Lumen Mariae

Inicio » Publicaciones con la etiqueta 'bestia'

Archivo de la etiqueta: bestia

La marca de la bestia

muchopero

«El mundo es Mío…Yo lo he creado; las metas alcanzadas son sólo una paja,… Vuestro cerebro asemeja a un grano de vuestra arena que hay alrededor de los mares…verá entonces vuestra soberbia que está bien llevar “la marca en la frente o en la mano”» (Conchiglia, 2 de junio del 2000).

El dueño del hombre es Dios, que lo ha creado a su imagen y a su semejanza. El fin de toda la Creación es dar gloria a Dios. Y sólo el hombre es incapaz de ofrecer esta gloria a Dios. Su soberbia se lo impide.

El hombre no es libre para ser, no elige lo que es, sino quién va ser, qué va hacer con su vida. Su plan de vida.

Se nace hombre; no se nace animal o espíritu o Dios o una planta. No se elige nacer en una esencia determinada. No se es libre para ser, para venir a la existencia.

Se nace varón o hembra. Y nadie puede cambiar eso. Por eso, todo hombre depende absolutamente de Dios. La única cosa que el hombre no puede quitar de su vida es su creación. El hombre puede vivir alejado de Dios totalmente, con una vida en la cual Dios no aparezca por ninguna parte. Pero el hombre no puede quitar de su misma naturaleza humana el acto creador de Dios. Desde el primer instante de su ser, de su existencia humana, el hombre conoce lo que es, aunque no lo recuerde. Guardamos memoria, en nuestro ADN, de nuestro primer día de vida. De ese día en el cual Dios obró nuestra existencia humana. Nos unió a un cuerpo para que nuestra alma lo informara. Y esa unión del alma con su cuerpo queda grabada en nuestro ADN.

Cuando somos engendrados en el vientre de nuestra madre, no somos un conjunto de células que se unen para adquirir un destino, una forma, una vida. Somos una creación divina. Y eso es lo ningún hombre puede quitar de sí. Puede no recordarlo. Puede vivir sin profundizar en este misterio de la vida. Pero está ahí. Y la misma naturaleza humana se lo recuerda.

Dios ha creado al hombre como es, con su naturaleza humana. Y ningún hombre puede cambiar eso, pero sí puede introducir en esa naturaleza humana otro tipo de existencia, de vida, la cual puede anular la esencia humana.

El homosexual elige un proyecto de vida que suplanta la vida humana por otra cosa: quiere ser lo que no puede ser. Dios lo ha creado varón, pero no acepta la obra de Dios en él: no acepta ser varón para unirse a una mujer. Y quiere vivir su vida para ser mujer, para comportarse como una mujer.

El homosexual no es libre para ser mujer: no tiene derechos naturales para ejercer esa existencia humana. No los tiene inscritos en su naturaleza humana. Su esencia humana no le exige ser mujer, no está dispuesta para ser mujer. Dios lo creó varón, y varón será siempre.

Pero el homosexual es libre para optar por el pecado de homosexualidad, con el cual obra una vida que no es humana, que no es propia de su naturaleza humana, que es una aberración, una abominación. No es su vida; no es la vida de un varón. No es la vida a la cual Dios le puso en la existencia humana. Y si no se arrepiente de su pecado, entonces anula su esencia humana, no física, sino espiritualmente. Vive un contrasentido, un absurdo, que impide a su alma salvarse y redimir a su cuerpo. Comete el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo.

Toda alma es para un cuerpo. Así un alma masculina exige un cuerpo masculino. Y un alma femenina exige un cuerpo femenino.

Ser varón o hembra pertenece, no sólo al cuerpo, sino también al alma. No es una cuestión orgánica, sino vital, propia de la persona humana, de la existencia del hombre.

Un varón está llamado por Dios a ser hombre porque su alma ha sido creada para ser eso: varón. Su alma no puede elegir no ser varón. No puede elegir ser hembra. No puede elegir estar en un cuerpo de mujer. El alma no tiene esa libertad. No se es libre para ser, sino para hacer, para realizar una vida en la naturaleza humana.

Por eso, el pecado de orgullo es lo que manifiesta todo hombre que no acepta el ser que Dios le ha dado.

Lucifer no aceptó ser como Dios lo había creado: no quiso ser ángel de luz. Por su pecado de orgullo se convirtió en un demonio, se transformó en otra cosa, anuló su esencia angélica para vivir en una esencia que no es la suya. Por eso, Lucifer, que es espíritu puro, combate en el hombre lo que Dios ha hecho. Y su sólo propósito es anular la humanidad que Dios ha creado. Anular la obra de la creación del hombre, creación divina. Porque su pecado de orgullo le lleva a ser como Dios, a actuar como Dios, a realizar las mismas obras de Dios.

