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Es un deber juzgar al homosexual

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San Pablo habla de los hombres que “se han perdido en sus vanos razonamientos y sus mentes obtusas se han entenebrecido. Si bien se declaran sabios, se han vuelto necios” (Rm 1, 21-22), es decir, de los hombres que, poseídos por el demonio, viven sólo de sus pensamientos, de su vano pensar, meditar, sintetizar la vida con su mente humana.

Y así se han perdido, declarándose sabios en sus vidas. Y, por esta obcecación intelectual, viene su caída: ”Por eso Dios los ha abandonado a la impureza de los deseos de su corazón, hasta llegar a deshonrar entre ellos a sus propios cuerpos” (Rm 1, 24). Dios ha permitido su caída en el pecado de lujuria porque se han apoyado en su libre albedrío, que nace de su pensamiento humano, de su vivir en su pensamiento humano, y ya no pueden ser libres con la libertad del Espíritu, que da el Espíritu al corazón del hombre. Rechazan la libertad para ser esclavos de sus pasiones.

Y ¿cuáles es esa impureza de los deseos de su corazón? El mismo san Pablo los enumera:

“Por eso Dios los ha abandonado a las pasiones infames. En efecto, sus mujeres han cambiado las relaciones naturales en relaciones contra natura. Igualmente también los varones, abandonando la relación natural con la mujer, han ardido de deseo unos con otros, cometiendo actos ignominiosos varones con varones, recibiendo así en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como no consideraron que debían conocer a Dios adecuadamente, Dios los ha abandonado a su inteligencia depravada y ellos han cometido acciones indignas” (Rm 1, 26-28).Dios los ha abandonado a su inteligencia depravada. No son sabios, son depravados en su pensar, en su meditar, en su planear la vida.

«Y como ellos no tuvieron a bien tener de Dios cabal concimientos, los entregó Dios en manos de una mentalidad réproba» (Rm 1, 28). Dios ha entregado a los homosexuales a una vida condenada en su lujuria. Una vida aceptada por muchos y no quitada de en medio de la sociedad. Una vida aplaudida por muchos como buena, pero que encierra la condenación de muchas almas, no sólo de los homosexuales. Una vida para el infierno mientra se vive lo humano. Y Dios les da esta vida porque no han buscado el conocimientno verdadero que ofrece el Espíritu.

Y, entonces, San Pablo concluye que la vileza extrema no se da sólo en los que esas cosas hacen, sino en los que las permiten y aplauden como buenas:

“quienes, conociendo el justo decreto de Dios, que los que tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las cometen ellos, más aun dan aprobación a los que las hacen” (Rom 1, 32). No solamente caen en la depravación de la inteligencia los que viven en la homosexualidad, sino aquellos que aprueban esa vida homosexual en los demás. También son dignos de muerte, de esa vida réproba, los que no se oponen a ese vivir homosexual, los que hacen de la vida social un instrumento para que puedan vivir los homosexuales, los que hacen de la Iglesia un lugar para que los homosexuales, con su pecado, alaben a Dios.

San Pablo es muy claro en este tema y no deja lugar a dudas: «Por lo cual eres inexcusable, ¡oh hombre!… tú que juzgas; pues en lo que juzgas al otro, a ti mismo te condenas, ya que haces lo mismo que tú juzgas» (Rm 2, 1). Aquel que juzga que no hay que juzgar a los homosexuales, en eso se condena a sí mismo, porque está haciendo lo mismo que está en su juicio: vivir en esa vida réproba que dan los homosexuales en la sociedad. Porque el pecado se irradia allí donde se comete. Aceptar la vida réproba del homosexual es vivirla, aunque no se haga lo que hace el homosexual. Aceptar el pecado es rechazar la gracia.

San Pablo habla de la ideología de la homosexualidad, del lesbianismo, del sexo desarraigado de su verdad y llevado a los extremos de la maldad. Y ante esa ideología, ante ese pensamiento no se puede decir: no soy quién para juzgar al homosexual, que es lo que Francisco ha predicado al mundo y a la Iglesia. Y, que muchos, lo han apoyado diciendo: “Si estamos obligados a no juzgar a los demás tanto menos juzgaremos a un pontífice elegido, según los creyentes, por el Espíritu Santo” (Vittorio Mesori).

Este planteamiento es en contra del Evangelio, que dice que “pero aun cuando nosotros o un ángel bajado del cielo os anuncie un evangelio fuera del que hemos anunciado, se anatema” (Gal 1, 8).

