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La negra homilía de Francisco el Domingo de Ramos

Así comienza un verdadero Papa su homilía, el día de los Ramos: «El Domingo de Ramos es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa, la semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la humanidad de todos los tiempos y ofrecer a todos el don de la redención».(Homilía del Santo Padre Benedicto XVI – Plaza de San Pedro- 1 de abril del 2012).

Así comienza un falso Profeta la Semana Santa, en su negra homilía, el día de Ramos: «Esta semana comienza con una procesión festiva con ramas de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban a Jesús. Pero esta semana va adelante en el misterio de la muerte de Jesús y de su resurrección» (Francisco, 13 de abril 2014)

¿Ven la diferencia?

El verdadero Papa centra el tema: Jesús va a Jerusalén para que se cumplan las Escrituras y para ser colgado en la Cruz, su Trono, Su Reino, la Salvación del Género Humano.

El falso Profeta, que actúa como un Papa impostor, que obra lo que no es, -obra otra cosa a lo que exteriormente muestra-, dice que la Semana Santa comienza con una fiesta, en la que todo el mundo acoge a Jesús. Es una fiesta -y sólo una fiesta-, que introduce a la muerte de Jesús. Y si este falso Profeta no sabe decir lo que es el Domingo de Ramos, lo que en verdad significa para Jesús, -no para el pueblo-, entonces, cuando llegue el Viernes Santo, ¿qué cosa va a predicar?, ¿cómo va a interpretar ese Misterio de la Cruz? ¿qué es para Francisco esa muerte de Jesús y su Resurrección, si él no cree en la divinidad de Jesús?

Francisco presenta el día más importante de la Semana Santa como una fiesta.

El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. En este Domingo está representada toda la Semana Santa. Por eso, se lee el Evangelio de la Pasión. Y Francisco la presenta como un baile, con una alabanza, y no ha comprendido el misterio de todo eso.

Y a ¿qué se ha dedicado ese idiota en su homilía? A esto: «Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien preguntarnos ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo, delante de Jesús entrando en Jerusalén en este día de fiesta? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O tomo las distancias? ¿Quién soy yo, delante de Jesús que sufre? Hemos oído muchos nombres: tantos nombres» (Ibidem).

Hemos escuchado tantos nombres… ¿Cuál de ellos es usted? ¿A quién se parece usted?

Esta es la estupidez de ese idiota.

Pope Benedict XVI Leads Palm Sunday Mass

No sabe explicar por qué la gente alaba a Jesús. Y decía el verdadero Papa en su homilía: «Los antiguos Padres de la Iglesia han visto un símbolo de todo esto en el gesto de la gente que seguía a Jesús en su ingreso a Jerusalén, el gesto de tender los mantos delante del Señor. Ante Cristo – decían los Padres –, debemos deponer nuestra vida, nuestra persona, en actitud de gratitud y adoración».

El Papa Benedicto XVI enseña la Verdad del Domingo de Ramos. Nos lleva a la Tradición, que es la verdadera intérprete de la Sagrada Escritura. Nos enseña a ser humildes, a poner nuestro corazón a los pies del Señor; nos enseña a entregarnos a Dios.

Pero, ¿qué enseña Francisco? No habla de ninguna Tradición. No da el Magisterio de la Iglesia sobre el Domingo de Ramos. Se dedica a interpelar a la gente: «¿Soy yo como Judas? ¿Soy yo como Pilatos? ¿A cuál de éstas personas yo me parezco?»

Uno lee a este idiota y se le cae el alma a los pies. ¿Cómo te atreves a hacer una homilía interpelando a la gente y poniendo ejemplos de almas pecadoras y de almas virtuosas?

¿Cómo te atreves a juzgar a Pilatos, a Judas, a tantas almas que hicieron su parte en la Pasión, tú que no juzgas a nadie, tú que no sabes lo que es el Juicio de Dios?

¿Cómo te atreves a nombrar a almas virtuosas, que hicieron su parte en la Pasión, tú que no sabes nada de la virtud, de la santidad de vida, porque –para ti- el pecado no es una mancha que hay que quitar? ¿Para qué hablas del bien que hicieron unas almas a Jesús si tú no sabes hacer los mismo que ellas hicieron, porque no existe el pecado en tu mente humana ni, por tanto, la virtud, la gracia para poder obrar lo divino?

¿Quién te crees que eres, Francisco, para hablar así, para seguir confundiendo a la gente, que ciega y sorda te sigue escuchando? Todas esas babosidades que dices traen confusión a toda la Iglesia y demuestran lo que tú eres: un falso Profeta, un usurpador de la Silla de Pedro, uno que continuamente dice la mentira y el engaño por su boca.

Para hablar de Pilatos, tienes que comprender su pecado; para nombrar a Judas, tienes que ver su alma de pecado; para hablar de la negación de Pedro, tienes que mirar su corazón cerrado a la Verdad; para hablar del pecado de una persona tienes que creer en el pecado.

Pero como no crees en el pecado como ofensa a Dios, entonces muestras los hechos de esas personas como males sociales, males humanos.

Te dedicas, en tu homilía, a un pecado de tu mente: a juzgar a todos, a criticar a todos. Y tú te quedas como el que sabe lo que dice, como el santo, como el justo. Y, en tu homilía, no has dicho nada, porque no has sabido penetrar en el Misterio del Domingo de Ramos; das tu pecado a la masa de la gente, lo encumbras ante ellos, hablas de tu pecado; y quedas como injusto ante la historia.

Un hombre que comienza a decir nombres, porque el Evangelio es muy largo y aparecen muchas personas. ¡Qué gran idiota este Francisco! ¡Qué babosas son sus palabras! Cuando todo es tan fácil para el que cree. Pero tu alma está negra por tu pecado. Y, por eso, tus palabras son negras.

Y dejas tus palabras a la masa de la gente, dejas tus pensamientos: «¿A cuál de éstas personas yo me parezco? Que esta pregunta nos acompañe durante toda la semana». No has comprendido lo que es la Semana Santa. No has comprendido la muerte de Jesús. No has comprendido lo que tiene que hacer el alma para salvarse.

No hay que mirar a Pilatos a ver si nos parecemos a él; ni a Judas, ni a las Santas Mujeres. No hay que fijarse en el pecado del otro. En la Semana Santa, cada alma tiene que fijarse en su pecado, y llorar su pecado a los pies del Crucificado, que ha muerto sólo por el pecado de cada alma. Y el pecado de cada uno es de cada uno. No hay dos pecados iguales porque no hay dos almas iguales. Esto es lo que no enseña ese idiota.

Mirar nuestro pecado. Eso es la Semana Santa. No hay que mirar a ver a quién nos parecemos. Hay que mirar a Cristo, que es el que limpia nuestro pecado, que es el que libera el alma del pecado, que es el que muestra el camino para salir del pecado. La Semana Santa es para mirar a Cristo que sufre y muere en la cruz por nuestros pecados. Y todavía habrá almas que se les caiga la baba antes las estupideces que predica este idiota.

Pope leads Palm Sunday mass at Vatican

Y ¿qué es lo que dejó el verdadero Papa, al final de su homilía?

« En conclusión, escuchemos de nuevo la voz de uno de estos antiguos Padres, la de San Andrés, obispo de Creta:

«Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo… Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas… Ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: “Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”» (PG 97, 994). Amén.»

El Papa Benedicto XVI nos deja la Verdad, nos deja la santidad de vida, nos deja un camino para salvar y santificar nuestra alma: revistámonos de gracia de Cristo.

Pero, tú, Francisco, ¿qué nos has dejado? Tu estúpido pensamiento.

Y yo lo rechazo porque está lleno de tu pecado. Eres incapaz de elevar el alma hacia el Cielo, sino que siempre estás pensando en las cosas de la tierra, en tu reino material, humano, y ves a Jesús, y ves la Iglesia, como algo humano, como algo político, como algo económico.

Vives en tu lujuria de la vida, que tu vida social, pero no vives alimentando tu alma de la Verdad, porque no crees en la Verdad. Sólo crees en tu maldito pensamiento humano.

Y das lo que tienes en tu corazón: el odio a Cristo y a Su Iglesia. Y si odias la verdad, que es Cristo, tampoco sabes amar a ningún hombre, porque sólo estás lleno de tu amor propio, de tu narcisismo.

Hablas todas esas palabras para que la gente te alabe, te adore, diga que bueno es ese hombre, qué sencillo en sus hablar, que sentimientos hacia el hombre tiene.

Pero tú, Francisco, no hablas para dar a Cristo, para obrar las obras de Cristo, para señalar a Cristo. Sólo hablas para señalar tu mente, tu opinión sobre Cristo y la Iglesia.

Y ya estamos hartos de este imbécil, que sólo se mira a sí mismo, que sólo se ama a sí mismo, que sólo sabe hablar para hacer daño a todos, y para dañar la doctrina de Cristo, poniendo su doctrina humana.

¡Qué absurda homilía la que ha predicado ese idiota! Y la gente lo sigue escuchando, los sigue aplaudiendo. Más idiotas son ellos por querer respetar un lenguaje humano, de un hombre que ya no tiene fe en Cristo, y que no saben luchar por el sentido de la fe en Cristo. Sólo luchan por el sentido de un lenguaje, de una verborrea humana. Y obedecen a Francisco por su lenguaje. Y no saben atacarlo porque ya perdieron la fe, la verdad en sus corazones, como Francisco la ha perdido.

No hay que respetar a Francisco por lo que dice. Hay que coger todo lo que dice y quemarlo, porque es del demonio. Y hay que hablar de Francisco atacando su pensamiento humano, su lenguaje humano, su palabra barata y blasfemia. Si no se hace así, los hombres se convierten en herejes y luchan por la herejía que obra ya Francisco en la Iglesia.

El Papa Benedicto XVI es el que sigue guiando a la Iglesia. En esta Semana Santa no hagan caso de Francisco. Él no va a enseñar el Misterio de la Cruz, sino que va a aniquilar ese Misterio con su palabra de estupidez. No signan a quien no es el Papa. La vida es para Cristo, no para un impostor. El alma necesita alimentarse de la Verdad, no de las patrañas de un idiota que sólo vive para su mente humana.

El poder para excomulgar pertenece a toda la Iglesia

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«Si pecare tu hermano contra ti, ve y repréndele. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo a uno o dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea fallado todo el negocio. Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano» (Mt 18, 15-17).

En estas palabras del Señor está el fundamento de la excomunión en la Iglesia: sea tratado como gentil. Es decir, se da una ruptura de las relaciones personales con ese hermano, una exclusión de la comunidad de la Iglesia.

La Iglesia tiene poder para juzgar a sus hijos, por ser una sociedad perfecta, por tener el Espíritu de Santidad, por poseer la Gracia Santificante. Y cualquier pecado mortal, si la persona no se corrige, tiene efecto de excomunión para el Señor: «si pecare tu hermano contra ti».

La Iglesia ha castigado ciertos pecados con la excomunión: aborto, herejía, apostasía de la fe, cisma. Pero en la Mente de Dios, entra cualquier pecado grave.

San Pablo, contra el incestuoso de Corinto, lo excomulga fuera de la Iglesia, al entregarlo a Satanás: «entrego a ese tal a Satanás, para ruina de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (1 Cor 5, 5). Y enseña:

«Dios juzgará a los de fuera. Vosotros extirpad el mal de entre vosotros mismos» (1 Cor 5, 13).

Es deber de todo miembro de la Iglesia anatematizar a los que no quieren quitar su pecado mortal y viven, dentro de Ella, pecando, amando su pecado.

San Pablo enseña a apartar de la comunidad el peligro de la contaminación, excluyendo a aquellas personas que claramente viven en sus pecados.

Un alma que no quiere quitar su pecado lo irradia en toda la Iglesia, en su familia, en la sociedad, allí donde esté. Y su pecado es tentación para otras almas, es peligro de condenación. Por lo tanto, hay que apartarlos de la Iglesia: «Al sectario, después de una y otra amonestación, evítalo» (Tit 3, 10).

San Pedro hace un juicio sobre Ananías y Safira, que origina la muerte de éstos. Y su pecado fue la avaricia: «Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del precio del campo?» (Hch 5, 3). En este juicio sobre el pecado de avaricia, no hay perdón: la muerte viene como consecuencia. Y San Pedro obra una excomunión, que es una Justicia Divina, un castigo divino.

En el juico que hace San Pedro a Simón Mago, no hay pena de muerte: «Sea este tu dinero para perdición tuya, pues has creído que con dinero podía comprarse el don de Dios». (Hch 8, 20). San Pedro excomulga a Simón Pedro, pero sin la pena de muerte. Su pecado era la simonía.

San Pablo entrega a Satanás a Himeneo y Alejandro «para que no aprendan a hablar blasfemia», es decir, para que aprendan a quitar su herejía de la Iglesia.

La separación de la Iglesia se realiza en concreto por la exclusión de la Eucaristía: «quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor» (1 Cor 11, 27). El que recibe la Eucaristía en pecado mortal, él mismo se hace su propio juicio; él mismo se excluye del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia; él mismo se excomulga.

Se hace reo, en los ojos de Dios, se hace responsable a Dios del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, porque profana la Eucaristía, profana a Cristo y a Su Iglesia. Se hace reo de Cristo y, por tanto se hace responsable a Dios, se hace merecedor de castigo.

El que come la Eucaristía en pecado mortal pide venganza a Dios; no pide Misericordia. Pide el infierno, el castigo, la exclusión de la Iglesia.

Para estar excomulgados de la Iglesia no hace falta otro Tribunal que la Mesa del Señor, que la Eucaristía, que la Santa Misa: esa Eucaristía es juicio contra el pecador que comete este pecado. Allí el hombre comete el delito, y allí es juzgado por el mismo Señor.

Por eso, dice San Pablo: «Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles, y muchos dormidos. Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados. Mas juzgados por el Señor, somos corregidos para no ser condenados por el mundo» (1 Cor 11, 30-32).

La excomunión es siempre un castigo para el alma. Y puede ser medicinal o condenatorio para el alma. Pero en la Iglesia es necesario volver a la práctica de siempre: excomulgar a quien no vive la fe. Es lo que se ha olvidado por la Jerarquía y por los fieles. Y, por eso, tenemos una Iglesia llena de herejes que han cambiado la doctrina de Cristo y han puesto sus doctrinas. Y todos tan contentos, tan felices. Y este es el desastre de toda la Iglesia.

Una Iglesia que no excomulga es una Iglesia que va de cabeza hacia el infierno: «Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados».

Pero hoy se ha suprimido el juicio, la Justicia, el castigo. Y todo es un Dios amor y lleno de misericordia. Y Dios es otra cosa a como lo pintan los hombres.

Hoy en la Iglesia ya no hay excomunión. Muy poca. Y sólo se entiende de la exclusión de la comunidad: se aparta al que peca con una serie de condiciones. Pero ha desparecido la idea de la excomunión por un pecado mortal, sea el que sea. No es necesario pecar de herejía para estar excomulgado. Cualquier pecado, para Dios, saca de la Iglesia al alma.

