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Bergoglio: el político que siembra la palabra de condenación

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«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39).

Este es el segundo mandamiento más grande, junto con el primero, que es amar a Dios sobre todas las cosas.

Primero hay que amarse a sí mismo; es decir, hay que dar al cuerpo la ley natural, para que se mantenga en lo propio del cuerpo, de lo carnal; al alma, la ley divina, para que la mente se sujete a la verdad de los mandamientos y la voluntad la obre; al espíritu, la ley de la gracia, para que el hombre pueda, no sólo obrar la verdad de las cosas, sino lo divino en su vida humana; y al corazón, el amor de Dios, la ley del Espíritu, con el cual el hombre alcanza esa plenitud de la verdad en su vida que sólo el Espíritu puede darle.

Si el hombre no se ama de esta forma, entonces no puede amar al prójimo en la verdad de su vida. Porque al prójimo hay que darle, a su cuerpo, la ley natural; un hombre no puede buscar otro hombre para una unión carnal; ni la mujer, otra mujer. Hay que mantener el cuerpo en lo suyo natural y obrar con él en la naturaleza de las cosas.

Al prójimo, hay que darle los mandamientos de Dios: cumplir con él lo que quiere Dios para su alma. Quien da al otro, leyes fuera de la ley divina, hace de su vida, no sólo una abominación, sino un camino para el infierno.

Al prójimo, hay que darle la ley de la gracia: usar la gracia con él para una obra divina, para un fin divino en la vida, para un camino de salvación y de santidad.

Y al prójimo, hay que darle la ley del Espíritu: caminar con él en la verdad que enseña el Espíritu, para producir la verdad que la vida espiritual exige en todo hombre.

Amar a Dios es hacer la Voluntad de Dios: con uno mismo, con Dios y con el prójimo.

¿Qué enseña Bergoglio?

«La palabra de Cristo es poderosa…Su poder es el del amor: un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos» (Napoles, 21 de marzo 2015).

Esta palabrería no es nueva en Bergoglio. Lleva dos años en la misma herejía. Y los hombres todavía no se han dado cuenta.

Habla como un protestante: «la palabra de Cristo es poderosa. Su poder es el del amor…». Para el católico, la Palabra de Cristo es la Verdad, tiene el poder de obrar la Verdad.

Habla como un hombre de herejía: «un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos».

El amor, que no tiene límites, -para Bergoglio-, es el amor que va en contra del segundo mandamiento más grande. Hay que pasar el límite de amarse a sí mismo. Ya no ames al otro como a ti mismo, sino que tienes que amarlo antes que a ti mismo.

Diciendo esto: «amar a los demás antes que a nosotros mismos», está diciendo que hay que ir en contra de toda ley. No hay que fijarse ni en la ley natural, para poner un límite al cuerpo. Por tanto, tienes que amar al homosexual antes que a tu propio cuerpo, antes que a tu propia vida, a tu propia verdad que encuentras en la ley de Dios, antes que a tu propia salvación, que la ley de la gracia te ofrece; antes que el amor de Dios, que la ley del Espíritu pone en tu corazón. No quieras ser santo en tu vida. No quieras salvarte en tu vida. No hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie. Porque Dios es amor. Cristo nos ha amado, con un sumo amor. Y ese amor poderoso basta para salvarse. No busques ni tu salvación ni tu santidad personal. Ama antes al homosexual, ama antes al ateo, ama antes al budista, ama antes al cismático, por encima de tu santidad personal, por encima de tu vida humana.

Bergoglio no cree en la ley Eterna. Sólo está en su gradualidad.

No cree, ni siquiera en la naturaleza del hombre. No cree en el hombre. Para amar al hombre antes el hombre tiene que amar otra cosa que no sea a sí mismo. Antes que amarte a ti, como hombre, como persona en tu naturaleza humana, ama al otro sin saber lo que es el otro. Ama al otro por el otro, no por una Voluntad de Dios, que es una ley siempre para el hombre. No es un amor, no es un sumo amor sentimental.

Después, Bergoglio caerá en muchos absurdos al pedir que se ame al otro porque en ellos está la cara de Dios. Si hay que amar al otro antes que a Dios, antes que a uno mismo, es imposible ver en el otro la cara de Dios. Para ver el rostro de Dios tengo que amar a Dios por encima de todas las cosas. Y sólo así se contempla a Dios en todas las cosas. Pero es una contemplación mística, no real, no panteísta, como la que predica Bergoglio en muchas de sus homilías.

¿Qué ha ido a hacer a Nápoles, Bergoglio?

Nada. Lo de siempre. Política comunista. Doctrina protestante. Religión masónica.

¡Esto es todo Bergoglio!

