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La escalada al poder: todos bajo el cisma

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Del libro de Austin Ivereigh, titulado “El Gran Reformador: Francisco y la creación de un Papa radical”, muchos han concluido que unos Prelados Católicos han formado un “equipo”, o usando la terminología de la Universi Dominici, «un pacto, un acuerdo, una promesa u otro compromiso», en el cual se «obligan a dar o negar su voto a una persona».

Si el “team Bergoglio” existió, podría argumentarse que ellos simplemente son personas con ideas afines, que cambian puntos de vista, sin un «pacto, acuerdo, promesa».

Pero hay un testimonio –el del Cardenal McCarrick- que evidencia que había una campaña, un cabildeo, que estaba organizado, y que él estuvo de acuerdo en unirse a él.

El Cardenal McCarrick no era un Cardenal elector en el último Cónclave, sino que era un Cardenal que asistía a las Congregaciones generales, como está permitido por las leyes establecidas.

Un hombre influyente, no religioso, le presionó y le seleccionó para que hiciera propaganda de Bergoglio. Es claro su pensamiento, tal como él lo cuenta:

«…sólo antes de entrar en las conversaciones generales … un muy interesante e influyente caballero italiano me preguntó si podía verme, así que le dije que sí. Él vino a verme al seminario, en el Colegio Americano donde me alojaba. Nos sentamos; se trata de un hombre muy brillante, hombre muy influyente en Roma….;… hablamos de varias cosas; él tenía un pedido que preguntarme del pasado… en los Estados Unidos…; pero, luego dijo: «¿qué pasa con Bergoglio?». Y me sorprendió la pregunta; le dije: «¿qué pasa con él?». Él dijo: «¿Tiene él una oportunidad?». Yo dije: «Yo no lo creo porque… nadie ha mencionado su nombre, él no ha estado en la mente de nadie… no creo que nadie vote por él». Él dijo: «Él podría hacerlo, ya sabes». Le dije: «¿Qué podría hacer?». Él dijo: «Él podría reformar la Iglesia. Si usted le diera 5 años, él podría ponernos de nuevo en el objetivo. Él tiene 76 años, si él tuviera 5 años, el Señor, obrando a través de Bergoglio, en 5 años podría hacer que la Iglesia surgiera de nuevo». Yo dije: «Eso es interesante». Él dijo: «Yo sé que eres su amigo». Le dije: «Así lo creo». Él dijo: «Habla con él». Dije: «Bueno, vamos a ver qué pasa… ésta es la obra de Dios«.…Mi amigo me dijo: ”Vota por Bergoglio”. Yo no lo sé».

Un «hombre italiano muy influyente», que conocía que el Cardenal McCarrick era amigo del cardenal Bergoglio. Este «hombre italiano muy influyente» se encontró con el Cardenal McCarrick con anterioridad a las Congregaciones Generales, en la cual se dan los discursos antes de que comience la votación del cónclave. Este «muy influyente hombre italiano» dijo al Cardenal McCarrick que “hablara” con el Cardenal Bergoglio. Más tarde, el Cardenal McCarrick describe este mismo hecho como un «push Bergoglio»: Puja por Bergoglio; haz campaña; vota por Bergoglio.

Así que, una persona externa, el «hombre italiano muy influyente», interfiere con la elección del Sumo Pontífice, sugiriendo al Cardenal McCarrick que «hablara» y que «votara» por el Cardenal Bergoglio. Todo esto es una violación de la Universi Dominici Gregis, en el artículo 81:

«Los Cardenales electores se abstendrán, además, de toda forma de pactos, acuerdos, promesas u otros compromisos de cualquier género, que los puedan obligar a dar o negar el voto a uno o a algunos. Si esto sucediera en realidad, incluso bajo juramento, decreto que tal compromiso sea nulo e inválido y que nadie esté obligado a observarlo; y desde ahora impongo la excomunión latae sententiae a los transgresores de esta prohibición. Sin embargo, no pretendo prohibir que durante la Sede vacante pueda haber intercambios de ideas sobre la elección».

Como el Cardenal MCcarrick no era elector, entonces sólo viola esta norma de manera indirecta. Una violación de un Cardenal elector es castigada con una excomunión latae sententiae. Pero aquellos que hacen un pacto, un acuerdo, un lobby, que tengan «la misma intención delictiva», que «concurran en la comisión de un delictivo», pero «que no son mencionados expresamente en la ley», como es el caso de un cardenal no elector,- como el cardenal Mccarry-, «quedan sometidos a las mismas penas, o a otras de la misma o menor gravedad» (Canon 1329 § 1 ).