Hoy las personas no tienen vida espiritual y les asusta la excomunión. Pero es necesario castigar a las almas para que se enmienden, para que vivan su fe de una manera auténtica. Es necesario juzgar en la Iglesia como san Pedro y san Pablo hacían. Y eso no lo vemos desde hace mucho tiempo, porque queremos una Iglesia que no castigue, que no juzgue, que empolve las caras de los hombres para darles una felicidad, una alabanza, una sonrisa en su pecado. Y todo eso produce la pérdida de la fe en la Iglesia.

Como se ha perdido este sentido de la Justicia, del castigo, entonces, los hombres no saben medir los pecados de la Jerarquía. Y se creen que todos los sacerdotes, todos los Obispos son santos, son justos, son impecables.

Y hay tanta Jerarquía corrupta que las almas no se dan cuenta de ello, porque esa Jerarquía hace su teatro en la Iglesia: confiesa, celebra misas, administra sacramentos, y –por sus pecados- ya están excomulgados. Pero nadie, en la Iglesia, dice que están excomulgados. Y viene la confusión, y se obedece a sacerdotes y a Obispos que no son Iglesia, que no hacen Iglesia, que están excluidos de la Iglesia por sus pecados.

Éste es el caso de Francisco y de toda su cuadrilla de gente en su gobierno horizontal. Y ¿a quién le interesa esto? A nadie. Todos quieren a Francisco porque da una alegría a la Iglesia, porque no juzga a nadie, porque habla cosas tan sentimentales que es agrado el escucharlo. Y nadie atiende a su gran pecado. A nadie le importa que lo que está haciendo en la Iglesia sea nulo y sin efecto. Y tampoco se lo cuestionan. Porque ya en la Iglesia sólo se vive de apariencias externas, pero no se vive de la verdad de la Fe en Cristo.

Nadie toma a Cristo en serio. Nadie imita a Cristo en la Iglesia. A nadie le importa hacer las obras de Cristo. Todos están inmersos en realizar sus obras humanas y llamarlas de Cristo, cuando son sólo de Satanás.

¡Qué pocos han entendido lo que la Jerarquía ha hecho permitiendo el bautizo de un hijo de las mujeres lesbianas!

La Jerarquía no es la dueña de los sacramentos y, por tanto: «No queráis dar las cosas santas a los perros, ni tiréis vuestras margaritas a los cerdos» (Mt 7, 6).

Esas dos mujeres lesbianas son perras y cerdas por su pecado de abominación. Y es voluntad de Cristo no dar Sacramentos a los perros y a los cerdos. ¿Con qué derecho la Jerarquía va en contra de la voluntad de Cristo en la Iglesia? ¿Con qué autoridad? Cristo no da el poder para pecar a Su Jerarquía. Cristo da a Su Jerarquía el poder para no pecar, para no permitir ningún pecado, para quitar el pecado, para juzgar al que peca.

Y, ¿qué ha hecho esa Jerarquía bautizando a ese niño? Pecar. Y sólo pecar. La Jerarquía sólo administra los Sacramentos que son de Cristo, que es el dueño de todos los Sacramentos. Pero la Jerarquía no decide nada en contra de Cristo.

Y es lo que han hecho. Esas dos mujeres viven en su pecado. Y no es cualquier pecado. Y el Bautismo a un niño se da por la fe de sus papás. Y ¿cuál es la fe de esas dos mujeres? Ninguna.

Si tuvieran un poco de fe en Cristo, se separarían una de otra y expiarían su pecado. El que cree en Cristo busca el perdón de su pecado. Busca salir de su pecado. Busca el arrepentimiento de su pecado.

Esas dos mujeres, ¿qué buscan? Seguir pecando. No tienen voluntad de enmendarse de su pecado. Y, entonces, ¿con qué fe piden el Bautismo para un hijo? ¿Con qué fe van a educar a ese hijo, si sólo le van a enseñar a pecar, como ellas hacen? ¿Cómo van a conducir a ese hijo al Cielo si ellas no quieren ir al Cielo?

Esa Jerarquía ha cometido un grave pecado. Y no cualquier pecado ante la Iglesia. Y es necesario excomulgar a esa Jerarquía, a esas dos mujeres y a ese niño, a la madrina que ha aplaudido ese pecado

El escándalo en toda la Iglesia ha sido muy grave. Y ese escándalo viene de la Cabeza. El culpable: Francisco, que no sólo ha permitido eso, sino que lo aplaude, lo alaba, lo quiere.

Y esto trae una consecuencia para toda la Iglesia. Este hecho, tan notorio, tan escandaloso, es el inicio de un gran cisma en toda la Iglesia.

Una Jerarquía que produce el escándalo en toda la Iglesia, que no cuida lo que no es suyo, que no sabe juzgar al que peca, que sólo está ahí para su negocio en la Iglesia. Y esto se llama: cisma.

Nadie ha sabido medir el pecado de ese bautizo, indigno, escandaloso, herético, que lleva a toda la Jerarquía hacia el cisma. Y no lo medirán, porque ya no les interesa la Verdad. Se escandalizan de la Verdad, de la gente que les dice la Verdad. Ellos sólo escuchan a la gente que habla como ellos, que piensan como ellos, que obran como ellos.

Por eso, Francisco es un maldito. Y ¡qué pocos saben llamarlo así! Porque no quieren herir sentimientos, porque quieren dar su sentimentalismo estúpido a los hombres, porque quieren bailar con el demonio. Quieren estar con Francisco, porque les da dinero y fama. Pero no quieran estar con Cristo, porque Él sólo hace sufrir al alma; su camino es de cruz; su amor es dolor.

Y, por eso, la Jerarquía, que está ahora en el Vaticano, gobernando una Iglesia que no le pertenece, tendrá su castigo del Señor tan pronto como el Papa Benedicto XVI muera. Porque han obligado a un Papa a renunciar a su misión en la Iglesia, ellos estarán obligados a renunciar a su poder en la Iglesia, usurpado, arrebatado, porque otro invadirá Roma para ocuparla y tener a la Iglesia bajos sus pies. ¡Habéis arrebatado el poder; otro os lo quitará! Por eso, a Francsico lo quitan de en medio muy pronto.

Apóstoles de los últimos tiempos

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La Jerarquía de la Iglesia se ha apartado de la Verdad del Evangelio. Está llena de herejías peligrosas, disfrazadas de verdades, para engañar mejor las mentes de los hombres, y de esa manera conseguir alejar de la verdadera fe a un gran número de almas.

Es una Jerarquía que engaña y aleja de la Verdad. Y esto es muy grave, porque la Jerarquía está puesta por Dios para dar la Verdad y llevar al Cielo.

Es necesario anunciar con valentía todas las verdades de la fe católica para ser Jerarquía verdadera y fieles de la Iglesia Católica.

Es necesario proclamar con fuerza el Evangelio, que nunca pasa de moda, que siempre es el mismo, para desenmascarar tanta mentira como sale de la boca de Francisco y de todos los que lo siguen.

Todos ellos no son de la Iglesia Católica. Esto hay que tenerlo muy claro. Aunque Francisco se haga pasar por Papa, sin serlo, aunque la Jerarquía siga obedeciendo a Francisco, y aunque los fieles llamen a Francisco como Papa y sigan sus enseñanzas, todos ellos no pertenecen a la Verdad, sino a la mentira, al engaño, al error, al cisma, que el mismo Francisco ha abierto en la Iglesia.

El que sigue a Cristo Jesús en su corazón tiene la obligación y el deber de oponerse a la soberbia de esos grandes y doctos, que se dicen sacerdotes y Obispos de la Iglesia Católica, y que han sido seducidos por una falsa ciencia y por la vanagloria; han desgarrado el Evangelio de Jesucristo, lo han anulado, lo han machacado, lo han triturado con sus mentes humanas, con sus filosofías, con sus teologías, marxistas y masónicas, -de corte protestante y de lazo demoniaco-, y proponen del Evangelio una interpretación racional, humana y totalmente equivocada.

Nadie, dentro de la Iglesia Católica, puede ya seguir a Francisco ni a los suyos. Es tiempo de dejar de mirar a ese hombre; es tiempo de no hacerle caso; es tiempo de tumbarlo con la Verdad del Evangelio.

Son los tiempos que San Pablo predijo en los que muchos, que pertenecen a la Iglesia Católica, que han conocido toda la Verdad, -y sólo la Verdad-, predican y enseñan unas doctrinas falsas y peregrinas, haciendo que la gente corra tras estas fábulas, estos cuentos, «para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la Verdad, se complacen en la iniquidad» (2 Ts 2, 12).

Es hora de que la verdadera Iglesia Católica siga a Jesús por el camino del desprecio del mundo y de los hombres, porque no hay otro camino para salvar y santificar las almas: el camino de la humildad, de la oración, de la penitencia, de la pobreza, de la mortificación de todos los sentidos, del silencio de la mente, de la caridad con Dios, de la unión íntima con Dios.

Es hora de iluminar el mundo, las familias, las sociedades, todo rincón del planeta, con la Luz de Cristo, porque ya nadie, dentro de la Iglesia Católica, lo está haciendo.

Francisco y los suyos, dan al mundo, dan a los hombres, lo que ellos quieren escuchar; pero son incapaces de dar la Luz de Cristo; son incapaces de dar el Evangelio como está escrito, como ha sido revelado, sino que se han inventado un nuevo evangelio: el de la fraternidad, el del diálogo, el de la alegría, el de la justicia social, el de los derechos humanos, el del comunismo. Y de esa manera, forman su nueva iglesia, produciendo un nuevo cisma dentro de Ella. Son ellos los que han iniciado el cisma dentro de la Iglesia. Ellos, que han abandonado la Verdad del Evangelio.

Cisma significa separarse de la Verdad. Y la Verdad es Una: Cristo Jesús. Y la obra de la Verdad es Una: la Iglesia Católica.

Son días de gran oscuridad y de profunda apostasía de la fe, y las almas que quieran salvarse, -en estos días-, tienen que mantenerse firmes en la fe verdadera, sin hacer caso de ninguna fábula, de ningún cuento chino, de ninguna palabra barata y blasfema, que Francisco y los suyos enseñen.

La fe verdadera es la que tiene que permanecer intangible como Luz en el corazón. Que ningún pensamiento humano, que ningún diálogo con los hombres, que ninguna obra humana, arrebate esa Fe.

El que cree en Jesús sólo tiene que tener un celo: la gloria de Jesús. Y para eso, tiene que derribar las glorias de todos los hombres, que buscan un lugar en la Iglesia para ser aclamados por el mundo. Buscan su negocio en la Iglesia, pero no la Verdad de la Vida.

Una gran infidelidad a la Gracia existe en la Jerarquía de la Iglesia. Ser infiel es un pecado contra la Fe, que no tiene parvedad de materia. Siempre se peca gravemente; siempre ese pecado exige el infierno, la condenación de la persona.

Muchos, de entre la Jerarquía, son infieles a la Verdad; porque conociendo toda la Verdad, se hacen demonios de las almas; se hacen esclavos de sus pasiones; obran la iniquidad con la malicia de su pecado.

La Jerarquía de la Iglesia no tiene excusa de pecado, porque lo poseen todo para no pecar, para combatir al mundo, para luchar contra el demonio, para quitar todo pecado. Y ¿qué hacen? ¿ a qué se dedican en la Iglesia?

A mirar el mundo, a congraciarse con el mundo, a lamer los traseros de los hombres, a darles lo que ellos quieren escuchar por sus oídos, a decirles palabras bellas para llenarlos de mentiras y de dudas sobre Cristo y Su Iglesia.

Toda la Iglesia se ha alejado del Espíritu de Cristo. Toda. Y se ha dejado seducir por el espíritu del mundo, que ha penetrado profundamente en Ella y la ha conquistado, la ha invadido totalmente. No hay parte de la Iglesia sana para Cristo. Todo está tergiversado, anulado, petrificado en la maldad de los hombres. Todo está arreglado para que se dé lo que se está dando en toda la Iglesia. Por eso, todos aplauden el pensamiento necio de un idiota que se ha creído sabio y justo en su estupidez de vida.

Francisco no tiene inteligencia espiritual: es un necio. No sabe lo que es la vida del Espíritu ni la vida de la Iglesia. Sólo da su sabiduría humana, carente de la Verdad. Sólo da lo que encuentra en su mente, lo que persigue su razón, lo que le da el demonio a su inteligencia humana.

Francisco enseña su doctrina, su espiritualidad, su opinión herética y cismática del Evangelio: eso es ser idiota. Y más idiotas son aquellos que se les cae la baba ante la enseñanza de Francisco. Más idiotas son aquellos que dicen que no encuentran nada en las palabras de Francisco contrario a la Verdad, al dogma, a la enseñanza de la Tradición y de la Iglesia.

Francisco vive su estupidez como Obispo: si no crees en Cristo, entonces ¿qué haces vestido de sacerdote y sentado en una Silla en la que no crees? Vete a tu casa, vete a hacer lo que quieras, pero no hagas el estúpido ante la Iglesia y ante el mundo.

Ha llegado el momento de ver estas realidades en la Iglesia, y no escandalizarse de la putrefacción que hay en la Iglesia.

Francisco sólo ha removido el barro, y se han levantado toda esa maldad, -escondida en los repliegues de las estructuras de la Iglesia-, para manifestarse como es: como pecado, como maldad, como hombres que viven su pecado, y que ya no lo esconden más, como lo han hecho durante 50 años.

Ahora se ve, dentro de la Iglesia, quién de la Jerarquía es verdadero, y quién un demonio. Antes, no se podía discernir con claridad. Ahora es fácil, porque hay uno, -sentado donde no debe estar-, que ha removido las aguas de la impureza, de la maldad, de la herejía, del cisma. Ahora es hora de saber quién es quién en la Iglesia.

Por eso, tiene que llegar la persecución, por parte de la misma Jerarquía que está en el poder. Son ellos los que persiguen a los que no se van a someter a sus mentes humanas, a sus ideas políticas, que quieren revestirlas de la majestad del Evangelio, pero que sólo producen turbación en las almas. Son ellos, los que enarbolando la bandera de Cristo, los que diciéndose católicos, va a perseguir a los verdaderos católicos, a los que viven, -de verdad-, la Verdad, que es Cristo, en Su Iglesia.

Ya la persecución no será como al principio de la Iglesia. Es la misma Iglesia, los que se dicen ser de la Iglesia –pero no lo son, por su pecado de herejía- la que persigue a la misma Iglesia. Esta es la gran maldad que viene corriendo, por todas partes. Y hay que abrir los ojos ante esta gran maldad.

En la Iglesia Católica no estamos de parte de una Jerarquía herética y cismática, como la que vemos en Roma y en muchas partes del mundo. Sino que en la Iglesia Católica, nos oponemos a los sacerdotes y a los Obispos que ya no quieren seguir la Verdad, porque siguen sus verdades, las que ellos se han fabricado con sus cabezas humanas.

Toda Jerarquía que no predique, que no enseñe la doctrina de Cristo, sin quitarle ni añadirle una mota, no es Jerarquía de la Iglesia; por más autoridad que quieran demostrar, por más vestidos que quieran ponerse; si no dan la Verdad, como es, no hay obediencia ni respeto a esa Jerarquía.

Esto es lo que más duele a todos, pero es la única Verdad. Todo aquel que comienza a decir herejías en la Iglesia, se sale automáticamente de la Iglesia. Y ya no es nada en la Iglesia. Ha perdido todo derecho en la Iglesia. Ya no se le puede escuchar ni atender. Por eso, hay que ir apartándose de tantos sacerdotes que ya no hacen las cosas bien en sus ministerios, que ya se ve, claramente, su pecado contra la fe en la Iglesia.