Para Bergoglio no existe el pecado como ofensa a Dios. Por lo tanto, Bergoglio tiene que anular la obra de Cristo.

Cristo muere para quitar el pecado, para satisfacer a Su Padre por la ofensa que el pecado le producía. El honor divino fue dañado por el pecado, por la obra de pecado que Adán introdujo en toda la naturaleza humana. La obra de Cristo compensa todo el daño de la obra del pecado. Esa obra de Cristo no es material, humana, carnal, natural, sino espiritual, mística y divina. En otras palabras, Cristo no viene a quitar los problemas sociales de los hombres, ni los económicos, ni los políticos, ni los humanos…Ni  ningún problema que se origine del pecado.

Cristo viene a quitar el pecado, del cual surgen todos los problemas entre los hombres. Hay muerte porque hay pecado. Hay enfermedades porque hay pecado. Hay crisis económicas porque hay pecado. Hay lucha de clases porque hay pecado. Hay injusticias porque hay pecado.

Sin la obra de pecado, este mundo sería de otra manera: un paraíso. Pero ya no puede ser un paraíso, porque el pecado permanecerá hasta el fin del mundo, no sólo de los tiempos.

Al anular Bergoglio, la obra de Cristo, tiene que ponerla en el amor, en el sumo amor. Es decir, en lo que se llama la redención entendida en sentido subjetivo.

El católico la entiende en sentido objetivo: Todo el género humano está en la fosa del pecado, caído, con una ofensa a Dios, de la cual se sigue la ira divina, no sólo contra el pecado, sino contra el pecador. El hombre permanece cautivo en el pecado, en su obra, en las garras del demonio. Cristo viene a satisfacer la ofensa a Dios. Es decir, la obra de Cristo es una Justicia Divina. No es un amor ni una misericordia. Objetivamente, Cristo satisface por la ofensa a Su Padre. Y esta satisfacción, aplaca a Su Padre y Éste da al género humano un camino de Misericordia, que le lleva hacia el Amor de Dios. Este camino de Misericordia es, para el hombre, un sacrificio y una liberación, que el hombre la hace unido a Cristo en Su Pasión. Es un mérito para el hombre. Cristo salva al hombre mereciéndolo el propio hombre.

Los protestantes, es decir, lo que Bergoglio constantemente está predicando, la redención es sólo el amor de Cristo al hombre. El hombre no tiene que hacer nada ni por su salvación ni por su santificación. Sólo tiene que dedicarse a resolver los muchos problemas que encuentra en su vida. Si hace el bien al otro entonces se va al cielo. Cristo nos anunció el camino de la salvación eterna, lo mostró con el ejemplo de su vida, y eso es lo que destruye en el hombre el impero del pecado. Con la muerte de Cristo se manifiesta la iniquidad de todo hombre y el amor de Dios hacia todos los hombres. Ese amor divino aniquila toda la iniquidad humana y, por eso, todos se salvan, se van al cielo.

Bergoglio está entre los modernistas, al decir que el camino de Jesús lleva a la felicidad. Está diciendo esa concepción de los griegos antiguos según la cual el Mesías era el mensajero y el mediador de la inmortalidad y de la felicidad. Con este pensamiento, Bergoglio anula el dogma de la muerte expiatoria de Cristo.

Jesús es el Mesías de la inmortalidad, de la gloria, de la vida feliz:

«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Angelus, 1 de marzo del 2015)

Jesús es sólo un icono del Padre, pero no el Hijo del Padre. Es una clara herejía.

No hay que escuchar a Jesús por ser el Hijo del Padre, sino por ser el Salvador:

«”¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior…» (Ib).

«Escuchar a Cristo es asumir una lógica»: no es crucificarse con él. No es sufrir una vida, la de Cristo. No es morir con Cristo. No es participar de la vida de Cristo en la gracia. Bergoglio está hablando de la redención tomada subjetivamente. La redención como la siente, como la quiere, como la piensa el hombre. No la redención objetiva: la que quiso el Padre en Su Hijo. Esa no aparece por ninguna parte. Es un camino subjetivo:

«ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás»: no tienes que ponerte en camino con Cristo para expiar tus pecados, y para merecer el Cielo, quitando esos pecados. Porque lo único que impide que Dios te ame, son tus malditos pecados. No; tienes que hacer de tu propia vida, no una expiación de los pecados, no una justicia divina, imitando así a Cristo en su vida, que vino para reparar el honor divino, que el pecado hizo en Su Padre,  sino que tienes que pasarte la vida entregándote a los demás. Es el subjetivismo. Se anula lo objetivo: tu vida es para hacer una justicia, quitar tus pecados, reparar la ofensa a Dios. Y se pone lo subjetivo: tu vida es para amar los demás. Y entonces se cae en la clara herejía: tienes que amar a los demás antes que a ti mismo, que es lo que ha predicado en Nápoles.