El Cardenal McCarrick, muy sutilmente, admite haber aceptado las palabras de ese «hombre italiano muy influyente», y así lo predica ante los demás Cardenales:

«Entonces… tuvimos las Congregaciones Generales… hablé, durante 5 minutos y 15 segundos, como el hombre que… como el cardenal dijo… Yo dije 3 cosas. Dije, número 1… alejarse de los pobres, y en cierta medida temo que en algunas zonas del mundo, estábamos lejos de los pobres. Y eso es muy peligroso. Yo dije, espero que el nuevo, que el que sea elegido Papa, será alguien que, si él mismo no es un latinoamericano, al menos tendría que tener un interés muy fuerte en América Latina, porque la mitad de la Iglesia está allí. Así que realmente ustedes tienen que empezar a pensar dónde está la gente. Me olvidé de la tercera cosa que dije, probablemente no era nada bueno, de todos modos».

Claramente, el cardenal sigue la sugerencia del «hombre influyente»: «yo espero que el nuevo, el que va a ser elegido papa, será alguien que, si él mismo no es un latinoamericano, al menos tenga un interés muy fuerte en Latino América». ¿Por qué nombrar a un latinoamericano si un Papa tiene que ser para toda la Iglesia, no de un país concreto?

El pensamiento del cardenal estaba fuera de Bergoglio: «Yo no lo creo porque… nadie ha mencionado su nombre, él no ha estado en la mente de nadie… no creo que nadie vote por él». Él no tenía en la mente la candidatura de Bergoglio. No lo veía como Papa. ¿Por qué cambia de parecer? Por la influencia de ese hombre italiano, un hombre con autoridad civil, un político, un hombre de gran influencia, que había sido requerido por los Cardenales para hacer lobby antes de las congregaciones generales. Para captar adeptos, que hablaran a favor de Bergoglio. Y así los Cardenales electores votaran por Bergoglio.

La política metida en un Cónclave. No sólo es el equipo Bergoglio. No sólo son unos Cardenales que quieren un Papa determinado. Es todo lo que hay montado y que no se ve, no se percibe con claridad.

Además, ¿cómo consiguió Ivereigh los datos para su libro? Estando con los diferentes personajes, juntando las anécdotas de todo lo que aconteció aquellos días:

«Mientras entrevistaba a mi antiguo jefe, Cardenal Cormac Murphy-O´Connor, para el libro, me he basado en una serie de notas distintas, algunas de las cuales fueron off the record (sin grabación), así como algunas anécdotas de diferentes lugares, lo cual es una práctica habitual para las reconstrucciones periodísticas de las elecciones papales. Las citas que uso del Cardenal Murphy-O´Connor son una que él ha dado en diferentes entrevistas. Cometí dos errores en la redacción de mis notas. Uno de ellos fue dar la impresión de que el grupo de los cardenales, que solicitaban la elección de Bergoglio, consiguió el acuerdo antes del cónclave, lo cual ellos no hicieron; quise significar que ellos creyeron que esta vez él no lo había de rehusar. Inmediatamente después de esta frase escribí: ”Me preguntó si él quería. Él dijo que él creía que, en este tiempo de crisis para la Iglesia ningún Cardenal podría rehusar si se lo preguntaran”. De hecho, ese cambio no tuvo lugar antes del cónclave, sino durante».

Ivereigh dice explícitamente que había un esfuerzo para solicitar el voto. Y esto va en contra de la norma 81, de la Universi Dominici Gregi.

Además, dice que «él no lo había de rehusar», refiriéndose a Bergoglio, que fue ya promovido por ese equipo en el Cónclave del 2005. Y se preguntaba «si él quería». Y la respuesta era clara: el tiempo de crisis es algo fabricado por la masonería, por ese equipo, por ese lobby, para elevar al Pontificado a un falso Papa: poner su hombre. Para levantar su iglesia.

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«Al cardenal Murphy-O’Connor le gustaría disipar cualquier malentendido surgido del libro sobre Francisco de Austen Ivereigh (informe del 23 de Noviembre). Le gustaría dejar claro que no se hizo, en los días anteriores al cónclave, ningún acercamiento al entonces cardenal Bergoglio, por parte suya o, hasta donde él sabe, por ningún otro cardenal para buscar su asentimiento para convertirse en un candidato para el papado.

