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Medjugorje: gracia extraordinaria para toda la Iglesia.
«Medjugorje, continuación de Fátima, con el mismo llamado a la paz, a la conversión de corazón, a la vida de Gracia» (La Virgen a un alma escogida).
Muy pocos católicos creen en esta verdad, porque han dejado de creer en Fátima. Fátima pertenece al pasado. Ahora, es necesario construir un futuro con un lenguaje nuevo, adaptado a la moda de los hombres, a sus culturas. Por eso, muchos no creen en la Virgen María, en su obra en el mundo, en su misión divina.
Si la Virgen se aparece en tantos lugares del mundo es que está anunciando la segunda Venida de Su Hijo en Gloria.
Pero, no creen en esto. Sólo creen que esa segunda venida es para el juicio final. Si no han comprendido lo que pasó en el Paraíso, tampoco comprenden el Apocalipsis, que les habla claramente del Milenio.
Y no ven las apariciones de la Virgen como «medios para vuestra verdadera conversión y salvación» (Ib): no hay reino glorioso si el pecado reina en los corazones como señor. Hay que buscar la verdadera conversión, aquello que pone en camino de salvación al hombre entero, no sólo a su alma. Y, entonces, las apariciones son sólo impedimentos para construir el paraíso en la tierra. Están todos dando vueltas a lo que hay en sus grandes inteligencias humanas, y han quedado embrutecidos en su sabiduría:
«… hay algunos que siempre necesitan novedades en la identidad cristiana y olvidan que han sido elegidos, ungidos”, que “tienen la garantía del Espíritu” y que “buscan: ¿dónde están los videntes, qué nos dice hoy la carta que la Virgen les enviará a las cuatro de la tarde? – Por ejemplo ¿no? Y viven de esto. Esta no es identidad cristiana. La última palabra de Dios se llama ‘Jesús’ y nada más».
Hay muchos que ponen su mente en el cubo de la basura y se pasan el día repitiendo las necedades y estupideces de Bergoglio. Necesitan esas palabras -tan vacías de verdad, tan llenas de mentira- porque viven buscando las fábulas en sus vidas.
¡Muchos viven del cuento! ¡Y Bergoglio es el mejor cuentista de la historia! En la Iglesia ya ha comenzado el negocio que traen las fábulas de Bergoglio!
La última palabra de Dios se llama la Virgen María. Y nada más y nada menos.
«¡Qué hermosa eres, Amada Mía, qué hermosa eres!… Cintillo de grana son tus labios, y tu hablar es suave… Eres toda hermosa… y no hay en ti defecto alguno… eres jardín cercado, fuente sellada… fuente que mana a borbotones, fuente de aguas vivas» (Ct 4, 1a.3a.7.12b.15a).
La última palabra es la que es Fuente de aguas vivas, la que da las inteligencias del Espíritu a todos los hombres, la que ofrece al hombre la clave de los Misterios de Dios.
Sabiduría Divina es la Virgen María. Y un hombre se hace sabio porque acepta las palabras de la Virgen María en sus apariciones. Un hombre se vuelve un loco porque desprecia a la que es toda hermosa, a la que no tiene pecado ninguno, a la que no cae en ningún error en su mente.
Bergoglio es sólo un idiota porque no cree en las apariciones.
Nadie tiene la garantía del Espíritu, porque todos somos siervos inútiles del Señor, que no merecen nada por haber sido elegidos. Nadie tiene el derecho de arrogarse el Espíritu del Señor porque es sólo del Señor, no de ninguna Jerarquía.
Y el Espíritu sopla donde quiere: «todo el que nace del Espíritu» (Jn 3, 8) no está sujeto, no vive de ningún pensamiento humano. El Espíritu lleva a las cosas espirituales, a buscar la acción de Dios en los corazones humildes. Aquel que busque al hombre porque sólo está vestido de sacerdote o porque sólo cumple un oficio en la Iglesia, no es del Espíritu, no tiene el Espíritu. Dios se esconde a los grandes del mundo y de la Iglesia: a esos que dicen que tienen la garantía del Espíritu. Dios sólo hace maravillas con los que son nada: «¡Hermanos, empecemos de nuevo, porque hasta ahora no hemos hecho nada!» (San Francisco de Asís).
Que ningún insensato loco se atreva a maldecir a la Virgen María, porque la Iglesia vive de esto: de las palabras de la Virgen María. Esta es la identidad de la Iglesia Católica, le guste o no le guste al loco de Bergoglio. Lo entienda o no lo entienda.
La Iglesia ha silenciado a la Madre de Dios en Fátima: ahora, que sufra con las palabras malditas de Bergoglio. Ahí tenéis lo que habéis buscado. Habéis despreciado las palabras de sabiduría divina de la Virgen María, arrastraos -todo el maldito día- para alimentaros de las palabras babosas y blasfemas de un loco de atar, que ni siquiera tiene sabiduría humana. Es más bruto que los brutos.
¡No se juega con la Virgen María! Se la respeta y se la obedece por encima de todas las cosas. Hay que hacer caso antes a la Madre de Dios que a la Jerarquía de la Iglesia.
«Estos son tiempos difíciles para la Iglesia, en donde todo lo que os anuncié se cumple, pues muy despreciada por los hombres he sido, y hoy en día se cuestiona y se pone en juicio Mis Apariciones y Mi Santuario Mariano en Medjugorje» (La Virgen a un alma escogida).
¡No hay más tiempo! ¡Se están cumpliendo lo anunciado en las profecías! Y, por eso, es necesario negar toda aparición mariana.
«Serán silenciados todos los videntes auténticos y mensajeros de Dios, y se escucharán los falsos profetas y falsos testigos, que hablan de parte del Enemigo y se levantan contra Dios, contradiciendo Su Ley y Sus Manifestaciones Divinas» (Ib).
Ya lo hicieron con Sor Lucía de Fátima, con las niñas de Garabandal, lo están haciendo con las videntes de Medjugorje, han suprimido Akita, se han olvidado de La Salette, se burlan de Guadalupe, en el Escorial lanzaron una ofensiva política contra todos, y ninguna Jerarquía cree en nada. Cada vez que oyen hablar de mensajes comienzan a despotricar por sus bocas.
«Ha llegado el tiempo profetizado, y de tanto dolor en Mi Corazón como Madre de la Iglesia: ROMA PERDERÁ LA FE, y será consumida en llamas para acabar con su pecado, purificándola de todas sus iniquidades e inmundicias, porque se prostituyó y profanó el Lugar que era tan Sagrado para Dios» (Ib).
Es el tiempo de que Roma pierda la fe. Ya ha llegado. Es el tiempo, profetizado en Fátima, de que en Roma habría dos papas: uno, el verdadero, al cual lo tienen prisionero; otro, un impostor, que prepara a la Iglesia para ser la prostituta del Anticristo.
Es el tiempo de los profetas: ¡ay de aquel que no siga el Espíritu de la profecía! Se va a perder en sus tradiciones, en sus liturgias, en su forma de comprender el magisterio de la Iglesia. Es la mediocridad de muchos: quieren defender la tradición obedeciendo a un falso papa. Al final, van a vomitar la tradición para quedarse con la mente de un pervertido.
Es el «tiempo de confusión para los tibios y los mediocres, pero no para los Verdaderos Hijos de Dios: nada los detendrá ni confundirán vuestros espíritus, impregnados de la Verdad de Dios, de Su Ley y su Verdadera Doctrina» (ib).
Hoy, como ayer, nadie cree en los profetas. Porque así es el hombre: ha nacido incrédulo, por el pecado original, y a pesar de haber recibido la fe, es como Santo Tomás: si no veo, no creo. Si no veo a Roma en llamas, no creo. Si no veo que en el Sínodo sacan una ley en contra de la ley de Dios, no creo. Si no veo cambios en la liturgia, no creo.
¡Es el tarugo mental que tienen tantos católicos llenos de teologías y filosofías!
Sus formas de pensamiento les conducen a la mayor ceguera de todas: no saben discernir los signos de los tiempos. No saben dar el paso en su mente: estamos viviendo el inicio de la Segunda Venida de Jesucristo.
Para que venga Cristo a reinar sobre la tierra, es necesario primero un gran castigo sobre la Iglesia y sobre el mundo. Los secretos de Medjugorje hablan sobre eso. Pero, como no son conocidos por la Jerarquía, entonces hay que silenciar Medjugorje. No pueden actuar como lo hicieron con Sor Lucía: no pueden presentar un mensaje adulterado. Hay que hacer callar a esos videntes o quitarlos de en medio.
«El Ángel del Señor, con la flecha de fuego para herir a Roma, la Ciudad Santa, sólo aguarda la voz potente del que está sentado en el Trono Divino y gobierna todo» (ib).
El castigo es inminente. Castigo de fuego. Castigo para purificar la Iglesia de tanto pecado como hay en toda la Jerarquía. Se lo merecen. ¡Muchos se merecen el infierno! ¡Viven como auténticos demonios encarnados!
Nadie cree en este castigo divino, sino que todos andan buscando cómo salvar el planeta del sobrecalentamiento global, que sólo existe en sus imaginaciones. Y así andan castigando a todo aquel que no se someta a su gran barbaridad intelectual, al gran insulto para la inteligencia humana que es Laudato Si.
Medjugorje es una gracia extraordinaria para toda la Iglesia:
«Todo el que recibe una gracia extraordinaria debe hacerla fructificar a favor de la Iglesia. Prueba de ello es que los videntes han dicho, a propósito de algunos secretos, que cuando éstos sean revelados, para muchos será ya tarde. Esto significa que la atención está puesta sobre nuestra participación en la acción divina en nosotros, incluida la que se manifiesta en Medjugorje de modo tan extraordinario». (P. Tomislav – Veinticinco años con María).
Quien no acoge la acción de Dios, que se manifiesta de modo ordinario en su vida y de modo extraordinario en Medjugorje (y en otras apariciones marianas), será tarde para él: no podrá encontrar un camino de salvación para su alma.
¡Así está de dura la vida eclesial!
¡Ya no puedes confiar en lo que dice la Iglesia oficial! ¡Roma ha perdido la fe!
¡Es el tiempo de los secretos de Medjugorje! Pero, para que sean revelados, antes hay que silenciar a Medjugorje.
Los videntes han hecho fructificar el don que han recibido. Y muchas personas, a su alrededor, también han participado de esa obra divina en los videntes. Pero, muchos otros, dentro de la Iglesia se han dedicado a no creer: a atacar y a destruir a la Madre de Dios. Y aquel que no sabe discernir dónde está la Virgen María, no puede encontrar nunca a Jesús. Y, menos, sabrá edificar la Iglesia sobre la roca de la verdad. Sólo sabe levantar una iglesia apoyada sólo en el lenguaje humano.
Si la Jerarquía, y los miembros de la Iglesia, hubieran hecho caso a la Virgen María, fuente de aguas vivas, habrían entendido todas las cosas de este tiempo del Anticristo, que es el que se opone a Cristo.
Pero, como han despreciado a la Virgen, también han despreciado a Cristo, y están demostrando su amor al Anticristo: están levantando una iglesia para el Anticristo.
«Pedid por el clero que es impostor, por los judas de estos tiempos que traicionan al Hijo, entregando y traicionando a Su Iglesia.
Dentro de la misma Iglesia se está tramando la Traición de la Misma: el beso de Judas, uno de entre los amigos íntimos del Hijo.
Porque el instante ya está con vosotros, mis hijitos, en que manipularán la Ley de Dios y sus Mandatos Divinos. El hombre malo se hará más malo, y el bueno será más bueno por la Gracia de Dios; y será más piadoso y santo, para ser luz en medio de las tinieblas, que ya van cubriendo la tierra y la Iglesia de Mi Hijo» (La Virgen a un alma escogida).
El clero es impostor; son judas que van tras la bolsa de dinero; se presentan con una sonrisa en la boca para terminar dando una patada en el trasero a todo aquel que no se someta a las locuras de Bergoglio.
La Virgen María reveló, desde las primeras semanas de sus apariciones, el sentido espiritual profundo de su extraordinaria presencia en Medjugorje:
«Se está desarrollando un gran combate entre mi Hijo y Satanás. Lo que está en juego son las almas de los hombres» (02.08.1981).
La Virgen recuerda lo que está en las Sagradas Escrituras: Ella es la Mujer vestida de sol, que lucha contra el Dragón que se abalanza contra la Mujer que ha dado a luz a un Hijo Varón.
Están en juego las almas, no los estómagos de los pobres. Peligra la salvación de las almas, no la salvación del planeta para conseguir un paraíso en la tierra. Muchos ya no creen en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro, sino que han puesto su esperanza en su comunismo y en su idea masónica del Universo.
Quieren hacer de Medjugorje sólo un lugar de oración, pero no de Aparición. Y Medjugorje no es un lugar de devociones piadosas, sino que es el lugar elegido por la Virgen María para un gran combate espiritual.
«Satanás está rabioso con los que ayunan y se convierten» (15.08.1983).
Luego, Satanás está contento con Bergoglio que no quiere proselitismos: quiere que todo el mundo permanezca en su pecado y dé culto a sus dioses.
En toda aparición mariana hay combate espiritual. Es la primera señal de la Presencia de Dios.
«Os invito a todos de una manera especial a la oración y a la renuncia, porque ahora como nunca antes, Satanás quiere mostrar al mundo su rostro infame con el que arrastrar al mayor número de gente posible por el camino de la muerte y del pecado. Por esto, queridos hijos, ayudad a mi Corazón Inmaculado a triunfar en un mundo de pecado» (25.09.1991).
En Fátima, la Virgen enseñó a los niños el infierno, para salir del pecado. En Medjugorje, la Virgen sigue haciendo lo mismo: enseña a quitar el pecado.
Medjugorje renueva el mensaje de Fátima, porque ninguna Aparición de la Virgen es para dar algo nuevo que nunca se ha revelado. Sino que es para que la mirada del hombre sea capaz de percibir lo que ha sido revelado, pero que el hombre, por su gran soberbia, por su obstinado orgullo, por su clara lujuria de la vida, no ve ni puede ver, aunque tenga todos los conocimientos filosóficos y teológicos acumulados.
Toda la Jerarquía que gobierna la Iglesia vive en sus pecados, en su mundo de pecado. Y lo saben. Tienen los caminos para quitar el pecado y no los siguen. Entonces, la consecuencia es lógica: acallemos unos mensajes que hablan de la oración, del ayuno, de la renuncia para que el hombre quite sus pecados. Si no son capaces de seguir el catecismo de la Iglesia, que les enseña a luchar contra el pecado, menos son capaces de seguir las palabras de la Virgen que les enseña lo mismo.
«No dudéis en recibir el mensaje, que es mensaje del Cielo, si se os llama a la oración, a la penitencia, al ayuno y las obras de piedad. No temáis recibir con gratitud ese mensaje porque son medios para vuestra verdadera conversión y salvación» (La Virgen a un alma escogida).
El hombre no sabe ver el mundo espiritual: no sabe convertirse al mundo de Dios. Sólo sabe vivir su mundo humano, su mundo racional, que es totalmente limitado, oscuro. Y, por eso, la Virgen se aparece para mostrárselo al hombre como es.
Muchos desprecian las apariciones porque no han comprendido el camino espiritual de la Iglesia. Se han quedado en el camino humano: lo que los hombres, la Jerarquía, dice o no dice. Y no salen de esas medidas humanas, porque tampoco saben obedecer a la Jerarquía. Siempre caen en el falso respeto y en la falsa obediencia a una Jerarquía que ha perdido la fe, que cuando habla sólo le interesa poner de relieve el temor de las revelaciones privadas para la vida eclesial.
Así son muchísimos católicos: tienen miedo de enfrentarse a una aparición de la Virgen, porque no quieren salirse de sus medidas humanas. Están tan metidos en su mente, en sus ideas, en sus malabarismos intelectuales, que ven extraño que Dios hable o que la Virgen se aparezca en algún lugar para repetir lo que ya saben.
Viven en su sueño de que ellos son mejores que muchos católicos que van buscando, aquí y allá, mensajes para su vida espiritual. Ellos, con sus dogmas, con sus tradiciones, con sus santos, acaban haciéndose unos sepulcros blanqueados. Y sólo saben criticar a todo aquel que cree en una revelación privada. Sólo saben llenarse la boca de desprecios a la Virgen, anulando sus apariciones, para después hablar con orgullo, con palabras medidas sobre las excelencias de la Virgen.
Si la Virgen se aparece en Medjugorje, ¿quién es el hombre para negar esta verdad? ¿Quién puede comprender los designios de Dios?
«Queridos hijos, hoy, como nunca antes, os invito a la oración… Satanás es fuerte y desea destruir no sólo la vida humana, sino también la naturaleza y el planeta en el que vivís. Por esto, queridos hijos, orad para estar protegidos a través de la oración con la bendición de la paz de Dios. Dios me ha enviado a vosotros para ayudaros. Si queréis, coged el Rosario, ya sólo el Rosario puede hacer milagros en vuestra vida» (25.01.1991).
Sólo es el Rosario el que hace milagros: la oración a la Virgen María. Lo demás, no sirve para levantar este mundo lleno de pecado.
Quien sostiene a la Iglesia es el Rosario. No es la Jerarquía que obedece a un falso papa: ellos están destruyendo a la Iglesia.
Sólo los humildes de corazón saben luchar contra satanás para que las puertas del infierno no prevalezcan contra la Iglesia.
La gente humilde, con el Rosario en la mano y en el corazón, es la que edifica la Iglesia, la que levanta la Iglesia y la lleva a donde Dios la quiere.
Los demás, están perdidos en su falsa sabiduría humana. No acuden a la Fuente de aguas vivas, que es la Virgen María en todas sus apariciones.
¡Todos tienen miedo de defender las apariciones marianas! ¡Todos se apuntan al carro del relativismo!
Dios quiere realizar por medio de la Virgen María un gran plan de gracia para salvar las almas del objetivo central que tiene Satanás:
«Yo estoy con vosotros también en estos días inquietos, en los que Satanás quiere destruir todo lo que yo y mi Hijo estamos construyendo… Satanás quiere destruir todo lo que hay de santo en vosotros y en vuestro entorno. Por esto, hijitos, orad, orad, orad…» (25.09.1992).
Porque «no es nuestra lucha contra la carne y la sangre,… sino contra los espíritus que se mueven en los aires» (Ef 6, 12), que quieren destruir todo el planeta, no sólo las almas.
Y, para vencer en esa lucha, la Virgen María dictó a Jelena cómo vestirse de la armadura de Dios:
1. Renunciad a todas las pasiones y deseos desordenados. Evitad la televisión, sobretodo las transmisiones nocivas. Los deportes excesivos, el placer excesivo de la comida y las bebidas, el alcohol, el tabaco.
2. Abandonaos a Dios sin reservas.
3. Desterrad definitivamente cualquier tipo de angustia. No hay lugar para la angustia en el corazón de quien se abandona a Dios. Las dificultades subsistirán, pero servirán para el crecimiento espiritual y darán gloria a Dios.
4. Amad a vuestros adversarios. Desterrad el odio del corazón, la amargura, los juicios, los prejuicios. Orad por vuestros adversarios e invocad la bendición divina sobre ellos.
5. Ayunad a pan y agua dos veces por semana. Reuníos en grupo al menos una vez a la semana.
6. Consagrad a la oración al menos tres horas cada día, de las cuales al menos media hora por la mañana y media hora por la tarde. En este tiempo de oración están incluidos la Santa Misa y el Rosario. Reservaos momentos de oración a lo largo del día y recibid la Santa Comunión siempre que os sea posible. Orad con gran recogimiento. No miréis continuamente el reloj, más bien dejaos guiar por la gracia de Dios. No os preocupéis demasiado de las cosas de este mundo, confiando todo, en la oración, a nuestro Padre celestial. Cuando uno está demasiado preocupado, no puede rezar porque falta la serenidad interior.Dios contribuirá a conducir a buen fin las cosas terrenas, cuando uno se esfuerza por abrirse a las cosas de Dios. Aquellos que van a la escuela o al trabajo deben rezar media hora por la mañana y media hora por la tarde y participar, si es posible, en la Eucaristía. Es necesario extender el Espíritu de oración al trabajo cotidiano, es decir, acompañar el trabajo con la oración.
7. Sed prudentes, porque el demonio tienta a todos aquellos que han decidido consagrarse a Dios y sobretodo a ellos. Les sugerirá que rezan demasiado, que ayunan demasiado; que deben ser como los otros jóvenes y buscar los placeres. ¡No deben escucharlo ni obedecerle! Deben prestar atención a la voz de la Virgen. Cuando su fe se haya consolidado, el demonio ya no conseguirá seducirlos.