«en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior»: como la redención de Cristo es el sumo amor a nosotros, entonces el hombre tiene que ser dócil a ese sumo amor, obediente a esa voluntad de Dios, que lo ha salvado. Bergoglio es siempre un maestro en la oratoria. La dócil obediencia a la Voluntad de Dios  no es la dócil obediencia a una ley de Dios, a unos mandamientos de Dios, sino al amor de Dios que se muestra como salvador de todos los hombres. Bergoglio no entiende la Voluntad de Dios como Ley Eterna. Por eso, muchas persona se confunden con el lenguaje de Bergoglio. Creen que aquí está diciendo una verdad. Y no dice ninguna verdad, sólo explica su mentira: como Jesús te ha salvado, entonces debes prestarle obediencia a su amor. Un amor que salva, pero que no exige, con un ley, con una justicia, quitar el pecado. Y, por lo tanto, hay que estar desapegado de todas las cosas mundanas o de la mundanidad espiritual, que es su herejía favorita sobre el pecado filosófico y social.

Después de exponer su tesis, dice su clara herejía:

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos».

¡Qué pocos ven la herejía en estas palabras!

¡Muchos dirán: si Bergoglio está en lo cierto! Al final, es el cielo lo que nos espera!

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad»: el camino de Jesús nos lleva siempre a una obra buena digna de premio. Bergoglio anula el mérito en las almas que siguen a Jesús. Como Jesús te ha salvado, ya estás en el cielo, hagas lo que hagas, pienses como pienses, vivas como vivas. Es la conclusión lógica de la redención subjetiva.

«Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad»: habrá siempre problemas en la vida, pero al final te vas al cielo. Esos problemas no te merecen el cielo. Súfrelos como puedas, que al final Jesús nos lleva siempre al cielo.

Bergoglio está en el puro pelagianismo.

Hay que hacer penitencia para salvarse, para llegar a la felicidad plena. Y la penitencia no es sufrir la vida. Todo el mundo sufre en la vida, pero pocos aprovechan ese sufrimiento de la vida para expiar sus pecados. Se sufre la cruz con un fin divino. El alma se conforma con la Voluntad de Dios para hacer penitencia por sus pecados, y así merece el cielo y se va al cielo.

Bergoglio no puede hablar de la penitencia porque no cree en el pecado; no cree en la Justicia de Dios. Sólo cree en las pruebas de la vida, que sufre como todo el mundo las sufre. Pero no enseña el camino para tener la felicidad. Pone sus palabras vagas, que se acomodan a su mentira de manera magistral:

«Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos»: Jesús te ha prometido una cruz en tu vida, un dolor, un sacrificio. No te da un caramelo en la vida. Te muestra el camino que es Él Mismo. No hay caminos en Jesús. No hay que ir por sus caminos. Jesús es el Camino, el único Camino, en donde sólo se puede dar la única Vida, la de Dios, y sólo se puede obrar la única Verdad, la divina, la que da el Espíritu de la Verdad.

El camino de Jesús es la Cruz para todo hombre: se merece la salvación y la santificación sólo en la Cruz: sufriendo y muriendo con Cristo.

Todo el problema de los protestantes y de los modernistas es negar la ofensa a Dios. Se niega la Justicia, entonces sólo queda el amor de Dios. Cristo no viene a poner una Justicia, a hacer una Justicia, sino que viene a poner un Amor. Cristo padeció y murió para que se manifestase el inefable amor de Dios hacia los hombres. No padece ni muere para satisfacer el honor divino dañado por el pecado. Si se anula el pecado como ofensa a Dios, necesariamente se anula la Justicia de Dios, y se pone la obra de la Redención sólo en un sentimiento de amor, en la fe fiducial. El hombre sólo tiene que creer en Cristo. No tiene que merecer su salvación. No tiene que sufrir para salvarse. No tiene que ser santo para ir al Cielo. No tiene que quitar el pecado para poder recibir la Eucaristía. No tiene que dejar de ser homosexual para ser amado por Dios. Dios ama a todos los hombres, y así lo ha manifestado en Cristo.

Y esto lo repite Bergoglio en todos los discursos. No podía falta en Nápoles:

Una inmigrante filipina le pidió una palabra que le asegurase que eran hijos de Dios. Y Bergoglio, el llorón de la vida humana, con lágrimas en los ojos, ¿qué iba a decir? ¿Qué va a enseñar?