Lo que ocurrió durante el Cónclave, que no incluyó al cardenal Murphy O’Connor porque tenía más de 80 años, está ligado por el secreto» (Maggie Doherty – Secretaria de Prensa del Cardenal Cormac – Murphy-O’Connor).

La nota de la secretaría de prensa del Cardenal Murphy-O’Connor es una negación de los hechos y una clara violación del secreto.

Dice el Papa Juan Pablo II, en la Universi Dominici Gregis, n. 59:

«En particular, está prohibido a los Cardenales electores revelar a cualquier otra persona noticia que, directa o indirectamente se refieran a las votaciones, como también lo que se ha tratado o decidido sobre la elección del Pontífice en las reuniones de los Cardenales, tanto antes como durante el tiempo de la elección. Tal obligación del secreto concierne también a los Cardenales no electores participantes en las Congregaciones generales, según la norma del n.7 de la presente Constitución».

Después de la elección de un nuevo Papa, continúa el secreto, el cual pesa sobre los Cardenales electores y sobre los no electores:

El Cardenal Murphy-O´Connor era un Cardenal no electo. Por tanto, está obligado a guardar silencio sobre lo que sucedió antes de la elección de Bergoglio. Durante la elección no pudo estar.

Luego, su negación: «no se hizo, en los días anteriores al cónclave, ningún acercamiento al entonces cardenal Bergoglio»; es una clara violación del secreto. En la nota no se puede ni afirmar ni negar nada. Sólo hay que decir: por la norma 58 de la Universi Dominici Gregis estoy obligado al secreto bajo pena de excomunión:

«Quienes, de algún modo, según lo previsto en el n. 46 de la presente Constitución, prestan su servicio en lo referente a la elección, y que directa o indirectamente pudieran violar el secreto ―ya se trate de palabras, escritos, señales, o cualquier otro medio― deben evitarlo absolutamente, porque de otro modo incurrirían en la pena de excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica».

La nota de prensa no puede indicar una negación de los hechos. Como la indica, se está diciendo que existieron esos hechos.

Esta nota pone en duda la validez de la elección al ser una nota de negación: se rompe el secreto impuesto al Cardenal no elector O´Connor. Se cae en excomunión.

Sólo los Cardenales electores pueden hablar de lo que ocurrió, en la elección, por «una especial y explícita facultad» (n. 60) que da el sumo Pontífice para este caso. Ni O´Connor es Cardenal electo ni Bergoglio ha dado esa facultad.

El Papa Juan Pablo II enseña en el número 82:

«Igualmente, prohíbo a los Cardenales hacer capitulaciones antes de la elección, o sea, tomar compromisos de común acuerdo, obligándose a llevarlos a cabo en el caso de que uno de ellos sea elevado al Pontificado. Estas promesas, aun cuando fueran hechas bajo juramento, las declaro también nulas e inválidas».

No se pueden tomar compromisos de común acuerdo antes de la elección para que, después, se llevan a efecto. Estas capitulaciones son nulas.

¿Qué es lo que hizo Bergoglio? Él mismo lo cuenta:

«Sobre el programa, en cambio, sigo el que los cardenales pidieron durante las congregaciones generales antes del cónclave. Voy en esa dirección. El Consejo de los ocho cardenales, un organismo externo, nace de ahí. Había sido pedido para que ayudase a reformar la curia… Mis decisiones son el fruto de las reuniones pre‐cónclave. No he hecho nada yo solo… Han sido decisiones de los cardenales. No sé si es una postura democrática, yo diría más bien sinodal, aunque la palabra para los cardenales no es apropiada». Entrevista-al-Papa-Francisco.-29.06.2014

Claramente, es inválida la elección de Bergoglio por muchos caminos.

Por supuesto, el Vaticano lo niega todo:

«Puedo declarar que los cuatro cardenales citados niegan explícitamente esta descripción de los hechos, tanto lo que afecta a la petición de un consenso previo sobre el cardenal Bergoglio como lo relacionado con una campaña para su elección». Lombardi añadió que los cardenales «desean que se sepa que están sorprendidos y contrariados por lo publicado». (ver)

Es una negación que no niega nada: se niega esa descripción, pero no pueden negar la verdad de los hechos, que se puede contar de muchas maneras, pero sin revelar los hombres que, en verdad, están detrás de todo esto.