8. Orad mucho por el obispo y por los responsables de la Iglesia. No menos de la mitad de sus oraciones y de sus sacrificios deben consagrarse a esta intención. («Messagi e pedagogia di Maria a Medjugorje» de R. Laurentin – R. Lejeune)
Las reglas que la Virgen María dictó a los jóvenes del grupo, ¿no están totalmente de acuerdo con la doctrina de Cristo y con el magisterio de la Iglesia? Entonces, ¿por qué dicen que estas apariciones son falsas? ¿En qué se fundamentan?
Todo el problema es éste: han dejado de creer en la Palabra de Dios. Sólo creen en sus palabras humanas, que las hacen oficiales. Oficializan su incredulidad
«…muchos oran, pero poquísimos entran en la oración» (La Virgen a Jelena). Muchos católicos están toda su oración en el run-run de su mente humana, dando vueltas a sus ideas magníficas, creyendo que oran cuando sólo están hablando consigo mismo. Y están así sólo por una cosa, que es la primera regla del grupo: «Renunciad a todas las pasiones y deseos desordenados». No han renunciado a sus pasiones y a sus grandes apegos humanos.
Quien se entrega al pecado, no puede entrar en la oración. Sólo el que renuncia a los pecados, el que los arranca de su alma, tiene la capacidad de entrar en la Presencia de Dios.
Toda esa Jerarquía que quiere negar Medjugorje es gente que no reza, porque vive muy a gusto en sus grandísimos pecados de herejía, de apostasía de la fe y de cisma.
Medjugorje es una gracia extraordinaria para la Iglesia que la misma Iglesia ha despreciado. Gracia que no puede fructificar allí donde no hay fe.
Si Fátima abría a la Iglesia el camino hacia el Reino Glorioso de Cristo, Medjugorje lo descubre en su plenitud.
«Todo lo que se oponga a la Cruz y al sufrir con Cristo, no es de Dios, viene del príncipe de las mentiras.
Toda enseñanza contraria al Evangelio que les predicó Mi Hijo, y os dejó en herencia y por medio del testimonio de los primeros Apóstoles, que sea cambiado o manipulado, viene del Enemigo, el diablo, y debéis negaos a consentir todo error, toda herejía que contradiga la Palabra Divina. No provoquéis al Santo de Dios, para que no os veáis atribulados por ver el Juicio Divino sobre vosotros, que consentís el pecado» (La Virgen a un alma escogida).
Combatan a toda esa jerarquía que combate las apariciones de la Madre de Dios. Ellos no son de la Virgen, aunque tengan en sus bocas el nombre de Ella. Lo toman en vano, para su gran negocio en la Iglesia.
Es tiempo para que los videntes de Medjugorje dejen de predicar que Bergolio es papa y defiendan la gracia extraordinaria que la Virgen les ha dado. Si no lo hacen, comprometen la misma aparición. Es la Cruz, la vida crucificada lo que da la fuerza para esto:
«La Cruz será un signo de esperanza y salvación para muchos, que se verán obligados y limitados a mantener viva esta devoción a Mis Apariciones, en ese lugar de Medjugorje» (La Virgen a un alma escogida).
El Anticristo maneja los hilos de la Iglesia y de los gobiernos del mundo
«antes de instaurar el Nuevo Orden Mundial, que es político, se deberá instaurar la Única Religión Mundial» (Conchiglia)
Hay muchas personas a quienes no les gusta Bergoglio. Esto es, cada día, más evidente. No se puede esconder. No se puede disimular ya. Ni siquiera los que lo siguen se encuentran a gusto con él, porque no les da lo que ellos quieren: una iglesia sin cruz, sin doctrina, sin sacramentos, sin Cristo.
Es necesario ir a la única Religión mundial. Pero no se puede ir si no se acaba con la Iglesia Católica. Hay que meter en la Iglesia Católica la división en la doctrina. Esto es lo que Bergoglio no ha podido hacer todavía. No le han dejado porque él sólo es un hombre que habla su vida de pecado, pero que no sabe poner en una ley, en una norma, esa vida.
Bergoglio es el falso profeta, pero no es la persona del Falso Profeta: no está en la iglesia del anticristo. Está, a penas, levantando su nueva estructura de iglesia. Ya ha puesto su primera división: el gobierno horizontal; pero le falta lo más importante: la doctrina.
Bergoglio es un hombre que no convierte a nadie, porque es un hombre que busca el ecumenismo sin la cruz.
«los creyentes en Cristo no pueden permanecer divididos. Si quieren combatir verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el Misterio de la Redención, deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. ¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida; pensando que la Cruz no pueda abrir ni perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese» (Juan Pablo II – Ut unum sint, n.1).
No hay división si hay fe en la verdad sobre la Cruz. Si los hombres no creen en la Cruz, no sólo como un hecho histórico, sino también real, eterno, que permanece y se realiza en cada Altar, entonces los hombres nunca podrán unirse en Cristo.
Cristo une en Su Cruz: ahí está toda la Vida de la Iglesia. La Cruz es el Camino hacia la Verdad de la Vida Divina. A los pies de la Cruz permaneció la Virgen y el discípulo amado. Los demás huyeron en la gran división de sus mentes humanas. El hombre no tiene otro camino, otra esperanza: el mundo hay que llevarlo a la Cruz. Hay que crucificar al hombre viejo para que renazca el nuevo.
No se puede ir al mundo sin la Cruz de Cristo, sin el mensaje que ésta representa: oración y penitencia. ¡Conversión!
«la unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a otras. Es una unidad constituida por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica». (Juan Pablo II – Ut unum sint, n.9).
Fe católica, sacramentos y jerarquía: esta es la unidad que pide el Espíritu a Su Iglesia.
Y esto es, precisamente, lo que no se ve por ninguna parte.
Hombres que se pasan la vida repensando la antropología y la moral: «Hace años que tendría que ser posible que se ordenen tanto hombres como mujeres, tanto célibes como casados» (Juan Masía, sj).
Cardenales que han perdido el juicio: «leer con respeto los textos de Lutero y sacar provecho de sus ideas» (Cardenal Marx).
Obispos que han perdido el temor de Dios y la verdad de la Iglesia: «No podemos vivir en una Iglesia con doscientos años de retraso» (Obispo Nicolás Castellanos).
La Jerarquía va buscando una religión mundial. Por eso, es necesario presentar al mundo un nuevo Cristo, un nuevo concepto del cristianismo, una nueva doctrina basada -en todo- en el lenguaje humano, en sus formas, no en la verdad.
Hay que llevar a Cristo al pueblo, a encontrarse con los hombres:
«Pongamos ante los ojos de la mente el icono de María Madre que va con el Niño Jesús en brazos. Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su pueblo» (2 de febrero del 2015).
Esta es toda la espiritualidad de Bergoglio: los hombres, el pueblo, la humanidad, sus problemas, sus vidas.
Bergoglio nunca puede predicar la verdad del Evangelio: hay que sumergir al hombre en la muerte de Cristo.
«Con Él hemos sido sepultados por el Bautismo para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6, 4).
La Virgen María no lleva a Su Hijo para encontrarse con su pueblo. Lo lleva para presentarlo al Señor: Ella debía cumplir los deberes que como primogénito le imponía la Ley (Ex 13, 2s: “todo varón primogénito sea consagrado al Señor”) y la purificación de la Madre, prescrita en el Levítico (12, 1 s: “un par de tórtolas o dos pichones”). Pero más allá de estas ceremonias legales, la Virgen lleva a Su Hijo al Templo para que se revele la Verdad a los hombres.
La Presentación del Niño en el Templo es la segunda manifestación de Jesús. La primera a los pastores, humildes y sencillos. Jesús viene por estas almas, que son dóciles al Espíritu de la Verdad en sus corazones. Pero Jesús también se manifiesta a las almas que vivían de la esperanza del Mesías; el anciano Simeón. Y el testimonio de este hombre -testimonio de la Verdad, que se manifiesta a su alma, en los brazos de Su Madre- es la manifestación del Niño: Jesús es el Salvador y la luz de las Naciones. Un hombre que da testimonio de la verdad que contempla: eso es Simeón. Y eso es lo que no es ninguna Jerarquía actual en la Iglesia.
Es lo que enseña un verdadero Papa:
«¿Quién es, en realidad, este recién nacido? La respuesta a esta pregunta, fundamental para la historia del mundo y de la humanidad, la da proféticamente el anciano Simeón, quien, estrechando al Niño entre los brazos, ve e intuye en El «la salvación» de Dios, la «luz para alumbrar a las naciones», la «gloria» del pueblo de Israel, la «ruina y la resurrección de muchos en Israel», el «signo de contradicción». Todo esto es ese Niño, que, aun siendo «Rey de la gloria», «Señor del templo», entra allí por vez primera, en silencio, en ocultamiento y en fragilidad de naturaleza humana» (2 de febrero de 1981).
Un Papa legítimo y verdadero, como Juan Pablo II, enseña la misma Palabra de Dios: no la cambia, no la interpreta a su manera humana, no habla para el pueblo, para quedar bien con los hombres; sino que transmite el mismo pensamiento que está contenido en la Palabra de Dios, que es la Mente de Cristo.
Un falso Papa enseña su impostura:
«Guiemos el pueblo a Jesús dejándonos a su vez guiar por Él. Eso es lo que debemos ser: guías guiados». Esto es lo que deben ser los consagrados para este hombre. Una frase muy bonita, pero sin ninguna verdad: ser guías guiados. Es la mayor estupidez de este hombre.
El consagrado tiene que imitar a Jesús:
«estáis llamados a una particular imitación de Jesús y a un testimonio vivido de las exigencias espirituales del Evangelio en la sociedad contemporánea. Y si el cirio, que tenéis en la mano, es también símbolo de vuestra vida ofrecida a Dios, ésta debe consumarse toda entera para su gloria» (2 de febrero de 1981).
Imitar a Cristo, -es lo que enseña un verdadero Papa-, dar testimonio de la Verdad del Evangelio en un mundo que no quiere la verdad. Y es un testimonio que es radical:
«Pero precisamente por esta opción tan radical, os convertís, como Cristo y como María, en un «signo de contradicción», es decir, es un signo de división, de ruptura y de choque en relación con el espíritu del mundo, que pone la finalidad y la felicidad del hombre en la riqueza, en el placer y en la autoafirmación de la propia individualidad» (Ib).
Esto es lo que no se encuentra en ningún discurso de Bergoglio: hay que romper con el espíritu del mundo, hay que ser signo de división con el mundo.
Bergoglio no da la doctrina de Cristo, sino su cristo, la doctrina que tiene en su mente sobre Cristo. Por eso, dice esa frase hermosa, pero sin la doctrina de Cristo. ¿Qué significa ser guiados por Cristo? Imitarlo. ¿Y cómo se imita a Cristo? Expiando los pecados del pueblo. ¿Y cómo se guía al pueblo hacia Cristo? Hay que meterlo en la muerte de Cristo: en la cruz, en la penitencia, en el despojo de todas las cosas por amor a Cristo.
¿Enseña esto, Bergoglio, en este discurso? No; Bergoglio predica un cristo sin doctrina, sin verdad. Sólo enseña sus frases bonitas, que sólo demuestran una cosa: este hombre sólo habla por hablar, para que los demás den publicidad a sus discursos. Pero, mientras tanto, obra otra cosa a lo que habla, a la propaganda que dan los demás de sus palabras. Así se hace la nueva iglesia: a base de impostura religiosa, de fariseísmo, el más perfecto de todos.
Bergoglio enseña como un falso papa, que sólo habla para la masa de los ignorantes, y de los tibios y pervertidos:
1. Una obediencia falsa: «quien sigue a Jesús se pone en el camino de la obediencia, imitando de alguna manera la «condescendencia» del Señor, abajándose y haciendo suya la voluntad del Padre, incluso hasta la negación y la humillación de sí mismo (cf. Flp 2,7-8). Para un religioso, caminar significa abajarse en el servicio, es decir, recorrer el mismo camino de Jesús, que «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios» (Flp 2,6). Rebajarse haciéndose siervo para servir».
a. El camino de la obediencia no es imitar la condescendencia del Señor, no es abajarse, no es la negación y la humillación de sí mismo: es obrar la Voluntad de Dios. Se obedece a Dios para hacer lo que Él quiere. Son dos cosas diferentes: que Cristo no muestre Su Gloria a los hombres y su obediencia al Padre, hasta la muerte. Bergoglio mete ambas cosas en el mismo saco para un fin: sé obediente a los hombres, a los mayores, a la mente del hombre: «El fortalecimiento y la renovación de la Vida Consagrada pasan por un gran amor a la regla, y también por la capacidad de contemplar y escuchar a los mayores de la Congregación». Escuchar a los mayores: escucha a tantos superiores falsos como hay en la Iglesia. Escucha a tantos herejes y apóstatas de la fe en Cristo como hay en las congregaciones, asociaciones, seminarios, etc… ¡Aquella Jerarquía que no dé la verdad no se la puede escuchar, no se la puede obedecer aunque estén como Superiores! Pero a Bergoglio lo que le interesa es:
b. Su conclusión: «caminar significa abajarse en el servicio». Es su impostura religiosa: bájate de tus ideas, de tus dogmas, de tus liturgias, de la verdad absoluta, con el fin de servir a todos los hombres, al pueblo. Es siempre su humanismo: rebájate en la mentira para servir a los demás.
No tiene nada que ver con lo que un Papa verdadero enseña a los religiosos: «También vosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debéis conservar siempre intacta esa «voluntad de oblación», con la que habéis respondido generosamente a la invitación de Jesús para seguirle más de cerca, en el camino hacia el Calvario, mediante los sagrados vínculos que os unen a El de manera singular en la castidad, en la pobreza y en la obediencia: estos votos constituyen una síntesis, en la que Cristo desea manifestarse a Sí mismo, entablando —a través de vuestra respuesta—, una lucha decisiva contra el espíritu de este mundo» (2 de febrero de 1981): caminar significa tener una voluntad de oblación para llegar a la Cruz, a la muerte con Cristo en la Cruz. Y se llega con los votos de castidad, de pobreza y de obediencia. Esto no lo enseña Bergoglio porque ni los tiene ni sabe cómo vivirlos. La obediencia es una voluntad de oblación en la que se muestra la lucha contra el espíritu del mundo. No es una obediencia para servir al mundo, que es lo que enseña Bergoglio. Todo al revés con este hombre. Todo. La casa se construye por el techo, según Bergoglio. Una vez que el hombre está arraigado en esta obediencia, es cuando sirve a los demás en la verdad de su vida. Y el servicio a los demás da frutos de vida eterna. Pero este servicio es lo último que se hace, lo de menos. Lo que importa es esa voluntad de oblación, por amor a Cristo, para imitar en todo a Cristo. Bergoglio sólo está en su camino humano de servicio a los intereses del hombre. Y, por lo tanto, tiene que predicar una:
2. Falsa sabiduría: «En el relato de la Presentación de Jesús, la sabiduría está representada por los dos ancianos, Simeón y Ana (…) El Señor les concedió la sabiduría tras un largo camino de obediencia a su ley. Obediencia que, por una parte, humilla y aniquila, pero que por otra parte levanta y custodia la esperanza, haciéndolos creativos, porque estaban llenos de Espíritu Santo».
a. La sabiduría siempre es Cristo, nunca los hombres. Los hombres participan de la sabiduría divina por la gracia y el Espíritu. En Simeón y en Ana está representada las almas fieles a la gracia y a al Espíritu. Son dos cosas totalmente diferentes.
b. Una sabiduría creativa: los hace creativos: el alma obediente no es creativa, sino imitativa de la Mente de Dios, de la vida de Cristo: pone por obra lo que Dios piensa: no crea una idea nueva ni una obra nueva. Es el lenguaje de los modernistas, que les lleva a proclamar esta gran herejía: «Perseverando en el camino de la obediencia, madura la sabiduría personal y comunitaria, y así es posible también adaptar las reglas a los tiempos: de hecho, la verdadera «actualización» es obra de la sabiduría, forjada en la docilidad y la obediencia». Vamos a cambiar el dogma, las enseñanzas de siempre en la Iglesia. Hay que adaptar la ley de Dios a los tiempos. Hay que actualizar la norma de moralidad. El magisterio de la Iglesia ya se quedó anticuado y, entonces, hay que buscar otro, más acorde con los tiempos, con la mente de los hombres, con sus culturas. ¡Y eso es sabiduría divina! ¡Esta es la gran blasfemia de este hombre, que sólo vive para su humanismo! Hay que obedecer a una mentira para ser actuales, para actualizar la sabiduría, para madurar en la sabiduría. Bergoglio lo rompe todo.
Para Bergoglio todo es un relato del hombre, todo es una fiesta para los hombres:
«Es curioso advertir que, en esta ocasión, los creativos no son los jóvenes sino los ancianos. Los jóvenes, como María y José, siguen la ley del Señor a través de la obediencia; los ancianos, como Simeón y Ana, ven en el Niño el cumplimiento de la Ley y las promesas de Dios. Y son capaces de hacer fiesta: son creativos en la alegría, en la sabiduría».
María y José son jóvenes, inexpertos, que cumplen con la ley; Simeón y Ana son los maduros, los que tienen la experiencia del conocimiento de Dios, los que saben ser creativos, los que transforman la obediencia en cumplimiento de la ley, y así hacen fiesta. Este es todo el mensaje de este hombre perverso.
Son los ancianos, como él, los que están destruyendo la Iglesia con su sabiduría creativa. En el camino de la obediencia se madura la sabiduría. Este hombre no sabe lo que está diciendo. No tiene ni idea, ni de lo que es la obediencia ni lo que es la sabiduría.
Pone la obediencia a la mente del hombre, pero no a la Mente de Dios. Y, por lo tanto, como la mente del hombre cambia, entonces se madura la sabiduría.
Cuando el hombre obedece a Dios no madura en su sabiduría, sino que crece en sabiduría. En la medida que el hombre vaya aceptando la Mente de Dios, por la obediencia, por el sometimiento de su mente a la verdad revelada, inmutable, eterna, en esa medida, el hombre crece en las virtudes: «El que guarda la Ley es hijo prudente» (Prov 28, 7). Y el virtuoso está lleno de la sabiduría divina: «en alma maliciosa no entrará la sabiduría» (Sab 1, 4).
María y José estaban anclados a una obediencia. Simeón es el más listo, por ser el más creativo, por cambiar en su mente y contemplar –en su ancianidad- lo que no ven María y José por ser jóvenes. Es todo un relato humano. Cuando Bergoglio predica el evangelio, es esto lo que hace: da su cuento, su fábula, su interpretación humana, su chiste. Y le queda algo que no tiene nada que ver con la Palabra de Dios.
Como se madura la sabiduría, entonces es posible también adaptar las reglas a los tiempos. ¿Por qué los homosexuales no pueden casarse? Hay que estar con los tiempos. ¿Por qué no dar la comunión a los malcasados? Hay que madurar en estas reglas que son fruto de una obediencia a lo antiguo. Hay que obedecer a los modernos, a las mentes de todos los soberbios, porque en ellas está la sabiduría creativa, que es – para este hombre sin nombre- una obra divina: «Y el Señor transforma la obediencia en sabiduría con la acción de su Espíritu Santo». ¡Mayor sin sentido no puede haber en la mente de Bergoglio!
¿Quién es María para este personaje?
«Los brazos de su Madre son como la «escalera» por la que el Hijo de Dios baja hasta nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios (…) María que entra en el templo con el Niño en brazos. La Virgen es la que va caminando, pero su Hijo va delante de Ella. Ella lo lleva, pero es Él quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para que nosotros podamos ir a Él (…) También nosotros, como María y Simeón, queremos llevar hoy en brazos a Jesús para que se encuentre con su pueblo».
María es la que lleva en brazos a Jesús. Y no más: una madre joven, inexperta en el misterio de Cristo. Es la escalera de la condescendencia de Dios: una frase muy hermosa, pero herética:
«Cristo «tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel» (Hb 2,17). Es el doble camino de Jesús: bajó, se hizo uno de nosotros, para subirnos con Él al Padre, haciéndonos semejantes a Él».
Si se va a la Palabra de Dios, se ve lo que oculta Bergoglio:
«Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel, en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo»: Cristo se hace hombre, vive como los hombres, en una naturaleza humana, con un fin: expiar los pecados. Se hace sacerdote para expiar los pecados del pueblo, no para hacer fiesta con los hombres, con el pueblo.
Bergoglio calla la expiación del pecado porque no puede entrar en su discurso bello, pero sin verdad alguna. Es el discurso que gusta a la mente de los hombres. Esas mentes que ya no saben pensar la verdad, sino que sólo quieren escuchar lo que tienen en sus propias mentes. Y si hay un viejo, como Bergoglio, inexperto en la verdad, entonces se tragan cualquier cosa que sale de su inmunda boca. Y la tienen como verdad, como voluntad de Dios, como una bendición. Así siempre trabaja un falso profeta: con las formas del lenguaje humano. Formas externas: palabras bellas, frases puestas en una bandeja de plata, con un colorido que agrada a los hombres, para mostrar su mentira siempre.