Anatema es hacer un juicio, y un juicio de condenación. Luego es necesario juzgar. No vale apoyarse en el Evangelio para decir que no se puede juzgar, cuando el mismo Evangelio dice que hay que juzgar.

Hay que discernir espiritualmente las palabras de Dios en su Evangelio. Cuando el Señor dice: “no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, absolved y seréis absueltos, dad y se os dará” (Lc 6, 37), está hablando de las personas que juzgan sin discernir la verdad, sin ver la verdad. Personas que cogen su mente, sus ideas y de ellas sacan su juicio. Un juicio que puede ser verdadero o falso, pero que nace siempre de la actividad racional de la persona. Es fruto del propio pensar, de la propia medida que cada uno pone en su mente. Y, en este caso, no se puede juzgar, porque siempre hay un error de juicio.

Por tanto, decir que no se puede juzgar a un pontífice porque lo enseña el Evangelio es expresar una solemne tontería. Porque nadie juzga a Francisco acudiendo a las razones que tiene cada uno en su mente. Se juzga a Francisco por la Verdad que está en la Iglesia y que son dos cosas:

1. Ningún Papa tiene derecho a renunciar al Papado, como lo hizo Benedicto XVI. Es una verdad que viene del Evangelio y por la Tradición de la Iglesia. Es una verdad de 20 siglos de Iglesia.

2. Nadie, viviendo el Papa anterior, puede aceptar ser Papa de una elección en un Cónclave, porque el Papa elegido por Dios es hasta la muerte. Y hasta que no muera Benedicto XVI, lo que se elige es un Anti-Papa, no un Papa. Quien acepte el Papado viviendo el Papa anterior, nunca es el verdadero Papa, sino un Anti-Papa.

Por eso, decir que Francisco es elegido por el Espíritu Santo es decir una mentira, que va en contrade la verdad de la Iglesia. No va en contra de un pensamiento de los hombres, sino en contra de lo que el Evangelio dice sobre el Papado y en contra de lo que dice toda la Tradición de la Iglesia: siempre se ha elegido a un nuevo Papa cuando ha muerto el anterior elegido por Dios. Y los Anti-Papas en la Iglesia siempre han sido por aceptar una elección humana, no divina de los Cardenales.

Luego, si Francisco no es elegido por Dios, entonces se le puede juzgar y condenar cuando habla de los homosexuales. Ese juicio y condenación nacen de esas dos verdades que se dan en la Iglesia, no del pensamiento de los hombres. Francisco, al ser un Anti-Papa no tiene la Autoridad Divina, el Poder Divino que Dios da a un Papa verdadero. Y, por eso, se le puede juzgar y condenar. A Benedicto XVI se la da el juicio de su pecado hasta que lo quite, por haber hecho un pecado en contra de la Verdad de la Iglesia. Pero no se le puede condenar, no se le puede declararlo anatema, porque su pecado no suprime el Papado. Sin embargo, el pecado de Francisco sí suprime el Papado y, entonces, viene la condena, la justa condena.

Entonces, no se quiera engañar al Pueblo de Dios con palabritas hermosas que no tienen la Verdad de la Iglesia.

Nadie juzga a Francisco por el pensamiento humano, acudiendo a razones humanas, si nos gusta o no nos gusta, si es simpático a antipático, si viene del fin del mundo o de otra parte, si es amable o es un demonio, etc… Se juzga a Francisco porque ha ido en contra de la Verdad del Evangelio. Y, entonces, se acude al Evangelio para dar un juicio de condenación, válido para todas las almas, que no constituye pecado el hacer ese juicio, porque se hace en el Espíritu de Dios:

“aun cuando nosotros… os anunciemos un evangelio fuera del que hemos anunciado, se anatema”

Este anatema es un juicio hecho en el discernimiento de la Verdad. Discernir es Ver la Verdad. Discernir no es poner razones en pro ni en contra. Es ver la verdad de los hechos. Y sobre esa verdad, se hace el juicio.

El problema de muchos es que niegan que exista esta verdad, la Verdad. Y, entonces, cogen la frase del Evangelio que les conviene: “no juzguéis”. Y se apoyan en esa frase, porque no saben ir a la Verdad, no luchan por la Verdad, sus vidas no es para conquistar la Verdad, sino para perseguir sus verdades y que todo el mundo también piense como ellos y haga como ellos.