Es una negación que también rompe el secreto que deben guardar esos Cardenales.

Y, además, son unos cínicos: «están sorprendidos y contrariados». Mayor hipocresía no puede haber en Roma.

Pero esto, ya no lo quita nadie.

Han puesto a su hombre: un hombre lleno de verborrea humana. Sólo habla para agradar a los hombres, pero no a Cristo en la Iglesia.

Ha sido puesto ahí para desmantelar toda la Iglesia. Y lo está haciendo, en la oscuridad. Entretiene a todo el mundo con su palabra engañosa y, después, su equipo, sus cardenales, sus obispos, sacerdotes, hacen el trabajo sucio, sin que nadie se dé cuenta.

Como no tienen leyes en la mano, tienen que usar su poder sacerdotal en contra de toda verdad. Y eso es el cisma declarado, con obras, -no con leyes, con una doctrina que se exija- con sus obras de pecado es como llevan a toda la Iglesia hacia la gran maldad.

No se puede estar con Bergoglio como Papa. Es una gran blasfemia. Es cometer el pecado contra el Espíritu Santo. Y son muchos los que ya lo han cometido y los que lo van a cometer.

El lobby gay de Francisco en el Vaticano

Se alaba la obra del pecado de un homosexual

Se alaba la obra del pecado de un homosexual

«Bien, se escribe mucho del lobby gay. Todavía no he encontrado quién me enseñe un carnet de identidad que diga “gay” en el Vaticano. Dicen que los hay. Creo que cuando uno se encuentra con una persona así, debe distinguir el hecho de ser una persona gay, del hecho de hacer un lobby, porque ningún lobby es bueno. Son malos. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla? El Catecismo de la Iglesia Católica explica esto de una manera muy hermosa; dice… Un momento, cómo se dice… y dice: “No se debe marginar a estas personas por eso, deben ser integradas en la sociedad”. El problema no es tener esta tendencia; no, debemos ser hermanos, porque éste es uno, pero si hay otro, otro. El problema es hacer el lobby de esta tendencia: lobby de avaros, lobby de políticos, lobby de los masones, tantos lobby. Éste es el problema más grave para mí» (Francisco).

La mentira siempre está en la boca de un hombre que ha perdido los papeles ante Dios, que no sabe lo que significa la palabra Dios y, mucho menos, sabe hablar de Dios.

El Catecismo no dice: «No se debe marginar a estas personas, por eso, deben ser integradas en la sociedad». Esto sólo es palabra de Francisco, no de un Vicario de Cristo, que debe enseñar y guardar íntegramente el Magisterio de la Iglesia

El catecismo dice: «Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta» (CIC – n 2358), porque todo hombre, sea pecador, sea santo, sea un demonio, tiene derecho a vivir su vida humana según su libre voluntad. Discriminarlos porque sienten unas tendencias homosexuales sería injusto, porque la Iglesia está para enseñar a estas personas la forma de atacar esas tendencias. Si se las discrimina, entonces la persona no aprende a vencer eso que tiene, que siente.

Por eso, el Catecismo añade: «Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana» (CIC – n 2359).

El Magisterio de la Iglesia es muy claro y revelador. Francisco miente en todas sus palabras cuando habla de la homosexualidad.

a. Primero, es necesario juzgar a la persona gay:

La Sagrada Escritura presenta la homosexualidad como abominación: «No te ayuntarás con hombre como con mujer; es una abominación» (Lv 18, 23). Y añade: «Cualquiera que cometa estas abominaciones será borrado de en medio de su pueblo» (v.29).

Dios ha sido muy claro con el hombre homosexual desde el principio. El homosexual es libre de vivir en ese pecado; pero Dios castiga su libertad en su pecado, con la muerte. Dios dice que no pueden seguir viviendo en sociedad. Y, por eso, existía la pena de muerte sobre el homosexual: «Si uno se acuesta con otro hombre como se hace con mujer, ambos hacen cosa abominable y serán castigados con la muerte. Caiga sobre ellos su sangre» (Lv 20, 13).

Estas leyes, Dios la dio directamente a Moisés. Es Palabra de Dios. Y esa Palabra es siempre verdadera, actual, vale para todos los tiempos, para todas las épocas. La ley de Dios no es sólo Misericordia, sino también Justicia. Claramente, Dios castiga al homosexual.

