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Obispo Barros: acusado de encubrir abusos sexuales

«Un solo cura, que abuse de un menor, es suficiente para mover toda la estructura de la Iglesia y enfrentar el problema» (ver)

¡Cómo apesta Bergoglio en su última entrevista!

¡Huele a podrido!

Un solo cura, que abuse de un menor, es necesario excomulgarlo de la Iglesia. Es lo que hicieron todos los Santos.

No hay que cambiar estructuras: hay que cambiar a las personas. Si son pecadoras, si cometen el pecado de abominación, entonces, -es muy fácil-, fuera de la Iglesia.

Pero esta justicia no se encuentra en la cabeza de ese demente que gobierna la Iglesia.

En esa mente desquiciada, se encuentra el pecado como solución social a los problemas de los hombres. Y, entonces, hay que cambiar las estructuras: son las que tienen culpa de que haya curas que pequen.

Ante esta mentalidad retorcida, tenemos que Bergoglio ha puesto como Obispo, en Chile, a uno que ha abusado de jóvenes, el Obispo Juan Barros:

«…yo veía al padre Fernando Karadima y a Juan Barros besarse y tocarse mutuamente. Generalmente, más de parte del padre Karadima venían los toqueteos en los genitales por encima del pantalón de Juan Barros, al igual que hacía con el hoy también obispo Koljatic. En el caso de Juan Barros, éste jugaba a una especie de celos entre sus más cercanos y se turnaban por sentarse al lado de Karadima, estar solos con él en su cuarto y desplazar a otros. Como yo era bastante menor, veía esto entre horrorizado y a la vez paralizado, ya que yo estaba viviendo mi parte del abuso de Karadima, lo que ya fue comprobado en los juicios canónico y penal.» (ver)

Esto es lo que cuenta el periodista Juan Carlos Cruzm en una carta enviada al Vaticano, en la cual acusa al Obispo Barros de ser cómplice de Karadima, sacerdote acusado de varios abusos sexuales, no sólo a jóvenes, sino a adultos.

Juan Carlos Cruz está decepcionado con Bergoglio porque ha nombrado «dentro de sus cardenales reformadores al cardenal Francisco Javier Errázuriz, un hombre que encubrió los abusos del sacerdote Fernando Karadima y desestimó muchos otros casos, como el del sacerdote condenado por la justicia chilena Richard Aguinaldo, después de súplicas de los padres para que hiciese algo».

También señala cómo Karadigma «logró instalar a al menos cuatro de sus más cercanos como obispos de la iglesia católica chilena: Horacio Valenzuela en Talca, Andrés Arteaga como auxiliar de Santiago, Tomislav Koljatic en Linares y Juan Barros hasta el mes pasado vicario General Castrense. Hoy Barros ha sido nombrado obispo de Osorno, lo que ha re-victimizado a tantos que sabemos todo el mal que han hecho estos obispos y conocemos su participación en los abusos de Karadima, lo que niegan hasta hoy».

Bergoglio, en su estúpida entrevista, habla de clericalismo, que ha sido una traba para el laicado, en América Latina; habla de las homilías, las cuales no se parecen a las de Lutero, ni tienen la exquisitez de las de los pentecostales, y que no acercan al pueblo, no mueven para las cosas sociales… Y son estas tres cosas: distancia, clericalismo y homilías aburridas, lo que hace que los católicos se vayan de la Iglesia. En esto, «los hermanos evangélicos trabajan bien».

Después, de hablar de sí mismo, inflándose en su falso ecumenismo: «en Argentina trabajábamos mucho juntos con los pastores. En Buenos Aires yo me reunía con un grupo de pastores amigos, y rezábamos juntos y organizamos tres retiros espirituales para pastores y para sacerdotes juntos. De varios días. Y venía, y predicaba o sacerdote católico y un pastor»… Después de entretener con sus palabras a todo el mundo, ¿cuál es su obra?

Poner un Obispo que le gusta el sexo con los jóvenes:

«Juan Barros se sentaba en la mesa al lado de Karadima y le ponía la cabeza en el hombro para que lo acariciase. Disimuladamente le daba besos. Más difícil y fuerte era cuando estábamos en la habitación de Karadima y Juan Barros, si no se estaba besando con Karadima, veía cuando a alguno de nosotros, los menores, éramos tocados por Karadima y nos hacía darle besos diciéndome: “Pon tu boca cerca de la mía y saca tu lengua”. Él sacaba la suya y nos besaba con su lengua. Juan Barros era testigo de todo esto y lo fue incontables veces, no solo conmigo sino con otros también».

Por sus obras deben conocer a Bergoglio. No por sus palabras.

Hombres como este Obispo deben estar excomulgados, fuera de la Iglesia, metidos en la cárcel:

«El abuso sexual de menores no es sólo un delito canónico, sino también un crimen perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieran en los diversos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias. En particular, sin prejuicio del foro interno o sacramental, siempre se siguen las prescripciones de las leyes civiles en lo referente a remitir los delitos a las legítimas autoridades» (ver)

No sólo hay penas eclesiásticas para el sacerdote, como la dimisión del estado clerical, sino las que imponga la ley civil, que son de cárcel.

La respuesta del Vaticano a esta carta ha sido el completo silencio.

¿Qué van a decir?

Ante un Obispo querido por Bergoglio, ¿quiénes somos nosotros para juzgar?

Sólo se juzga a los inocentes, pero no a los culpables. Esta es la política, ahora, en el Vaticano.

Predicar que los curas que son pederastas son motivo para cambiar estructuras. Se las cambia, pero se dejan en ellas a Obispos tan abominables como éste. Y nadie dice nada, porque hay que complacer al demente de Bergoglio. Bergoglio elige a su gente abominable para destrozar la Iglesia con palabras baratas y hermosas.

La filosofía del género

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«Nunca creyeron los reyes de la tierra, ni cuantos habitan en el mundo, que entraría el Enemigo, el Adversario, por las puertas de Jerusalén» (Lm 4, 12).

