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Francisco apesta a mundo

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«La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, una comunidad “en partida”. Es más: la Iglesia ha nacido “en salida”. Y vosotros me diréis: ¿Pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús»» (Francisco, 1 de junio – Regina Coeli).

Francisco apesta a mundo en sus palabras. Es claro para el que tenga vida espiritual, la necedad de este hombre cuando habla. Y más necios son aquellos que quieran justificar las palabras de un necio.

«Señora necedad es alborotadora, es ignorante, no sabe nada. Y no se dan cuenta de que allí está la muerte y de que sus invitados van a lo profundo del averno» (Prov 9, 13.18).

Pocos se dan cuenta del lenguaje de Francisco. Un lenguaje preparado para engañar. Una mente que sabe lo que está diciendo y sabe con el fin para el cual habla.

Francisco sabe que está diciendo una mentira. Eso lo sabe y, por eso, la dice. No se le escapa. Francisco quiere mentir. Eso es uno de sus pecados, que nace de su orgullo. Su principal pecado es su maldito orgullo. Ha vivido siempre así, con la cabeza levantada a Dios, mirándole fijamente, sin la posibilidad de bajar sus ojos ante la mirada divina, porque se siente superior a Dios.

Su orgullo es manifiesto. No lo esconde. Y, por eso, no se pueden limpiar sus babas. No se puede mirar para otro lado. Al orgulloso hay que declararlo como es: en su orgullo. Hay que levantarlo bien alto para que todos miren su orgullo. Para que todos se rían de su orgullo. Para que todos desprecien al que habla en su orgullo.

«La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, una comunidad “en partida”»: la Iglesia no sale de sí, no parte al mundo, no busca la verdad fuera de Ella. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Y ese Cuerpo no es en salida, no ha nacido en salida. La Iglesia ha nacido en el Dolor del Calvario. Ése es su origen. Su origen no es Pentecostés. La Iglesia no nace en Pentecostés. Nace en el seno de la Virgen. Nace en el Dolor de la Virgen. Nace entre los brazos de la Virgen.

Jesús murió en la Cruz y un soldado atravesó su costado, con una lanza, y la Iglesia se originó en esa Sangre, en esa Agua.

La Iglesia nace cuando el nuevo Adán está dormido en su muerte. Y nace así para reparar el pecado de Adán. Dios durmió a Adán para crear la Mujer de su costilla. Así, duerme Jesús, para que el Padre cree la Mujer, que es la Iglesia, del costado, del Dolor del Nuevo Adán.

La Iglesia nace en el Dolor y para el Dolor. Y, durante 50 días, desde la Resurrección, Jesús ha enseñado a Sus Apóstoles lo que quería en Su Iglesia: una obra divina; la Voluntad de Su Padre. Y los Apóstoles, reunidos con la Virgen María, en oración y en penitencia, han recibido el Espíritu para obrar esa Obra del Padre.

Por tanto, la Iglesia no nace en salida, sino que nace en la Voluntad del Padre, que envía Su Espíritu para obrarla: no se recibe el Espíritu para salir al mundo. Se recibe el Espíritu para realizar una obra en las almas; no en el mundo. Porque, Jesús no ruega por el mundo, sino por las almas que el Padre le ha dado (cf. Jn 17,9). Jesús ha muerto por todos los hombres, pero no ruega por todos los hombres. El Padre no manda salir al mundo, sino que ordena salvar almas del mundo.

Jesús ha muerto por todos para que ningún hombre pueda decir a Dios: no tenía un camino para salvar mi alma. Todos los tienen, por la muerte de Cristo en la Cruz. El camino es Cristo.

Pero Jesús no ruega por todos los hombres, porque sabe que no todos quieren salvarse; que hay muchos que no van aceptar el camino de salvación, que el Padre ha puesto en Su Hijo, y que es Él mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

He aquí el orgullo de Francisco: «¿Pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios». Contemplen –todos- su maldito orgullo. El corazón abierto al mundo. El que reza tiene que tener su corazón abierto al mundo. ¡Su gran orgullo!