La maldad de todos los hombres ha sido poner sus leyes, sus reglas, para que el homosexual, no sólo pueda tener sus derechos como otros hombres, sino que imponga a los demás el respeto a ellos.

El movimiento homosexual quiere obligar a la gente a aceptar su ideología, que los demás asientan, en su mente humana, que la homosexualidad no es una abominación, que es algo que Dios quiere. Con la excusa de una protección legal para sus vidas humanas, con la excusa de que tienen que comer y vestir y trabajar como todos los demás, ahora usan el sistema legal para asegurarse de que los que no están de acuerdo con su vida homosexual, entonces pierdan sus trabajos, sus derechos, sus ingresos, su libertad.

Pareja de homosexuales, que obran su pecado en medio de la Iglesia

Pareja de homosexuales, que obran su pecado en medio de la Iglesia

Este es el gran mal. Y Francisco apoya este gran mal con sus palabras: «¿quién soy yo para juzgarla?». Tiene el derecho y el deber, por ser sacerdote, de hacer un juicio sobre cada persona homosexual. Y si no lo haces, te conviertes –Francisco- en otro de ellos: «conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen» (Rom 1, 32).

¿No juzgas, Francisco, a los homosexuales? Entonces, eres homosexual y aplaudes la vida que ellos llevan. Y una imagen vale más que mil palabras, mil razonamientos. Cada uno vive en la Iglesia según su idea. Quien vive de fe, obra las obras de Cristo, imita a Cristo. Y Cristo nunca enseñó a coger de la mano a otro homosexual, sino a tener pureza de cuerpo con todos. Quien vive en contra de le fe, entonces obra su pecado siempre. Y lo ensalza en medio de todos, para que todos los vean.

b. Segundo, es necesario enseñar al homosexual cómo salir de esa vida:

«Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados» (CDF, decl. Persona humana 8). Es decir, son actos en contra de la naturaleza humana, actos contra la ley natural, que enseña que el hombre es para una mujer, y la mujer para el hombre. Y, por tanto, por ley natural, el amor sexual es siempre entre hombre y mujer. Ése es el amor natural en el sexo. El amor contra natura, en el sexo, es hombre con hombre o mujer con mujer. Este amor no es natural, sino contrario al orden que Dios ha puesto en la naturaleza.

Por tanto, no existe el hombre homosexual por naturaleza. El hombre no nace homosexual, sino que nace inclinado al homosexualismo. Y nace de esta forma por el pecado original. Si negamos la existencia de este pecado, entonces negamos la inclinación que tienen algunos hombres, cuando nacen, hacia este pecado contra natura, que es la homosexualidad. Inclinación, que es pecaminosa, pero que hay que saber juzgarla en el Espíritu: «En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios. Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso» (CDF, decl. Persona humana 8).

Hay que poner a la persona homosexual un camino espiritual para que pueda resolver su problema, que es de índole espiritual, no es social.

Se dice que esta tendencia proviene de una educación falsa, de que la persona no ha evolucionada con normalidad en su vida sexual, de un hábito contraído, que ya no pueden quitar, de malos ejemplos que han visto en otros, o porque tienen una especia de instinto innato, que los lleva, de forma natural, hacia lo homosexual, o porque tienen una patología, un estado mental desviado, que es incurable, y que les hace obrar y ser homosexuales.

Y no existe una razón psicológica, filosófica, teológica, metafísica, para excusar este pecado y para justificarlo en la sociedad. Y mucho menos en la Iglesia. No se pueden justificar las relaciones homosexuales, ni elevarlas al rango de un matrimonio, ni de hacer leyes civiles para ellos.

El ser homosexual no le da derecho a esa persona de que tenga una ley para poder vivir su vida homosexual. Esta es la trampa en la que muchos han caído. Han querido legalizar el homosexualismo. Y defienden los derechos de esas personas con una ley en la mano. Y esto es la abominación de la sociedad.

Un país que permita ajustar en sus códigos civiles leyes que aprueban la vida del homosexual tiene sobre su cabeza la espada de la Justicia.