Ahí está, el enemigo de Cristo y de la Iglesia, Bergoglio, sentado en la Silla que no es suya, que no le pertenece por derecho divino.

El Adversario de Cristo ha puesto su hombre para gobernar la Iglesia, que es sólo de Cristo, que no le pertenece ni al hombre ni al demonio.

Bergoglio destruye la verdad en su gobierno en la Iglesia. Y la destruye, no con su inteligencia, sino con su voluntad: con un poder humano, dado a él sólo por un tiempo.

Las personas no se convierten por las palabras de Bergoglio, sino por sus obras. Bergoglio no habla con autoridad porque no tiene inteligencia: no sabe llegar al hombre con la inteligencia. Sabe llegar al hombre con el sentimiento, con la voluntad, con las obras.

Sus obras revelan su pecado: son obras en contra de la voluntad de Dios. Obras que gustan al mundo, porque Bergoglio es del mundo. Bergoglio ama al mundo y lo que hay en el mundo. No puede no amarlo, porque en el corazón de Bergoglio no está el amor de Dios.

En Bergoglio sólo está el orgullo de la vida: él quiere su vida de pecado. Y es lo que muestra a todos en la Iglesia: no se corta a la hora de hablar o de hacer algo que vaya en contra de una ley divina; en él la concupiscencia de los ojos: su mente sólo se fija en la inteligencia que mata, que busca la mentira, que oscurece la verdad, que aniquila toda ley de Dios; y en él se encuentra la concupiscencia de la carne: sólo vive para agradar a los hombres en su carne, en su vida material, en sus conquistas humanas.

«Y el mundo pasa»: Y Bergoglio se acaba, no es eterno, no permanece en la Iglesia, porque no obra la Voluntad de Dios:

«Santificaos y sed santos, porque Yo soy Yavé, vuestro Dios. Guardad mis leyes y practicadlas» (Lev 20, 7).

Bergoglio nunca enseña a cumplir con los mandamientos de Dios. Nunca habla de la ley natural; nunca pone al alma en la ley de la gracia. No sabe lo que es la ley del Espíritu. No sabe ni hacer Iglesia ni ser Iglesia.

Bergoglio apoya la filosofía del género. Le dijo a la lesbiana Diego Neria, que fue con su pareja al Vaticano:

«¡Claro que eres hijo de la Iglesia!’ ‘Dios quiere a todos sus hijos. Te acepta como eres’, y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres» (ver texto)

Esta lesbiana vio las puertas abiertas con Bergoglio:

«Ha salido de él. Vi sus brazos muy abiertos en arropar a todo el mundo y a gente en desigualdad. Unos brazos demasiado abiertos. Y la forma que tenía de hablar y de transmitir era de absoluta bondad».

Con Bergoglio se ha sentido arropada; con Benedicto se sintió discriminada y apartada:

«Pero no he dejado de sentirme católico, apostólico y romano por ello. Cuando naces y te educas en la religión católica, no la pierdes por muy mal que lo pases. Estaba dolido, pero mi base era fuerte».

El Papa Benedicto XVI predicaba la verdad, que no gustaba a este transexual:

«no a filosofías como la del gender» (19 de enero del 2013).

Esta persona transexual es como todo homosexual: «mi base era fuerte». No creen en lo que son: son hombres (tienen una naturaleza humana). Y no creen en Dios: Dios los ha hecho así: hombres. Y, por no creer en estas dos cosas, no pueden creer en el demonio: están poseídos por el demonio.

Todo homosexual y toda lesbiana tienen una posesión demoníaca en sus cuerpos, que los lleva a vivir en contra de la verdad de su naturaleza humana y de la Voluntad de Dios sobre su vida. No son enfermos, son poseídos del demonio. Más que enfermos.

Y ese ir en contra de la verdad los hace escalar la cumbre de la soberbia: hacerse dioses a sí mismos. Y, por lo tanto, ver en los otros, en los que le ayudan a vivir como piensan, a otros dioses:

«Solo puedo decir que (Bergoglio) es un dios, es el más digno representante de Jesús de Nazaret».

Es el precio a pagar por su gran pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo. ¡Quedan ciegos para la verdad!

«Lo que con frecuencia se expresa y entiende con el término «gender«, se reduce en definitiva a la auto-emancipación del hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador» (21 de diciembre del 2008)

La persona homosexual vive contra la verdad de lo que es en su ser humano. Vive oponiéndose a esa verdad de su naturaleza. Y vive contra Dios, que lo ha creado en esa naturaleza.

La homosexualidad es la manipulación del hombre, que busca ser libre para hacer su vida, sin depender ni de Dios ni de su naturaleza humana.

Es la búsqueda de una libertad que no existe en su ser humano, en su esencia, sino que la crea él mismo en su inteligencia.

En el hombre está «inscrito un mensaje que no significa contradicción de nuestra libertad, sino su condición» (Ib). En la naturaleza humana, está la libertad que le lleva a obrar conforme a lo que es en sí mismo.

Para eso es la libertad: para obrar la naturaleza del hombre. Para poner en obra todo lo que el hombre encuentra en su ser de hombre.

Y la libertad no tiene otra función que ésta. No existe una libertad para ir en contra de la propia naturaleza humana. No existe esa libertad natural. No está inscrita en el ser del hombre. El hombre la tiene que crear él mismo. Pero es una creación sólo en su mente, que no se da en la realidad de la vida, de las cosas.: es un ideal que es imposible de vivir en la realidad. Para vivirlo hay que imponerlo a los demás: hay que someter a los demás a los dictados de la propia razón humana. Por eso, los gobiernos hacen leyes abominables a Dios y a los propios hombres. Leyes que no se pueden seguir, porque son una ruptura con todo el orden de la Creación. Por esas leyes abominables, la Creación se parece a otra Sodoma y Gomorra.

Un hombre nace hombre; una mujer nace mujer. Y se es libre para eso: para ser hombre o para ser mujer.