Lucifer tiene que crear su humanidad. Y ser el dueño de esa humanidad. Y la crea sólo para anular la humanidad que Dios ha creado. La crea para anular el dominio que Dios tiene sobre toda la Creación.

Lucifer tiene que crear su universo. Y lo hace anulando la Creación de Dios.

Por eso, el demonio no descansa en este trabajo. Lleva siglos y siglos intentando esto, y por muchas maneras, por muchos caminos. El hombre no conoce las obras del demonio desde el momento en que pecó. Y no sabe medir qué puede o no puede el demonio. ¿Hasta dónde llega su poder en la Creación Divina? ¿Qué cosas ha creado el demonio, ha puesto en esa Creación de Dios, para estorbarla, anularla y así combatirla?

El demonio quiere quitar al hombre de la Creación Divina. Por eso, tiene que inventarse una plaga.

«…e hizo que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender sino el que tuviera esa marca, el nombre de la Bestia o el número de su nombre» (Ap 13, 18-17).

La marca de la Bestia «traerá consigo la muerte – la muerte del alma y la muerte por una terrible enfermedad» (29 de julio de 2013).

Esa marca es un virus que mata dos cosas: el cuerpo y el alma.

Por tanto, no es sólo un virus: no es una enfermedad natural. Es algo inventado por los hombres para matar el cuerpo. Y, al mismo tiempo, mata el alma. Se produce la muerte espiritual, es decir, la condenación. Ese virus lleva a la persona al infierno: le es imposible salvarse. Vive condenada. En otras palabras, aceptando esa marca el hombre comete el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo, el cual no tienen perdón.

Y habrá muchos hombres, que en sus soberbias, vean como bueno la marca de la bestia. ¿Qué es la mente del hombre? Un grano de arena. Nada. El hombre nunca comprende la verdad de las cosas. Siempre es complicado para aceptar la verdad.

«Los Potentes del mundo son todos corruptos…Están acumulando provisiones de cada género. ¡Están a punto de imponerles la marca de la bestia!» (Conchiglia, 22 de agosto del 2005).

Toda alma tiene que ser «valiente para rechazar su venenosa marca» (2 de junio del 2012). La venenosa marca de los grandes del mundo. Esa marca es un veneno. Y un veneno mortal.

«Una vez implantado va a envenenar, no sólo su mente y su alma, sino su cuerpo también. Porque ésta causará una plaga ideada para eliminar a gran parte de la población mundial» (1 de junio del 2012).

Se quiere liquidar a la humanidad que Dios ha creado. Esa humanidad no les sirve a los grandes del mundo. Ellos están en su proyecto de vida, totalmente satánico.

Sólo las almas que están en gracia, que luchan por no ponerse la marca, pero que forzadamente se les imprime, se salvan: «De esas almas inocentes se salvarán quienes estén en estado de gracia en el momento de ser forzados a aceptar el chip» (1 de junio del 2012). No cometen pecado, porque con su voluntad eligen no querer el chip. Pero son obligadas. Y cuando el hombre hace una cosa obligado, sin posibilidad física de hacer otra cosa, no peca nunca.

Pero las almas que no están gracia, pero se resisten al chip, entonces podrán salvarse, pero será muy difícil: «Satán usará el poder de la posesión en aquellas almas que lleven la Marca y será muy difícil salvarlas» (20 de julio del 2012). Difícil, porque en ellos estará la posesión del demonio que les impedirá el arrepentimiento.

Las almas que reciban el chip en gracia, quedarán poseídas por el demonio, pero podrán salvarse: la puerta del arrepentimiento estará abierta. No será una posesión perfecta. Y podrán liberarse de esa posesión con un exorcismo que un sacerdote les haga.

La marca de la Bestia trae consigo una posesión demoniaca: Satán usará el poder de la posesión. No es una obsesión demoniaca. No es una presencia del demonio en el cuerpo del hombre. Es poseer la mente y el cuerpo de la persona.

«No acepten la marca porque si lo hacen estarán bajo su influencia hipnótica» (15 de noviembre del 2010).

Esta posesión es una influencia hipnótica del demonio en el cuerpo y en el alma de la persona. Mediante esa hipnosis, la persona se halla maniatada totalmente por el demonio; y sólo puede pensar lo que el demonio le pone en la mente, y sólo puede obrar lo que el demonio quiere que obre.