Y, cuando San Pablo dice que aquellos que no se oponen a la ideología de la homosexualidad son peores que los homosexuales, están haciendo un juicio, una condena muy fuerte.

Y ninguna autoridad terrenal ni espiritual ni religiosa puede obligar a censurar, a cerrar los ojos ante esa maldad y hacer como si nada pasara. Si queremos ser fieles al Evangelio, a la Palabra de Dios, no podemos tener una actitud pusilánime e ignorar lo que dice San Pablo. Y, por tanto, no se puede decir que a Francisco no se le puede juzgar por haber dicho eso de los homosexuales, porque eso va en contra de la misma sagrada Escritura, que enseña a decir la Verdad.

Y decir la Verdad no es juzgar a las personas. Y decirle a un homosexual que vive su pecado de lujuria no es juzgarlo, sino declarar su verdad. Y, cuando se declara, entonces viene el juicio sobre la persona homosexual. Que es lo que debe hacer todo sacerdote que se precie en el Sacerdocio, que tenga vida espiritual: juzgar al homosexual, porque tiene ese poder en su sacerdocio. Poder que no tienen las demás almas que no son sacerdotes, pero que reciben del sacerdote ese juicio que es verdadero y, por eso, apoyados en ese juicio del sacerdote, las demás almas también juzgan a los homosexuales.

Y Francisco cuando proclama que no puede juzgar a los homosexuales proclama dos cosas:

1. Que él, como sacerdote, no juzga a nadie. Y, por lo tanto, no es sacerdote, sino un hombre vestido de sacerdote.

2. Que él como sacerdote y como hombre aprueba la conducta del homosexual y, entonces, se opone en contra de la Palabra de Dios que dice:”son dignos de muerte… a los que aprueban a los que las llevan a cabo”. Hay que defender la vida de los homosexuales porque también buscan a Dios, también tienen intenciones buenas, también son buenas personas. Y san Pablo es mu claro: la vida de los homosexuales está entregada en manos de una mentalidad réproba, un pensamiento que lleva a la condenación, que no lleva a buscar a Dios, a hacer cosas buenas, a tener buenas intenciones.

San Pablo condena a quien no condena a los homosexuales. Está haciendo un juicio de condenación. Entonces, aquí no se está para limpiar las babas de Francisco y decir que no pasa nada, que Francisco no ha dicho nada, que la vida sigue, que es una forma de hablar, que todos estemos contentos porque Francisco tiene mucha vida espiritual y es una persona de gran fe.

Una persona de gran fe, de vida espiritual, un sacerdote, un Obispo, condena a los homosexuales. Y punto. Una persona sin vida espiritual, un sacerdote, un Obispo que se cree Dios, como Francisco, entonces dice: no soy quién para juzgar.

Los hijos de Dios son los que piensan como piensa Dios y obran como obra Dios. Dios ha dado su Espíritu de Filiación en el Bautismo para juzgar, para condenar. Y lo puede hacer toda alma que sepa discernir la Verdad. Porque la Iglesia se funda en la Verdad, no en los pensamientos de los hombres, por más que se llamen Papa.

La Iglesia es la Obra del Espíritu y aquel que quiera hacer Iglesia tiene que seguir al Espíritu de la Verdad, que le enseña qué es la Verdad y cómo no poner una excusa para seguir en la mentira, para obrar la mentira, para predicar la mentira.

¡Cúantos hay escribiendo cosas sobre Francisco y no dan la Verdad de Francisco!. Y quieren que todos seamos así, por una conveniencia política, para parecer políticamente correctos con lo que ahora pasa en la Iglesia, para no desentonar con los demás sacerdotes de la Iglesia y con los demás Obispos de la Iglesia, que callan las barbaridades de Francisco por conveniencia, por necedad, por soberbia, por orgullo de la vida. Hay que ser como ellos: hay que callar, porque… como es el Papa que Dios ha elegido…, entonces él tiene el Espíritu. Lo demás a aguantarse, a callarse, porque no tienen el Espíritu. Un sacerdote que critica a Francisco no tiene vida espiritual. Es mejor que deje de escribir porque está haciendo daño. Así se piensa. Así se cae en el error. Y el daño está en acoger la mentira rechazando la Verdad. Nunca la Verdad daña, porque purifica los corazones y hace ver dónde está la maldad. Pero la mentira embrutece más, ciega más, oscurece hasta el aturdimiento de los sentidos espirituales. ¿Quién se atreverá a hacer callar al Espíritu de la Verdad? ¿El dulce pensamiento de los ignorantes que quieren cerrar sus mentes al vacío de la mentira? ¿La carcajada de los necios que pone su boca para aullar el engaño? ¿El malestar de los ignorantes que no quieren problemas en sus vidas porque están acomodados a su lujuria?