En la Iglesia no estamos para seguir la opinión de Francisco, el evangelio herético de un hombre sin alma; sino que se está para poner en el corazón la Palabra del Verbo, la Palabra de la Cruz, la Palabra que nunca pasa, que es eterna, que es fiel a Si Misma.

Hoy la humanidad se ha vuelto pagana, y tras ella corre la Iglesia para volverse igual de pagana.

Hoy todos los hombres se han convertido en víctimas de los errores, de los males, del pecado, y se dejan arrastrar por cualquier viento de falsa doctrina, de falsa ideología. Y la Iglesia es pionera en llevar a las almas hacia el error. Es por culpa de la Jerarquía de la Iglesia, que no ha guardada la Verdad, que no ha defendido la Verdad, que no ha mimado la Verdad, la causa de que todos los hombres vivan con las babas caídas ante cualquier idiota que les diga lo que sus mentes apetecen.

Hoy todos los pueblos y naciones de la tierra están inmersos, -están con el agua al cuello-, en la tiniebla de la negación práctica de Dios. No se cree en Dios y no se quiere creer en Dios. Sólo se cree en un concepto, en una idea humana sobre Dios, que ateiza a todos los pueblos. Y el culpable de esto, la Jerarquía que ya no cree en Jesús como Dios; sino que se ha inventado un falso cristo, un falso Jesús, que es un hombre, una persona humana, que se dedicó a resolver cuestiones sociales en su tiempo y que , por tanto, levantó una iglesia para eso, para lo social.

Nadie de la Jerarquía sabe ser Iglesia y sabe construir la Obra de Cristo, porque están muy atareados en construir el mundo, en luchar por los derechos de los hombres, en resolver justicias sociales, en dar de comer a los que se mueren de hambre, en buscar dinero para conseguir el aplauso de los hombres, y que digan qué buenos sacerdotes, que son del pueblo y para el pueblo, porque les resuelve sus problemas humanos.

Hoy la Jerarquía de la Iglesia se postra ante el culto del placer, del dinero, del orgullo, de la ambición, de la impureza, de la fuerza política, de las fuerzas armadas; porque quieren un mesías y una iglesia, -un reino-, de hombres y para los hombres. Han dejado de buscar el Reino de Dios, para dedicarse sólo a la añadidura.

Hay que ser discípulos fieles de Jesucristo, no de Francisco. Hay que dar testimonio de la Verdad, que es Cristo; no hay que dar testimonio de la mentira, que es Francisco. Y sólo así se hace la Iglesia Católica en estos tiempos.

No son los tiempos como antes. Ya no hay que seguir a un Papa. Ya no hay Papa. El verdadero, ha renunciado. El que se hace pasar por Papa es un hereje, un cismático. Ya no se puede mirar a ningún hombre. Ya no se puede obedecer a ningún hombre en la Iglesia.

La Jerarquía de la Iglesia ya no es cabeza de la Iglesia. Sólo aquella Jerarquía que da la verdad como es sigue siendo cabeza; pero los demás, al dar la mentira, la herejía, salen automáticamente de la Iglesia. Y ya no son cabeza, ya no son autoridad. Ya no tienen poder divino, aunque se revistan de autoridad humana.

Estamos en los últimos tiempos. Y es necesario ser apóstol de los últimos tiempos, agarrados sólo a Cristo y a Su Madre. Ellos solos hacen su ejército victorioso, porque son la Cabeza de la Iglesia: el Rey y la Reina.

Francisco adora el pensamiento del hombre

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«Mi Doctrina no es Mía, sino de Aquel que me ha enviado. Quien quiera hacer la Voluntad de Él conocerá si Mi Doctrina es de Dios o es Mía» (Jn 7, 16- 17).

En la Iglesia Católica seguimos una Doctrina sobrenatural, no humana, no natural, que no puede circunscribirse a nada de la vida de los hombres. No es una Doctrina de hombres, sino de Dios. Y, por tanto, nadie en la Iglesia Católica tiene el derecho de cambiar ni una tilde a esa Doctrina.

No se puede negar las Verdades que están en las Sagradas Escrituras y que toda la Tradición de la Iglesia, con Su Magisterio auténtico, enseña. Quien las niegue y obre en consecuencia, automáticamente se pone fuera de la Iglesia Católica.

Negar la fe Católica se puede hacer de muchas maneras. Desde negar una verdad, y eso convierte a la persona en un hereje; negando muchas verdades; y eso significa que la persona es apóstata de la fe; creando una nueva iglesia, y eso es el cisma.

En las virtudes teologales, no hay parvedad de materia. Es decir, cuando se niega una verdad de fe, se comete siempre un pecado mortal. En otras palabras, el hereje, por negar una verdad, automáticamente, sale fuera de la Iglesia por su pecado mortal de herejía. No son pecados veniales. No son cualquier pecado.

La herejía, la apostasía de la fe, el cisma; son pecados contra la fe; pecados de infidelidad a la Gracia y a la vocación que se ha recibido, por parte del Señor.

Un sacerdote, un Obispo, que cae en herejía o en apostasía, se pone en un camino de condenación. Porque la fe es un medio necesario para la salvación. No abrazar la fe, no asentir a los dogmas de la fe, es no salvarse. No hay excusa de pecado en quien cae en herejía o en la apostasía de la fe.

Un sacerdote que ya no cree en los dogmas, ya no se puede salvar por los caminos ordinarios que Dios ha puesto en la Iglesia. La fe divina se pierde por la herejía o apostasía formal, porque no hay parvedad de materia. O se cree en una Verdad como Absoluta, como dogma, o no se cree en esa Verdad. No creer que exista el Infierno es herejía. Y predicar que no existe el infierno o enseñarlo así, es ponerse fuera de la Iglesia Católica.

Ya estamos en el tiempo, no de los herejes, sino de la apostasía de la fe. El que apostata de la fe ya niega muchas verdades, no sólo una. Ya es infiel en muchas cosas. Y, en esa persona, ya no hay fe divina, no hay fe teológica. A la persona le parece que sigue creyendo en Dios, pero en la realidad no es así, porque obra lo que Dios no dice. En su pensamiento, dice que cree en Dios. Pero la fe no es un pensar sobre Dios, sino un obrar lo que Dios dice.

Estamos viviendo, dentro de la Iglesia, con sacerdotes, con Obispos, que se declaran católicos, pero que obran en contra de la fe divina, que enseñan muchas herejías. Y lo hacen revestidos de autoridad. Y eso crea confusión en toda la Iglesia. Y es la manera cómo el demonio la ataca.

La gente, en la Iglesia, no busca la Fe Verdadera, una Fe fuerte, consolidada en la Verdad, que es Cristo, para así estar en pie contra todo ataque del enemigo. Sino que muchos, dentro de la Iglesia, se conforman con una Fe débil, con un viento suave, agradable, que les gusta, porque ven a una Jerarquía amable, humana, cariñosa, dedicada a los asuntos de los hombres. Gente que no refuerza su Fe con la vida de los Sacramentos, con la oración, con la vida de la Gracia, sino que se deja llevar por muchas novedades que los sacerdotes, los Obispos, dan en la Iglesia. Gente que ya no pone de su parte y que cae en el pecado, cae en la herejía, cae en la apostasía de la fe, ante cualquier palabra amable, barata, de un sacerdote.

Francisco predica que Jesús no es un Espíritu, y todos se lo creen. Han caído, con los primeros vientos suaves de maldad, en la herejía. Son personas que no están preparadas para una batalla fuerte contra el mal, sino que se les cae la baba por la amabilidad de un personaje que no tiene Fe, que no sólo es un hereje, no sólo es un apóstata, sino que es un cismático: ha creado un nuevo cisma: un cisma en el cisma.

Mucha gente dentro de la Iglesia Católica ya no son católicos, es decir, ya no tienen la Fe teológica o Fe divina. Se han convertido en herejes, en apostatas de la fe, en cismáticos. Y es necesario defenderse contra esa gente, porque obran la maldad del demonio dentro de la Iglesia.

En la Iglesia Católica hay infiltración: sacerdotes, Obispos, que predican herejía y que enseñan a vivir sin fe. Y a esos sacerdotes, a esos Obispos, no se les puede escuchar, no se les puede obedecer, porque .por sus pecados de infidelidad, ya no pertenecen a la Iglesia Católica. Esos sacerdotes, esos Obispos, no vienen del Señor, no son Pastores de Cristo, no son sacerdotes para Cristo, no son los representantes fieles a Cristo que den una Fe firme para ganar el Cielo en la tierra. Sino que, todo lo contrario, enseñan una falsa fe, que condena al alma de manera automática.

Estamos ante una situación muy grave. Es un tiempo, no como los que se han vivido durante 50 años, sino totalmente nuevo. El cisma comienza a verse en todas partes. Un cisma en el cisma. Un cisma creado hace 50 años, pero que se manifiesta ahora, que rompe a luz ahora. Un nuevo cisma en que muchos se han endiosado: sus razones, sus pensamientos filosóficos, teológicos, son su dios dentro de la Iglesia Católica. Adoran a su mente humana. Adoran a hombres en sus obras. Y ya son incapaces de adorar al Verdadero Dios porque han perdido la Fe. Creen estar con Dios, servir a Dios, pero no hacen las obras de Dios, no hacen lo que Dios dice en Su Palabra.

«El mundo no puede aborreceros a vosotros, pero a Mí me aborrece, porque doy testimonio contra él de que sus obras son malas» (Jn 7, 7). Esos sacerdotes, esos Obispos, no hablan contra el mundo, sino a favor del mundo. Y, por tanto, el mundo los ama. El mundo está con ellos. Y ellos aman el mundo. Ellos yo no aman la Iglesia Católica.

Una Jerarquía que bautiza a una persona de un matrimonio lesbiano es una Jerarquía que ha apostatado de la Fe divina, que no obra en la Iglesia lo que Dios dice, sino que obra lo que su mente humana le dice.

Y esa Jerarquía, que hizo esa obra demoniaca en la Iglesia, ya no es de la Iglesia Católica, por su pecado de apostasía, de infidelidad a la Gracia y la vocación recibida. No hubo bautismo, por el pecado de la Jerarquía. Si esas dos mujeres hubiesen bautizado esa niña en otra iglesia no católica, entonces el bautismo sería válido, si en esa iglesia se bautiza con la intención que se hace en la Iglesia Católica. Pero como es bautizo lo realizó una Jerarquía apóstata de la fe, que ya no pertenece a la Iglesia, que por su pecado, no pueden dar sacramentos ni recibirlos, entonces no quedó bautizada esa persona. Esta es la maldad que nadie cuenta porque a nadie le interesa ya la vida espiritual de las almas. Sólo ven ese acto cono algo social, algo cultural, un derecho humano que hay que darle a ese niño, porque qué culpa tiene el niño.

Tres cosas son el eje del pensamiento de Francisco:

1. Su campaña política:

“Para mí, el corazón del Evangelio es de los pobres. He escuchado, hace dos meses, que por esta razón una persona dijo: ‘¡Este Papa es comunista!’. ¡No! Ésta es una bandera del Evangelio, no del comunismo: del Evangelio. La pobreza sin ideología, la pobreza… Y por este motivo creo que los pobres están al centro del anuncio de Jesús. Basta leerlo. El problema es que después esta actitud hacia los pobres, algunas veces, en la historia ha sido ideologizada” (entrevista de unos jóvenes belgas al Papa Francisco, el 31 de marzo del 2014, realizada en el Palacio Apostólico Vaticano)

Esta es la opinión de Francisco. Su opinión, que va en contra del Magisterio de la Iglesia, de la Palabra de Dios y de toda la Tradición. Francisco está haciendo su campaña política desde Roma. Está llenado la Iglesia de su ideología comunista, marxista, que es su teología de los pobres.

Decir que el corazón del Evangelio es de los pobres es, sencillamente, una herejía. Porque el corazón del Evangelio es la Palabra de Dios, es el Verbo, es el Padre, es el Espíritu Santo. Punto y final. Lo demás, son las ganas de Francisco de hacer su ideología comunista.

Y se atreve a juzgar que en la historia esta actitud hacia los pobres ha sido ideologizada, y no cae en la cuenta de que está haciendo política, demagogia, proselitismo: está dando su ideología sobre el evangelio y sobre los pobres. Éste es el fariseísmo de este hombre.

“¡Este Papa es comunista! ¡No! Ésta es una bandera del Evangelio, no del comunismo”. Francisco no es capaz de escuchar la Verdad: “Este Papa es comunista”. Sino que defiende su verdad: “ésta es una bandera del evangelio, no del comunismo”. Está haciendo, claramente su política en la Iglesia. Éste es su engaño, su palabra que miente, su palabra que da la falsedad siempre. Y no le importa quien esté a su lado. Habla la mentira como si se bebiese un vaso de agua.

El centro del Evangelio: Jesús. ¡Basta leerlo, Francisco! ¡Basta leerlo con un corazón sencillo, con una mente humilde, con un Espíritu abierto a la verdad! ¡Basta leerlo para comprender que tú, Francisco, no lees el Evangelio! ¡Que te dedicas a dar tus brillantes pensamientos a los tontos e idiotas como tú!

2. Derechos humanos:

“Todos somos hermanos. Creyentes, no creyentes, o de una confesión religiosa o de la otra, judíos, musulmanes… ¡Todos somos hermanos! El hombre está al centro de la historia, y para mí esto es muy importante: el hombre está al centro. En este momento de la historia, el hombre ha sido expulsado del centro, ha resbalado hacia la periferia, y al centro – al menos en este momento – está el poder, el dinero y nosotros tenemos que trabajar por las personas, por el hombre y la mujer, que son la imagen de Dios” (Ibidem)

Todos somos hermanos del error, de la mentira, del engaño, del fariseísmo, de la maldad, de la hipocresía, del pecado, del demonio. Esto es lo que no dice Francisco.

“Todos somos hermanos”. No, Francisco. Tú eres hijo del demonio. Pero no eres hijo de Dios. Tú eres un hombre, hijo de hombre, con una carne y con una sangre. Pero eres un hombre sin Verdad. Luego, no eres hermano de los hijos de Dios, de los hombres que tienen la Verdad en sus corazones. Tú eres un hombre que no posee, en su corazón, la Verdad. Luego, eres hermano de otros hombres que no poseen en sus corazones la Verdad. Tú eres infiel a la Verdad, porque eres fiel a tu pensamiento humano.

Dios no ha creado hermanos entre los hombres. Dios ha creado un Adán. Y ese Adán ya pasó, ya no sirve, ya no hay que mirar a Adán y sacar de Él los hermanos. No hay que mirar la Creación como algo bueno, porque Adán la anuló. Ahora, hay que mirar al Nuevo Adán.

En la Iglesia Católica tenemos al Nuevo Adán y a la Nueva Eva, que son Jesús y la Virgen María, que engendran hijos por la Gracia. Y los que viven en Gracia, son hermanos en la Fe en Cristo y en la Fe en Su Iglesia. Hermanos en una misma Fe, en un mismo Señor, en un mismo Bautismo.