En esa posesión demoniaca, la persona no es libre para elegir, porque ha abierto al demonio su voluntad humana: se la ha dado completamente. La persona sólo tiene un dueño: el demonio. Y obra con la voluntad de su dueño. No puede obrar con su propia voluntad humana. No es libre para elegir un camino fuera del demonio. Sólo puede vivir aquello que el demonio quiere.

Es una posesión en la mente y en la voluntad de la persona humana. Y es perfecta. El hombre no puede arrepentirse de haberse dado al demonio. No encuentra una idea de arrepentimiento. No encuentra un deseo de arrepentimiento. Es la cima del pecado de orgullo en el hombre lo que se obra en esa posesión.

Para que se dé esta marca, es necesario presentarla en forma de una idea religiosa:

«De repente, a todos se les pedirá que acepten la “marca de la lealtad”, la “marca de fidelidad”. Un mundo unido, en el cual todos los hombres tendrán que participar. Ésta controlará su dinero, su acceso al alimento y su forma de vivir» (1 de junio del 2012).

La marca de la Bestia es la marca de la lealtad, de la fidelidad. Es la marca de una idea filosófica, que viene por la implantación de un gobierno mundial. Hay que ser fieles, leales a ese gobierno. Hay que obedecer la mentalidad dominante. Hay que seguir la masa, la idea de la masa, el lenguaje de la masa. Esa idea lleva a dar el control de la vida a ese gobierno. Que los grandes del mundo sean los dueños de la vida de cada hombre.

«La mayoría de la población mundial pertenece a la masonería, que la ha devuelto esclava como los fueron los esclavos de Egipto… Lo que veo es una población que alejándose de las leyes de Dios, es esclava por las leyes humanas entrelazadas por los señores del Poder. Digo -con razón- entrelazadas… más bien enredadas… ya que las leyes humanas son retorcidas y equivocadas… Lo que veo es completa desolación… una manada enorme de hombres que siguen a otros hombres, que yerran sin pensar y meditar sobre la misma condición de esclavos. Lo que veo es una población obtusa, que harta y saciada de sus palabras… está llena de conceptos vacíos e inmoralidad… y vacía de Dios. Lo que veo es una población que habiendo dado escucha y consentimiento a los malos maestros, por ellos es sometida… y maltratada… y apaleada… y matada en el cuerpo… en la mente y en el espíritu. Lo que veo es un gallinero… gallinas estúpidas… que tragan cualquier cosa digan o hagan los señores del Poder; y pollos… que son saciados aquel tanto que basta… para ser eliminados al momento oportuno» (Conchiglia, 25 de octubre del 2008).

Cuando el hombre ha perdido la fe, entonces el hombre es manejado por el mismo hombre. Se vuelve un veleta del pensamiento humano, un juego de los grandes del mundo. Y ese hombre sabe que están jugando con él, pero se somete a ese juego, queda atrapado en ese juego. Y vive para el dueño que lo somete.

«Lo que veo es una población que bajo el látigo del poder masónico todavía construye hoy ladrillos de paja, estiércol y barro, para construir los castillos de los patrones, para construir sus riquezas desmedidas, para construir la muerte por las armas atómicas y químicas, por el aborto y por todo lo que es mal» (Ib).

Y este hombre sin fe no puede levantar su cabeza ante ese dueño. No puede rebelarse ante el mal.

«Lo que veo es una población que si levanta la cabeza para rebelarse a sus patrones, sedientos de dinero y de poder, en vez de ser escuchados por ellos, son vueltos aun más esclavos, y también son privados de los necesario para existir» (Ib).

Vive en un círculo vicioso, que no sabe romper porque ha perdido la fe.

«Uno sobre mil y uno sobre diez mil apenas logrará huir del sistema de control que han preparado desde hace tiempo en previsión de la rebelión de los pueblos» (Ib).

Los grandes de la tierra quieren tenerlo todo bajo sus pies. Quieren liquidar la raza humana. Y ella misma, los mismos hombres quieren ir al matadero. Se han hecho ovejas dóciles a los potentes del mundo.

En esa humanidad ya no vive la verdad, ya no se ama la verdad, ya no se lucha por la verdad. Porque no saben lo que es la verdad.

«Todavía son esclavos de un sistema que aún quieren perfeccionar más, imponiéndoles de hecho un sistema de control cada vez más sofisticado, para que no puedan huir, ni siquiera al más mínimo control. Les han robado y todavía más les robarán la libertad, para llegar a robarles la vida, y sobre todo el alma» (Conchiglia, 29 de diciembre del 2011).