Los brazos de la Virgen María no son como una escalera, sino que son el resguardo de la Madre. María protege a su Niño del mundo y de los hombres. María conserva en su corazón la Verdad y es lo que transmite al mundo cuando lleva en sus brazos a Su Hijo. María no va caminando con su Hijo para mostrarlo al pueblo. María camina con Su Hijo, en brazos, para realizar la Voluntad de Dios en Su Templo, porque María es la que está asociada en todo a Su Hijo:
«Por asociación con su Hijo, esta mujer se hace también signo de contradicción para el mundo y, a un tiempo, signo de esperanza, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada. La mujer que concibió espiritualmente antes de concebir físicamente, la mujer que acogió la Palabra de Dios, la mujer que se insertó íntima e irrevocablemente en el misterio de la Iglesia ejerciendo la maternidad espiritual con todos los pueblos. La mujer que es venerada como Reina de los Apóstoles sin quedar encuadrada en la constitución jerárquica de la Iglesia, y que sin embargo hizo posible toda jerarquía porque dio al mundo al Pastor y Obispo de nuestras almas. Esta mujer, esta María de los Evangelios, a quien no se menciona entre los presentes en la última Cena, acude de nuevo al pie de la cruz para consumar su aportación a la historia de la salvación. Por su actuación valiente prefigura y anticipa la valentía a lo largo de los siglos de todas las mujeres que contribuyen a dar a luz a Cristo en cada generación». (Octubre del 1979)
Leer a Juan Pablo II y leer a Bergoglio es como el día a la noche. La diferencia es abismal, porque Juan Pablo II es Papa verdadero, elegido por el Espíritu del Señor para guiar a Su Iglesia por el camino de Cristo. Pero Bergoglio no es el Papa, ni puede serlo por más que los hombres griten que Bergoglio es el Papa.
Bergoglio es sólo un falso profeta, que anuncia al anticristo de la nueva iglesia. Es ese anticristo el que va a romper la Iglesia. El anticristo es un ser inteligente que sabe romper la doctrina de Cristo con su inteligencia, con su idea, con su mente. Bergoglio sólo sabe hablar, pero no romper. Quiere romper, pero no puede. No es su tiempo.
Tiene que venir, después de él, el temido, que no es el Anticristo, sino el falso Papa que continúa la obra que ha iniciado Bergoglio. Porque hasta que no se levante la nueva iglesia, la ecuménica, la que engloba a todo el mundo, a todas las religiones, no se levanta el nuevo orden mundial, y no puede aparecer ni el Falso Profeta ni el Anticristo.
El Anticristo necesita de un anticristo en la Iglesia: uno que lleve a la Iglesia hacia la religión mundial. Y el Anticristo necesita de un anticristo en el mundo: uno que lleve a todo el mundo hacia un gobierno mundial. Y estos dos anticristos todavía no han aparecido. Están sus voceros: Bergoglio y Obama, pero no son los indicados para el gran juego del Anticristo.
La Iglesia Católica, por las profecías, tiene que pasar dos años de sede Vacante antes de que se levante la nueva iglesia, que será la Iglesia del Anticristo. Y hasta que no muera el Papa legítimo, Benedicto XVI, Bergoglio sólo seguirá hablando de sus muchas cosas. Y, mientras entretiene a todo el mundo con sus majaderías, se va obrando en lo oculto todo lo demás. Así, cuando llegue el tiempo requerido, se cambia todo a base de palos, de imposiciones, de sangre, de persecución.
El Anticristo está guiando a toda esta Jerarquía que apoya a Bergoglio: uno de ellos se hará con el poder en la Iglesia para hacer lo que no hace Bergoglio: dividir la doctrina, destruir el dogma. Por eso, ni entre ellos se tienen confianza: todos están en ese gobierno horizontal con el deseo, no declarado, de ser papas y así imponer la doctrina que ellos quieren en la Iglesia. A Bergoglio lo echan fuera, como a todos los demás, porque ya no sirve: sirve para la fiesta, pero no para la Iglesia que el Anticristo quiere. El Anticristo necesita una cabeza pensante, que no tenga miedo a romper el dogma. Necesita un Kasper. No necesita de un hombre que viva su pecado, como Bergoglio, porque eso ya lo tiene en el mundo y en la Iglesia. Hay que cambiar la doctrina, el dogma, para crear la nueva iglesia. Y esto hay que hacerlo a las bravas, no con sonrisitas.
Mientras Bergoglio vive su estúpida vida en la Iglesia, la doctrina no se cambia: sólo hay confusión. Sólo hay lío, división, enfrentamientos dentro de la Jerarquía y de los fieles. Y esto es sólo el fruto del gobierno de este hombre: nada claro, sin claridad, sin camino. Habla muchas cosas y nada se hace. Todo el mundo hace y deshace, pero la doctrina sigue igual. Con Bergoglio, todo sigue igual. Y esto es lo que no le gusta al Anticristo. Bergoglio fue débil en el Sínodo pasado. Y eso el Anticristo lo va a remediar en el próximo Sínodo: debe cortar la cabeza de Bergoglio para eso. Tiene que poner su anticristo, que levante su nueva iglesia mundial.
Ninguna verdad predicó Bergoglio sobre la Maternidad Divina
«Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo». ver texto
Todos ven lo que hay en Roma: un falso Papa. Pero todos callan y lo siguen teniendo como Papa.
Y este es el engaño más terrible de todos.
«Todo el trabajo del hombre es para su boca, y nunca se harta su alma» (Ecle 6, 7). Así trabaja Bergoglio y todos los que le obedecen: acumulan esfuerzos para dar publicidad a un hombre, que saben que es un usurpador, pero que lo mantienen en ese puesto por el negocio que han montado en Roma.
Hay que dar publicidad a las mentiras de Bergoglio. Hay que saber darla para engañar a los hombres, a esos católicos que todavía dudan, y que con palabras buscadas, rebuscadas, bonitas, bellas, con frases bien trabajadas, se les presente un lenguaje que acepten para que no llamen a Bergoglio como hereje.
Bergoglio nunca se harta de decir herejías. Nunca. Es maestro en el engaño. Los católicos siempre se cansan de escuchar tonterías, pero cuando se les dice algo bonito, entonces olvidan que Bergoglio es hereje y lo siguen teniendo como Papa.
«Cristo y su Madre son inseparables»: es una frase bella, que gusta, que atrae. Pero el problema es lo que sigue:
«entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre». ¡Este es el error! ¡Garrafal error!
¿Qué relación hay entre Cristo y Su Madre? ¿Una relación entre madre e hijo? No. ¿Y por qué no? Porque María es Madre de Dios. Y ninguna mujer, en la tierra, tiene esta prerrogativa. Toda mujer que engendra un hijo es madre humana de ese hijo, pero no es Madre de Dios.
Bergoglio nunca ensalza a María como Madre de Dios, sino que la pone siempre como madre del hombre, madre humana.
Entre Cristo y Su Madre hay una estrecha relación porque María da a luz al Hijo del Eterno Padre. ¡Esta es la Gloria de María! Esto no lo puede enseñar Bergoglio. Nunca.
Bergoglio dice que la relación entre María y Su Hijo es como de un niño y su madre. No puede enseñar que la relación entra María y Su Hijo es la de una Madre con el Padre Eterno. Es una relación divina, no humana.
Madre y Padre: ésta es la relación en el Hijo. Jesús es el Hijo de María y el Hijo del Padre Eterno. No hay una relación de hijo a Madre, sino de criatura al creador: una Mujer elevada a la Paternidad Divina en su vientre virginal. Esa es la estrecha relación entre Cristo y Su Madre. Este es el Misterio de la Maternidad Divina.
Bergoglio hace una homilía sobre María desde su visión humana, su concepto de fe.
Y así comienza:
«Con la celebración de la solemnidad de María, la Santa Madre de Dios, la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición. Se cumple en ella, pues ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar».
Las palabras de Santa Isabel en el Evangelio: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?» (Lc 1,42-43); Bergoglio las tuerce, las interpreta a su manera humana, en su visión humana de la maternidad de María.
«Esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26)». Bergoglio coge un pasaje del Antiguo Testamento para anular las palabras de Santa Isabel.
Tengan en cuenta que la herejía de Bergoglio está en su lenguaje humano. No es la herejía del concepto. Bergoglio no coge una idea dogmática y la ataca directamente, como la de los herejes antiguos, que luchaban contra un dogma en concreto. Bergoglio no hace eso. Bergoglio lucha contra todos los dogmas, pero de manera sutil, sin enfrentarlos directamente, sino de forma indirecta. De manera que los hombres no se dan cuenta que se dice una herejía porque se dice de manera bella, con un lenguaje que gusta, con un sentimiento que atrae. Esto es siempre Bergoglio. Y muy pocos los saben discernir. Cogen la homilía de la maternidad divina y ven una cosa bella, sin errores. Están ciegos.
Bergoglio es maestro en engañar con su lenguaje barato. Es tan barato, tan rastrero que sólo los católicos con fe verdadera se dan cuenta. Los demás no caen en la cuenta de las barbaridades que este hombre dice cada día y a todas horas.
En las palabras de Santa Isabel se dan dos cosas:
1. Que Santa Isabel conocía por Revelación Divina el Misterio de la Maternidad Divina en María;
2. Que Santa Isabel engrandece ese Misterio en la persona de María: lo que hay en María se hace sentir en Isabel y en el fruto de su vientre, con el cual se santifica al Precursor.
Esto es lo que Bergoglio no enseña: porque Isabel ha creído en la Maternidad Divina, entonces recibe la obra de esa fe: su hijo queda santificado en su vientre. Una santificación prematura, antes de nacer. Es la obra de la fe en Isabel lo que manifiestan esas palabras. La obra de la fe, no una bendición, no el recuerdo de una bendición.
Bergoglio no puede enseñar esto, sino que va hacia su juego: las palabras de Santa Isabel recuerdan la bendición de Aarón. La fe, para Bergoglio, es una memoria. Aquí lo tienen: hay que ir al pasado, en la Escritura, a Aarón, y entender este pasaje de Isabel en ese contexto. Y entonces, enseña:
«la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición»: falsa y herética enseñanza.
«La Iglesia nos recuerda»: acto de memoria: todo es un acto de la mente.
«que María es la primera destinataria de esta bendición»: ¿Qué tiene que ver la bendición de Aarón con la Maternidad Divina? No hay ninguna relación.
Ser Madre de Dios no es una oración de bendición: no es una oración que se dice y en la que se transmite una gracia. No es eso.
Ser Madre de Dios es una vocación divina. Y esto no tiene nada que ver con la bendición de Aarón.
Creer en la Maternidad Divina trae una bendición para Santa Isabel, pero no para María.
Es lo que dice Bergoglio: «María es la primera destinataria de esta bendición». ¡No tiene nada que ver!
María es Madre de Dios porque cree a Dios en las Palabras del ángel, no porque cree en la bendición de Aarón.
Y la Iglesia no recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición. ¿Dónde recuerda eso? ¿En dónde está escrito eso?
«El Señor te bendiga y te proteja…»: ¿eso recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición? ¡Qué palabras tan sin sentido! ¡Tan oscuras!
Bergoglio, cuando habla, nunca puede enseñar la verdad. Nunca. Tiene que coger la maternidad divina y anularla con sus palabras rastreras: bonitas para la gente que sólo escucha a la Jerarquía para ver si dice una palabra que guste a su mente. Así hay muchos católicos en la Iglesia: me gusta ese sacerdote porque habla bien en lo humano, es grato en lo humano, dice cosas bonitas que gustan a los hombres, que agradan el estilo de vida de los hombres. Se va buscando la palabra amable en el sacerdote y no se cae en la cuenta de la herejía, del error, de la oscuridad que ese sacerdote enseña o predica.
Sólo se fijan en la idea bonita:
«ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María»: idea bella, pero herética.
No se fijan en la idea oscura: «dio un rostro humano al Verbo eterno».
María dio a Jesús el rostro del Padre: «El que me ha visto a Mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9). No le dio un rostro humano, sino que permitió que el Rostro del Padre fuera el Rostro de Jesús.
¿En María brilló el rostro de Dios? No.
En Jesús, María vio el rostro de Dios, que es el rostro del Padre Eterno.
En María está la plenitud de la Gracia: es decir, María es imagen y semejanza de Dios: en su alma, en su espíritu y en su cuerpo. María es Divina, es Gloriosa. Pero en Ella no se refleja el rostro de Dios. Sino que Ella refleja, en todo su ser, a Dios. Son dos cosas diferentes.
Ella es la «Mujer envuelta en el Sol»: Ella refleja la Divinidad. Y toda: es decir, a la Santísima Trinidad.
Sólo en Jesús brilla el rostro de Dios, porque Jesús es Dios. En el hombre no se refleja el rostro de Dios porque ningún hombre es Dios.
Los hombres, si permanecen en la gracia, irradian la Divinidad de Jesús, pero no reflejan a Dios: en sus rostros humanos no puede brillar Dios. No puede; por el pecado original. Un alma en gracia es reflejo de Dios; pero no todo el hombre. En ninguna carne humana brilla Dios. Ésta es la herejía habitual de Bergoglio, por negar el pecado original. Tiene que caer en un panteísmo y en un panenteísmo.
Sólo María refleja a Dios, por no tener pecado original. Los hombres, al tener el pecado original no son imagen y semejanza de Dios. Hay una parte en su naturaleza humana que no puede reflejar a Dios.
El hombre humilde es reflejo de Dios, pero en la gracia, no en su naturaleza humana.
María es reflejo de Dios, no sólo en la gracia, sino en su naturaleza humana. María es Gloriosa en su humanidad. El hombre es pecador, es miserable en su humanidad.
Dios no brilla en ninguna criatura: ni siquiera en María.
Dios brilla sólo en Jesús, porque Jesús es el mismo Dios.
María es la Madre de Dios: en su maternidad, es decir, en Su Hijo brilla Dios, se adora a Dios.
María, por ser Madre de Dios, da un rostro divino al Verbo. No puede dar un rostro humano porque no engendra a Dios de manera natural, sino divina.
Es el Verbo el que asume la naturaleza humana de María, no es María la que engendra. María, en la Maternidad Divina se comporta de una manera pasiva. No hace nada sexualmente para engendrar.
Es el Poder de Dios el que asume la carne de María. Y en esa carne, Dios obra. María no da algo humano a Dios: María no pone nada humano en Su Maternidad Divina. Es Dios quien eleva todo el ser de María para ponerse Él en el vientre virginal de María. Por eso, la Maternidad de María es la Obra sola de Dios en la Virgen: no interviene María como ser humano. Es elevado el ser humano de María para la Obra Divina.
Este es el Misterio de la Maternidad Divina. No se puede concebir la maternidad de María como la maternidad de toda mujer. No tiene nada que ver. En la maternidad de la mujer entra el varón y, por tanto, entra la parte activa de la mujer. En María, no se da nada de eso. María es pasiva absolutamente en su Maternidad. Es sólo la obra de Dios en Ella. Y es una obra que no se puede entender con la cabeza humana. Sólo se puede creer.
Pero Bergoglio no cree en la Maternidad Divina: la tiene como una bendición y la trata como un panteísmo: en María se da el rostro de Dios.
María es la «Mujer envuelta en el sol» (Ap 12, 1) de Dios, de la Divinidad, del Misterio de la Unión Hipostática: metida en la Obra Divina que el Verbo hace en su ser de Mujer: elevada, transformada en su cuerpo, en su alma y en su espíritu, para que el Verbo se engendre en Ella, como el Padre engendra eternamente a Su Hijo.
Lo mismo que el Padre engendra en la Eternidad: Su Hijo; eso es lo que se engendra en María: su Maternidad.
María es Madre del Hijo del Padre: su Maternidad es lo que el Padre engendra desde toda la eternidad: Su Hijo. Su Maternidad es la Paternidad.
El rostro del Hijo es el rostro del Padre. Luego, lo que María da a Su Hijo es el mismo rostro del Padre. Este es el Misterio de la Maternidad Divina: es lo que el Padre engendra eternamente en Su Hijo. Y lo engendra en el seno virginal de María.
María no da un rostro humano a Jesús, sino un Rostro Divino: el del Padre.
Y es el Verbo el que asume una carne en María: se encarna. Y este asumir exige la pasividad de María. María no hace nada en la encarnación, sino que se deja hacer totalmente, de manera absoluta, por Dios en su seno virginal.
Pero Bergoglio está en lo suyo: en lo humano, en su visión humana de María, sólo da importancia a lo humano que pasa en María: «La carne de Cristo…se ha tejido en el vientre de María». Pero nunca toca el Misterio. Nunca profundiza en el Misterio. Lo deja a un lado, porque no puede creer en el Misterio. Él sólo cree en lo que hay en su mente humana. Y así trabaja toda su homilía, diciendo muchas cosas bonitas sobre Cristo y su Madre, pero sin enseñar la doctrina de la Maternidad Divina.
¿Para qué es Madre de Dios la Virgen María? Esto no se puede descubrir en Bergoglio. Tampoco Bergoglio sabe la razón de la existencia de la Virgen María, porque ha anulado el pecado original. Él no cree en ningún dogma: no posee la fe católica.
La misión de la virgen María es la de hacer vivir a Jesús en cada alma, hasta su plenitud. ¡Qué pocos sacerdotes son sólo Jesús! Todos son hombres, viven de lo humano, pero no de la misma Luz Divina, que es Cristo Jesús. No tienen fe, han perdido la fe en su sacerdocio. No creen en Jesús como Sacerdote. Sólo lo ven como un hombre más.
¡Y cuántas almas en la Iglesia son hombres, y sólo hombres, que piensan como los hombres y viven como los hombres. No son Jesús; no imitan a Cristo en sus vidas.
María es Madre de Dios sólo para esto: no para dar ternuritas a los hombres, sino la misma Cruz que Su Hijo elevó en el Calvario y que la hizo Camino para todos en la Iglesia.
«María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo»: Bergoglio no ha comprendido nada de lo que es la Virgen María.
María está tan unida a Jesús por su Maternidad Divina. Y punto y final.
Esa Maternidad Divina es mucho más que un conocimiento del corazón y de la fe; es mucho más que experimentar en el vientre durante 9 meses a un hijo; es mucho más que el vínculo íntimo de la madre con el hijo.
La Maternidad Divina es una Gloria para María. Y la Gloria es un conocimiento divino que el ser de María tiene de Dios. Es un conocimiento que es amor, que es una obra de amor, que es una vida de amor, que es una verdad plena, en donde no se puede dar ninguna oscuridad.
María, en Su Maternidad, abarca a todo Dios, sin ser Dios. Es Su Gloria. Es algo que no se puede explicar con palabras humanas: es como sentarse en el mismo Trono de Dios y ser una cuarta persona en la Santísima Trinidad.
Bergoglio sólo dice palabritas bonitas para llenar una cuartilla, pero no es capaz de declarar el Misterio. No sabe. Dice cosas sin sentido:
«es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4)»: ¿Y esto qué cosa significa? No sabemos. Es dar vueltas a las cosas para no decir nada, para quedar bien con todos, para expresar algo bonito, algo que guste, que capte la mente del que escucha. Pero que está vacío de la verdad: no tiene ninguna verdad.
Que María es la que percibe en Su Hijo el advenimiento de los tiempos plenos es una frase muy bien construida, pero que no lleva a ninguna parte. Es la bandeja de plata: frases bellas, sin la doctrina de Cristo, sin verdad, sólo con el objetivo de captar la atención del que escucha. ¡Ah, qué cosas más bonitas dice este hombre!
«Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana, entró personalmente en el surco de la historia de la salvación»: Dios no eligió la vida humilde de la existencia humana. Dios eligió la nada de una criatura, de una Mujer, para mostrar Su Misterio, Su Milagro.
Dios no elige al hombre: elige una Mujer para Él. Este es el Misterio de la Maternidad Divina.
Dios elige la criatura más humilde de todas; pero no elige la vía humilde de la existencia humana.
Bergoglio sólo predica de su humanismo, no del Misterio Divino. Sólo da vueltas a su humanismo, no es capaz de entrar en el Misterio. Es lo propio que hacen los locos: dan vueltas a sus ideas humanas, pero no pueden tener conocimiento de sus ideas. Los locos no conocen: sólo dan sus ideas, sólo las repiten. Eso es Bergoglio: un loco de su idea del hombre, de su humanismo. ¡Qué pocos lo disciernen así! ¡Cuántos quieren las locuras de Bergoglio para su vida humana y espiritual!
«Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y María están siempre unidas y éste es precisamente el misterio de la mujer en la comunidad eclesial, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia»: Cristo, la Iglesia, María y la mujer: todo en uno en esta frase.
La Iglesia es Cristo. Pero la Iglesia nació en el Calvario, en la muerte de Cristo. Y es María la Madre de la Iglesia. Luego, no se puede entender la salvación de Cristo sin la Maternidad Divina.
Bergoglio todo lo junta para declarar una mentira: ¿Dónde encontramos a Cristo? «Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica». Esto es una gran mentira dicha con palabras bellas.
Encontramos a Cristo en María, en Su Madre. No en la Jerarquía. Si un sacerdote, si un Obispo es un lobo vestido de piel de oveja, como es Bergoglio, ahí no se encuentra a Cristo, sino al lobo, al demonio.
Pero siempre se encuentra a Cristo en Su Madre. Siempre. Porque la Virgen María no puede pecar, no puede negar a Cristo, no puede anular a Cristo. No puede traicionar a Cristo.
La Jerarquía de la Iglesia ha demostrado durante siglos que son traidores a Cristo muchas veces.
La Iglesia es Madre si da la Maternidad Divina, si la ofrece, si la enseña, si imita a la Virgen María.
La Jerarquía, ¿cree en Jesús como María cree? No; en muchas almas sacerdotales ya no hay fe en Cristo. Sólo hay fe en la mente de los hombres, en sus proyectos humanos, en sus obras. Luego, la Iglesia Jerárquica no es Madre, porque no imita a la Virgen como Madre de Dios.
La Jerarquía, ¿enseña la verdad como María la enseñó? No; muchas almas sacerdotales se dedican a enseñar sus herejías como verdad en la Iglesia. Eso es lo que hace Bergoglio. Esa Jerarquía no puede dar lo propio de la Maternidad Divina: la luz de la Verdad Revelada. Luego, no es Madre.
La Jerarquía, ¿vive combatiendo el pecado en sus ministerios y obras? No; muchos sólo ofrecen a las almas la vida y la obra del pecado en la Iglesia. Esto es lo que ofrece Bergoglio en su gobierno horizontal: el cisma, la apostasía de la fe, la herejía. ¡Cuántos sacerdotes y Obispos viven en sus pecados sin quitarlos, sin arrepentimiento!
Bergoglio sólo está en la visión humana de María: «Ella es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad». Y en su belleza humana, en su palabrería hueca, su herejía:
«Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo».
Si la Iglesia es Cristo, entonces la Iglesia es una idea divina, una norma de moralidad, un sentimiento divino.
Para Bergoglio, la Iglesia es una comunidad de personas, de hombres, de pueblo. Pero no es Cristo. Y, por tanto, la Iglesia tiene que dar ternuritas a todos, alegría a todos. Pero no una verdad revelada. No un dogma, no una moral.
Amar a Cristo es amar la Verdad que Cristo ha enseñado a Sus Apóstoles. Amar a Cristo es seguir una doctrina que nunca cambia, que siempre es la misma. Amar a Cristo es hacer una Voluntad Divina, es decir, obrar una Idea Divina. Amar a Cristo es dejarse guiar por las inspiraciones del Espíritu Santo, que son los sentimientos divinos que toda alma tiene que tener.
Pero Bergoglio está en su idea, la que comenzó en su discurso: «la misión del Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo». La bendición de Aarón está en María y es la que tiene que estar en toda la Iglesia. Este es todo su mensaje sobre la Maternidad Divina: «La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la plenitud de la bendición del Señor». Pero, ¿qué cosa más absurda la de ese hombre?
La Iglesia, al ser Cristo, es Camino para toda alma, es Vida divina en la gracia y es Verdad que salva y santifica. ¿Qué tiene que ver la plenitud de la bendición del Señor? Nada. Es sólo para rellenar una cuartilla de algo bonito, pero vacío de la verdad sobre la maternidad divina.
Hay que «irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo»: aquí tienen el panteísmo de Bergoglio: la bendición de Dios está encarnada en Jesús. ¡Qué frase más bonita! ¡Qué frase más herética!
«Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo»: No; que no Bergoglio; que no es esto. Sin el Magisterio auténtico de la Iglesia, sin la Verdad Revelada que la Iglesia enseña en Su Magisterio infalible, entonces el alma que sigue a Cristo sólo sigue su imaginación.
Es lo que hace Bergoglio. Bergoglio habla de su iglesia, de su concepto de iglesia, no de la verdadera Iglesia. Bergoglio nunca habla de la Verdad, del dogma, de la enseñanza infalible que hay que seguir en la Iglesia. Habla de su iglesia y de sus ideas humanas sobre la Iglesia y sobre Cristo.
Y, por eso, tiene que decir su comunismo, su fe histórica, su ideal masónico:
«Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo». La concepción histórica de la Iglesia: como si los hombres hubieran hecho la Iglesia con sus ideas, con sus vidas, con sus obras.
Y la Iglesia es una idea divina, una obra divina, un lenguaje divino, un amor divino, una vida divina, una verdad divina. La Iglesia es un ser divino. No es un concepto en la historia. No es una evolución del pensamiento del hombre. No es una voluntad humana. «No de la carne y la sangre» los hombres son hijos de Dios. Toda manifestación de Cristo, aun la más mística, se separa de la carne y de la sangre de la Iglesia. Primero, porque en la Iglesia no hay carne ni sangre; segundo, porque la Obra Divina la hace Dios siempre, en la humildad del corazón del hombre, no en su carne ni en su sangre. «La carne no sirve para nada». Y menos la sangre.
Esto es discernir las palabras de Bergoglio. Así hay que hacerlo. Y son muy pocos los que lo hacen. Todos se quedan admirando la nefasta mente de Bergoglio. Todos se quedan cegados por las palabras baratas de este charlatán.
Y nadie dice que Bergoglio es un loco cuando predica. Nadie dice las herejías de este hombre. Todos están detrás del juego de este hombre y nadie se ha tomado en serio lo que hay en el Vaticano.
Y, por eso, ya está cerca el tiempo en que ninguna verdad se podrá predicar públicamente porque eso supondrá el martirio.
Nadie en Roma vive la verdad y predica la verdad. A nadie le importa Cristo. Todos están detrás del negocio que Bergoglio está levantando en el Vaticano. A todos les interesa ese negocio porque les da de comer. Es rentable, para el estómago y para los bolsillos.
Entre tanto, entretienen a todo el mundo con las baboserías de un hombre sin fe. Hacen publicidad a sus homilías.
¿Qué verdad ha dicho Bergoglio sobre la Maternidad Divina? NINGUNA. Y, entonces, ¿por qué la Jerarquía calla y no lo combate?
Porque les da de comer. Y no hay otra razón. Tienen miedo de enfrentarse a Bergoglio porque se les acaba el plato de lentejas.
Muchos venden a Cristo por un plato de lentejas: la primogenitura, su sacerdocio, para el demonio. Con tal de tener alimento para el estómago, se hace un mutis a lo que habla un loco vestido de Papa en Roma.
Es la Noche Santa
Es la Noche Santa: noche para contemplar al Niño Dios.
Y no hay que hacer nada más: imitar lo que hicieron José y María en el nacimiento de Su Hijo. Si hacen eso, entonces todo lo demás tiene sentido. Pero si no hacen eso, si lo hacen por la rutina de siempre, entonces no han comprendido el Espíritu de la Navidad.
Dios no quiere que los hombres pasen la Noche más importante del año compartiendo con los demás, haciendo fraternidad, diciéndose a sí mismos que son muy buenas personas y que tenemos un Dios que nos ama.
Dios quiere que el hombre aprenda a adorarle en Espíritu y en Verdad. Y, por eso, es necesario sentirse solo en Navidad, sin nadie al lado de uno, dejando los problemas de la vida a un lado, porque sólo importa una cosa: amar a Dios, adorar a Dios. Lo demás, la comida, los regalos, etc…., sobran en un día como hoy.
Pero los hombres han perdido este Espíritu y pasan la Navidad como lo suelen pasar: emborrachándose de vacío, de vanidades, de fraternidades que no van a ninguna parte.
«He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles.
María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de Ella crecía por momentos.
Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego, ya no vi más la bóveda.
Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los Cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo Eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.
Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla.
La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto, y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda Ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo.
Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo.
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. “¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!”
He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el Mediodía. Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni fatigada».
(Ana Catalina Emmerick, Visiones y Revelaciones Completas, Tomo Segundo, Libro I – IV parte: Visiones de la vida de Jesucristo y de su Madre Santísima – Época primera: Desde el nacimiento de María hasta la muerte de San José – Cap. XLIV, Nacimiento de Jesús, pág. 219-220)
«Un inicio de luna se insinúa a través de una grieta de la techumbre. Parece un filo de incorpórea plata que buscase a María. Se alarga a medida que la luna va elevándose en el cielo y, por fin, la alcanza. Ya está sobre la cabeza de la orante, nimbándosela de candor.
María levanta la cabeza como por una llamada celeste y se yergue hasta quedar de nuevo de rodillas. ¡Oh, qué hermoso es este momento! Ella levanta la cabeza, que parece resplandecer bajo la luz blanca de la luna, y una sonrisa no humana la transfigura. ¿Qué ve? ¿Qué oye? ¿Qué siente? Sólo Ella podría decir lo que vio, oyó y sintió en la hora fúlgida de su Maternidad. Yo sólo veo que en torno a Ella la luz aumenta, aumenta, aumenta; parece descender del Cielo, parece provenir de las pobres cosas que están a su alrededor, parece, sobre todo, que proviene de Ella.
Su vestido, azul oscuro, parece ahora de un delicado celeste de miosota; sus manos, su rostro, parecen volverse azulinas, como los de uno que estuviera puesto en el foco de un inmenso zafiro pálido. Ese color, que me recuerda, a pesar de ser más tenue, el que veo en las visiones del santo Paraíso, y también el que vi en la visión de la venida de los Magos, se va extendiendo progresivamente sobre las cosas, y las viste, las purifica, las hace espléndidas.
El cuerpo de María despide cada vez más luz, absorbe la de la luna, parece como si Ella atrajera hacia sí la que le puede venir del Cielo. Ahora ya es Ella la Depositaria de la Luz, la que debe dar esta Luz al mundo. Y esta beatífica, incontenible, inmensurable, eterna, divina Luz que de momento a otro va a ser dada, se anuncia con una alba, un lucero de la mañana, un coro de átomos de luz que aumenta, aumenta como una marea, sube, sube como incienso, baja como una riada, se extiende como un velo…
La luz aumenta cada vez más. El ojo no la resiste. En ella desaparece, como absorbida por una cortina de incandescencia, la Virgen…y emerge la Madre.
Sí. Cuando mi vista de nuevo puede resistir la luz, veo a María con Su Hijo recién nacido en los brazos. Es un Niñito rosado y regordete, que gesticula, con una manitas del tamaño de un capullo de rosa; que menea sus piececitos, tan pequeños que cabrían en el corazón de una rosa; que emite vagidos con su vocecita trémula, de corderito recién nacido, abriendo una boquita que parece una menuda fresa de bosque, y mostrando una lengüecita temblorosa contra el rosado paladar; que mena su cabecita, tan rubia que parece casi desprovista de cabellos, una cabecita redonda que su Mamá sostiene en la cavidad de una de sus manos, mirando a su Niño, adorándoles, llorando y riendo al mismo tiempo…Y se corva para besarle, no en la inocente cabeza, sino en el centro del pecho, sobre sus corazoncito que palpita, que palpita por nosotros…en donde un día se abrirá la Herida. Su Mamá se la está curando anticipadamente, con su beso inmaculado…
José, que casi en rapto, estaba orando tan intensamente que era ajeno a cuanto le rodeaba, también torna en sí, y por entre los dedos apretados contra el rostro ve filtrarse la extraña luz. Se descubre el rostro, levanta la cabeza, se vuelve. El buey, que está en pie, oculta a María, pero Ella le llama: “José, ven”.
José acude. Cuando ve, se detiene, como fulminado de reverencia, y está casi para caer de rodillas en ese mismo lugar; pero María insiste: “Ven, José” y, apoyando la mano izquierda en el heno y teniendo con la derecha estrechado contra su corazón al Infante, se alza y se dirige hacia José, quien, por su parte, se mueve azarado por el contraste entre su deseo de ir y el temor a ser irreverente.
Junto a la cama para el ganado los dos esposos se encuentran, y se miran llorando con beatitud.
“Ven, que ofrecemos a Jesús al Padre”, dice María. José se pone de rodillas. Ella, erguida, entre dos troncos sustentantes, alza a su Criatura en sus brazos y dice: “Heme aquí – por Él, ¡Oh Dios!, te digo esto-, heme aquí para hacer Tu Voluntad. Y con Él yo, María, y José, mi esposo. He aquí a tus siervos, Señor, para hacer siempre, en todo momento y en todo lo que suceda, Tu Voluntad, para Gloria Tuya y por Amor a Ti”.
Luego María se inclina hacia José y, ofreciéndole el Infante le dice: “Toma, José”.
“¿Yo? ¿A mí? ¡Oh, no! ¡No soy digno!”. José se siente profundamente turbado, anonadado ante la idea de deber tocar a Dios.
Pero María insiste sonriendo: “Bien digno eres de ello tú, y nadie lo es más que tú, y por eso, el Altísimo te ha elegido. Toma, José, tenle mientras yo busco su ropita”.
José, rojo como una púrpura, alarga los brazos y toma ese copito de carne que grita de frío; una vez que lo tiene entre sus brazos, no persiste en la intención de mantenerle separado de sí por respeto, sino que lo estrecha contra su corazón rompiendo a llorar fuertemente: “¡Oh! ¡Señor! ¡Dios mío!”; y se inclina para besar los piececitos. Los siente fríos y entonces se sienta en el suelo y le recoge en su regazo, y con su indumento marrón y con las manos trata de cubrirle, calentarle, defenderle del cierzo de la noche. Quisiera acercarse al fuego, pero allí se siente esa corriente de aire que entra por la puerta. Mejor quedarse donde está, o, mejor todavía, entre los dos animales que hacer de escudo al aire y dan calor…»
(María Valtorta, El Evangelio como me ha sido revelado, Volumen I – Nacimiento y vida oculta de Jesús – Capítulo 29, Nacimiento de Jesús. La eficacia salvadora de la divina maternidad de María, pág. 143-144)
«El sagrado Evangelista San Lucas dice que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento.
Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y san Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al Misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el sacerdote propone al pueblo la sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a Su Hijo Glorioso y Refulgente.
Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al Niño Dios a Su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre Santísima, hiriendo Ella el Corazón del dulce Niño, y quedando juntamente llevada y transformada en Él.
Y desde las manos de los dos santos príncipes, habló el Príncipe Celestial a Su feliz Madre, y la dijo:
“Madre, asimílate a Mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de Gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al Mío, que soy Dios y Hombre por imitación perfecta”.
Respondió la prudentísima Madre:
“Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos” (Ct 1, 3).
Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares…
Con las palabras que oyó María Santísima de la boca de Su Hijo dilectísimo juntamente la fueron patentes los actos interiores de su Alma Santísima unida a la Divinidad, para que imitándolos se asimilase a Él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de Su Hijo, Hombre y Dios verdadero, no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde Ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo Hombre y Dios verdadero…
Doctrina de la Reina Santísima:
“Hija mía, si los mortales tuvieran desocupado el corazón y sano juicio para considerar dignamente este gran sacramento de piedad que el Altísimo obró por ellos, poderosa fuera su memoria para reducirlos al camino de la vida y rendirlos al amor de su Criador y Reparador.
Porque siendo los hombres capaces de razón, si de ella usaran con la dignidad y libertad que deben, ¿quién fuera tan insensible y duro que no se enterneciera y moviera a la vista de su Dios humanado y humillado a nacer pobre, despreciado, desconocido en un pesebre entre animales brutos, sólo con el abrigo de una Madre pobre y desechada de la estulticia y arrogancia del mundo?
En presencia de tan Alta Sabiduría y Misterio, ¿quién se atreverá a amar la vanidad y soberbia, que aborrece y condena el Criador de Cielo y tierra con su ejemplo? Ni tampoco podrá aborrecer la humildad, pobreza y desnudez que el mismo Señor amó y eligió para sí, enseñando el medio verdadero de la vida eterna.
Pocos son los que se detienen a considerar esta verdad y ejemplo, y con tan fea ingratitud son pocos los que consiguen el fruto de tan grandes sacramentos.
Pero si la dignación de Mi Hijo Santísimo se ha mostrado tan liberal contigo en la ciencia y luz tan clara que te ha dado de estos admirables beneficios del linaje humano, considera bien, carísima, tu obligación y pondera cuánto y cómo debes obrar con la luz que recibes.
Y para que correspondas a esta deuda, te advierto y exhorto de nuevo que olvides todo lo terreno y lo pierdas de vista, y no quieras ni admitas otra cosa del mundo más de lo que te puede alejar y ocultar de él y de sus moradores, para que desnudo el corazón de todo afecto terreno, te dispongas para celebrar en él los misterios de la pobreza, humildad y amor de tu Dios humanado.
Aprende de mi ejemplo la reverencia, temor y respeto con que le has de tratar, como yo lo hacía cuando le tenía en mis brazos; y ejecutarás esta doctrina cuando tú le recibas en tu pecho en el venerable Sacramento de la Eucaristía, donde está el mismo Dios y Hombre verdadero, que nació de Mis Entrañas. Y en este Sacramento le recibes y tienes realmente tan cerca, que está dentro de ti misma con la verdad que yo le trataba y tenía, aunque por otro modo.
En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que también adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios Sacramentado en tu pecho te dice lo mismo que a Mí me dijo en aquellas razones: Que me asimilase a Él, como lo has entendido y escrito. El bajar del Cielo a la tierra, nacer en pobreza y humildad, vivir y morir en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del desprecio del mundo y de sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha dado, señalándose contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo esto ha de ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu alma y escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo Santísimo y Mi Señor los agradezcas y recibas, como si por ti sola hubiera bajado del Cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que dejó en su Iglesia Santa”»
(Agreda de Jesús – Mística Ciudad de Dios, parte IX – Capítulo X: Nace Cristo, Nuestro Bien, de María Virgen en Belén de Judea, núm. 480,481, 486-488)
Feliz Navidad para toda alma que ha aprendido a abrir su corazón al Amor que nace, y que llama a seguirle por el camino de la cruz. Sólo el que ama da a su vida el sentido del sufrimiento y de la renuncia de todas las cosas humanas, para asemejarse, lo más posible, a Su Redentor, Cristo Jesús. «Asimílate a Mí».
Sin la fe dogmática nadie se salva en la Iglesia
Los Protestantes hablan de una triple FE:
a) La fe de los milagros, esto es la fe por la que se consiguen los milagros: «Y si teniendo (…) tanta fe que trasladase los montes» (1 Cor 13,2).
b) La fe histórica, esto es el conocimiento de la historia del Evangelio.
c) La fe de las promesas, por la cual se creen las promesas hechas por Dios acerca del perdón de los pecados. Ellos distinguen, en esta fe, una fe general y una fe especial. General es aquella por la que se cree que ha sido prometida la salvación a todos los fieles; en cambio especial es aquella por la que cada uno confía que no se le imputan los pecados. Esta fe especial es, en realidad, la fe fiducial.
Bergoglio, al hablar de la Inmaculada, tiene esta fe fiducial: fe de las promesas, en que la salvación es para todos los hombres y a nadie se le imputan sus pecados. Por eso, en toda su homilía no habla nunca del pecado ni de la santidad. Sólo trata de convencer que la salvación es gratuita y que todos los hombres la tienen en su interior:
«Nadie de nosotros puede comprar la Salvación, la Salvación es un don gratuito del Señor que viene del Señor, y habita dentro de nosotros» (ver texto). Bergoglio nada habla sobre el pecado que habita en el hombre: «Si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí» (Rom 7, 20).
Este Misterio del pecado, en cada hombre, queda anulado por este hombre: «Y no se olviden la salvación es gratuita, nosotros hemos recibido esta gratuidad, esta gracia, y tenemos que darla». (ver texto)
¿Cómo se puede dar la gracia a los demás, cómo se pueden dar los dones y carismas divinos si en todo hombre existe una ley: «que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros» (Rom 7, 21-3)?
Esto, Bergoglio, ni se le pasa por la cabeza porque, para él, el hombre confía que Dios no le impute sus pecados. Tiene esa confianza maldita: su fe fiducial. Y, por eso, predica esa falsa misericordia, en la que hay que confiar en Dios, pero haciendo las obras buenas humanas para los hombres.