Y los que no creen no tienen Fe. Y los que atacan la doctrina de Cristo, la Iglesia Católica, el Magisterio de la Iglesia, la Tradición, no tienen Fe. Y los que gobiernan la Iglesia con su gobierno horizontal, no tienen Fe. Y Francisco, que dice herejías continuamente, no tiene Fe.

¡No todos somos hermanos! En un mundo donde el 80 por cien de los que mueren diariamente se van al infierno, es claro, que no todos somos hermanos en la Fe.

Francisco no has comprendido: ¡No todos somos hermanos! ¡Es imposible! ¡Hasta un niño se da cuenta de que los hombres no son hermanos!

Pero no sólo hablas de que todos somos hermanos, sino que vas más allá: “El hombre está al centro de la historia, y para mí esto es muy importante: el hombre está al centro”. Clara blasfemia contra el Espíritu Santo.

La historia es de Dios, no de los hombres. La historia la escribe Dios con su Dedo, no la escriben los hombres con sus vidas humanas. ¡Cuántos hombres que no son historia divina, que no pertenecen a Dios! El centro de la Creación es Dios. El centro del Universo es Dios. El centro de la tierra es Dios. El centro de la historia es Dios. El hombre es sólo un ser que depende, de forma absoluta, de Dios. Sujeto a Dios, quiera o no quiere, le guste o no le guste. El hombre, en su alma, está marcado con un fin divino, que debe buscar y encontrar en su vida humana. El hombre está llamado a adorar a Dios dejando su vida humana aparcada, como inservible, como inútil, para revestirse, para transformarse en un ser divino, a Imagen y Semejanza de Dios.

Francisco, en esas palabras da culto al hombre, adora al hombre. Y pone los derechos del hombre por encima del derecho divino que Dios exige a todo hombre: salvar y santificar su alma.

Francisco trabaja por los derechos humanos, pero no trabaja para llevar al hombre al Cielo. Por eso, se esfuerza por reunir en una sola iglesia a todos los hombres: hay que respetar sus ideas humanas, sus derechos humanos, sus obras humanas, sus vidas humanas. El derecho divino para salvar al hombre del pecado queda anulado por el diálogo que Francisco quiere con todos los hombres para inventarse su nueva iglesia, que lleva a la condenación a todas las almas. Y, en consecuencia, debe caer en su gravísimo error:

3. Justicia Social:

“hemos entrado en una cultura del descarte”: “son expulsados los niños – no queremos niños- menos familias pequeñas: no se desean niños, son expulsados los ancianos: tantos ancianos mueren por una eutanasia escondida, porque no se ocupan de ellos y mueren. Y ahora son expulsados los jóvenes” (Ibidem).

Francisco anula la Justicia Divina, que es la que pone el camino de la Misericordia para salvar las almas del demonio y del pecado. Y lucha por su justicia social, por los males sociales, para crear una iglesia social, que se dedique a dar de comer, a resolver problemas humanos, a controlar la vida de los demás si no piensan como ellos.

Francisco llora por los niños, por los ancianos, por su cultura del descarte. Y no llora por sus almas, porque ha anulado el pecado como ofensa a Dios.

Francisco está negando a Cristo y a la Iglesia que Cristo ha fundado en Pedro. Y lo niega, no sólo con sus palabras baratas y blasfemas, sino con sus obras llenas de maldad en toda la Iglesia.

Y, por eso, a Francisco no se le puede seguir, no se le puede obedecer, no hay que escucharlo para aprender de él algo; hay que escucharlo para contraatacar su herejía y su blasfemia. Hay que oponerse al dictador Francisco para no caer fuera de la Iglesia, donde él está.

Dios es Amor

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Dios es Amor (1 Jn 4, 8).

Esta Verdad Absoluta nadie la comprende, porque el hombre sólo quiere mirar a Dios con su inteligencia humana. Sólo quiere entender el Amor con su cabeza humana. Sólo quiere fijarse en las realidades humanas para alcanzar las divinas.

Dios es Amor. Por tanto, el hombre no es Amor. Es decir, el hombre no sabe Amar, no conoce el Amor, no sabe obrar el Amor.

El hombre llama amor a muchas cosas, pero no sabe obrar el Amor cuando obra esas cosas.

El Amor, que es Dios, sólo se puede obrar en Dios. No se puede obrar fuera de Dios. Es decir, sólo Dios obra Su Amor en el hombre.

El Amor Divino es una moción divina, un movimiento, que nace de Dios y se queda en Dios. Ese movimiento es algo espiritual, algo que no se puede medir con la razón, que no se puede explicar con las palabras humanas.

Dios mueve a obrar al alma Su Amor Divino.

Para hacer esto, Dios necesita un hombre humilde, sencillo, simple, obediente, que se acomode, en todo, a la Voluntad de Dios.

Sin un corazón humilde, Dios no puede obrar Su Amor en el alma. No puede mover el alma hacia lo divino. No puede encaminarla hacia la obra divina que el Señor quiere de ese alma.

El amor no es un pensamiento humano, ni una conquista social, ni un logro de un bien humano. El amor no se lo puede inventar ningún hombre. El hombre llama amor a muchas cosas, que, en la realidad, no son el Amor.

El hombre puede amar humana, social, material, carnal, sentimental, natural; pero, en ninguno de estos casos, obra el Amor Divino.

El hombre puede hacer un bien humano, social, material, carnal, sentimental, natural; pero, nunca hará, en esos bienes, el bien divino.

El hombre no sabe amar. El hombre sabe hacer buenas o malas obras; pero no amar. Porque Dios es Amor. El hombre no es Amor.

Toda naturaleza creada por Dios hace obras buenas de su naturaleza.

Un animal hace obras buenas animales, propias de su naturaleza animal. Y esas obras buenas no son obras del Amor.

El hombre hace obras buenas humanas, propias de su naturaleza racional. Pero ninguna de ellas son obras del Amor. Son obras humanas, que nacen de un pensamiento humano y de una voluntad humana. Pero no son obras humanas que nazcan de un pensamiento divino y de una Voluntad Divina. Son obras humanas hechas con las fuerzas humanas. Pero no son obras humanas que mueva el Espíritu en el hombre, guiadas por el Espíritu el el hombre.

Dios es Amor. Es decir, Su Esencia es Amor. Sólo Dios puede hacer obras buenas divinas, propias de su Naturaleza Divina, que son obras del Amor.

Esta es la grandeza de Dios: Su Amor.

Pero hay otra cosa que Dios ha hecho. Y que no ha hecho con sus ángeles, sino sólo con el hombre.

Dios, en Su Verbo, se ha encarnado. Es decir, ha asumido una carne. En otras palabras, el Verbo de Dios tiene dos naturalezas, la divina y la humana, que se unen en la Persona Divina del Verbo.

Y esta maravilla de la Encarnación hace que Jesús sea Amor. Jesús no es un hombre, sino que es Hombre y Dios. Por tanto, la esencia de Jesús es la misma que la de Dios. Y cualquier obra de Jesús, entre los hombres, es una obra divina que tiene el sello del amor divino. Jesús no puede hacer obras buenas humanas. Sólo puede hacer obras divinas. Sólo obra el amor divino en toda su vida humana.

Jesús se encarna, pero el hombre sigue sin poder amar, sin ser amor.

La Encarnación del Verbo no consiste en que el hombre ya pueda realizar obras divinas, en que ya el hombre viva santamente, en que ya el hombre tenga que olvidarse de que es pecador.

El hombre, aunque Jesús se ha encarnado, sigue siendo nada, sigue sin saber amar, sin saber pensar, sin saber obrar lo divino, lo santo, lo sagrado.

Para que el hombre pueda hacer las obras de Cristo, que son obras divinas, que tienen el sello del amor divino, el hombre tiene que morir a todo lo humano, a todo lo social, a todo lo que signifique amor entre los hombres.

Los hombres no saben amarse porque reciban la comunión o porque tengan un Bautismo.

Los hombres se aman porque imitan a Cristo en sus vidas. Imitan las obras de Cristo en sus vidas humanas. Las obras de Cristo son amor divino y sólo amor divino.

Esta imitación de Cristo supone una renuncia a cualquier bien humano, social, material, natural, espiritual.

Para llegar al amor divino hay que ir por donde no sabes. Si el hombre va por sus amores humanos, nunca llega a lo divino.

Para poseer el Amor Divino no hay que poseer los amores humanos, naturales, sociales, carnales.

Cuanto más el alma tenga en su corazón el amor divino, más naturalmente es humano, es social, es carnal. Es decir, en lo natural, obra lo divino sin esfuerzo; en lo humano, obra lo divino sin esfuerzo; en lo carnal obra lo divino sin esfuerzo.

Cuanto más el hombre quiera pensar el amor divino, menos obra lo divino y sólo se dedica a obrar sus amores humanos, naturales, carnales, etc.

Para cumplir el mandamiento del amor al prójimo, primero el hombre tiene que cumplir el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Nadie puede amar al prójimo sin el amor divino. Nadie.

Un Bautismo o la Eucaristía no producen ese amor, porque se necesita la voluntad del hombre, la libertad del hombre a Dios, que la de sin condiciones, sin límites. Y eso es la vida espiritual: un entregar a Dios lo que al hombre más le cuesta dar: su voluntad libre.

Cuanto más el hombre crucifica su voluntad, más obra lo divino en toda su vida humana. Y más es social, humano, natural. Más valora la sociedad, la naturaleza, la Creación de Dios.

Lo divino es el sello del amor divino. Es el sello de la santidad. Por eso, cuesta ser santos. Es difícil, porque es muy fácil dedicarse a hacer obras sociales, humanas, materiales, carnales, naturales. Eso lo hace hasta el demonio. Hasta los animales hacen muchas obras buenas.

Pero no se trata de hacer obras buenas. Se trata de permitir que Dios me mueva hacia la obra que Él quiere en mi vida humana. ¡Esta es la dificultad en la vida espiritual!

“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Sois Templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros”.

Dios construye su Casa en el corazón del hombre. Pero es Dios quien la construye. Dios sabe cómo es el hombre: pecador. Y, por tanto, Dios exige al hombre que luche contra su pecado, que luche contra el demonio, que es el que obra el pecado en el hombre.

El Amor de Dios hacia el hombre es una exigencia divina, en la que el hombre tiene que estar, constantemente en guardia, contra el mal. Es el mal lo que impide que el amor divino se obre en las almas.

Cuando un hombre ya no atiende a su pecado, ya no llama pecado a los males que ve en la sociedad, sino que solo los llama males, entonces, por más bien social que haga ese hombre, no hace nada en la sociedad, no hace nada para los hombres.

Dios enseña a quitar los males sociales quitando primero el pecado en el alma. El alma tiene que arrancar su pecado para poder santificar a la familia, a la sociedad, el trabajo que realiza en medio del mundo.

Y arrancar el pecado es un trabajo hasta la muerte. Es una perseverancia en la ley de Dios, en la ley natural, en la norma de moralidad. Perseverar en la Verdad Absoluta. Y sólo así, de forma natural, el hombre va haciendo bienes divinos en la familia, en la sociedad, en el trabajo, que santifican a los demás y que construyen una Iglesia para Dios.

Los hombres quieren construir una sociedad, un mundo, un matrimonio, una familia, pero apoyada en sus ideas humanas, en sus doctrinas humanas, con sus obras buenas humanas. Y, entonces, el hombre trabaja en vano.

El hombre siempre se olvida de que no es Amor. De que el único que es Amor es Dios. Y que, por tanto, para amar a los enemigos, hay que tener el amor de Dios en el corazón. Si el hombre no aprende de Dios a amar, el hombre no sabe amar a su prójimo, por mas que tenga un mandamiento del amor.

El Señor construye su Casa en el corazón del alma. La construye con piedras vivas. La edifica con la Palabra del Verbo.

Dios no construye su Casa con obras sociales, humana, naturales, que pueda hacer la persona humana.

Dios no edifica su Casa con palabras, con razonamientos humanos de la vida social de las personas.

Dios pone en el corazón del Hombre Su Espíritu. Y es el Espíritu el que lleva al hombre a la plenitud de la Verdad, del Amor, de la Vida Divina.

Lo que siempre le cuesta al hombre es seguir al Espíritu, porque se acomoda fácil a toda su vida humana, a toda su vida familiar, a toda su vida social.

Este acomodo de muchos católicos es una exigencia para un castigo divino en sus almas, en sus vidas.

Porque los católicos ya lo tienen todo para obrar lo divino, para obrar el amor divino, desde que se levantan hasta que se acuestan.

Ya los católicos no pueden hacer obras humanas, ni sociales, ni naturales, ni carnales. Porque tienen la Gracia, que es tener el Pensamiento de Dios, para poder obrar sólo lo divino.

Por eso, tan necesario es la fidelidad a la Gracia en un mundo que empuja constantemente a separase de la Gracia. Si el hombre no batalla por ser fiel a la Gracia, sino que lucha por ser fiel a los hombres, a sus culturas, a sus religiones, a sus ideas a la vida, a sus vidas sociales, a sus obras humanas, entonces el hombre se pierde en todo lo humano.

Muchos no han comprendido las exigencias de la Gracia en el alma. Muchos no saben medir el Amor Divino en la Iglesia. Muchos no saben imitar a Cristo en la Iglesia. Muchos no saben abajarse de su humanidad, de sus grandes pensamientos humanos, sociales, culturales, artísticos. Y pretenden cambiar el mundo con su idea humana del amor fraterno.

Muchos se llenan de palabras cuando hablan de la caridad divina y del amor fraterno. Pero pocos viven lo que es ser hijo de Dios.

“Mirad, qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él” (1 Jn 3, 1).

Somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que significa ser hijo de Dios. Porque es necesario la purificación del hombre para que pueda obrar como hijo de Dios en plenitud. Necesita el hombre no ser hombre, dejar de ser hijo de hombre; dejar de pensar, de actuar, como hombre, como un ser social.

El hombre tiene que pensar como piensa Dios; el hombre tiene que obrar como obra Dios. Y, entonces, construye una sociedad divina, una familia divina, un matrimonio divino, un trabajo divino.

Pero si el hombre se empeña en ser más hombre, en ser social, entonces acaba sólo siendo hombre, pero no hijo de Dios.

Cuando se manifieste eso que somos, entonces seremos semejantes a Dios (cf. 1 Jn 3, 3). No hay que buscar la semejanza con los hombres; buscar una sociedad igualitaria, justa. Eso es algo imposible.

Dios es Amor. El hombre es nada. Cuando el hombre se queda en su nada, entonces Dios hace lo divino en su vida humana. Dios construye lo divino en su obrar humano.

El pecado de los hombres es creerse que ya lo pueden todo porque Dios les ha dado Su Gracia.

Y la Gracia sólo actúa en la nada del hombre, en la debilidad del hombre, en la ignorancia del hombre, en la inutilidad del hombre.

Dios no tiene necesidad de ninguna obra buena humana. Dios sólo quiere que el hombre vaya al Cielo. Lo demás, las conquistas sociales de los hombres, no le interesa para nada.

Iglesia Remanente

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“Todos recordarán que le concedí a Lucifer 100 años para que hiciese hasta lo peor para ganarse las almas de los hijos de Dios. Esos 100 años han llegado a su final, y la destrucción de las almas ha sido tremenda. Pero todavía tengo dos guerras pendientes para las almas. Estas serán unas batallas muy grandes. La Iglesia Remanente perseverará para Dios, se declarará para Dios en la Santísima Trinidad.