Si no se conoce lo que es la verdad, no se tiene libertad. La verdad es lo que hace libre al hombre. Vivir la verdad, obrarla es dar al hombre el camino de la verdadera libertad. Pero vivir sujetos al error, a la mentira, al lenguaje humano, es esclavizarse para morir esclavos.

Ese chip aniquilará el ADN del hombre, en su cuerpo, lo transformará, y el alma estará viviendo en un cuerpo que no pertenece a la esencia humana. Ese chip es un virus que destroza el ADN, lo envenena,  y el cuerpo pierde su esencia. El alma vive en un cuerpo que ha sido destrozado completamente. Y, por eso, no puede salvarse en ese cuerpo. El alma humana está en cuerpo que ha sido adulterado en su esencia. Y eso supone la condenación del alma. Por eso, aceptar el chip es condenarse. Es aceptar no ser más un hombre de la naturaleza humana que Dios ha creado. Sino aceptar ser un hombre de lo que el demonio ha creado, ha metido,  en el cuerpo. Un cuerpo transformado en un ser demoniaco. De esta manera, Lucifer pone en el hombre creado por Dios su mismo pecado de orgullo, que transforma su esencia angélica en una esencia demoniaca. Dios tuvo que irse de Lucifer en su pecado, de su naturaleza angélica. Tuvo que echarlo fuera. Así hará con los hombres que acepten la marca de la bestia.

«Esa marca, la marca de la bestia, será su caída. No es lo que parece. Al aceptar, serán removidos lejos, muy lejos» (15 de noviembre del 2010).

Dios se retira de la naturaleza humana, al igual que se retiró de la naturaleza angélica de Lucifer.

Por eso, esa posesión del demonio es perfecta, es el culmen del pecado de orgullo en el hombre.

Lucifer buscó separarse de Dios en la esencia. Pero no podía borrar lo que Dios había puesto en su creación. Sólo podía inventarse, con su entendimiento angélico, una forma de vida para ser como Dios, para vivir como Dios, para pensar como Dios.

Para eso, el chip. Es el paso del demonio para ir a la creación demoníaca del hombre.

Todos los experimentos que se han ido realizando con el semen y el óvulo es sólo esto: que el demonio pueda crear al hombre, una nueva humanidad, a través del mismo hombre.

Es renovar el pecado de Adán en el Paraíso, pero ahora por medio de la ciencia y de la técnica. Es decir, por medio de la inteligencia humana.

Con Adán, el demonio creó una humanidad para él. Pero se le acabó su obra. Jesús puso un camino al hombre para poder salvarse: el camino de la gracia.

Ahora, con la inteligencia humana, el demonio está creando hombres sin almas en los tubos de ensayos. Una nueva humanidad, controlada en todo por el demonio, que nace de las manos del mismo hombre.

Todo lo que el hombre crea en una probeta lleva el sello del demonio, lleva una posesión demoniaca.

Pero es necesaria consolidarla: darle la fuerza de lo religioso. Apoyarla con una iglesia universal en que se facilite –en un gobierno mundial- lo que ya se viene haciendo en muchas partes del mundo. Y con esa fuerza de lo espiritual, acabar con la humanidad que Dios ha creado, con un chip, con un virus, para así tener –en la tierra- sólo la humanidad que el demonio ha creado.

Es la obra de Lucifer. Es una batalla espiritual contra Dios. Por eso, los tiempos son apocalípticos.

Los días están contados. Hay que huir, no sólo de la Iglesia, sino del mundo. El mundo se ha vuelto loco. El hombre se cree Dios y no puede salir de ese pensamiento. En muchas mentes humanas trabaja ya la posesión del demonio. Y lo que queda por ver es la perfección de esa posesión.

Bergoglio: el político que siembra la palabra de condenación

img-00049

«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39).

Este es el segundo mandamiento más grande, junto con el primero, que es amar a Dios sobre todas las cosas.

Primero hay que amarse a sí mismo; es decir, hay que dar al cuerpo la ley natural, para que se mantenga en lo propio del cuerpo, de lo carnal; al alma, la ley divina, para que la mente se sujete a la verdad de los mandamientos y la voluntad la obre; al espíritu, la ley de la gracia, para que el hombre pueda, no sólo obrar la verdad de las cosas, sino lo divino en su vida humana; y al corazón, el amor de Dios, la ley del Espíritu, con el cual el hombre alcanza esa plenitud de la verdad en su vida que sólo el Espíritu puede darle.

Si el hombre no se ama de esta forma, entonces no puede amar al prójimo en la verdad de su vida. Porque al prójimo hay que darle, a su cuerpo, la ley natural; un hombre no puede buscar otro hombre para una unión carnal; ni la mujer, otra mujer. Hay que mantener el cuerpo en lo suyo natural y obrar con él en la naturaleza de las cosas.