«…. ¿los emigrantes son seres humanos de segunda clase? Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son emigrantes como nosotros, porque todos somos emigrantes hacia otra patria, y tal vez todos llegaremos. Y nadie se puede perder por el camino. Todos somos emigrantes, hijos de Dios porque a todos nos han puesto en el mismo camino. No se puede decir: el emigrante son tal cosa…No…Todos somos emigrantes, todos estamos en el camino. Y esta palabra de que todos somos emigrantes no está escrita en un libro, sino que está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de la vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»

¡Ven, qué maestro en la oratoria!

Primero: confunde la cosa espiritual con la cosa política: «Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios».

Una cosa es ser ciudadano de un  país; otra cosa es ser hijo de Dios. Una cosa es cumplir con las leyes humanas para poder ser ciudadano; otra cosa es cumplir con las leyes divinas para ser hijo de Dios, para poder ir al Cielo.

Aquí demuestra Bergoglio que es un político, que habla como un político cuando va a dar su mitin. Bergoglio ha ido a Nápoles para hacer proselitismo: buscar adeptos para lo que está levantando en su iglesia. Él quiere comandar todo eso y, por eso, predica manifiestas herejías. ¿Por qué Bergoglio predica herejías? Porque está construyendo la nueva iglesia que sea el fundamento del nuevo orden mundial.

Segundo: anula el dogma de la muerte de Cristo: «en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»: ésta es la redención subjetiva: como Jesús te ha amado, estás salvado, eres hijo de Dios, te vas al cielo.

Bergoglio no pone a esa mujer emigrante un camino de salvación en donde merezca la salvación. No habla de leyes humanas ni de leyes divinas, ni de penitencia, porque no existe el pecado como ofensa a Dios. No existe la Justicia de Dios. Sólo existe un Dios que ama al hombre, sea como sea, obre lo que sea, viva como quiera.

Cristo no ha muerto para expiar los pecados, sino para esto:

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro» (Napoles, 21 de marzo).

Cristo ha muerto para resolver problemas sociales de la gente: no hay trabajo, no hay futuro…

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo»: Bergoglio está en la herejía de la historicidad. En el tiempo de nuestra historia está el problema de la falta de trabajo. Un signo negativo. Hay un sistema que descarta a la gente.

Si se anula el pecado como ofensa a Dios, ¿qué es lo que queda? El mal como un problema social y de las sociedades, de las estructuras externas, de los grupos, de las clases sociales…Y se está diciendo una abominación: el mal se pone, no en la persona física, sino en la persona moral, en la sociedad, en el estado, en la Iglesia, es un grupo, en una comunidad. De aquí surge, en Bergoglio, su comunismo, que es clarísimo en Nápoles. «Tienes que luchar por tu dignidad»:

«¿Qué hace un joven sin empleo? ¿Cuál es el futuro? ¿Qué forma de vida elige? ¡Esta es una responsabilidad no sólo de la ciudad, sino del país, del mundo! ¿Por qué? Porque hay un sistema económico, que descarta a la gente y ahora le toca el turno a los jóvenes que son desechados, que están sin empleos. Y esto es grave. Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer… Pero el problema no está en comer, sino que el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a la casa, de ganarlo. Y cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombres, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

¿No ven al político Bergoglio en estas palabras? ¿No ven su claro comunismo? ¿No ven que no habla como sacerdote, ni como Obispo ni como Papa? ¿No ven que no pertenece a la Iglesia, que no es de la Iglesia Católica?

¿Qué hace un joven sin empleo?: ¿Qué hace un joven sin Cristo, sin el Pan de la Vida que Cristo da a toda alma que cree en Su Palabra?

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que nace de la boca de Dios».

Bergoglio: el político insensato.

Está destruyendo las obras de caridad: «Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer…».

«Pobres siempre tendréis»: aprovechad los pobres para merecer el cielo. Hagan obras de misericordia, de caridad, dando de comer a los pobres…así se hace penitencia de los pecados. Así se salva el alma.

Pero Bergoglio va a su idea política, a vender su idea, a hacer proselitismo: el problema no está en comer, sino en que no hay trabajo, no hay dinero, hay un sistema económico que impide el futuro del joven.

«…cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombre, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

Comunismo, comunismo, comunismo. Cuando un Obispo se mete en política, defendiendo los derechos sociales de la gente, es que, sencillamente, ha perdido la fe en Cristo y su sacerdocio. Está en el sacerdocio para buscar un reino humano, material, haciendo creer a la gente que ése es el camino que Dios quiere para la Iglesia. Y se dedica a hacer sus mitines políticos, buscando gente para su negocio en la Iglesia.

Defiende tus derechos humanos. Defiéndete como hombre. Ya estás salvado, ya estás en el cielo. Pero: no hay derecho. Tengo que ganar el pan para ser hombre, para tener dignidad humana.