La primera batalla será el Gran Aviso producido por el gran amor de la Santísima Virgen María por ustedes. (…). Es una guerra porque los malos espíritus también esperan este día. Ellos también tienen un plan en el que harán todo lo posible para provocar la desesperación y la desgracia a los fieles. (…)

Será una guerra para lograr sus almas, queridos hijos. Al poco tiempo después de este evento, la segunda batalla se llevará a cabo. Esta será la del Gran Milagro durante el cual deberán declararse a favor de Dios. Durante este tiempo los espíritus malignos los estarán animando para que apoyen a su líder porque él estará en el poder. (…) Si se declaran a favor de Lucifer y reciben su marca, se irán al Infierno. Acuérdense de esto. El tiempo que dure esto será bastante corto. Nunca pierdan las esperanzas en Dios y en la Madre de Jesús”. (Mensajes a la Dra. Even – Agosto 4, 1998)

La Verdad de la Iglesia es Su Amor por Cristo. Una Iglesia que no ama la Verdad no pertenece a Cristo. Una Iglesia que sólo vive para lo humano, contentando la vida y las obras de los hombres, no es la Iglesia que fundó Cristo en Pedro.

Amar a Cristo es un deber y una obligación para todos en la Iglesia. Amar a Cristo no es vivir una vida humana y, después, recibir un Bautismo, una Confirmación o la Eucaristía diariamente.

Amar a Cristo es poseer Su Espíritu y ser guiados, por Él, hacia la Verdad Plena, que cada alma tiene que vivir en su vida.

Todas las almas están llamadas a la Plenitud de la Verdad, que sólo se da en la Plenitud del Amor. El Amor, que Dios da a Sus Almas requiere –en Ellas- una disposición, una entrega, una voluntad firme de ser siempre de Dios.

Al hombre siempre le cuesta ese Sí, ese entregar el corazón –por completo- a Dios. Pero el hombre tiene todo para poder decir ese Sí. Sólo tiene que ser fiel a la Gracia, a los Dones que el Señor le ha dado por pertenecer a Su Iglesia.

La Iglesia de Cristo es Su Cuerpo; es decir, es el conjunto de almas que se unen en Cristo, que son guiadas por el Espíritu de Cristo, que son llevadas, por Dios, a la conquista de lo divino en lo humano.

La Iglesia de Cristo no es una comunidad de hombres, que se reúnen para hablar y obrar cosas entre los hombres.

La Iglesia de Cristo son almas que dan a Cristo en todas sus actividades humanas. Y este dar a Cristo significa un camino estrecho, un sendero de sacrificio de todo lo humano.

No hay que ser humano para ser de Cristo. Hay que ser divino para ser de Cristo.

Cuanto más el hombre abandona su humanidad, aun la buena y perfecta, más se va transformando en divino, en un ser guiado por la Gracia, que es la Vida Divina.

Dejarse guiar por la Mente de Dios es lo que le cuesta a todo hombre; porque el hombre nace guiado por su mente humana y para vivir sus obras humanas.

Todo el trabajo -en la vida espiritual- es dejar de ser hombres para ser de Cristo. Imitar a cristo no es imitar al hombre; no es hacerse mundano; no es seguir las modas de los hombres ni sus pensamientos.

Imitar a Cristo es ponerse en las manos de la Virgen María, y que sea Ella la que señale el camino hacia Su Hijo.

María es la que da a Su Hijo en cada alma; es la que engendra a Su Hijo en el alma; es la que ofrece a Su Hijo al alma; es la que explica a Su Hijo al alma.

La Virgen María engendró en Su Corazón la Palabra del Verbo, e hizo de su vida la Obra de esa Palabra.

La Virgen María es Madre de cada alma: engendra en las almas lo que Ella engendró en Su Corazón. Por eso, Su Inmaculado Corazón es el Refugio de toda la Iglesia, es el lugar donde todas las almas tiene que vivir si quiere ser de Cristo.

Y amar a la Madre es sencillo cuando el corazón se deja gobernar por Ella. Escuchar a la Madre es transformarse en el Hijo de la Madre, que es Jesús. Imitar la Pureza de la Virgen, es alcanzar la capacidad para no pecar más en este mundo; capacidad -que es una Gracia altísima- sólo concedida a los verdaderos devotos de la Madre. Seguir a María es encontrar a Jesús. Obedecer a la Virgen es someterse a la Palabra del Verbo. Amar a María es amar el Corazón de Jesús.

Los hombres no saben amar porque no saben ver a la Madre, no saben contemplarla como es Ella, a los ojos de Dios. Los hombres no se hacen hijos de Dios porque no aprenden a ser hijos de María.

María lo tiene que ser todo para la Iglesia si la Iglesia quiere conservarse íntegra en el Espíritu.

Como la Iglesia ha dejado a la Virgen a un lado y se ha dedicado a otras cosas, entonces la crisis en la Iglesia es consecuencia de su falta de amor a la Madre.

Una Iglesia que no ama a la Madre, tampoco ama al Hijo de la Madre. Y, para que la Iglesia vuelva al amor de Cristo, necesita, primero, volver a la Madre.

Y, por eso, comienza –para toda la Iglesia- el tiempo de permanecer en la Verdad; tiempo para guardar el depósito de la fe en los corazones y esperar tres cosas: el Gran Aviso, el Gran Milagro y el Castigo.

Si el hombre quiere vivir el Reino de la Paz, tiene que pasar por este Purgatorio en vida. Después del Castigo, comienza el Reino de la Paz. Pero sólo serán los que amen, de verdad, a Cristo. Sólo la Iglesia Remanente alcanzará ese Reino de la Paz.

Ahora es tiempo de ser Iglesia escondida, que no se manifiesta al mundo, que vive en oración y en penitencia para prepararse a esos tres grandes eventos.

Lo que hay en Roma ya no es la Iglesia Católica. Tiene el nombre; pero –en la práctica- no es la Católica; es otra cosa, llámese como se llame: universal, mundial, ecuménica, etc.

Los verdaderos devotos de la Virgen María tienen que ir dejando todas esas parroquias, capillas, que tiene el nombre de católico, pero que viven otra cosa, obran la mentira, no la verdad de lo que es la Iglesia.

Hay que buscar aquellas parroquias que todavía den lo de siempre. Y si no se encuentra, hay que vivir escondidos, formando pequeños grupos en los que se viva la fe, en donde se guarde el depósito de la Verdad.

Muchos sacerdotes tendrán que huir, debido a la persecución que va a comenzar, antes del Gran Aviso. Hay una persecución del Anticristo, pero eso será después del Gran Aviso. Antes, viene la persecución en la que se formará la Iglesia Remanente.

Para ser Iglesia Remanente no hay que ser de ningún grupo de la Iglesia. No hay que buscar asociaciones, grupos, fundaciones, en donde –más o menos- se enseña la doctrina y se haga un apostolado. Todo eso no sirve ya para este tiempo.

La Iglesia Remanente es la que acoge la Verdad y la guarda en su corazón, esperando lo que tiene que venir: el Reino de la Paz. Pero que viene después de un Purgatorio en vida.

Y, por eso, la Iglesia Remanente es la que tiene que acoger a tantos sacerdotes que no van a tener un lugar para vivir; ni una parroquia para celebrar la Misa; que van ser perseguidos por sus mismos hermanos en el Sacerdocio, por luchar contra la mentira de muchos de ellos.

La Iglesia que permanece unida en la Verdad es la Iglesia Católica. Y no importa no tener capillas o parroquias. Sólo hace falta corazones que acepten la Verdad como Es, que no adulteren la Palabra de Cristo; que no tergiversen las enseñanzas auténticas de la Iglesia.

El panorama que ofrece la Iglesia en Roma, y en todas partes del mundo, es desolador y nadie tiene que esperar nada bueno de Roma. Esto tiene que quedar muy claro, porque muchos siguen esperando algo de Francisco y, entonces, no han comprendido la situación de la Iglesia.

Ya en Roma no está la Iglesia Católica. Y, comienza, dentro de poco, la primera persecución, que prepara al Gran Aviso.

Los tiempos son muy graves; no son como antes. Son los tiempos de la Gran Purificación y de la Gran Tribulación.

El Corazón de Cristo es el camino hacia la Verdad

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La Iglesia nace en el Calvario, cuando el soldado descubre el Corazón de Cristo:

«Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34).

Al Cuerpo muerto de Cristo no le rompieron las piernas, sino que se quedó intacto.

El Cuerpo de Cristo es la Iglesia y, por tanto, es Uno con Su Cabeza, que es Cristo. No puede ser dividido, roto, porque Jesús es Uno con Su Cuerpo.

Por eso, el soldado mete su lanza en Su Costado para abrir el camino hacia la Verdad.

Y la Verdad es una sola: Cristo Jesús.

La Verdad sólo se encuentra en el Corazón de Cristo.

No se puede encontrar en la mente de ningún hombre.

Sólo el Amor, que posee ese Corazón, es el Camino hacia la Vida Divina.

Cuando el agua y la sangre fluyen del Costado de Cristo, la Gracia se da a los hombres. Comienza un tiempo nuevo para la vida de todos los hombres: el tiempo de la Gracia.

Y ese tiempo ya no es como los demás tiempos pasados en la historia de la humanidad.

Desde el pecado de Adán hasta Cristo, el hombre ha estado sin Gracia y sin Espíritu. Ha vivido en su humanidad, con el deseo de lo divino, pero sin poder hacer una vida divina en lo suyo humano, en su historia humana.

Pero con la Gracia, que Cristo da a todo hombre, cada hombre puede obrar lo divino en su vida humana. Ya no hay excusa. Pero es necesario una cosa: estar en Gracia.

Jesús da la Gracia, pero se pierde por el pecado personal de cada hombre. Y Jesús pone el Sacramento de la Penitencia para recuperar la Gracia perdida. Ya hay un camino para estar siempre en Gracia y hacer obras divinas en la Gracia.

Es fácil permanecer en la Gracia por el Sacramento de la Penitencia, que es muy poco valorado por los mismos católicos en la Iglesia. Y es el Sacramento llave para todos los demás. Sin éste, los demás no pueden realizarse, obrarse como Dios quiere.

Un alma en pecado, aunque comulgue, se case, sea sacerdote o reciba la confirmación o el auxilio en su enfermedad, no puede obrar la Gracia en ninguno de esos Sacramentos. Y tiene un Sacramento sin poderlo vivir, con un obstáculo que le cierra las puertas del Cielo.

Muchos se casan por la Iglesia, pero en pecado. Ponen un óbice a la Gracia del Sacramento del Matrimonio. Y lo mismo el que accede al Orden, o el que va a comulgar en pecado, o el que quiera vivir un Sacramento pero sin quitar el pecado de su alma.

Reciben el Sacramento, pero no la Gracia que porta el Sacramento. Tienen un Sacramento que no les sirve para llegar al Cielo, sino que se convierte en Justicia Divina en sus vidas humanas.

Muchos han recibido los Sacramentos, pero como viven en sus pecados, esos Sacramentos, esa gracias son para Su Justicia, no para la Misericordia.

La Gracia, con Cristo, es Misericordia y Justicia. Son dos cosas, al mismo tiempo.

Con Adán, la Gracia era sólo Amor. Su Gracia le llevaba sólo a la Voluntad de Dios. Perdió esa Gracia y Adán se quedó sin nada, sin camino para el Cielo, sin camino para amar a Dios, sin camino para conocer la Verdad. Tuvo el Señor que ponerle un camino sólo de Justicia. Y, en la Justicia, la Misericordia.

Pero en Cristo, se da un camino nuevo al hombre. Un camino de Misericordia, porque se puede perder la Gracia, pero se recupera. Eso no lo tenía Adán.

Y un camino de Justicia, porque teniendo un Sacramento, se vive sin Gracia. Y eso llama a la Justicia de Dios sobre esa alma. Eso ya no es Misericordia. Adán tenía este camino de Justicia, pero sin poder recuperar la Gracia. En su vida humana, haciendo el bien humanamente, Dios le daba la Misericordia.

Pero, a partir de Cristo, la cosa cambia: quien quiera vivir en pecado, teniendo un Sacramento, sólo hay Justicia en ese camino. Ya no Misericordia. Ya las obras buenas humanas no sirven para alcanzar de Dios Misericordia, como en Adán. Porque Dios ha puesto un camino para quitar el pecado: el Sacramento de la Penitencia, no las obras buenas humanas.

Por eso, a muchos católicos, los Sacramentos son para su condenación, no para su salvación.

Esta Verdad, muchos católicos no la han meditado. Y están en la Iglesia en sus vidas de mentira, sin hacer valer la Gracia en sus corazones. Por eso, después, no pueden comprender qué pasa en la Iglesia. No entienden a Francisco y lo llaman un hombre bueno, santo, justo; cuando es un asesino de la Gracia.

La Gracia, vivida en la Misericordia, es decir, si el alma cae en pecado y se confiesa, entonces el alma encuentra el camino del Amor Divino, que tenía Adán.

Los pecados no son impedimento para el Amor de Dios si se confiesan los pecados, si hay arrepentimiento de los pecados, si se usa el sacramento de la Penitencia como Cristo lo ha puesto en Su Iglesia.

Pero los pecados de cada alma son impedimento para el Amor de Dios cuando las almas ya no lo confiesan, sino que viven en ellos, haciendo del pecado su vida humana. Y, entonces, esa alma se convierte en un demonio, en un engendro demoniaco.

Hay muchos católicos así, dentro de la Iglesia: tienen los sacramentos, pero viven en sus pecados como si fueran una virtud, un bien, en sus vidas.

Por eso, hay tantos sacerdotes que son lobos vestidos de piel de oveja. Y estos son los anticristos en la Iglesia. Son los que van en contra de Cristo y de Su Cuerpo, que es la Iglesia.

Hay muchos anticristos en Roma, actualmente. Sólo miren sus pecados, su forma de pecar, su forma de vivir a Cristo en la Iglesia. No imitan a Cristo, sino que ponen su mente humana, su idea humana, por encima de la Mente de Cristo. Y así hacen su iglesia, a su manera humana, tomando cosas del Evangelio, de la Tradición, del Magisterio de la Iglesia, pero anulando la Verdad de todo eso, para sólo manifestar su mentira, su idea, su propaganda, su negocio en la Iglesia.

La Iglesia no es un pensamiento del hombre, sino la obra de Cristo en la Cruz.

Cristo, en la Cruz, obró Su Muerte. Este Misterio no se puede comprender con la razón humana. Obrar la Muerte es dar la Vida a los hombres. Morir Cristo es hacer vivir al hombre. Sin la muerte de Cristo, el hombre seguiría muerto. Y, para imitar a Cristo, hay que hacer lo mismo: morir a todo lo humano, para que así lo humano tenga vida en Dios.

Esto es lo más difícil de comprender al hombre. Y en esto está sólo la vida de fe. La Fe no es un conjunto de razones, de leyes, de ideas. La Fe es una Vida Divina, una Obra Divina, un Pensamiento Divino.