Al prójimo, hay que darle los mandamientos de Dios: cumplir con él lo que quiere Dios para su alma. Quien da al otro, leyes fuera de la ley divina, hace de su vida, no sólo una abominación, sino un camino para el infierno.

Al prójimo, hay que darle la ley de la gracia: usar la gracia con él para una obra divina, para un fin divino en la vida, para un camino de salvación y de santidad.

Y al prójimo, hay que darle la ley del Espíritu: caminar con él en la verdad que enseña el Espíritu, para producir la verdad que la vida espiritual exige en todo hombre.

Amar a Dios es hacer la Voluntad de Dios: con uno mismo, con Dios y con el prójimo.

¿Qué enseña Bergoglio?

«La palabra de Cristo es poderosa…Su poder es el del amor: un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos» (Napoles, 21 de marzo 2015).

Esta palabrería no es nueva en Bergoglio. Lleva dos años en la misma herejía. Y los hombres todavía no se han dado cuenta.

Habla como un protestante: «la palabra de Cristo es poderosa. Su poder es el del amor…». Para el católico, la Palabra de Cristo es la Verdad, tiene el poder de obrar la Verdad.

Habla como un hombre de herejía: «un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos».

El amor, que no tiene límites, -para Bergoglio-, es el amor que va en contra del segundo mandamiento más grande. Hay que pasar el límite de amarse a sí mismo. Ya no ames al otro como a ti mismo, sino que tienes que amarlo antes que a ti mismo.

Diciendo esto: «amar a los demás antes que a nosotros mismos», está diciendo que hay que ir en contra de toda ley. No hay que fijarse ni en la ley natural, para poner un límite al cuerpo. Por tanto, tienes que amar al homosexual antes que a tu propio cuerpo, antes que a tu propia vida, a tu propia verdad que encuentras en la ley de Dios, antes que a tu propia salvación, que la ley de la gracia te ofrece; antes que el amor de Dios, que la ley del Espíritu pone en tu corazón. No quieras ser santo en tu vida. No quieras salvarte en tu vida. No hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie. Porque Dios es amor. Cristo nos ha amado, con un sumo amor. Y ese amor poderoso basta para salvarse. No busques ni tu salvación ni tu santidad personal. Ama antes al homosexual, ama antes al ateo, ama antes al budista, ama antes al cismático, por encima de tu santidad personal, por encima de tu vida humana.

Bergoglio no cree en la ley Eterna. Sólo está en su gradualidad.

No cree, ni siquiera en la naturaleza del hombre. No cree en el hombre. Para amar al hombre antes el hombre tiene que amar otra cosa que no sea a sí mismo. Antes que amarte a ti, como hombre, como persona en tu naturaleza humana, ama al otro sin saber lo que es el otro. Ama al otro por el otro, no por una Voluntad de Dios, que es una ley siempre para el hombre. No es un amor, no es un sumo amor sentimental.

Después, Bergoglio caerá en muchos absurdos al pedir que se ame al otro porque en ellos está la cara de Dios. Si hay que amar al otro antes que a Dios, antes que a uno mismo, es imposible ver en el otro la cara de Dios. Para ver el rostro de Dios tengo que amar a Dios por encima de todas las cosas. Y sólo así se contempla a Dios en todas las cosas. Pero es una contemplación mística, no real, no panteísta, como la que predica Bergoglio en muchas de sus homilías.

¿Qué ha ido a hacer a Nápoles, Bergoglio?

Nada. Lo de siempre. Política comunista. Doctrina protestante. Religión masónica.

¡Esto es todo Bergoglio!

Para Bergoglio no existe el pecado como ofensa a Dios. Por lo tanto, Bergoglio tiene que anular la obra de Cristo.

Cristo muere para quitar el pecado, para satisfacer a Su Padre por la ofensa que el pecado le producía. El honor divino fue dañado por el pecado, por la obra de pecado que Adán introdujo en toda la naturaleza humana. La obra de Cristo compensa todo el daño de la obra del pecado. Esa obra de Cristo no es material, humana, carnal, natural, sino espiritual, mística y divina. En otras palabras, Cristo no viene a quitar los problemas sociales de los hombres, ni los económicos, ni los políticos, ni los humanos…Ni  ningún problema que se origine del pecado.

Cristo viene a quitar el pecado, del cual surgen todos los problemas entre los hombres. Hay muerte porque hay pecado. Hay enfermedades porque hay pecado. Hay crisis económicas porque hay pecado. Hay lucha de clases porque hay pecado. Hay injusticias porque hay pecado.