Hay que distinguir dos cosas: el hombre y su pecado homosexual. El hombre tiene sus derechos como todo hombre. Y debe vivir su vida con esos derechos, atendiendo a la ley divina y a la ley natural, y a los demás derechos positivos y civiles. Pero, cuando se quiere reglar la vida sexual de la persona homosexual, entonces el hombre se pone por encima de la ley de Dios. Se hace dios y comienza a inventarse una vida que no le pertenece.

La Iglesia enseña claramente: «Indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable» (CDF, decl. Persona humana 8).

Las relaciones homosexuales son siempre pecado, una ofensa contra Dios. Esta es la regla esencial que nadie puede anular con una ley humana. Esto es indispensable conocerlo y defenderlo siempre, si no se quiere errar en este tema tan claro para el que tiene fe en la Palabra de Dios, pero oscuro para el que no vive de fe.

c. Tercero, es necesario atacar la idea de Francisco porque viene del demonio:

Un hombre que no discierne lo que es un homosexual, como es Francisco, entonces sus obras son siempre confusión y mentira en la Iglesia.

Se besa en la mano a un sacerdote porque sus manos están consagradas; son manos que traen al Verbo Encarnado; que lo tocan, que, a través de ellas, el sacerdote es transformado en otro Cristo. Y se besa la mano de aquel sacerdote que vive íntegramente su sacerdocio en Cristo. Pero no se pueden besar esas manos cuando el sacerdote vive públicamente su pecado en la Iglesia, porque hacer eso significa alabar su vida de pecado, aplaudirla en medio de toda la Iglesia.

Es lo que ha hecho Francisco con Don Michele de Paolis, un sacerdote que está en la Iglesia para vivir su pecado de abominación, y que dice cosas como ésta: «Algunas personas de la iglesia dicen: «Está bien ser gay, pero no deben tener relaciones sexuales, no pueden amarse». Esta es la mayor hipocresía. Es como decir que una planta que crece, «no tiene que florecer, no hay que dar frutos!» ¡Eso sí que es ir contra la naturaleza!». Un hombre que no ha comprendido la Palabra de Dios, que no puede aceptarla en su corazón y que vive blasfemando contra el Espíritu Santo en la Iglesia. Con este sacerdote, no sólo no hay que besarle la mano, sino prohibirle que siga celebrando misa, porque exalta su pecado y lo justifica ante Dios y ante la Iglesia.

Francisco, al dar un beso a la mano de este hombre, hace un gesto abominable. Y enseña a toda la Iglesia que él es también homosexual, porque no rechaza, en su mente, la idea del homosexualismo.

Se puede ser homosexual porque, en la vida sexual hay una unión carnal con otro hombre. Pero, también se es homosexual porque la mente participa de la idea del demonio. La homosexualidad no es una idea que nace de la mente del hombre, ni de su vida social, ni de sus problemas en el sexo.

La homosexualidad es una idea demoníaca, porque el hombre o la mujer homosexual va hacia el sexo, no por el amor carnal o el deseo de lujuria, sino por una idea en su mente. Esa idea la pone el demonio. Y eso significa que el demonio posee, de alguna manera, la mente del hombre. Existe una idea obsesiva, que trabaja la mente de la persona, y que no se puede quitar, y que lleva a esa persona al acto homosexual.

Por eso, es necesario hacer exorcismos a las personas homosexuales o lesbianas. Porque el demonio no sólo posee el campo sexual de la persona, sino su mente.

Hoy, como todo se quiere explicar con la psiquiatría, entonces el hombre no cree en el demonio, en la acción del demonio en la mente del hombre. Por eso, hay tantos sacerdotes, que, aunque sean exorcistas, no creen. Dan fe a la psiquiatría y no son capaces de comprender que en la mente del hombre hay un demonio, por su falta de fe en la Palabra de Dios.

Hay demonios para todo: para el estómago, columna vertebral, esternón, intestino, piernas, manos, mandíbulas, etc. Y, también, para la cabeza, la mente, la memoria; que no se manifiestan al exterior del cuerpo, pero que la persona los siente en su alma.

Aquel que empiece a poner su idea de lo que es la vida homosexual sin fijarse en la Palabra de Dios, queriendo explicar esa vida, de otra manera, con conceptos humanos, comienza a fornicar con la mente del demonio, y la idea del demonio se arraiga en él. Y comienza a defender a los homosexuales. Y eso es ser homosexual.