Y todo aquello que contradiga esta libertad en la naturaleza humana es una cosa abominable:

«Si uno se acuesta con otro como se hace con mujer, ambos hacen una cosa abominable» (Lv 20, 13).

Ni el hombre ha nacido para acostarse con otro hombre; ni la mujer está hecha para estar con otra mujer.

No se es libre para ser homosexual o lesbiana. Dios no da la libertad para pecar, para obrar algo moralmente malo.

El pecado siempre es esclavitud, nunca señala libertad. El pecado nunca es camino para ser libre. Sólo la Voluntad de Dios hace caminar al hombre en la libertad del Espíritu.

Quien vive en el pecado, vive imponiendo su propio pensamiento, que le lleva a hacer una obra en contra de sí mismo, en contra de la humanidad y en contra de la misma Creación.

En todo pecado, el hombre se destruye a sí mismo, se hace un mal en sí mismo. Y destruye todo lo demás. El pecado siempre se irradia, como la santidad, pero en opuesto camino.

Su mente soberbia le lleva a obrar algo que, en lo exterior, parece inofensivo, pero que en lo interior, desgarra al alma y al corazón.

Lo que está en la naturaleza humana no es contradictorio con la libertad, sino su condición: es lo que necesita la libertad para poder ejercer su dominio en el hombre.

El hombre domina cuando es libre, cuando ejerce el poder de su libertad. Y lo hace en su naturaleza humana. Quien quiera ser libre fuera de su naturaleza humana obra algo abominable.

El hombre está sometido cuando se esclaviza a algo, cuando otro anula su poder de ser como es: hombre en su naturaleza humana.

El pecado siempre saca al hombre de su ser de hombre. Siempre. El que obra el pecado es dominado en su libertad, e infiere a su naturaleza humana una llaga maligna, que debe ser curada para que el hombre pueda vivir, no sólo espiritual, sino humanamente.

El hombre, pecando, quiere auto-emanciparse: quiere salir de donde está, de su ser de hombre. Este es el anhelo de todo hombre que nace en el pecado original.

Viene a un cuerpo y se encuentra encerrado en ese cuerpo. Y quiere salir, porque comprende que ese no es su cuerpo verdadero.

«Mi cárcel era mi propio cuerpo porque no se correspondía en absoluto con lo que mi alma sentía» (falso hombre, lesbiana, Diego Neria Lejárraga)

Este sentimiento lo tiene todo hombre que viene a este mundo. Las almas espirituales se conforman con la Voluntad de Dios, y con la ayuda de la gracia soportan esta vida, que es sólo un mal rato en una mala posada.

El pecado original dividió al hombre. Por eso, todo hombre experimenta estas angustias. Y de esta división, se vale el demonio para incentivar en los hombres la homosexualidad y el lesbianismo.

Todo hombre que no ha comprendido lo que es el pecado original, que niega el pecado en su vida, que niega al demonio como un ser superior a él, termina en esta abominación de su naturaleza humana.

¿Qué es eso abominable?

Que el hombre se recree a sí mismo:

«El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que esta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear» (21 de diciembre del 2012).

¡Algo abominable! Negar la propia naturaleza humana: es el pecado de Lucifer para conseguir un ideal: ser dios, no en la esencia, sino en su mente.

Todo homosexual se hace dios a sí mismo: él mismo se crea, se recrea. Él mismo decide su naturaleza humana.

El hombre rechaza que está atado a su naturaleza humana: quiere desligarse de esa atadura para realizarse él mismo, sin necesidad ni de la ley natural ni de su libertad natural.

«el hombre quiere ser absolutus, libre de todo vínculo y de toda constitución natural. Pretende ser independiente y piensa que sólo en la afirmación de sí está su felicidad» (19 de enero del 2013).

Sólo en la afirmación de sí, el hombre pretende alcanzar la felicidad. Sólo en su yo; sólo en su persona. Su orgullo le hace levantarse en contra de su propia naturaleza humana.

Esta es la nueva filosofía de la sexualidad, que cabalga por todo el mundo: el hombre no se nace, se hace; la mujer no se nace, se hace.

Hay que ir en busca de la felicidad que no se encuentra en el propio cuerpo. El cuerpo es una cárcel donde no es posible ser feliz.

Todo homosexual tiene que juzgar a Dios por haberle encerrado en esa cárcel, y no haber puesto un camino para ser feliz.

«Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía» (Ib).

Es un papel social. El sexo ya no es de la naturaleza humana, no es de la persona, sino que es un objeto de la sociedad.

El homosexual no tiene fuerza si no está amparado por una estructura social, por una autoridad humana.

Por sí mismo, ningún hombre puede vivir solo en esta vida. Siempre el hombre necesita de algo o de alguien para vivir. Y esto sólo por el pecado original, que mató al hombre en su ser sólo para Dios.

Dios creó al hombre sólo para Él, para que el hombre hiciera una obra divina, que era llevar hijos al Cielo: engendrarlos para el Cielo. Eso fue todo el plan original de Dios con el hombre y con la mujer.

Cuando Dios crea a los seres espirituales, los crea todos al mismo tiempo. Todos a la vez. No hay una generación espiritual ni entre los ángeles ni entre los demonios. Su creación es su misión: son seres para Dios, no para lo creado.

El hombre es un ser para lo creado, no sólo para Dios. Por eso, tiene la misión de engendrar hijos y de llevarlos al Cielo. El hombre vive para un hijo, no sólo para Dios.

Por eso, muy pocos han comprendido lo que es la vida sexual. El sexo define a toda la persona humana en su naturaleza. Sin sexo, la persona no puede existir. Dios ha creado al hombre con un sexo, con un fin en su sexo: engendrar hijos para Dios. De esa manera, el hombre sirve a Dios. Sólo así el hombre es sólo de Dios.

El ángel sólo ha sido creado para servir a Dios, no para tener hijos, no para administrar una creación divina.