Sin la obra de pecado, este mundo sería de otra manera: un paraíso. Pero ya no puede ser un paraíso, porque el pecado permanecerá hasta el fin del mundo, no sólo de los tiempos.

Al anular Bergoglio, la obra de Cristo, tiene que ponerla en el amor, en el sumo amor. Es decir, en lo que se llama la redención entendida en sentido subjetivo.

El católico la entiende en sentido objetivo: Todo el género humano está en la fosa del pecado, caído, con una ofensa a Dios, de la cual se sigue la ira divina, no sólo contra el pecado, sino contra el pecador. El hombre permanece cautivo en el pecado, en su obra, en las garras del demonio. Cristo viene a satisfacer la ofensa a Dios. Es decir, la obra de Cristo es una Justicia Divina. No es un amor ni una misericordia. Objetivamente, Cristo satisface por la ofensa a Su Padre. Y esta satisfacción, aplaca a Su Padre y Éste da al género humano un camino de Misericordia, que le lleva hacia el Amor de Dios. Este camino de Misericordia es, para el hombre, un sacrificio y una liberación, que el hombre la hace unido a Cristo en Su Pasión. Es un mérito para el hombre. Cristo salva al hombre mereciéndolo el propio hombre.

Los protestantes, es decir, lo que Bergoglio constantemente está predicando, la redención es sólo el amor de Cristo al hombre. El hombre no tiene que hacer nada ni por su salvación ni por su santificación. Sólo tiene que dedicarse a resolver los muchos problemas que encuentra en su vida. Si hace el bien al otro entonces se va al cielo. Cristo nos anunció el camino de la salvación eterna, lo mostró con el ejemplo de su vida, y eso es lo que destruye en el hombre el impero del pecado. Con la muerte de Cristo se manifiesta la iniquidad de todo hombre y el amor de Dios hacia todos los hombres. Ese amor divino aniquila toda la iniquidad humana y, por eso, todos se salvan, se van al cielo.

Bergoglio está entre los modernistas, al decir que el camino de Jesús lleva a la felicidad. Está diciendo esa concepción de los griegos antiguos según la cual el Mesías era el mensajero y el mediador de la inmortalidad y de la felicidad. Con este pensamiento, Bergoglio anula el dogma de la muerte expiatoria de Cristo.

Jesús es el Mesías de la inmortalidad, de la gloria, de la vida feliz:

«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Angelus, 1 de marzo del 2015)

Jesús es sólo un icono del Padre, pero no el Hijo del Padre. Es una clara herejía.

No hay que escuchar a Jesús por ser el Hijo del Padre, sino por ser el Salvador:

«”¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior…» (Ib).

«Escuchar a Cristo es asumir una lógica»: no es crucificarse con él. No es sufrir una vida, la de Cristo. No es morir con Cristo. No es participar de la vida de Cristo en la gracia. Bergoglio está hablando de la redención tomada subjetivamente. La redención como la siente, como la quiere, como la piensa el hombre. No la redención objetiva: la que quiso el Padre en Su Hijo. Esa no aparece por ninguna parte. Es un camino subjetivo:

«ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás»: no tienes que ponerte en camino con Cristo para expiar tus pecados, y para merecer el Cielo, quitando esos pecados. Porque lo único que impide que Dios te ame, son tus malditos pecados. No; tienes que hacer de tu propia vida, no una expiación de los pecados, no una justicia divina, imitando así a Cristo en su vida, que vino para reparar el honor divino, que el pecado hizo en Su Padre,  sino que tienes que pasarte la vida entregándote a los demás. Es el subjetivismo. Se anula lo objetivo: tu vida es para hacer una justicia, quitar tus pecados, reparar la ofensa a Dios. Y se pone lo subjetivo: tu vida es para amar los demás. Y entonces se cae en la clara herejía: tienes que amar a los demás antes que a ti mismo, que es lo que ha predicado en Nápoles.

«en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior»: como la redención de Cristo es el sumo amor a nosotros, entonces el hombre tiene que ser dócil a ese sumo amor, obediente a esa voluntad de Dios, que lo ha salvado. Bergoglio es siempre un maestro en la oratoria. La dócil obediencia a la Voluntad de Dios  no es la dócil obediencia a una ley de Dios, a unos mandamientos de Dios, sino al amor de Dios que se muestra como salvador de todos los hombres. Bergoglio no entiende la Voluntad de Dios como Ley Eterna. Por eso, muchas persona se confunden con el lenguaje de Bergoglio. Creen que aquí está diciendo una verdad. Y no dice ninguna verdad, sólo explica su mentira: como Jesús te ha salvado, entonces debes prestarle obediencia a su amor. Un amor que salva, pero que no exige, con un ley, con una justicia, quitar el pecado. Y, por lo tanto, hay que estar desapegado de todas las cosas mundanas o de la mundanidad espiritual, que es su herejía favorita sobre el pecado filosófico y social.