Y el hombre sólo tiene dignidad humana cuando quita sus malditos pecados. La pierde en el pecado:

«…el hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ello decae en su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es naturalmente libre y existente por sí mismo; y se hunde, en cierto modo, en la esclavitud de las bestias…» (Suma Teologica, II-II, q. 64, art. 2, ad 3).

Bergoglio no lucha para sacar al hombre de su estado de bestia, por su pecado, sino que lucha por hacerlo más bestia, más abominable a los ojos de los hombres y de Dios.

¡Cómo destruye este hombre con su palabra!

¡A cuántos engaña!

¡Y a cuántos seguirá engañando!

Francisco no es un santo sino un político comunista en la Iglesia

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«La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad “no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!» (Evangelii gaudium, 205).

Estas palabras del hereje Francisco son la clave de su comunismo.

La política –dice Francisco- es una de las formas más preciosas de la caridad: esto es una auténtica herejía. Es una frase muy bella y muy herética. Son palabras baratas para ganarse al mundo. Y son palabras blasfemas que van en contra de la Verdad.

La política no pertenece a la Iglesia, sino al mundo. Cristo nunca hizo política ni enseñó a hacer política, porque la política no proviene de la Verdad, sino de la mentira.

Todas las políticas hacen aguas, fallan, porque, aunque tengan una base moral y ética, no poseen la Verdad. Es el juego del lenguaje humano: eso es sólo la política. Es ver, con el pensamiento de los hombres, los caminos para resolver todos sus asuntos. Es lo más contrario al dogma y a la moralidad, porque la política no se basa en algo absoluto, sino relativo, condicionado a muchas cosas.

Dios nunca da una vocación para ser político. No puede darla. Dios ayuda a los hombres, que viven en Gracia, y que se dedican a ese negocio mentiroso para que pongan leyes de acuerdo a la verdad, a las normas de la moralidad, a la ley divina. ¡Que pongan leyes correctas, pero que no busquen solucionar cosas, porque no se puede en política!

La caridad no lleva a hacer política, sino a ir en contra de toda política. Porque la caridad es totalmente desinteresada. No le interesa las formas económicas, las leyes de los hombres, los reglamentos en las sociedades, porque la caridad se basta a sí misma. Nunca un político hace caridad. ¡Nunca! Siempre la Caridad se da sin la política.

Jesús ni se preocupó por el dinero, ni por los sistemas políticos de su época, porque sabe lo que es el hombre: mentiroso.

Dios puso a Su Pueblo los Profetas. Y, cuando el Pueblo, se cansó de los Profetas, empezó a poner Reyes, que Dios no quería, pero que permitió por la dureza de los corazones de los hombres. Y, por los Reyes, vino toda la decadencia al Pueblo Elegido. Los Profetas eran perseguidos porque eran los únicos que decían la verdad al Pueblo y a todos los Reyes.

La política no sirve para solucionar el mundo. No sirve. Porque no está en el plan de Dios. Dios quiere Reyes Católicos, entregados a la Gracia, pero esto es imposible en estas condiciones. Hasta que no se consolide el Reino Glorioso, todos los reyes del mundo, al final acaban perdiéndose en las cosas del mundo. Esto es un hecho, una realidad, algo que todos pueden ver a lo largo de toda la historia de los hombres.

Los gobiernos humanos son un conjunto de problemas sin solución alguna. Todos son así, porque el hombre no vive en la Gracia para obrar la verdad en todo el actuar social de los hombres. Vive en su pecado y obra su pecado. Luego, todos son problemas sin resolver.

Francisco sólo entiende de su comunismo, porque eso es lo que a él le interesa: su maldito comunismo. Él vive para obrar en la Iglesia sus ideas comunistas, su teología de la liberación, de los pobres. Eso es claro en Francisco. Desde joven, una mujer le enseñó el comunismo. No aprendió a santificarse leyendo a los santos, sino aprendió a condenarse y llevar a las almas al infierno con el manifiesto comunista.

Y, ahora, quiere meter a Dios en el comunismo. Y no se puede tolerar tamaña desfachatez. Él pide al Señor que envíe políticos que les duela la vida de los pobres. Esto es el comunismo.

Ningún santo se atrevería a hacer esta oración, porque no es la Voluntad de Dios. No la escucha Dios. Es imposible que la escuche. Y ¿por qué? Porque «pobres siempre tendréis». No me pidáis que quite a los pobres, a los machacados, a los que no tienen alimento o dinero, porque eso no salva a los pobres.