No es la confianza en Dios para esperar de Dios la obra divina que hay que realizar. Es la confianza en el mismo pensamiento del hombre, que él mismo se cree justo ante Dios porque Él lo ha justificado gratuitamente; y con esa confianza, se cree ya justificado ante Dios porque Dios no le imputa el pecado. Aunque el hombre peque mucho, Dios no se lo imputa, sino que lo salva a pesar de su pecado. Bergoglio se ha olvidado de ver su pecado, de luchar contra él, porque ya se cree santo ante Dios, se cree salvado, se cree justo. Y eso es lo que enseña a los demás en todas sus homilías, charlas, entrevistas, etc…: si la salvación es gratuita, entonces haz el bien a todo el mundo –cualquier bien vale para salvarse- y no importa el pecado. Confía en que Dios no te lo imputa. Ni hace falta arrepentirse de él ni hacer penitencia por el pecado.
Muchos católicos no saben leer a este hombre. Y quedan confundidos. Y el problema de tantos católicos es por tenerlo como Papa: lo buscan como Papa, lo leen como Papa, esperan algo de él como Papa. Y Bergoglio sólo está haciendo su obra de teatro en la Iglesia. Sólo eso. Y qué pocos hay que ven esa obra de teatro como tal. Muchos ven las obras de Bergoglio como Papa, como Pastor, como sacerdote. Y caen en el gran engaño.
Bergoglio es un falsario: un falso Papa. Y así hay que verlo. Así hay que tratarlo. Así hay que cuestionarlo.
Por eso, a este hombre se le hace una propaganda que es pecaminosa en todos los sentidos. Se le encumbra, se le exalta, se le justifican sus pecados, sus herejías, su forma de hablar, porque es tenido como lo que no es: Papa.
¡Cuántos dudan de Bergoglio y siguen diciendo: es nuestro Papa! Son personas sin discernimiento espiritual. Están en la Iglesia para luchar por sus ideas, por sus tradiciones, por sus obras apostólicas, por sus devociones, por sus grupos. Pero son incapaces de ver la verdad como es, porque eso supondría quitar sus ideas, su manera de ver la Iglesia, su juicio propio. Y eso es lo que no quieren hacer. Y, por eso, leen a Bergoglio y quedan más confundidos. Y ante una homilía sobre la Inmaculada, sólo saben decir: hoy el Papa habló bien. No saben discernir la herejía en esa homilía, porque siguen teniendo a Bergoglio como su Papa, como su hombre, como su salvador, como el camino en la Iglesia, como el que dice una verdad. Y todavía no han caído en la cuenta que este hombre no puede decir ni una sola verdad entera, como es, sin ponerle ni quitarle nada. Siempre que dice una verdad no es la verdad, sino su mentira disfrazada de verdad.
Bergoglio no es el Papa de la Iglesia Católica, no es el Vicario de Cristo, no es la Voz de la Verdad en el mundo. No es camino para la verdad, sino senda en que se descubren tantas oscuridades como pensamientos que este hombre tiene en su cabeza humana.
Bergoglio es sólo un hombre que muestra el valor de su inteligencia humana y, por tanto, es sólo un hombre que da al hombre lo que él quiere escuchar, pero que es incapaz de revelar la Verdad al corazón del hombre. Él mismo vive sin Verdad: vive para su idea de la vida, pero no para el plan de Dios sobre su vida; un plan divino que este hombre nunca ha conocido, porque se ha pasado toda su vida dando vueltas a lo que hay en su mente humana.
Bergoglio revela lo que muchos católicos obran en sus vidas: viven sólo para sí mismos, para luchar por sus ideas, que llaman católicas, pero que son sólo las ideas de un fariseo, de un hipócrita, que se ha creído salvo porque tiene un Bautismo o practica, a su manera, una serie de devociones y ritos litúrgicos que sólo le sirven para crecer más en su soberbia y orgullo de la vida.
A muchos el conocimiento que tienen de la teología o de la Tradición sólo les sirve para condenarse en vida: lo usan para su negocio en la Iglesia, para su interés personal, para creerse que están haciendo Iglesia porque siguen unos dogmas o unos consejos evangélicos.
¿De qué sirve que sepas la teología si después no sabes ver a un hereje que enseña su herejía sentado en la Silla de Pedro?
¿Para qué comulgas la Verdad, en cada comunión que realizas, si en la práctica de la vida espiritual y eclesial, sigues teniendo a Bergoglio como Papa, como una verdad a seguir? ¿Cuándo recibes a Cristo, que es la misma Verdad, te enseña a obedecer la mentira de la mente de Bergoglio o te enseña a dejar de obedecer a Bergoglio?
Cristo no puede ir en contra de Sí Mismo, de Su Misma Enseñanza, que es Su Misma Vida, no puede engañar a los hombres, no puede poner como Papa a uno que no tiene en su corazón la Verdad de Su Mente Divina. Un hombre que sólo vive para las conquistas de su mente humana, que son contrarias a la Mente de Dios.
¡Cuántos católicos están tan confundidos por este hombre, pero por culpa de ellos mismos! Se dejan confundir porque ellos no viven la fe dogmática, sino que viven lo que predica Bergoglio: la fe fiducial, que es un instrumento con el cual el hombre hace suya la justicia de Dios y, por tanto, es el mismo hombre -no Dios en el hombre-, el que lleno de confianza en Dios -que es amor-, el que obra esa justicia que recibe: «Mostrad que la fraternidad universal no es una utopía, sino el sueño mismo de Jesús para toda la humanidad». (Mensaje para la apertura del Año de la vida consagrada – 30 de noviembre del 2014).
La fe fiducial es el camino para obtener la justificación de Dios: es tender la mano para recibir la limosna de otro. Por tanto, aquel que vive esta fe fiducial no necesita disponer su alma para ser justificado por la gracia de Cristo, sino sólo confiar en que Cristo le ha justificado.
Que los religiosos, los sacerdotes tiendan la mano a todo hombre, porque ya están salvados. Que no se les hable del pecado, sino de la búsqueda de un amor fraternal universal, que es por lo que murió Jesucristo. Jesús no murió para quitar nuestros pecados, sino para que todos los hombres se unan en un amor fraternal. Fue su sueño. Haz realidad el sueño de Jesús en tu vida humana: muestra con tu vida humana que unirte a un pecador en su pecado es el camino para salvar al hombre, a la humanidad. Ama a todos los hombres aunque sean unos demonios, aunque no comulguen con un dogma, con la verdad revelada. Es antes el amor fraternal que el amor divino. Es mayor el amor al hombre que el amor a Dios. No busques el amor divino sino el sueño de Jesús: la mística de la fraternidad universal. Bergoglio nunca habla de la Voluntad del Padre o de la Voluntad de Dios, sino de los sueños de Dios. Rebaja a Dios a la comprensión de su intelecto humano, creando una falsa espiritualidad.
Por eso, Bergoglio habla de su falso misticismo: «Vivid la mística del encuentro: «la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método», dejándoos iluminar por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas (cf. 1 Jn 4, 8) como modelo de toda relación interpersonal» (ib.). Esto es una gran blasfemia porque supone anular la mística de la Cruz, de la muerte de Cristo en el Calvario. Cristo muere para que los hombres hablen unos con otros (mística del encuentro) y busquen el camino para solucionar los problemas. Se quita a Cristo como Camino y se anula la Obra de la Redención humana. Se pone el diálogo, la mística del encuentro, que es sólo un invento de la cabeza de Bergoglio. No existe en la realidad espiritual ni mística. La vida mística es la unión entre Cristo y el alma. Y no hay otros misticismos.
Y, además, se dice que en las Tres Personas de la Santísima Trinidad hay una relación de amor. En Dios no recorre una relación de amor en las Tres Personas. No existe eso en Dios, porque en Dios la relación divina es Dios Mismo, no algo añadido a Dios. Otra gran blasfemia en la que nadie ha caído en cuenta porque los católicos sólo siguen la figura vacía de este hombre; siguen lo exterior de ese hombre y tapan sus claras herejías, porque lo tienen como lo que no es: Papa. Y así se cumple el Evangelio: «Vi otra bestia…que tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero que hablaba como un dragón….diciendo a los moradores de la tierra que hiciesen una imagen en honor de la Bestia» (Ap 13, 11.14b).
Es la obra de teatro de Bergoglio en la Iglesia: construir la imagen, el falso ídolo, en honor a la bestia. Él tiene dos cuernos semejantes a un cordero: tiene el sacerdocio. Y él habla como un dragón: blasfema cada día. Y no hay un día que no diga su blasfemia ante todo el mundo. Y no pasa un día que los católicos y la gente del mundo aplauda sus blasfemias en la Iglesia y en el mundo. Está construyendo el falso papado para su falsa iglesia.
Se está levantando la nueva iglesia, con el falso cristo, con la falsa doctrina, que sólo condena almas; y lo hace con una sonrisa, con un palabra bella, con un gesto hermoso de un bien humano, con un sentimentalismo que mata almas.
En la fe fiducial no interesa la razón, el acto de conocimiento, el dogma, la Verdad Revelada ni enseñada por la Iglesia, sino sólo la voluntad del hombre ciega: «la Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender» (Estambul, 29 de noviembre del 2014): el Espíritu Santo no da una idea, una verdad, sino un sentimiento fraterno, un lenguaje que todos pueden comprender: el del amor fraternal, universal. Un amor sin verdad, porque todo es verdad. El hombre es movido por algo en su corazón que le mueve a un servicio de amor con los demás hombres, en un lenguaje que todos los hombres puedan comprender: se anula el dogma, la verdad absoluta y se pone el lenguaje, un lenguaje ciego porque es dado por un viento que no transmite un poder, sino una esclavitud: la esclavitud de la palabra humana, de la lengua humana, de la mente humana. El hombre, buscando este lenguaje que todos entiendan, se hace esclavo de su propia mente humana, de su propia idea de la vida, de su propio plan en la vida.
En la fe fiducial el hombre no hace un acto humano, en el cual se somete a Dios que revela una verdad, sino que el hombre pone su confianza sólo en Dios, confía sólo en que Dios lo ama, tiene misericordia de él, aunque haya pecado mucho. Y, por eso, Dios mueve a todos los hombres para conseguir este servicio de amor, este lenguaje universal en que todos comprenden lo que tienen que hacer: el hombre le dice a su semejante lo que éste quiere escuchar. De esta manera, se inventa un lenguaje humano lleno de mentiras, de frases bonitas, de palabras baratas, pero que son una blasfemia contra la obra del Espíritu en la Iglesia. El hombre no recibe un poder para levantarse de su pecado, sino un lenguaje universal para un amor universal. Recibe algo ciego, sin verdad, sólo para un bien común, no para salvar su alma del pecado, no para su bien particular y privado.
Por eso, este hombre abre su homilía de la Inmaculada así:
«Queridos hermanas y hermanos, el mensaje de la fiesta fiesta de hoy, de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: ‘todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros’». (ver texto)
Ante la Inmaculada, lo único que tiene este hombre en su mente es que todo es gracia. Todo es gratuidad.
Un verdadero católico, ante la Inmaculada tiene que decir: La Virgen María es toda Pura, pero su vida no es para el placer, sino para el sufrimiento, para la Cruz. Fue Virgen para crucificarse con Su Hijo. No pecó para abandonarse al plan de Dios en Su Hijo.
Es una Pureza Virginal que lleva a esa Mujer a la Cruz, con Su Hijo. Si la Virgen María, no teniendo pecado, tuvo que sufrir un martirio místico y espiritual toda su vida, ¿qué no tendrán que sufrir los demás hombres en sus vidas? ¿A qué no tendrán que morir? Por tanto, ante la Inmaculada, el creyente tiene que aclamar: enséñame Madre a quitar todo mi pecado y a sufrir todo por tu Hijo.
Esto es lo que nunca va a enseñar Bergoglio. Él lanza su idea, que es la idea que todos quieren escuchar: todo es gracia. ¡Qué bonito! Y lleva al alma hacia esa idea:
«El ángel Gabriel llama a María ‘llena de gracia’, en ella no hay lugar para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre madre de Jesús y la preservó de la culpa original»: Bergoglio nunca llama a la Virgen María como Madre de Dios. Nunca. Siempre la llama madre de Jesús, que es la madre de un hombre, madre de carne y hueso, madre de sangre. Para Bergoglio, Jesús es un hombre, una persona humana, no es la Persona Divina: «¿Pero Jesús es un espíritu? ¡Jesús no es un espíriitu! Jesús es una persona, un hombre, con carne como la nuestra, pero en la gloria» (Santa Marta – 28 de octubre del 2013)
Y, por eso, dice:
«Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo, y después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en ella, así en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe» (ver texto): Bergoglio se ha cargado la Maternidad Divina. ¡Y qué pocos lo ven en esta frase! Se quedan con lo bonito: «en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe». Pero no atienden a la herejía: «Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo, y después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en ella».
¿Qué es la Maternidad Divina? ¿Es algo físico que se recibe en la carne para que la mujer done su carne y su sangre? No. Nunca.
La Maternidad Divina es algo espiritual y divino, por el cual la Virgen es elevada al plano sobrenatural: su cuerpo y su alma. Todo su ser es llevado al cielo. No sólo está en un estado de Gracia, sino que se realiza la Encarnación en el lugar del Cielo.
Decir que a nivel físico la Virgen recibe la potencia del Espíritu es anular la virginidad de María en la obra de la Encarnación.
La Virgen María es Madre de Dios porque es Virgen: es decir, su cuerpo actuó pasivamente en esa obra divina. El cuerpo de la Virgen no hizo ningún acto sexual, ninguna relación sexual para ser Madre, para engendrar la Persona del Verbo. Actuó de manera pasiva. Y, por tanto, la Virgen no recibe a nivel físico la potencia del Espíritu. La Virgen concibe por obra y gracia del Espíritu. No es el Espíritu el que se mete en su cuerpo para engendrar un hombre en Ella. Es el Espíritu el que eleva todo el ser de la Virgen, lo lleva a un lugar inexplicable, y allí la Virgen concibe, allí el Espíritu obra en la Virgen: produce en Ella la unión hipostática, sin que su cuerpo haga algo, sin que el Espíritu obre físicamente en el cuerpo.
El Espíritu obra divinamente en el ser de la Virgen: obra lo divino en todo el ser de la Virgen: no sólo en su alma ni en su espíritu, sino también en su cuerpo.
El óvulo de una mujer es engendrado físicamente por el semen del hombre. En la Virgen no hay semen, luego no hay engendramiento físico. La obra del Espíritu en el óvulo de la Virgen no es algo físico, como lo hace el semen: el semen penetra físicamente el óvulo. El Espíritu no penetra físicamente el óvulo de la Virgen. Es el Verbo el que asume todo el ser de la Virgen y, por tanto, el óvulo queda asumido por el Verbo; y de esa manera, se produce la Encarnación, sin ningún poder físico en el cuerpo de la Virgen.
Muchos se equivocan al poner algo físico en la Encarnación.
Jesús nació de Virgen: de una Mujer que no usó su vida sexual para engendrar. Y permaneció virgen en el parto, durante el parto y después del parto. Si fue Virgen siempre es que Dios obró en Ella sin el concurso físico de su cuerpo. Por eso, la Virgen dio a luz al Salvador en un éxtasis de amor divino. Su cuerpo no hizo nada: sólo actúo pasivamente en esa obra divina.
María es siempre Virgen: no recibe en Ella, a nivel físico, la potencia del Espíritu. Decir esto supone romper la virginidad de María.
En la maternidad virginal todo se hace sobrenaturalmente por el Espíritu. Nada hay que Ella haga: «¿Cómo será esto porque no conozco varón?» (Lc 1, 35). Este impedimento puesto por la Virgen al ángel es señal de que su maternidad es del todo milagrosa, inexplicable para todo hombre: si no se penetra físicamente un óvulo no se engendra un hombre. Dios, en su obra en la Virgen, no necesita un poder físico para engendrar el óvulo: no tiene que imitar lo que hace el semen. Hacer esto supone romper la virginidad de María.
Una mujer es virgen, no sólo porque su sexo no ha conocido el sexo del varón, sino porque su óvulo no ha sido penetrado por el semen de ningún varón. Esta es la virginidad auténtica, que es la de la Virgen. Y, por eso, Dios obra en Ella sólo de manera sobrenatural, divina. No necesita el poder físico. No necesita imitar las fuerzas de la naturaleza humana del semen para engendrar el óvulo de la Virgen. Dios eleva a la Virgen a un estado divino y obra en Ella sólo lo divino, con un poder divino, nunca físico, nunca humano.
La Virgen María concibe divinamente por el Espíritu Santo, no físicamente. Por eso, la Virgen es Divina. No es humana. No hay nada de humano en Ella. Todo en la Virgen es divino. Toda la obra de Dios en Ella es de carácter divino. La Maternidad Divina no es una maternidad humana, no se obra como una maternidad humana: el Espíritu no rompe el óvulo físicamente para engendrar; el Espíritu asume el óvulo de la Virgen para engendrar lo divino. Ese es el sentido de la virginidad en la María. Es Virgen para Madre: es Virgen para una Maternidad Divina, no para una maternidad humana, concebida por el hombre y obrada por él. María no dona su cuerpo y su sangre para engendrar al Hijo de Dios, sino que es el Hijo de Dios el que asume su cuerpo para obrar la unión hipostática: la unión entre el Creador y la criatura en el Seno de una Virgen. María pertenece a esa unión en la Persona del Verbo para una obra divina en lo humano.
Pero Bergoglio se centra en su idea:
«Así como María es saludada por santa Elisabeth como ‘Bendita entre las mujeres’, así también nosotros hemos sido ‘bendecidos’, o sea amados, y por lo tanto ‘elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados» (ver texto). Todos hemos sido bendecidos, justificados, santificados, hechos buenos como María. Es su fe fiducial: todos amados por Dios y, por tanto, todos somos santos. Dios no te imputa el pecado. Bergoglio equipara a todos los hombres con la Virgen María. Si Ella bendita, todos benditos. Esta es su blasfemia constante.
Y, por eso, sigue:
«María ha sido preservada, en cambio nosotros hemos sido salvados gracias al bautismo y a la fe. A todos entretanto, sea ella que nosotros, por medio de Cristo, “a alabanza del esplendor de su gracia’, esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colma en plenitud’». Gracias a tu fe fiducial, te has salvado, como la Virgen fue preservada del pecado. Todo es gracia. Nadie pone su voluntad libre para aceptar o negar esa gracia. Todo está en la fe fiducial.
Y en la Iglesia Católica seguimos la fe dogmática:
«creemos que es verdad lo que ha sido revelado por Dios, no a causa de la verdad intrínseca de las cosas penetrada en virtud de la luz natural de la razón, sino a causa de la autoridad de Dios mismo que es el que realiza la revelación» (D 1789; cf. 1811): el hombre cree en Dios porque asiente a lo que Dios le revela, da su voluntad libre, se somete con el entendimiento al dogma que Dios le revela, a la Verdad Absoluta, que está por encima de toda mente humana, de todo lenguaje humano, de toda obra humana.
Esta fe dogmática se opone a la fe fiducial. En la fe fiducial, el hombre no se somete a una verdad, sino que obra su mentira, diciéndose a sí mismo que ya Dios le perdonó su pecado, que no lo mira más porque Cristo nos ha salvado con su Sangre, ya hay un ecumenismo de sangre, de sufrimientos, ya sólo existe un misticismo del diálogo.
¡Cuántos católicos perdidos por este hombre, al que continúan llamándole Papa!
Y un hombre que no señale el camino del cielo en la Iglesia, que es un camino de cruz, no es Papa nunca.
Un hombre que sólo le interese el campo humano, no es Papa nunca.
Un hombre que sólo viva para las conquistas de su mente humana, no es Papa nunca.
El Papado es otra cosa a lo que Bergoglio da a conocer. Ser Pedro en la Iglesia es una obra divina en el alma de Pedro. Y todo Papa legítimo hace caminar a la Iglesia en la unidad de la verdad.
Pero todo Papa ilegítimo hace caminar a la Iglesia en la mentira de la diversidad del pensamiento humano.
Jesús vino para salvar almas no para alimentar las mentes de los hombres, que es lo que hace Bergoglio: da sus ideas para que los hombres las acojan y las veán como camino en la Iglesia. Y así las almas se pierden en la idea humana. Se hacen esclavas de lo humano.
Pocas cosas hay que decir de Bergoglio. Todo está dicho. Pero los hombres lo siguen porque quieren el pecado en sus vidas, como se lo da ese hombre.
Si el hombre acepta la mente de este charlatán se hace como él: un inútil para Dios y un esclavo de los pensamientos de los hombres. Muchos están en la Iglesia por el qué dirán. Hacen un común con todos los hombres que quiere vivir su relativismo en la Iglesia. Se unen a los hombres que piensan como ellos.
