de la expiación, del sufrimiento, del pecado, de la penitencia, de la cruz, del infierno, del purgatorio, sino que sólo está en sus pobres y en cómo besar el trasero de todos los hombres?

Mayor estupidez y locura no puede estar sentada en el trono de Pedro.

Si esto es Magisterio de la Iglesia, entonces ¿qué son los escritos de Marx y de Lutero? Sigan lo que pensaron esos personajes y tendrán la mente de Francisco al dedillo.

Es triste comprobar cómo la Jerarquía se ha acomodado al engaño y ha dado la espalda a Cristo en la Iglesia. Está mirando lo que un dictador de mentiras está publicando en la Iglesia. Está observando como un hombre sin fe habla de lo que no sabe. Aplaude la mente de un loco en la Iglesia y ha abandonado a sus ovejas por hacer la pelota a un idiota.

Cuando Francisco abre su bocazas es para vomitar su demonio: el demonio que le lleva a la condenación en vida. Si no cambia, muy pronto veremos señales de su condenación en la Iglesia.