Todo hombre sirve a Dios con su sexo. Por eso, todo hombre tiene que preguntarse qué Dios quiere con su sexo. Este es el sentido de la vida de cualquier hombre.

Un homosexual, una lesbiana, no se pregunta esto. Viven en la angustia de su sexo, de su naturaleza humana. No están conformes con lo que son en su ser natural. Están peleando consigo mismos, odiándose a sí mismo porque nacieron así y quieren ser de otra manera.

Un homosexual, para salir de esta angustia vital, necesita una estructura, una legislación, un poder humano, que lo apoye.

Por eso, hoy día todos los gobiernos se han hecho fuertes en el campo homosexual. Y es un gran peligro:

«las políticas que suponen un ataque a la familia amenazan la dignidad humana y el porvenir mismo de la humanidad» (9 de enero del 2012).

El matrimonio homosexual destruye toda la dignidad de la persona humana, la familia y el porvenir de todo hombre. Son una amenaza para todo lo creado.

«Se trata en efecto de una corriente negativa para el hombre, aunque se enmascare de buenos sentimientos con vistas a un presunto progreso o a presuntos derechos, o a un presunto humanismo» (Ib).

Lo que hoy día se legisla en todas los gobiernos es que Dios no ha creado al ser humano como varón o mujer, sino que es la sociedad la que tiene que determinar lo que es el ser humano.

El poder social destruye la familia, el matrimonio de hombre y de mujer. Todos los gobiernos del mundo están destruyendo la creación de Dios en el hombre y en la mujer. Están recreando un hombre y una mujer nuevos, que les sirva a ellos para su propia idolatría.

«Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad». (21 de diciembre del 2012).

Ya el hombre no es hombre: no es ni varón ni mujer. Es un alma, es un espíritu, que elige el cuerpo que quiere para su vida.

Este es el pensamiento diabólico que está en todas partes: el hombre quiere ser como Dios: espíritu. Le molesta su cuerpo. Y, por eso, decide determinar lo que es con su cuerpo. Y tiene que manipular toda la naturaleza del hombre.

Por lo tanto, tiene que rechazar el matrimonio como un vínculo con otra persona: un vínculo en la naturaleza humana. Y sólo puede ver el matrimonio como la autorrealización de su propio yo, sin atarse a nada ni a nadie. Si el otro comparte su vida es sólo como un objeto que le ayuda para conseguir su fin.

Y, por eso:

«La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya» (Ib).

Todos hablan de que el hombre está corrompiendo la Creación con sus progresos, con sus ciencias, con sus técnicas humanas. Y es sólo hablar para no quedarse callado.

Los gobiernos de todo el mundo están manipulando al hombre con leyes para implantar la filosofía del género. Y eso es lo que destruye al hombre mismo. No es la contaminación del medio ambiente, no son las economías que ponen al hombre al borde de una guerra mundial.

Es el mismo hombre el que se aborrece a sí mismo. Es el mismo hombre el que ya no quiere seguir siendo hombre. Sólo se ha inventado un abstracto de hombre: una pintura que, por más que se la vea, se la estudie, no se puede comprender.

No hay quien comprenda a un homosexual ni a una lesbiana, porque no quieren ser ni hombres ni mujeres. Quieren elegir su propia especie, su propia naturaleza, su propia existencia humana.

¡Es una abominación!

«Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente» (Ib).

Esto es lo que hacen las leyes abominables del género: negar que el hombre sea hombre, y que la mujer sea mujer. Y, de esa manera, no se pueden integrar en la sociedad natural. El hombre ya no es para unirse a una mujer. El hombre no encuentra su camino dentro de la mujer. Y la mujer no es para ser de un hombre. La mujer no planifica la vida para un hombre. Y, por lo tanto, hay que inventarse una sociedad para ellos, para el nuevo hombre y la nueva mujer: un gobierno mundial, un estado mundial. En donde ya la familia no puede tener cabida, porque:

«si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación» (Ib).

Están todos los gobiernos confabulados en contra de la familia que Dios quiere, para implantar la familia que la sociedad busca en su afán de una vida feliz, que le resuelva el destino que su alma no entiende en su cuerpo.

El matrimonio no ha sido creado por Dios, sino que se lo inventa cada sociedad, cada cultura, cada estructura religiosa.

Y eso supone ir en contra de los hijos. Si cada hombre y cada mujer decide lo que es en su naturaleza humana, entonces los hijos son sólo un objeto a buscar, pero no un deseo de la naturaleza humana. No son un amor en la vida, sino un uso que se da para el bien de la sociedad.

Se buscan si van a ser útiles para la sociedad. No se buscan si son un tropiezo para el medio ambiente y para la felicidad, que todo hombre persigue en su autorrealización de su yo.

«Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser» (Ib).

La homosexualidad es la degradación del hombre en su esencia. Por eso, dice San Pedro Damián, en su liber gomorrhianus, cap. XVI:

«Este vicio, sin duda, no puede compararse en modo alguno con ningún otro, pues a todos los supera enormemente…Esta peste expulsa el fundamento de la fe, absorbe las fuerzas de la esperanza, destruye el vínculo de la caridad, elimina la justicia, abate el vigor, retira la temperancia, mina el fundamento de la prudencia… El que es devorado por los ensangrentados colmillos de esta famélica bestia, es mantenido lejos, como por cadenas, de cualquier obra buena, y es instigado sin freno que lo contenga, por el precipicio de la más infame perversión. En cuanto se cae en este abismo de total perdición, se lleva a efecto el ser desterrado de la patria celeste, ser separado del Cuerpo de Cristo, rechazados por la autoridad de toda la Iglesia, condenados por el juicio de los Santos Padres, expulsados de la compañía de los ciudadanos de la ciudad celeste. El cielo se vuelve como de hierro, la tierra de bronce: ni se puede ascender a aquél, pues se está lastrado por el peso de crimen, ni sobre aquella podrá por mucho tiempo ocultar sus maldades en el escondrijo de la ignorancia. Ni podrá gozar aquí cuando está vivo, ni siquiera esperar en la otra vida cuando muera, porque ahora deberá soportar el oprobio del escarnio de los hombres y después los tormentos de la condenación eterna».