Los pobres están para que los hombres hagan penitencia por sus pecados. Para eso están los pobres: para recordar al hombre que es un maldito pecador. Y si hay pobres, no es porque haya problemas políticos ni económicos, sino porque hay pecado de avaricia, de usura, de ambición de poder, de envidias personales, de culto al dinero, de culto a la magia negra, que es lo que mueve las economías: el demonio es el que mueve todos los sistemas económicos: liberales, capitalista, sociales, comunista, etc. Y quien hace que el demonio se mueva en todos los mercados del mundo bursátil: la masonería.

Francisco no va a la raíz del problema en su comunismo, porque es masón. Y habla como un masón y obra como ellos.

“Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil” (Evangelii gaudium, 53): este es el lenguaje del masón. Ellos buscan la fraternidad universal. Por tanto, no pueden aceptar que el poderoso se coma al más débil. Todos somos hermanos, todos tenemos que disfrutar de los bienes de todo el mundo. No tiene que haber desigualdad entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Así habla un marxista de talante humanista, como es Francisco. Así habla el masón. El masón no permite la competitividad, la ley del más fuerte, la ley privada, porque eso va en contra de la fraternidad.

“Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida” (Evangelii gaudium, 53). ¿Quiénes son los culpables de que no haya trabajo, no haya dinero, de que haya cantidad de problemas en el mundo? La gente que tiene dinero, la gente capitalista, la gente con una empresa privada, la gente que hace competencia en su negocio. Éste es el lenguaje de un masón.

Pero así no habla un Santo. Así no habla Jesús en Su Evangelio cuando está con los políticos, con los jefes de la Iglesia, del mundo, del gobierno.

«Id y decid a esa zorra: Yo expulso demonios y hago curaciones hoy, y las haré mañana, y al día tercero consumaré Mi Obra. Pues he de andar hoy, y mañana, y el día siguiente, porque no puede ser que un Profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13, 32-33).

Nunca Francisco diría a Obama: zorra; o a Giorgio Napolitano, babosa roja; o a Vladímir Putin, dragón infernal. Porque es como ellos: una zorra, un comunista, un anticristo.

Jesús combate a todos los políticos. Francisco no combate a nadie, sino que suelta su doctrina comunista para ejercer él el poder en el mundo, para que sus ideas las tomen en cuenta la gente del mundo.

Francisco, en su evangelii gaudium, sólo hace política, el juego político, que consiste en decir muchas cosas y en poner a los hombres en contra, para que la idea prevalezca. Y, por eso, arremete contra el capitalismo, porque le interesa ese juego para hacer su negocio en la Iglesia. No importa haber creado malestar entre los capitalistas. Lo que importa es lanzar la idea política, que es dada en la bandeja de la caridad, del amor hacia los pobres, del amor fraterno.

Esta es la idea del anticristo: la fraternidad. Y hay que predicar eso a todo el mundo del demonio. Y eso lo tiene que predicar el que se sienta en la Silla de Pedro, porque él es un anticristo.

El Anticristo quiere crear un malestar mundial en la economía, porque tiene que aparecer él cuando las cosas estén mal por un conflicto mundial. Hay que enfrentar a los capitalistas con una doctrina comunista, pero lanzada desde la Iglesia. Y es necesario hacer eso para que entren en la Iglesia los poderes del mundo: ya sean los capitalistas, ya los comunistas. Los primeros en entrar son los comunistas en la Iglesia, por debajo de las faldas del que se sienta en la Silla de Pedro.

Francisco arropa el comunismo en Roma. Francisco quiere la idea comunista en Roma. Francisco está decidido a hacer comunismo en su gobierno horizontal. Por eso, habla con su humanismo, con su preocupación por la vida de los pobres, de la gente sin recursos. Y, por eso, enfrenta a los hombres: pone la lucha de clases: ricos – pobres; poderosos – débiles; etc.
Es el lenguaje de un marxista humanista, es decir, de un masón.

«¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia» (Evangelii Gaudium, 203): ésta es su palabrería barata. Así habla un político para tratar de convencer a los demás de que su idea es la correcta, de que ellos están equivocados. Y mete a Dios en su blasfemia.

«¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema!»: palabras, palabras, palabras. Lenguaje humano, razones que se dan para nada. Porque el sistema capitalista le trae sin cuidado la ética, la solidaridad mundial, la distribución de los bienes, el trabajo, la dignidad de los débiles, que Dios exija justicia. Todo esto son palabras baratas de Francisco para no decir nada. Si el capitalismo no funciona es porque hay gente que vive en pecado y que obra ese capitalismo. Y la gente que vive en pecado no le interesa esas palabras de Francisco. El capitalismo mueve dinero en lo privado. Ahí está todo su negocio: mover dinero privadamente. Lo demás: si hay trabajo, si hay bien común, si hay justicia, eso no le toca al capitalismo, sino a los hombres, con sus leyes. Y como las leyes son inicuas, entonces hay mucho pecado en todas partes.