Y son pocos los católicos verdaderos, que, en verdad, hacen la Iglesia, son Iglesia. Son un resto fiel al que nadie atiende porque para ser de ese Resto no hay que ser del mundo, ni de la masa de los católicos, ni de la gente que se dice que sigue la Tradición, pero que después critica a todo el mundo en la Iglesia.
Si quieren ser Iglesia huyan de todas las cosas. Vayan al desierto. Allí encontrarán la verdad de sus vidas.
Si quieren hacer la Voluntad de Dios comprendan que se quedan solos, enfrentados a todos los hombres, aun los de su misma familia.
Si quieren vivir la Vida Divina, combatan toda vida humana por más buena y perfecta que parezca. Luchen contra todo pensamiento humano aunque les parezca lo más valioso para sus vidas.
Dios no obra la Santidad sin la voluntad libre de los hombres. Dios no hace puros a los hombres porque los hombres lo piensen bien. Dios no salva al hombre si el hombre no se humilla hasta el polvo, no deja en su nada sus grandiosos pensamientos sobre su vida.
Dios quiere Santos en su Iglesia, no quiere bastardos, como son muchos católicos, que se creen algo en la Iglesia porque saben pensar y obrar algo. Dios quiere humildes, que son aquellas almas que obedecen, sin rechistar la verdad revelada, absoluta, sin cambiarla en nada ni por nada en el mundo.
Bergoglio enseña su fe protestante a toda la Iglesia. Y no es capaz de enseñar la fe católica porque no cree en el dogma, en la Verdad Revelada. Es un Lutero más que con bonitas palabras destruye toda Verdad y hace caminar a las almas hacia la perdición eterna.
La blasfemia de Bergoglio contra la Maternidad Divina
«El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza» (ver texto).
Así comienza un hereje su homilía: poniendo su idea humana por encima de la Mente de Cristo, del Evangelio de Jesucristo, de la Palabra del Pensamiento del Padre.
No podemos acoger una blasfemia como ésta: el Evangelio de Jesucristo no es el evangelio del encuentro con los hombres y, menos, del encuentro entre los jóvenes y los ancianos.
El Evangelio de Jesús es una Ley Eterna; el falso evangelio del encuentro es una idea masónica, protestante y comunista, sin gozo, sin fe y sin esperanza.
La Palabra de Dios no es para hacer un encuentro entre los hombres, sino para hacer una selección entre ellos: es para poner espada, división; es para indicar el camino de la salvación y hacer que el alma elija un camino en su vida.
El Evangelio de Jesucristo es el que lleva al Cielo; el evangelio del encuentro es el que lleva al infierno. Elijan uno de ellos. Elijan a Cristo o a un Obispo que no sabe leer el Evangelio de Jesús, que sólo sabe malinterpretarlo con sus palabras baratas y llenas de blasfemias.
Tienen que elegir ya. Tienen que saber escupir cada palabra de Bergoglio y decirle a la cara: tú no eres el Papa verdadero de la Iglesia Católica, porque no hablas como Jesucristo, no eres la Voz de Cristo en la tierra, sino que hablas como tu padre, el demonio: eres la misma voz del demonio.
Si no se atreven a decir esto, están haciendo como todos esos católicos, tibios y pervertidos en sus juicios, que buscan una razón para lavar las babosidades de este hombre cuando habla; son como toda esa Jerarquía, que se ha acomodado al lenguaje herético de un hombre, y que no tiene ninguna vergüenza en llamar a esta doctrina como católica, cuando es claramente anticatólica.
¡Da asco Bergoglio! ¡Pero más asco dan los católicos y la Jerarquía que apoyan y obedecen a Bergoglio! ¡Porquería demoníaca es lo que abunda en toda la Iglesia!
Si Bergoglio es un ser que ha perdido el juicio, es decir, un idiota, uno que no sabe pensar ni hablar una verdad, porque no hay verdad ni en su mente ni en su boca humana, más locos son todos esos católicos, que sólo son de nombre, pero no de obras, que alaban a Bergoglio, que lloran las palabras de un mentiroso, que repiten las herejías de un demonio en la Iglesia.
¡Bastardo es el nombre de Bergoglio: es el nombre de la Bestia! Nombre que se ha escondido en la falsedad de Francisco.
Francisco es un farsante (= su nombre es falsedad, porque no tiene el Espíritu de San Francisco de Asís, que es el motivo por el cual lo eligió); Bergoglio es el demonio en persona (= su nombre es su vocación en la vida: Bergoglio viene Beriko (Beriko, Berko, Bergo, Bergolio, Bergoglio), que significa burro, asno, persona incapaz de pensar la verdad. Es una hernia en el pie (Beriko, bernia, hernia); es un malestar que no se quita en la vida; es un dolor de cabeza, que ninguna medicina lo saca).
«María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida».
En estas palabras ha anulado todo el Misterio de la Maternidad Divina.
¡Qué hombre tan cegado por lo humano! ¡Qué hombre tan inculto! ¡Qué demonio es Bergoglio!
La Virgen María va a aprender de una criatura humana, de la sabiduría de la vida humana: clarísima herejía, blasfemia contra la Santidad de la Virgen María.
¿Dónde están las Glorias de María en esta homilía? En ninguna parte, en ninguna palabra, en ningún párrafo.
¿Dónde están las glorias del hombre en esta homilía? En todas partes: desde el principio hasta el final.
Conociendo la mente de este sinvergüenza, es lógico que trate así a la Virgen María: sin ningún respeto, sin ninguna obediencia a Su Misterio, sin ninguna alabanza a su persona humana.
¿Quién es la Virgen María? La Madre de Dios. Y, por ser Madre, tiene la perfecta sabiduría humana, no sólo la divina. Luego, por ser Madre de Dios, la Virgen María no tiene que aprender de nadie, y menos de una mujer, lo que es la sabiduría de la vida.
Si no ponen a la Virgen María en su puesto, entonces caen en la blasfemia de este hombre, de esta piltrafa humana, de esta sabandija demoníaca.
La Virgen María, por Su Maternidad, no es una mujer como las demás. Es una persona humana con dos naturalezas. Este es Su Misterio, Su Gloria.
¿Quién es Jesús? Es el Verbo Divino que tiene dos naturalezas: la Divina y la Humana. Jesús no es un hombre: no pertenece a la naturaleza humana. El hombre sólo posee una sola naturaleza: la suya propia de su especie: la humana.
Jesús posee dos naturalezas: no es un hombre, no pertenece a la naturaleza humana. Posee otra naturaleza en su ser. ¡Este es el Misterio de la Encarnación! Nadie enseña este gran Misterio. Todos colocan a Jesús como Hombre. Y no es un Hombre como los demás.
En Él se resuelve la unión hipostática: el Verbo, que es Dios, se une a otra naturaleza, la del hombre, y surge así un nuevo ser, que es Dios y Hombre, al mismo tiempo.
En este Misterio, participa en grado supremo, Su Madre, la Virgen María.
La Virgen María, para poder ser Madre de Dios, tiene que ser elevada a esa unión hipostática. Y cuando el Verbo asume la naturaleza humana, en el vientre de María, asume la persona humana de Su Madre. Y esto significa, que María posee la misma Naturaleza Divina del Verbo por asunción. En otras palabras, María es Divina.
No sólo la Virgen María es divina por la Gracia, que la hace ser Hija de Dios por adopción; no sólo participa de la Naturaleza Divina por la gracia. Sino que es divina por su Maternidad; no sólo por su Bautismo.
Esta es la Gloria de María: tener por Hijo al mismo Hijo del Padre. Es algo que no se puede explicar, alcanzar con la mente humana. Es algo que supone una elevación del ser humano de María al Ser Divino, en que la Virgen pasa a ser Divina por la unión del Verbo con su naturaleza humana, en Su Seno Virginal.
Y, por tanto, María es poseída por toda la Sabiduría Divina. Y, en esa Sabiduría Divina, conoce lo que es el hombre, su valor y su sabiduría. María no necesita leer un libro para conocer lo que es el hombre. María no necesita que otra persona le enseñe lo que es la vida humana. No tiene ninguna necesidad porque lo sabe todo. Esta es Su Grandeza, que anula ese bribón con sus palabras de blasfemia, porque no cree en el dogma de la Maternidad Divina.
Hoy día la Jerarquía de la Iglesia no cree en esta divinidad de la Virgen, en Su Maternidad que la hace divina. No cree. Hace falta ser niños para poder creer en la Virgen María y para poder decir: María es Divina. Hay que poner la mente en el suelo y pisotear toda filosofía y toda la teología. Sólo los niños creen en las Grandezas del alma de Su Madre. Los hombres, los adultos, los sabios, ven sólo a María como una simple mujer
Como somos tan hombres, tan humanos, tan carnales, tan materiales, tan de la tierra, entonces lloramos y nos divertimos con las palabras necias de un estúpido: «para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida».
Es Isabel la que aprende de la Virgen María, porque la alaba en Su Maternidad Divina.
¿Por qué va la Virgen María a visitar a su prima Isabel?
Lo dice la misma escritura: «Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo, y clamó en voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1, 41-42)
Santa Isabel engrandece la Gloria de la Virgen María: su maternidad divina.
Bergoglio alaba a los hombres, los engrandece.
¿Quién tiene la razón? ¿Una Santa o un demonio? ¿Quién está dando lo que es la Virgen María, la verdad de su vida, de su persona, de su unión con Dios? ¿Lo da Bergoglio o lo da Santa Isabel? ¿Con quién te quedas: con Bergoglio o con los Santos de Dios? ¿A qué iglesia perteneces: a la de Bergoglio o a la de Jesús?
Ya hay que elegir. Ya hay que ponerse o de parte del Anticristo o de parte de Cristo.
Hay mucha gente que no sabe discernir nada. Están en la Iglesia con una estupidez morrocotuda.
La Virgen María lleva en su Seno al Santificador; y ¿cuál es su obra? Santificar un seno de una mujer que ha creído en el Mesías, pero que tiene un hombre, un sacerdote, que no ha creído y, por eso, se quedó mudo. ¿En qué cabeza cabe que la Virgen María vaya a escuchar las palabras de un anciano que no cree ni puede hablar? ¿En qué está pensando Bergoglio al hacer de este encuentro con Isabel una tertulia social? Es lo que quiere este hombre: la sociedad, lo cultural, lo humano. Pero aborrece a Cristo y a Su Madre.
La Virgen Maria hace una obra: santificar. Y la hace, no sólo como instrumento del Verbo, que está en Su Seno Virginal. Es su misma Maternidad la que obra: es el mismo Verbo unido a Su Madre. Son los dos, al mismo tiempo, los que santifican el hijo de esa mujer. Porque, para esto, el Verbo se encarna en el Seno de una Virgen: para llevar a la santidad a todas las almas, a través de Su Madre, la Virgen María. Jesús y Su Madre no se pueden separar en la Iglesia, en la Obra de la Redención. No se puede amar a Jesús y no amar a Su Madre. No se puede dar culto a Jesús y no dar culto a la Virgen María. No se puede. Quien no es devoto de la Virgen María, aunque comulgue no puede salvarse.
¿Predica esto Bergoglio? ¿Habla alguna vez Bergoglio de la santidad? Ninguna. Claramente no lo predica. Y, entonces, ¿por qué le llaman Papa? ¿Por qué le obedecen? ¿Por qué lloran con sus homilías oscuras y llenas de errores por todas partes? ¿Por qué hacen publicidad a un burro?
«Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud… No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones… Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón».
«Podemos pensar…»: esto es todo en Bergoglio: su mente…Podemos pensar, recordar, imaginar, ilusionarnos, soñar…. Se pone a pensar, se pone a interpretar, se pone a malinterpretar, se pone a destruir la Palabra de Dios con la misma Palabra de Dios. ¿Por qué no va a los Santos Padres y dice lo que ellos han dicho de este pasaje? Porque no cree en la Tradición Divina, ni en los Santos, ni en nadie. Sólo cree en lo que hay en su estúpida cabeza humana, que es una cabeza de chorlito.
Aprende, Obispo necio, estúpido e idiota, lo que significa este pasaje de otro Obispo:
«Bien pronto se manifestó los beneficios de la llegada de María y de la Presencia del Señor; pues en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo. Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del Misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la Mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos» (De la exposición de San Ambrosio, obispo, sobre el Evangelio de San Lucas – Libro 2, 19.22-23.26-27; CCL 14, 39-42).
La Virgen María no fue a casa de Isabel para dialogar con esa mujer, sino para santificar su seno.
La Virgen María no fue a la casa de Isabel para aprender de ella una sabiduría de la vida, sino para profetizar lo que viene con el Hijo que tiene en su seno virginal: Misericordia y Justicia, que es el Magnificat, que Bergoglio ni se molesta en nombrar, porque ha anulado la misión de la Virgen María en la Iglesia: ser profeta de Su Hijo; ser Apóstol de Su Hijo; ser mártir con su Hijo.
«María supo escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre». ¿Ven la gran blasfemia de este hombre? ¿Ven cómo no predica el Evangelio de Jesucristo, sino que predica lo que le da la gana?
¿No ven que Bergoglio no puede ser el Papa de los católicos porque no da la unidad de la fe? No lleva a la Tradición, no continúa la línea de los Papas, no hace nada para salvar a la Iglesia del error y de la mentira. No une en la Verdad: desune con su mentira, con sus errores, con sus palabras llenas de sin sentido. Sólo está interesado en su humanidad, en los hombres, pero no en Cristo, no en Su Obra, no en su Plan de Salvación.
¿Todavía no lo disciernen? ¿Qué más hay que decir para que comprendan la situación de toda la Iglesia?
¿Qué más hay que escribir para que comprendan que, a partir de ahora, la Jerarquía va a dar un cambio sustancial en todo? Si están apoyando las palabras de un hereje, también van a apoyar las reformas malditas que ese hereje quiere. Y van a destruir toda la Iglesia, como lo hace el mismo Bergoglio: con palabras baratas, sentimentales, que agradan los oídos de todos los hombres.
¿Todavía no ven lo que viene a la Iglesia? ¿Todavía rezan por el Sínodo? Todos se van a abrazar en un mismo lenguaje: igualdad, libertad y fraternidad. Y van a consentir con el pecado, y lo van a obrar como si fuera un vaso de agua en sus vidas.
La Virgen María enseña sólo un camino: el de Su Hijo. Y llama a todos a caminar por ese Camino. Y no es fácil ese caminar, porque el hombre tiene que aprender la humildad: tiene que aprender a no mirar su vida humana ni su humanidad: es el negarse a sí mismo que Bergoglio no lo quiere ni lo vive, sino que muestra, en todo su obra en la Iglesia, lo contrario: sean hombres, busquemos los derechos humanos, seamos justos con todos, vivamos en la fraternidad, en la igualdad de todas las mentes humanas, y amémonos en la creación porque es algo maravilloso: Dios todo lo ha creado bueno, todo es hermoso, todo es amable. Todo consiste en el cristal como se lo mire. Y, por eso, anulemos las Verdades Absolutas que impiden esta unión global, este levantamiento del hombre por encima de Dios.
Bergoglio se ha hecho un dios; la Jerarquía de la Iglesia se ha hecho un dios. Todo el mundo juega a ser dios. Y nadie quiere reconocer los derechos de Dios sobre todas las criaturas. Y eso es lo que viene ahora: la Justicia de Dios. Y nadie se puede esconder de Su Justicia.
Los gobernantes de las naciones se les va a ir de la mano todo su plan; los que gobiernan la Iglesia en Roma van a quedar al desnudo, con todas sus verguenzas al aire; y los católicos, tan ufanos para proclamar las herejías de un hereje, van a quedar mudos y espantados ante lo que viene a la Iglesia.
«Y mirarán al que traspasaron»
«Soy Yo, soy Yo quien por Amor de Mí borro tus pecados y no Me acuerdo más de tus rebeldías» (Is 43, 25).
Jesús muere por Amor de Su Padre; Jesús no muere por Amor al hombre.
La muerte de Cristo se realiza por Voluntad del Padre. La muerte de Cristo no es debida a una injusticia social sobre Cristo. No son los hombres los que matan a Cristo (una calumnia no mató a Cristo); es Cristo el que va a la muerte por Amor de Sí, el Amor de la Santísima Trinidad, Amor Divino, inefable, que no se puede expresar con palabras humanas.
Apartarse de este punto es iniciar el cisma en la Iglesia.
Presentar la muerte de Cristo como un problema social, político, económico, cultural, es caer en el mismo pecado que los Apóstoles obraron en la Pasión.
Jesús es un Rey Espiritual y, por tanto, Su Reino no es de este mundo (cf. Jn 18, 36).
El pecado de los Apóstoles es comprender a Jesús como Mesías político y, en consecuencia, esperar un reino humano, político, material, social, económico.
Por eso, Pedro saca la espada en el huerto para defender a Jesús (cf. Jn 18, 10). Y Jesús le enseña: «¿O crees que no puedo rogar a Mi Padre, que Me enviaría, al instante, doce legiones de ángeles» (Mt 26, 53). Jesús enseña a Pedro lo que él va a negar: «¡Yo no conozco a ese hombre!» (Mt 26, 74).
Pedro no conoce lo que es Jesús. Pedro conoce lo que él piensa de Jesús. Pedro no tiene el conocimiento verdadero que viene de la Fe en Cristo. Pedro tiene el conocimiento falso de su interpretación de las Sagradas Escrituras. No ha sabido leer con el corazón el Antiguo Testamento donde se hablaba del Mesías. Ha leído a los Profetas con su mente y se ha inventado un Mesías humano, político, terrenal. Y, por eso, esperaba de Jesús un reino de la tierra, un reino comunista, un reino para el hombre.
Este pensamiento de Pedro es su pecado contra Jesús. Pedro piensa de esta manera, Pedro peca contra la Verdad, que es Jesús. El tiempo de estar con el Mesías no le ha servido para quitar esta idea de su cabeza. Ha seguido a Jesús con esta idea humana. Y esta idea le llevó a su pecado.
Por la idea del hombre viene siempre el pecado. Y, cuando el hombre encumbra su idea por encima de todas las cosas, es cuando comete la blasfemia contra el Espíritu Santo: no se deja enseñar por el Espíritu, no se abre a la Verdad que viene de la Palabra del Espíritu, sino que permanece en su idea humana, luminosa, pero pecaminosa.
Y es la negación de Pedro lo que marca el comienzo de la Pasión. Mientras es juzgado Su Maestro, Su Mesías, Pedro lo niega. En el juicio a Su Mesías, la negación del Mesías. Y lo niega el que ha sido puesto como fundamento de la Iglesia, que es la Obra de Cristo, que es el Reino espiritual de Cristo. Cristo es juzgado en Su Divinidad; Cristo en negado en Su Divinidad.
Jesús, por Amor a Su Padre, inicia, en la negación de Su Vicario, Su Pasión.
Jesús inicia solo, sin Pedro, Su Calvario como Cabeza de la Iglesia.
Jesús sufre el abandono de Su Vicario en la Obra de la Redención del Género Humano.
Jesús marca así el camino para todo hombre: no hay que seguir a ningún hombre para salvarse. No hay que seguir la idea de un hombre para salvarse. No hay que hacer caso a la teología de nadie para salvarse. No hay que dedicarse a hacer obras buenas humanas para salvarse. No hay que vivir con un fin humano, bueno, perfecto, para conquistar el Cielo. Sólo hay que seguir a Jesús por el Camino del Calvario.
El camino de salvación no está en proclamar los derechos humanos de los hombres, ni en luchar por las justicia sociales, ni en promover la fraternidad de los hombres para constituir un bien común, un orden social, una estructura económico-política: «La Justicia del justo no le salvará el día en que pecare (…) no vivirá el justo por su justicia el día en que pecare» (Ez 33, 12).
No te salva el bien común, la obra social, la empresa humana, el dinero que da para ayudar a los hombres; no salva la medicina del hombre; no salva la ciencia de los hombres; no salva el hombre. Porque el hombre, peca. Y, cuando peca, lo que ha hecho no tiene mérito para quitar su pecado; no tiene valor, no sirve para salvarlo del mal.
El camino que salva es la Cruz. Y sólo la Cruz. Hay que negar al hombre, a su vida humana, a su vida social, a su vida económica, a su vida cultural, a su vida política. Esto es lo que muchos no comprenden porque no miran a Jesús en la Cruz.
«Y mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37).
Sólo hay que alzar los ojos a Cristo, que sufre y muere en la Cruz, y el alma conoce la Verdad de su vida. El alma se conoce como Dios la ve. El alma se comprende como Dios la mira. El alma se entiende como Dios lo quiere.
Cristo en la Cruz es el conocimiento de la Verdad. Y no hay otra inteligencia para el hombre sobre la Verdad.
La Verdad es la Vida Divina. Y, por tanto, todo aquello que no es la Vida de Dios es, simplemente, una mentira, un engaño, una ilusión.