El hombre y la mujer son bellos porque hacen, en su naturaleza humana, lo que Dios les ha puesto:

«el no a filosofías como la del gender se motiva en que la reciprocidad entre lo masculino y lo femenino es expresión de la belleza de la naturaleza querida por el Creador» (19 de enero del 2013).

Todo homosexual que quiera salir de su pecado, sólo tiene que ser él mismo en su ser de hombre. Tiene que poner su vida en la penitencia de su pecado:

«Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana » (21 de diciembre del 2012).

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Primera monja católica transexual

hermafrodita

Tia Michelle Pesando (Ver video CTV NEWS London) es un hombre que ha vivido su primeros 30 años como hombre y, ahora, ha decidido vivir como mujer, quiere auto-identificarse como perteneciente al sexo femenino, tomando hormonas, y tiene la esperanza de entrar en un convento de monjas carmelitas en breve (Ver entrevista en London Community News).

Es un hombre transgénero, transexual, hermafrodita o abominación sexual. Siente que tiene órganos masculinos y femeninos. Se siente hermafrodita. Este hombre ve a las personas transexuales como existiendo en un espectro hermafrodita, en un ambiente de ser hombre en la realidad, pero viviendo como mujer, pensando como ella, mirando siempre la vida de la mujer, pero no para compartirla como hombre, sino para ser como ella misma.

Estas personas viven el sentimiento de ser mujer, pero no la realidad. No tienen el cuerpo, los órganos de la mujer. No tienen su espíritu y, por tanto, lo que hacen es una auténtica aberración en la vida.

Tienen los órganos masculinos, pero sin funcionar, como atrofiados. Y, también, poseen una especie de órganos femeninos, pero no completos. Y tampoco estos funcionan. Son como asexuales, pero sin serlo.

Esta persona es un hombre, pero que no ha podido desarrollar su vida de hombre de forma conveniente. Ha vivido como hombre porque así se ha sentido desde su nacimiento. Y este sentimiento de hombre es el que vale para él. Se nace hombre o mujer. Pero no se nace ambas cosas. Se puede nacer con una disfuncionalidad orgánica en el sexo, material. Pero la persona sabe que es hombre o mujer.

El querer cambiar a ser mujer es el camino equivocado para él. Porque el sexo no está en el cuerpo, sino en el ser de la persona. La sexualidad es la persona, no el cuerpo humano. Se nace persona hombre o persona mujer. Después, por el pecado original, el cuerpo no puede hacer su función o se tienen ambos sexos, pero la persona sigue siendo hombre o mujer.

El sexo es una vida divina en la persona, no es una vida material o carnal en ella. Dios ha creado el sexo para un amor. Dios no ha creado el sexo para un placer o para un goce carnal o para ejercer una función orgánica.

Dios ha creado la sexualidad con la persona. No existe, por tanto, la cuestión del género. La sexualidad no se la inventa el hombre, sino que se nace con ella. Se nace hombre, en un cuerpo de hombre; o se nace mujer, en un cuerpo de mujer.

Y, por lo tanto, se es hombre para amar a una mujer, aunque el sexo no funcione en el cuerpo. Y se es mujer para amar a un hombre, aunque el sexo no sirva para producir el amor que se da en el espíritu.

El sexo nunca está en el cuerpo, sino en el ser de la persona. Se nace con un alma de hombre o con un alma de mujer. No se nace con las dos almas. No se nace con una, para después pasar a otra. Las almas, que Dios crea, son o para un hombre o para una mujer. Dios no crea almas para ser transexual o hermafrodita.

El desconocimiento de la vida espiritual, de lo que es una persona, produce estas aberraciones sexuales.

A la edad de 17 años, quería ser sacerdote. Pero el demonio estaba ahí para meter la cola en el momento oportuno. Y, claro, le puso un mundo enfrente que no entendía a los homosexuales. Y comenzó a ver la Iglesia, a ver a Dios, como un muro, un obstáculo para su vida de hombre.

Actualmente vive como una virgen consagrada, aceptado por la comunidad del Carmelo y, por tanto, será la primera monja transexual del mundo.

Esta aberración sólo es posible porque la Jerarquía de la Iglesia ha perdido la fe. Y ese convento de carmelitas, que han aceptado a este hombre, que quiere ser mujer, ha puesto la abominación en el claustro.

Él describe así su vocación:«Yo estoy convencido de la realidad de Dios y de la importancia de este llamado».

Y la pregunta es: ¿de qué Dios está convencido este hombre? Porque Dios no puede llamar a una vida de pecado y de condenación. Esta persona escucha al demonio en su mente y le hace caso. Y no sabe que es el demonio. El demonio se viste de ángel de luz y él se lo cree. Él cree que Dios le ha llamado a ser monja. Dios lo ha creado hombre, pero ahora resulta que lo llama a ser monja.

¿De qué Dios está hablando este hombre, porque este no es el Dios de los católicos? Dios crea al hombre como hombre. Y la vocación que da es para ser hombre, no para ser una mujer.

Cuando este hombre decidió ser monja, recibió la bendición de un sacerdote y, ahora, está pasando por el proceso de convertirse en la hermana Carolina: «Estoy en el proceso de formación que estará comenzando este mes de agosto, así que esto es un comienzo positivo».

Esta persona espera que la Jerarquía apruebe el final de este proceso: «El perdón tiene que comenzar en alguna parte. Tiene que empezar con nosotros, con todos nosotros, los de la comunidad LGBT y los de la fe cristiana».

Los católicos no podemos tolerar este pecado, cerrar los ojos, mirar a otra parte, y decir: sí, quedas perdonado, puedes seguir con tu vida que dará mucha gloria al demonio.