Francisco nunca va a decir: «¡Cuánto pecado hay en este sistema!» Porque sólo habla como un político, no como un santo que enseña la vida espiritual, las normas morales, las normas éticas a los economistas, Nunca Francisco habla así: enseñando la verdad. Francisco habla para hacer política, su política, su lenguaje barato.

Estamos ante un hombre que, sentado en la Silla de Pedro, está gobernando la Iglesia con su doctrina comunista, que es un marxismo humanista, su teología de los pobres. Lleva un año con la misma doctrina del demonio. Siempre hablando de lo mismo. Todo es dar vueltas a lo mismo: ¿cómo salvar cuerpos? ¿cómo quitar la hambruna del mundo?

¡Y todavía hay gente en la Iglesia que dice que Francisco es un santo! ¡Esto sí que es absurdo! Porque el que Francisco se dedique a esto, es normal, ya que es un hereje por los cuatro costados: un comunista que sólo vive para su idea del bien y del mal, para su dios, que es el maldito dinero. Su obsesión le marca desde que se sentó en la Silla de Pedro. Es un loco obsesivo que siempre está en su misma idea: los pobres, los pobres, los pobres. Y de ahí no sale. ¿Por qué? Por su avaricia descontrolada. Su apego al dinero.

Jesús nunca habló de los pobres, ni de los problemas del mundo, ni de los hombres, ni de los políticos, porque no estaba apegado ni al dinero, ni al pensamiento de los hombres, ni a sus políticas, etc.

Jesús vino a echar demonios, a curar enfermedades, a obrar la Voluntad de Dios. No vino a hacer política. Y cuando le tocó hablar a los políticos, les dijo: zorra sois.

Francisco es lo más contrario a Cristo porque está apegado al dinero, a la mente de los hombres, a sus políticas, a sus culturas, a sus ideas en la vida. Francisco nunca puede imitar a Cristo. Francisco siempre imita a los hombres del mundo, porque es como ellos.

Y hay gente en la Iglesia que, a estas alturas, no ha comprendido lo que es ese hombre, ese hereje, ese anticristo. Esto es lo que no se comprende. Porque Francisco ha sido claro en sus palabras: son las de un hombre que no cree en nada. ¡Es clarísimo! Y hay gente en la Iglesia que vive en un mundo ilusorio, creyéndose que Francisco tiene la sartén por el mango, que sabe lo que está haciendo, que se opone a la gente del mundo para decirles cómo tienen que vivir.

La Iglesia está llena de gente estúpida como Francisco. Gente que no sabe discernir nada, que no entiende la vida espiritual, que cree que la Iglesia es la de los bautizados en Cristo. Y ahí se paran. Gente llena de una ignorancia de la doctrina de Cristo supina. No saben ni las bases de esa doctrina. No se saben -ni siquiera- los diez mandamientos. No saben lo que Dios les pide en la Iglesia, para sus almas. Sino que viven en la Iglesia como viven en el mundo: un negocio social.

Están para reunirse en sociedad y ver los problemas de todos y dar soluciones a todos, menos a sus almas.

Esto es lo que hace Francisco diariamente: se dedica a charlar de muchas cosas, a creerse importante por lo que dice, y a imprimir en los hombres su comunismo. A Francisco sólo le interesan las almas para condenarlas. ¡Sólo para eso!

Y hay gente que no sabe ver esto tan claro, porque es como Francisco, vive como Francisco, obra como Francisco.

Francisco ha abierto las puertas de la Iglesia al mundo: su nueva iglesia es la iglesia del mundo. Y no es otra cosa. Sólo se ve mundo por todas partes en la Iglesia. Sólo se ve interés por las cosas del mundo en la Iglesia. Sólo se analizan las cosas del mundo en la Iglesia. Sólo se convive con la gente del mundo en la Iglesia. Es un signo de que todo va mal en la Iglesia, de que esta no es la Iglesia de Cristo. Esta es la Iglesia del Anticristo.

Y queda muy poco tiempo ya. Hay que salir de Roma. Roma: ramera. Roma: maniatada por el demonio. Roma: usurpadora de la Verdad. Pone la mentira como una verdad.

El rey Francisco: su poder económico

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«Oráculo del Señor a mi Señor:
«siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos»
.

El Padre le dice a Su Hijo que se siente a Reinar Su Iglesia, en lo Alto de los Cielos, y vea cómo todos Sus Enemigos perecen en la Presencia de Dios.

La batalla por la Verdad está ya en la Iglesia y sólo los humildes vencen a los Enemigos de la Iglesia. Los demás, quedan vencidos por su misma soberbia en la Iglesia.