En el mundo se ha propagado una visión sexual aberrante, arrogante, prepotente de la sexualidad. Y esa visión se ha convertido en una insidia, en una asechanza, en un engaño que tiene como fin hacer daño a la vida espiritual de las personas y a sus vidas humanas. Es un ataque en contra de la dignidad de la persona humana. Un ataque que va a destruir la esencia de la persona, que es su sexualidad. La persona humana es su sexualidad.

Declararse homosexual o lesbiana es declararse no persona humana. Porque la persona humana es como es su sexo. Sin su sexo, cambiándose el sexo o usando el sexo para otros fines en contra de la naturaleza humana, entonces la persona se anula en esa vida homosexual o de lesbianismo. Porque el sexo del varón es para la mujer, y el sexo de la mujer es para el varón. Y proclamar una ideología para ondear la bandera de la destrucción de la persona humana es decir que nadie tiene derecho a juzgar al homosexual o a la lesbiana, porque han decidido vivir así. Esa insidia va en contra de cualquier pensamiento humano que quiera juzgarlos como son. Es antes su derecho, su libertad a ser como son, aunque destruyan su ser, su personalidad humana, que lo que los demás piensen sobre eso. Y aunque ese pensamiento venga de la misma Palabra de Dios, que dice: los ha hecho varón y hembra, no se puede juzgarlos porque quien los juzga los margina cultural y socialmente. Así es como piensa Francisco y como piensan muchos como él

Y, claro, lo que persigue Francisco, es no caer en esta marginación cultural y social por el pecado de lujuria del homosexual, por su vida depravada que llevan. Y, entonces, es necesario ir en contra de toda la Palabra de Dios para admitir su pecado de lujuria, para aplaudir su pecado de lujuria, y para crear un puesto y un lugar para ellos en la sociedad y en la Iglesia.

Francisco, al no juzgar a los homosexuales, él mismo se condena al aceptar el error de la ideología homosexual. Porque no lucha en contra de los homosexuales, tampoco lucha por la Verdad en la Iglesia, que cierra las puertas de la Iglesia a los homosexuales y lesbianas, hasta que no quiten su maldito pecado.

Pero, para Francisco, no existe el pecado. Sólo existe la marginación social, la marginación cultural. Y eso es por lo que él lucha en la Iglesia.

Por eso, en las últimas homilías habla sobre el racismo: no hay que ir en contra de los judíos, etc. Es por esta razón. No hay que juzgar a los judíos, no hay que juzgar a nadie. Hay que someterse al pensamiento de los judíos. Eso es lo que conviene políticamente ahora mismo. Y, por eso, hay que callar, y no juzgar, y no condenar. Es lo que enseña Francisco a la Iglesia. Y eso que enseña va en contra de la Palabra de Dios y, por tanto, hay que declararlo anatema.

Hoy día aquel que no acepta la homosexualidad es declarado homofóbico, es decir, tiene miedo del hombre, de los cambios en las vidas de los hombres, de la novedad que trae el progreso de los hombres. Se opone a los hombres y a su sabiduría humana, se opone a la ciencia y a lo que puede hacer la ciencia para cambiar los sexos, se opone a todo. Y, por tanto, se le juzga homofóbico. Palabra sin sentido, porque el que teme a Dios no teme a los hombres, y da a cada hombre lo que se merece.

Y a los homosexuales hay que darles la Justicia de Dios porque son ellos los que la han buscado. No hay darles la Misericordia de Dios, un dulcecito para tenerlos contentos. Tienen que contemplar su maldito pecado. Tienen que llamar a su maldito pecado con el nombre de pecado. Tienen que luchar contra el demonio para derribar lo que el demonio ha construido en ellos. Tienen que someterse a una vida de oración y de penitencia para hacer que su maldita lujuria sea sofocada por el amor de Dios. Tienen que purificar su corazón de las oscuridades que su maldito pecado ha creado en ellos. Y tienen que pasar todo un purgatorio antes de llegar al Cielo.

¿Qué se creen los hombres que es una persona homosexual? Es la posesión de Satanás en su sexo para transformarlo en un demonio encarnado.