El hombre que vive en su mente humana no posee la Fe. El hombre tiene que renunciar a toda su mente humana para que ésta tenga valor para Dios. Si el hombre no renuncia a su mente humana, Dios no puede guiarle en la Verdad.

Adán tenía que vivir en su mente humana. Y Dios lo guiaba así, porque le quitó la Fe, la Vida de la Gracia.

Dios puso un camino de Fe a Abraham: «Sal de tu tierra, de tu parentela, de las casa de tu padre, para la tierra que Yo te daré» (Gn 12,1). Siempre la Fe es un salir de lo humano. Y Dios fue enseñando a Su Pueblo este camino de fe, sin la Gracia, sin el Espíritu. Se lo enseñaba en su humanidad, sin exigirle la muerte a lo humano.

Sólo a almas que Dios escogía, le podía exigir todo, como a Abrahán: «Anda, coge a tu hijo, a tu unigénito, a quien tanto amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécemelo allí en holocausto» (Gn 22, 2). Dios les daba la Gracia para hacer esto: para desprenderse de todo lo humano por Voluntad de Dios, porque así Dios lo mandaba.

Sólo hay una razón para dejar todo lo humano: la Voluntad Divina. Cumpliendo la Voluntad de Dios nunca se peca.

«Dijo Yavé a Oseas: Ve, toma por mujer una prostituta y ten hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra apartándose de Yavé» (Os 1,2). Dios manda a Oseas obrar una Justicia. Y ese mandamiento no es un pecado a los ojos de Dios. Y Oseas no pecó buscando una prostituta y engendrando hijos de ella, porque estaba cumpliendo la Voluntad de Dios, en la cual nunca hay pecado.

Y este es el Misterio de la Fe: por ley divina no se puede ir en contra del sexto mandamiento: «no adulterarás». Y esa ley está inscrita en el corazón de cada hombre.

Por ley divina, nadie puede matar a otro hombre, no puede ir en contra del quinto mandamiento: «no matarás».

Sólo por Voluntad de Dios se puede realizar una acción que es un pecado contra la ley de Dios. Y este es el Misterio de la Fe, que vivió Abraham, que vivió Oseas, y que Cristo obró en Su Muerte.

Cristo obra Su Muerte: Su Padre le pide morir en la Cruz. La Voluntad del Padre es que hay que morir, hay que dejar que los hombres cometan un pecado. Hay que permitir ese pecado en los hombres.

Pero el pecado de los hombres no es la obra de Cristo en la Cruz. Cristo va a la Cruz sólo por Voluntad de Su Padre, no por el pecado de los hombres, que lo quieren matar.

Cristo va a a la muerte por una sola razón: porque lo quiere Su Padre.

Y el querer del Padre está por encima de toda ley divina. Y aquí comienza el Misterio de la Fe.

La Fe no es sólo cumplir unos mandamientos, unas leyes, unas normas litúrgicas, sino que es obrar una Voluntad Divina en cada alma, en cada hombre.

Los hombres suelen acomodarse a las leyes, a las normas, a las tradiciones, y se olvidan de que la Fe es algo más que todo eso.

Por eso, el Señor decía: «Si tuviereis fe como un granito de mostaza, diríais a este monte: vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible» (Mt 17, 20). Cuando Dios muestra Su Voluntad, no hay imposibles para los hombres. Cuando Dios da Su Voluntad, el hombre lo puede todo en Dios.

Por eso, el hombre tiene que ir hacia este Misterio de la Fe. Y sólo se puede ir en el camino de Cristo: en la Cruz.

Cuanto más un alma en Gracia comprende que lo humano no sirve para ir al Cielo, entonces más se mete en el misterio de la Fe. Y Dios puede pedirle cosas como a Abraham y a Oseas. Dios no da esta Voluntad a cualquier hombre y, menos, a un hombre que vive en sus pecados. Dios da esta Voluntad a hombres que viven en Gracia y que son espirituales, que no son carnales, que no son para lo humano, para lo material de la vida, sino que han sabido desprenderse de todas las cosas humanas, para ponerse sólo en lo que agrada a Dios.

Vivimos en un mundo que ha puesto la vida humana por encima de la ley divina. Y quiere hacer las obras de Abraham y de Oseas, pero sin la Voluntad de Dios. Esto es a lo que lleva siempre el demonio: a imitar las obras de Cristo, las obras de Dios. El demonio es maestro en esto desde el principio de su pecado.

Porque su pecado consistió en ver las obras de Dios e imitarlas sin Dios, sin la Voluntad de Dios, sin el consentimiento divino. Y, por eso, lleva a los hombres hacia el pecado visto como algo bueno, como un valor, como una verdad en la vida.

Abrahan y Oseas obraron la Verdad, pero en la Voluntad de Dios. Muchos hombres obran eso, pero fuera del querer divino. Obran sin fe; es decir, obran con su inteligencia humana, que la han puesto por encima de la Mente Divina.

Cristo vino a hacer la Obra de Su Padre, Su Voluntad. Y esa Obra sólo es conocida por Cristo, no pos los hombres en la Iglesia. Y, por eso, de nadie es la Iglesia. Sólo le pertenece a Cristo.

Que nadie venga a querer cambiar la doctrina de Cristo con su mente humana, con sus ideas comunistas, marxistas, protestantes, masónicas, que es lo que da Francisco cada día, que es su predicación.

Y el tiempo de Francisco se termina: «El reinado en la Casa de Pedro será corto, y pronto Mi amado Papa Benedicto guiará a los hijos de dios desde su lugar de exilio. Pedro, Mi Apóstol, el fundador de Mi Iglesia en la Tierra, lo guiará en los últimos días difíciles, mientras Mi Iglesia lucha por Su Vida» (Viernes Santo, 29 de marzo del 2013).

Francisco deja el cisma dentro de la Iglesia: un Obispo sin Cristo en su corazón. Un Obispo para el mundo, sin la Vida de Fe, sin el Amor de Dios, sin la Verdad del Espíritu. Un hombre que no cree en Dios, no puede conocer lo que es bueno y lo que es malo. Francisco sólo cree en su dios, que es su pensamiento humano. Y, por eso, cada día dice sus barbaridades, que muchos aplauden, que muchos hacen propaganda. Y ya no saben cómo ocultar algunas cosas, que son tan manifiestas en el hereje de Francisco, sólo por temor a oponerse a ese hombre, que sólo sabe usar palabras baratas y blasfemas, pero que no tiene ninguna inteligencia.

Seguís a un idiota porque teméis su autoridad Y su autoridad es lo más estúpido que hay en la Iglesia: un poder humano que él mismo se ha dado en la Iglesia. Ha puesto su gobierno para decirse a sí mismo: aquí estoy yo; yo soy el que voy a dar de comer a todos los hombres; yo soy el que voy a solucionar los problemas de todos los hombres; yo y la revolución de mi estúpida ternura para con los hombres, con mi insulso lenguaje del corazón; yo con los mocos que se me caen de mi narices cuando hablo de amor a los hombres, eso es el camino para la iglesia.

Francisco es un hombre sin ley divina, sin norma de moralidad, con un lenguaje humano que es su basura ideológica. ¿Y obedecéis a ese subnormal?

Cristo no ha puesto a Francisco en Su Iglesia. Han sido los hombres. Y estos van en serio dentro de la Iglesia: van a echar a Cristo de la Iglesia. Y van a matar a la Iglesia, como hicieron con Cristo. Y quien no quiera creer, es que vive de ilusiones en la Iglesia.

Francisco: asesino de almas en la Iglesia

Primer anticristo

“Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este es mi Ser”.

¡No hay mayor ciego que el que no quiere ver!

¿Qué hacen los sacerdotes, los Obispos, los Cardenales, los fieles, obedeciendo a un hombre que no cree en el Dios católico?

¿A qué se dedican en la Iglesia Católica? ¿Cuál es su negocio? ¿Para qué están en la Iglesia Católica?

Para Francisco no existe un Dios católico, entonces ¿qué hace gobernando la Iglesia Católica? ¿A qué se dedica en ese gobierno? ¿Qué valor tienen las palabras y las obras de un Obispo que no cree en la Santísima Trinidad?

Resulta absurdo que muchos Pastores, que tienen cursos de filosofía y teología, no saben discernir lo que es Francisco.

¿Para qué tanta filosofía? ¿De qué les sirve su brillante teología?

Hay almas, sin tanta filosofía ni tanta teología, que saben ver la maldad de ese hombre con sólo mirarlo a los ojos, con sólo escuchar sus palabras, con sólo fijarse en una de sus obras en la Iglesia.

Un Papa verdadero nunca se equivoca, es infalible en materia de fe y costumbres. Esto es lo que enseña el Magisterio de la Iglesia, en su Constitución dogmática, «Pastor Eternus».

Y Francisco está hablando de una materia de fe, la más importante, que es la existencia de Dios. Y si Francisco fuera verdadero Papa, entonces tendría que decir: Yo creo en el Dios católico.

Pero Francisco dice lo contrario. Y la Santísima Trinidad, el Dios católico, el único Dios que Es, que Existe, es el primer dogma que el alma debe aceptar, creer, si quiere estar en la Iglesia, si quiere salvarse, si quiere santificarse.

La doctrina de la santísima Trinidad es irreformable, porque es una Verdad Absoluta.

Y, cuando un hombre no cree en la santísima Trinidad no tiene fe divina, no tiene la fe católica.

Y, si un sacerdote o un Obispo, niega la Santísima Trinidad, entonces queda excomulgado de la Iglesia.

Francisco dice que no cree en un Dios católico. Está diciendo que no cree en la Santísima Trinidad. Está diciendo que no tiene fe en la Santísima Trinidad. No posee la fe divina. No posee la fe católica. Francisco está excomulgado.

Francisco no usa un lenguaje de símbolos, un lenguaje abstracto, no está hablando en parábolas; sino que está siendo muy claro. Sencillamente, confiesa, da testimonio, y lo hace de forma pública, ante todos, ante el mundo, ante la Iglesia, que no tiene Fe: “Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios”.

Y, entonces, ¿por qué obedecéis a un hombre que no obedece a Dios?

¿Por qué os sometéis a un hombre que no se somete ni al Padre, ni al Hijo ni al Espíritu Santo?

¿Por qué vivís con la ilusión de que un hombre pueda dar solución a los problemas de la Iglesia cuando él no ve cuál es su problema: su falta de fe en Dios?

Francisco cree en su concepto de Dios, pero no cree en el Dios católico. Francisco cree en su dios, el que encontró en su mente humana.

¿Qué soluciones divinas puede dar un hombre que no cree en Dios, en el Dios verdadero, en el Dios único, en el Dios Absoluto?

¿Qué camino divino pone en la Iglesia un hombre que no camina hacia Dios en su pensamiento humano, que no sabe hace de su pensamiento humano la escuela de la Verdad?

¿Qué verdad puede dar a la Iglesia un hombre que sólo mira su mente humana?

¡Qué ciegos están todos en la Iglesia!

Y comenzando por Francisco, que es el mayor ciego, y acabando por los fieles, que sólo viven para dar un beso a Francisco, para decir, por sus bocas, lo bueno que es Francisco, para engañar a los demás con sus vanas palabras, y hacer de la Iglesia el reino de la mentira.

¿Qué os creéis que es la Iglesia? ¿Un conjunto de opiniones humanas? ¿Un reunirse para dialogar en la verdad y así transformar el mundo?

Pero, ¿qué os creéis que es la Verdad? ¿Ser tolerante con los pensamientos de los otros? ¿Admitirles sus errores, sus mentiras, sus pecados?

Francisco cree en un dios que está por encima del Dios católico, de la Santísima Trinidad. Un dios que todo lo incluye y todo lo abarca.

Pero es un dios simbólico, no un Dios teológico.

El Dios teológico es el Dios que se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo y que da una ley divina a los hombres. Es el Dios de la Iglesia Católica.

Pero el dios de Francisco es un padre que es la luz. Pero, ¿de qué luz está hablando Francisco? Es un padre que es Creador. Pero, ¿qué es lo que crea ese dios? Porque si no cree en el Dios que crea todo de la nada, entonces, ¿qué cosa crea ese dios? ¿Crea las cosas de la nada o es simplemente un constructor del universo? ¿Es un dios que coge una materia ya formada, ya creada, y empieza a transformarla hasta crear algo nuevo?

Y esa luz, que es Dios, ¿qué es lo que tiene? ¿De dónde viene? Esa luz, ¿ilumina o es oscuridad? Esa luz, ¿es algo divino, humano, preternatural, material?

Francisco ha dicho su idea de Dios, pero no ha enseñado la Verdad en la Iglesia Católica. Y, entonces, ustedes sacerdotes, Obispos, Cardenales, fieles, ¿pueden obedecer a un Obispo que no enseña la Verdad, dentro de la Iglesia Católica?

Yo como sacerdote, me niego a obedecer a un Obispo que no cree en la Santísima Trinidad. Y no sólo me niego, sino que lo ataco porque está excomulgado por su mismo pecado. Un pecado que condena su misma alma, porque quien no cree en la Santísima Trinidad no puede salvarse.

Francisco no quiere salvarse. ¿Por qué siguen a uno que quiere condenarse? ¿Por qué aprenden de uno que quiere condenarse? ¿Por qué le hacen el juego a un hombre que vive para condenarse?

¿Todavía les cuesta discernir lo que es Francisco? Después de un año, en que Francisco ha sido claro en todas sus declaraciones, en todas sus homilías, en todas sus obras, ¿le siguen besando el trasero?

La fe de Francisco es una fe masónica. ¿Todavía lo no ven? ¿No lo captan?

Francisco se ha abierto a todo el conjunto de lo religioso, a todas las iglesias, a todas las confesiones. ¿Todavía no captan? Francisco está con los judíos, con los protestantes, con los musulmanes, con los ateos, con los cismáticos, con los católicos, con los no-católicos,… Y ¿todavía no captan?

Francisco cree en Dios. ¿En cuál dios? En un dios que es algo neutro, indefinido y abierto a toda comprensión. No es un Dios personal, como la santísima Trinidad. Un Dios que es Tres Personas. En ese Dios, Francisco no cree.

Francisco no cree en un conocimiento objetivo de Dios. Francisco cree en un concepto simbólico de Dios, en que cada hombre puede introducir, meter su representación de dios, como lo concibe en su mente humana, según el grado de su perfección intelectual.

Y, entonces, Francisco predica la revolución de la ternura, es decir, la revolución de la herejía: convivamos todos los seres humanos de todas las creencias, porque en cada mente humana hay un símbolo de lo que dios. Y cada mente humana debe trabajar por pulir ese concepto que tiene de dios. Un concepto válido, porque es necesario creer en algo para dar a la vida un sentido.

Entonces, hagamos un evangelio de la fraternidad, donde todos sean tolerantes con el pensamiento del otro, porque nadie puede llegar a definir lo que realmente, específicamente, es Dios. Dios es algo real, pero en la práctica de los hombres, dios es muchas cosas. Hagamos una iglesia que crea en dios, como un ser real, pero no especifiquemos, no pongamos dogmas, leyes divinas, leyes morales, porque eso es lo que divide a los hombres.

¿Todavía no captan la fe masónica de Francisco?

¡Hay que estar ciegos, realmente ciegos, para no saber discernir de las declaraciones de Francisco su claro pensamiento: él no cree ni en Cristo ni en la Iglesia Católica! Él se ha inventado su falso Cristo y su falsa Iglesia.