El hombre, si quiere despertar de su sueño, tiene que mirar al Crucificado. En Él está toda su Vida, todo el misterio de su humanidad.
En un gusano pinchado en un palo: ahí está el verdadero amor que el hombre tiene que aprender.
Y esto es lo que el hombre no hace: mirar al Crucificado.
El hombre se dedica a mirar a los hombres, a las cosas del mundo, a las obras de otros hombres, y no da valor ni importancia a la Muerte de Cristo.
La Vida Eterna sólo ha sido posible por la Muerte de Cristo en la Cruz.
El pecado de Adán y Eva quitó la Vida Eterna al hombre. La muerte de Cristo da la Vida al hombre, la Vida que siempre Es, la Vida que permanece, la Vida que no posee ninguna imperfección ni pecado.
Cristo, en Su Muerte en Cruz, salva al hombre del infierno, porque éste es el destino de todo hombre cuando nace con el pecado original: nace para condenarse.
La Muerte de Cristo señala a todo hombre que tiene que morir, como Cristo murió, a todo lo humano, aun lo bueno y perfecto humano.
Porque la tierra, después del pecado original, se ha convertido en una pobre imitación del Paraíso: «Maldita, Adán, la Tierra por tu causa» (Gn 3, 17). La perfección del hombre es solo una imperfección, una nada, una ilusión de bien humano.
Hay que morir a todo lo humano para tener Vida. Esto es lo que el hombre no acaba de entender.
Cuando no se muere a todo lo humano, entonces se comienza a poner lo humano por encima de lo divino. Se comienza a poner al hombre como el centro de todo. Se da al hombre el valor que no tiene, la importancia que no merece, la obra que no sirve para nada.
Comprender la Muerte de Cristo es ponerse en la Verdad.
La Iglesia nace en la Muerte del Redentor. Ahí, en los brazos de Su Madre, inicia la andadura de todo el Cuerpo Místico de Cristo. Es la Madre la que lleva a la Iglesia, el Cuerpo de Su Hijo, al sepulcro de Su Corazón para que renazca allí el Amor de toda la Humanidad a Dios.
La Resurrección de Jesús es el inicio de la Iglesia como comunidad de fieles.
La Iglesia inicia en la muerte de Cristo, pero sólo pertenecen a Ella, Jesús y María, el Redentor y la Corredentora, el Rey la Reina.
Pero la Iglesia es el Cuerpo Glorioso de Cristo. Y, por eso, la Iglesia siempre va a permanecer, nunca las fuerzas del Infierno podrán contra Ella, porque Jesús ha vencido a la Muerte.
Y es esencial comprender este punto para entender la Iglesia.
La Iglesia es un organismo espiritual, divino, celestial, glorioso; que tiene hombres que viven en unos países, en unas familias, en unas culturas, en unas sociedades.
Los miembros de la Iglesia forman, en lo humano, una vida social, económica, política, cultural, etc. Todo eso no pertenece a la Iglesia, sino a los hombres en su humanidad.
Cristo no funda Su Iglesia para una vida social, ni para un orden económico, ni para una estructura política, ni para manejar las diferentes culturas de los hombres.
Aquella Jerarquía que predique el Evangelio de Jesús para constituir un orden económico o social o político, no pertenece a la Iglesia Católica, no es la Jerarquía verdadera, sino la infiltrada. Hoy día, existe mucha jerarquía infiltrada, que exteriormente son buenas personas, pero que son unos demonios: piden dinero para resolver los problemas de los hombres, para luchar por los derechos de los hombres, para su ideología comunista.
Y piden dinero predicando el Evangelio: tomando frases de Jesús y acomodándolas a su negocio en la Iglesia. De esa forma, dan una interpretación nueva del Evangelio, que no está en la Tradición ni en el Magisterio auténtico de la Iglesia.
Sólo hay que darse una vuelta por internet, por los distintos Obispados, y buscar las homilías de los Obispos y verán su ideología comunista. Ya no predican el Evangelio como es, sino siguen lo que Francisco predica todos los días en su negra iglesia de Roma.
Toda esa Jerarquía hace política en la Iglesia y busca el reino material, humano, social, cultural. Pero se han olvidado de para qué es la Iglesia.
La Iglesia no es para dar de comer, como lo quiere Francisco y su cuadrilla de gente. La Iglesia es para dos cosas:
1. Luchar contra el demonio;
2. Luchar contra el pecado de cada uno.
Estas dos cosas son toda la Iglesia.
Cristo muere en la Cruz para dos cosas:
1. Para quitar el pecado, que Adán metió en la Creación;
2. Para liberar a las almas de la acción del demonio.
Esta es toda la Muerte de Cristo.
Si los hombres se unen a esa Muerte, entonces los hombres tienen el poder de hacer dos cosas:
1. Quitar su pecado;
2. Luchar contra el demonio.
Haciendo estas dos cosas, el hombre vive en Gracia, obra en Gracia, ama en Gracia.
Si el hombre persevera en la Gracia, entonces alcanza dos cosas:
1. La salvación para su alma
2. La santificación para su alma y la salvación para otras almas.
Se está en la Iglesia sólo para este fin: salvar y santificar.
Lo demás, a Jesús no le interesa. Y ¿por qué?
Porque el mundo, todavía es del demonio.
Luego, es imposible hacer un orden social, económico, político, donde no haya pecado, no haya males. ¡Es imposible! El demonio está suelto por el mundo. No está atado. Luego, tiene libertad para hacer el mal en todo el mundo.
Jesús sólo pone en Su Iglesia, la Gracia en el Matrimonio; pero no en la sociedad, no en los países, no en las culturas.
Un hombre y una mujer que vivan en Gracia, que vivan imitando a Cristo en su matrimonio, hacen de ese matrimonio la obra de Dios en la creación. Ponen a Dios en medio del infierno, que es este mundo.
Los demás matrimonios, uniones, son todas del demonio; incapaces de dar lo divino en lo humano.
Por tanto, es una ilusión trabajar por un ideal humano, social, cultural, económico, en la Iglesia. Un auténtico absurdo.
Por eso, tienen que aprender que no toda la Jerarquía de la Iglesia es la verdadera, que no todos los fieles que están en la Iglesia son de la Iglesia.
La Jerarquía verdadera se dedica a batallar contra el demonio en las almas, a enseñar la Palabra de Dios, a poner un camino de santidad a las almas en la Iglesia.
La Iglesia verdadera es de muy pocas personas. Es una comunidad pequeña, es un pueblo de Dios pequeño.
Mientras haya pecado en el mundo, hasta que el demonio no sea atado; la Iglesia, en la tierra, es de pocos, muy pocos.
Por eso, llega el momento de irse de Roma, para atacar a la Jerarquía infiltrada, esa Jerarquía que se ha inventado una nueva iglesia sobre los escombros de la verdadera.
Porque lo que hay en el Vaticano ya son sólo escombros: nadie vive la vida espiritual y ni le interesa vivirla. Todos son cuentos para seguir aplaudiendo a un idiota -con todo el significado que tiene esta palabra en el Evangelio-, que es Francisco.
Francisco sólo concibe a Jesús como líder político y, por tanto, concibe la Iglesia como un asunto de los hombres, como una estructura social, como un gobierno donde muchas cabezas deciden muchas cosas.
Francisco, no solo peca con el mismo pecado de Pedro, sino que tiene el pecado de Judas. Reúne ambos pecado. Es incapaz de creer en Jesús y pone el amor al dinero, el amor a los pobres, al amor a su vida social, por encima del amor a Cristo.
Pero Francisco tiene otro pecado más: su orgullo. Y, por este orgullo, vive su amor propio en la Iglesia. Vive su narcisismo. Busca su popularidad, el caer bien a todo el mundo. Por eso, su sonrisa es de Lucifer; luciferina. Tiene el mismo pecado que Lucifer. Se ríe de la misma forma como lo hace Lucifer.
Es una pena que la Jerarquía siga ciega, buscando en la inteligencia rota de Francisco un agua para la vida espiritual. Quien lea a Francisco enseguida se da cuenta de la estupidez que es este hombre. Y esto lo saben muchos sacerdotes, pero callan su boca porque quieren recibir el salario de ese loco. Y, claro, tienen que componer sus predicaciones invitando a la gente a compartir su dinero, porque ahora la moda es la fraternidad. Ahora, ya no hay que juzgar a nadie. Ahora hay que amar a todos, incluso al mismo demonio. Hay que bailar con el demonio para ser feliz en la vida. Por eso, le besan el trasero a Francisco. No son capaces de levantarse y ponerse en contra de él. Y tampoco saben hacerlo.
Iglesia Remanente
“Todos recordarán que le concedí a Lucifer 100 años para que hiciese hasta lo peor para ganarse las almas de los hijos de Dios. Esos 100 años han llegado a su final, y la destrucción de las almas ha sido tremenda. Pero todavía tengo dos guerras pendientes para las almas. Estas serán unas batallas muy grandes. La Iglesia Remanente perseverará para Dios, se declarará para Dios en la Santísima Trinidad.
La primera batalla será el Gran Aviso producido por el gran amor de la Santísima Virgen María por ustedes. (…). Es una guerra porque los malos espíritus también esperan este día. Ellos también tienen un plan en el que harán todo lo posible para provocar la desesperación y la desgracia a los fieles. (…)
Será una guerra para lograr sus almas, queridos hijos. Al poco tiempo después de este evento, la segunda batalla se llevará a cabo. Esta será la del Gran Milagro durante el cual deberán declararse a favor de Dios. Durante este tiempo los espíritus malignos los estarán animando para que apoyen a su líder porque él estará en el poder. (…) Si se declaran a favor de Lucifer y reciben su marca, se irán al Infierno. Acuérdense de esto. El tiempo que dure esto será bastante corto. Nunca pierdan las esperanzas en Dios y en la Madre de Jesús”. (Mensajes a la Dra. Even – Agosto 4, 1998)
La Verdad de la Iglesia es Su Amor por Cristo. Una Iglesia que no ama la Verdad no pertenece a Cristo. Una Iglesia que sólo vive para lo humano, contentando la vida y las obras de los hombres, no es la Iglesia que fundó Cristo en Pedro.
Amar a Cristo es un deber y una obligación para todos en la Iglesia. Amar a Cristo no es vivir una vida humana y, después, recibir un Bautismo, una Confirmación o la Eucaristía diariamente.
Amar a Cristo es poseer Su Espíritu y ser guiados, por Él, hacia la Verdad Plena, que cada alma tiene que vivir en su vida.
Todas las almas están llamadas a la Plenitud de la Verdad, que sólo se da en la Plenitud del Amor. El Amor, que Dios da a Sus Almas requiere –en Ellas- una disposición, una entrega, una voluntad firme de ser siempre de Dios.
Al hombre siempre le cuesta ese Sí, ese entregar el corazón –por completo- a Dios. Pero el hombre tiene todo para poder decir ese Sí. Sólo tiene que ser fiel a la Gracia, a los Dones que el Señor le ha dado por pertenecer a Su Iglesia.
La Iglesia de Cristo es Su Cuerpo; es decir, es el conjunto de almas que se unen en Cristo, que son guiadas por el Espíritu de Cristo, que son llevadas, por Dios, a la conquista de lo divino en lo humano.
La Iglesia de Cristo no es una comunidad de hombres, que se reúnen para hablar y obrar cosas entre los hombres.
La Iglesia de Cristo son almas que dan a Cristo en todas sus actividades humanas. Y este dar a Cristo significa un camino estrecho, un sendero de sacrificio de todo lo humano.
No hay que ser humano para ser de Cristo. Hay que ser divino para ser de Cristo.
Cuanto más el hombre abandona su humanidad, aun la buena y perfecta, más se va transformando en divino, en un ser guiado por la Gracia, que es la Vida Divina.
Dejarse guiar por la Mente de Dios es lo que le cuesta a todo hombre; porque el hombre nace guiado por su mente humana y para vivir sus obras humanas.
Todo el trabajo -en la vida espiritual- es dejar de ser hombres para ser de Cristo. Imitar a cristo no es imitar al hombre; no es hacerse mundano; no es seguir las modas de los hombres ni sus pensamientos.
Imitar a Cristo es ponerse en las manos de la Virgen María, y que sea Ella la que señale el camino hacia Su Hijo.
María es la que da a Su Hijo en cada alma; es la que engendra a Su Hijo en el alma; es la que ofrece a Su Hijo al alma; es la que explica a Su Hijo al alma.
La Virgen María engendró en Su Corazón la Palabra del Verbo, e hizo de su vida la Obra de esa Palabra.
La Virgen María es Madre de cada alma: engendra en las almas lo que Ella engendró en Su Corazón. Por eso, Su Inmaculado Corazón es el Refugio de toda la Iglesia, es el lugar donde todas las almas tiene que vivir si quiere ser de Cristo.
Y amar a la Madre es sencillo cuando el corazón se deja gobernar por Ella. Escuchar a la Madre es transformarse en el Hijo de la Madre, que es Jesús. Imitar la Pureza de la Virgen, es alcanzar la capacidad para no pecar más en este mundo; capacidad -que es una Gracia altísima- sólo concedida a los verdaderos devotos de la Madre. Seguir a María es encontrar a Jesús. Obedecer a la Virgen es someterse a la Palabra del Verbo. Amar a María es amar el Corazón de Jesús.
Los hombres no saben amar porque no saben ver a la Madre, no saben contemplarla como es Ella, a los ojos de Dios. Los hombres no se hacen hijos de Dios porque no aprenden a ser hijos de María.
María lo tiene que ser todo para la Iglesia si la Iglesia quiere conservarse íntegra en el Espíritu.
Como la Iglesia ha dejado a la Virgen a un lado y se ha dedicado a otras cosas, entonces la crisis en la Iglesia es consecuencia de su falta de amor a la Madre.
Una Iglesia que no ama a la Madre, tampoco ama al Hijo de la Madre. Y, para que la Iglesia vuelva al amor de Cristo, necesita, primero, volver a la Madre.
Y, por eso, comienza –para toda la Iglesia- el tiempo de permanecer en la Verdad; tiempo para guardar el depósito de la fe en los corazones y esperar tres cosas: el Gran Aviso, el Gran Milagro y el Castigo.
Si el hombre quiere vivir el Reino de la Paz, tiene que pasar por este Purgatorio en vida. Después del Castigo, comienza el Reino de la Paz. Pero sólo serán los que amen, de verdad, a Cristo. Sólo la Iglesia Remanente alcanzará ese Reino de la Paz.
Ahora es tiempo de ser Iglesia escondida, que no se manifiesta al mundo, que vive en oración y en penitencia para prepararse a esos tres grandes eventos.
Lo que hay en Roma ya no es la Iglesia Católica. Tiene el nombre; pero –en la práctica- no es la Católica; es otra cosa, llámese como se llame: universal, mundial, ecuménica, etc.
Los verdaderos devotos de la Virgen María tienen que ir dejando todas esas parroquias, capillas, que tiene el nombre de católico, pero que viven otra cosa, obran la mentira, no la verdad de lo que es la Iglesia.
Hay que buscar aquellas parroquias que todavía den lo de siempre. Y si no se encuentra, hay que vivir escondidos, formando pequeños grupos en los que se viva la fe, en donde se guarde el depósito de la Verdad.
Muchos sacerdotes tendrán que huir, debido a la persecución que va a comenzar, antes del Gran Aviso. Hay una persecución del Anticristo, pero eso será después del Gran Aviso. Antes, viene la persecución en la que se formará la Iglesia Remanente.
Para ser Iglesia Remanente no hay que ser de ningún grupo de la Iglesia. No hay que buscar asociaciones, grupos, fundaciones, en donde –más o menos- se enseña la doctrina y se haga un apostolado. Todo eso no sirve ya para este tiempo.
La Iglesia Remanente es la que acoge la Verdad y la guarda en su corazón, esperando lo que tiene que venir: el Reino de la Paz. Pero que viene después de un Purgatorio en vida.
Y, por eso, la Iglesia Remanente es la que tiene que acoger a tantos sacerdotes que no van a tener un lugar para vivir; ni una parroquia para celebrar la Misa; que van ser perseguidos por sus mismos hermanos en el Sacerdocio, por luchar contra la mentira de muchos de ellos.
La Iglesia que permanece unida en la Verdad es la Iglesia Católica. Y no importa no tener capillas o parroquias. Sólo hace falta corazones que acepten la Verdad como Es, que no adulteren la Palabra de Cristo; que no tergiversen las enseñanzas auténticas de la Iglesia.
El panorama que ofrece la Iglesia en Roma, y en todas partes del mundo, es desolador y nadie tiene que esperar nada bueno de Roma. Esto tiene que quedar muy claro, porque muchos siguen esperando algo de Francisco y, entonces, no han comprendido la situación de la Iglesia.
Ya en Roma no está la Iglesia Católica. Y, comienza, dentro de poco, la primera persecución, que prepara al Gran Aviso.
Los tiempos son muy graves; no son como antes. Son los tiempos de la Gran Purificación y de la Gran Tribulación.
Nadie ama a Pedro en la Iglesia
«Él ha sido verdaderamente un gran don que el Corazón de Jesús ha dado a la Iglesia. Su misión está cumplida (…) ahora Él desde el Paraíso, con su poderosa ayuda de intercesión, estará cerca de vosotros para ayudaros a cumplir vuestra misión» (La Virgen María al P. Gobbi – En la muerte del Papa – 9 de agosto 1978).
Nadie ama a Pedro en la Iglesia: éste es el resumen de 50 años de Concilio Vaticano II. Esto es lo que ha hecho el demonio dentro de la Iglesia. Una Iglesia dividida porque se dedica a criticar a los Papas y se ha olvidado de amarlos.
Por supuesto, que ninguno de los que critican creen en las Palabras de la Virgen sobre Pablo VI. Fue un gran don y está en el Paraíso.
Y, entonces, los soberbios de a pie empiezan a hurgar sus mentes y sacar todos los trapos sucios que se han dado con Pablo VI. Y le llaman hereje y le culpan de todo el mal que la Iglesia ha arrastrado desde el Concilio Vaticano II; y no saben medir a Pablo VI como lo mide Dios.
Un Papa llevado a la cumbre de la santidad, porque, diariamente, se inmolaba en silencio por toda la Iglesia, de la cual era la Cabeza Visible.
Y nadie se ha dado cuenta de esa inmolación, de esa victimación, de ese sufrimiento, de ese martirio en la Cruz del Papado.
Nadie sabe discernir entre los pecados personales y los pecados contra la Iglesia. Nadie ha aprendido lo que significa el carisma de Pedro. Nadie ha comprendido cómo Cristo guía a Su Iglesia en medio de demonios.
Todos quieren medir la Iglesia con sus filosofías, con sus teologías, con su loca soberbia humana. Y nadie inclina su cabeza, descubre su cabeza, abaja sus pensamientos, machaca sus ideas brillantes de la santidad, para aprender qué santidad quiere el Señor de cada alma en Su Iglesia.
Pablo VI: un Papa en medio del infierno. Un Papa al que le hicieron la vida imposible para que no ejerciera su misión de Papa. Y, por eso, en Su Pontificado, se sienta el demonio en la Silla de Pedro, a su lado.
Y si esto no lo saben discernir en el Espíritu, entonces callen sus bocas sobre Pablo VI.
«Satanás, Lucifer en forma humana, entró en Roma en el año de 1972. Él estorbó el gobierno, las funciones del Santo Padre, Paulo VI. Lucifer ha controlado a Roma y continúa este control ahora. Y Yo os digo, hijos Míos, que a menos que oréis y hagáis conocer Mi aviso a todos los padres que gobiernan en la Ciudad Eterna de Roma, la Iglesia de Mi hijo, Su casa, serán forzados a entrar en las catacumbas. Una gran lucha acecha adelante a la humanidad. El resultado final es para el bien de todos, porque esta aflicción en la Iglesia de Mi Hijo será un verdadero campo de prueba para todos los fieles. Muchos santos de los últimos días se levantarán de la tribulación.» (Nuestra Señora a Verónica Lueken , 7 de Septiembre, 1978).
Pero, estas palabras de la Virgen, ¿a quién le importa? ¿Esa Verónica está aprobada o no por la Iglesia? ¿Eso que cuenta de que Lucifer en forma humana ha entrado en la Iglesia, ¿quién se lo cree? ¿De qué manera el demonio puede estorbar las funciones del Santo Padre, si el Papa es libre, si Dios ha dado libertad a todos para que obren sin coacción?
Estas y otras muchas preguntas se hacen los que no creen; es decir, los que sólo creen en sus ideas humanas para analizar la Iglesia.
Para entender la situación de la Iglesia desde 1958, tienen que dejar sus mentes a un lado. Si no hacen esto, nunca van a comprender nada.
Los pecados personales de un Papa no dividen la Iglesia, no anulan la Iglesia, no destrozan la Iglesia.