Después de exponer su tesis, dice su clara herejía:

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos».

¡Qué pocos ven la herejía en estas palabras!

¡Muchos dirán: si Bergoglio está en lo cierto! Al final, es el cielo lo que nos espera!

«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad»: el camino de Jesús nos lleva siempre a una obra buena digna de premio. Bergoglio anula el mérito en las almas que siguen a Jesús. Como Jesús te ha salvado, ya estás en el cielo, hagas lo que hagas, pienses como pienses, vivas como vivas. Es la conclusión lógica de la redención subjetiva.

«Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad»: habrá siempre problemas en la vida, pero al final te vas al cielo. Esos problemas no te merecen el cielo. Súfrelos como puedas, que al final Jesús nos lleva siempre al cielo.

Bergoglio está en el puro pelagianismo.

Hay que hacer penitencia para salvarse, para llegar a la felicidad plena. Y la penitencia no es sufrir la vida. Todo el mundo sufre en la vida, pero pocos aprovechan ese sufrimiento de la vida para expiar sus pecados. Se sufre la cruz con un fin divino. El alma se conforma con la Voluntad de Dios para hacer penitencia por sus pecados, y así merece el cielo y se va al cielo.

Bergoglio no puede hablar de la penitencia porque no cree en el pecado; no cree en la Justicia de Dios. Sólo cree en las pruebas de la vida, que sufre como todo el mundo las sufre. Pero no enseña el camino para tener la felicidad. Pone sus palabras vagas, que se acomodan a su mentira de manera magistral:

«Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos»: Jesús te ha prometido una cruz en tu vida, un dolor, un sacrificio. No te da un caramelo en la vida. Te muestra el camino que es Él Mismo. No hay caminos en Jesús. No hay que ir por sus caminos. Jesús es el Camino, el único Camino, en donde sólo se puede dar la única Vida, la de Dios, y sólo se puede obrar la única Verdad, la divina, la que da el Espíritu de la Verdad.

El camino de Jesús es la Cruz para todo hombre: se merece la salvación y la santificación sólo en la Cruz: sufriendo y muriendo con Cristo.

Todo el problema de los protestantes y de los modernistas es negar la ofensa a Dios. Se niega la Justicia, entonces sólo queda el amor de Dios. Cristo no viene a poner una Justicia, a hacer una Justicia, sino que viene a poner un Amor. Cristo padeció y murió para que se manifestase el inefable amor de Dios hacia los hombres. No padece ni muere para satisfacer el honor divino dañado por el pecado. Si se anula el pecado como ofensa a Dios, necesariamente se anula la Justicia de Dios, y se pone la obra de la Redención sólo en un sentimiento de amor, en la fe fiducial. El hombre sólo tiene que creer en Cristo. No tiene que merecer su salvación. No tiene que sufrir para salvarse. No tiene que ser santo para ir al Cielo. No tiene que quitar el pecado para poder recibir la Eucaristía. No tiene que dejar de ser homosexual para ser amado por Dios. Dios ama a todos los hombres, y así lo ha manifestado en Cristo.

Y esto lo repite Bergoglio en todos los discursos. No podía falta en Nápoles:

Una inmigrante filipina le pidió una palabra que le asegurase que eran hijos de Dios. Y Bergoglio, el llorón de la vida humana, con lágrimas en los ojos, ¿qué iba a decir? ¿Qué va a enseñar?

«…. ¿los emigrantes son seres humanos de segunda clase? Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son emigrantes como nosotros, porque todos somos emigrantes hacia otra patria, y tal vez todos llegaremos. Y nadie se puede perder por el camino. Todos somos emigrantes, hijos de Dios porque a todos nos han puesto en el mismo camino. No se puede decir: el emigrante son tal cosa…No…Todos somos emigrantes, todos estamos en el camino. Y esta palabra de que todos somos emigrantes no está escrita en un libro, sino que está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de la vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»

¡Ven, qué maestro en la oratoria!

Primero: confunde la cosa espiritual con la cosa política: «Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios».

Una cosa es ser ciudadano de un  país; otra cosa es ser hijo de Dios. Una cosa es cumplir con las leyes humanas para poder ser ciudadano; otra cosa es cumplir con las leyes divinas para ser hijo de Dios, para poder ir al Cielo.