Esta persona tiene que comprender que si no ve su pecado, si no se arrepiente de él, si él no llama al pecado con el nombre de pecado, por más que los demás le digan que sí, que puede vivir esa aberración, Dios no se lo puede decir.

Él habla del perdón porque se enfrentó a la concepción de que Dios odia al homosexual y lo considera una abominación. No comprende la Palabra de Dios en su raíz espiritual. No entiende lo que es la abominación para Dios, que es cometer un acto en contra de la naturaleza humana. Dios odia todo pecado. Y Dios no puede ver un acto que vaya en contra de lo que Él ha creado, porque ese acto destruye la misma naturaleza del hombre.

El hombre que se masturba destruye su naturaleza. E igual la mujer. Son actos contra natura. Pero la masturbación no es una abominación.

Lo abominable está en usar el sexo en contra del orden debido: el sexo del hombre es para la mujer; y el de la mujer, para el hombre. Este es el orden en el sexo. Es un orden divino en la naturaleza humana. Esta es la armonía que debe haber entre hombre y mujer.

Lo abominable es vivir para lo que no se es: un hombre que quiere ser mujer; un hombre que no tiene el espíritu de ser mujer, no ha sido creado por Dios para ser persona hembra; sino que pone su vida en contra de lo que Dios ha creado. Y si el hombre no se arrepiente de esto, puede cometer el pecado contra el Espíritu Santo.

Este hombre está dolido porque no comprende la Palabra de Dios: cree que Dios lo odia, que Dios lo ha traicionado:

«Desde una perspectiva teológica, creo que tengo un argumento sólido. La gente se va de la iglesia porque siente que el Dios de amor los ha traicionado, y la traición es uno de los peores sentimientos que puedas imaginar. Así que estoy tratando de llegar a la gente diciendo que esto es lo que dice la Biblia actualmente».

Dios ha traicionado a los homosexuales. La culpa del pecado de estas personas la tiene Dios. Por supuesto, que esta idea nace del demonio que les cierra el entendimiento para poder comprender la verdad de sus vidas. Al no poder resolver su problema, se revuelven contra Dios. Es el sentimiento del rechazo que no pueden aceptar. Y, entonces tratan de buscar un argumento para salir de su existencia absurda.

Este hombre ha escrito su libro (Ver su página web) porque «siente como que son rechazados por Dios, siente como que son ciudadanos de segunda clase a los ojos de Dios».

No han comprendido la Palabra de Dios sobre sus vidas y no han encontrado un sacerdote que les pudiera ayudar en su problema. Hoy la Jerarquía ve esta cuestión como un asunto psiquiátrico, pero no ven al demonio en ellos. Y, por tanto, las almas se pierden en los razonamientos humanos, en las filosofías, en la nada de la sabiduría del hombre. Y terminan por decir esto:

«En realidad, no hay nada en la Biblia para condenar la comunidad trans porque ellos no eran simplemente conscientes de ello. Así como no hay nada en la Biblia que hable sobre la ingeniería aeroespacial, ambas de estas cosas fueron descubiertas unos 1.500 años después de que fue ésta fue escrito». Los hermafroditas no existían en aquel tiempo, cuando se escribió la biblia, sino que son de ahora. Y, entonces, lo que dice san Pablo de nada sirve para este hombre, que se identifica con el ser de la mujer, pero que no puede llegar a ser como una de ella.

Este hombre, al no comprender la Palabra de Dios, que los llama como abominación; al interpretarla como que Dios los odia y al ver que sus vidas no se resuelven y, por eso, sienten la traición de Dios, que Dios los ha dejado de la mano, sienten el rechazo de Dios, termina por anular la misma Palabra de Dios para decir que no hay nada en Ella que vaya en contra de ellos. Es siempre la soberbia del hombre el que acaba de encontrar un camino equivocado en la vida. Siempre el hombre falla en la vida por su soberbia, que anula la Mente de Dios. Y, por eso, su vida actual es una aberración. Y en esta aberración dice: «Yo estoy convencido de la realidad de Dios y de la importancia de este llamado».

Así está la Iglesia, preparando todo para el cisma. Ya la Iglesia no ayuda a las almas a salir de su pecado y no enseña los caminos del demonio en este mundo. Y, por eso, ante un Francisco que no juzga a los homosexuales, se da esta aberración en la Iglesia.

El mundo aplaude todo esto y lo justifica. Pero los católicos no podemos aceptarlo de ninguna manera. Dios es claro en Su Palabra. Y Su Palabra no miente nunca. Es sencilla la Palabra de Dios, pero es muy difícil vivirla en una Iglesia y en un mundo que ya no pertenecen a Dios, sino al demonio.

La grandeza de la mujer es ser camino para el hombre

Reina5FDeLosAngeles

El matrimonio es un contrato divino entre hombre y mujer, un pacto que los dos hacen ante Dios, el cual constituye un vínculo perpetuo e indisoluble, que es lo esencial en el matrimonio. El matrimonio «en tanto es oficio de la naturaleza, se establece por derecho natural; en tanto es oficio de la comunidad, se establece por derecho civil; en tanto es sacramento, se establece por derecho divino» (Sto. Tomás – Parte III, q.50 ad 4).

«El mismo Dios es el autor del matrimonio» (GS 48, 1). Luego, el matrimonio «no es una norma, que admita o no excepciones, no es un ideal hacia el cual haya que ir» (Cardenal Caffarra). El matrimonio es creado por Dios, cuando hombre y mujer fueron creados: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2, 18a). Hombre y mujer han sido creados el uno para el otro. Pero, en la mujer, está la raíz del matrimonio.

La mujer es carne de la carne del hombre: «Esto sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2, 23). La mujer es la otra mitad del hombre, su igual, la que es semejante al hombre, que es dada por Dios como ayuda: «voy a hacerle una ayuda semejante a él» (Gn 2, 18b).