«No améis al mundo ni lo que hay en el mundo» (1 Jn 2, 15). Y el orgullo de Francisco le hace decir: «con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios». Los horizontes de Dios no son los del mundo. Dios no ve el mundo con sus ojos. Dios no hace caso del mundo. A Dios no le interesa el mundo. «Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo» (1 Jn 2, 16). ¿Lo quieres más claro, Francisco? Y, sin embargo, tu orgullo no ve esta Verdad. A Dios no le interesa el mundo porque el mundo hace obras de pecado y Dios hace obras santas. El horizonte de Dios es la SANTIDAD. El horizonte del mundo es el PECADO. El orgullo de Francisco le ciega para discernir estas dos cosas. Y, entonces, equipara a Dios al mundo. Iguala la santidad al pecado.

¿Para qué salir al mundo si «el mundo pasa, y también sus concupiscencias» (1 Jn 2, 17)? ¿Para qué partir a la nada? ¿Para qué perder el tiempo? ¿No dice bien claro el Señor: «Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)? Es un mandato del Señor para una obra divina, una obra santa y en santidad de vida, que sólo se puede hacer de la mano de Dios y cuando Dios lo quiera.

Dios no obliga a hacer esta obra si Él no da Su Espíritu, si Él no muestra Su Voluntad. Es un mandato que depende de la Voluntad de Dios. Y el orgullo de Francisco le hace hablar: «Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!». No es una opción, sino una obligación, algo preciso que el hombre tiene que realizar.

El Señor da el don de la Fe para poder realizar este mandato divino, esta obra santa de dar el Evangelio a las gentes, para abrir sus ojos a la Verdad, y que puedan recibir el Bautismo. Este mandato no se puede realizar sin el don de la Fe. ¡Es imposible! Y no se puede obrar si Dios no lo quiere. No es un mandato que obligue siempre al que tiene fe, porque Dios nunca obliga al alma a hacer algo. Es un mandato que Dios da cuando el alma ha crecido en la fe y está dispuesta, en su corazón, para dar esa fe a otros. Y hasta que Dios no vea que el alma esté preparada, Dios no quiere predicaciones baratas de su Palabra, Dios no quiere el activismo febril que tienen muchos en la Iglesia para no hacer nada por las almas, sino sólo por su negocio en Ella.

Francisco es un hombre que habla sin fe y, por tanto, un hombre que apesta por su fe masónica: «Y Jesús, cuando regresa al Cielo, le lleva al Padre un regalo: Sus llagas… Su cuerpo es bellísimo, sin las heridas de la flagelación… pero conserva las llagas. Y cuando regresa al Padre, le dice: Mira, éste es el precio del perdón que tú das. Y cuando el Padre mira las llagas de Jesús, nos perdona siempre. No porque nosotros seamos buenos, no. Porque Él ha pagado por nosotros. Mirando las llagas de Jesús el Padre se vuelve más misericordioso».

Jesús, cuando asciende al Cielo es para Reinar. No es para llevar al Padre el sentimentalismo de sus llagas. Jesús no presenta al Padre sus llagas porque eso sobra, eso es sólo un circunloquio, una forma de hablar y no decir nada; sino sólo con el fin de dar un sentimiento, un afecto, una ternura al hombre que lo escucha: «el Padre se vuelve más misericordioso». Este es el orgullo de Francisco para dar su doctrina de la fraternidad entre el Padre y los hombres. El Padre mira con ternura a los hombres. El Padre es amigo de los hombres. Ésta es su fe masónica. Francisco siempre cae en esta su herejía: la del sentimentalismo barato, que le lleva a su falso misticismo.

«Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre»: la experiencia del hombre que sufre le lleva a la fe en Jesús. Éste es su pseudomisticismo. Como Jesús ha muerto por todos, «ha pagado por todos», entonces la salvación no depende del hombre que cree, sino sólo de Dios, de las llagas de Jesús: «Y cuando el Padre mira las llagas de Jesús, nos perdona siempre». Cuando el Padre mira esas llagas, no pide al hombre arrepentimiento de su pecado, sino que perdona siempre al hombre. Y, entonces, hay que ir más lejos. No sólo perdona siempre, sino que Jesús «nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre». Jesús es el que sufre en el hombre que sufre. Jesús sigue sufriendo en cada hombre que es perseguido, que es discriminado, que lleva un dolor en su vida. Ya Jesús no sufre, en el Cielo, porque el hombre sigue pecando en la tierra. Ya no es el sufrimiento místico de Jesús, que nace porque Él es el Cuerpo de la Iglesia. No; Jesús sufre, ya Resucitado, porque todo hombre tiene problemas en su vida y, por consiguiente, sufre por esos problemas. Y -es más-, Francisco, pone el acento en su marxismo, en su teología de los pobres: discriminación de clases, persecución por pertenecer a una clase más pobre.

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Cristo es el Cuerpo y la Cabeza de la Iglesia. Y Cristo, como Cuerpo, sufre místicamente en sus miembros que viven en el pecado. Y Cristo, como Cabeza, sufre en su Jerarquía que obra el pecado en Su Iglesia. Obra para condenar almas.

Este pseudomisticismo está siempre en todas las homilías, discursos, predicaciones, escritos de este hombre. Por supuesto, que a nadie le interesa esto, descubrir esta herejía. Pero ahí está y es clara para que el que la quiera ver.

Francisco: un hombre que apesta a mundo, que sólo le interesa el aplauso del mundo, que está en la Iglesia para dar al Anticristo el camino para destruirla. Ver lo que es este hombre es muy fácil. Pero, el espíritu del Anticristo está en toda la Iglesia porque nadie quiere creer. A nadie le interesa la fe. Todos persiguen lo que les da la real gana en la Iglesia. Y, por eso, nadie ve lo que es este hombre ni lo que está haciendo. Todos hacen cábalas de su gobierno que es totalmente el propio de un hereje y de un cismático. Y así hay que analizarlo. Y si no se hace, de esta manera, entonces no se sabe descubrir qué Dios quiere de Su Iglesia ahora. Y Dios quiere sólo una cosa: que nadie obedezca ni a Francisco ni a los que apoyan su gobierno y su doctrina.

El sentimiento mata la verdad

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san miguel arcangel«La fe no es un producto del hombre, sino es un gran don de Dios; es un fruto precioso de mi Redención que brota de mi Corazón abierto y misericordioso… Mi Cuerpo Místico está en crisis, está envuelto de sombras oscuras… Mi Iglesia está en crisis porque sus miembros están sofocando en la mordaza del materialismo, la Vida divina, la vida interior de la fe y con la fe, la esperanza y la caridad. Te he hablado de lámparas apagadas, de lámparas que se apagan: son las almas de muchos sacerdotes míos y de muchísimos fieles en los cuales ya no late, ya no vibra la vida divina de la Gracia….Cuánto quisiera que sacerdotes y fieles, liberados del peso que los oprime y sofoca, reconquistaran el sentido de la vida, convirtiéndose a Mí, a la luz, a la verdadera vida regresando a la casa de mi Padre que los espera y los ama, no obstante su perversión» (Michelini)

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Al poner Francisco la Iglesia como la que ofrece la memoria fundante, la que transmite esa memoria que fundó el Señor, hace que la Iglesia se anule en esa concepción de la fe. La Iglesia no existe para Francisco en su concepción de la fe.

Por supuesto que Francisco no dice que la Iglesia no existe, -y no va a decirlo-, sino que esto se desprende de su pensamiento sobre la Fe. Y lo que se piensa se obra con el tiempo.

Las almas cuando escuchan a Francisco o cuando leen a Francisco no captan lo que Francisco está diciendo, porque Francisco no es un intelectual, es decir, ni habla ni escribe para la inteligencia humana, para captar las mentes de los hombres. Francisco no sabe hacer eso. Francisco lo que sabe hacer es hablar a los sentimientos de los hombres y, por ahí, coge sus entendimientos.