En el Papa Benedicto XVI reposa el Poder Divino para gobernar la Iglesia.

El único problema es que el Papa está sumergido en su pecado y no se le puede dar obediencia hasta que no haga algo que demuestre que es el Papa.

Francisco ya no es Anti-Papa, sólo es un rey en su nueva iglesia. Duró como Anti-Papa seis meses, un Pontificado corto, sin provecho para la Iglesia, en el cual se ha dedicado sólo a hablar de su proyecto de iglesia. Y no ha hecho más. Ha dado a unos y a otros lo que ellos querían, pero se ha dedicado a pregonar sus fantasías en su nueva iglesia.

Por eso, su reinado en la nueva iglesia será muy corto, porque lo que pretende el rey Francisco es algo que no se puede conseguir sin someterse a un poder económico.

Para resolver los problemas económicos de los demás, de los pobres, de los jóvenes, de los ancianos, no hay que hacerlo como quiere el rey Francisco.

El asunto económico del mundo está en manos de unos pocos hombres, que tienen todo el dinero a su disposición. Y las crisis económicas son sólo la pantalla para hacer que las sociedades, los hombres se sometan a esos pocos hombres con su poder económico.

Es un hecho que el mundo se mueve según se mueva el dinero. Y cuando no hay dinero es que se ata el flujo del dinero, y se impide que los hombres tenga dinero para conseguir algo de los hombres, o de esas sociedades, o de las familias que hacen una sociedad.

El dinero es del demonio, lo inventó el demonio. Y el demonio ha puesto ese poder económico en manos de muy pocos hombres, que le sirve sólo a él.

Y esos hombres, que se pasan el poder económico, de generación en generación, lo hacen por amor al demonio, no por otra cosa. Siguen el pensamiento del demonio que lo único que quiere conseguir con el dinero es el sometimiento de los hombres a su pensamiento demoniáco. Y, por eso, el demonio se inventa muchas filosofías, muchos juegos económicos, muchos caminos en el dinero, para este fin.

El mundo es el juego del demonio. Es como el demonio juega con los hombres y da a unos dinero, quita a otros dinero, pone caminos para encontrar dinero, cierra otros caminos para no tener dinero.

El mundo está montado sobre el dinero. Y quien lo montó es el demonio. Y el demonio dice quién tiene dinero y quién no tiene dinero.

Por eso, el planteamiento de Francisco para resolver los problemas económicos no valen ni siquiera para el demonio.

Todos en la Iglesia están molestos con lo absurdo que dice el rey Francisco. Tiene la obsesión del dinero. Y hasta el final va a estar hablando sobre su fantasía en su nueva iglesia.

Al demonio sólo le sirve Francisco porque ha hecho lo que tenía que hacer: quitar el Vértice de la Iglesia, para poner su reinado en la Iglesia. Un rey político es lo que da Francisco a la Iglesia. Es su testamento a la Iglesia. Es su legado. Y esto viene de la renuncia de Benedicto XVI. El Papa tuvo que renunciar porque había que poner este gobierno horizontal en la Iglesia.

El pecado de un Papa es que un Anti-Papa instale el reinado del demonio en la Iglesia. Este es el fruto del pecado de Benedicto XVI.

Y este fruto tiene que permanecer hasta que se cumpla el tiempo establecido. Una profecía habla de 25 meses de sucesión de reyes. Más de dos años en que hay que ver a hombres que se van a sentar en la Silla de Pedro para hacer lo que les dé la gana. Y no se va a poder quitar esta sucesión de reyes en la Iglesia. Es el castigo de Dios a Su Iglesia por su pecado de ambición, de orgullo, de querer gobernar la Iglesia con la mente humana.

Al rey Francisco le queda muy poco en el gobierno de su nueva iglesia, porque el demonio no quiere tener una iglesia para dar de comer a los pobres ni para dar trabajo a los jóvenes. El demonio quiere su plan en la Iglesia, plan que no lo conoce el rey Francisco porque carece de poder. Sólo ha tenido poder para instalar el gobierno horizontal. Lo demás, no ha podido hacerlo, porque no tiene poder. Y, por eso, se ha dedicado a hablar. Porque sólo tenía que poner este gobierno horizontal. Lo demás es para crear confusión y ganas de hablar en la Iglesia.

Una vez que se vaya el rey Francisco, vendrá otro con más poder y ya no se dedicará a hablar, sino a obrar en contra de todo lo divino, de todo lo sagrado, de toda la tradición, de todos los dogmas que tiene la Iglesia.

A los hombres se les conoce por lo que hablan. Y quien habla mucho, obra poco. Y quien habla poco, entonces sus obras son fuertes y duraderas.