Aquí demuestra Bergoglio que es un político, que habla como un político cuando va a dar su mitin. Bergoglio ha ido a Nápoles para hacer proselitismo: buscar adeptos para lo que está levantando en su iglesia. Él quiere comandar todo eso y, por eso, predica manifiestas herejías. ¿Por qué Bergoglio predica herejías? Porque está construyendo la nueva iglesia que sea el fundamento del nuevo orden mundial.

Segundo: anula el dogma de la muerte de Cristo: «en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»: ésta es la redención subjetiva: como Jesús te ha amado, estás salvado, eres hijo de Dios, te vas al cielo.

Bergoglio no pone a esa mujer emigrante un camino de salvación en donde merezca la salvación. No habla de leyes humanas ni de leyes divinas, ni de penitencia, porque no existe el pecado como ofensa a Dios. No existe la Justicia de Dios. Sólo existe un Dios que ama al hombre, sea como sea, obre lo que sea, viva como quiera.

Cristo no ha muerto para expiar los pecados, sino para esto:

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro» (Napoles, 21 de marzo).

Cristo ha muerto para resolver problemas sociales de la gente: no hay trabajo, no hay futuro…

«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo»: Bergoglio está en la herejía de la historicidad. En el tiempo de nuestra historia está el problema de la falta de trabajo. Un signo negativo. Hay un sistema que descarta a la gente.

Si se anula el pecado como ofensa a Dios, ¿qué es lo que queda? El mal como un problema social y de las sociedades, de las estructuras externas, de los grupos, de las clases sociales…Y se está diciendo una abominación: el mal se pone, no en la persona física, sino en la persona moral, en la sociedad, en el estado, en la Iglesia, es un grupo, en una comunidad. De aquí surge, en Bergoglio, su comunismo, que es clarísimo en Nápoles. «Tienes que luchar por tu dignidad»:

«¿Qué hace un joven sin empleo? ¿Cuál es el futuro? ¿Qué forma de vida elige? ¡Esta es una responsabilidad no sólo de la ciudad, sino del país, del mundo! ¿Por qué? Porque hay un sistema económico, que descarta a la gente y ahora le toca el turno a los jóvenes que son desechados, que están sin empleos. Y esto es grave. Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer… Pero el problema no está en comer, sino que el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a la casa, de ganarlo. Y cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombres, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

¿No ven al político Bergoglio en estas palabras? ¿No ven su claro comunismo? ¿No ven que no habla como sacerdote, ni como Obispo ni como Papa? ¿No ven que no pertenece a la Iglesia, que no es de la Iglesia Católica?

¿Qué hace un joven sin empleo?: ¿Qué hace un joven sin Cristo, sin el Pan de la Vida que Cristo da a toda alma que cree en Su Palabra?

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que nace de la boca de Dios».

Bergoglio: el político insensato.

Está destruyendo las obras de caridad: «Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer…».

«Pobres siempre tendréis»: aprovechad los pobres para merecer el cielo. Hagan obras de misericordia, de caridad, dando de comer a los pobres…así se hace penitencia de los pecados. Así se salva el alma.

Pero Bergoglio va a su idea política, a vender su idea, a hacer proselitismo: el problema no está en comer, sino en que no hay trabajo, no hay dinero, hay un sistema económico que impide el futuro del joven.

«…cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombre, mujeres, jóvenes. Este es el drama de  nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».

Comunismo, comunismo, comunismo. Cuando un Obispo se mete en política, defendiendo los derechos sociales de la gente, es que, sencillamente, ha perdido la fe en Cristo y su sacerdocio. Está en el sacerdocio para buscar un reino humano, material, haciendo creer a la gente que ése es el camino que Dios quiere para la Iglesia. Y se dedica a hacer sus mitines políticos, buscando gente para su negocio en la Iglesia.

Defiende tus derechos humanos. Defiéndete como hombre. Ya estás salvado, ya estás en el cielo. Pero: no hay derecho. Tengo que ganar el pan para ser hombre, para tener dignidad humana.

Y el hombre sólo tiene dignidad humana cuando quita sus malditos pecados. La pierde en el pecado:

«…el hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ello decae en su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es naturalmente libre y existente por sí mismo; y se hunde, en cierto modo, en la esclavitud de las bestias…» (Suma Teologica, II-II, q. 64, art. 2, ad 3).

Bergoglio no lucha para sacar al hombre de su estado de bestia, por su pecado, sino que lucha por hacerlo más bestia, más abominable a los ojos de los hombres y de Dios.

¡Cómo destruye este hombre con su palabra!

¡A cuántos engaña!

¡Y a cuántos seguirá engañando!