Su falso Cristo: “Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor”.

Sacerdotes, Obispos, Cardenales: ¿es Jesús la encarnación de Dios?

Cojan la teología. Repasen la teología. Jesús es el Verbo Encarnado. Jesús no es Dios Encarnado.

«Jesucristo, su encarnación». Encarnación, ¿de qué? ¿de quién?

El Padre envía a Su Hijo al mundo para que nazca en el seno de una Mujer: eso se llama la Encarnación del Verbo. El Verbo que une dos naturalezas: la humana y la divina. En Jesús hay una unión hipostática: la naturaleza humana está unida a la Persona Divina del Verbo. Jesús no tiene persona humana. El Verbo asume una humanidad, sin persona humana.

Esto es lo que enseña la teología.

Y Francisco, ¿qué enseña? Que Jesús es la Encarnación de dios. Por supuesto, de su dios, de su concepto de dios, que es algo abstracto, algo mental, una conquista del pensamiento humano; pero no es una persona, no es un ser específico, no es algo concreto, no es algo vital, no es divino. Para Francisco, Jesús es un hombre, una persona humana.

«Pero, ¿Jesús es un Espíritu? ¡Jesús no es un Espíritu! Es una persona, un hombre, con carne como la nuestra, pero en la gloria.» (Francisco, 28 de octubre 2013).

¿Todavía no captan la grave herejía de Francisco? Pone a Cristo en la gloria sin Persona Divina; con una persona humana. Jesús es un hombre glorioso, pero no es el Verbo.

Cojan sus teologías y vean lo que se deduce de esta herejía de Francisco. De esta simple frase, Francisco anula todo el dogma en la Iglesia. ¡Sólo por decir que Jesús no es un Espíritu, sino un hombre en la gloria.

¿Qué hacen ustedes, sacerdotes, Obispos, Cardenales, fieles, siguiendo al idiota de Francisco?

¿No ven que Francisco es un asesino de almas? ¿Todavía están ciegos?

Francisco ha matado su alma con su pensamiento humano, con su concepto de Dios, con su idea de la fraternidad, con su obsesión por el dinero, por su popularidad en el mundo.

Francisco es gente del mundo. Es un inútil. Es un don nadie. No se merece ni un abrazo, ni un saludo, ni una misericordia, porque está condenado almas, dentro de la Iglesia Católica, con su doctrina comunista y protestante. ¡Condenando almas! ¡Ése es su trabajo en la Iglesia Católica! Y eso significa: formar una nueva iglesia, una nueva estructura de iglesia, donde estén sacerdotes, Obispos, Cardenales y fieles, que sigan su mismo pensamiento humano.

¡La Iglesia Católica está dando culto a la mente de un hombre! ¡Eso es una abominación! Un hombre que, claramente, no dice la Verdad con sencillez, sino que todo lo retuerce, todo lo desvirtúa, para imponer su criterio en la Iglesia.

Y, ¿por qué sacerdotes, Obispos, Cardenales, seguís el pensamiento de ese hombre? Porque os habéis vuelto esclavos de vuestras mismas estructuras en la Iglesia. Os habéis fabricado vuestras propias obediencias. Y, claro, si no obedecéis, ahora, a Francisco, se os acaba vuestro negocio en la Iglesia: el dinero y el poder que tenéis. Preferís predicar una verdad que no moleste a Francisco, que la Verdad clara, oponiéndoos a lo que dice Francisco. Hacéis el juego a Francisco, sabiendo que está hablando herejías, porque si os oponéis perdéis el dinero y la posición en la Iglesia.

Esta es la verdad: aquel que quiera ser sacerdote, Obispo, Cardenal, en la Iglesia Católica tiene que hacer su ministerio en la soledad, en el abandono de toda una Jerarquía que ya no obedece a Cristo, a la Verdad, sino que tiene miedo de quedarse sola ante el mundo, ante los hombres, porque vive esclava de sus pasiones, de su dinero, de su confort en la vida, de sus conquistas humanas en la vida, de su popularidad entre los hombres.

Y, por eso, tenéis mayor pecado que Francisco: veis la Verdad, pero acogéis la mentira, sabiendo el gran daño que se produce en toda la Iglesia.

Y, por eso, se renueva, cada día, el pecado del Papa Benedicto XVI: puso a la Iglesia en manos de traidores. Ese pecado es el pecado de toda la Jerarquía que no se levanta en contra de Francisco.

Francisco no es digno de estar al frente de la Iglesia, porque no habla como Cristo

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“Jesús no vino solo del Cielo, es Hijo de un pueblo. Jesús es la promesa hecha a un pueblo y su identidad es también pertenencia a aquel pueblo, que de Abraham camina hacia la promesa. Y éstos gestos de Jesús nos enseñan que toda curación, todo perdón nos hacen regresar siempre a nuestro pueblo, que es la Iglesia” (Francisco, 24 de febrero 2014).

Francisco es un demonio. Sólo un hombre con la mente del demonio dice: “Jesús no vino solo del Cielo, es Hijo de un pueblo”.

Para aquel que no comprenda esta forma de hablar de Francisco, se está refiriendo a la fe humana que tiene el pueblo de la Alianza con respecto al Mesías. Jesús es Hijo de un pueblo: es decir, los hebreos se inventaron al Mesías. El Mesías es fruto del pensamiento del pueblo hebreo. No es la promesa del Padre a Abrahán, sino lo que dice Francisco: “Jesús es la promesa hecha a un pueblo”. Alguien hizo una promesa al pueblo. No es Dios el que revela a Abraham su camino en la vida, sino un hombre, en ese tiempo, crea con su inteligencia humana la identidad de Jesús; y, entonces, Jesús pertenece a ese pueblo, y éste camina hacia la promesa: “Jesús es la promesa hecha a un pueblo y su identidad es también pertenencia a aquel pueblo, que de Abraham camina hacia la promesa”.

Esto es diabólico, pero nadie lo ha captado.

Jesús vino del Cielo. Y sólo vino del Cielo. Punto y final. Es el Hijo que el Padre envía para una obra redentora.

El Padre da a Abraham una promesa, pero no le enseña nada más, no le muestra el camino ni la forma de llegar a esa promesa. Y se lo dice sólo a Abraham, no al pueblo, no a los hebreos.

Por la fe de Abraham, los hombres de ese pueblo tenían que salvarse. Sólo por la fe de Abraham, no por los méritos del pueblo. Y, por eso, el Señor iba poniendo sus profetas para que guiasen al pueblo; y sólo por la fe de esos profetas, los hombres de ese pueblo se salvaban. Si los hombres seguían la fe de los profetas, entonces recibían el don de la fe y encontraban un camino de salvación.

Jesús pertenece a la fe de Abrahan; no pertenece a la fe de un pueblo, de un conjunto de hombres, de una comunidad, de una sociedad, de una cultura.

Francisco habla así porque para él la sociedad, la cultura la comunidad es la que tiene la fe; el pueblo es lo que vale; hay que obrar en nombre del pueblo; hay que hablar en nombre del pueblo; hay que servir al pueblo. Por eso, Francisco anula la fe divina, la fe revelada por Dios a almas que él escoge para guiar al pueblo a la tierra prometida.

Y, entonces, dice su herejía: Jesús, con sus curaciones, “nos hace regresar siempre a nuestro pueblo, que es la Iglesia”. Jesús actúa para el pueblo; Jesús actúa en nombre del pueblo; Jesús sirve al pueblo, porque este pueblo es la Iglesia.

La Iglesia que Jesús ha fundado, no la ha fundado, sino que es una continuación del pueblo de la antigua alianza: “Jesús cuando perdona, hace siempre regresar a casa. Y de esta forma, sin el pueblo de Dios, no se puede entender a Jesús”.

Sin el pueblo de Dios no se puede comprender a Jesús. Esto es lo demoniáco. Y Francisco cae en esta herejía porque anula la Iglesia. La Iglesia ya no es la Obra de Jesús, sino la continuidad del pueblo de la Alianza. El pueblo es la casa a la que Jesús nos devuelve cuando nos cura.

Jesús y la Iglesia son dos realidades distintas. Sin Jesús no se puede comprender Su Obra, que es la Iglesia.

Hay que empezar por acá: primero hay que tener la fe en Jesús, la fe en la Palabra de Dios, en la Palabra del Padre, en el Evangelio que Jesús inspiró, por medio del Espíritu, a sus evangelistas.

Quien no crea en Jesús, no puede creer en la Obra de Jesús, que es la Iglesia.

Como, para Francisco la Iglesia es el pueblo, no es la obra de Jesús, entonces, él dice lo contrario: primero el pueblo y sin el pueblo, no se comprende a Jesús. Y ¿por qué? Porque Jesús es la promesa al pueblo, es la identidad del pueblo, es creado por el pueblo, por la inteligencia del hombre. Esta es la herejía de Francisco.

Y, entonces, tiene que caer en la justicia, tiene que condenar a aquellos que siguen a Cristo, pero no a la Iglesia: “Es absurdo amar a Cristo, sin la Iglesia, sentir a Cristo pero no a la Iglesia, seguir a Cristo al margen de la Iglesia”. Francisco no tiene misericordia para aquellos hombres que pecan contra el Hijo, contra la Obra del Hijo, que es la Iglesia.

«Yo os digo: A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. El que me negare delante de los hombres, será negado ante los ángeles de Dios. A quién dijere una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado” (Lc 12,8-10). Hay muchas almas que niegan los dogmas, niegan las verdades, niegan los Sacramentos, pero sólo están pecando contra el Hijo. Hay camino de salvación. Luego, no es absurdo amar a Cristo sin la Iglesia. Hay un camino en el Espíritu para esas almas que no creen en la Iglesia, en la Obra del Hijo.

Lo que es absurdo es amar a Cristo con una iglesia inventada por los hombres, porque esta es la blasfemia contra el Espíritu Santo.

No es absurdo amar a Cristo pero no a la Iglesia; no es absurdo seguir a Cristo al margen de la Iglesia. Es absurdo poner a Cristo en una falsa iglesia. Esto es lo que Francisco está haciendo.

Pone a Cristo. Pero, ¿qué Cristo? El Cristo de los cristianos: de los budistas, de los protestantes, de los judíos, de las iglesias cristianas. Pero no pone al Cristo del Evangelio, no pone al Cristo de la Verdad, no pone al Cristo de la Vida, no pone al Cristo del Camino. Para Francisco, Cristo no es el Camino, la Verdad y la Vida.

Para Francisco, Cristo es el hijo del pueblo: nace del pueblo, nace en el pueblo, nace para el pueblo. El pueblo es lo que importa; no interesa Jesús. Jesús es importante porque te lleva al pueblo, porque reúne el pueblo, porque hace obras para el pueblo.

Jesús nace en la mente de los hombres; nace para obrar entre los hombres; nace para servir a los hombres. Éste es el Cristo de Francisco. Y este cristo lo pone en su iglesia. Y esto es lo absurdo, porque es una blasfemia contra el Espíritu Santo. Esa iglesia que Francisco se inventa lleva al infierno, no es camino para salvarse.

El Espíritu enseña lo que es Jesús y lo que es la Obra de Jesús. Y aquel que no siga al Espíritu, crea él mismo un falso Cristo y una falsa Iglesia. Y esto es la blasfemia. Este es el absurdo. Que el hombre no quiera aprender del Espíritu lo que es Cristo y lo que es la Iglesia.

Y, entonces, cae en su segunda herejía: “nuestro seguir a Cristo, no es una idea, es un continuo quedarse en casa”. Seguir a Cristo es ser pueblo, es ser comunidad, es asociarse a los hombres, es juntarse a los hombres, es estar en la familia de los hombres. Y eso lo llama iglesia.

Su segunda herejía consiste en decir que seguir a cristo es quedarse en lo humano, en lo material, en lo carnal, en la casa de cada uno, en el pecado de cada uno, en las pasiones de cada uno, en los sentimentalismos de cada uno. Cristo no vino para elevar al hombre, no vino para llevarlo hacia la santidad, hacia el Reino del Padre, sino para hacer comunidad de hombres, para hacer vida social, para hacer una cultura, una ciencia que sirva a los hombres en sus vidas humanas. Ésta es la segunda herejía, porque no ha comprendido lo que es la Iglesia, la Obra de Jesús ante los hombres.

Y cae en la tercera herejía: “Todo aquel desorden, aquella discusión termina en un gesto: Jesús que se abaja, se inclina ante el muchacho. Estos gestos de Jesús nos hacen pensar. Jesús cuando cura, cuando va entre la gente y sana a una persona, jamás la deja sola. No es un mago, un brujo, un curandero que va, cura y continúa su camino: a cada uno lo hace regresar a su lugar, no lo deja en la calle. Son gestos bellísimos del Señor”.

Jesús hace gestos, pero no milagros. Jesús hace una obra buena a ese niño, pero no lucha en contra del demonio, que posee a ese niño. Francisco ni habla sobre la enseñanza de Jesús en ese pasaje del Evangelio: hay demonios que sólo con oración se pueden echar. Esto ni lo toca. Y esto es lo principal en el Evangelio del dia: hablar sobre el demonio, sobre su poder entre los hombres. Pero Francisco, siendo un demonio, no cree en el demonio, en el actuar del demonio, en las obras del demonio. No sabe que todo pecado es una obra del demonio. Esto lo desconoce, porque sólo vive para su cultura mental, para su inteligencia mental, para sus conquistas como hombre en la Iglesia.

Jesús hace gestos, pero no ataca al demonio. Jesús no manda al demonio que se calle. Y es lo que dice el Evangelio. Jesús no le manda salir. Sólo hace un gesto humano. Francisco se carga el Evangelio y pone su opinión, su idea bonita, lo que a él le interesa resaltar sobre ese pasaje: el gesto humano, sentimental, hacia ese niño. Ésta es la estupidez de ese hombre. Y hay que llamarlo estúpido. La persona estúpida es la que está metida en su idea y de ahí no sale. Es peor que el soberbio, porque éste obra su pecado y se va a hacer otra cosa. Pero el hombre estúpido es el que da vueltas a su soberbia continuamente, a su pecado, a su idea. Es la obsesión de Francisco: su humanismo que le lleva a hacer gestos para los hombres, para contentar a los hombres, para agradar a los hombres, para hacer felices a los hombres. Y así anula la Verdad, la sana doctrina, la ley moral. Su romanticismo estéril, bruto, inicuo, imbécil, idiota, baboso.

Y, por eso, dice: “Jesús que se abaja, se inclina ante el muchacho. Estos gestos de Jesús nos hacen pensar”. Es la babosidad de este hombre; se le cae la baba queriendo mostrar que hay que ser sensibles con los hombres, que no hay que hacer daño a los hombres, que hay que tratarlos con bondad, con amabilidad. Y, entonces, no enseña la Verdad del Evangelio. Jesús lucha contra el demonio y ese niño se queda paralizado, como muerto. Y eso significa algo en la vida espiritual, pero no lo enseña Francisco. Cuando el demonio sale de un alma, la deja muerta, paralizada, sin aliento, sin fuerzas físicas. Y eso es señal de que esa alma se liberó del demonio. Pero estas cosas, ¿qué le interesa a Francisco? Nada. Él sigue con su cháchara.