La soledad del hombre es para encontrar una ayuda para su vida. El hombre está solo ante la creación; es decir, no ve en la Creación un ser semejante a él, un ser con el cual compartir la vida, un ser con el cual relacionarse y obrar el fin que Dios le ha puesto.

El hombre está puesto por Dios para regir la tierra, para administrarla: «Tomó, pues, Yavhé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase» (Gn 2, 15). Pero no puede hacer eso solo. Necesita una ayuda adecuada para este fin. El hombre fue puesto en el Paraíso y Dios le dio un mandato: «De todos los árboles del Paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres ciertamente morirás» (Gn 2, 17).

Este árbol no es una planta en el Paraíso. Este árbol simboliza lo que está en la misma naturaleza humana. Hombre y mujer son vida en ellos. Son portadores de la vida. El hombre, en su sexo, porta la vida; la mujer, en su sexo, crea la vida. El árbol del bien y del mal es el uso del sexo. Según se use, entonces la vida es buena o es mala; la vida tiene un fin para una obra divina, o tiene un fin para una obra demoníaca.

El hombre está solo ante la vida que él mismo porta en su naturaleza humana. No puede usar su vida con ninguna criatura del Paraíso. Está solo en su vida. No puede unirse a un animal, porque no es semejante a su naturaleza humana. Dios le hace al hombre una ayuda, en su naturaleza humana, que le permita obrar la vida que él porta en su sexo.

La mujer crea la vida que el hombre le da: eso significa ser ayuda semejante al hombre. La mujer ayuda al hombre para crear, para poner esa vida portadora, en un fruto, en un hijo. La mujer es la que hace que esa vida fructifique, dé fruto en la naturaleza humana: «Fue necesaria la creación de la mujer, como dice la Escritura, para ayudar al varón no en alguna obra cualquiera, como sostuvieron algunos, ya que para otras obras podían prestarle mejor ayuda los otros hombres, sino para ayudarle en la generación» (Sto. Tomás, Parte 1ª, q. 92 art. 1).

Y sólo el amor es la obra de la vida. Sólo la mujer puede obrar esa vida que el hombre porta. El hombre solo no puede obrar la vida que tiene. Sólo la puede derramar y, entonces, hace un acto en contra de la vida. Por eso, la masturbación es pecado grave. Y no sólo grave, sino que va en contra de la misma naturaleza del hombre. El hombre, en sus ser de hombre, es vida. El hombre, cuando se masturba, se mata a sí mismo. Mata su vida. La vida es para darla, para obrarla, no para matarla, no para derramarla. La vida no es para un placer, sino para una obra de vida. Por eso, el uso de los anticonceptivos es matar la vida, es negar el sentido de la vida.

La mujer es la que obra esa vida cuando se une al hombre. Y, por eso, la mujer es el amor en la naturaleza humana. Es la criatura que ayuda al hombre a poner esa vida en movimiento. Y, entonces, el hombre encuentra un camino para su vida, para la vida que porta en su sexo.

La mujer es siempre camino para el hombre. Pero puede ser un camino para ir a Dios o un camino para ir al demonio. La mujer, con el hombre, puede obrar una vida para Dios o una vida para el demonio. Puede hacer un hijo de Dios o un hijo del demonio.

El hombre estaba solo, con su vida, en el Paraíso. Y, en esa soledad, el hombre recibe el mandato de Dios: No te unas a otros seres; no uses tu sexo con otros seres.

El hombre no encontraba un ser semejante a su naturaleza humana para poder unirse a él y crear una vida.

«Hizo, pues, Yavhé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavhé Dios a la mujer» (Gn 2, 21). Dios crea a la mujer del hombre, de la costilla del hombre.

No fue formado el varón de la mujer, sino la mujer del varón (cf. 1 Cor 11, 8); no «fue creado el varón para la mujer, sino la mujer para el varón» (1 Cor 11, 9). La vida que el hombre porta en su sexo no es para usar la mujer, para encontrar en ella un placer, no es para tener a la mujer como objeto de su sexo. No se derrama la vida por un placer que se encuentra en el uso de la mujer.

Es la mujer la que se crea para el varón; para que la mujer ponga un camino al placer que el hombre encuentra en ella. Por eso, el matrimonio es para algo más que una unión carnal. Exige un fin, un objetivo diferente al placer. Los novios que se unen para un placer van en contra del matrimonio. Hombre y mujer que no saben esperar al matrimonio, hacen del sexo una obra para el demonio. Y, después, en el matrimonio tienen muchos problemas por causa del demonio. El sexo hay que usarlo en la Voluntad de Dios. Y, entonces, se hace una obra divina, se llega a un fruto divino.

La mujer es formada de la costilla del varón. Esta costilla no es un trozo de carne en el hombre, o una parte de su anatomía. Esta costilla es el corazón espiritual del hombre.

Dios crea a la mujer del hombre. La naturaleza humana ya está creada. Dios no la vuelve a crear cuando forma a la mujer. Dios pone en la mujer aquello que está en el hombre, que puso en el hombre cuando lo creó del «polvo de la tierra» (Gn 2, 7).

«La costilla pertenecía a la perfección de Adán, no en cuanto individuo, sino como principio de la especie; así como el semen pertenece a la perfección del sujeto que engendra, y se echa en una operación natural que va acompañada de placer. Por lo tanto, mucho más con el poder divino pudo formarse de la costilla del varón el cuerpo de la mujer sin dolor» (Sto. Tomás, parte 1ª, q. 92 art. 3). La perfección de Adán es su espíritu. El hombre no es sólo alma y cuerpo, sino también espíritu. Dios toma una de las costillas de Adán. El espíritu humano es Espíritu y corazón. En el Espíritu está lo divino, porque es el mismo Dios. En el corazón, están los dones divinos que Dios da al hombre para que pueda vivir espiritualmente. En el alma, está la Gracia necesaria para poder usar esos dones divinos.