No se puede defender un pecado, porque si se hace la persona comete ese mismo pecado, aunque no sea en la obra. Lo comete en su pensamiento o en su deseo. Ya pecó y, por tanto, es esclavo del pensamiento del demonio, y éste lo lleva a la obra de ese pecado.

Por eso, Francisco es homosexual y obra como piensa, con su idea homosexual. Y, por eso, hay que atacar a Francisco. No se le puede dar obediencia ni respeto en la Iglesia. Es un hombre que no enseña la Verdad como está en la Palabra de Dios; sino que enseña sus interpretaciones de la Palabra, su deformación de la Verdad, su maldad en la Iglesia.

Por eso, Francisco, no sólo va a aprobar que los divorciados puedan comulgar, sino también el matrimonio homosexual en la Iglesia.

Él ve algo natural la unión entre hombre y hombre: «No se debe marginar a estas personas por eso, deben ser integradas en la sociedad». Pero si ya están integradas, ya tienen los derechos que todos los demás. ¿De qué integración hablas? Hay que integrar su vida homosexual en la sociedad, en la Iglesia. Hay que integrar su pecado abominable. Hay que dar ese paso.

Por eso, un hombre que no juzga al homosexual está permitiendo el lobby gay en el Vaticano. Sus palabras son sólo propaganda: «Todavía no he encontrado quién me enseñe un carnet de identidad que diga “gay” en el Vaticano. Dicen que los hay». Francisco sabe que existe ese lobby y lo aprueba, pero tiene que callarse. Tiene que dar un rodeo: «El problema es hacer el lobby de esta tendencia: lobby de avaros, lobby de políticos, lobby de los masones, tantos lobby». Existe el lobby gay, pero eso no importa. Hay que centrarse en los demás lobbys. Si aprueba a sacerdotes homosexuales, como son Don Michele de Paolis y Don Luigi Ciotti, entre otros muchos, tiene que aprobar, tiene que aplaudir, lo que es un secreto a voces: que Cardenales se acuestan con hombres en el Vaticano.

En la Iglesia, ahora se camina solo, sin una guía espiritual, sin un Pastor que enseñe la Verdad. Y, por eso, no se puede seguir a ninguna Jerarquía. A nadie. Todo hay que cotejarlo, medirlo, juzgarlo, porque la Jerarquía miente clara y descaradamente. Sólo se puede obedecer a aquellos sacerdotes y Obispos que hablen clarito, que llamen a cada cosa por su nombre. A los demás, hay que alejarse de ellos como si se viera al mismo demonio.

Como de este Cardenal, Lorenzo Baldisseri, cabeza del Sínodo de los Obispos, que tiene su mitra para ir en contra de la doctrina de Cristo: «La Iglesia no es eterna, vive entre las vicisitudes de la historia y el Evangelio debe ser conocido y experimentado por la gente de hoy. Es en el presente lo que el mensaje debería ser, con todo el respeto por la integridad de quien ha recibido el mensaje. Ahora tenemos dos sínodos para tratar este complejo tema de la familia, y creo que esta dinámica en dos movimientos permitirán una respuesta más adecuada a las expectativas de la gente» (Lorenzo Baldisseri). Es darle a la gente lo que ella quiere. No es darle a las personas lo que quiere Dios. Es poner el mensaje del Evangelio al capricho de la vida actual de la gente. Porque ya la Iglesia no es eterna. Tampoco Cristo y su doctrina. Todo cambia con el hombre, con los tiempos, con la evolución del pensamiento humano. Se niega la Voluntad de Dios y, por tanto, su Ley Divina. Se pone la ley de los hombres y a eso lo llaman ley divina. Mayor abominación no cabe.

Para que la idea homosexual se imponga en la Iglesia, es necesario obrarla sin más. Hacer que en cada sitio se obre esa idea, aunque no haya sido aprobada en ningún Concilio o Sínodo. Para cambiar la idea doctrinal es necesario la idea pastoral; que se imponga esa idea. El cisma es la obra de la idea, no es una idea. Quien obra la idea del homosexualismo en la Iglesia está ya produciendo el cisma, lo está ya obrando. Los demás, al aceptar esa idea como buena en la práctica, se suman al cisma y, al final, cambian la idea doctrinal. Así siempre obra el mal: haciendo caminar por el pecado. Y una vez que el pecado ha arraigado en el alma, entonces se exige la idea, se manda con obediencia esa idea, se pone la ley que promulga el pecado, que lo legaliza.