“Jesús cuando cura, cuando va entre la gente y sana a una persona, jamás la deja sola”. Jesús, cuando cura, da al alma una nueva vida espiritual, que la hace alejarse de los hombres, del mundo, de la cultura, de la sociedad, de todo lo que huela a hombre. Jesús no libera al alma para dejarla en su vida de hombre, en su casa, en su afición, en sus costumbres, sino para enseñarle a caminar en el Espíritu, para enseñarle a salir de su casa, de su humanidad, de su sentimentalismo arcaico, estéril, sin fruto espiritual.

Y, entonces, como no ha comprendido lo que es Jesús ni lo que es la Iglesia, pone su estupidez: “No es un mago, un brujo, un curandero que va, cura y continúa su camino: a cada uno lo hace regresar a su lugar, no lo deja en la calle”. Esto está fuera de lugar, de contexto, de inteligencia sobrenatural.

Francisco está apoyando a los magos, a los brujos, a los curanderos, que también curan. Esto es lo demoniaco. Los magos, los brujos, los curanderos no curan. Hacen una obra demoniaca y parece que curan, pero no es así.

Y equiparar lo que hacen los magos, los curanderos, con la obra de Jesús es llamar a Jesús un mago, un curandero, un brujo.

Jesús hace lo mismo que los curanderos, pero con la salvedad de que él no deja en la calle a esa persona que ha curado. Esto es lo sencillamente estúpido y demoniaco. Francisco sólo se fija en que Jesús no lo deja en la calle, porque esto es lo que él quiere transmitir: un Jesús que se preocupa por el pueblo, que sirve al pueblo, que trabaja por el pueblo. Pero Francisco no enseña un Jesús que lucha en contra del demonio y que lo vence. Y es por esa lucha por el que ese niño queda liberado. Esta verdad no la enseña Francisco, sino su estupidez: “Jesús siempre nos hace regresar a casa, jamás nos deja solos en la calle”. Esta es la enseñanza estúpida de Francisco sobre este pasaje del Evangelio.

Y el recoger al niño que estaba tirado en el suelo es por la lucha entre Cristo y el demonio: esta es la enseñanza del Evangelio. Y porque hay una guerra, entonces, al final se recogen las víctimas. Pero recoger la víctima no es la enseñanza de la guerra. ¿Ven la gran estupidez de este hombre?

Francisco es un sacerdote del demonio, con una mente demoniaca, con unas obras del demonio.

Sólo quien habla como Cristo, con la Verdad por delante, es digno de representar a Cristo ante el mundo. Y Francisco no habla como Cristo y, por eso, no es digno de estar en la Silla de Pedro, representando a la Iglesia. No tiene dignidad, porque no tiene a Cristo en su corazón sacerdotal.

Si Francisco hablara con la Verdad en su boca, entonces en su pecado, en su miseria como hombre, sería digno de estar al frente de la Iglesia. Pero Francisco habla por hablar; hablar para expresar sus opiniones, sus criterios, sus puntos de vista, sus sentimentalismos, que sólo están arraigados en su pecado de orgullo. Y, entonces, no se le puede seguir, no se le puede obedecer, no se le puede respetar ni como sacerdote ni como hombre.

Si un Obispo no es lo que el Señor le ha dado, entonces pierde no sólo la dignidad sacerdotal, sino la humana; porque la perfección del hombre es el sacerdocio. Y quien es sacerdote está por encima de todo hombre. Y aquel sacerdote que no viva su sacerdocio en plenitud, no puede ser mirado ni siquiera como hombre, no puede ser tenido en cuenta ni siquiera como hombre, porque teniendo toda la perfección de su humanidad, vive como un perro maldito en sus pecados.

Es lo que hace Francisco y muchos que, como él, han resuelto destruir la Iglesia con sus inteligencias humanas.

Jesús no ha hecho una sola familia humana

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“A través de tu sabiduría, inspira a los líderes de los gobiernos y a los empresarios, así como a todos los ciudadanos del mundo, a encontrar soluciones de caridad para finalizar la hambruna mundial y asegurar el derecho de todo ser humano al alimento” (Oración de la Campaña “Una Sola Familia Humana, Alimentos para Todos”).

Este es el negocio de Francisco en la Iglesia: pedir dinero para quitar el hambre en el mundo. Y ¿en qué basa este negocio? En una herejía: “Nos enviaste a tu Hijo a compartir su propia carne y sangre y a enseñarnos tu Ley de Amor. A través de su muerte y resurrección nos has formado en una sola familia humana” (Oración de la Campaña “Una Sola Familia Humana, Alimentos para Todos”).

Quien rece esta oración, es seguro que Dios no lo escucha, sino que lo escucha el demonio. Porque Dios no da dinero para remediar el hambre del mundo. Jesús dio de comer haciendo un milagro, no pidiendo dinero a los ricos del mundo.

“Jesucristo (…) mediante su resurrección nos constituye en humanidad nueva, en total comunión con la voluntad de Dios, con su proyecto, que comprende la plena realización de la vocación a la fraternidad” (Francisco, 8 de diciembre).

La gravedad de estas palabras ponen a Francisco como, no sólo hereje en la Iglesia, sino apóstata de la fe.

Decir una herejía es proclamar una mentira como verdad; pero ser apóstata es enseñar una mentira como verdad. Los herejes son falsos profetas, que dan sus mentiras por todas partes, para llenar el mundo de mentiras; pero un apóstata hace más que un falso profeta: enseña a obrar la mentira con el poder que tiene en la Iglesia. Esto es lo que hace Francisco, por eso, él actúa como anticristo, enseña lo opuesto a Cristo. Y lo enseña para que se obre en la Iglesia. Eso es la oración de Cáritas: han aprendido de la doctrina de Francisco.

Jesús no nos ha constituido en humanidad nueva por su Resurrección. Esto, Francisco, se lo ha sacado de la manga. Jesús da al hombre Su Gracia, pero no regenera la humanidad. Jesús da a cada hombre la oportunidad de salir de su pecado y vivir en Gracia, pero no da a cada hombre la Gracia, no quita el pecado de la humanidad entera, no hace una humanidad nueva y, mucho menos, en total comunión con la Voluntad de Dios.

Predicar esto es sencillamente negar el pecado original, negar la Obra de la Redención del hombre por Cristo y negar la Obra de la Santificación del hombre por el Espíritu.

Como Cristo ha muerto y resucitado, entonces todo el mundo es bueno y se va al cielo. Esto es, en resumen, lo que dice Francisco. Una gran barbaridad. Una gran herejía. Y esto es lo que se pone para pedir dinero: como todos somos una gran familia humana, nueva, porque Cristo lo ha hecho, entonces hay que acabar con los conflictos de los hombres pidiendo dinero a los ricos, porque, claro, son los ricos los culpables de que los pobres no tengan qué comer.

Son los líderes de los gobiernos y los empresarios de todo el mundo los culpables de que haya gente que pase hambre. Este es el argumento de Francisco. Insostenible, pero apoyado en la Iglesia por la misma Jerarquía.

Como Cristo ha “hecho de los dos pueblos uno, derribando el muro de separación, la enemistad” (Ef 2, 15), entonces, todos somos hermanos y no hay que llamar a nadie enemigo. Esta es la falsedad que propone Francisco. Él no distingue entre hijos de Dios e hijos de los hombres. Sino que mete a toda la humanidad como hija de Dios. Esto es lo inconcebible.

Cristo ha derribado el muro, porque ha quitado el pecado de Adán, que ponía al hombre enemigo de Dios. Pero Cristo no quita el pecado de cada hombre. Cada hombre, para quitar su pecado, tiene que ponerse a los pies de Cristo y recibir de Él el perdón por sus pecados y la Gracia para vivir una vida nueva: «al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Flp 2, 10).

No podemos meter a todo el mundo en el bote de la salvación, como lo quiere Francisco, y llamar a todo el mundo hermanos.

Cristo ha quitado la enemistad, pero los hombres siguen siendo enemigos porque están en sus pecados, permanecen en sus pecados. ¿Es que no tenéis inteligencia?

“Os exhorto, en el Señor, a que no viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos, obscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su ignorancia y la ceguera de su corazón (…) despojaos del hombre viejo (…) vestíos del hombre nuevo” (Ef 4, 17.22.23).

Para ser de Cristo no es suficiente con que Cristo haya quitado la enemistad; es que cada hombre tiene que quitar su enemistad con Dios, tiene que despojarse de su hombre viejo de pecado, tiene que revestirse del hombre nuevo en la gracia; y así será hijo de Dios. Y sólo así habrá fraternidad entre los hijos de Dios.

Esto es lo que no enseña Francisco. Francisco enseña lo que le da dinero en su negocio en la Iglesia. Su tapadera para llenarse el bolsillo de dinero: «son muchos los que andan (…) que son enemigos de la Cruz de Cristo. El término de ésos será la perdición, su Dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que tienen el corazón puesto en las cosas terrenas» (Flp 3, 18-19).

Ahí tienen a Francisco que sólo habla del dinero porque su corazón sólo está puesto en el dinero. Sólo habla del hombre porque su corazón sólo sigue al hombre.

¿A quién se le ocurre pedir dinero para quitar el hambre en el mundo? Sólo a un comunista, como Francisco. Esta es la doctrina del demonio puesta en obra por Francisco en la Iglesia, apoyado por toda la Jerarquía que calla su herejía, aplaudido por tantos fieles que son como él: herejes y apóstatas de la fe.

Jesús no pidió dinero a los ricos de su tiempo, porque no hace falta sacar de la hambruna al hombre. No hace falta darle alimentos al hombre. Lo único que hace falta es hacer ver al hombre que está en pecado y que salga de su pecado. Y, cuando hace eso, entonces el hombre tiene para comer.

Jesús, para pagar los impuestos, hizo un milagro: de la boca del pez resolvió el problema. ¿Todavía no creéis en la Palabra de Dios que da todo lo necesario sin mover un dedo, sin pedir dinero a nadie, sin buscar dinero en ningún sitio? Francisco no cree y, por supuesto, la Iglesia está llena de gente que ha hecho su propia providencia pidiendo dinero a los ricos del mundo. Y ya no creen en la Providencia Divina.

Jesús no ha formado una sola familia humana con su muerte y su resurrección. Esta es la mayor estupidez de Francisco. Para el que tenga fe en la Palabra de Dios se le cae la cara de vergüenza leyendo esta frase.

“No os unáis en yunta desigual con los infieles” (2 Cor 6, 14). ¿A quién se hace caso: a Francisco o a san Pablo?

“¿Qué consorcio hay entre la justica y la iniquidad?” (v. 14). ¿Qué unión hay entre la justicia de los hijos de Dios y la iniquidad de los hijos de los hombres? ¿Dónde está la sola familia humana que ha creado Jesús si todavía hay pecado entre los hombres, si hay hombres que son demonios, si existen personas que no quieren la verdad en sus vidas?

Es que no se puede dar una sola familia humana. Es que esto es el abc de la vida espiritual. Cristo quita el pecado de Adán, que es la enemistad entre el hombre y Dios; pero Cristo no quita el pecado en cada hombre. Luego, no hay fraternidad, no hay amor entre los hombres, no hay una sola familia humana.

Luego, pedir dinero a los ricos del mundo para quitar la hambruna de la gente es sólo el negocio de Francisco en la Iglesia. ¡Un negocio muy peligroso!

Francisco, ¿quieres dinero? Dame poder en tu iglesia.

Esto es una tapadera lo de pedir dinero; el fondo es ése: hay que sujetar la iglesia en Roma con el poder del mundo, hay que meter en Roma el poder del mundo. Y así puede entrar el Anticristo. Una iglesia manejada por el mundo es la iglesia del Anticristo.

Esto es lo que no se enseña en Roma, porque se pone la careta de lo humanitario, de hacer una caridad, de ayudar a los más necesitados; porque eso es lo que vende, eso es lo que mantiene a Francisco en el poder: ser popular con la gente pobre, con la gente enferma, con la gente con problemas. Ése es su proselitismo, su ideología, su lenguaje doble y embustero en cada homilía. Y así, sin que nadie se dé cuenta, la iglesia es manejada por el poder del mundo.

Francisco habla para un pueblo que tiene sus problemas diciéndoles lo que ellos quieren escuchar: os voy a conseguir dinero para quitar vuestros problemas. Esto encanta a la gente. Y todo el mundo se pone a pedir dinero para sacar de la hambruna a la gente.
¡Gran negocio de Francisco en la Iglesia! ¡Gran negocio!

El profeta de Dios siempre habla lo que el pueblo no quiere escuchar. Y, por eso, es siempre impopular entre la gente del pueblo. Francisco es un falso profeta. Eso se ve a la legua. Eso es tan claro que todo el mundo se da cuenta de las estupideces de ese hombre. Pero, por el falso respeto humano, todavía se le llama Papa.

Así somos los hombres: tan humanos, tan sentimentales, tan afectivos, que nos cuesta decir a ese idiota: eres un maldito. Deja ya de llamarte Papa, deja ya de hacer tu teatro en la Iglesia. Deja ya de decir tus discursitos que no valen para nada.

Pero esto la gente no lo hace porque no vive buscando la verdad, sino que quiere –eso- un hombre sentado en la Silla de Pedro, porque tiene que haber un hombre. ¡A ver! Es como muchos, que van a la Iglesia los domingos porque toca ir a Misa.

Hoy no se vive de fe en la Iglesia, sino de rutinas, de compromisos, de culturas, de actos sociales, y por tanto, es igual quien esté sentado en la Silla de Pedro. Eso no interesa. Porque no se vive buscando el sentido de la vida y, por eso, se cae en la trampa de Cáritas, y se da dinero cuando Dios no quiere el dinero para quitar el hambre en el mundo. Pero, como lo dice la Iglesia, como está avalado por la palabra de uno que se llama Papa, entonces a dar dinero, a caer en el engaño.

Quien vive de fe no puede hacer comunidad entre Cristo y Belial (cf. 2 Cor 6, 15). No podemos hacer una Iglesia para servir a dos señores: al dinero y a Dios. El dinero es del demonio: que se lo quede el demonio. Cristo da la Gracia a los hombres para resolver todos sus problemas. Cristo no da dinero a nadie. Y a quien se lo pide, Cristo le da un castigo, porque pide mal, no pide en Su Nombre, la salvación de su alma.

Cristo viene a salvar las almas, no a quitar el hambre del mundo. Francisco quiere quitar el hambre del mundo. ¿Y todavía lo llaman Papa? ¿Cuándo vais a despertar del engaño?

Un sacerdote verdadero hace la oración de san Pablo: «doblo mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra, para que, según los ricos tesoros de su Gloria, os conceda ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por Su Espíritu, que habite Cristo por la fe en vuestros corazones y, arraigados y fundados en la Caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad y conocer la Caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la Plenitud de Dios» (Ef 3, 14).

Que habite Cristo en vuestros corazones, no que tengáis el estómago lleno de alimento y el bolsillo repleto de dinero. Cristo es el Poderoso para dar a los hombres la felicidad que necesitan. No son los políticos ni los empresarios del mundo los que ponen ese camino para encontrar la felicidad en la vida. Se es feliz con la Gracia de Cristo. Se es infeliz con el estómago lleno.