A los hombres se les engaña más por el falso amor, por la falsa compasión, por el falso cariño, que por las razones. El sentimiento ciega en un juicio errado de la verdad. Por el sentimiento los hombres caminan por sendas oscuras sin norte en sus vidas, sin saber a dónde les llevará ese sentir la vida.

El trabajo de Francisco en cada homilía es muy simple: coge una cita de la Sagrada Escritura o de los Santos Padres, o de un Santo, y la va desarrollando, no según un esquema mental, no según un raciocinio, sino según su sentimiento humano. Según vaya sintiendo la idea, así va diciendo palabras o razones sobre esa idea principal. Es el razonar en el sentir. No es el razonar en la frialdad del pensamiento. Por eso, cuando habla Francisco irradia calor, emoción, porque da su sentimiento, no da la frialdad de su mente, como es el caso del Papa Benedicto XVI, un hombre que piensa y que no le gusta sentir la vida.

Francisco, cuando predica, da su sentimiento, no da su corazón, no da su mente. Por eso, lo que habla no tiene sentido en muchas cosas. Dice cosas que son verdad y, después, dice otras que son una herejía. A Francisco le importa esto muy poco, porque se mueve en el sentimiento humano, no se mueve en la verdad de las ideas racionales.

El sentimiento es lo que le pierde a Francisco. Por el sentimiento le vienen todas las herejías. Una persona que viva de sus sentimientos es una persona ciega en lo intelectual. Lo intelectual sólo le sirve para llegar a sus sentimientos, a sus deseos humanos, a sus voluntades humanas, a sus caprichos en la vida.

Francisco es un Anti-Papa, no es Papa, por el pecado de los cardenales en el cónclave. Pecado que sólo Dios juzga, pero que es el engaño de la Jerarquía de la Iglesia a la misma Iglesia.

La verdad de la Tradición de la Iglesia es que no se puede elegir Papa cuando el anterior sigue vivo. Esta es la única verdad. Y quien se aparte de esta verdad, entonces se pone en la mentira.

Los Cardenales hicieron su política en el Cónclave, que nadie vio, porque todos recibieron la enseñanza de que había que hacer un nuevo Cónclave para elegir a un nuevo Papa. Esa fue la mentira que se enseñó en la Iglesia. Y esa es la mentira que sigue en la Iglesia. Y esa es la mentira que no se va a dejar en la Iglesia. Nadie va a echar para atrás ahora. Eso no interesa. No están los sacerdotes y los Obispos de la Iglesia para reconocer la Verdad, que es reconocer su pecado de engaño a toda la Iglesia.

Para tapar esta verdad, entonces se echa mano a lo de siempre. Quien quiera de nuevo a Benedicto XVI hay que llamarlos tradicionalistas, que se oponen a los nuevos avances que Francisco trae a la Iglesia. Son los estrechos de mente, que nunca aprende el negocio de la verdad, que viene del pensamiento humano. Hoy se proclama que para ser Iglesia hay que abrir la mente a la verdad del pensamiento humano, de la ciencia humana, del progreso humano, de las obras humanas. Y quien no abra su mente, se queda confinado en sus estructuras mentales antiguas del pasado y no puede hacer Iglesia.

Abrir la mente significa oír la palabra del demonio y seguirla como un oráculo divino. Abrir la mente es la consecuencia de la conquista del hombre por el hombre. Para ser hombres hay que dar a los hombres sus pensamientos humanos, su idiotez en lo que piensan, sus razonamientos de la vida, su necedad en su intelecto.

Francisco no da la Verdad, que es Jesús, cuando habla a la Iglesia. Francisco da sus verdades, las que tiene sólo en su mente humana. Las que consigue por su sentimiento humano. A Francisco le gusta sentirse bien entre la gente. A Francisco le gusta que le aplaudan la gente. A Francisco le obsesiona que la gente lo mire, que esté pendiente de él, que le preste atención. Pero a Francisco no le gusta dar a la gente la Verdad del Evangelio.