Los pecados contra la Iglesia eso es lo que divide la Iglesia.
Pablo VI nunca pecó contra la Iglesia. ¡Nunca! Nunca hizo nada en contra del Magisterio auténtico de la Iglesia. Nunca nada en contra del Evangelio. Nunca nada en contra de la moral, de la ley divina, de la ley natural. ¡Nunca!
El Papa Benedicto XVI hizo un pecado contra la Iglesia: su renuncia. Y eso ha dividido la Iglesia; eso ha anulado la Iglesia; eso ha destrozado la Iglesia.
Francisco, que no es Papa, lleva un año construyendo su nueva iglesia sobre la base del pecado de Benedicto XVI. Sobre un pecado, Francisco levanta una torre de babel.
Pablo VI tuvo que morir escondido, sin el apoyo de nadie, sin la ayuda de nadie, sin el reconocimiento de nadie; porque se dedicó a expiar los pecados de toda la Iglesia. Pero esto a nadie le interesa.
Los pecados personales de la Jerarquía no dividen la Iglesia. Un sacerdote puede ser muy pecador, será mujeriego, dado a los placeres, avaricioso; pero eso no hace nada en la Iglesia. Hay que rezar por él para su conversión. Pero un sacerdote que, además de sus pecados personales, se dedica a ir en contra del dogma, de las enseñanzas de los Santos, entonces viene el problema para toda la Iglesia.
Mientras la Jerarquía no se meta con el dogma, con la doctrina de Cristo, con el Evangelio, entonces la Iglesia funciona siempre. Pero cuando la Jerarquía comienza a predicar herejías: no existe el infierno, no hay Justicia Divina, Adán y Eva son un cuento, no existen los milagros, etc.; entonces a esa Jerarquía no se le puede obedecer.
A una Jerarquía que peca por debilidad en pecados personales, hay que seguir obedeciendo. Pero a una Jerarquía que va en contra del dogma, se acabó la obediencia, porque ya no son Iglesia, aunque se sigan vistiendo de sacerdotes, Obispos, etc.
A Pablo VI, a Juan Pablo II: obediencia porque no cometieron pecados contra la Iglesia. Otros fueron los que lo hicieron. Y de muchas maneras, suplantando a un Papa, que es lo que muchos todavía no entienden: Lucifer en forma humana. ¿Es que no tenéis inteligencia? ¿Es que hay que explicarlo todo?
El control de Roma por el demonio desde el año 1972 hay que saberlo discernir en el Espíritu. Y poner cada cosa en su sitio: lo que es del Papa, lo que es del demonio, lo que es de la Jerarquía. Porque si no se hace así, entonces toda la culpa a Pablo VI, toda la culpa a Juan Pablo II.
Nadie ama a Pedro en la Iglesia. A nadie le importa Pedro. Y, por eso, ahora todos se esfuerzan en ponerse como cabeza en la Iglesia, como los que saben organizar la Iglesia, como los que van a salvar a toda la Iglesia. Este es el fruto que trae Francisco a la Iglesia.
Su gobierno es anarquía: no hay ordenamiento divino. Se ha cargado la Verticalidad de la Iglesia, que es el orden divino en la Iglesia. Sin ese orden, es decir, con un gobierno horizontal, sólo se da la anarquía. Y tendremos lo que dice la Virgen, que nadie, por supuesto, hace caso:
“Lo que predije en Fátima está en proceso de cumplirse. La obra del diablo se infiltrará incluso al interior de la Iglesia de tal modo que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos” (La Virgen a Agnes Sasagawa en Akita, Japón, 13 de octubre del 1973).
Todos quieren mandar, porque nadie ha amado a Pedro durante 50 largos años. ¡Nadie! ¡Y menos ahora! Ahora, la gente anda despistada y ya no sabe llamar a nadie por su nombre.
No saben llamar a Francisco como impostor. Todavía andan preguntándose si Francisco es Papa o no. No saben llamar al Papa Benedicto XVI como verdadero, pero inútil Papa, como el que no cuenta, por su pecado de renuncia. No cuenta, porque no terminó su misión. La dejó a un lado. No llegó hasta el final. Y eso es gravísimo para la Iglesia. El poder de Dios sigue en él, por ser Papa, pero no cuenta, no sirve. Hay que ser fieles a él, por ser Papa verdadero, pero sin obediencia, porque no quiere ser Papa.
Éste es el absurdo que vivimos en la Iglesia. Y todos se pasan criticando a la Iglesia y a los Papas. Y nadie critica a quien no se merece que esté en la Silla de Pedro.
«Escucha, hija Mía, y repite después de Mí: el Oso Marrón del comunismo, de orientación roja, buscará devorar al Santo Padre, vuestro Vicario el Papa, por asesinato, y colocar en la sede de Pedro a un títere comunista conocido como el Oso Blanco.» (Jesús, 18 de junio 1991).
Francisco es un títere comunista. ¿Es que todavía no lo saben? Es un títere con el espíritu del falso Profeta; pero no es el Falso Profeta en la realidad, porque no señala al Anticristo. Francisco es un pobre hombre que se ha pasado un año pidiendo dinero a los ricos, a la Iglesia, a todo el mundo para dar de comer a sus pobres. Eso no lo va a hacer el Falso Profeta. Francisco tiene su espíritu, porque hay muchos falsos profetas, pero Francisco es:
“Él con sus seguidores están decididos a colocarse en Mi Trono y a regir el mundo vestidos de profetas” (Vassulla, 27 de mayo de 1993).
Francisco es el que ha quitado del trono al Papa verdadero y se ha subido al podio. Y ahora reina, con el aplauso de una Jerarquía que no representa a la Iglesia, sino que está ya representando a la nueva iglesia. Y reina haciendo de falso profeta, diciendo sus mentiras cada día para entregar a la Iglesia a su sucesor en el mal.
Francisco tiene seguidores en el gobierno. Después de él, vienen muchos más, porque se ha acabado el Papado con Francisco.
Si no quieren entender lo que pasa en la Iglesia actualmente con las profecías, entonces se van a pillar los dedos con sus filosofías, sus teologías, sus moralinas.
Cristo guía a Su Iglesia, en estos momentos, en el desierto: «le fueron dadas a la Mujer dos alas de águila grande para que volase al desierto, a su lugar, donde es alimentada por un tiempo, y dos tiempos, y medio tiempo lejos de la vista de la serpiente» (Ap 12, 14)
Con la renuncia del Papa Benedicto XVI se abre el tiempo del desierto. Y ya ha pasado un tiempo. Estamos en los dos tiempos, y son los más terribles, porque se destroza toda la Iglesia.
Si no quieren creer, no crean. Pero aquí se ama a todos los Papas, aunque hayan sido grandes pecadores.
Aquí no se ama a Francisco ni a los suyos; aquí no se necesita la opinión de nadie.
Esto es sólo una luz en el desierto, para dar una gota de verdad auténtica a las almas que así lo quieran. Los demás, sigan su camino.
El Vaticano es una guarida de víboras
Francisco no profesa la fe católica, sino sus falsas religiones: está con los judíos, con los protestantes, con los mahometanos, con los budistas, con todo el mundo religioso, menos con la Iglesia Católica.
Francisco es el hombre de las falsas religiones, el hombre que gusta al mundo porque piensa y obra como se hace en el mundo.
Por eso, es necesario apartarse de las falsas enseñanzas que Francisco da cada día en la Iglesia.
Francisco, en cada homilía, en cada declaración, introduce palabras que no pertenecen a Jesús, que no están en el Evangelio, que no son del Magisterio de la Iglesia.
Francisco no habla como un Papa, sino como Satanás, como vicario del demonio. Su magisterio en la Iglesia no es papal, es decir, no está guiado por el Espíritu Santo, para enseñar la Verdad y guiar a la Iglesia hacia la Verdad.
La sabiduría que viene del cielo es pura, dice Santiago en su carta, y, por tanto, no viene con mentiras, con engaños, con opiniones, con dudas, con filosofías de la vida de los hombres.
La sabiduría que viene del cielo no viene con las culturas de los hombres, no viene con el pensamiento de los hombres, no viene a acomodarse a las ideas de los hombres, no viene a aplaudir el progreso de las ciencias y de las técnicas de los hombres, no viene a decir que ya todo está perdonado y, por lo tanto, a vivir la vida haciendo cosas buenas o malas, pero todo el mundo se salva, que es lo que, a fin de cuentas, enseña Francisco.
Francisco es astuto, pero tiene la astucia de su padre, el diablo. Es astuto para engañar, para mentir, para decir aquello que nadie quiere decir, porque es claramente una mentira, un pecado, pero lo dice dejándolo caer, como de pasada, como sin darle importancia.
Tiene la astucia del alma no inteligente; pero que es una astucia que produce mucho daño porque enseña la duda, pone al alma en la confusión, deja que el alma piense sólo en la mentira que le ha dado, pero que no vaya a la clara verdad. Es una astucia que impide ver la Verdad.
Por eso, Francisco es un verdadero actor: sabe actuar para meter su engaño, su mentira, su error, su duda. Prepara lo que va a decir, piensa en sus gestos, en las caras que hay que poner, en las sonrisas que hay que dar, en el ejemplo amable hacia los otros, porque Francisco sabe que esto es lo que vende entre los hombres.
Un hombre que da una sonrisa a los demás es agradable a todos. Un hombre que da palabras bellas, hermosas, cariñosas, amables, distinguidas, entonces cae bien a todo el mundo. Un hombre que no quiere imponer su pensamiento, sino que sólo lo deja caer, como de pasada, como sin darle importancia, entonces la gente sigue ese pensamiento.
Francisco sabe cómo son los hombres: como borriquillos, que van uno detrás de otro, sin fijarse en nada más que lo que tienen a su frente y dejándose guiar por todo el mundo.
Francisco sabe que los hombres son una masa. Y, por tanto, él habla para la masa. Él no es capaz de hablar a cada alma. No sabe lo que es el alma, no sabe la vida espiritual, no sabe la vida de la Iglesia.
Francisco habla como un político: para todo el mundo, para la masa de las gentes, para algo que, en sí mismo, no vale nada.
Alrededor de Francisco se reúnen las masas, pero no las almas. Alrededor de Francisco no hay un alma, porque Francisco no alimenta el alma, sino las masas.
Un alma que busque la verdad no va hacia Francisco, porque no da una verdad para un alma, da muchas cosas para todo el mundo, habla para todo el mundo, pero no habla al corazón del alma.
El alma siente cuando algo va dirigido hacia ella; pero ante Francisco, el alma sólo siente que lo que se dice es para todo el mundo, para la masa, para un conjunto de hombres que escuchan un palabra de mentira para obrarla en sus vidas.
Francisco tiene un corazón sucio, un corazón cerrado a la gracia, un corazón en pecado, que vive su pecado y que ama su pecado y que no quiere quitar su pecado. Es un corazón que impide que la verdad habite en él. Y, por tanto, lo que enseña Francisco es sólo su corazón sucio, su corazón ennegrecido por sus pecados, su corazón que sólo sabe hablar de dinero, de materialismo, de humanismo, de mundanidad, de profanidad; pero que es incapaz de tener vida espiritual.
Y, por tanto, Francisco se recubre de aquello que no cree en su corazón; se reviste de aquello que odia, porque es algo santo, es algo puro, es algo verdadero, pero que tiene que decirlo porque está haciendo su obra de teatro. Tiene que actuar como los actores lo hace en una película: se aprenden el guión, aunque saben que lo que dicen no es para ellos, no lo viven, no lo creen, pero tienen que decirlo para hacer su película.
Francisco tiene que decir las verdades del Evangelio, del Magisterio de la Iglesia, pero que no cree en ellas, en su corazón. Y, justamente, porque no cree, tiene que hablar palabras buenas, palabras verdaderas, pero que no son suyas, que no están en su mente, que no vive en su corazón, que no ha asimilado porque no puede hacerlo por su pecado de orgullo.
Y Francisco, cuando hace su misa, pronuncia las palabras de la consagración, que son palabras verdaderas, auténticas; pero las pronuncia porque sabe leer y recitar, no porque cree en ellas. Y, por eso, hace su obra de teatro, hace su actuación. No consagra, no da un pan consagrado, no a Cristo, sin un pan material en sus misas.
Y, cuando predica, hace lo mismo: lee palabras del evangelio, las recita, las pronuncia, las vocaliza, pero después, mete lo que le interesa: su mentiras, sus palabras que sí cree, sus filosofías que están en su corazón, sus obras malditas que vive cada día.
Francisco tiene un corazón que odia. No tiene un corazón que ama. Y la razón sólo están en una cosa: la Virgen María.
Para ver si un sacerdote es auténtico, sólo hay que fijarse en si ama o no a la Virgen María.
Y Francisco no ama a la Virgen María. Y se prueba con esto:
“El Evangelio no nos dice nada: si dijo alguna palabra o no… Estaba silenciosa, pero dentro de su corazón, ¡cuántas cosas decía al Señor! Tú, aquel día me dijiste que iba a ser grande; Tú me dijiste que le darías el Trono de David, su padre, que reinaría por siempre, ¡y ahora lo veo allí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡He sido engañada!” (Francisco, 20 de diciembre, en Santa Marta).
Leer estas palabras trae indignación a al alma que cree en la Verdad, que vive para no tener dudas de lo que el Señor le da.
Francisco enseña la duda para caminar ante Dios. No enseña a creer en Dios de una manera sencilla, clara, humilde, abandonada a la sola Voluntad de Dios.
Decir que María duda es ir en contra de la misma palabra de Dios: “He aquí la Esclava del Señor, hágase en Mi según tu palabra”. María no duda, sino que tiene plena confianza en la palabra de Dios, que se revela a Ella de una manera perfecta, en la que no es posible dudar, porque la Virgen es Inmaculada, no tiene pecado y, por tanto, no puede dudar. La Virgen nunca puede decir: ¡Mentiras! ¡He sido engañada!. Nunca podía pasarse por su cabeza esta idea. Nunca. En los demás hombres, sí. En la Virgen, nunca, porque no puede pecar. Y toda duda es pecado.
Pero el pecado de Francisco no es decir que la Virgen duda, sino en decir que la Virgen es humana.
Si Francisco creyera en lo que significa ser Inmaculada y ser Madre de Dios, entonces, tendría que decir una sola cosa: la Virgen es divina, no humana.
Tiene naturaleza humana, porque es una criatura, nacida de padre y madre; pero no actúa, no piensa, no obra, no vive, como los demás hombres. Y no puede hacerlo por esas dos cosas: es Inmaculada y es Madre de Dios.
Como Francisco no cree en estos dos dogmas, entonces cae en el error de concebir a la Virgen como otro hombre más, como una pobre mujer, como una criatura mortal común, sujeta a las dudas, a los temores, a los miedos, a las inseguridades, que todo hombre tiene en su vida porque nace con pecado original y puede pecar en el transcurso de su vida.
Francisco es incapaz de comprender los Misterios de Dios en la Virgen y, por eso, la maltrata de esa manera, la anula, y la muestra como una mujerzuela más. Y eso es señal de que el sacerdocio de Francisco no pertenece a la Virgen María. Francisco no es un hijo predilecto de la Virgen María. Francisco no ama a la Virgen María. Francisco no tiene como Madre a la Virgen María. Francisco no ve a la Virgen María como Madre de la Iglesia ni como Reina del Universo. Francisco no obra en la Iglesia como lo hizo la Virgen María: con la fe divina. Sino que está en la Iglesia con su fe humana, con su fe diabólica, con su negocio humano en las cosas divinas.
Francisco hace de todo para menospreciar la Iglesia de Cristo, para abajarla, para anularla, para despojarla de todas sus verdades.
Y esto lo hace Francisco con la complicidad de sacerdotes y de Obispos, de Cardenales, que lo rodean y que quieren lo mismo que quiere él: destruir la Iglesia.
El Vaticano es el centro del poder mundial y temporal, convertido en una guarida de víboras. Ya no es el centro del poder espiritual. Desde hace 50 años sólo hay podredumbre dentro de los muros del Vaticano. El Vaticano está podrido en sus sacerdotes, en sus Obispos, en sus Cardenales, y en todas sus estructuras.
El Vaticano es un enorme sepulcro, blanqueado por fuera, para que nadie se dé cuenta, nadie atienda a la podredumbre que hay dentro de él. En el Vaticano nadie respeta la norma de moralidad, la ley divina, la ley natural. Ni uno solo de esa Jerarquía, que ha tomado el poder de la Iglesia para destruirla completamente.
Si hubiera un sacerdote que respete los Mandamientos de la Ley de Dios, tendría que salir del Vaticano.
El Vaticano es una maldición para toda la Iglesia. Los buenos sacerdotes que todavía aman al Señor, son injuriados, menospreciados, perseguidos, calumniados, por el mismo Vaticano, por esa Jerarquía que está sólo para hacer su negocio en Roma, pero que le importa nada un alma sacerdotal.
Los sacerdotes son borregos a los que se utilizan parar los planes de ese Vaticano corrupto. Y muchos sacerdotes tienen miedo de enfrentarse a la Jerarquía, a sus Obispos, que sólo son como Francisco: mentirosos, engañabobos, que están en su oficio para ganar dinero y fama entre la gente del mundo, pero que no tienen vida espiritual. Muchos Obispos no saben dirigir el alma del sacerdote hacia la Voluntad de Dios. Son cabezas ciegas que guían a los ciegos hacia el mismo infierno.
Muchos Obispos no saben dirigir la Iglesia hacia la Verdad, que es Cristo. Sólo saben leer y citar textos de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia. Sólo saben recordar que existen leyes canónicas a aquellos que no quieren obedecerlos. Sólo saben mandar imponiendo su mente humana, produciendo el miedo en los sacerdotes que tienen a su cargo, para mantenerlos cautivos a sus mentiras, a sus apostolados en la Iglesia.
Muchos sacerdotes tienen miedo de sus Obispos y no defiende a Jesús y a Su Iglesia. No defienden la Verdad en la Iglesia. Están cautivos, están obligados por sus Obispos a obrar lo que las mentes de esos Obispos quieren en la Iglesia.
La Iglesia, en su Jerarquía, está podrida. Y en su Jerarquía superior: los Obispos. Son lobos, que se visten de piel de oveja, se viste de Cristo, enseñan con sus bocas lo que leen en sus escritos, que son del demonio, pero que después, obran como lobos, como carniceros de las almas, de los corazones, de los sacerdotes.
Jerarquía que mata las almas de la Iglesia, que enseña a dudar de todo, que enseña a vivir en el pecado, que enseña a amar el pecado, que enseña a anular el pecado, que enseña sus mentiras, cada día, como si fueran verdades.
Francisco da el veneno mortal de la duda en la Iglesia: eso significa sus mentiras, sus engaños, sus falsedades, sus idioteces, sus estupideces, sus boberías. El alma que escucha a Francisco, el alma que sigue a Francisco, cae siempre en la duda.
Un sacerdote que alimente a las almas con la duda es un sacerdote del demonio. ¿Todavía no disciernen lo que es Francisco? Un anticristo sentado en la Silla de la Verdad, actuando como Papa, sin ser elegido por Dios para ser Papa, diciendo palabras bellas para engañar a todo el mundo, y con la colaboración de toda la Jerarquía de la Iglesia, que son todos unos miedosos para levantarse contra Francisco y decirle las cosas claras.
Francisco deambula en el lodazal del Ecumenismo y del diálogo con Satanás. Y lleva a todos hacia ese reino maldito del demonio, que es el mundo.
Francisco camina entre presuntuosos teólogos de la teología de la liberación, de la teología protestante, de los modernistas que sólo creen en sus cabezas humanas, en sus elucubraciones estrafalarias, en sus maravillosos textos humanos, que sólo dan la mentira y nada más que la mentira a las almas y, por tanto, enseñan a dudar de todo. Y, en esa enseñanza, tienen un fin: crear una nueva fe para su nueva iglesia.
Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida; y, por tanto, toda cosa distinta que sostenga, que enseñe, que predique, que obre Francisco -y todos los que le siguen-, no son más que el camino hacia el Infierno, hacia la muerte del alma y del espíritu; no son más que mentira, mentira y mentira.
Es hora de que alguien con autoridad en la Iglesia se levante y diga a Francisco que se vaya, que deje la Silla de Pedro vacía, porque su magisterio lleva a la Iglesia hacia la condenación más terrible y a hacer de la Iglesia una confrontación: ya nadie está seguro siendo de la Iglesia Católica. O sigues la opinión de Francisco o ya no eres de la Iglesia. Ya te echan por defender la verdadera doctrina de Cristo y de la Iglesia.
Roma está corrupta. Es una prostituta que se acuesta con todo el mundo para hacer su negocio: dar hijos del demonio dentro de la Iglesia.