Dios toma una de las costillas del hombre y se lo pone a la mujer. Dios no toma Su Espíritu, porque entonces dejaría al hombre sin Espíritu. Dios toma el corazón espiritual, que tiene el hombre, y lo pone en la mujer. De esta manera, el hombre se queda sin corazón espiritual, pero sigue teniendo el Espíritu y la Gracia en su alma. Dios hace eso para dar a la mujer el sentido de su vida.

La mujer es corazón; el hombre es placer. La mujer, porque tiene el corazón del hombre, pone el amor en la relación sexual. El hombre sólo pone el placer; es decir, no sabe usar su sexo para el amor; sólo sabe usarlo para el placer. La mujer, entonces, es camino para el placer del hombre; camino para el amor, para que el hombre encuentre en el placer, el amor que no tiene.

Por eso, nunca el uso del sexo es para el placer solamente. Hoy se ha degradado el sexo. Y sólo se mira para el placer. Dios tuvo que quitar del hombre el amor, para que buscara en la mujer aquello que no tenía. El hombre tiene, en su sexo, el placer; pero no tiene el amor. La mujer tiene, en su sexo, el amor, y recibe del hombre, el placer.

Si Dios no hubiera hecho esto, entonces la mujer no tendría sentido en la Creación. La mujer sería un ser más, en el cual el hombre se uniría pero sin buscar un fin, una verdad, un amor, una camino.

Dios forma a la mujer como camino para el hombre. Esta es la grandeza de toda mujer, que los hombres no saben ver, no saben discernir, no saben entender.

Dios creando al hombre y a la mujer, de esta manera, está creando su Iglesia.

«Fue conveniente que la mujer fuera formada de la costilla del varón. Primero, para dar a entender que entre ambos debe haber una unión social. Pues la mujer no debe dominar al varón (1 Tim 2,12); por lo cual no fue formada de la cabeza. Tampoco debe el varón despreciarla como si le estuviera sometida servilmente; por eso no fue formada de los pies. En segundo lugar, por razón sacramental. Pues del costado de Cristo muerto en la cruz brotaron los sacramentos, esto es, la sangre y el agua, por los que la Iglesia fue instituida» (Sto. Tomás, parte 1ª, q. 92 art. 3). El misterio de la creación del hombre y de la mujer es el misterio de la Iglesia: «Gran misterio es éste. Yo lo entiendo de Cristo y de la Iglesia» (Ef 5, 32).

Dios al crear al hombre y a la mujer quiere crear hijos de Dios. Los hijos de Dios son los que forman la Iglesia. Por eso, le pone al hombre el mandato de no usar su sexo con nada del Paraíso. Sólo puede usar su sexo con la mujer que Dios le ponga. No puede usarlo con otra criatura.

El hombre estaba solo en el Paraíso cuando recibió ese mandato. Luego, en el Paraíso había una criatura a la cual el hombre podía unirse para usar el sexo. Cuando recibió ese mandato, la mujer todavía no estaba creada. No se da un mandato sin una razón. No se prohíbe algo si el hombre ve que hay un camino para hacerlo. Existía en el Paraíso una criatura, que no era la mujer, a la cual el hombre podía unirse. Y esa fue la prohibición de Dios al hombre, a Adán. Y el pecado original viene porque Adán se saltó esa prohibición, fue en contra de la Voluntad de Dios.

Dios hace el matrimonio indisoluble: «Lo que Dios ha unido que no los separe el hombre» (Mt 19, 3). Toda matrimonio natural es indisoluble. No se puede romper: «Nada de lo que sobreviene al matrimonio puede disolverle… el vínculo conyugal subsiste entre los esposos mientras viven» (Sto. Tomás). El matrimonio natural es de suyo perfecto. El problema viene por el pecado original. Y, por eso, Moisés tuvo que permitir el líbelo de repudio, que no es una ley de divorcio, sino dispensar del vínculo por autoridad divina. Dios puede, en algunos casos, romper el vínculo por una razón mayor, por un bien mayor, más perfecto, para el hombre y la mujer. Por eso, en algunos casos se da la anulación del matrimonio. Pero esto es sólo por el pecado original. El matrimonio, en el principio, cuando fue creado en el Paraíso, es indisoluble. La maldad del pecado original hace que Dios tenga que dispensar este vínculo, para poder poner un camino de salvación al hombre o a la mujer.

Hoy se da la plaga del divorcio: «Deseo atraer hoy vuestra atención hacia la plaga del divorcio, por desgracia tan difundida. Aunque en muchos casos está legalizada, no deja de constituir una de las grandes derrotas de la civilización humana». (Juan Pablo II, Meditación del Angelus, 10 de julio de 1994). Sólo se puede romper un vínculo por autoridad divina, no por autoridad civil. El poder civil sólo tiene autoridad sobre las cosas sociales, materiales, del matrimonio, pero no sobre lo moral entre un hombre y una mujer. La gente que se divorcia queda con el vínculo en muchos casos, porque el matrimonio es un contrato natural, que hombre y mujer hacen ante Dios. Y eso es indisoluble. Jesús elevó ese contrato natural a Sacramento para hacer hijos de Dios.

Si un divorciado se volviera a casar, en realidad no está contrayendo un nuevo vínculo conyugal, al permanecer el anterior. Y ese nuevo casamiento es pecaminoso, puesto que el vínculo anterior permanece. Estaría en estado de adulterio: «El divorcio es una ofensa grave a la ley natural… El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente» (Catecismo de la Iglesia Católica n.2384). Son pocos los que ponen de relieve este mal fundamental del divorcio, que es causa de numerosos adulterios públicos y permanentes.

Por eso, la propuesta de Kasper es una locura. Y la llamada de Francisco a esa mujer malcasada es el principio del cisma en la Iglesia. Nadie cuida hoy el matrimonio, la familia. Ya no se ve como Dios la ve, como Cristo lo quiere en Su Iglesia. Y, por tanto, la Iglesia es sólo un conjunto de hombres que viven en sus pecados y que ya no atienden a la verdad de sus vidas.