Cuando predica tiene que callarse muchas cosas que quiere decir porque tiene que interpretar su papel de buen padre en la Iglesia. Tiene que mostrarse afable con todos, amable con las personas, diciendo palabras que no vive, que no obra, porque es su papel en la Iglesia. Tiene que ganarse los sentimientos de los hombres, el que los hombres se sientan bien con un hombre que sólo pone en problemas a toda la Iglesia por la imprudencia de su boca.

Francisco es un gobernante imprudente. Eso lo ven todos. Pero nadie se atreve a decirle nada. Todos le dejan que siga diciendo barbaridades y esconden la cabeza para no responder con la verdad de lo que es Francisco. Es el miedo que hay en todos. No se han dado cuenta de lo que es Francisco, porque viven de sentirse bien, de estar cómodos en la Iglesia, de buscar lo fácil en la Iglesia, de seguir adelante aunque el Dogma se vaya arruinando con Francisco.

Este es el sentimiento humano que ciega tanto a Francisco como a muchas almas en la Iglesia. Almas que se asustan cuando se les dice las herejías que ha dicho Francisco en la Iglesia, porque lo sienten en su interior, -muy adentro-, lo ven tan amable, tan cariñoso, tan preocupado por los hombres, que no ven más allá de lo que sienten. Y cuando se les da el agua fría de la mentira de Francisco, se asustan, porque no saben pensar en la vida. Sólo saben sentir la vida, vivir movidos por sus sentimientos, sus vanidades, sus orgullos en la vida.

El sentimiento es lo más engañoso que tiene la persona humana. ¡Cuántos luchan por lo que sienten en la vida, pero no luchan por la verdad de la vida! ¡Cuantos están en sus razones de la vida por lo que sienten, por el atractivo de lo material, de lo humano, de lo carnal, de lo natural, que les impide tener los sentimientos divinos, propios del corazón!

Muchos no saben distinguir entre corazón y sentimiento. Es uno para muchos, cuando son opuestos totalmente.

El sentimiento es de la carne; el corazón es del Espíritu. El sentimiento lleva a la emoción del momento, a la alegría que se pasa, al cariño de un beso, de un abrazo, de tomarse una foto con Francisco. Para eso quieren a Francisco: para elevar sus sentimientos en la vida, para engrandecerlos, para ponerlos por encima de su razón, de la Verdad. Un Papa que persigue lo mismo que persiguen muchos en la vida: sus sentimientos. Y, entonces, qué bueno que tengamos un Papa así, tan sentimental, tan humano, tan agarrado a la vida como nosotros, que nos entiende en nuestra vida humana. Es el humanismo de Francisco. Es lo que produce en las gentes: ese demostrar que es hombre y que piensa como los hombres y que da a los hombres lo que a ellos les gusta en la vida, que es lo humano. Francisco nunca da lo divino a las almas. Nunca. Es incapaz de hacer esto, porque vive en sus sentimientos que son un muro para mirar su corazón, que está cerrado a Dios y que produce que su mente se abra al demonio.

El corazón lleva al amor espiritual, a obrar la Voluntad de Dios, a ponerse en la Verdad, aunque duela, aunque cueste, aunque tenga que pisar los sentimientos humanos. El corazón es algo divino, algo que no se puede comprender sintiendo la vida, pensando la vida, rumiando en la vida. El corazón es una obra divina que se hace de la mano del Espíritu Santo.

El sentimiento es una obra humana que se hace de la mano del demonio. Por eso, el demonio se transfigura en ángel de luz para conseguir que las almas lo sigan sin gran esfuerzo intelectual por parte del demonio. Sólo el demonio tiene que incentivar las emociones de la gente, avivar los deseos humanos, fomentar la vanidad de las personas. Es lo que hace Francisco en cada una de sus homilías, de sus actos en la Iglesia, que la gente no sabe ver, no sabe apreciar porque no tiene vida espiritual. Sólo se les cae la baba ante las palabritas bonitas de un lobo que se viste de piel de oveja.

Francisco hace todo eso por una razón: su odio a la Iglesia. Y esta razón está al principio de su reinado cuando decide no llamarse Papa. Esta decisión viene de sus sentimientos humanos: él quiere ser para los hombres, pero no para Dios. Él quiere llevar a los hombres las cosas divinas, pero de otra forma, no como Jesús lo enseña en Su Evangelio, sino según su fe humana. Y su fe humana es un negocio para su entendimiento. Y de ese negocio saca sus verdades en la Iglesia, que son contrarias a la Verdad del Evangelio.

Su fe humana, su memoria fundante, es su empresa en la Iglesia. Vamos a fundar nuestra nueva iglesia quitando lo que nos estorba, lo que no nos gusta, lo que es incómodo a a nuestros sentimientos humanos. Y, por eso, desde el principio Francisco va despojando al Papado de cosas externas, cosas que incomodan para estar entre la gente, para acercarse a la gente, para vivir entre la gente. Y esto lleva, necesariamente, a oponerse a cualquier Dogma en la Iglesia para salvar su sentimiento humano. Lo primero, para Francisco, es lo que él siente. Y si eso supone destruir un dogma, una verdad, una fe, se destruye. Por eso, sus declaraciones van contra todos los Dogmas de la Iglesia. No deja uno en pie. Y su encíclica destruye cualquier dogma en la Iglesia. Porque lo que importa es lo que él sienta de la Iglesia, lo que él piense de la Iglesia. Es su pecado de orgullo, que ha puesto en la Iglesia en la horizontalidad de su gobierno. Pecado que viene del enagño de los cardenales que lo eligieron para esto, precisamente.

Pero las almas no atienden a esta verdad, porque están cogidas en el sentimiento humano hacia Francisco y todavía esperan algo de Francisco. Como aún no ha empezado a quitar dogmas, entonces las almas no creen que Francisco sea malo. ¡Cuánto cuesta despertar del sentimiento humano! Quien tiene dos dedos de frente ve a Francisco y en seguida se alarma, y empieza a pensar en el desastre que viene a la Iglesia, aunque todavía no se dé en la realidad. No hay que esperar a que Francisco destruya la Iglesia para darse caer de que es un Anti-Papa. Hay que despertar del negocio de los sentimientos en que Francisco ha jugado en la Iglesia con todo el mundo. Ha puesto cara de bueno para ganarse a los idiotas que lo siguen. Francisco es sólo un camaleón que ahora se pone de color de amor, mañana de color de paz, pasado de color de demonio, y así va su negocio en la Iglesia.

Francisco no es lo que dice ser: no es un Obispo que ama a la Iglesia. Es un lobo vestido de ropas sacerdotales para destruir la Iglesia en todas sus cosas. Ya destruyó el Papado. Ahora, se comenzará a destruir las demás verdades que la Iglesia tiene. Y todos tan contentos, porque ….como es el Papa…, como está en la Silla de Pedro…, no podemos juzgar al Papa…, ¿quién se atreve a juzgarlo?… Es tan buena persona… si parece un santo…¿qué mal hace en amar a los homosexuales, a los ateos, si todos somos hermanos?…La Iglesia es para todos los hombres…La Iglesia es como la quiere Francisco… La Iglesia es santa porque está Francisco…

La gente vive de sus sentimientos porque ama sus sentimientos. Pero no ama la Verdad, no puede obrar la Verdad porque están metidos en el mundo de sus emociones, de sus deseos humanos, de sus puntos de vista humanos, de sus caprichos humanos, de sus necedades humanas.

Y la Verdad sólo se consigue en la Cruz, obrando la Pasión de Jesús en el corazón. Sin la Cruz, sin el despojo de todo sentimiento humano, de todo pensamiento humano, de todo recuerdo humano, la Iglesia no tiene futuro, porque sólo es el negocio de unos idiotas que se han creído en la posesión de la verdad para imponer a todos lo que hay en sus negros corazones: su odio a la Iglesia, que Jesús fundó en Pedro.